Biblia

Cuando las mujeres toman la palabra en la Biblia

Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, Juan Carreño de Miranda (1674)

Las historias de origen son a veces bastante desconcertantes. Cuando Dios presenta al hombre a la mujer que acaba de tomar de su costado, Adán exclama, con un juego de palabras: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer (‘iššâ), porque ha sido sacada del hombre (‘îš)» (Gn 2,23).

El lector comparte el asombro de Adán, que por fin ha encontrado «la ayuda adecuada». Sin embargo, esta primera reacción no resiste mucho tiempo la más mínima reflexión. En primer lugar, sorprende que hable de la mujer en tercera persona del singular: habla de ella, pero no se dirige a ella. Y si uno sigue leyendo hasta el final la historia de la primera pareja humana, se da cuenta de que Adán no habla ni una sola vez con su mujer; y esto es recíproco, en consecuencia. ¿Qué ve Adán en la mujer que Dios le presenta? Nada más que su propio reflejo: «hueso de mis huesos y carne de mi carne». Esto se llama narcisismo. Excluye la diferencia, y por tanto la complementariedad[1].

Cómo extrañarse entonces de que Eva, al dar a luz a su primer hijo, dijera, jugando con el significado del nombre «Caín»: «He adquirido un varón con la ayuda del Señor». ¡Una forma de poner a Adán, su marido, fuera de juego! No sorprende que el mutismo que caracteriza a la primera pareja se transmita a la siguiente generación. De hecho, según el texto hebreo, los hermanos Caín y Abel no intercambian palabras: «Caín habló a su hermano Abel. Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató» (Gn 4,8). La traducción griega de la Septuaginta llenó lo que se creía era un vacío, añadiendo: «Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”». Abel muere sin haber dicho nada a su hermano. Muere sin haber dado su vida. Merece su nombre «Abel», hebel en hebreo, que significa «aliento», «vapor», «vacío», «inanidad».

Hay otra historia inquietante. Cuando Lot, sobrino de Abraham, abandona con su mujer y sus dos hijas la ciudad de Sodoma, que está a punto de ser destruida por el fuego del cielo, el ángel les dice que no miren atrás. Pero la esposa no puede resistir la tentación y se convierte en una estatua de sal. Y así, el resto de la familia se encuentra en un lugar alejado de todo. Las dos hijas, ansiosas por dar descendencia a su padre, sin esperanza de encontrar nunca hombres con los que casarse, encuentran una solución: emborrachan a su padre, y la mayor se acuesta con él, «sin que él se diera cuenta de lo que sucedía» (Gn 19,33). La noche siguiente fue el turno de la hermana menor. Las dos hermanas permitieron, así, la transmisión de la vida, pero el incesto no es ciertamente un medio recomendable. Una vez más, todo ocurre en la embriaguez, en la inconsciencia, sin que se intercambie una palabra. El hijo nacido de la unión entre Lot y su hija mayor se llamará Moab, que es el progenitor epónimo de la tierra de Moab, vecina y enemiga de Israel, en la orilla oriental del Jordán. Esta historia se cuenta porque, mucho tiempo después, una moabita, Rut, se convertirá en la bisabuela del rey David.

Otra extranjera, Tamar, también figura en la genealogía de David. Y su historia, tan poco loable como la de las hijas de Lot, se relata en el Génesis. Judá, el cuarto hijo de Jacob, se había casado con una extranjera, cananea, con la que tuvo tres hijos. Llegado el momento, casó a su hijo mayor, Er, con Tamar. Pero éste «se hizo odioso a los ojos del Señor» y murió sin dejar hijos. Según la ley del levirato, el hermano del difunto debía casarse con la viuda para dar descendencia al difunto: el hijo nacido de esa unión sería el hijo legítimo del difunto y, por tanto, su heredero. El segundo hijo de Judá, Onán, tomó a la viuda, pero encontró la manera de no procrear, lo que disgustó al Señor, que lo condenó a muerte. Quedaba así el tercer hijo, Selá, pero Judá, temiendo perderlo también a él, se encargó de retrasar y posponer el matrimonio, de modo que Tamar creyó prudente tomar la iniciativa: se disfrazó de prostituta, cubriéndose la cabeza con un velo, y esperó a su suegro en el camino de delante, lo atrajo y se acostó con él. Otro incesto, sin un verdadero intercambio de palabras, sino en el engaño y la mentira. Peres, que nacerá de esta unión, formará parte de la genealogía del rey David.

