Biblia

De Simón el pescador

a Pedro el pescador de hombres

© Amit Uikey / unsplash

Simón Pedro es una figura clave en el Nuevo Testamento, presente en muchas etapas del establecimiento del canon. Aunque es muy probable que no escribiera nada en vida, muchos otros cristianos escribieron sobre él. ¿Cómo llegó este pescador de Galilea a morir como mártir al final de su vida en la capital del Imperio Romano? Intentemos repasar algunos episodios clave de su trayectoria.

Simón de Galilea, pescador «empresario»

Es importante situar a Simón en su entorno de Galilea. Aquí es donde empieza todo. ¿Qué imagen tenemos de Cafarnaúm? Por mi parte, me había quedado con una visión bastante romántica de esta ciudad, que veía como un pequeño pueblo junto al mar. Esta visión estaba marcada por lo que se escribió sobre las excavaciones franciscanas en Cafarnaúm. Desde el puerto se había excavado la zona de viviendas: la casa de Pedro, la sinagoga a poca distancia. Pero las excavaciones realizadas en el puerto de Magdala y en Sussita/Hippos, así como los recientes estudios sobre el lago, indican que la aldea de Cafarnaúm debía incluir, hacia el este, una zona que se podría calificar, de forma un tanto anacrónica, como industrial[1]. Cafarnaúm se encontraba en el centro de una zona pesquera que exportaba pescado en un área de varias decenas de kilómetros y aseguraba su conservación según las dos principales técnicas de la época: la salazón y el secado. Además, en 1986 se encontró una embarcación del siglo I perfectamente conservada, en la que se hallaron 10 tipos diferentes de madera. Lo que está cada vez más claro, y también lo confirma la batalla naval de Vespasiano en el año 69[2], es que esta zona era un área de intensa actividad comercial, con una gran flota, y que los pescadores «empresarios» procesaban y exportaban pescado. En resumen, Cafarnaúm no era una gran metrópolis como Cesarea o Séforis, pero tampoco era una aldea pequeña y pobre[3].

Por lo tanto, los primeros apóstoles eran personas del mundo artesanal semi-industrial, no de las categorías más modestas de la población de la época. Jesús no eligió a los apóstoles entre trabajadores analfabetos. Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que viven en este contexto, son artesanos, hombres que obviamente no forman parte del círculo de Herodes, pero que son personas de responsabilidad, pequeños empresarios, artesanos. Su condición corresponde a un estatus social en el pueblo y a un estatus religioso en la sinagoga. Son personas relativamente educadas, que tienen una buena cultura religiosa.

Volvamos al lago. A este respecto, el libro de Sandro Veronesi, Non dirlo. Vangelo di Marco[4], es interesante. Es el texto de una conferencia, una especie de relectura del Evangelio de Marcos, al que llama boat book. El autor señala que Jesús viene de Nazaret, una ciudad desde la que no se ve el lago: se puede hablar entonces del campo, con colinas y olivos. Y, en efecto, las parábolas de Jesús se refieren en su mayoría al campo, no a la ciudad ni al medio marítimo. Pablo, en cambio, es un hombre de la gran ciudad, y sus metáforas están sacadas en su mayoría del entorno urbano. Pero Veronesi nos muestra que Jesús ama el lago, ama a los pescadores, y Cafarnaúm se convierte en su lugar favorito. Jesús cruza el lago, y prefiere utilizar la barca, incluso cuando podría ir a pie. Incluso cuando hace mal tiempo y el lago está agitado por los vientos, duerme tranquilamente en la barca.

A continuación se habla de los diferentes círculos de discípulos de Jesús. Y, a excepción de los cuatro primeros, de los demás discípulos no se sabe casi nada, salvo que uno de ellos, otro Simón, es apodado «el zelote», es decir, que pertenece a ese partido proclive a la acción violenta que Flavio Josefo llama la «cuarta filosofía». Parece que se pueden distinguir dos grupos entre los discípulos de Jesús: el formado por los tres discípulos (Pedro, Santiago y Juan) que iban a desempeñar un papel importante en la vida pública de Jesús, y el formado por los otros nueve[5]. El núcleo duro de los discípulos de Jesús son los pescadores. Se trata de hombres importantes, no de personas que ganen su estatus social gracias a Jesús.

