ECONOMÍA

Ideas para un nuevo paradigma económico

© Mathie Stern/Unsplash

La crisis financiera de 2007-2009[1] fue como un llamado de atención, una señal sobre la necesidad de cambiar el paradigma económico – que parecía radicalmente manipulado en detrimento de la gente común –, para orientarlo hacia un modelo más sostenible y dirigido al bien de todos. También suscitó cierta esperanza el que la atención exclusiva al crecimiento económico diera paso finalmente a una visión más amplia del desarrollo integral, atenta a contener el desastre ecológico y el abuso de los recursos naturales.

Sería un error afirmar que no se ha hecho nada para cambiar el modelo económico dominante. Este no es el espacio para enumerar todas las valiosas iniciativas emprendidas para traducir la solidaridad y la subsidiariedad en acción y para alcanzar mayor justicia. Por otra parte, conviene recordar que no se ha dado ningún paso decisivo. La crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto el malestar y evidenciado el aumento de la brecha entre ricos y pobres, así como la persistencia de prejuicios y discriminaciones que se creía eran parte del pasado.

Para identificar conceptos y referencias útiles en la elaboración de un nuevo paradigma económico, y, por tanto, modelos económicos sostenibles, necesitamos fijar la mirada en la realidad de nuestro tiempo y hacer converger pensamiento y acción hacia el objetivo de la transformación económica. El término «nuevo» designa aquí la posibilidad de alcanzar un cambio paradigmático de tal magnitud que permita remediar las debilidades estructurales de las políticas y de las prácticas económicas de hoy. En la actualidad, en medio de las continuas mudanzas de las sociedades y economías, observamos cómo afloran cambios y actitudes positivas – en las personas, comunidades, ONGs, empresas, gobiernos y las Naciones Unidas –, orientadas a introducir y a desarrollar modelos económicos más sostenibles desde el punto de vista social y medioambiental, a niveles macro, medio y micro. No se trata simplemente de contraponer una «nueva» economía a una «vieja». La economía es dinámica y describe la manera en que los individuos, las organizaciones y las naciones usan los recursos y los talentos de los que disponen para garantizar bienes y servicios, sean estos esenciales o no. El paradigma económico es nuestro mundo contemporáneo: siempre cambiante, siempre complejo y, sin embargo, lleno de pequeñas alegrías y tragedias de la vida.

Nos gustaría contribuir al cambio de paradigma económico, que ya se está produciendo, desde tres plataformas de cambio: 1) subsidiariedad económica; 2) bienestar para todos; 3) hacer negocios para el bien común.

Subsidiariedad económica

En el nuevo paradigma económico, la subsidiariedad constituye la principal vía para dar voz y poder económico a los individuos y a las comunidades que estos conforman. La subsidiariedad es el principio – desarrollado en la doctrina social católica a partir de la encíclica de Pío XI, Quadragesimo anno, de 1931[2] – según el cual la autoridad central debe tener una función subsidiaria, llevando a cabo solo aquellas tareas que no pueden realizarse a nivel local. La vigente división en base a límites geográficos ha motivado la creación de instituciones encargadas de la toma de decisiones en varios niveles, en contextos provinciales, regionales o municipales. Pero, en muchos casos, estas circunscripciones son demasiado grandes o demasiado pequeñas para promover eficazmente la cooperación, especialmente si los problemas atañen en todo o en parte a diferentes entidades.

En la reforma de la economía, la subsidiariedad favorece las soluciones comunitarias y postula que las más eficaces surgirán del diálogo y de la cooperación voluntaria entre las instituciones existentes de la comunidad local. Para las personas y para las comunidades, la subsidiariedad constituye un factor liberador. Sin embargo, hay que crear las circunstancias oportunas para que no se vean limitadas y se les ayude a actuar mediante proyectos de apoyo a la educación e inversiones específicas en microempresas.

La subsidiariedad encuentra en la microeconomía una aplicación ejemplar, en tanto ayuda a las personas y comunidades a llevar una existencia sostenible. Un nuevo paradigma económico debe conllevar un llamado urgente a los gobiernos para que intervengan en los mercados financieros, introduciendo garantías que den a cuantos actualmente son excluidos – los pobres, los marginados – la posibilidad de acceder a los recursos y al capital, pasando así de la subsistencia y la privación a compartir los bienes y los recursos. La subsidiariedad requiere, por lo tanto, inversiones y subsidios de parte de los gobiernos, las ONG y de otros agentes morales que tienen acceso al capital, con la advertencia de que el capital y su asignación no debe ser usado – ni en las instituciones, ni en la práctica – para crear dependencias contrarias al principio de subsidiariedad.