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Concluimos este recorrido por el Génesis con una figura positiva: la de José, hijo de Jacob, que, por celos, al igual que Abel, fue vendido por sus hermanos y se exilió en Egipto. Pero el Señor lo rescató y se convirtió en virrey de Egipto.

Todo esto sucedió en la antigüedad, antes de que los israelitas se convirtieran en un pueblo, mucho antes de que David, descendiente de Judá, fuera ungido rey de Judá e Israel. Y la historia continuó: una historia de fidelidad, y sobre todo de infidelidad, que condujo ineluctablemente a la destrucción de Israel y a su exilio a Babilonia en el siglo VI. Con el exilio llegó el tiempo de la reflexión y el arrepentimiento, con los profetas y los sabios. Entre sus escritos se encuentran lo que se ha dado en llamar «los Cinco Rollos». En la mayoría de nuestras traducciones, que siguen el orden de la antigua traducción griega de la Septuaginta, estos libros se encuentran dispersos: Rut y Ester en los libros históricos, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares en los libros sapienciales, Lamentaciones en los libros proféticos, después de Jeremías. En el original hebreo, sin embargo, los Cinco Rollos se encuentran juntos en medio de la tercera parte de la Biblia hebrea, «los Escritos».

Están organizados concéntricamente. Los libros de los extremos son relatos cortos. El segundo y el penúltimo libro son poemas en los que dialogan dos parejas. El Cantar es una «canto» de amor, mientras que el rollo titulado en hebreo «¿Cómo?» es un lamento fúnebre por un amor perdido. En medio, un libro que no es ni un relato ni un poema, sino una reflexión sobre la sabiduría.

A. RUT                                                                                              y BOOZ
B. LA ESPOSA                    y SU AMADO
C. QOHÉLETH
B’. JERUSALÉN                                                       y SU DIOS
A’. ESTER                                                                                          y ASUERO

Los Cinco Rollos son, según la opinión predominante, producciones tardías, en gran parte posteriores al exilio. Representan una reinterpretación de ciertos momentos clave, de ciertas figuras de las historias de origen. Por tanto, invitan a una lectura tipológica o figurativa.

Rut

Debido a la hambruna que afecta a su pueblo, Elimelec, habitante de Belén, decide cruzar el Jordán y refugiarse en la tierra de Moab, con su esposa Noemi y sus dos hijos. Estos se casan con dos moabitas, pero la muerte les alcanza: el padre y sus hijos mueren, sin dejar descendencia. Sola, Noemi decide volver a su pueblo, porque la hambruna ha terminado. Rut, la primera de sus nueras, se encariña con ella, con su pueblo y con su Dios, y la acompaña a Belén. Rut toma la iniciativa de ir a espigar con los segadores y, por casualidad, se encuentra en el campo de un hombre rico que aprecia todo lo bueno que ha oído hablar de ella. Noemi informa a Rut de que el tal Booz es un pariente cercano, y que, por lo tanto, tiene el deber de responder por ellas. Al final de la cosecha, se celebra una fiesta durante la trilla. Booz se emborracha y se va a dormir junto al montón de cebada. Alentada por su suegra, Rut lo alcanza, se acuesta junto a él y, cuando se despierta en mitad de la noche, le pide que se case con ella, lo que él hace al día siguiente.

El pueblo de Rut lleva el nombre de Moab, el hijo que la hija mayor de Lot había engendrado tras emborracharlo. Rut imita la conducta de su antepasada, pero la invierte. Si Booz estaba borracho la noche de la trilla de la cebada, no fue Rut quien lo emborrachó. Mientras que el incesto de la hija de Lot tiene lugar sin que se intercambie una sola palabra entre ambos, el encuentro entre Rut y Booz se desarrolla en un verdadero diálogo.

La referencia a Tamar también es necesaria, sobre todo porque Booz es el descendiente de la séptima generación del incesto entre Judá y Tamar (cfr 1 Cr 2,4-15). Una vez más, una mujer recurre al incesto para cumplir el sagrado deber de transmitir la vida. Esto es lo que también hará Rut, pero por medios honestos y legales. Rut, el «antitipo», imita las figuras tipo – el primogénito de Lot, la madre de Moab y Tamar -, pero las critica y las trastoca: las purifica y las lleva a su cumplimiento.

