SOCIOLOGÍAACÉNTOS

Siete pilares de la educación según J.M. Bergoglio

Photo by BenWhite/Unsplash

El desafío educativo ha estado desde siempre en el centro de la mirada del Papa actual. Como él mismo reveló en una entrevista nuestra del año 2016, siendo párroco en San Miguel se ocupaba de la pastoral juvenil y de la educación. Cada día recibía a los chicos en los enormes espacios del colegio anexo: «Yo decía siempre la misa de niños y el sábado enseñaba el catecismo»[1]. Y lo hacía también cuando organizaba espectáculos y juegos, que en esa entrevista describía con detalle. De ahí procede su capacidad espontánea de estar con los niños.

Ya como estudiante jesuita en formación, Bergoglio tuvo con la escuela una experiencia que lo marcó. Fue enviado por sus superiores a enseñar Literatura en dos colegios secundarios de los jesuitas. Sin embargo, él no se quedaba en las lecciones; por el contrario, alentaba a sus muchachos a la composición creativa —llegando incluso a implicar al gran Jorge Luis Borges en sus actividades—, aunque también al teatro y a la música[2].

La acción educativa se vinculaba así a la experiencia artística y creativa, y justo a partir de esta lograba Bergoglio hacer emerger la más amplia dimensión humana y espiritual. Veamos un ejemplo inédito para comprenderlo mejor: José Hernán Cibils, en la actualidad músico en Alemania y entonces alumno del docente de veintiocho años Jorge M. Bergoglio, conserva todavía hoy el comentario del otrora profesor a un ejercicio suyo sobre La hora undécima, de la escritora María Esther de Miguel. El alumno consideraba que el  [p. 24/108] mensaje final de la obra era que la negación de sí y la mortificación conducen a Dios. Bergoglio se prodigó en elogios al comentar el trabajo del estudiante, pero propuso un cambio en la formulación del mensaje final, que le parecía demasiado negativo, y apuntó: «La entrega es fruto del amor», no de la mortificación. Concluía con un mensaje personal entre paréntesis para José: «Claro que estás atravesando un período de negatividad». La exposición a la experiencia creativa o su ejercicio generan una dinámica que implica psicológica y espiritualmente a la persona[3].

Esta experiencia como estudiante jesuita, y después como sacerdote, formó a Bergoglio como pastor y obispo de Buenos Aires. Al considerar este tiempo episcopal y leer la colección completa de sus intervenciones pastorales, recientemente reunidas en un único volumen[4], uno se da cuenta de que un tercio de ellas —entre homilías, cartas y mensajes— está dedicado a los educadores (docentes, catequistas, animadores, etc.). El tema no ha sido revisado en profundidad aún de manera adecuada, y habría que investigar también las fuentes y las inspiraciones que Bergoglio tuvo presentes en el desarrollo de su enfoque[5].

En las páginas que siguen queremos presentar —sin pretender ser exhaustivos— siete caras de este poliedro que es la educación para Francisco, tal y como maduraron en su ministerio episcopal.

Educar es integrar

Ante todo, es importante comprender que el arzobispo Bergoglio encuadra la educación siempre en una visión amplia de la sociedad, como un contexto vital de encuentro y de asunción de compromisos comunes para la construcción de la comunidad civil. Educar, pues, [p. 25/108]  significa construir una nación: «Nuestra tarea educativa tiene que despertar el sentimiento del mundo y la sociedad como hogar. Educación “para el habitar”»[6]. Ante todo, la nación y el mundo son para Bergoglio el «hogar», lugar donde habitar, dimensión doméstica[7].

La educación no es un hecho exclusivamente individual, sino popular. En un encuentro con algunos de sus exalumnos de secundaria en el año 2006, dijo: «Quiero expresar mi deseo de que sus vidas hagan historia más allá de la historia personal de cada uno. Que hagan historia como grupo inspirando a tantos jóvenes en el camino creativo»[8].

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Bergoglio ha considerado siempre la escuela como un medio importante de integración social y nacional, uno de los pilares principales para la construcción del sentimiento de comunidad, de la convivencia. Una prueba de ello la encontramos en una reflexión suya en torno a los migrantes internos en Argentina que se remonta al año 2002: «El hijo del gaucho, el migrante del interior que llegaba a la ciudad, y hasta el extranjero que desembarcaba en esta tierra, encontraron en la educación básica los elementos que les permitieron trascender la particularidad de su origen para buscar un lugar en la construcción común de un proyecto. También hoy, desde la pluralidad enriquecedora de propuestas educadoras, debemos volver a apostar por la educación, todo»[9]. [p. 26/108]

La tarea educativa no tiende solo al autoempoderamiento, sino a ayudar a las personas a construir un futuro juntos, una historia compartida. El que migra y llega a una nueva tierra tiene en la educación el instrumento y el contexto fundamental para trascenderse a sí mismo y su propia historia e insertarse en su nueva casa.

