Biblia

Enfermedad y fragilidad en la Biblia

Jesus Healing the Leper, Jean Marie Melchior Doze, 1864

Frente al espectáculo de la grandeza y magnificencia del cielo, bordado con delicadeza por los dedos de Dios, el salmista se pregunta: «¿Qué es el hombre?» (Sal 8,5). La respuesta que sigue es excepcional y sorprendente: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, | el ser humano para mirar por él? | lo hiciste poco inferior a los ángeles, | lo coronaste de gloria y dignidad» (Sal 8,5-6).

El ser humano está colocado en la cúspide de la creación como un ser casi divino con el cual Dios mismo comparte sus propios atributos de gloria y majestad. Además, el hombre elevado de esa manera también está investido de la tarea de gobernar a todas las criaturas, que están puestas a sus pies (Sal 8,7-9). No obstante, la pregunta «¿Qué es el hombre?» se retoma una vez más en el Salterio, y esta vez halla una respuesta diferente y, desde cierto punto de vista, desconcertante: «Señor, ¿qué es el hombre | para que te fijes en él? | ¿Qué los hijos de Adán | para que pienses en ellos?» (Sal 144, 3-4)[1].

En el Salmo 144 el ser humano es presentado como hebel, es decir, como «vapor inconsistente», «un suspiro», «una nada», «vanidad». Los numerosos matices de esta palabra serán retomados en el libro de Qohélet o Eclesiastés, donde el término hebel se repite no menos de 38 veces: «¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!» (Ecl 1,2). La existencia es inestable e incierta, y la vida del hombre es efímera y pasa deprisa, de forma inexorable.

Ambas respuestas a la pregunta «¿Qué es el hombre?» son verdaderas y abren una ventana a lo que constituye el gran misterio del ser humano, creado a imagen de Dios (Gn 1,26-27) y constituido en señor del cosmos, aun siendo criatura, débil y vulnerable[2]. En el segundo relato de la creación, una imagen elocuente e incisiva introduce al creyente en el misterio de la grandeza y de la fragilidad que caracterizan a todo ser humano: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gn 2,7).

Allí se presenta a Dios como a un alfarero que modela al ser humano a partir del polvo de la tierra y que insufla en él el soplo de vida. Este versículo capta profundamente las tensiones opuestas presentes en el hombre: una criatura frágil, precaria, vulnerable porque viene del suelo, pese a la cual, al mismo tiempo, se le transmite la vida divina. El ser humano, comparado con el producto de la obra de un artesano, es modelado como una vasija de barro que puede romperse y hacerse pedazos[3]. Sin embargo, no es un objeto inanimado, sino que está vivo; tiene dentro de sí el principio vital, el soplo de la creación que solo pertenece a Dios y que hace surgir del polvo al ser viviente (cfr Gn 2,7).

Fragilidad y enfermedad

La debilidad constitutiva del ser humano aparece en toda su plenitud en la experiencia del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte. La vida revela ser insegura y fugaz, constantemente amenazada por el mal[4]. ¿A qué se debe la presencia de la enfermedad en el mundo, que toca de manera tan dramática la carne del hombre y postra su espíritu?

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En la Escritura encontramos rastros de lo que es el teorema retributivo: «El Señor maldice la casa del malvado | y bendice la morada del justo» (Prov 3,33). Así pues, el sufrimiento y la enfermedad serían consecuencia del pecado cometido por el hombre de forma personal y colectiva. La aplicación automática de este modelo es puesta en crisis en el seno mismo de la Escritura. De hecho, en algunos pasajes bíblicos significativos esta teoría es desmentida por la experiencia práctica de la vida de hombres y mujeres. Desde este punto de vista el libro de Job es ejemplar. En efecto, Job es un hombre íntegro y recto que se ve afectado por múltiples calamidades, incluida la enfermedad, «llagas malignas, desde la planta del pie a la coronilla» (Job 2,7).

