SOCIOLOGÍA

El Papa Francisco, las vacunas y la salud global

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Mientras vivimos las trágicas consecuencias de la pandemia causada por el Covid-19, resulta útil reflexionar sobre el actual proceso de vacunación y, en especial, sobre el aporte innovador de las enseñanzas y las obras del papa Francisco en este sentido. Michael Rozier, jesuita y profesor de gestión y política sanitaria, ha reflexionado sobre la importancia del compromiso sanitario y ha identificado tres áreas sinérgicas: la práctica sanitaria tradicional, la salud pública y la salud global[1]. A continuación seguiremos este enfoque tripartito.

La práctica sanitaria tradicional

A lo largo de la historia cristiana, empezando por Jesús, el acompañamiento de los enfermos y su cuidado han sido parte integrante de la vida de fe, tanto a nivel personal como eclesial. Creyentes individuales, cofradías, congregaciones e innumerables religiosas y religiosos pueblan la historia cristiana y la enriquecen con su generosidad puesta al servicio de los enfermos y necesitados. En todos los continentes, y de diversas maneras, el cristianismo he permitido y fomentado la creación de hospicios, hospitales y clínicas, es decir, de estructuras e instituciones al servicio de la práctica sanitaria. De esta forma, a lo largo de los siglos, la relación entre los profesionales de la salud (médicos, enfermeros, técnicos sanitarios y administradores) y los ciudadanos, ha marcado y guiado el compromiso cristiano en la promoción de la salud.

La salud pública

Sin embargo, si consideramos otras áreas de la salud, observaremos que es más difícil identificar y reconocer ejemplos que indiquen cómo nos hemos comprometido para fomentar otros aspectos esenciales y no menos importantes de la promoción de la salud: la prevención, la higiene y la salud pública – a nivel local, regional y estatal –, y la salud global[2]. Promover cada uno de estos aspectos adicionales trae beneficios significativos para la salud individual y colectiva.

Prevenir el surgimiento de enfermedades es una ventaja para el bienestar individual, de las familias y de toda la sociedad: es lo que ocurre, por ejemplo, con los procesos de vacunación y los chequeos periódicos del estado de salud (desde mamografías a exámenes del peso, pasando por controles de crecimiento en niños y adolescentes, exámenes de azúcar y lípidos en la sangre y el monitoreo de la presión arterial).

En la vida social, la promoción de la salud pública mejora la calidad de vida en los entornos laborales, al exigir el cumplimiento de las normas que protegen las condiciones de los trabajadores, así como en los entornos educativos y la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, gracias a las normas que buscan proteger la salud pública, el que viaja puede contar con un airbag en su automóvil, usa un cinturón de seguridad y, en el caso de los motociclistas, un casco protector: intervenciones, estas, que permiten reducir las consecuencias de traumas en caso de accidentes. El control regular de la calidad y frescura del alimento vendido y consumido, la potabilización e ionización del agua, el control de las partículas finas en suspensión y la calidad del aire que respiramos, los estándares exigidos en el caso de las emisiones de los automóviles, la prohibición de fumar en lugares públicos y las campañas para limitar esta actividad, así como el control de los productos químicos utilizados a nivel industrial, agrícola y en el hogar, son solo algunos ejemplos que indican la importancia que tiene la promoción de la salud pública y las positivas consecuencias que tiene en la práctica sanitaria tradicional, con beneficios para los ciudadanos, los profesionales sanitarios y las instituciones (hospitales y clínicas). En este sentido, cabe preguntarse si la tradición católica se ha comprometido lo suficiente en la promoción de la salud pública y, en caso de una respuesta incierta o negativa, qué se debe hacer para alcanzar un compromiso adicional.

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Reconocer la importancia de la salud pública y comprometerse a fomentarla tiene un impacto positivo para los individuos, para el sistema de salud y para la sociedad en su conjunto[3]. Reflexionar sobre la salud implica considerar las injusticias y desigualdades y comprometerse con una mayor justicia social, a partir de formas de solidaridad concretas, como nos enseña y recuerda la doctrina social de la Iglesia[4].