Por tanto, un elemento central de esta construcción social es la integración. «El Estado tiene que asumir el rol de […] integrador»[10], escribía Bergoglio en 2001, con ocasión de las Jornadas arquidiocesanas de Pastoral Social, y lo repitió muchas veces. «Integrar», por lo demás, es una de las claves importantes para comprender el pontificado de Francisco[11].

Acoger y celebrar la diversidad

Otro elemento central para la construcción social es la acogida de la diversidad. Al dirigirse a los docentes católicos, Bergoglio afirmó en 2006: «Les propongo como docentes cristianos que abran su mente y su corazón a la diversidad, que cada vez más es una característica de las sociedades de este nuevo siglo»[12].

¿Qué significa «integrar» exactamente? Bergoglio lo explica así a las comunidades educativas de la diócesis: «Diálogo y amor suponen, en el reconocimiento del otro como otro, la aceptación de la diversidad. Solo así puede fundarse el valor de la comunidad: no pretendiendo que el otro se subordine a mis criterios y prioridades, no “absorbiendo” al otro, sino reconociendo como valioso lo que el otro es y celebrando esa diversidad que nos enriquece a todos. Lo contrario es mero narcisismo, mero imperialismo, mera necedad»[13]. [p. 27/108]

Las diferencias deben considerarse «desafíos», pero desafíos positivos, recursos, no problemas. Y esto tiene como consecuencia inmediata la lucha contra toda forma de discriminación: «Combatamos desde nuestras escuelas toda forma de discriminación y de prejuicio. Aprendamos y enseñemos a dar incluso desde los recursos escasos de nuestras instituciones y familias. Y que esto se manifieste en cada decisión, en cada palabra, en cada proyecto. De ese modo, aportaremos un signo muy claro (y hasta polémico y conflictivo, si es necesario) de la sociedad distinta que queremos crear»[14].

Por tanto, la tarea educativa está ligada a la construcción de una sociedad y de un futuro juntos como pueblo. Y ello implica trabajar por la integración y por el reconocimiento de las diversidades como riquezas que no se han de homologar o aplanar, sino de valorizar por el bien de todos.

Enfrentar el cambio antropológico

El gran trasfondo sobre el que se proyecta la tarea educativa es el cambio antropológico. Bergoglio fue siempre consciente de que el hombre y la mujer se interpretan hoy de manera diferente al pasado, con categorías que difieren incluso de las que les eran familiares. La antropología a la que la Iglesia ha hecho tradicionalmente referencia y el lenguaje con el cual la ha expresado son una base sólida, fruto también de sabiduría y experiencia secular. Sin embargo, parece que el hombre al que la Iglesia se dirige no logra comprenderlas como en otro tiempo.

Por tanto, la Iglesia está llamada a confrontarse con el enorme desafío antropológico. Pablo VI, tan estimado por Francisco, escribió que evangelizar significa «llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro»[15]; de otro modo, proseguía, la evangelización corre el peligro de transformarse en una decoración, en un barniz superficial[16]. [p. 28/108]

Francisco confirmó esta actitud en su conversación con los superiores generales de las órdenes religiosas, posteriormente publicada en La Civiltà Cattolica[17]. En aquella sesión de preguntas y respuestas, el Papa afirmó que el educador «debe preguntarse cómo anunciar a Jesucristo a una generación que cambia»[18], y, en concreto: «La tarea educativa hoy es una misión clave, clave, clave»[19].

Para ser más claro, el Papa puso algunos ejemplos en los que citaba algunas experiencias suyas como arzobispo de Buenos Aires en la preparación que se exige para acoger en contextos educativos a bebés, niños y jóvenes que viven en situaciones de dificultad en la familia. Y, en particular, mencionó este ejemplo: «Recuerdo el caso de una niña muy triste que, al final, le confió a la maestra el motivo de su estado de ánimo: “La novia de mi mamá no me quiere”. El porcentaje de niños que estudian en las escuelas y que tienen padres separados es elevadísimo»[20]. Son dos situaciones diferentes, pero que plantean claros y complejos desafíos: el de los hijos de padres divorciados y el de los hijos que viven teniendo como referencia doméstica a dos personas del mismo sexo.

