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Tiempos recios en Europa

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La guerra iniciada por Vladímir Putin en Ucrania ha puesto punto final a la configuración de los mercados energéticos en los que Rusia venía siendo el principal exportador de combustibles fósiles. Su intento de invasión a un país europeo ha convertido a su energía en anatema en la UE. Mientras Bruselas ha reaccionado imponiendo duras sanciones al agresor, el Kremlin le ha respondido con un embargo del gas suministrado.

La situación ha causado una fractura, una desconexión de la que el aspecto energético es solo la punta del iceberg: se trata de un cambio geoeconómico con consecuencias en las relaciones internacionales, en los mercados, en las cadenas de suministro, en los precios y en los hábitos de vida. No pocos países están repensando casi todos los aspectos de sus políticas exteriores, el comercio, los gastos de defensa y las alianzas militares. Con ello, la seguridad energética ha vuelto a primer plano, uniéndose al cambio climático como una de las principales preocupaciones de los gobiernos nacionales. Conciliar estos dos objetivos se hace imprescindible.

Justo en el 75 aniversario del Plan Marshall, esta guerra ha provocado la renovación de los lazos trasatlánticos y ha impulsado a la UE a cerrar filas, mostrando una capacidad de acción internacional impensable antes de la agresión rusa, en un mundo que parece haber llegado a un punto de inflexión: en efecto, se ha acelerado la «desglobalización» y un nuevo período de estancamiento e inflación parece inevitable.

Tras el COVID, los recientes efectos del cambio climático (terribles sequías, inundaciones y fuegos devastadores) y de la guerra (bloqueando primero y dificultando después la exportación de cereales y materias primas), necesitamos soluciones económicas que garanticen la salud, la posibilidad de adquirir alimentos, calentarlos y calentarnos a precios abordables y razonables. ¿Serán efectivas las respuestas de política económica?

Nuestro mundo cada vez más fragmentado se enfrenta a retos globales. Por ello, la pregunta pertinente es qué políticas deben aplicarse a nivel nacional o regional y – desde nuestra perspectiva – cuáles tienen el aval de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Lo que sigue pretende ofrecer una reflexión sobre esta problemática.

El nuevo orden económico

En nuestra historia reciente tres líderes de matriz marxista han sido decisivos. Con Gorbachov y el fracaso de su perestroika la confrontación entre Occidente y la Unión Soviética llegó a su conclusión. Su gran crítico, Deng Xiaoping, puso las bases del desarrollo chino y de la globalización con sus reformas promercado. Emergió, así, una rivalidad entre los EEUU y China que ahora con la guerra de Putin ha sido redefinida. A la par, la tensión entre Washington y Pekín aumenta. La crisis en Taiwán representa una nueva bofetada a la globalización[1]. Las consecuencias económicas para este mundo que parece ir hacia una nueva guerra fría[2], no hacen más que acelerar el proceso de desacoplamiento comercial, tecnológico e incluso financiero. Putin ha hecho del friend-shoring, un anglicismo tan difícil de traducir como sencillo de comprender (comprar a los amigos, esquivar a los potenciales enemigos), una prioridad. La energía es un terreno especialmente abonado para su aplicación, aunque ni mucho menos el único.

La Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, ha afirmado que «nuestro objetivo debería ser un comercio libre pero seguro. No podemos permitir que algunos países usen sus posiciones de mercado en productos, tecnologías y materiales clave para disponer del poder de provocar disrupción en nuestras economías y ejercer una presión geopolítica indeseada. Sigamos construyendo y profundizando la integración económica (…) con países con los que sabemos que podemos contar»[3].

La invasión rusa de Ucrania se nos presenta como el gran catalizador de una revolución de las relaciones geoeconómicas a partir de los efectos en el sector energético y el de las materias primas[4]. La agresión de Putin a Ucrania es un brusco empujón hacia un mundo diferente.

