Vida de la Iglesia

Papa Francisco. Diez años de viaje con los migrantes y refugiados

Visita del Papa al Centro Astalli en septiembre de 2013 (Foto: Vatican News)

«Cada uno de vosotros, queridos amigos, lleva una historia de vida que nos habla de dramas de guerras, de conflictos, a menudo ligados a las políticas internacionales. Pero cada uno de vosotros lleva sobre todo una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acoger, no para temer. Muchos de vosotros sois musulmanes, de otras religiones; venís de varios países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son una riqueza, un don para todos. ¡Vivamos la fraternidad!»[1]. Con estas palabras el Papa Francisco, en el comedor del Centro Astalli, se dirigió a los refugiados en 2013. El Centro Astalli es el Servicio Jesuita para Refugiados en Italia y uno de los proyectos que el entonces Superior General de los jesuitas, el padre Pedro Arrupe, puso en marcha a principios de los años ochenta.

En la misma reunión, Carol, una refugiada siria que acababa de llegar a Italia, explicó: «Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser un peso, queremos sentirnos parte activa de una nueva sociedad. Queremos ofrecer nuestra ayuda, nuestras habilidades y conocimientos, nuestra cultura para construir sociedades más justas y acogedoras para quienes, como nosotros, huyen de la guerra y la persecución. Los adultos podemos soportar aún más dolor, si ello sirve para garantizar un futuro pacífico a nuestros hijos. Pedimos la posibilidad de que vayan a la escuela y crezcan en contextos de paz».

A lo largo de su pontificado, el Papa Francisco ha mostrado y predicado un Dios de justicia y misericordia. Se ha centrado en las dificultades a las que se enfrentan los migrantes y refugiados en todo el mundo, y lo ha hecho no solo con palabras, sino también con hechos. Un ejemplo reciente es su visita en febrero de 2023 a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, donde se reunió con líderes comunitarios y personas desplazadas.

En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2018, titulado «Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz», Francisco preguntó, con su típica manera directa: «¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?», y recordó cómo varios años antes San Juan Pablo II había advertido «el número creciente de desplazados entre las consecuencias de “una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, ‘limpiezas étnicas’”»[2]. También señaló cómo, dado que los seres humanos tienen un deseo natural de una vida mejor, la pobreza y la degradación del medio ambiente son factores que impulsan a migrar.

Este énfasis en la justicia social es profundamente cristocéntrico. Francisco no ignora en absoluto la labor ni la contribución teológica de sus predecesores inmediatos – San Juan Pablo II y Benedicto XVI –, que en sus pontificados hicieron aportes importantes y duraderos a la teología católica, en particular en lo que respecta a la doctrina social. De hecho, ellos sentaron gran parte de las bases teológicas que Francisco ha utilizado en los últimos años para continuar su labor. Por ejemplo, en el mensaje que ya hemos citado, se inspiró en las palabras de san Juan Pablo II: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”»[3].

Por desgracia, en los últimos años, debido al notable aumento de los conflictos y a otros factores agravantes como el cambio climático, muchos países y poblaciones se han visto desbordados por el número de personas que buscan paz y seguridad en sus fronteras. En algunos casos, esto ha provocado un clima de miedo y ha generado un sentimiento de autopreservación y la consiguiente política de excluir a los migrantes de las fronteras nacionales. Con ello, los corazones y las mentes se han cerrado a la realidad de las esperanzas, los temores y las aspiraciones de algunas de las personas más necesitadas del mundo. A nosotros, que vivimos en la comodidad y la seguridad, Francisco nos sugiere que escuchemos sus historias y captemos la imagen completa de su viaje. A lo largo de los años de su pontificado, el Papa ha mantenido constantemente este compromiso y ha expresado clara y radicalmente su visión de un enfoque alternativo y más humano de los retos de la migración involuntaria.