Francisco sabe perfectamente que los retos educativos de la actualidad no son ya los de otro tiempo. Sabe que —son palabras suyas— «las situaciones que vivimos hoy plantean desafíos nuevos, que a veces son hasta difíciles de comprender»[21]. Hay que anunciar el Evangelio a una generación sometida a rápidos cambios, a veces demasiado complejos y difíciles de aceptar o de entender. He aquí sus preguntas: «¿Cómo anunciar a Cristo a estos niños y niñas? ¿Cómo anunciar a Cristo a una generación que cambia?». Y, por último, su llamamiento: «Hay que estar atentos a no suministrarles una vacuna contra la fe»[22]. [p. 29/108]

Bergoglio afirma una cosa fundamental: el desafío educativo está ligado al antropológico. No se puede asumir la actitud del avestruz y hacer «como si» el mundo fuese distinto[23]. Este enfoque realista caracteriza toda la reflexión pedagógica de Bergoglio, que parte siempre del dato concreto, de la persona que tiene delante, con su historia.

La inquietud como motor educativo

Un cuarto aspecto central en el poliedro educativo de Bergoglio es, sin duda, la inquietud, entendida como motor de la educación. En una homilía interrogaba a sus oyentes, que eran educadores, con una ráfaga de agudas preguntas. Conviene leerlas una tras otra: «¿El chico sabe reconocer el patrimonio que recibió? […] ¿O ese chico se ha “aguachado” por la coyuntura del momento y no sabe reconocer en ese horizonte lo que ha recibido, viviendo como si no hubiera recibido nada? Pero, por otro lado, eso que recibió no es para que lo guarde enlatado, en conserva, ¡sino para que lo trabaje hoy! Ese chico, esos jóvenes, ¿saben trabajar hoy lo que han recibido? ¿Saben asumir ese patrimonio? […] ¿Esos chicos tienen utopías? ¿Tienen sueños?»[24].

Aquí hay un claro rechazo a la educación entendida como «aguachamiento», o sea, domesticación. Igual de claro está que la herencia que pasa por la educación no es un tesoro enlatado; no es un traspaso de recipientes de conservas. Todo lo contrario. Bergoglio afirma que el único modo de reconquistar la herencia de los padres es la libertad. En definitiva, lo que recibo es mío solo si pasa por mi libertad. Y no hay libertad si no hay inquietud. Nada es mío si no atraviesa mi inquietud y toca mi corazón.

Para Bergoglio la madurez no coincide con la adaptación. Afirma, en tono provocativo: «Jesús, nada menos, podría haberse constituido para muchos en su tiempo en el paradigma del inadaptado y, por lo tanto, del inmaduro»[25]. En el mismo mensaje argumenta: «Si la madurez fuera lisa y llanamente adaptación, la finalidad de [p. 30/108]  nuestra tarea educadora sería “adaptar” a los chicos, esas “criaturas anárquicas”, a las buenas normas de la sociedad, sean cuales fueren. ¿A costa de qué? A costa de un amordazamiento y una sumisión de la subjetividad. O, peor aún, a costa de la privación de lo más propio y sagrado de la persona: su libertad»[26].

Lo que he heredado me pertenece porque se ha acercado a mi inquietud y la ha atravesado, mezclándose conmigo y lanzándome hacia un futuro a construir. Si la herencia no pasa por la inquietud se petrifica, se convierte en un museo de recuerdos. Mahler decía que guardar fidelidad a lo que nos ha sido transmitido significa mantener vivo el fuego, y no adorar las cenizas. Mantener vivo el fuego significa alimentarlo, repensando y retomando la fuerza vital. De otro modo, caemos en el moralismo, en el formalismo y, por tanto, en el tedio.

Bergoglio ama la posición existencial de Agustín y varias veces ha hablado de la «paz de la inquietud». En concreto, al recibir en audiencia a jesuitas y colaboradores de nuestra revista, preguntó: «¿Ha conservado vuestro corazón la inquietud de la investigación? Solo la inquietud da paz al corazón de un jesuita. Sin inquietud somos estériles»[27]. La inquietud agustiniana e ignaciana nos hace generativos.

