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Siete «cuadros» de la invasión de Ucrania

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Cuando Francisco habló por primera vez de la Iglesia como un «hospital de campaña después de una batalla»[1], ya tenía ante sus ojos un escenario de «guerra mundial a pedazos». En su mensaje «Urbi et Orbi» de la Pascua de 2022, enumeró sólo algunos de estos pedazos: Ucrania, Jerusalén, Líbano, Siria, Irak, Libia, Yemen, Myanmar, Afganistán, Sahel, Etiopía, República Democrática del Congo, Sudáfrica… Ya lo había hecho antes, pero el mapa siempre está incompleto.

La guerra de invasión rusa de Ucrania es, pues, la pieza trágica de un sangriento rompecabezas. Son los pobres los que pagan, como siempre. Tras el Ángelus del 27 de febrero de 2022, el Papa dijo: «Quien hace la guerra olvida a la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todo los intereses de parte y de poder». Por tanto, «se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga sobre su propia piel las locuras de la guerra. Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños…».

No vemos la guerra, sino las imágenes de la guerra, las historias contadas por tantos periodistas que, como dijo el propio Francisco, están allí «para garantizar la información» y «ponen su vida en riesgo», lo que nos permite «estar cerca del drama de esa población».

En esta reflexión veremos, entre luces y sombras, algunas imágenes de una pinacoteca «sacrílega», como esta guerra: piezas de un puzzle en el que interactúan líderes políticos y religiosos.

Primer cuadro: imperio y guerra

Es a la historia a lo que ha apelado Vladimir Putin en el atolladero de una invasión que el Papa Francisco ha calificado de cruel, insensata y bárbara. Una guerra sin sentido también porque, al menos aparentemente, carece de estrategia: Rusia, si la «ganara», podría perderla exactamente al día siguiente, encontrándose con un incomodísimo «después», es decir, la inaceptable ocupación de un territorio muy extenso y muy poblado. Como Francia en la guerra de Argelia entre 1954 y 1962, e incluso peor. Estamos hablando de un conflicto que desde el principio parece no haber tenido en cuenta la resistencia heroica de los agredidos, apoyada por la movilización de muchos países, y con una dificultad objetiva sobre el terreno. Una guerra que era previsible y fue predicha por algunos analistas. Y que, por lo tanto, quizás podría haberse evitado.

No hay ni debe haber dudas sobre la grandeza de la cultura y la espiritualidad rusas. La tentación de «embargar» grandes autores y obras rusas ha sido tan fuerte como miope. Sería como no leer a Goethe o Hölderlin por culpa de Hitler: un embargo de la inteligencia. La grandeza política de Rusia, en cambio, entró en declive en 1991 con el colapso de la Unión Soviética. Esto llevó a los dirigentes rusos a dar forma a una nueva narrativa, la del «mundo ruso» que une a todas «las» Rusias como parte de una única realidad: Rusia, Bielorrusia y Ucrania. El Presidente Putin, en su discurso a la nación rusa el 21 de febrero de 2022, lo dejó claro: «Ucrania no es sólo un país vecino para nosotros. Es una parte inalienable de nuestra propia historia, nuestra propia cultura, nuestro propio espacio espiritual». Cuando la política habla en forma de espiritualidad, crea peligrosos cortocircuitos.

La narrativa imperial ha sido alimentada, por ejemplo, por un pensador como Alexandr Dugin, calificado de ideólogo del presidente Putin, que el 19 de marzo en la plataforma de Facebook – prohibido en Rusia – quiso escribir en inglés, y, por tanto, al mundo: «En Ucrania, Rusia restaurará el orden, la justicia, la prosperidad y un nivel de vida decente». ¿Por qué? Respondió: «Rusia es el único Estado eslavo que ha conseguido convertirse en un imperio mundial. Construir un imperio mundial es nuestra tarea, sabemos cómo hacerlo. Por eso somos Roma». Su objetivo es derrocar apocalípticamente «la omnipotencia de la Ramera de Babilonia». «Nunca, jamás, podemos abandonar los modelos de la historia sagrada», concluye Dugin, atribuyendo a la construcción del imperio ruso los rasgos de la sacralidad. Un nuevo Sacro Imperio Romano con connotaciones morales, capaz de conformar una visión del mundo que entra en conflicto con la modernidad y la Ilustración. De ahí las conexiones con un cierto conservadurismo incluso en Estados Unidos, que nunca ha ocultado sus simpatías por el presidente Putin y también por la ortodoxia rusa. Esta es, pues, la Rusia que se asomó al borde de la guerra.