Simón, un discípulo del Bautista

Otro elemento a destacar es que Jesús buscó a sus primeros discípulos en el círculo de Juan el Bautista. Un joven biblista francés escribió recientemente una tesis sobre el movimiento inaugurado por Jesús con el trasfondo de otras escuelas y grupos de la época. Es un estudio sobre la sociología de los judíos de los primeros siglos y el Evangelio de Mateo. El autor habla así de «escuelas», en el sentido helenístico. De hecho, en aquella época se hablaba a menudo de «sectas» (aireseis), sin que este término adquiriera el significado peyorativo que le otorgamos. En aquella época, el mundo judío era helenístico, y el propio mundo arameo estaba fuertemente helenizado. En este entorno había «escuelas», que eran lugares de enseñanza, pero también de aprendizaje de una determinada forma de vida. El estudioso afirma, de forma algo esquemática pero sugerente, que «la escuela de Jesús tiene sus raíces en la escuela del Bautista, está estructurada a la manera de la escuela farisea y tiene un modo de vida cercano al de la escuela esenia»[6]. Esta afirmación nos permite comprender mejor el movimiento inaugurado por Jesús.

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No se puede entender a Jesús sin Juan el Bautista: es un hecho fundamental. Y Jesús comparte este elemento con Simón, Santiago y Juan. El Bautista había reunido a sus discípulos en un movimiento, que siguió existiendo en el siglo I (cf. Hechos 18, en Éfeso) y fue de gran interés para Lucas y Juan. Pero la suya era principalmente una enseñanza moral y práctica. Jesús, en cambio, habla y enseña largamente, y a veces responde a preguntas sobre la ley, según la práctica de los fariseos.

¿Dónde enseña Jesús? Principalmente en tres lugares: la sinagoga; el espacio abierto o la calle; el hogar. Jesús frecuenta la casa de Simón, en Cafarnaúm; enseña en todas partes, así como reza en todas partes; y va a la sinagoga para el Shabat. Constituye su movimiento a la manera de los fariseos y, al mismo tiempo, le da elementos que también son característicos de los esenios. Sabemos por los documentos que la comunidad esenia de Qumrán estaba formada por un pequeño grupo de personas, que vivían en una especie de «monasterio» y tenían contacto con simpatizantes de los pueblos vecinos. Flavio Josefo informa de que practicaban la hospitalidad, compartían estrictamente los bienes y celebraban comidas comunitarias con una dimensión cultual. Algunos incluso se comprometían al celibato. Es un movimiento que, en estos puntos, se acerca al de Jesús. Sin embargo, esto no significa que Jesús haya pasado un tiempo en Qumrán.

Así pues, Jesús es iniciado en su actividad pública por el Bautista. Mira a su alrededor y pregunta: «¿Dónde actúa Dios?». La respuesta es: «Dios actúa aquí y ahora en Israel, a través del Bautista». En el Evangelio, después de la entrada de Jesús en Jerusalén, está el episodio en el que se le hace esta pregunta: «¿Con qué autoridad haces estas cosas?». Jesús responde con otra pregunta: «Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». A lo que respondieron: «“No sabemos”. Y él les respondió: “Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas”» (cf. Mc 11, 28-29). Lo cierto es que Jesús, hasta el final de su vida, se mantuvo fiel a Juan. Lo mismo puede decirse de Simón que, antes de iniciar su viaje espiritual con Jesús, ya estaba animado por el deseo de la venida de Dios con poder para salvar a Israel. Y este fue un elemento fundamental del movimiento de los bautistas para preparar la venida de Dios, aquí y ahora, en Israel. La «escuela» de Jesús deriva, pues, de la del Bautista, de la que también procedía Simón.

En el Evangelio de Juan también se dice que Jesús bautizaba (cf. Jn 4,1). Por eso permaneció en Judea más tiempo del que solemos pensar. Fue una elección literaria de Marcos estructurar su Evangelio como una subida de Jesús a Jerusalén, mientras que, según el Evangelio de Juan, fue allí varias veces para las fiestas. Hoy se cree que, históricamente, Juan tiene razón. Esto explica por qué Jesús pudo tener discípulos jerosolimitanos. Esto justifica, por ejemplo, la presencia de Cleofás, que vive no muy lejos de Jerusalén; o el papel de María, madre de Marcos, cuya casa está en Jerusalén (cf. Hch 12,12). Esto también es importante para la cuestión de «Juan el Presbítero»[7], que sería el antecesor de la tradición de Juan y del que todo indica que es de Jerusalén, conoce a la familia del sumo sacerdote, etc. Por tanto, además de Galilea, Jesús pudo tener discípulos en Betania y Jerusalén, y esta corriente jerosolimitana cobrará importancia tras su muerte y resurrección.