Lampedusa, julio de 2013: la globalización de la indiferencia

En Lampedusa, Francisco pronunció las siguientes palabras: «Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor»[4].

En el primer viaje de su pontificado, en julio de 2013, el Papa llegó en barco a la isla de Lampedusa, situada frente a la costa meridional de Sicilia. El momento y el contexto de su visita fueron significativos. Libia estaba asolada por la violencia y la inestabilidad. Los africanos más pobres, que habían buscado trabajo allí en los tiempos de la expansión económica de Gadafi, buscaban ahora en otros lugares, y en particular al otro lado del mar. En Lampedusa, Francisco celebró una misa para conmemorar a los miles de emigrantes que murieron mientras cruzaban el Mediterráneo. También pronunció una homilía que está destinada a seguir siendo famosa, en la que explicó que se había sentido obligado a ir a esa isla para «realizar un gesto de cercanía, pero también para despertar nuestras conciencias, para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor». También se detuvo en las primeras preguntas que Dios hace al hombre en las Escrituras: «“Adán, ¿dónde estás?”: es la primera pregunta que Dios dirige al hombre después del pecado. “¿Dónde estás, Adán?”. Y Adán es un hombre desorientado que ha perdido su puesto en la creación porque piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca, y esto se repite también en la relación con el otro, que no es ya un hermano al que amar, sino simplemente alguien que molesta en mi vida, en mi bienestar».

Francisco se ha referido varias veces a la historia de Caín y Abel, incluso en su carta encíclica Laudato si’ (LS) de 2015, dedicada a la ecología integral. «Tantos de nosotros – dijo a los migrantes que le escuchaban en Lampedusa – estamos desorientados, no estamos ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros». Para el Papa, «cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido […]. Hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia»[5].

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La reflexión sobre Lampedusa revela cómo la respuesta del Papa a la tragedia humana concreta comenzó con un gesto sincero arraigado en los principios bíblicos y la doctrina social católica, y luego se desarrolló a medida que absorbía las experiencias vividas por otros y se basaba en una amplia gama de fuentes. En su exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG), Francisco diría más tarde que «los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura» (EG 210). La enseñanza judeocristiana de que la tierra no es el destino final de la humanidad indica que la fe católica es por esencia migratoria: todos somos migrantes, «estamos de paso».

Entre las aportaciones significativas de Francisco sobre la cuestión de los migrantes está su forma de abordarla: los reiterados «viajes personales» con migrantes y refugiados; los «gestos de cercanía», ver, escuchar, acoger; proteger; asistir e integrar; buscar soluciones a largo plazo. El Papa se inspiró en las palabras de Jesús: «Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes» (Lc 6,31). En la Evangelii gaudium explica este criterio del siguiente modo: « La realidad es superior a la idea. […] El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. […] Este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea» (EG 233).

El actual pontificado coincide con la aparición del mayor número mundial de desplazados desde el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que muchos han denominado «crisis de los refugiados». Pero el término suena problemático. Parecería implicar, en primer lugar, que los desplazados que buscan refugio son la causa de su propia fuga. Pero no es así. La encíclica Laudato si’ (LS) subraya la preponderancia de los migrantes que huyen de la miseria causada por el clima o las guerras. Es interesante notar cómo el Papa Francisco ha cambiado brillantemente el énfasis, insistiendo en que debemos reconocer la actual como una «crisis de solidaridad». El discurso en Lampedusa sembró las semillas de su enseñanza sobre la «globalización de la indiferencia», es decir, la insensibilidad con la que individuos y comunidades tratan a las personas marginadas. Es necesaria una conversión, pero ¿por dónde empezar? Precisamente por nosotros mismos. Parafraseando lo que dijo Francisco en Lampedusa, tenemos que empezar por nosotros «que nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro» y nos hemos hecho «insensibles al grito de los demás». Esta enseñanza, creemos, nos invita fundamentalmente a cada uno de nosotros a reflexionar sobre nosotros mismos y a experimentar una metanoia, una conversión que exigirá respuestas positivas y humanas a los traslados desesperados de tantas personas. Es una conversión del corazón.