Los amigos que van a visitarlo explican su sufrimiento mediante la teoría de la retribución: «¿Recuerdas a un inocente destruido? | ¿Has visto a los justos exterminados? | Yo he visto que quienes labran maldad | y siembran desgracias, las cosechan» (Job 4,7-8)[5]. Estos amigos se levantan en defensa de Dios afirmando que si su amigo sufre se debe a su culpabilidad. Sin embargo, frente a las acusaciones que se le formulan, Job confiesa varias veces su inocencia[6]. Al final del libro será la voz autorizada de Dios la que confirme que los juicios de los amigos son incorrectos, a diferencia de las afirmaciones de Job, que son apropiadas: «El Señor […] se dirigió a Elifaz de Temán: “Estoy irritado contra ti y contra tus dos compañeros, porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job”» (Job 42,7).

También Jesús, en los Evangelios, rechaza una conexión demasiado fácil entre pecado, sufrimiento y enfermedad. A los discípulos, que se preguntan por los pecados del ciego de nacimiento, les responde remitiéndolos a Dios y a lo que el Señor puede obrar en la vida de ese hombre inválido en el cuerpo: «Ni este pecó, ni sus padres, como para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3). Jesús no va en busca de las culpas, sino que invita a esperar a un Dios que es capaz de actuar sacando el bien incluso del mal (cfr Gn 50,20).

La oración del hombre que sufre: el Cántico de Ezequías

¿Qué sucede en el corazón de quienes viven la dramática experiencia del mal y del sufrimiento? En el centro del libro de Isaías encontramos una amplia narración centrada en el rey Ezequías (Is 36-39). En el relato se inserta un escrito atribuido al rey de Judá, un poema llamado «Poema», «Salmo», o «Cántico» de Ezequías[7].

El rey está afligido por un mal cuya naturaleza desconoce, pero que, seguramente, lo llevará a la muerte. La reacción de Ezequías frente al carácter inexorable de la enfermedad pone de manifiesto todo su desconsuelo en relación con las palabras del profeta Isaías, que le preanuncian el fin inminente: «Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: “¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo que era recto a tus ojos”. Y el rey se deshizo en lágrimas» (Is 38,2-3).

Las expresiones utilizadas indican el estado de aflicción en que se encuentra el rey de Judá; por otra parte, él no permanece encerrado en sí mismo, con la cara vuelta hacia la pared, sino que su desconsuelo se troca en oración dirigida al Señor. Al final de su invocación, Ezequías llora, signo de la gravedad de su condición, pero también de toda la tensión que hay en su vuelco hacia Dios. Después de la oración, el profeta le entrega un nuevo mensaje divino: «Le llegó a Isaías una palabra del Señor en estos términos: “Ve y di a Ezequías: ‘Esto dice el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas. Añadiré otros quince años a tu vida’”» (Is 38,4-5).

En este punto se introduce en el relato un escrito poético con un título que anticipa al lector el paso del rey de la enfermedad al restablecimiento, del lamento a la alabanza: «Poema[8] de Ezequías, rey de Judá, con ocasión de su enfermedad y restablecimiento» (Is 38,9).

Este poema muestra el itinerario íntimo del rey del lamento a la gratitud. A través del expediente del salmo atribuido al rey, la oración de Ezequías desvela el corazón del rey y su relación sincera con el Señor, abriéndose a la confianza también en el tiempo de la crisis personal a causa de la enfermedad. Los primeros versículos del Poema muestran el drama desde el punto de vista de Ezequías (Is 38,10-15). La situación se invierte a partir de los vv. 17-19, que son una confesión de la curación interior y una alabanza a Dios. El texto termina en el v. 20 con una nueva petición de salvación. Los vv. 21-22, que examinaremos después, indican cómo la oración se inserta en la narración mientras la curación aún no se ha producido.