Simón se convierte en Pedro-Cefas

Simón es un hombre que ha recibido un nuevo nombre, vinculado a una misión. Es un nombre extraño, que debería sorprendernos. De hecho, «Cefas» no significa la piedra, sino la «roca», que es un nombre de Dios. La creación del nuevo Estado de Israel por Ben-Gurion en 1948 se proclamó en nombre de la «roca de Israel», como resultado de un compromiso con los judíos ortodoxos[8]: es una expresión metafórica que, para la religión judía, designa claramente a Dios.

¿Cómo se puede dar a un hombre un nombre que está reservado a Dios? Esto es sorprendente en dos sentidos. En primer lugar, en la religiosidad monoteísta no se le da a un hombre el nombre de Dios. Esto ni siquiera se hace en una perspectiva cristiana, si se tiene en cuenta quién es Jesús, la autoridad que posee y la radicalidad que exige en su seguimiento (un solo maestro, una sola enseñanza, una sola autoridad: cf. Mt 23,8-10). Mientras que en las escuelas de los rabinos hay muchos maestros y diversidad de ideas, en la escuela de Jesús sólo hay un maestro autorizado. Por lo tanto, él es la «roca». Por lo tanto, es sorprendente que se le dé este nombre a otra persona. Ha habido, y sigue habiendo, un animado debate sobre el significado de este nombre y la misión que implica. En primer lugar, hay que identificar la misión de Simón y verificar si es anterior o posterior a la Pascua. Con la gran mayoría de los exégetas actuales, creo que la elección de los Doce, así como la misión de Simón, no son acontecimientos posteriores a la Pascua retrotraídos al ministerio público, sino que se remontan al ministerio histórico de Jesús[9].

Jesús dio un nuevo nombre a Simón, y, aparentemente, lo hizo sólo para él. Es cierto que Santiago y Juan recibieron el apodo de Boanerges, «los hijos del trueno» (cf. Mc 3,17), pero esta expresión sólo se menciona una vez en los Evangelios y sin estar asociada a una misión. Lo cierto es que el cambio del nombre de Simón por el de Cefas se hace realidad y es reconocido en la Iglesia, incluso por Pablo. Por lo tanto, Simón tiene claramente su propia autoridad. Recibe un nuevo nombre arameo, lo que no excluye, por cierto, que Jesús, como la mayoría de los judíos cultos de la época, tuviera algún conocimiento del griego.

Simón pasará a la historia con este doble nombre: Simón Pedro. ¿Por qué Jesús lo llama así? En su acto subyace la convicción de que todos los hombres son «hijos de Dios», desde la creación[10]. A menudo se ve en Jesús sobre todo un profeta escatológico, un hombre orientado al final de los tiempos, a la llegada del Reino. Esto no está mal, pero al hacerlo a veces se olvida que gran parte de las parábolas de Jesús, sus principios éticos y sus exigencias religiosas provienen del hecho de que él cree en la teología de la creación. Jesús tiene una visión antropológica «optimista»: el hombre es capaz de imitar a Dios, ya que fue creado por Él. «Abba», «padre», todo el mundo puede pronunciar estas palabras.

Jesús se presenta como el «Hijo del Hombre», y este nombre es sorprendente. En Mateo 16 pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). ¿Qué significa «Hijo del Hombre»? Esta es una cuestión que sigue fascinando y dividiendo a los estudiosos. Plantea la cuestión de cómo concibió Jesús su misión. La concibió enlazando tres expresiones de la Escritura: Hijo del Hombre, siervo sufriente y Mesías[11]. Un vínculo, éste, que no era en absoluto evidente en las Escrituras.

¿Con qué operación hermenéutica, teológica-espiritual, pensó y elaboró Jesús esta idea del «Hijo del Hombre»? Básicamente afirma: «Se pueden dar a los hombres nombres que están reservados a Dios, porque él mismo lo dice: “Ustedes son dioses”» (cf. Jn 10,34). La expresión «Hijo del Hombre» puede designar a cualquier persona -cualquier ser humano- o, como en Daniel, a alguien a quien se le entregará el trono y que cabalgará sobre las nubes del cielo (cf. Dan 7,13-14). Si uno monta en las nubes del cielo, tiene un estatus casi divino. Así, «Hijo del Hombre» puede ser, por un lado, una persona ordinaria y, por otro, una persona que posee un estatus cuasi-divino.