Lesbos, abril de 2016: la cultura del encuentro

Los grandes flujos de refugiados, principalmente sirios y afganos, llegados a Europa en 2015 y 2016 llevaron al Papa Francisco a visitar el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, el 16 de abril de 2016. Esta vez eligió un enfoque ecuménico, presentándose junto con Su Beatitud Ieronymos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, y Su Santidad Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla. Se propuso iniciar un movimiento mundial de toma de conciencia para cambiar el trágico curso de los acontecimientos, para advertir a quienes tienen en sus manos el destino de las naciones. Así se dirigió a los refugiados y emigrantes reunidos: «He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Ieronymos, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma. Como hombres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común»[6].

Como ocurrió durante su visita a Lampedusa, el desarrollo del pensamiento de Francisco sobre los migrantes, los refugiados y la trata de seres humanos surge de encuentros concretos. En Lesbos, el Papa abordó directamente el grave riesgo de la indiferencia y la explotación, pero también hizo hincapié en la amabilidad y la bondad – de las que a menudo no somos conscientes – que muchas personas muestran cuando se encuentran con migrantes en una situación desesperada. Comparando ese encuentro con un tesoro escondido, Francisco ahondó en la idea de la «cultura del encuentro»: « Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis comprobado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros»[7].

El campo de Moria fue incendiado en 2020 por algunos refugiados que vivían allí, en un intento desesperado de llamar la atención de la comunidad internacional sobre sus terribles condiciones de vida, sobre su desesperada realidad. Fue una señal – una entre muchas otras – de que no existe capacidad global para gestionar la migración. En su discurso al Primer Ministro, a las autoridades griegas y a la comunidad católica de Grecia, el Papa planteó la cuestión más urgente de dar una solución a la migración, es decir, abordar sus causas profundas: «Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia»[8].

La «Sección Migrantes y Refugiados»

Inmediatamente después de su visita a Lesbos, Francisco creó la «Sección Migrantes y Refugiados» («Sección M&R»), que se fusionó con el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral en enero de 2023. Se creó para ser particularmente «competente en las cuestiones que se refieren a las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura»[9]. Bajo la dirección directa del Papa, la Sección M&R se dedicó a poner en práctica su visión: «En Lampedusa y Lesbos, los principales umbrales de tránsito hacia Italia y Grecia, el Papa Francisco lloró con los migrantes y refugiados que allí se hacinaban. En el avión de regreso de Lesbos, llevó consigo a algunas familias de refugiados sirios, invitándoles a venir a vivir al Vaticano. “Recordemos que, curando las heridas de los refugiados, los desplazados y las víctimas de tráficos, ponemos en práctica el mandamiento de la caridad que Jesús nos dejó […]: su carne es la carne de Cristo”[10]. El Papa quiere que la Sección M&R ayude a otros a decir y hacer en todo el mundo lo que él mismo enseña y hace»[11].

Desde entonces, la misión de la Sección M&R ha sido ayudar a la Iglesia – es decir, a los obispos, los fieles, el clero, las organizaciones eclesiales – y a toda persona de buena voluntad a «acompañar» a los que parten y huyen, a los que están en tránsito o esperan, a los que llegan y tratan de integrarse, y a los que regresan a sus países de origen. Entre sus principales logros está ayudar a cultivar y hacer crecer las semillas plantadas por el Papa en su discurso de Lampedusa. La Sección se ha comprometido especialmente a profundizar en los fundamentos teológicos e intelectuales de un enfoque católico más claro del fenómeno de las migraciones humanas. En 2020, bajo el título Luci sulle strade della speranza («Luces en los caminos de la esperanza»), publicó una voluminosa recopilación de las enseñanzas del Papa Francisco sobre la pastoral de los migrantes, los refugiados y las víctimas de la trata. En un plano más práctico, la Sección ha estado trabajando para aplicar los Veinte Puntos de Acción propuestos por la Santa Sede para los Pactos Globales sobre migrantes y refugiados, así como las Directrices Pastorales sobre la Trata de Personas.