La salud global

Junto a la práctica sanitaria tradicional y a la salud pública, la salud global es el tercer enfoque que permite integrar y expandir nuestro compromiso. La pandemia provocada por el Covid-19 ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de la humanidad y la necesidad de hacer mayores esfuerzos para proteger a los ciudadanos. La salud global depende de un conjunto de factores sociales y políticos que influyen en la calidad de vida de los individuos y de la comunidad. Es decir, la manera en que vivimos, en que construimos nuestras ciudades, la forma en que educamos y trabajamos, cómo cultivamos la tierra y preparamos el alimento, cómo monitoreamos el brote de enfermedades infecciosas y cómo enfrentamos las enfermedades no infecciones que siguen expandiéndose en el mundo (por ejemplo, los múltiples tipos de cáncer), cómo reducimos y eliminamos el hambre y la sed en el mundo, la forma en que protegemos a los más vulnerables de las consecuencias devastadoras de los cambios climáticos del planeta, todos estos factores apuntan a la urgencia y la complejidad de los esfuerzos dirigidos a promover la salud global en la Tierra. La salud es un bien frágil, limitado y compartido. Preocuparse de la salud propia y de la de los demás – de mi vecino y también de quienes viven en otros países y continentes, así como de la salud de todo el planeta con sus bellos árboles, ríos, montañas, océanos y atmósfera – es una necesidad urgente que exige compromisos claros a nivel sistémico y estructural.

Práctica sanitaria, salud pública y salud global: no existe un conflicto entre estos tres enfoques; cada uno está orientado al bien de la salud individual, de las naciones, de la humanidad y del planeta. Con su voz profética y sus acciones centradas y humildes, el papa Francisco está mostrando que es posible estar al servicio de la salud de las personas, de las poblaciones, de la humanidad en su conjunto y del planeta[5].

El papa Francisco y la vacunación contra el Covid-19

Desde el inicio de la pandemia el Papa reconoció la necesidad de dar respuestas integradas y globales para hacer frente a lo que estaba viviendo la humanidad. En múltiples instancias, en ambientes eclesiásticos y políticos, en contextos nacionales e internacionales, pidió que se reconociera la dimensión global de la pandemia, y, fiel a su experiencia bíblica, evangélica y del magisterio católico, llamó a velar de manera especial por los más pobres, por quienes tienen menos recursos sociales, políticos, financieros y sanitarios. Francisco reafirmó y apoyó el compromiso generoso y heroico de tantos profesionales sanitarios al servicio de sus pacientes en las múltiples estructuras sanitarias presentes en varios continentes. Al mismo tiempo, se mostró atento a la salud de la población y a la complejidad de hacer progresar la salud global.

El Papa pidió que se apoyara y facilitara la investigación de una vacuna para obtener vacunas eficaces, mientras se controlaba la difusión de la infección con las medidas de salud pública necesarias (higiene, mascarillas de protección, distanciamiento social, cuarentena para personas infectadas, reducción focalizada de la libertad de circulación y de las diversas actividades sociales: educativas, laborales y recreativas). Además de solicitar el acceso y la disponibilidad de los tests de diagnóstico para todos, Francisco no ha cesado de pedir que las vacunas, una vez que hubieran pasado los controles científicos necesarios sobre su eficacia y seguridad, estuvieran disponibles para todos, en todas partes, sin que hubiera requisitos de patentes y, una vez más, con una opción preferencial para las personas pobres y necesitadas[6].

Para promover la vacunación a nivel global, mostrando así su compromiso con la salud de toda la humanidad, el Papa apeló al elemento característico de la vida cristiana: el amor. Para Francisco, «vacunarse, con vacunas autorizadas por las autoridades competentes, es un acto de amor. Y ayudar a que la mayoría de la gente lo haga, es un acto de amor. Amor a uno mismo, amor a los familiares y amigos, amor a todos los pueblos. […] Vacunarse es un modo sencillo pero profundo de promover el bien común y de cuidarnos unos a otros, especialmente a los más vulnerables»[7].