A esta consideración hay que añadir otra: el estilo de Jesús es un «estilo de discreción». Habla en parábolas, lo que requiere una explicación, y uno nunca puede estar seguro de haber entendido correctamente. A diferencia de las afirmaciones categóricas de las autoridades legales o políticas, las afirmaciones de Jesús no se imponen, sino que dejan espacio para el discernimiento. Los reyes y los sumos sacerdotes hablan de forma inequívoca, y no con relatos parabólicos. La parábola es una palabra que se dirige del débil al fuerte, como en el caso de Natán dirigiéndose a David tras el asesinato de Urías (cf. 2 Sam 12,1-15). Jesús pide una adhesión espiritual, un reconocimiento libre. Invita a abrir los oídos, no a humillar el juicio.

El apologista inglés Clive Staples Lewis sostiene, en esencia, que el Mesías no es un hombre que se hace pasar por el Mesías, porque en ese caso habría que encerrarlo en un manicomio, sino que lo es realmente. En el Evangelio, Jesús dice: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen» (Mt 11,5). Ante estas palabras de Jesús, hay que tomar una decisión. En Cesarea de Filipo, Jesús les plantea la siguiente pregunta: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». No es que Jesús no sepa quién es, o que tenga dudas sobre su identidad, pero un «verdadero Mesías» es alguien que también es reconocido como tal por los demás, no alguien que simplemente dice serlo. Los apóstoles responden: «“Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. “Y ustedes”, les preguntó, “¿quién dicen que soy?”. Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre [por tanto, no se lo ha revelado su padre terrenal, que tal vez se llamaba Juan, porque este no es el padre que cuenta], sino mi Padre que está en el cielo [se lo ha revelado a través de Jonás, o sea, la paloma, o el Espíritu Santo]. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”» (Mt 16,13-18). Este episodio en el que Simón se hace portavoz de los Doce para expresar su fe en que Jesús es el Mesías constituirá claramente, junto con su visión personal del Resucitado (cf. Lc 24,34), el fundamento de su singular papel apostólico.

Simón pescador de hombres

«Yo los haré pescadores de hombres» (Mc 1,17), dice Jesús a los primeros llamados. Es una expresión interesante, pero también escandalosa, hasta el punto de que los Padres de la Iglesia evitaron citarla durante tres siglos, porque el pescador «engaña para matar»: «Fishing is, simply put, never good for the fish!»[12]. El pescador engaña con anzuelos, cebos y luego mata. Comparar la misión evangélica, la misión de dar vida, con el trabajo de un pescador fue durante mucho tiempo inaceptable para los cristianos. Mateo y Marcos utilizan esta expresión, y los analistas literarios actuales pueden decir: es una mise en abyme. En el momento en que Jesús, junto al lago, dice a Simón y Andrés: «los haré pescadores de hombres», enuncia exactamente lo que hace: no engaña, sino que dice la verdad; no mata, sino que salva. Esto supone una doble transformación del significado obvio de las palabras. Lo mismo ocurrirá después con Santiago y Juan, compañeros de Simón (cf. Mc 1,19-20).

Lucas retrocede ante la expresión, y podemos entender por qué. A Simón, Jesús le dice: «No temas [¡expresión divina por excelencia!]; a partir de ahora capturarás hombres vivos» (Lc 5,10). Lucas utiliza aquí el verbo zōgraō que, en 12 siglos de literatura, ha sido poco utilizado en griego. Este verbo, utilizado por Homero, se encuentra también en la traducción de la Septuaginta y significa, para un jefe guerrero, capturar prisioneros y dejarlos vivir. Podemos entender entonces el desconcierto del evangelista. Cuando una palabra de Jesús es tan sorprendente e impactante, es muy probable que haya sido pronunciada por él.

En la Biblia, la imagen del que captura a los hombres con una red se refiere a Satanás, como puede observarse tanto en Job como en los profetas. Los que usan el gancho lo hacen en nombre de los enemigos de Israel, lo hacen por Leviatán. Lucas cambió la expresión – «pescador de hombres» – pero trató de mantener el significado. Es una imagen chocante, paradójica, pero dice algo sobre Jesús, sobre su estilo. Es un hombre que atrae hacia sí sin engaños, sin hacer promesas, sin demagogia. ¿No le dice a Natanael que es un hombre sin doblez (cf. Jn 1,47)? Jesús pesca con su carisma, con la palabra de Dios que anuncia, pero sin echar las redes. Ese momento llegará, pero más tarde. ¿Qué significa entonces ser misionero? ¿Cómo se pescan los hombres? ¿Qué hay que hacer? ¿Hasta dónde se puede llegar?