Una agenda para los Estados y la sociedad civil

Como ya habían hecho sus predecesores, el Papa Francisco se basó en elementos fundamentales de la fe cristiana y de la doctrina social católica para desarrollar una visión clara de un enfoque alternativo y más humano a los desafíos de la migración forzada.

En febrero de 2017, intervino en la reunión del Foro Internacional «Migración y Paz» en Roma. En esa ocasión, afirmó que la respuesta a los desafíos de la migración contemporánea debe hacerse conjuntamente, con la comunidad política, la sociedad civil y la Iglesia, y debe articularse en cuatro acciones interrelacionadas: acoger, proteger, promover e integrar[12].

Posteriormente, la Sección M&R publicó los citados Veinte Puntos de Acción como contribución al proceso de redacción, negociación y adopción de los Pactos Globales sobre migrantes y refugiados, previstos para finales de 2018. La Sección realizó consultas, escuchando a las Conferencias Episcopales y a las organizaciones católicas que trabajan en terreno, y así pudo desarrollar una reflexión en profundidad sobre la práctica de la Iglesia en este ámbito a lo largo de los años.

Los Veinte Puntos de Acción se basan en las cuatro acciones – acoger, proteger, promover e integrar – que sustentan la visión de Francisco para un enfoque mejor y más solidario del fenómeno migratorio. Estas fueron las recomendaciones del Papa para los Pactos Mundiales 2018:

« Acoger recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: “No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles”».

Proteger nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: “El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda”.

Promover tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios “ama al emigrante, dándole pan y vestido”; por eso nos exhorta: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto”.

Por último, integrar significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: “Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios”»[13].

Trata de seres humanos, desplazados internos y refugiados climáticos

Una clara indicación en el pensamiento del Papa sobre la migración llegó con su reconocimiento del perverso fenómeno de la trata de seres humanos y la necesidad de abordarlo cuando se produce en el contexto de la migración. Los migrantes están muy expuestos a la trata de personas porque huyen en condiciones precarias; a menudo arriesgan sus vidas en un intento de entrar en un país de destino y temen ser deportados. En 2014, Francisco describió la trata de personas como «una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una llaga en la carne de Cristo»[14]. En 2018 dijo que «las rutas migratorias son a menudo utilizadas por los traficantes y explotadores para reclutar nuevas víctimas de la trata»[15].

Pero el Papa tiene ante sus ojos un fenómeno más profundo, que destaca en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG). En ella habla de una cultura del «usa y tira», según la cual el ser humano es visto como un «bien de consumo» que se puede usar y tirar (cf. EG 53). «En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda» (EG 211).

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A principios de 2015, Francisco dedicó su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz a la trata de seres humanos, subrayando que «nos encontramos ante un fenómeno mundial que supera la competencia de una sola comunidad o nación», y pidió «una movilización de dimensiones comparables a las del fenómeno mismo»[16]. En 2016, instó a erradicar la trata y el tráfico de seres humanos, ya que estas nuevas formas de esclavitud deben considerarse «crímenes contra la humanidad»[17].

Dos de las tres encíclicas escritas por el Papa Francisco – Laudato si‘ (LS), del 24 de mayo de 2015, y Fratelli tutti (FT), del 3 de octubre de 2020 – reflexionan sobre la trata de seres humanos. A algunos puede sorprender que en Laudato si’, dedicada al cuidado y respeto de la creación, el Papa se refiera a la indiferencia ante la trata de seres humanos. En su visión holística de la creación de Dios, Francisco subraya cómo el cuidado de la naturaleza no puede separarse del cuidado de la persona humana: «Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada» (LS 91).