Especial atención debe darse al potencial del desarrollo del microcrédito, al interior de cooperativas crediticias y a través de este. El principio de subsidiariedad debería alentar la reflexión sobre recientes y positivas experiencias del microcrédito, como un camino para distribuir capital a potenciales emprendedores: apoya la necesaria circulación del capital, mediante préstamos concedidos y devueltos, y permite una mayor distribución.

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El Grameen Bank, fundado en Bangladesh, depende del fortalecimiento de las redes locales, que se organizan en estructuras de responsabilidad para garantizar que todos los participantes queden conformes. Por ejemplo, quien obtiene un préstamo aprobado por los miembros de su comunidad local tiene más probabilidades de restituirlo, porque no hacerlo conllevaría la exclusión de otros miembros de la comunidad de la oportunidad de postular para recibir, a su vez, otros préstamos. Los microcréditos pueden permitir que los pobres se unan para emprender iniciativas cooperativas empresariales: de esta forma, pueden integrar sus relaciones sociales y económicas para que la ayuda recíproca no sea meramente ocasional o esporádica, sino continua. Iniciativas de este tipo favorecen la cooperación económica, mejorando – mediante el trabajo conjunto – las condiciones de los más débiles desde el punto de vista económico.

Bienestar para todos

La pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de contar con recursos sociales globales para todos; nos ha hecho conscientes de que la salud es el elemento más valioso del bien común universal y que esta es vulnerable a nivel mundial; además, nos ha hecho comprender que estamos todos en la misma barca, como una sola familia humana. El virus no sabe de fronteras ni las respeta. Para detener la pandemia, todas las naciones deben cooperar más allá de sus propios límites geográficos. Experimentamos un mayor sentido de interdependencia: todos somos vulnerables; estamos conectados, para bien o para mal. En consecuencia, debemos abandonar la costumbre colectiva de pensar a corto plazo y comprender la solidaridad como un desafío intra e intergeneracional.

La crisis causada por el Covid-19 nos vuelve más conscientes del deber de repensar y remodelar nuestro actual paradigma económico, para tener en cuenta a los pobres, el medioambiente y las generaciones futuras. Debemos ampliar el concepto de creación de riqueza para incluir el capital natural, humano y social. Hay que exigir a la creación de riqueza pública que produzca bienestar para quienes no lo tienen.

El ideal del bienestar para todos exige prestar atención y tomar medidas de cara a quienes hoy resultan excluidos, en especial los pobres, los marginados y los refugiados. El papa Francisco ha afirmado con claridad que la pobreza en el mundo actual no es una condición natural que deba soportarse como un huracán o un terremoto. La pobreza es el resultado de un fracaso sistémico, de la corrupción de los sistemas económicos y de su manipulación para favorecer los intereses de algunos grupos por sobre otros. Los ricos no son ni más morales ni más merecedores que los pobres.

La virtud universal que motiva esta preocupación es el instinto y la responsabilidad de honrar la dignidad humana, que cada uno de nosotros comparte. La autoformación, valiosa tanto para las culturas occidentales como las orientales, puede desempeñar un papel indispensable en la promoción del bienestar y en la obtención de recursos educativos de ambas culturas. La visión del bienestar para todos es la de una solidaridad que supera culturas y fronteras, y deja de lado los prejuicios tradicionales que cultivamos contra quienes no comparten nuestra prosperidad, independientemente de que se basen en la raza, el credo o el color de la piel. Para que el nuevo paradigma económico pueda mantener sus promesas, debemos aprender a confiar en estrategias de crecimiento abiertas a todos los individuos, y no solo a quienes consideramos personalmente cercanos y queridos.

La creación del nuevo paradigma económico es, según algunos, una lucha espiritual, es decir, una llamada dirigida a todos nosotros para que nos arrepintamos de nuestra complicidad con las estructuras sociales injustas y obremos juntos en el descubrimiento de nuevas formas de compartir los dones y los recursos.