El Viejo Continente es el epicentro de la sacudida

El desarrollo del pulso entre la UE y el Kremlin determinará en buena medida la rapidez e intensidad de las repercusiones globales. Rusia es el principal suministrador de energía de la UE —el 40% del gas y la cuarta parte del petróleo —, una dependencia que se dispara en varios países del centro, el este y el norte, lo que convierte cualquier maniobra para renunciar abruptamente a la energía rusa en un gesto con importantes consecuencias económicas. A mediano y largo plazo, la solución central pasa por un giro poderoso hacia las energías renovables. La Comisión europea pretende dar alas a todo el abanico, con la eólica y la solar al frente. El acelerón también comprenderá el hidrógeno. Hay debate con respecto a la nuclear, que en su proposición de taxonomía la Comisión considera como una inversión verde.

EEUU, a diferencia de Europa, cuenta con vastísimas reservas de crudo y gas fácilmente explotables con una tecnología — la fracturación hidráulica — tan criticable en lo ambiental como madura en lo industrial. Tras casi un lustro de liderazgo mundial en la producción de crudo, el cambio de guion provocado por Moscú ha convertido a EEUU, además, en líder global de exportaciones de gas natural licuado (GNL). Desde hace meses, el Atlántico es un océano copado por metaneros rumbo a Europa[5]. Esta crisis pone de manifiesto su hegemonía como potencia energética.

China, que ya compra volúmenes respetables a Rusia, con las nuevas conexiones planeadas, triplicará sus compras y se convertirá en alternativa real a Europa a ojos del Kremlin: podría comprar tanto gas como el que hoy adquiere Alemania, y casi la mitad de lo que importa la UE.

La OPEC, que en el otoño de 1973 puso contra las cuerdas a Occidente con un embargo que desató la primera crisis petrolera de la historia, ahora se niega a incrementar su producción. La denuncia de violaciones de derechos humanos en Arabia Saudí ha enfriado las relaciones con EEUU. El resultado es una situación delicada en Europa, enfrentada al dilema entre la necesidad energética y la política exterior vinculada a sus propios valores.

En Europa se avecina una tormenta económica

Occidente no está exactamente en guerra con Rusia, pero tampoco está exactamente en paz[6]. Las armas occidentales han ayudado a Ucrania a detener la invasión de Rusia e incluso a contraatacar, mientras que las sanciones económicas occidentales claramente han creado serios problemas a la industria rusa. El Kremlin ha tomado represalias con un embargo de facto sobre las exportaciones de gas natural a Europa, y últimamente está destruyendo una parte de la infraestructura energética de Ucrania en un claro intento de crear condiciones insoportables para la población y la economía ucraniana en el próximo invierno.

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Nadie volverá a considerar a Rusia como un socio comercial confiable. Hace seis meses, se discutía sobre si Europa podía o debía dejar de importar energía de Rusia. Ya no cabe discutir: Moscú ha cortado el suministro. Los países europeos parecen abocados a responder haciendo lo que las democracias siempre hacen cuando se enfrentan a la inflación en tiempos de guerra: imponer impuestos sobre las ganancias inesperadas, controlar los precios y probablemente establecer un racionamiento.

Europa tiene actualmente cantidades de gas almacenadas por encima del nivel normal, y gracias a las medidas de conservación y las fuentes de energía alternativas, debería poder sortear el invierno sin congelarse. En cambio, el problema clave es financiero y, en última instancia, social. Los precios del gas en Europa se han disparado y, a medida que los compradores recurren a alternativas, también se han disparado los precios de otras fuentes de energía, como la nuclear, la energía renovable y el carbón.

Quienes abogan por una mera solución de mercado confían en que los consumidores tendrán un incentivo para bajar sus termostatos, mejorar su aislamiento y abrigarse más. Los productores tendrán un incentivo para maximizar la producción y agregar capacidad. Quienes piensan así, aseveran que dejar que los mercados hagan su labor es la política eficiente y la única solución sostenible. Pero, ¿no cabría considerar cuánto tiempo necesita y qué coste tiene esta solución? ¿Podemos cruzarnos de manos y confiar sin más en que los mercados absorberán las perturbaciones? ¡No! Hacerlo es lacerantemente injusto. Los productores de energía, cuyos costos no han aumentado, obtendrán enormes ganancias, mientras que muchas familias y algunas empresas se arruinarán. Sermonear a los perdedores sobre la importancia de los incentivos pro eficiencia no los calmará. Europa todavía tiene sindicatos poderosos, y algunos de ellos estarán en condiciones de exigir aumentos salariales para compensar el aumento del costo de vida. El resultado podría ser una espiral de salarios y precios que sería de difícil solución. Dejar que los precios de la energía suban no es realmente una opción.