A lo largo de 2018, la Sección M&R organizó dos consultas con representantes eclesiásticos, investigadores, profesionales y expertos. Los seis meses de consulta, escucha, debate y redacción dieron como resultado las Orientaciones pastorales sobre la trata de personas, aprobadas por el Papa en 2019. El documento aborda el fenómeno de la trata de personas, investiga sus causas, destaca la importancia de reconocer la realidad y la dinámica de esta perversa explotación y, como respuesta, propone recomendaciones concretas, incluida la recuperación de los supervivientes.

Otro grupo de olvidados son los desplazados internos, refugiados que, aunque no cruzan fronteras nacionales, huyen de sus hogares por las mismas razones que los refugiados: conflictos, persecuciones, violaciones de derechos humanos, pobreza extrema, etc. A finales de 2021, había 59,1 millones de desplazados en todo el mundo (por ejemplo, en Siria, Venezuela, Etiopía o Myanmar)[18].

Tal como se hizo con la trata de seres humanos, la Sección M&R consultó a representantes de la Iglesia y organizaciones asociadas y redactó las Orientaciones pastorales sobre desplazados internos, que se publicaron en 2020. Estas ofrecen sugerencias y directrices para el ministerio de la Iglesia con los desplazados internos, para la implementación local, la planificación y la implicación concreta a través de la defensa y el diálogo.

El título del mensaje del Papa Francisco para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el 27 de septiembre de 2020, fue: «Como Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos». La Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado está dedicada a sensibilizar sobre la difícil situación de las personas vulnerables, migrantes y refugiadas, los numerosos retos a los que se enfrentan y también a destacar las oportunidades que ofrece la migración.

En 2021, Francisco llamó la atención internacional sobre la difícil situación de las personas desplazadas por la crisis climática, y en 2022, la Sección M&R, recogiendo las experiencias de las iglesias locales de todo el mundo, publicó las Orientaciones pastorales sobre desplazados climáticos.

Refugiados y migrantes en el centro de un mundo interconectado

A lo largo de su pontificado, Francisco ha abordado con frecuencia el problema de los migrantes, no sólo mostrando una profunda compasión por ellos, sino tratando de desarrollar una visión radical, capaz de ofrecer una perspectiva alternativa a la habitual, poniendo a las personas marginadas en el centro de la respuesta: «Una política justa es la que se pone al servicio de la persona, de todas las personas afectadas; que prevé soluciones adecuadas para garantizar la seguridad, el respeto de los derechos y de la dignidad de todos; que sabe mirar al bien del propio país teniendo en cuenta el de los demás países, en un mundo cada vez más interconectado»[19].

La humanidad, entendida como «familia», y la Tierra, como «casa común», nos interpelan moralmente para que nos comprometamos de forma constante en su cuidado, defensa y desarrollo. Estos temas constituyen el hilo conductor de la exhortación apostólica Evangelii gaudium y se encuentran también en las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti.

El redescubrimiento del plan original de Dios para el mundo y la humanidad, revelado en Jesucristo, se traduce en una serie de compromisos concretos en los ámbitos de la economía, la ecología, la política y la solidaridad. En la lógica de la construcción del Reino como proceso necesario para permanecer fieles al proyecto original, los refugiados y los migrantes deben situarse en el centro, junto con aquellos que son menos «útiles» al mundo: los enfermos, los ancianos, las personas con discapacidad. El Papa nos exhorta una vez más a «acoger, proteger, promover e integrar» a los migrantes y refugiados, como misión común fundamental. Hay una sola humanidad llamada a cuidar de los frágiles, poniéndolos en el centro de su atención, y a elegir líderes que tengan una visión que vaya más allá de los intereses nacionales. Sólo hay una familia seriamente preocupada por la casa común, por las formas de prevenir las migraciones, con la convicción de que el único hogar que tenemos necesita cuidados urgentes y una nueva economía mundial basada en la justicia.