Ester

El primer rollo corresponde al último. Son los dos únicos libros de la Biblia hebrea que llevan el nombre de una mujer. Rut al principio responde por Ester al final: son dos personajes simétricos. Son complementarias: Rut es una extranjera que se integra en el pueblo de Israel, Ester es una judía que vive en el exilio y se inculturiza, e incluso se integra en el pueblo pagano en el que vive, hasta el punto de casarse con su rey. Ester no transmitirá su vida teniendo un hijo de su marido, como hace Rut. Sin embargo, su papel e incluso su misión será salvar, a riesgo de su propia vida, la de todo su pueblo amenazado de genocidio.

En cuanto a Mardoqueo, primo y tutor de Ester, es el antitipo de José: como él, se convierte en el segundo después del soberano. El faraón había dicho a José: «tú estarás al frente de mi palacio, y todo mi pueblo tendrá que acatar tus órdenes. Sólo por el trono real seré superior a ti» (Gn 41,40). «En seguida [el faraón] se quitó el anillo de su mano y lo puso en la mano de José; lo hizo vestir con ropa de lino fino y le colgó al cuello una cadena de oro (Gn 41,42). Lo mismo hizo el rey persa con Mardoqueo: «El rey se sacó el anillo que le había retirado a Amán y se lo dio a Mardoqueo» (Est 8,2). «Mardoqueo salió de la presencia del rey llevando una vestidura real de púrpura violeta y lino blanco, una gran corona de oro y un manto de lino fino y escarlata» (Est 8,15). «Porque Mardoqueo, el judío, era el segundo después del rey Asuero. Los judíos lo consideraban un gran hombre y era amado por la multitud de sus hermanos» (Est 10,3).

El rey Asuero, instigado por Amán, había promulgado un edicto por el que todos los judíos de su imperio debían ser exterminados sin excepción. Amán había convencido al rey de que los judíos representaban una amenaza para el Estado (Est 3,8). Este plan genocida recuerda al que el Faraón había planeado para los hebreos que se multiplicaban en Egipto: «Él dijo a su pueblo: “El pueblo de los israelitas es más numeroso y fuerte que nosotros. Es preciso tomar precauciones contra él, para impedir que siga multiplicándose”» (Ex 1,9-10). Como las primeras medidas tomadas no habían dado los resultados deseados, «el rey de Egipto se dirigió a las parteras de las mujeres hebreas […]: “si es varón, mátenlo, y si es una niña, déjenla vivir”» (Ex 1,15-16). Como las parteras no habían obedecido, «el Faraón dio esta orden a su pueblo: “Arrojen al Nilo a todos los varones recién nacidos, pero dejen con vida a las niñas”» (Ex 1,22). Una vez eliminados los varones, las mujeres se casarían con los egipcios y así asimiladas a su pueblo.

Cuando leemos que, por orden del rey, Amán hizo montar a Mardoqueo en el caballo del rey, proclamando por las calles de Susa: «Así es tratado el hombre a quien el rey quiere honrar» (Est 6,11), este hecho nos recuerda que en Gn 41,43, el faraón «lo hizo [a José] subir a la mejor carroza después de la suya, e iban gritando delante de él: “¡Atención!”. Así le dio autoridad sobre todo Egipto».

El Cantar de los Cantares

El Cantar es un largo dúo de amor entre una mujer y un hombre cuyo nombre no se pronuncia. Estas figuras recuerdan las de la primera pareja al principio del Génesis, invirtiéndolas.

Quizá por eso, en el Cantar, es la mujer la que habla primero: «¡Que me bese ardientemente con su boca!» (Cant 1,2). Los intérpretes que ven en esta frase el deseo de un intercambio de palabras no se equivocan: puesto que la primera mujer había sido privada del habla, este pecado original no podía sino provocar en su lejana descendiente tal exclamación, que es, en cierto sentido, el título del rollo. La novia del Cantar se venga, por así decirlo, del silencio y el desprecio de que fue objeto en un principio. Y en cada giro del poema, es siempre ella quien toma la iniciativa de relanzar el diálogo. Así, en el centro del libro, en el momento en que está a punto de celebrarse la boda de los dos amantes: «¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplen sobre mi jardín para que exhale su perfume! ¡Que mi amado entre en su jardín y saboree sus frutos deliciosos!» (Cant 4,16). «Yo entré en mi jardín, hermana mía, novia mía: recogí mi mirra y mi bálsamo. Comí mi miel y mi panal, bebí mi vino y mi leche. ¡Coman, amigos míos, beban, y embriáguense de amor!» (Cant 5,1).