Lo que heredamos de nuestros padres es, ante todo, lo siguiente: la sabiduría de una inquietud que nos lleva a buscar, a salir de nosotros mismos, a vivir una trascendencia. «Donde hay vida hay movimiento, donde hay movimiento hay cambios, búsqueda, incertidumbre, hay esperanza, alegría y también angustia y desolación»[28]. Escribía también Bergoglio en un mensaje a los educadores: «Un chico “inquieto” […] es un chico sensible a los estímulos del mundo y de la sociedad, uno que se abre a las crisis a las que la vida lo va sometiendo; uno que se rebela contra los límites pero, por otro lado, los reclama y los acepta (no sin dolor) si son justos. Uno no conformista con los clichés culturales que le propone la sociedad mundana; un chico que quiere aprender a discutir»[29]. [p. 31/108]

Por tanto, hay que «leer» esa inquietud y valorizarla, porque todos los sistemas que procuran «aquietar» al hombre son peligrosos: de un modo u otro, conducen al quietismo existencial[30].

Una pedagogía de la pregunta

Una forma específica de anarquismo y de desasosiego es la que Bergoglio atribuye a los chicos y chicas. Pero esta resulta significativa para el educador. La vitalidad de un chico o una chica es, en primera instancia, un desafío que mide la capacidad de quienes están junto a él/ella de salir de esquemas demasiado rígidos.

Esta mirada transmite a un corazón joven y adolescente «calidez que nace de un corazón maduro por la memoria, por la lucha, por el defecto, por la gracia, por el pecado»[31]. Si esta mirada tiene fuerza, tiene resistencia, entonces el joven podrá sufrir en la vida, sí, pero en tiempos de crisis no enloquecerá, perdiendo el «norte», la orientación. Esta mirada es también capaz de aprender a «descubrir», a «contemplar» y a «intuir» las preguntas de los más jóvenes, que a veces no logran expresar de manera acabada y con claridad sus necesidades y sus interrogantes.

«Nunca hay que responder preguntas que nadie se hace», escribió el Papa en Evangelii gaudium (n. 155). Este sigue siendo un criterio fundamental para la educación y la pastoral. En tal sentido, la catequesis no debe correr nunca el peligro de transformarse en un adoctrinamiento insípido, en una frustrante transmisión de normas morales.

Según dijo Bergoglio en la homilía de la Misa por la educación del 18 de abril de 2007, esto lleva a plantear preguntas que hay que leer de manera integral, porque ayudan a hacer una importante verificación, casi un «examen de conciencia» del educador: «¿Tenemos el corazón suficientemente abierto como para dejarnos sorprender todos los días por la creatividad y por las ilusiones de un chico? ¿Me dejo sorprender por las ocurrencias de un chico? ¿Me dejo sorprender por la transparencia de un chico? ¿Me dejo también sorprender por las mil y una travesuras de un chico, esos inefables “Jaimitos” que están en [p. 32/108]  nuestras aulas? ¿Tengo el corazón abierto o ya lo tengo clausurado, lo tengo cerrado en una especie de museo de conocimientos adquiridos, y de métodos adquiridos en el que está todo perfecto y que tengo que imponer, pero no tengo que recibir nada? Como educador, ¿tengo un corazón receptivo y humilde como para ver la frescura de un chico? Si no lo tengo, me puede pasar algo muy serio: que me vaya poniendo rancio. Y cuando a un padre, a un educador, el corazón se le pone rancio, el chico se queda con los cinco panes y los dos pescados sin saber a quién dárselos; se frustra en su ilusión, se frustra en su solidaridad»[32].

De ahí el llamamiento a los educadores para que sean «audaces y creativos»[33], o sea, no solo para resistir frente a una realidad adversa, ni menos aún para convertirse en funcionarios fundamentalistas, ligados a planificaciones rígidas. El llamamiento es a «crear», a «poner los ladrillos para un nuevo edificio en medio de la historia», a expresar el genio y el alma. En efecto, la creatividad es la «característica de una esperanza activa», porque se hace cargo de lo que hay, de la realidad, y encuentra «el camino por el cual a partir de allí se manifiesta algo nuevo»[34].