El amor es siempre inclusivo y comprensivo, como nos lo recuerda el mandamiento evangélico[8]. La vacunación es un acto de amor hacia uno mismo y a los demás, que beneficia especialmente a los más débiles, cuya salud es más frágil debido a enfermedades o condiciones prexistentes, o por edad y actividad profesional. Además, todo acto de amor depende del amor de Dios, dado gratuitamente, por siempre y sin condiciones, a todos y en todas partes. Finalmente, cada acto de amor nos vuelve capaces de amar, de concretar el amor de Dios aquí y ahora, en nuestra vida diaria y en lo ordinario. Desde el inicio de su pontificado, Francisco nos exhorta continuamente a vivir nuestra realidad de discípulos, iluminados, inspirados, alimentados y fortalecidos por el amor de Dios, que experimentamos de muchas maneras en Jesús, en la Iglesia y en el mundo, gracias al Espíritu Santo y a sus múltiples dones.

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De esa manera, el Papa ha animado e inspirado a científicos, operadores sanitarios, líderes, organizaciones nacionales e internacionales y a personas de buena voluntad que en todo el mundo instan a los ciudadanos a vacunarse y trabajan para que sea posible hacerlo en cualquier parte. La vacunación global está avanzando a distinto ritmo: en el Norte del mundo de manera más expedita, en el Sur de forma más lenta. Las causas de esta diferencia son muchas, e incluyen la disponibilidad de vacunas, las estrategias de distribución, la presencia y eficacia de la estructura de salud, los procesos de información, involucrando a las comunidades locales, como también a las autoridades que de manera responsable se ponen al servicio de los ciudadanos, las comunidades eclesiales y los diversos credos religiosos presentes en el territorio.

Al abordar la cuestión de la vacunación mundial, el Santo Padre pidió que la difusión global fuera respetuosa y tuviera lugar en el contexto del crecimiento de una cultura sanitaria local: «el saber se comparte, la competencia se intercambia, la ciencia se pone en común. La ciencia, no sólo los productos de la ciencia que, si se ofrecen solos, siguen siendo tiritas capaces de taponar el mal pero no de curarlo en profundidad. Esto se aplica a las vacunas, por ejemplo: es urgente ayudar a los países que tienen menos, pero hay que hacerlo con planes de largo alcance, no sólo motivados por la prisa de las naciones ricas por ser más seguras. Los medicamentos deben distribuirse con dignidad, no como limosnas piadosas. Para hacer un bien real, necesitamos promover la ciencia y su aplicación integral: entender los contextos, enraizar los tratamientos, fomentar la cultura sanitaria»[9].

Es indudable que la confianza en la investigación científica y en las prácticas de la medicina en general, y en particular en las de la vacuna, sigue desempeñando un papel muy importante, que influye tanto en los individuos como en la comunidad. Es comprensible que quienes se hayan visto afectados en el pasado por proyectos de investigación científica o prácticas sanitarias – por ejemplo, en el caso de las minorías étnicas, raciales, culturales, religiosas y lingüísticas – esté muy atento y examine de manera crítica lo que se le propone, incluso en el caso de la vacunación contra el Covid-19. Sin embargo, de formas que siguen sorprendiendo e incluso escandalizando, existe hoy una resistencia a nivel mundial, a veces agresiva y violenta, contra las vacunas ahora disponibles, y a la posibilidad de vacunarse y, por tanto, de protegerse contra la infección causada por el Covid-19 y, en caso de contraer la infección, de tener síntomas reducidos[10].

Las reiteradas intervenciones del Papa, así como de autorizadas voces eclesiásticas, sociales, culturales, políticas y científicas, no parecen suficientes para favorecer una recepción positiva de las vacunas disponibles, ni para fomentar una reflexión crítica acerca de las tomas de posición. Con demasiada frecuencia, campañas de desinformación y de informaciones falsas seducen y hacen creer que estamos viviendo una conspiración global, en la que el Covid-19 no existe y las vacunas introducen chips de computadoras en nuestro cuerpo. No son pocas las familias en las que algunos miembros están vacunados y otros no tienen ninguna intención de hacerlo, aduciendo diversos motivos, creando divisiones y separaciones, y entorpeciendo el diálogo y la reflexión crítica. En situaciones como esta, la salud, y lo que puede protegerla, parece convertirse en un bien personal, subjetivo e individual, que se ve amenazado por aquello que busca promover la salud global. Pareciera que el individuo pudiera cuidar de su salud – y solo de la suya – de manera autónoma e independiente, a su antojo, como si su salud no dependiera de la salud del resto y de la de todo el planeta.