Ignacio Ellacuría, sacerdote y filósofo jesuita, rector de la Universidad de América Central, asesinado junto a otros cinco jesuitas en 1989, describía en estos términos su esperanza en la civilización: «No la mera creación de un nuevo orden económico mundial, en el que las relaciones de intercambio sean más justas, sino una nueva sociedad, ya no construida sobre cimientos de hegemonía y dominio, sobre acumulación y diferencias, sobre consumismo y falso bienestar, sino sobre cimientos más humanos y más cristianos». El bienestar para todos, en la visión de Ellacuría, es «una condición universal concreta, en la que se garantiza la satisfacción de las necesidades básicas, la libertad de las elecciones personales y un contexto de creatividad personal y comunitario que permita que aparezcan nuevas formas de vida y de cultura, nuevas formas de relacionarse con la naturaleza, con los otros, consigo mismo y con Dios».

En la encíclica Laudato si’ (LS), de 2015, el papa Francisco propone una aproximación integral a un nuevo sistema económico que debe tener en cuenta nuestra relación con el medioambiente y la ecología, con los pobres y la justicia social, con el respeto por los otros y la fraternidad. La académica y activista ambiental china Liao Xiaoyi, elogió la encíclica y sus numerosas semejanzas con la «civilización ecológica» que China ha promovido en los últimos años. Se trata de responder a la llamada a «recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios» (LS 210).

El concepto chino de lo «integral», Yuanrong (圆融), destaca la interconexión en todas las relaciones con todas las cosas. Existe plena sintonía con la visión de Laudato si’, según la cual la Tierra es nuestra «Casa común», por lo que es una necesidad imperiosa contener el cambio climático reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y, en concreto, limitando el aumento de la temperatura global a no más de 1,5º C.

Deberíamos seguir con atención la situación de Filipinas como ejemplo de las potenciales catástrofes a las que se dirigen algunos países si los compromisos contraídos en los acuerdos internacionales de la COP21 en París no se concretan en acciones inmediatas. Por su posición geográfica, Filipinas ya está sufriendo un aumento de inundaciones catastróficas a causa de su vulnerabilidad al cambio climático. En este país, la Silliman University es un ejemplo de cómo las instituciones privadas pueden contribuir, como comunidad, a aumentar el bienestar medioambiental. Esta universidad, que está enfrentando el problema del cambio climático en todas sus actividades, ha confirmado que las políticas respetuosas del medioambiente pueden generar retornos económicos favorables, como la reducción de los tiempos y de la energía en el manejo de residuos; y que el manejo y el reciclaje de residuos biodegradables favorece la producción de fertilizantes orgánicos, contribuyen a la economía doméstica local y reducen la destrucción de las fuentes primarias de productos, como árboles y yacimientos minerales. Aprovechando formas de energía alternativa, como la solar, se ahorran costos en iluminación y energía, lo que permite a la Silliman University asignar mayores financiamientos para mejorar los servicios de enseñanza y aprendizaje.

No obstante la globalización y el transnacionalismo, nos encontramos frente a una «nueva era de muros». Las presiones migratorias contribuyen cada vez más a la desigualdad económica, a la inestabilidad política y al cambio climático. La pandemia del Covid-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de una colaboración transfronteriza y transnacional para hacer frente a problemas globales, incluidas las actuales crisis de refugiados, que requieren un esfuerzo especial para preservar el bienestar personal y familiar. Para favorecer el bienestar de todos, el nuevo paradigma económico debe basarse en límites más «blandos». La difícil situación de los refugiados debe enfrentarse con cooperación transnacional y con un debate público basado en la evidencia, con el objetivo de preparar políticas fronterizas más abiertas y redes trasnacionales que operen para cambiar el discurso sobre la migración. En cuanto a la gestión de los refugiados, Uganda, por ejemplo, está señalando el camino hacia el establecimiento de límites más blandos a través de la adopción de políticas integradoras y liberales.

Hacer negocios para el bien común

Los consumidores e inversionistas éticamente responsables tienen la posibilidad de abrir el camino a hacia una revolución del paradigma económico mediante la transformación de las estructuras monetarias y económicas y a través de la guía en el desarrollo de prácticas al servicio de las personas y del planeta. Asistimos al fracaso de las prácticas predatorias del libre mercado: desigualdad, deslocalización económica, inversiones financieras de corto plazo, corrupción y explotación. Si bien la libertad humana de realizar intercambios basados en talentos personales y en recursos propios es un bien privado, es tarea de la sociedad hacer frente a la necesidad de compartir el costo de suministro de bienes públicos que deben compartirse (bienes no excluibles y no rivales) y, de forma menos evidente, reconocer la necesidad de intervenir en materias que podríamos llamar genéricamente de «justicia social, desarrollo colectivo y protección ecológica».