Al comienzo del epílogo es ella de nuevo quien toma la palabra: «¡Ven, amado mío, salgamos al campo!» (Cant 7,12), y será ella quien concluya el libro diciendo: «Apúrate, amado mío, como una gacela, como un ciervo joven, sobre las montañas perfumadas» (Cant 8,14).

Las Lamentaciones de Jeremías

Las Lamentaciones son reacciones asombradas y dolidas en extremo ante un desastre, la destrucción radical del pueblo de Israel, que el Señor ha provocado a causa del pecado de su esposa infiel. Por tanto, se trata nuevamente de una pareja, como en el Cantar, y de una pareja similar, pues los amantes del Cantar son también la figura de Dios y su pueblo: esta pareja está formada por Dios mismo y Jerusalén, que representa a todo Israel. Las dos situaciones son opuestas: el canto de amor del Cantar da paso a un lamento fúnebre por quien ha sido abandonada por Dios a la viudez.

En los relatos de los primeros capítulos del Génesis, esto es lo que sucedió a toda la humanidad: «el Señor vio cuán grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal» (Gn 6,5). Y se produjo el Diluvio.

En Gn 6,13, «Dios dijo a Noé: “He decidido acabar con todos los mortales”». Y en Lam 4,18, los que lloran gritan: «Se acercaba nuestro fin, se habían cumplido nuestros días: ¡sí, había llegado nuestro fin!». El pueblo de Israel experimenta, así, que no es mejor que los demás y que la maldad con la que ha llenado la tierra le ha llevado, como a ellos, a la destrucción. No debió pensar que la elección divina le ahorraría el castigo de sus pecados.

El castigo divino llega con el agua, pero también con el fuego. Es lo que le ocurrió a la ciudad de Sodoma, mencionada en el cuarto lamento: «La iniquidad de la hija de mi pueblo ha superado el pecado de Sodoma, que fue destruida en un instante sin que se moviera una mano contra ella» (Lam 4,6).

La imagen del fuego se repite varias veces: «envió un fuego desde lo alto» (Lam 1,13); «encendió en Jacob una llama como de fuego que devora a su alrededor» (Lam 2,3); «en el campamento de la hija de Sión derramó como un fuego su furor» (Lam 2,4); «El Señor desahogó su furor, derramó el ardor de su ira; encendió un fuego en Sión que devoró hasta sus cimientos» (Lam 4,11).

Así como el único justo, Noé, se salvó del diluvio con su familia, Lot, el único justo de Sodoma, se salva con su mujer y sus dos hijas (cfr Gn 18-19). La ciudad de Jerusalén sufre el mismo destino que la ciudad de Sodoma, a causa de sus crímenes y pecados.

Eclesiastés (Qohélet)

El primer verso del Cantar dice: «Cantar de los Cantares», que es una forma de expresar el superlativo. Desde las primeras palabras, el Eclesiastés se hace eco con otro superlativo, con la misma construcción: «Aliento de alientos». La traducción al español, que sigue al latín, dice: «¡Vanidad de vanidades!, dice Qohélet. ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!». La traducción es válida, siempre que «vanidad» se entienda no en su sentido moral, sino en su dimensión de «vacuidad», de «inanidad». En hebreo, la primera frase que sigue al título repite hasta cinco veces el nombre de Abel: «Aliento de alientos, dice Qohélet, / aliento de alientos, todo es aliento» (Ecl 1,2). En efecto, «aliento» o «soplo» traduce un término que también es el nombre del segundo hijo de Adán y Eva. Este término se repite no menos de 38 veces a lo largo del libro, como si fuera el protagonista del rollo. Cuando, en el capítulo 4, oímos: «Luego volví mis ojos a otra cosa vana bajo el sol: un hombre está completamente solo, no tiene hijo ni hermano» (Ecl 4,7-8), es muy difícil no pensar en Abel, el «segundo» hijo de Adán y Eva, al que mató su hermano mayor y que se quedó «solo».