Además, la búsqueda de la verdad, las decisiones prudentes y sabias, las reflexiones autocríticas y los exámenes atentos de la información ya no parecen ser valores compartidos. Lamentablemente, se observa que quienes buscan vivir esos valores son atacados verbalmente en las redes sociales y hasta físicamente en espacios públicos. Por último, en muchos casos se politiza la salud. Así, la protección y la promoción de la salud individual, de la población, de los más vulnerables y de la humanidad en su conjunto, se reduce a una elección de lógicas partidistas, que confunde el ámbito sanitario con enfoques propuestos por partidos o grupos de presión motivados ideológicamente.

La salud global como bien común

En el ámbito eclesial, el llamado a producir y hacer que estén disponibles vacunas capaces de estimular las defensas inmunológicas de los ciudadanos para alcanzar la inmunidad a nivel mundial, no significa superficialidad o falta de atención acerca de los posibles problemas éticos asociados a la producción de las vacunas. Con claridad y competencia, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha reafirmado muchas veces, a propósito de la producción y suministro de las vacunas, el enfoque teológico-moral elaborado anteriormente. En particular, ayudó a reflexionar sobre el modo en que algunas vacunas fueron testeadas en laboratorios, con el fin de tranquilizar a los escrupulosos, los dudosos y los escépticos en la Iglesia Católica y en el contexto social[11]. Lamentablemente, a nivel global, esto no fue suficiente.

En el actual contexto social, cultural, político y eclesial, es necesario reflexionar acerca de los posibles caminos para promover la salud global, restableciendo un diálogo serio, respetuoso, informado y civil. Evidentemente, un diálogo auténtico implica una escucha generosa, compartida y benévola, que permita buscar juntos la verdad de manera rigurosa y exigente, examinando lo que se considera la propia verdad. El Evangelio, al recordarnos que la verdad es una persona, Jesucristo, nos hace ver que nadie puede controlarla ni poseerla[12]. Para el Evangelio, el único acceso a la verdad es relacional, interactuando con Jesús, viviendo una dinámica del encuentro, del descubrimiento y de conversión en nuestra realidad encarnada.

La doctrina social de la Iglesia afirma la importancia de dialogar y de favorecer, a partir de este, el compromiso de toda persona de buena voluntad para poder realizar el bien común de manera inclusiva y con una preferencia por los más débiles, frágiles, pobres y vulnerables[13]. Además, para Francisco, «el bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. […] Finalmente, el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda la sociedad – y en ella, de manera especial el Estado – tiene la obligación de defender y promover el bien común» (LS 157).

La salud global es un ejemplo emblemático del «bien común universal»[14], para la humanidad y para el planeta[15]. Siguiendo el ejemplo del Papa y de su «preocupación por un desarrollo humano integral» (FT 276), muchos intentan permanecer en una actitud de escucha acogedora hacia quienes no reconocen las vacunas contra el Covid-19 como un medio – limitado, como todo medio – para proteger y promover juntos la salud como bien común de la humanidad. Esperamos que sea posible buscar juntos y promover todo lo que está al servicio del bien de cada uno y de todos.

La ciencia al servicio de la salud global

El compromiso de Francisco con la salud global invita a reflexionar, a partir de la pandemia causada por el Covid-19, sobre el valor y el papel que tiene la ciencia, indicando cuándo y cómo puede estar al servicio del bien común. Al respecto, es posible observar en el magisterio reciente otra situación en la que un pontífice reflexionó sobre el progreso científico al servicio de la humanidad y de la salud global, y que calificó de acto de amor. El 29 de agosto de 2000, el papa Juan Pablo II, dirigiéndose a los participantes del 18º Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes, afirmó: «toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: “la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona”. Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor. No se trata de donar simplemente algo que nos pertenece, sino de donar algo de nosotros mismos»[16].