¿No sería mejor crear un programa de transferencia de renta a las familias en cuantía suficiente para compensarlas de los costos de energía más altos? Las personas tendrían un incentivo para limitar el consumo de energía. Sin embargo, en la práctica, diferentes familias, incluso si tienen ingresos similares, pueden tener facturas de energía muy diferentes, y las personas que viven en casas mal aisladas no podrán solucionar este problema en tan poco tiempo.

Europa parece dispuesta a tratar de proteger a su ciudadanía de aumentos de precios muy grandes y también a evitar ganancias extremadamente altas en un momento de angustia pública. El 7 de septiembre, Ursula von der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea, emitió una declaración sobre la energía en la que pedía «como objetivo obligatorio reducir el uso de electricidad» (es decir, el racionamiento), un «tope en los ingresos» de los productores de energía de bajo costo (es decir, controles de precios) y una «contribución solidaria» de los productores de combustibles fósiles (es decir, impuestos sobre las ganancias excesivas)[7]. En la reunión del Consejo Europeo del 20 de octubre de 2022[8], los Veintisiete acordaron negociar en esta dirección, incluyendo el tema de la compra conjunta de gas, y encargaron un estudio del impacto, costes y beneficios, de la llamada «excepción ibérica»[9], que limita el precio del gas que se usa para generar electricidad, teniendo en cuenta las realidades energéticas diversas de los veintisiete estados miembros. Los ministros de Energía tendrán ahora que ahondar y pulir los detalles de lo que Ursula von der Leyen ha denominado una «hoja de ruta sólida». Los detalles, por supuesto, serán cruciales. La cuestión divide a los académicos y a los políticos[10]. Este tipo de controles en tiempos de guerra llegarán al mismo tiempo que el Banco Central Europeo está endureciendo drásticamente la política monetaria, con un riesgo considerable de provocar una recesión.

Estamos recibiendo una lección en tiempo real sobre las verdaderas posibilidades de la política económica. No se puede ni se debe dejar a los mercados de lado; los controles de emergencia que Europa parece imponer no se deben hacer permanentes. Pero, en este momento, ¿no debería primar la protección de las familias y la preservación del sentido de la justicia por sobre la eficiencia del mercado? Además, es un error pensar que la guerra puede ganarse con una economía de tiempos de paz. Ningún país ha salido airoso de una guerra importante por obra del mercado, este es demasiado lento para la clase de grandes cambios estructurales que se necesitan[11]

La invasión rusa de Ucrania, ¿retrasará o acelerará la transición «verde»?

Europa lidera la lucha contra el cambio climático, y ahora, para ayudar a ganar la guerra del clima, debe plantar cara a Rusia. Es evidente que Putin, con su acción bélica, ha dado un nuevo impulso a la generación de electricidad renovable en Europa, con la creación del programa REPowerEU[12]. También hay un énfasis renovado en la seguridad energética y la garantía de suministros: la amnesia sobre ese problema crítico de seguridad ha terminado. Basta con mirar a Alemania. Además de adquirir gas noruego, se ha comprometido a desplegar nuevos terminales de regasificación en sus puertos, sin los cuales no puede importar y desplegar gas natural licuado (GNL)[13]. Un principio básico de la seguridad energética es la diversificación, y eso será importante para Europa, mucho más de lo que era antes de la invasión rusa.

Todo parece indicar que la mayor parte de la nueva capacidad de generación eléctrica en el Viejo Continente será renovable y más eficiente. Mantener el sistema energético basado en los mismos combustibles fósiles desde la Revolución Industrial es alimentar la crisis climática, y sería suicida[14]. En el periodo de transición, el GNL estadounidense será uno de los pilares del suministro a Europa. Hasta qué punto se dará este hecho no estará determinado por la extensión del recurso, sino por la capacidad de obtener tuberías e instalaciones adecuadamente conectadas. De una forma u otra, se habrá avanzado en las tecnologías y técnicas de captura de carbono, y para 2030, sabremos si el hidrógeno será el elemento clave en la provisión de energía.