A diferencia de los bienes públicos y privados, el bien común hace referencia a todos los comportamientos humanos – incluido el económico – que benefician a quienes se encuentran más allá de las transacciones y de las relaciones de las partes involucradas. Una economía orientada al mercado puede promover el bien común solo si la mayor parte de los actores del sistema es capaz de frenar sus instintos de avidez y consumo excesivo y si elige invertir y consumir en el interés del bien común. Los comportamientos puramente egoístas hacen imposible la acción colectiva a favor de la riqueza pública y generan problemas de free riding[3].

El objetivo de la economía, y, por lo tanto, de la empresa, es la creación de riqueza en sentido global: vale decir, activos y pasivos naturales, capital físico y financiero, personas sanas y educadas y relaciones confiables entre los agentes económicos. Cuando se otorga una atención limitada a las medidas financieras y económicas (como sucede con la concepción común del beneficio), se deforma el significado mismo de beneficio (y su maximización) y se realizan elecciones distorsionadas sobre la creación de la riqueza. De hecho, esta última constituye la verdadera meta de la vida económica solo si es sostenible, es decir, si trasciende la mera acumulación de recursos (materiales) y se orienta a las personas y a sostener la naturaleza.

La economía tradicional no ha sido capaz de reconocer el valor intrínseco de la naturaleza. Sugiere una valoración de los bienes y servicios medioambientales en base a un valor de mercado determinado por actores económicos en competencia. Sin embargo, no existe una solución algorítmica para los problemas de asignación de los recursos naturales. Las decisiones y las políticas sobre la naturaleza y la sociedad requieren consideraciones cualitativas y de perspectivas múltiples, así como una gestión sabia y responsable.

En el nuevo paradigma económico, la creación de riqueza debe replantearse de modo que genere un bienestar sostenible para cada uno y proteja todos los recursos naturales y los ecosistemas. La riqueza sostenible debe medirse en base a la performance financiera de una organización, la calidad de sus políticas y prácticas de gestión y governance, y el impacto que tiene en los bienes públicos y los «males públicos» relevantes (sociales y ecológicos).

Hacer negocios para el bien común activa los tres componentes de la responsabilidad (moral) empresarial:

-los sujetos de la responsabilidad («¿quién es responsable?») son las empresas concebidas como «actores morales», en la medida en que son «actores corporativos»;

-los contenidos de la responsabilidad («¿de qué somos responsables?») son la creación de riqueza y el respeto de los derechos humanos;

-los destinatarios de la responsabilidad («¿frente a quien somos responsables?») no son solamente los accionistas y los stakeholders, sino también la sociedad en general, las futuras generaciones y la naturaleza.

A la luz de estos tres componentes de la responsabilidad moral, las empresas deben demostrar su mejora continua respecto de la creación de riqueza pública, midiéndola y dando cuenta de ella. La creciente difusión de la Environmental, Social and Corporate Governance (ESG), que conlleva prácticas y medidas de verificación, alineación y rendiciones de cuenta cada vez más profundas a nivel de cada empresa, se está convirtiendo en una herramienta – junto a otras, como la Global Reporting Initiative (GRI) – para promover la transparencia empresarial en la gestión de la producción y de las cadenas de abastecimiento. En lo que concierne a las pequeñas y medianas empresas, ya son más de 4.000 en todo el mundo las que han utilizado el protocolo B Impact Assessment para convertirse en Certified B Corporations, o B Corps. Estas empresas deben cumplir rigurosos estándares, que les exigen considerar el impacto de sus decisiones en sus empleados, sus clientes, sus proveedores, la comunidad y el medioambiente.

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Cuando se concede prioridad al bien común, resulta evidente que la predominante sociedad de consumidores es incompatible con una concepción realista de la capacidad que tiene la Tierra para proveer las materias primas suficientes para satisfacer tal consumo y absorber los residuos, en especial las emisiones de gases de efecto invernadero. Una nueva estructura económica debe ampliar los horizontes imaginados de los productores de bienes y servicios y de sus funciones conectadas al marketing, además de los consumidores.

Es importante destacar que, cualquiera sea la nueva estructura, esta debe prever y permitir la inclusión de las necesidades de las personas que no tienen acceso a la sociedad de consumo, así como también las de los ciudadanos futuros. El nuevo paradigma económico debe estar en condiciones de inspirar esperanza social y estimular la innovación empresarial.