Simón estará entonces presente en todo el Nuevo Testamento, se convertirá en un apóstol al estilo de Jesús, sin dejar de estar en contacto con los demás. Rechazará el exclusivismo. Por ejemplo, se hará a un lado en Jerusalén, dejando el puesto de liderazgo a Santiago. También pasará a un segundo plano en Hechos 15. Básicamente, el objetivo principal de los Hechos de los Apóstoles es mostrar que Pedro y Pablo libran la misma batalla, son inseparables. Así, hacia el año 95/100 d.C., Lucas sabe que no puede prescindir de Cefas. Simón Pedro es un hombre abierto al compromiso: esta es su cualidad fundamental, y es también la razón de su conflicto con Pablo.

Cefas, el hombre de la comunión

La cuestión fundamental para los cristianos del primer siglo es: ¿Quién puede tener el título de apóstol? ¿Quién tiene la legitimidad para ser considerado como tal? Es la cuestión institucional la que divide a los creyentes, al igual que lo hacen los rituales (reglas sobre la alimentación, la circuncisión, etc.). No se dividen sobre la Trinidad o el Espíritu Santo: se dividen sobre la liturgia, los rituales, y se oponen sobre cuestiones de primacía y autoridad.

Está claro que aquí se dan lógicas diferentes. Parece bastante lógico sostener que para ser apóstol era necesario haber asistido a la aparición de Jesús resucitado. Y en este sentido los Doce pueden reclamar para sí el título de apóstoles. Pero existe el problema de que se convirtieron en once. Es en este momento cuando Lucas presenta a Matías. En literatura, esto se llama «la ley de los primeros efectos»: un personaje cuidadosamente introducido al principio de una historia debe, a priori, desempeñar un papel en lo que sigue. Pero, ¿ocurre esto con Matías? ¿Quién lo conoce? ¿Quién lo elige? Y, además, después de este episodio, ¡no tendrá ningún papel! Su elección es una forma de honrar a los Doce. Al final de su Evangelio, Mateo es muy sincero (cf. Mt 28:16): habla de los «once discípulos», mientras que un poco antes había escrito que los Doce se sentarían en doce tronos (cf. Mt 19:28). ¿Quién se sentará entonces en el duodécimo trono?

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Siguiendo una esquematización algo sintética, pero elocuente, habría habido cuatro grupos principales de cristianos en el siglo I: los «petrinianos», es decir, los galileos, los que siguieron a Jesús desde Galilea; los jacobitas, es decir, el grupo de Santiago, «el hermano del Señor», también galileos, judeocristianos, que tienen legitimidad familiar; el grupo de Cleofás, es decir, el grupo de judeocristianos de Judea; y luego los paulinos y los juanistas, que constituyen las Iglesias de Asia Menor fundadas por Pablo y Juan el Presbítero. En el Evangelio de Lucas, esto nos hace ver que no sólo están los Doce. En la Escritura se hace hincapié en ellos, pero a veces se tiene la impresión de que también hay otros apóstoles. Se procede al hilo de tal ambigüedad. En Juan 21, por ejemplo, sólo hay siete apóstoles en la orilla del lago: Simón Pedro, Tomás, Natanael, Santiago y Juan y otros dos discípulos. Pero Natanael había desaparecido tras el encuentro inicial con Jesús (cf. Jn 1,45-51): entonces, ¿por qué está presente aquí quien no es uno de los Doce? Lo mismo ocurre en el episodio de los dos discípulos de Emaús, en Lc 24, donde encontramos a Cleofás, que nunca había aparecido antes, ni aparecerá después. Esto, para Lucas y Juan, es en definitiva una forma de decir: «Hay otras personas, además de los Doce, que han visto a Jesús. No se puede limitar la legitimidad apostólica sólo a los galileos, que por cierto son once».

Pensamos que, después de todo, uno de los hombres que más contribuyó a crear el vínculo entre estas corrientes y los apóstoles fue el propio Simón Pedro. Fue un polo de unidad eclesial, como se puede ver en sus cartas, que son tardías. En la carta a los Gálatas, Pablo siente que su legitimidad apostólica es atacada por los misioneros itinerantes, que afirman que es necesario circuncidarse. Los gálatas quedan impresionados por ellos, y Pablo reivindica su posición como apóstol, afirmando: «Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1,11-12). En la Primera Carta a los Corintios, dos años más tarde, el Apóstol dirá: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí» (1 Cor 15,3), claramente no en el camino de Damasco, sino desde la Iglesia. Entonces, ¿de quién recibió Pablo el evangelio? Por un lado, insiste en haberla recibido «sin mediación», es decir, en el aspecto, podríamos decir hoy, «protestante» de su vocación, y afirma: «Cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los gentiles [la misma expresión que en Mateo 16], de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco» (Gal 1,15-17). Por otra parte, afirma: «Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días» (Gal 1,18). «Quince días» significa haber tenido tiempo de hablar con él. Pero «quince días» no son suficientes para que Pablo sea «catequizado» por Pedro. Luego continúa: «No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago» (Gal 1,19). Para Pablo, si Cefas y las autoridades de Jerusalén no le dan la mano derecha, significa que no reconocen su misión; si los cristianos gálatas de origen pagano son considerados cristianos de segunda clase y no son reconocidos, entonces su misión «habrá sido en vano». Esta afirmación es muy fuerte: significa que Pablo está convencido de que debe permanecer absolutamente en comunión con Cefas. Este es el aspecto «católico» de Pablo, por así decirlo, después del aspecto «protestante». Es básicamente la experiencia que todos tenemos. Todos hemos recibido o aprendido el evangelio de otra persona. Pero eso no es lo que cuenta: lo que cuenta es el momento en el que nos comprometimos. El Evangelio se recibe siempre de los hombres, pero en última instancia de Dios. El Evangelio viene a través de rostros concretos y de la carne, pero en última instancia del Espíritu.