Nadie imaginaba, hace dos décadas, los efectos de la revolución del esquisto, ni tampoco la dramática caída en el costo de la energía solar. La tecnología y la innovación no se detienen. Sin duda, una nueva sorpresa que cambiará el panorama se está gestando en algún lugar. Tenemos que caer en la cuenta de que la transición verde va a representar una nueva onda de cambio tecnológico, la sexta, el ciclo de la tecnología sostenible[15]. Huelga recordar que el crecimiento económico se basa en las mejoras en la productividad. La Comisión europea lo sabe y apuesta en esta dirección.

¿Hacia una reconfiguración de la UE?

Jean Monnet dijo que Europa se forjaría en las crisis y sería la suma de las soluciones adoptadas para esas crisis. En una década, tras la crisis financiera de la zona del euro, la migratoria, y el impacto del COVID, la UE se enfrenta ahora a las consecuencias de la guerra en Ucrania. La interrupción del suministro de energía ruso, acelera en su seno la inflación, provoca la recesión, exigirá el racionamiento de energía y forzará el cierre de empresas en el contexto de una crisis climática evidente.

¿Saldrá de estas dos últimas más fuerte, robusta y cohesionada? De no ser así, se hará menos relevante y con menos futuro. El COVID y el embargo ruso obligan a la UE a considerar que se han modificado las fronteras entre el Estado y el mercado.

El fuerte impacto de la pandemia en las sociedades europeas, trajo consigo una nueva comprensión de la importancia del buen funcionamiento de los sistemas de salud, así como de la capacidad de los gobiernos nacionales y del colectivo de la UE para proteger a los europeos. Aquí lo que subyace es un replanteamiento del equilibrio entre lo que brindan los estados y lo que determinan principalmente las fuerzas del mercado y entre lo que pertenece al dominio de la política nacional de los estados miembros y lo que es un asunto del colectivo de la UE. Esto da un nuevo giro a la discusión sobre el principio de subsidiariedad, como ya se puede ver en las decisiones en torno al Plan de Recuperación de la UE o en las propuestas sobre una unión europea de la salud. La pandemia reveló la necesidad de coordinación a nivel de la UE y forzó la cooperación en una serie de áreas, desde las normas de viaje hasta la adquisición de vacunas. Después de la crisis, habrá una revisión de lo que ha funcionado y lo que no: en ciertos temas, será suficiente la coordinación de las políticas nacionales; en otros, será necesario el suministro directo a nivel de la UE. Dado que la salud es un bien público mundial, será necesario «elevar» una serie de cuestiones relacionadas con la prevención y la gestión de futuras pandemias al nivel de la UE. Estamos, pues, ante un intervencionismo público mayor en el sector sanitario[16]. Lo mismo ocurre en el tema crucial de la provisión segura del agua, las necesarias obras públicas y en el mercado energético[17].

La actual crisis energética pone de relieve fallos del mercado, que revelan la necesidad de un papel más importante para el gobierno en el esfuerzo por lograr una mayor seguridad energética y una oportuna descarbonización. En primer lugar, el sector privado carece de suficientes incentivos para construir la infraestructura y otros activos que la mayoría de los países necesitan para garantizar su seguridad energética. En segundo lugar, las fuerzas del mercado por sí solas no pueden fomentar la construcción de la infraestructura necesaria para una transición energética más ordenada – infraestructura que por definición puede quedar obsoleta antes de que las empresas privadas tengan un retorno completo de la inversión. Y tercero, las empresas privadas y los individuos carecen de incentivos suficientemente fuertes para frenar las emisiones cuyos costos soporta la sociedad.

Pero hay más. El coste de la electricidad se ha disparado en la Unión Europea en los últimos meses, lo que ha llevado a pedir que se reforme el sistema de fijación de precios. Actualmente, el mercado mayorista de la UE es un sistema de precios marginales. Eso significa que todas las operadoras energéticas obtienen el mismo precio por la energía que venden en un momento dado; pero el coste de la electricidad varía mucho según el tipo de energía utilizada para generarla: la más barata es la energía renovable, mientras que los combustibles fósiles son mucho más caros. Los productores nacionales de electricidad hacen sus ofertas en el mercado, y en la subasta las empresas van ofreciendo las diferentes energías de forma sucesiva, comenzando siempre por las más baratas. Si con estas no se alcanza la demanda total, salen al mercado las más caras. El precio al que se venden todos los tipos de energía siempre será el de la energía más cara. Es decir, el precio del último productor al que se compró la electricidad.