Hacer negocios para el bien común requiere un cambio de paradigma: pasar del consumo (y de sus mecanismos de marketing) al cumplimiento, definido como «el acto de hacer algo completo o perfecto» (Oxford Shorter Dictionary). El marketing que se inspira en la realización tiene el potencial de renovar su papel de fuerza positiva, creativa, respetada e influyente en la empresa y de acceder a un nuevo paradigma económico orientado a la «sociedad del cumplimiento». Puede liderar la transición hacia un nivel más elevado de excelencia en las cadenas globales de valores, reorientando tanto las necesidades, los deseos y las expectativas de las personas, como los procesos, los productos y los servicios que las satisfacen.

Dar prioridad al bien común significa reconocer que las empresas son moralmente responsables de actuar con justicia, apoyando sistemas que promueven la equidad y la solidaridad. La sabiduría tradicional nos enseña que el bien supremo de todas las personas y comunidades consiste en alcanzar la eudaimonia (la felicidad, entendida como cumplimiento pleno de las potencialidades humanas). Para evitar perseguir la riqueza y las ganancias de manera poco ética, el emprendedor confuciano se atiene a los valores y principios confucianos, que lo llevan a cultivar la cultura y le enseñan cómo aportar el bien a la sociedad. Mira a las personas, combina el espíritu del erudito con los talentos del comerciante. La «economía de comunión» del Movimiento de los Focolares, por ejemplo, nos muestra cómo las empresas pueden promover la equidad y la solidaridad en la producción de bienes y servicios necesarios para el desarrollo humano.

Las ganancias son necesarias para la rentabilidad y el crecimiento de las empresas, pero una parte de estas debiera utilizarse para invertir en el desarrollo social. Para reorientar la governance y la responsabilidad hacia este objetivo, algunas sociedades establecen límites en sus estatutos a la distribución de ganancias. La Social Enterprise Mark, que hoy distingue a empresas de 10 países diferentes, confirma que estas tienen una distribución de las utilidades limitada al 49%, mientras que el resto se invierte en actividades de la organización con objetivos sociales. También para obtener el sello de B Corp se exige a las sociedades acreditadas que el Directorio se comprometa, en los procesos de toma de decisiones, a equilibrar los intereses de todas las partes involucradas.

La responsabilidad empresarial integra, pero no sustituye, la responsabilidad individual de los dirigentes. Los ejecutivos de las organizaciones deberían garantizar que las políticas otorguen lineamientos a los empleados y proveedores sobre el respeto de los derechos humanos, de la justicia social y del cuidado de los ecosistemas. Los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre Empresas y Derechos Humanos (PRNU, 2011), que mencionan 30 derechos humanos reconocidos a nivel internacional, pueden ser considerados los requisitos éticos mínimos de la ética empresarial y económica en el mundo global y plural. En sus principios de rendimiento de cuentas, el Marco de información PRNU propone dos tipos de lineamientos: los que dirigidos a las empresas que deben aplicarlos, y los que deben ser garantizados por los auditores internos y los certificadores externos.

Con el objetivo de que los empresarios estén preparados para ejercer estas responsabilidades, es igualmente importante que desde la educación superior se les enseñe ética aplicada. Hay que animar a las futuras generaciones a identificar y analizar las disfunciones sociales para reconocer la necesidad urgente de un nuevo paradigma en el que todos los agentes sociales puedan perseguir una sociedad más justa, basada en el principio de la dignidad de cada persona. A su vez, este es el fundamento sobre el que se construyen las culturas centradas en la solidaridad, el respeto mutuo, la iniciativa emprendedora y la subsidiariedad.

También debemos mejorar nuestras instituciones educativas, que pueden ser decisivas para realizar el cambio de paradigma. Para abordar estos cambios se trazan tres vías:

1.La vía humanista: las diversas tradiciones de sabiduría religiosa y secular conducen a la definición de valores, pero al mismo tiempo tienen siempre la tendencia a desmoronarse. Una vía alternativa y convincente podría promover la conexión entre una exploración científica de las tradiciones sapienciales y casos de estudio que demuestren las complejas implicancias en todos los niveles de las instituciones educativas. A menudo esta formación llega demasiado tarde y no se integra en el plan de estudios. No debe asombrarnos que conocimientos de este tipo sean juzgados como competencias marginales, inútiles e irrelevantes en el mercado. Para quienes están animados por un cinismo esencial, la vía humanista corre el riesgo de ser una máscara de hipocresía. Sin embargo, es fundamental que esta vía siga explorando modos innovadores para demostrar la necesidad de una educación de los valores.