A este planteamiento abierto y de amplio alcance corresponde una concepción inclusiva de la «verdad». En un iluminador discurso a los educadores afirmaba Bergoglio: «Tenemos que avanzar hacia una idea de verdad cada vez más incluyente, menos restrictiva; al menos, si estamos pensando en la verdad de Dios y no en alguna verdad humana, por más sólida que nos parezca. La verdad de Dios es inagotable, es un océano del cual apenas vemos la orilla. Es algo que estamos empezando a descubrir en estos tiempos: no esclavizarnos a una defensa casi paranoica de “nuestra verdad” (si yo la “tengo”, él no la “tiene”; si él “puede tenerla”, entonces es que yo “no la tengo”). La verdad es un don que nos queda grande y, justo por eso, nos agranda, nos amplifica, nos eleva. Y nos hace servidores de tal don. Lo cual no entraña relativismos, sino que la verdad nos obliga a un continuo camino de profundización en su comprensión»[35].

Una aplicación concreta de esta pedagogía la encontramos en un pasaje clave de un discurso suyo a las escuelas católicas, que deben ser [p. 33/108]  cualquier cosa menos escuelas de «ideología». Declaraba Bergoglio: «De ningún modo deben aspirar nuestras escuelas a formar un hegemónico ejército de cristianos que conocerán todas las respuestas, sino que deben ser el lugar donde todas las preguntas son acogidas, donde, a la luz del Evangelio, se alienta justamente la búsqueda personal y no se la obtura con murallas verbales, murallas que son bastante débiles y que caen sin remedio poco tiempo después. El desafío es mayor: pide hondura, pide atención a la vida, pide sanar y liberar de ídolos»[36].

En este llamamiento se cifra una síntesis plena y madura de la visión de Bergoglio. El camino de la búsqueda y de la pregunta ayuda a formar una personalidad adulta, capaz de hacer elecciones con discernimiento y de adherirse a la fe con plena madurez.

No maltratar los límites

Una sexta columna del edificio educativo que Bergoglio ha construido en sus años de episcopado argentino es una clara conciencia de los límites. La dimensión de la inquietud y de tender hacia más allá debe acompañar esta conciencia. Hablando a los educadores en 2003, Bergoglio afirmaba la exigencia de «crear a partir de lo existente» y, por tanto, sin idealismos. Pero esto «supone también ser capaces de reconocer las diferencias, los saberes previos, las expectativas e incluso los límites de nuestros chicos y sus familias»[37]. Unos años después subrayaba, más directamente, que «el acompañamiento se resuelve en la paciencia, en la hypomoné, que acompaña procesos sin maltratar los límites»[38].

Esta actitud de no maltratar o de «acariciar» los límites es otro aspecto esencial de la pedagogía de Bergoglio. En su exhortación apostólica Amoris laetitia (AL) —que puede y debe leerse también como un texto de pedagogía—, el Papa afirma que la ternura «se expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente» (AL 323).

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Ir más allá de los límites implica siempre un proceso de desarrollo en el que coexisten una confianza infinita en la gracia que crece por [p. 34/108]  sí sola y un cuidado atento a las pequeñas cosas. Más que ante una actitud de optimismo, estamos aquí ante una actitud de confianza que apunta más al proceso posible en el tiempo que a lo estático de la condición. No se puede ser educador si no se tiene una apertura confiada, capaz de «cuidar».

Vivir una fecundidad generativa y familiar

Esta pedagogía vivaz basada en la inquietud y en las preguntas tiene una concepción inclusiva de la verdad y un planteamiento de amplio alcance: se funda en el hecho de que la educación no es una técnica, sino una fecundidad generativa. Este es un aspecto fundamental de la visión educativa de Bergoglio. La dimensión generativa y parental inerva desde las raíces su concepción de la tarea educativa, que debe estar forjada por una mirada de familia. El Papa actual hablaba justamente de una mirada de padre y de madre, de hermano y de hermana.

Impresiona en particular una expresión suya: «Dialogar es tener capacidad de dejar herencia»[39]. La herencia es una cosa que pasa de mano en mano en el seno de una familia. Especifica Bergoglio: «En el diálogo recuperamos la memoria de nuestros padres, el legado recibido, […] para que crezca con nosotros […]. Por el diálogo nos animamos […], se da el coraje de lanzar esa herencia comprometida con el presente hacia las utopías del futuro y cumplir con nuestro deber de hacer crecer la herencia recibida a través de compromisos fecundos en utopías futuras»[40]. Estas palabras destilan toda la riqueza propia del diálogo de experiencias y de actitud frente a la vida.

A partir de los escritos de Mons. Bergoglio se comprende, además, cuánto cree él en los relatos. Solo en el relato es posible transmitir cosas de una generación a otra. En este sentido, uno de los temas fundamentales tratados es la relación familiar entre jóvenes y ancianos, los dos «descartados» de nuestras sociedades actuales. Los jóvenes son el futuro, la energía. Los ancianos son la sabiduría. El hijo se asemeja al padre, pero es distinto. Un hijo no es un clon.