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Los generadores con costes de producción más bajos, como la energía eólica y solar, pero también el carbón, se benefician de márgenes inflados. Estamos ante precios abusivos, fijados por un mecanismo calificado de «francamente ridículo», por Boris Johnson[18], y de «absurdo», por Emmanuel Macron[19]. Ursula von der Leyen ha sentenciado que «este sistema de mercado ya no funciona»[20].

La crisis actual tiene que servir para sacudirnos. La UE debe impulsar el progreso hacia una verdadera unión energética que logre satisfacer la demanda a precios que no causen daños a la economía europea, y que permita a Europa ir desvinculándose de los combustibles fósiles. Cada Estado miembro de la UE seguirá buscando el mix energético que más convenga a sus intereses. Pero nada serviría mejor a nuestros intereses nacionales energéticos que la unidad[21].

Unas consideraciones desde la DSI

Recientemente todas las economías han venido revisando las fronteras entre el mercado y el Estado, buscando un equilibrio entre una provisión suficiente de servicios públicos y un deseo mayor de disminuir los impuestos. John Maynard Keynes dejó escrito que lo importante para el Estado no es hacer cosas que ya han hecho los individuos, y hacerlas algo mejor o algo peor, sino hacer cosas que actualmente no se hacen. Para ello hay que empezar por reconocer los fallos del mercado. Una visión que idolatra la eficacia y no reconoce sus fallas – al creer, por ejemplo, que en ella radica la solución al mismísimo cambio climático – evidentemente, impide una configuración correcta. A este respecto, el dictamen de la DSI es claro. Se trata de reconocer una necesaria complementariedad y de intentar darle una finalidad moral al mercado, para que éstos estén orientados a la consecución del bien común. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia se sintetiza: «Es necesario que mercado y Estado actúen concertadamente y sean complementarios. El libre mercado puede proporcionar efectos benéficos a la colectividad solamente en presencia de una organización del Estado que defina y oriente la dirección del desarrollo económico, que haga respetar reglas justas y transparentes, que intervenga también directamente, durante el tiempo estrictamente necesario, en los casos en que el mercado no alcanza a obtener los resultados de eficiencia deseados y cuando se trata de poner por obra el principio redistributivo» (n. 353).

Más aún, «como creadores de riqueza y prosperidad, las empresas y sus líderes deben encontrar formas de distribuir esta riqueza a los empleados (siguiendo el principio del derecho a un salario justo), clientes (precios justos), propietarios (rendimientos justos), proveedores (precios justos) y la comunidad (pago de impuestos justos)»[22].

El concepto de precio justo, que tiene sus orígenes en Aristóteles y Santo Tomás, sobrevive en nuestros comentarios cotidianos, en nuestras consideraciones sobre lo que es decente, razonable y aceptable en nuestras contrataciones diarias y en nuestra rebeldía ante la imposición de precios exorbitantes por unos vendedores a los que sentimos ávidos explotadores. Estamos ante una noción de un orden de justicia más alto que el del mercado. Es un concepto que sobrevive en el salario mínimo fijado por ley que se comprende como una manifestación necesaria de la justicia. Vale lo mismo para los precios agrícolas o para los alquileres en las grandes urbes. Todos estos fenómenos se dan de bruces con la eficiencia del mercado. Sobreviven remotamente de las reflexiones de los filósofos escolásticos[23]. A este respecto, merece citarse la gran tradición de la Escuela de Salamanca. En ella encontramos a Francisco de Vitoria, quien dejó escrito: «Hay dos clases de cosas que se pueden vender. Hay unas que son necesarias para la buena marcha de las cosas y para la vida, y por ellas no se puede exigir más de lo que valen, y no sirve decir que al que quiere no se le hace injuria, pues en este caso no se da una decisión del todo voluntaria sino que existe una coacción, pues la necesidad le obliga […], este peca mortalmente y está obligado a restituir, porque aunque aquel se lo compró quiso, su decisión no fue lisa y llanamente voluntaria»[24].