Según el texto hebreo de Gn 4, Abel, al igual que su madre Eva, está privado del habla. No dice nada y nadie le dirige la palabra. Se puede considerar que el libro del Eclesiastés le devuelve la palabra, que es una larga meditación sobre la muerte y la vacuidad, el «soplo» que representa la vida, sobre todo una vida que, como la de Abel que murió sin descendencia, no podía transmitirse. En el relato del Génesis, el único grito que se oye es el de su sangre: «La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo» (Gn 4,10). Este grito no se dirige ni a su hermano ni a sus padres, sino sólo a Dios.

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De hecho, no sólo Abel es aliento o soplo, sino que, como dice literalmente el Sal 39,12: «Verdaderamente Abel es todo Adán», lo que se traduce como: «un soplo, nada más, es todo hombre». En el Sal 144,4 leemos: «Adán es como Abel, sus días son como una sombra fugaz», o, según la traducción al español: «El hombre es semejante a un soplo, y sus días son como una sombre fugaz» (cfr también Sal 94,11). Las «palabras de Qohélet» son las de Abel, y van dirigidas a cada uno de los lectores, que también son, como Abel, un aliento.

El libro del Eclesiastés está signado por un doble estribillo: el primero, el del aliento, el del vacío de la vida, está muy presente al principio y se desvanece en el curso del libro, mientras que el segundo, el de la felicidad, crece en importancia. Esta felicidad es sencilla, limitada, pero real: es la felicidad de comer y beber y la satisfacción del trabajo bien hecho. A esto se añade, inesperadamente, pero por ello tanto más digna de mención, otra dimensión, cuando el estribillo alcanza su clímax: «Ve, entonces, come tu pan con alegría y bebe tranquilamente tu vino, porque a Dios ya le agradaron tus obras. Que tu ropa sea siempre blanca y nunca falte el perfume en tu cabeza» (Ecl 9,7-8). Pero continúa: «Goza de la vida con la mujer que amas, mientras dure esa vana existencia que Dios te concede bajo el sol, porque esa es tu parte en la vida y en el esfuerzo que realizas bajo el sol» (Ecl 9,9).

«Goza de la vida con la mujer que amas». ¿Cómo no pensar en la famosa frase de Antoine de Saint-Exupéry en Tierra de hombres: «Amar no es mirarse a los ojos, sino mirar juntos en la misma dirección»? Y sin embargo, con anterioridad, el Eclesiastés se había permitido un arrebato de pesimismo, ¡tan humano!, bien en consonancia con el estribillo del «aliento»: «He logrado encontrar a un hombre entre mil, pero entre todas las mujeres no hallé ni una sola» (Ecl 7,28). Afortunadamente, el estribillo de la felicidad lo devuelve al buen camino. Esta «mujer que amas» es la del Cantar, es también Rut, y es Ester, y Jerusalén, a la que el Señor no deja de amar en su fidelidad.

Cinco pergaminos, cinco mujeres

«Comprender» significa captar las relaciones; y esto en todos los niveles de la composición de textos, empezando por la unidad más pequeña, el «segmento»:

Amen a sus enemigos

Hagan el bien a los que los odian

La segunda línea nos permite comprender lo que significa «amar» en la primera línea. No es sentir, sino hacer, y «hacer el bien». Por otra parte, se podría pensar que «los que los odian» es un simple sinónimo de «tus enemigos»; sin embargo, «mis enemigos» son también los que yo odio. En un nivel superior, el del «fragmento»:

Amen a sus enemigos,

hagan el bien a los que los odian,

bendigan a los que los maldicen,

recen por los que los tratan mal (Lc 6,27-28).

A primera vista, podría parecer que el segundo segmento se limita a repetir, con otras palabras, el primero. Pero no es así, porque introduce un tercer personaje, aquel a través del cual bendecimos, aquel al que rezamos, el Señor. Lo mismo ocurre con los niveles siguientes: «parte», «pasaje», «secuencia», «sección», «libro» (y posiblemente «subparte», «subsecuencia», «subsección»).

Sin embargo, este movimiento no puede detenerse en los límites del libro. Es lógico continuar la investigación en el conjunto del que el libro forma parte: en este caso, lo que hemos llamado el «quinteto», el conjunto de los cinco libros que componen los Cinco Rollos[2]. Hemos visto que Rut, el Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Lamentaciones y Ester están unidos por estrechas relaciones retóricas, que garantizan la coherencia del conjunto. Siguiendo la misma lógica sistémica hasta el final, era inevitable que nos llevaran aún más lejos. Cada uno de los Cinco Rollos y su conjunto no podían dejar de invitarnos a identificar relaciones tipológicas con las narraciones originales, de las que hacen una reinterpretación crítica particularmente fuerte.