Así, Pablo concluye: «Santiago, Cefas y Juan –considerados como columnas de la Iglesia– reconociendo el don que me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión» (Gal 2,9). Este es el acuerdo fundamental de Jerusalén, relatado en Hechos 15: se trata de un texto inspirado a Lucas; un texto más teológico, escrito 50 años después. No hay razón para dudar de la palabra de Pablo. Lo importante es que Cefas, el galileo, reconoció la llamada apostólica de Pablo, sabiendo que no estaba en Jerusalén en el momento de la resurrección de Jesús, no estaba en Galilea, no había conocido a Jesús en carne y hueso. Cefas reconoce que Pablo ha recibido un carisma, aunque otros cristianos se lo negarán durante mucho tiempo. A partir de aquí, toda la obra de Lucas pretende justificar la condición apostólica de Pablo.

Sin embargo, esta justificación tenía una dificultad: las apariciones del Resucitado. Se ve claramente que están limitadas en el tiempo, ya que ocurrieron unos días después de la crucifixión. ¿Podría considerarse, pues, el «acontecimiento de Damasco» como una aparición del Resucitado? Conociendo los escritos de Lucas, uno podría pensar: «¿Pero no había tenido lugar ya la ascensión, cuarenta días después de la resurrección?». ¿Cómo puede Lucas, discípulo de Pablo, menospreciar tanto la aparición que su maestro dice claramente que tuvo (cf. 1 Cor 9,1: «¿No he visto a Jesús nuestro Señor?»)? Así, para Lucas hay una excepción: el verdadero duodécimo Apóstol no es Matías, sino Pablo. Pero después de la última aparición de Jesús a Pablo, sólo se producen experiencias místicas. Teresa de Ávila, por ejemplo, no tuvo una «aparición» de Jesús resucitado: su visión de Jesús fue de otro tipo. Por lo tanto, per se, Pablo no debería calificar como apóstol: no conoció a Jesús, y su encuentro con Cristo ocurrió tres años después de la resurrección. A este respecto, Joseph Ratzinger afirma, en esencia: «¡Es la excepción que confirma la regla!»[13]. Y Christoph Theobald: «Es una excepción querida por Dios para que no digamos: “Ah, si hubiéramos estado entre los apóstoles, si hubiéramos pescado junto al lago con Jesús, comido y bebido con él, creeríamos más fácilmente”». Los apóstoles, al igual que nosotros, tuvieron que hacer un acto de fe, y Pablo es el vínculo entre nosotros y el grupo de los Doce. Es como nosotros, en el sentido de que no conoció a Jesús, vino después; pero, al mismo tiempo, no es como nosotros, porque es uno de los apóstoles, como nadie lo será después de él. Pablo nos hace comprender así que se puede ser apóstol sin haber conocido a Jesús en la carne.

Pero incluso el acuerdo firmado en Jerusalén encontrará un obstáculo: el disputa entre Pablo y Pedro en Antioquía. Pablo reprende abiertamente a Pedro: «cuando Cefas llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible. En efecto, antes que llegaran algunos enviados de Santiago, él comía con los paganos, pero cuando estos llegaron, se alejó de ellos y permanecía apartado, por temor a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por su simulación. Cuando yo vi que no procedían rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: “Si tú, que eres judío, vives como los paganos y no como los judíos, ¿por qué obligas a los paganos a que vivan como los judíos?”. Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores venidos del paganismo. Pero como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley. Ahora bien, si al buscar nuestra justificación en Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores, entonces Cristo está al servicio del pecado. Esto no puede ser» (Gal 2,11-17). El razonamiento es sencillo: «Si voy a comer con los gentiles y no cuestiono la comida en nombre del evangelio, no peco, porque lo que hago, lo hago en nombre del evangelio». El argumento de Pablo es muy fuerte. Ahora bien, podemos ver el gesto de Cefas como una expresión de su deseo de confraternidad, y por tanto de compromiso, con los jacobitas.