La educación es un hecho familiar que implica la relación entre las generaciones y el relato de una experiencia. Entre las generaciones [p. 35/108]  se establece un puente. Y este puente es el contexto de una educación entendida como la transmisión de una herencia viva.

La herencia va acompañada siempre de escalofríos, porque vincula el pasado y el futuro. El Papa lo dijo en fecha reciente a un grupo de adolescentes de la escuela secundaria: «Debemos aprender a ver la vida mirando horizontes, cada vez más lejos, más lejanos»[41]. Y esto da escalofríos. He aquí, pues, el consejo a los educadores: «Desafiémoslos, más de lo que nos desafían. No dejemos que el “vértigo” se lo den otros, que no hacen más que poner en peligro sus vidas: démoselo nosotros. Pero el vértigo justo que satisfaga este deseo de moverse, de ir adelante»[42].

Comprendemos, entonces, que la herencia que se transmite de padres a hijos es una herencia de inquietudes. He ahí el punto clave: para Bergoglio, los padres, los ancianos, son los que «sueñan». En efecto, él meditó largamente sobre el libro de Joel, en el que se dice: «Después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, […] vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones» (Jl 3,1). Las visiones sobre el futuro que los jóvenes llegan a elaborar se fundan en el sueño de quienes los precedieron. ¡Por tanto, no es el joven el soñador, sino el anciano! En cambio, el joven tiene «visiones», imagina el futuro y, así, lo construye en esperanza[43].

La ausencia de padres «capaces de narrar sueños no permite a las jóvenes generaciones “tener visiones”. Y se quedan inmóviles. No les permite hacer proyectos desde el momento en que el futuro genera inseguridad, desconfianza, miedo». ¿Qué ayuda a levantar la mirada? Solo el testimonio de los padres, «ver que ha sido posible luchar por algo que valía la pena»[44]. [p. 36/108]

Esta dinámica impide que la vida se estructure como un «taller de restauraciones», como querrían los tradicionalistas, ni tampoco como un «laboratorio de utopías», como querrían los que buscan estar siempre en la cresta de la ola[45]. Así pues, la tarea educativa es un compromiso por la historia. Un pueblo es una realidad histórica, se constituye a lo largo de muchas generaciones[46].

* * *

Hemos presentado rápidamente siete «columnas» del pensamiento educativo del papa Francisco, tal como se ha formado hasta la elección al papado. La reflexión sobre ellas puede ayudar a comprender mejor el magisterio educativo que el Papa ha desarrollado en los cinco años cumplidos desde el día de su elección al solio de Pedro.

Hemos identificado siete elementos fundamentales: la educación como hecho popular que ayuda a construir el futuro de una nación; la necesidad de acoger e integrar la diversidad como riqueza; la amplitud de miras y la valentía de afrontar los nuevos desafíos antropológicos, también aquellos que nos cuesta comprender; la inquietud como motor educativo; la pregunta y la búsqueda como método; la conciencia y la acogida de los límites; la dimensión familiar y generativa de la relación educativa.

Si verificamos los títulos de los volúmenes en los que el entonces Mons. Bergoglio reunió algunas de sus reflexiones pedagógicas, encontramos tres palabras clave que connotan la educación: elección, exigencia y pasión[47]. Pero hay en ellos una expresión extremadamente sintética que Bergoglio escribió a los educadores y con la cual podemos relanzar en este punto nuestra acción: «Educar es una de las artes más apasionantes de la existencia y requiere permanentemente ampliar horizontes»[48]. [p. 37/108]