El Poema se mueve en diversas tonalidades afectivas, también contrapuestas entre sí, pasando gradualmente del lamento a la alabanza, de la lucha con Dios a la esperanza en el Señor de la vida. Así se revela no solo la tensión en el corazón del rey, sino también el sentimiento de quien vive en carne propia la dramática experiencia de la enfermedad, pasando del temor a la esperanza, de la recriminación a la acción de gracias. Como recuerda Robert Alter, a través de su indeterminación histórica, la poesía permite trasponer los límites de la situación concreta del pasado para llegar a la vida de aquel que lee en cada lugar y en cada tiempo[9]. Por lo tanto, las palabras de Ezequías son las de cada ser humano que sufre en el tiempo de su enfermedad.

Oración y curación

En la primera parte del Poema, Ezequías afirma: « 10 Yo pensé: “En medio de mis días | tengo que marchar hacia las puertas del abismo; | me privan del resto de mis años”. | 11 Yo pensé: “Ya no veré más al Señor | en la tierra de los vivos, | ya no miraré a los hombres | entre los habitantes del mundo. | 12 Levantan y enrollan mi vida | como una tienda de pastores. | Como un tejedor, devanaba yo mi vida, | y me cortan la trama”. | Día y noche me estás acabando, | 13 sollozo hasta el amanecer. | Me quiebras los huesos como un león, | día y noche me estás acabando. | 14 Estoy piando como una golondrina, | gimo como una paloma. | Mis ojos mirando al cielo se consumen: | ¡Señor, me oprimen, sal fiador por mí! | 15 ¿Qué le diré para que me responda, | cuando es él quien lo hace? | Caminaré todos mis años | con la amargura en mi alma» (Is 38,10-15).

«En los vv. 10-11, a través de la repetición de la forma verbal ʾāmartî (yo dije = yo pensé) se abre el mundo interior del orante, que siente cercano su fin»[10]. El texto refiere los pensamientos y las reflexiones del rey Ezequías como un monólogo interior que, en el tiempo de la enfermedad incurable, se hace oración dirigida al Señor. El rey percibe la distancia insalvable que lo separa de Dios y de los vivientes mientras él se encamina prematuramente hacia el šeʾōl, el reino de los muertos. El yo del rey está presente mientras se lamenta abiertamente con el Señor a través de imágenes que indican su extremada debilidad y angustia.

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Ezequías se describe como una tienda levantada y enrollada, como si lo cortaran por dentro, como un hilo cortado de la urdimbre, separado de la vida y de los demás vivientes, como una golondrina que pía y como una paloma que gime. En la hora de la prueba y de la enfermedad atribuye a Dios la responsabilidad del sufrimiento que lo oprime y habla de sí mismo con imágenes atroces y desgarradoras. Por el otro lado, el Señor es descrito como aquel que corta el hilo de la trama de la vida y como un león feroz que tritura la presa con sus dientes. Sin embargo, paradójicamente Ezequías pide ayuda a ese Dios por el cual se siente oprimido y aplastado. De ese modo, en el centro del salmo se eleva una súplica al Señor, que todavía puede actuar a favor del rey: «¡Señor, me oprimen, sal fiador por mí!»; «Cúrame y haz que reviva» (v. 16).

La segunda parte del Poema constituye la inversión de la suerte del rey, que celebra a Dios como el Señor de la vida. «16 El Señor está cerca de los suyos: | ¡Señor, en ti espera mi corazón!, | que se reanime mi espíritu. | Me has curado, me has hecho revivir, | 17 la amargura se me volvió paz | cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía | y volviste la espalda a todos mis pecados. | 18 El abismo no te da gracias, | ni la muerte te alaba, | ni esperan en tu fidelidad | los que bajan a la fosa. | 19 Los vivos, los vivos son quienes te alaban: | como yo ahora. | El padre enseña a sus hijos tu fidelidad. | 20 Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas | todos nuestros días en la casa del Señor» (Is 38,16-20).