¿Qué decir de los beneficios? Recientemente el secretario general de la ONU, António Guterres, describió las ganancias récord de las compañías de petróleo y gas como inmorales e instó a los gobiernos a introducir un impuesto sobre las ganancias inesperadas, utilizando el dinero para ayudar a los más necesitados. «Es inmoral que las compañías de petróleo y gas obtengan ganancias récord de esta crisis energética a costa de las personas y comunidades más pobres, a un costo enorme para el clima»[25]. Por otra parte, son ya notables los movimientos ciudadanos de rebeldía ante el precio de la electricidad. El pasado 1º de octubre en 50 ciudades del Reino Unido, las protestas, coordinadas por organizaciones de nuevo cuño como Don’t Pay UK, culminaron con una quema simbólica de facturas. El mismo director ejecutivo de una de las grandes multinacionales, Ben van Beurden, de la Shell, ha reconocido que es posible que los gobiernos deban gravar a las empresas de energía para financiar los esfuerzos para proteger a las personas «más pobres» de facturas exorbitantes[26].

Conclusión

Se nos vienen encima tiempos recios. Las asambleas anuales del FMI y el Banco Mundial celebradas en Washington han constatado que la desaceleración económica global se intensificará en 2023. El COVID nos sumergió en incertidumbre; la crisis energética en el pesimismo. En estas dos convulsiones Europa se juega, de nuevo, su futuro, y tiene también su oportunidad. Debe salir robustecida. La UE tiene que ser más intervencionista y promover políticas de marcado acento social.

Cuando arreció el COVID, se cumplieron los 75 años de la muerte de Keynes. Este llegó a la economía desde la ética. Sus prescripciones fueron generadoras de cohesión social, crecimiento y riqueza en la Europa de la posguerra. Es evidente: tenemos que recuperar en estas circunstancias medidas sociales que nos permitan sobrevivir. Cierto, como afirmaba Keynes con ironía, a largo plazo todos estamos muertos. Entretanto necesitamos capear el temporal que arrecia e ir forjando una Europa más social y solidaria en una sobriedad compartida. Quizá la época del sueño de una abundancia generalizada haya acabado.

Lo primero es acabar con la guerra, pues la paz es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida, y sin ella en la tierra no puede haber bien alguno[27]. Y luego es necesario confiar en el futuro, a pesar de los nubarrones en el horizonte : «Sábete, Sancho que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas. Porque no es posible que el mal ni el bien sean durables. Y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien esté ya cerca»[28]. Tengamos fe, vendrán tiempos mejores.

  1. Cfr A. García Herrero, «La crisis en el Estrecho de Taiwán: otra bofetada a la globalización», en Revista de prensa (https://tinyurl.com/ynan5487), 22 de agosto de 2022.

  2. Cfr «Henry Kissinger at 99: how to avoid another world war», entrevista de N. Ferguson, en The Times (https://tinyurl.com/5amef93d), 11 de junio de 2022.

  3. «Transcript: US Treasury Secretary Janet Yellen on the next steps for Russia sanctions and “friend-shoring” supply chains», en Atlantic Council (https://tinyurl.com/mttsbcf6), 13 de abril de 2022.

  4. Cfr A. Rizzi – I. Fariza – M. Zafra, «Cómo la guerra de Putin está precipitando una revolución energética global», en El País (https://tinyurl.com/2p888e5b), 1° de mayo de 2022.

  5. Cfr D. Yergin, «America Takes Pole Position on Oil and Gas», en The Wall Street Journal (https://tinyurl.com/2vh428a3), 14 de febrero de 2022.

  6. Cfr P. Krugman, «Wartime Economics Comes to Europe», en The New York Times (https://tinyurl.com/mursbcce), 8 de septiembre de 2022.

  7. Cfr European Commission, «Statement by President von der Leyen on energy» (https://tinyurl.com/mbc6ut4p), 7 de septiembre de 2022.