  1. A. Spadaro, «Le orme di un pastore. Una conversazione con papa Francesco», en J. M. Bergoglio, Papa Francisco, Nei tuoi occhi è la mia parola. Omelie e discorsi di Buenos Aires 1999-2013, Milán, Rizzoli, 2016, p. XII [trad. cast.: En tus ojos está mi palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013), Madrid, Claret, 2018].
  2. Esta experiencia se describe en una entrevista a un alumno suyo: cf. A. Spadaro, «J. M. Bergoglio, il “maestrillo” creativo. Intervista all’alunno Jorge Milia», en La Civiltà Cattolica, 2014, I, pp. 523-534.
  3. Cf. E. Mannin, Tardi ti ho amato, Roma – Milán, La Civiltà CattolicaCorriere della Sera, 2014, p. XIX.
  4. Cf. nota 1.
  5. Téngase en cuenta, sin embargo, el volumen L’ educazione secondo Papa Francesco, Bolonia, EDB, 2018, que son las actas de la X Jornada Pedagógica del Centro Studi per la Scuola Cattolica, Roma, 14 de octubre de 2017. Entre las fuentes del enfoque pedagógico de Bergoglio podemos mencionar el pensamiento de Romano Guardini; cf. C. M. Fedeli, Guardini educatore, Lecce, Pensa, 2018. Han aparecido ya algunos pequeños volúmenes que reúnen textos de Bergoglio acerca de la educación después de su elección como Papa. Por ejemplo: La mia scuola, Brescia, La Scuola, 2014; La bellezza educherà il mondo, Bolonia, EMI, 2014; Imparare ad imparare, Venecia, Marcianum, 2017.
  6. J. M. Bergoglio, Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 21 de abril de 2004. A partir de aquí, las homilías, mensajes y discursos de J. M. Bergoglio se citarán según los textos publicados en el sitio web del Arzobispado de Buenos Aires: http://www.arzbaires.org.ar/inicio/homiliasbergoglio.html. Los textos pertenecientes al pontificado de Francisco se citan según las versiones publicadas en el sitio web de la Santa Sede, w2.vatican.va.
  7. No se debe subestimar esta consideración para comprender, por ejemplo, las connotaciones con las que el Papa, en Laudato si’, describe el mundo como nuestra «casa común». Recordemos en este punto las palabras que dirigió el Papa al Congreso de Estados Unidos durante su viaje apostólico de 2015: «Construir una nación nos lleva a pensar en nosotros siempre en relación con otros, saliendo de la lógica del enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos» (Francisco, Discurso en ocasión de la visita al Congreso de Estados Unidos, Washington, 24 de septiembre de 2015). He aquí, pues, el contexto vital de la educación: construir un futuro, construir una nación.
  8. J. M. Bergoglio, «Cuarenta años después», en J. Milia, De la edad feliz, Buenos Aires, Maktub, 2006, p. 8; cursiva nuestra. [Hay una nueva edición reciente de la obra, levemente revisada, tanto en papel como en formato electrónico: J. Milia, De la vida feliz, Zaragoza, Amazing Books, 2017 (N. del T.)].
  9. J. M. Bergoglio, Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 31 de marzo de 2002.
  10. J. M. Bergoglio, Jornadas arquidiocesanas de Pastoral Social (grabación de sus palabras improvisadas), s. f.
  11. Recordemos, por ejemplo, lo que dijo ya como Papa en su videomensaje al Centro de Estudiantes Universitarios de la cárcel de Ezeiza: «Estoy al tanto de todas vuestras actividades y me da mucha alegría la existencia de este espacio, un espacio de trabajo, de cultura, de progreso, es un signo de humanidad» (Francisco, Videomensaje al Centro de Estudiantes Universitarios del Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza [Argentina], 24 de agosto de 2017). Es interesante señalar que en estas frases la cárcel pierde las connotaciones típicas de lugar de constricción para asumir las de un contexto educativo, de una escuela: un espacio de trabajo, de cultura, de progreso. Son palabras dirigidas a los presos, a quienes, a pesar de todo, el Papa impulsa hacia una nueva integración.
  12. J. M. Bergoglio, Homilía en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 27 de abril de 2006.
  13. J. M. Bergoglio, Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 31 de marzo de 2002, op. cit.
  14. J. M. Bergoglio, Homilía en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 9 de abril de 2003; cursiva nuestra.
  15. Pablo VI, Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi», 8 de diciembre de 1975.
  16. De manera más reciente, en 2010, Benedicto XVI decía que la Iglesia «tiene una herencia de valores que no son cosas del pasado, sino que constituyen una realidad muy viva y actual, capaz de ofrecer una orientación creativa para el futuro de una nación» (Benedicto XVI, Mensaje al cardenal Angelo Bagnasco en ocasión de la 46.ª Semana Social de los Católicos Italianos, 12 de octubre de 2010; cf. una expresión en parte literalmente idéntica del mismo pontífice en Entrevista concedida a los periodistas durante el vuelo hacia la República Checa, 26 de septiembre de 2009). Precisamente esta «orientación creativa» es necesaria para que el hombre pueda recibir ayuda para vivir hoy en día según el Evangelio.