Ante todo, la curación de Ezequías es una sanación del corazón que se da a través de la curación interior del pecado y del don de la paz, de ese šalōm que es plenitud y floración de vida y que reemplaza la amargura. La muerte y el abismo quedan atrás (v. 18), y el rey se define dos veces como «vivo» (v. 19)[11]. El «hoy» de la situación personal de Ezequías remite al «hoy» del lector, que puede hacer propia la oración del rey transmitiéndola, junto con el testimonio de la fidelidad de Dios, de generación en generación, de padre a hijo (v. 19).

Sorprendentemente, los versículos subsiguientes muestran cómo el rey aún no está curado. Él pide la salvación para volver a orar y a alabar a Dios en el templo (v. 20). Ezequías da gracias al Señor, pero su salud todavía no está totalmente restablecida; sigue en vilo entre el «ya» y el «todavía no» de una liberación por venir. El hecho de que el Poema esté colocado antes de la curación permite a todo enfermo, en todo lugar y en todo tiempo, orar con las palabras de Ezequías abriéndose a un horizonte de esperanza y de vida donde se cantará al Señor, en comunidad, «todos nuestros días» (v. 20).

¿Hay, quizá, una contradicción entre las dos partes del poema, entre la acusación a Dios y la acción de gracias por la vida recibida? ¿Es que el rey se muestra esquizofrénico, escindido en sí mismo? En realidad, la plegaria que el texto de Isaías nos presenta es una oración sincera en la que también aflora la lucha con Dios frente al misterio del mal que toca la propia carne y pone en peligro la vida. Las palabras de Ezequías expresan la complejidad de la situación interior de quien vive el tiempo de la angustia, del sufrimiento y de la enfermedad. Por eso, acusar y alabar a Dios no se contraponen.

La narración de Isaías 38 concluye, por un lado, con el mandato de Isaías de aplicar un medicamento para curar al rey y, por el otro, con la petición de un signo por parte de Ezequías para que pueda regresar al templo: «Isaías dijo: “Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la llaga para que se cure”. Ezequías dijo: “¿Cuál es la prueba de que podré subir a la casa del Señor?”» (Is 38,21-22).

La curación de Ezequías no se relata en el texto, sino que la narración queda como suspendida, terminando como una pregunta no seguida por una respuesta. En realidad, estos versículos, que podrían parecer fuera de lugar[12] y que permiten al lector comprender que Ezequías aún no está curado, se relacionan con la caracterización del rey piadoso, preocupado por llegar a estar espiritualmente puro para poder subir al templo del Señor. La presencia de estas líneas pone en el centro del interés de Ezequías la preocupación por volver a orar al templo del Señor antes que en una curación como fin en sí misma, puesto que él sabe que solo en Dios puede encontrar la vida[13].

De qué manera cura Jesús las enfermedades

El Evangelio de Mateo presenta a Jesús como Mesías con palabras y con obras (Mt 4,23). En efecto, la sección sobre las actividades de Jesús en Israel se inicia con el extenso Sermón de la montaña (Mt 5-7) y prosigue con el relato de sus curaciones (Mt 8)[14]. Frente al misterio de la enfermedad, el Evangelio nos muestra a Jesús que cura los males del mundo: limpia a un leproso excluido de la comunidad a causa de su enfermedad (Mt 8,1-4), cura al criado de un centurión con la fuerza de su palabra (Mt 8,5-13), sana a la suegra de Simón que se encuentra en cama con fiebre (Mt 8,14-15) y, por último, libera a los endemoniados y cura a «todos» los enfermos (Mt 8,16). El evangelista comenta las curaciones realizadas por Jesús con un pasaje del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17).

Este versículo cita el cuarto Cántico del Siervo del Señor, que habla del sufrimiento del siervo que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4). Así revela el sentido profundo de la obra que está realizando Jesús. En efecto, las curaciones no ocurren de manera mágica, sino que son una liberación del mal que, como indica Pablo, fue realizada «a buen precio» (1 Cor 6,20; 7,23). Jesús cura cargando sobre sí las enfermedades, llevando sobre sus hombros el peso del mal y anticipando en su acción curativa el misterio de la Pascua, es decir, de su vida entregada y ofrecida en la cruz por la salvación del mundo. El Evangelio no responde al drama de la enfermedad presentando a un sanador-taumaturgo entre los muchos que circulaban en la Palestina del siglo I, sino mostrando el misterio de Jesús hombre-Dios, plenamente solidario en su carne con la humanidad herida y, justamente por eso, capaz de tocarla y de curarla.