2.La vía económica: los códigos deontológicos profesionales y los principios éticos deberían centrarse en los programas de inversión que destacan las responsabilidades sociales, gubernamentales y medioambientales. También se debería imponer límites legítimos a los exorbitantes sueldos de los ejecutivos, en base al derecho que tienen los accionistas a establecerlos en el Directorio; se debería imponer, además, una tasa progresiva de impuesto a los ricos. Un elemento clave son las referencias a las tradiciones de sabiduría, para las que el objetivo de la economía consiste en aportar beneficio a toda la sociedad, sobre todo a los menos favorecidos. Debe construirse un nuevo enfoque para la enseñanza empresarial y financiera a partir de un análisis social capaz de evaluar plenamente las consecuencias de las decisiones individuales e institucionales, así como animar a profesionales, estudiantes y docentes a realizar su trabajo en terreno en contextos pobres, para que comprendan mejor cuáles son los factores decisivos para mejorar una situación concreta.

3.La vía jurídica: debería existir un sistema de monitoreo, a cargo de las redes jurídicas profesionales, sobre la implementación de las leyes y de las reformas; estas redes deberían además formar profesionales que se comprometan a crear puestos de trabajo y a ayudar a quienes hayan quedado en el camino. Las leyes deberían formularse de modo que sea especialmente oneroso defraudar un plan de pensiones, a través de cláusulas de triple indemnización y de condenas penales obligatorias según estándares rigurosos. A los comportamientos corruptos debería reservarse las penas más duras y, en varios sentidos, humillantes. Sin embargo, el objetivo principal de la vía jurídica no es tanto insistir en la implementación de reformas normativas como desarrollar los principios que se encuentran en la base del marco jurídico y sus incentivos.

Un cambio posible

No es posible elevar al primer lugar el bien común si no se va más allá del interés individual, si no se realiza una conversión espiritual que nos abra al bien de los demás. Debe alentarse a los actores económicos a redescubrir y difundir algunos sabios recursos espirituales, como la virtud de la empatía, del altruismo, del respeto por la naturaleza y por las generaciones futuras.

Las tres plataformas para el cambio económico global descritas anteriormente parten del supuesto de que es efectivamente posible cambiar nuestros actuales paradigmas económicos y tecnológicos. En Laudato si’, el papa Francisco traza un camino de conversión individual y comunitaria. Un paso importante para cambiar el paradigma económico consiste en definir las etapas a través de las cuáles se pasa de la transformación individual del corazón al cambio de las comunidades y sus estructuras: «Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas».

Otro aspecto ineludible es el cambio de corazón (metanoia). Este ocurre a nivel individual, pero luego debe fluir hacia la comunidad y las instituciones. No se construyen comunidades, tradiciones e instituciones sin negociaciones profundas y comprometidas. Hoy, mientras entramos en lo que ha sido definido como «la década decisiva para evitar el riesgo de un cambio climático catastrófico», estamos llamados a acelerar el paso y a reducir al mínimo los costos para los más desfavorecidos.

No existe un nuevo paradigma que sea una panacea inmediata: el cambio vendrá de la interacción de una compleja red de movimientos. Como nos recordó el papa Francisco: «El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (LS 13).

  1. Cfr F. de la Iglesia, «A dieci anni dal crollo di “Lehman Brothers”», en Civ. Catt. 2018 IV 471-485.
  2. Este principio ya estaba presente en la ética social católica medieval, a través del respeto a la autoridad estatal, real y de la independencia de la entidad local, que se gobernaba a su modo.
  3. El problema del free riding tiene lugar cuando un individuo se beneficia de recursos, bienes, información, sin contribuir al pago de estos, de los que se hace cargo la comunidad.
Stephan Rothlin
Es un sacerdote jesuita. Lleva 30 años dedicado a cuestiones de ética aplicada. Desde 1998, vive y trabaja en Pekín y Hong Kong, donde ha fundado, junto con otros colegas, asociaciones para promover la ética empresarial. En 2013, fundó su propia empresa de consultoría Rothlin Ltd. en Hong Kong y Pekín para investigar y seguir comunicando la ética empresarial en la región asiática.

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