  17. A. Spadaro, «“Svegliate il mondo!”. Colloquio di Papa Francesco con i Superiori Generali», La Civiltà Cattolica, 2014, I, pp. 3-17 (texto reeditado ahora en Papa Francesco, Adesso fate le vostre domande. Conversazioni sulla Chiesa e sul mondo di domani, Milán, Rizzoli, 2017).
  18. A. Spadaro, «“Svegliate il mondo!”…», op. cit., p. 16.
  19. Ibíd.
  20. Ibíd., p. 17.
  21. Ibíd.
  22. Ibíd.
  23. Cf. J. M. Bergoglio, Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 29 de marzo de 2000.
  24. J. M. Bergoglio, Homilía en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 14 de abril de 2010.
  25. J. M. Bergoglio, Homilía en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 6 de abril de 2005.
  26. Ibíd.
  27. «El papa Francisco se encuentra con La Civiltà Cattolica con ocasión de la publicación del número 4000», La Civiltà Cattolica Iberoamericana, I, 2017, n. 4, pp. 7-15.
  28. Francisco, Discurso en ocasión de la apertura del Congreso Pastoral Diocesano sobre el tema «¡No los dejemos solos! Acompañar a los padres en la educación de los hijos adolescentes», 19 de junio de 2017.
  29. J. M. Bergoglio, Mensaje en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 23 de abril de 2008.
  30. «A los jóvenes les pido que no jubilen su existencia en el quietismo burocrático en el que los arrinconan tantas propuestas carentes de ilusión y heroísmo», escribió el Papa en la Carta para el bicentenario de la independencia de la República Argentina, 9 de julio de 2016.
  31. J. M. Bergoglio, Celebración jubilar de los educadores, 13 de septiembre de 2000.
  32. Íd., Homilía en la Misa por la educación, Buenos Aires, 18 de abril de 2007.
  33. Íd., Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 29 de marzo de 2000, op. cit.
  34. Íd., Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 9 de abril de 2003.
  35. Íd., Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, 21 de abril de 2004; cursiva nuestra.
  36. Ibíd.; cursiva nuestra.
  37. Íd., Mensaje a las comunidades educativas, Buenos Aires, Buenos Aires, 9 de abril de 2003, op. cit.
  38. Íd., Palabras iniciales en el Primer Congreso Regional de Pastoral Urbana «Dios vive en la ciudad», Buenos Aires, 25 de agosto de 2011.
  39. Íd., Ponencia en la XII Jornada de Pastoral Social, Buenos Aires, 19 de septiembre de 2009.
  40. Ibíd.
  41. Francisco, Discurso a los chicos de la escuela secundaria que participan en la experiencia educativa cristiana «Grial» o «Los caballeros», 2 de junio de 2017.
  42. Íd., Discurso en el Congreso Pastoral Diocesano sobre el tema «¡No los dejemos solos! Acompañar a los padres en la educación de los hijos adolescentes», 19 de junio de 2017.
  43. En la apertura del Congreso Eclesial de la diócesis de Roma, el 16 de junio de 2016, el Papa afirmó: «En los sueños de nuestros ancianos muchas veces reside la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, tengan nuevamente un futuro…». Y lo repitió en la edición subsiguiente del mismo congreso, el 19 de junio de 2017, agregando en concreto: «Los padres tienen que dejar espacio para que los niños hablen con sus abuelos. Muchas veces el abuelo o la abuela están en un hogar de ancianos y no van a verlos… Necesitan hablar. Saltarse incluso a los padres, pero buscar las raíces de los abuelos. Los abuelos tienen esta cualidad de la transmisión de la historia, de la fe, de la pertenencia».
  44. Francisco, Discurso en la apertura del Congreso Eclesial de la diócesis de Roma, 16 de junio de 2016, op. cit.
  45. J. M. Bergoglio, Intervención en la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, Roma, 18 de enero de 2007.
  46. Cf. J. L. Narvaja S.I., «El concepto “mítico” de pueblo. El papa Francisco, lector de Dostoyevski», La Civiltà Cattolica Iberoamericana, 2018, II, n. 20, pp. 13-24.
  47. Cf. J. M. Bergoglio, Educar, elegir la vida. Propuestas para tiempos difíciles, Buenos Aires, Editorial Claretiana, 2005; Íd., Educar: exigencia y pasión. Desafíos para educadores cristianos, ibíd., 2006.
  48. Íd., Mensaje en la Misa por la educación [Mensaje a las comunidades educativas], Buenos Aires, 23 de abril de 2008, op. cit.
Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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