  8. Cfr Commsión europea, Declaración, 21 de octubre de 2022 (https://tinyurl.com/2p9w7fr3).

  9. Cfr A. Eicke et Al., «The Iberian electricity market intervention does not work for Europe», en VoxEU (https://tinyurl.com/njcvavxh), 29 de agosto de 2022.

  10. Cfr R. Vaitilingam, «Energy costs: Views of leading economists on windfall taxes and consumer price caps», en VoxEU (https://tinyurl.com/3sywpu9c), 19 de septiembre de 2022; C. Heussaff et Al., «An assessment of Europe’s options to reduce energy prices», en Policy Contribution, 29 de septiembre 2022.

  11. Cfr J. E. Stiglitz, «Wars Aren’t Won with Peacetime Economies», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/4c2n3trf), 17 de octubre de 2022. Cfr también G. Giraud, «Verso una prossima crisi finanziaria globale», en Civ. Catt. 2022 III 381-389.

  12. Cfr Comisión europea, «REPowerEU: Una energía asequible, segura y sostenible para Europa», Priorities 2019-2024 (https://tinyurl.com/5n6ud5mb).

  13. Cfr D. Yergin, «The New-Style Energy Crisis», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/y7dm3m7e), 22 de julio de 2022; Id., The New Map: Energy, Climate, and the Clash of Nations, Londres, Penguin, 2021; Id., The Epic Quest for Oil, Money, and Power, New York, Simon & Schuster, 2009.

  14. Cfr J. Frankel, «The West’s Energy Policy Can Be Geopolitical and Green», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/3wtds6m5), 26 de abril de 2022.

  15. Cfr J. Sachs, L’ era dello sviluppo sostenibile, Milán, Bocconi University Press, 2015, 89.

  16. Cfr M. Buti – G. Papaconstantinou, «Reshaping European economic integration in the post-Covid world», en Voxeu (https://tinyurl.com/5b9nz8ab), 23 de abril de 2021.

  17. Cfr J. Bordoff – M. L. O’Sullivan, «The New Energy Order. How Governments Will Transform Energy Markets», en Foreign Affairs (https://tinyurl.com/2frb467t), julio/agosto 2022.

  18. Cfr D. Griffin, «Boris Johnson Hints at UK Energy Market Reform Amid Inflation Surge», en Bloomberg (https://tinyurl.com/3s4rwz49), 25 de junio de 2022.

  19. Cfr James, «Emmanuel Macron castigates the “absurd” fixing of the price of electricity and the “unreasonable superprofits”», wn 24 News Recorder (https://tinyurl.com/3yd5w6sf), 29 de junio de 2022.

  20. A. Mauro, «Von der Leyen finalmente fa una mossa sul price cap, ma non basta», en Huffpost, 5 de octubre de 2022.

  21. Cfr A. Palacio, «Europe’s Energy Miopia», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/mr3eapnu), 16 de septiembre de 2022.

  22. Pontificio Consejo «Justicia y Paz». La vocación del líder empresarial. Una reflexión. N. 55.

  23. Cfr J. K. Galbraith, A History of Economics: The Past As The Present, Londres, Penguin, 1987, 26 s.

  24. F. de Vitoria, Comentarios a la Secunda Secundae de Santo Tomás, q. LXXI, a. 4, en D. Iparraguirre, Francisco de Vitoria. Una teoría social del valor económico, Bilbao, Publicaciones de la Universidad de Deusto, 1957.

  25. Naciones Unidas, «Guterres pide cobrar impuestos a las empresas de energía por sus ganancias excesivas», 3 de agosto 2022 (https://news.un.org/es/story/2022/08/1512472).

  26. Cfr «Shell chief: governments may need to tax energy firms to help the poor», en The Guardian (https://tinyurl.com/9c5acn9c), 4 de octubre de 2022.

  27. Cfr M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, XXXVII.

  28. Ibid, I, XVIII.

Fernando de la Iglesia Viguiristi
Licenciado en Ciencias Económicas y Gestión de Empresa en la Universidad de Deusto (1976), en Teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana (1987) y, desde 1993, doctor en Teoría Económica de la Universidad de Georgetown (Washington, D.C). Ha sido presidente de la International Association of Jesuit Business Schools. Actualmente es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Gregoriana.

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