La llamada de Simón enraizada en la oración de Jesús

La primacía de Cefas, basada en su confesión de fe en Cesarea, se encuentra en el centro mismo del Evangelio de Marcos, justo antes de la transfiguración de Jesús. Mateo funda también el papel y la autoridad de Cefas en Galilea en el momento de la confesión de Cesarea, con las famosas palabras de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Pero, ¿por qué decidió Jesús hacer la pregunta sobre su propia identidad en este lugar? Cesarea de Filipo se parece a Delfos, es decir, es una ciudad esencialmente pagana. Uno se pregunta por qué Jesús fue allí. Cafarnaúm no es ciertamente un lugar donde un judío se sentiría cómodo. Pues bien, este es precisamente el lugar donde Jesús podrá hablar tranquilamente a los Doce, sin tener que sufrir la presión de la multitud. Este es uno de los momentos en los que busca la tranquilidad. Se dirige hacia allá para plantear su pregunta, y Pedro, como portavoz, formulará la respuesta del grupo.

Sorprendentemente, Lucas resta importancia al episodio de Cesarea, mientras que pospone el momento en que Jesús le dedica las palabras especiales a Pedro para el final, en Jerusalén. Aquí relata que, en el momento de la pasión, Simón abandonó a Jesús, su fe fracasó. Esto es preocupante, porque Simón había sido elegido como digno de confianza y valiente; al final, no es mejor que los demás. Sin embargo, Lucas relata las palabras de Jesús a Pedro en el capítulo 22: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32). En el Nuevo Testamento, esta doble llamada de Jesús se dirige no sólo a Simón, sino también a Pablo y a Marta. Rashi, comentando el Génesis 22, dice: «Cuando se escribe: “Abraham, Abraham”, es una señal de amor y ternura». Es extraordinario cómo el Jesús de Lucas fundamenta la primacía de Pedro: no en el momento triunfal y sereno de Cesarea, sino en la oración de Getsemaní, en el momento de la prueba. Pedro tropieza, pero no cae del todo (cf. Rom 11). Con una brillante perspicacia, Lucas fundamenta la primacía de Cefas en esta oración de Jesús en Getsemaní[14].

Testigos del Resucitado (Jn 21)

La escena junto al lago en Jn 21 es extraordinaria. Hay una pesca, es la humanidad; la red no se rompe, porque Dios la mantiene unida, a pesar de la gran cantidad de peces recogidos. Los protagonistas son Jesús y los siete discípulos. Todo es brillante, claro y sencillo. Pero hay detalles sorprendentes. ¿Por qué hay que echar la red a la derecha del barco? ¿Quiénes son los dos discípulos sin nombre? Antes de saltar al agua, Pedro se viste. Jesús pide peces a los «niños pequeños», pero luego nos damos cuenta de que ya los tenía. El evangelista utiliza dos términos distintos para referirse a los «peces». En cuanto al número de peces, 153, el profesor anglicano de hebreo John Emerton ha planteado la hipótesis de que se trata de una gematría, es decir, una transposición de letras en números. O bien sería la suma de los 17 primeros dígitos (1+2+3+4… =153). Esto dibuja un triángulo, cada uno de cuyos lados tiene 17 puntos. O en el número 153 podemos ver una referencia al pasaje de Ez 47, donde el agua sale del lado derecho del Templo y entra en el Mar Muerto, dando lugar a una abundancia de peces (la palabra hebrea hadagah, «el pez», tiene el valor numérico de 17). El agua va entonces de Ein-Gedi (Engaddi), la orilla judía del Mar Muerto (donde Geddi tiene el valor numérico de 17, como «el pez») a Ein-Eynaim (En-Eglaim), la orilla pagana del Mar Muerto (donde Eynaim tiene el valor numérico de 153). En definitiva, se trata de un número un tanto «ecuménico», que significa que la Iglesia, bajo el liderazgo de Pedro y los apóstoles, une a todos los judíos y paganos en una sola red, en un solo cuerpo[15]. Con esta alusión velada a la profecía de Ezequiel, Juan muestra que es a través de Jesús que se cumple la visión profética de que judíos y gentiles se reunirán.