Esta crítica, que da voz a quienes habían sido privados de ella – a las mujeres en particular -, puede ser una invitación a retomarla y actualizarla en un momento en que la voz de las mujeres en la Iglesia católica pide a gritos ser más escuchada, y su lugar y función podrían y deberían ser mejor reconocidos.

Así, los Cinco Rollos[3] tienen en común que presentan destacados personajes femeninos: Rut y Ester, la novia del Cantar de los Cantares y Jerusalén, la viuda de Lamentaciones y, por último, «la mujer que amas», de Qohélet, que es la felicidad del sabio. Por supuesto, hay que escuchar a cada una de estas cinco mujeres, por separado, una tras otra. Sin embargo, estas cinco mujeres forman un quinteto que toca junto y debe escucharse junto. Interpretan un aria inédita: la de las mujeres que deciden tomar la palabra, sin pedir permiso a los hombres que aman.

Para no concluir

Y puesto que la imaginación forma parte del trabajo científico, concluyamos con una pregunta que no podemos dejar de hacernos. Si los Cinco Rollos conforman un todo compacto y bien compuesto, son parte, al mismo tiempo, de un conjunto mayor, el tercero de la Biblia hebrea, después de la Torá y de los Profetas: el de los Escritos. ¿Podría componerse también este conjunto? Los códices de la tradición de Tiberíades presentan estos libros en el siguiente orden: Crónicas, Salmos, Job, Proverbios / los Cinco Rollos / Daniel, Esdras-Nehemías.

En la tradición sefardí – la de los judíos de la península Ibérica – los Cinco Rollos van precedidos de los tres libros poéticos agrupados bajo el título Sifré ’emet, que es un acrónimo, y van seguidos de otros tres libros, llamados históricos: Daniel, Esdras, Crónicas. Esta disposición forma una figura regular muy sugestiva: [Job, Proverbios, Salmos] los Cinco Rollos [Daniel, Esdras, Crónicas].

La disposición de los Cinco Rollos según la tradición de Tiberíades era tan atractiva que se prefirió a cualquier otra en estas páginas. El orden de esta tradición se consolida por la regularidad de su composición general. Esto se debe a que, para el análisis retórico bíblico, la regularidad es un criterio que puede ser decisivo. Debemos, por tanto, reconocer el lugar eminente de la mujer en el centro de los Escritos que concluyen el conjunto de la Escritura. Por fin ellas toman la palabra, de la que han estado privadas durante tanto tiempo.

  1. Cfr A. Wénin, D’Adam à Abraham ou les errances de l’humain. Lecture de Genèse 1,1–12,4, París, Cerf, 2007, 76-81.
  2. Esto también se aplica a los cinco libros que componen el Salterio en su conjunto. Véase nuestro comentario en cinco volúmenes sobre el Salterio, más un sexto que examina la relación entre los cinco libros que componen el Salterio (colección Rhetorica Biblica et Semitica 12, 16, 19, 20, 23, 24, Lovaina, Peters, 2017-2020).
  3. Hemos publicado un comentario sobre cada uno de los Cinco Rollos y un sexto volumen sobre el conjunto: Le Cantique des cantiques, Leuven, Peeters, 2020; Qohélet, ibid, 2021; Comment? Les Lamentations de Jérémie, ibid, 2021; Ruth, ibid, 2022 ; L’Un et l’autre Livre d’Esther, ibid, 2022; L’ensemble des Cinq Rouleaux. Cinq femmes ensemble, ibid, 2022.
Roland Meynet
Antiguo alumno de Paul Beauchamp y Georges Mounin, Roland Meynet pasó veinte años en Oriente Medio. Dirigió el Centro de Investigación y Estudios Árabes de la Universidad de Saint Joseph de Beirut y fundó la Escuela de Traductores e Intérpretes. Ha enseñado en el Centro Sèvres de París y en la Universidad de Turín, y actualmente es profesor en la Universidad Gregoriana. Es especialista en retórica semítica y en el Evangelio de Lucas. Recibió el Gran Premio de Filosofía de la Academia Francesa en 2006 por su libro sobre el Evangelio de Lucas, al que aplica el método de análisis retórico.

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