El Papa Francisco ha sabido transmitir sus inquietudes a las Iglesias locales y también ha sabido ir más allá del mundo católico, inspirando a mujeres y hombres de otras confesiones o no creyentes, que han redescubierto valores comunes en el mensaje cristiano. Uno de ellos es, sin duda, la necesidad del «encuentro», entendido como el modo de interconectar adecuadamente el mundo fragmentado, de transformar este mundo, en el que los refugiados son invisibles, en un mundo reconciliado en el que las relaciones y la comunidad los sitúen en el centro.

Es esta relación cercana y física con los marginados la que no sólo nos convertirá a cada uno de nosotros, sino que, en última instancia, conducirá a los líderes políticos y sociales a «un tipo mejor de política», como explica Francisco en Laudato si’: «no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49).

En su acercamiento a los desplazados, el Papa Francisco parece decirnos que estos nos ofrecen una gran oportunidad para descubrir partes ocultas de la humanidad y profundizar en nuestra comprensión de las complejidades de este mundo. Es a través de los migrantes y los refugiados que se nos invita a encontrar a Dios y a hallar un modelo justo para nuestras sociedades, un modelo que ofrezca un futuro para todos, «incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo»[20].

  1. Francisco, Visita al Centro Astalli, 10 de septiembre de 2013.

  2. Id., Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Mensaje para la LI Jornada mundial de la paz, 1º de enero de 2018.

  3. Ibid.

  4. Id., Homilía en Lampedusa, 8 de julio de 2013.

  5. Ibid.

  6. Francisco, Visita a los refugiados, Lesbos, 16 de abril de 2016.

  7. Ibid.

  8. Id., Encuentro con la ciudadanía y con la comunidad católica. Memoria de las víctimas de las migraciones, Lesbos, 16 de abril de 2016.

  9. Id., Carta apostólica Humanam progressionem, 17 de agosto de 2016.

  10. Id., Discurso a los participantes en la plenaria del Consejo Pontificio de los Emigrantes e Itinerantes, 24 de mayo de 2013.

  11. Sección M&R, 2017.

  12. Francisco, Discurso a los participantes del Foro internacional «Migración y paz», 21 de febrero de 2017.

  13. Id., Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Mensaje para la LI Jornada mundial de la paz, cit.

  14. Id., Discurso a los participantes de la Conferencia internacional sobre la trata de las personas humanas, 10 de abril de 2014.

  15. Cfr Id., Angelus, 29 de julio de 2018.

  16. Id., Mensaje para la celebración de la XVLVIII Jornada mundial de la paz, 1º de enero de 2015.

  17. Cfr Id., Discurso a los participantes del encuentro sobre la trata de seres humanos, 7 de noviembre de 2016.

  18. Datos de la Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC), 2022.

  19. Francisco, Homilía en la S. Misa para los migrantes, 6 de julio de 2018.

  20. Id., Mensaje para la 106ª Jornada mundial del migrante y del refugiado, del 13 de mayo de 2020.

Michael Schopf S.I. – Amaya Valcárcel Silvela
Se graduó en 1993 en la Facultad de Filosofía de Múnich. En Alemania, fue presidente del Consejo Asesor de MISEREOR, la agencia de la Conferencia Episcopal Alemana para la cooperación al desarrollo, y asesor de la Comisión de Migración de la Conferencia Episcopal Alemana. Fue responsable del desarrollo de proyectos y asociaciones en Jesuiten Weltweit, el trabajo de los jesuitas alemanes por la solidaridad internacional. También impartió cursos sobre estudios migratorios y fue profesor invitado en varias universidades de Wurzburgo, Múnich y Viena. Desde diciembre 2022, es el director internacional del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Amaya Valcárcel Silvela es doctora del Programa Migraciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo impartido por la Pontificia Universidad de Comillas.

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