Conclusión

¿Qué es lo que constituye la unidad del Nuevo Testamento? Sin duda, Jesús[16]; pero luego es Pedro quien represente la figura central tanto en la tradición joánica como en la paulina y en la petrina. Por tanto, este testigo del Resucitado, junto con María Magdalena, Juana, Susana y las demás mujeres, es una figura «puente» entre Pablo y Santiago, entre los judíos y los galileos, entre los judíos de la tierra de Israel y los creyentes del mundo heleno. Procedía del primer círculo de discípulos de Jesús, pero se abrió al segundo; anunció el Evangelio en la tierra de Israel, pero murió en Roma. Se mantuvo al servicio de la comunión, incluso con sus errores, y esto es lo que hace su grandeza. Se comprometió con la unidad, y esto es lo que lo convierte en un personaje tan apasionante y fundamental.

  1. Cfr F. D. Troche, Il sistema della pesca nel lago di Galilea al tempo di Gesù. Indagine sulla base dei papiri documentari e dei dati archeologici e letterari (tesis defendida en 2015 en el Alma Mater Studiorum – Università di Bologna); S. De Luca, «Scoperte archeologiche recenti attorno al Lago di Galilea: contributo allo studio dell’ambiente del Nuovo Testamento e del Gesù storico», en G. Paximadi – M. Fidanzio (edd.), Terra Sancta: archeologia ed esegesi. Atti dei convegni 2008-2010, Lugano, Eupress – FTL, 2013.
  2. Cfr Flavio Giuseppe, Guerra giudaica, III, X. 9.
  3. Cfr Sh. L. Mattila, «Revisiting Jesus’ Capernaum: A Village of Only Subsistence Level Fishers and Farmers?», en D. A. Fiensy – R. K. Hawkins (edd.), The Galilean Economy in the Time of Jesus, Atlanta, Society of Biblical Literature, 2013, 75-138.
  4. S. Veronesi, Non dirlo. Il Vangelo di Marco, Milán, Bompiani, 2015.
  5. Cfr J. P. Meier, Un ebreo marginale. Ripensare il Gesù storico. 3. Compagni e antagonisti, Brescia, Queriniana, 2018.
  6. A. de Boudemange, L’ école de Jésus dans l’évangile de Matthieu (tesis defendida en 2021 en el Centre Sèvres de París, en vía de publicación).
  7. Según la tradición del historiador cristiano Papías, recogida por Eusebio de Cesarea.
  8. «Placing our trust in the Rock of Israel (Tzur Yisrael), we affix our signatures to this proclamation» (14 de mayo de 1948). Cfr 2 Sam 23,3.
  9. Lo que llama la atención es que en el Evangelio Jesús sigue llamando a Simón por su nombre de la circuncisión, como indicando que «Cefas» es un nombre para el futuro, un nombre para la misión.
  10. Cfr M. Rastoin, «Jésus: Un “Fils de l’Homme” tourné vers les “Fils de Dieu”. Un nouveau regard sur Mt 11,27 et Lc 10,22», en New Testament Studies 63 (2017) 355-369.
  11. Cfr Id., «La cristología del Hijo del Hombre», en La Civiltà Cattolica, 31 de diciembre de 2021. https://www.laciviltacattolica.es/2021/12/31/la-cristologia-del-hijo-del-hombre/
  12. Ch. M. Anderson, Wasted Evangelism. Social Action and the Church’s Task of Evangelism. A Journey in the Gospel of Mark, Eugene, OR, Wipf & Stock, 2013, 82.
  13. Cfr J. Ratzinger, Gesù di Nazaret. Seconda parte. Dall’ingresso a Gerusalemme alla Risurrezione, Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 2011.
  14. Cfr M. Rastoin, «Simon-Pierre entre Jésus et Satan: la théologie lucanienne à l’œuvre en Lc 22,31-32», en Biblica 89 (2008) 153-172.
  15. Cfr Id., «Encore une fois les 153 poissons (Jn 21,11)», en Biblica 90 (2009) 84-92.
  16. Cfr J.-N. Aletti, Gesù Cristo: l’unità del Nuovo Testamento?, Roma, Borla, 1995.
Marc Rastoin
Es un jesuita francés. Luego de obtener su título en Ciencias Políticas, entró a la Compañía de Jesús en 1988. Defendió su tesis sobre la Epístola a los Gálatas. Comprometido desde la infancia en el diálogo judeo-cristiano, es delegado del Padre General de la Compañía para las relaciones con el judaísmo desde 2014. Enseña el Nuevo Testamento en el Centro Sèvres de París y en el Institut Biblique de Rome.

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