  1. El cardenal Gianfranco Ravasi explica que el v. 4 del Sal 144 es una cita libre del Sal 39,6-7.12: «Me concediste un palmo de vida, | mis días son nada ante ti; | el hombre no dura más que un soplo, | el hombre pasa como una sombra, […] El hombre no es más que un soplo» (G. Ravasi, Il libro dei Salmi, vol. III, Bolonia, EDB, 1985, p. 904).

  2. También Job cita, en forma de parodia, la pregunta «¿Qué es el hombre?» presente en los salmos (Sal 8,5; 144,3), pero trastocando su sentido: «¿Qué es el hombre para que te ocupes tanto de él, | para que pongas en él tu interés, | para que le pases revista por la mañana | y lo examines a cada momento?» (Job 7,17-18). El ser humano es hecho grande por Dios para que pueda ser objeto de su control obsesivo a fin de castigarlo mejor y de hacerle el mal.

  3. Pablo utiliza la imagen del «tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4,7), recordando de alguna manera la realidad descrita en Gn 2,7.

  4. En hebreo, para decir «enfermedad» y «mal» se utiliza una misma palabra: raʿ. Para un amplio tratamiento del tema cfr D. Scaiola, «Male/Malattia», en R. Penna, G. Perego y G. Ravasi (eds.), Temi teologici della Bibbia, Milán, San Paolo, 2010, pp. 786-792.

  5. Cfr también Job 4,17-20; 8,20; 11,11; 15,14-16; 22,4-9.

  6. En particular, cfr Job 7,20; 9,29-31; 16,17-19 y los capítulos 29-31.

  7. Sobre el Poema o Cántico de Ezequías hay que mencionar el profundo estudio de M. L. Barré, The Lord Has Saved Me. A Study of the Psalm of Hezekiah (Isaiah 38: 9-20), Washington, Catholic Biblical Association of America, 2005.

  8. La palabra hebrea que aquí se utiliza es miktab, que puede traducirse como «escrito». Otra hipótesis lee miktam, término empleado en el encabezamiento de algunos salmos (Sal 16; 56-60) para indicar la tipología y, más precisamente, para hacer referencia a algunos aspectos musicales (cfr M. L. Barré, The Lord Has Saved Me…, op. cit., pp. 252s).

  9. Cfr R. Alter, L’ arte della poesia biblica, Roma, Gregorian & Biblical Press, 2011, p. 222.

  10. C. Termini, «La guarigione di Ezechia (Is 38)», en Parole di vita 44, 1999/3, p. 32.

  11. La raíz «vida/vivo» aparece en el Poema de Ezequías al menos seis veces.

  12. Algunos autores hacen la prueba de situarlos en otro lugar con la intención de armonizarlos con el texto paralelo de 2 Re 20 (cfr «Zu Jes 38:21f», en Vetus Testamentum 21, 1971/1, pp. 104-111; L. Alonso Schökel y J. L. Sicre, Los profetas, vol. I, Madrid, Cristiandad, 1980, p. 259; A. Mello, Isaia, Milán, San Paolo, 2012, p. 261).

  13. Greg Goswell explica de la siguiente manera el efecto que produce poner fin al relato con un interrogante: «La pregunta de Ezequías, para la cual no hay ninguna respuesta inminente, […] sirve para mostrar el problema del ascenso a la casa del Señor y de la participación en la oración en el templo» (G. Goswell, «The Literary Logic and Meaning of Isaiah 38», en Journal for the Study of the Old Testament 39, 2014/2, p. 185).

  14. Cfr U. Luz, Matteo, vol. I, Brescia, Paideia, 2006, p. 279.

Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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