En el mismo discurso, Juan Pablo II muestra, además, que es posible recibir con prudencia aportes específicos de la ciencia en situaciones que no se contrapongan a una visión antropológica que respeta la dignidad humana. Al considerar la evaluación que ofrece la neurología sobre «la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico) […], signo de que se ha perdido la capacidad de integración del organismo individual como tal»[17], Juan Pablo II precisa que «frente a los actuales parámetros de certificación de la muerte – sea los signos “encefálicos” sea los más tradicionales signos cardio-respiratorios –, la Iglesia no hace opciones científicas. Se limita a cumplir su deber evangélico de confrontar los datos que brinda la ciencia médica con la concepción cristiana de la unidad de la persona, poniendo de relieve las semejanzas y los posibles conflictos, que podrían poner en peligro el respeto a la dignidad humana. Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el reciente criterio de certificación de la muerte antes mencionado, es decir, la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral, si se aplica escrupulosamente, no parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica»[18].

Podemos agregar que en la actual pandemia, a la luz de la situación social global, el papa Francisco manifiesta, además de sus criterios antropológicos, una aproximación acogedora y constructiva frente a la ciencia, recurriendo a la riqueza de la doctrina social de la Iglesia. Así, nos muestra que el aporte de la investigación científica en el ámbito sanitario – que ha permitido desarrollar vacunas seguras y eficaces, con efectos indeseados mínimos e identificables, probadas clínicamente de manera amplia y rigurosa – puede estar al servicio de la salud como bien común y global. De esta forma, el Papa articula una perspectiva moral que, además de ser antropológica, también es social, y se pone al servicio del bien común de toda la humanidad. En consecuencia, tanto los criterios antropológicos como aquellos inspirados por la moral social católica, muestran modos fecundos y éticamente significativos para discernir y para actuar al servicio de la humanidad, tanto en la práctica sanitaria como en el área de la salud pública y global.

  1. Cfr M. Rozier, «Religion and Public Health: Moral Tradition as Both Problem and Solution», en Journal of Religion and Health 56 (2017/3) 1052-1063; Id., «When Populations Become the Patient», en Health Progress 98 (2017/1) 5-8; Id., «Collective Action on Determinants of Health: A Catholic Contribution», en Health Progress 100 (2019/5) 5-8; Id., «A Catholic Contribution to Global Public Health», en Annals of Global Health 86 (2020/1) 1-5; Id., «Global Public Health and Catholic Insights: Collaboration on Enduring Challenges», en P. J. Landrigan – A. Vicini (edd.), Ethical Challenges in Global Public Health: Climate Change, Pollution, and the Health of the Poor, Eugene, OR, Wipf & Stock, 2021, 63-74.

  2. Cfr M. Rozier, «A Catholic Contribution to Global Public Health», cit.

  3. Un ejemplo concreto nos puede ayudar. En Estados Unidos, uno de los hospitales de Boston – el Boston Medical Center, con sus 514 camas – es un hospital safety net, y su misión consiste en dar asistencia sanitaria a las personas independientemente de si cuentan con aseguración y de su capacidad de pago. De esa manera, esta estructura sanitaria ayuda a todos los ciudadanos, sobre todo a los más necesitados. Al reflexionar sobre los servicios ofrecidos a los pacientes, el personal sanitario se dio cuenta de que la mayor parte de los costos del hospital eran los servicios ligados a la medicina de emergencia. En particular, las personas y familias sin domicilio fijo recurrían reiteradamente a Urgencias para las curas necesarias. Se dedujo que la falta de un alojamiento estable aumentaba el riesgo de problemas de salud y pesaba sobre todo el sistema sanitario. Mediante financiamientos focalizados y socios locales, el Boston Medical Center se propuso reducir la inestabilidad habitacional y el número de quienes no tenían domicilio fijo. En 2017, el hospital invirtió 6,5 millones de dólares en proyectos habitacionales, creando alojamientos para personas y familias necesitadas. De esa forma consiguió promover el bienestar y la salud de un número importante de personas y familias en dificultad, favoreciendo el compromiso laboral y escolar, reduciendo así el número de visitas al área de Urgencias de estos ciudadanos. Cfr www.bmc.org/mission/social-determinants-health/housing-security

  4. «En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres» (Francisco, Laudato si’ [LS], n. 158).

  5. Para reflexionar sobre el pensamiento del papa Francisco respect a la práctica sanitaria, cfr T. A. Salzman – M. G. Lawler, Pope Francis and the Transformation of Health Care Ethics, Washington, DC, Georgetown University Press, 2021; C. Kaveny, «Pope Francis and Catholic Healthcare Ethics», en Theological Studies 80 (2019/1) 186-201.

  6. Cfr Francisco, Audiencia general, 19 de agosto de 2020; Id., Discurso a los miembros de la fundación «Banco farmacéutico», 10 de septiembre de 2020; Id., Mensaje del Santo Padre Francisco a los participantes en la Asamblea Plenaria De La Pontificia Academia de las Ciencias, 7 de octubre de 2020; Id., Mensaje para la 54ª Jornada Mundial de la Paz 2021, n. 1; Id., Mensaje «Urbi et Orbi», Pascua 2021; Id., Videomensaje con ocasión de la 75ª Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2020. Es posible consultar todos estos documentos en: www.vatican.va

  7. Id., Videomensaje del Santo Padre Francisco a las poblaciones del continente americano sobre la campaña de vacunación contra el Covid-19, 18 de agosto de 2021.

  8. Cfr Mt 22,37-40.

  9. Udienza ai Membri della Biomedical University Foundatione dell’Università Campus Bio-Medico di Roma, 18 de octubre de 2021.

  10. Cfr C. Fino, «Les vaccins: questions éthiques», en Revue d’éthique et de théologie morale 311 (2021/3) 61-71.

  11. Cfr Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19 (2020), en https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_nota-vaccini-anticovid_sp.html Cfr también Commissione Vaticana Covid-19 – Pontifi­cia Accademia per la Vita, Vacuna para todos. 20 puntos para un mundo más justo y sano (2020), en https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2020/12/29/0697/01628.html#notaesp; C. Casalone, «Vaccini: come decidere responsabilmente?», en Civ. Catt. 2021 I 313-326. Para los documentos precedentes, cfr Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción «Dignitas Personae»: sobre algunas cuestiones de bioética (2008), nn. 34-35, en https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_dignitas-personae_sp.html; Pontificia Accademia per la Vita, Nota circa l’uso dei vaccini (2017), en https://www.academyforlife.va/content/pav/it/the-academy/activity-academy/note-vaccini.html

  12. Cfr Jn 14,6: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

  13. «La interdependencia, cada vez más estrecha, y su progresiva universalización hacen que el bien común – esto es, el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección – se universalice cada vez más, e implique por ello derechos y obligaciones que miran a todo el género humano» (Gaudium et spes, n. 26). Cfr también D. Hollenbach, The Common Good and Christian Ethics, New York, Cambridge University Press, 2002.

  14. Juan XXIII, s., Mater et Magistra (1961), n. 57; Francisco, Fratelli tutti (FT) (2020), n. 260.

  15. El papa Francisco nos recuerda que también el clima es un bien común: cfr LS 23.

  16. Juan Pablo II, s., Discurso con ocasión del XVIII Congreso internacional de la sociedad de trasplantes, n. 3. Las cursivas son del texto original. Sobre la cita, cfr Id., Discurso a los participantes del Congreso sobre trasplantes de órganos (20 de junio de 1991), n. 3.

  17. Id., Discurso con ocasión del XVIII Congreso internacional de la sociedad de trasplantes, cit., n. 5. Las cursivas son del texto original.

  18. Ibid. Las cursivas son del texto original.

Andrea Vicini
Es un profesor de teología moral y bioética del Boston College, universidad en la cual obtuvo su doctorado. Es también doctor de la Universidad de Bolonia. Fue profesor Gasson en Boston College (2009-2010) y ha enseñado en Italia, Albania, México, Chad y Francia. Es conferenciante y miembro de asociaciones de teólogos morales y bioéticos (en Italia, Europa y Estados Unidos)

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