Sin embargo, el Metropolitano Hilarión de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, en una emisión de radio del 29 de enero en el canal Rusia 24, expresó su preocupación por lo que estaba ocurriendo. Tras mencionar que «en América, en Ucrania y en Rusia hay políticos que creen que la guerra es la decisión correcta en esta situación», enumeró las razones por las que estaba «profundamente convencido de que la guerra no es un método para resolver los problemas políticos acumulados»[2] . Y en otra emisión llegó a evocar a Rasputín, que había advertido al Zar que «si Rusia entraba en la guerra, amenazaría a todo el país con consecuencias catastróficas», lo que llevaría no sólo a la pérdida de parte del territorio ruso, sino también de «Rusia como tal»[3] . Palabras fuertes, hay que reconocerlo, y poco conocidas.

Por otro lado, no hay que subestimar que la Rusia prerrevolucionaria supo describir sus guerras contra las ideas y movimientos liberales en Europa Central con principios solemnes, grandiosos y universales. Y la Rusia posrevolucionaria también pudo hacerlo, siguiendo los principios – aunque con apertura universal – del fuerte partido comunista. Hoy, en cambio, no existen doctrinas filosóficas fuertes realmente convincentes y «místicas», capaces de sostener una misión universal del nacionalismo ruso. Ha permanecido vivo, sin embargo, el temor a un desplazamiento intelectual e ideológico de partes del imperio – el «mundo ruso» – hacia Occidente y sus valores, un movimiento considerado inadmisible. El levantamiento ucraniano en la plaza Maidan en febrero de 2014 fue entendido por los rusos como parte de esta desorientación. La única reserva real del imaginario de la deseada hegemonía política y cultural rusa sigue siendo la gran tradición espiritual cristiana ortodoxa, de la que la visión imperial había extraído su savia.

Segundo cuadro: el trono y el altar

Era el 18 de marzo cuando el Presidente Putin apareció en el Estadio Luzhniki de Moscú para recibir un aplauso y pronunciar un breve discurso. Fue un cambio de retórica respecto a la imagen gélida y distante que ha dado en este conflicto, hasta el punto de situarse a siete metros de distancia en las conversaciones con algunos de sus interlocutores internacionales.

El 18 de marzo de 2022 fue el octavo aniversario de la anexión de Crimea, pero sobre todo la fecha de nacimiento de Fiódor Fiódorovich Ušakov, histórico e invencible almirante de la época zarista proclamado santo por la Iglesia ortodoxa rusa en 2001. El significado simbólico es claro: la guerra actual estaría bajo la protección de un santo guerrero que, por cierto, fue declarado patrón de los bombarderos nucleares en 2005. Entonces uno se remonta a 2007, cuando Putin dijo en una conferencia de prensa: «Tanto la fe tradicional de la Federación Rusa como el escudo nuclear de Rusia son dos cosas que fortalecen la condición de Estado de Rusia y crean las condiciones necesarias para garantizar la seguridad interna y externa del país»[4] . La fe cristiana y las bombas nucleares aparecen trágicamente conectadas al servicio del Estado y su “seguridad”.

A principios de marzo, el Patriarca Kirill de Moscú habló de esta invasión como «una lucha que no tiene un significado físico, sino metafísico»[5]. Así, proyectó la ofensa bélica de carácter político en el escenario de una lucha apocalíptica, un choque final entre el bien y el mal. La deidad corre así el riesgo de ser la proyección ideal del poder constituido. La nación es el «pueblo elegido», y la propia fe la enfrenta a los que no pertenecen a ella, es decir, al «enemigo» y al disidente. La apelación militar al apocalipsis siempre justifica el poder que quiere un dios. Es característico, por ejemplo, del yihadismo, pero también de las formas de supremacismo neocruzado vistas recientemente en Estados Unidos[6].

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En un discurso posterior, el Patriarca negó la agresión rusa en Ucrania: «No queremos luchar contra nadie. Rusia nunca ha atacado a nadie. Es sorprendente que un país grande y poderoso nunca haya atacado a nadie, sólo ha defendido sus fronteras»[7].

Por otro lado, el presidente ucraniano Petro Poroshenko, en el cargo desde junio de 2014 hasta mayo de 2019, no se alejó de este patrón teopolítico cuando lanzó el lema «Ejército, lengua y fe». En diciembre de 2018, el día de la elección de Epifanio como primado de la nueva Iglesia Ortodoxa Ucraniana autocéfala, a Poroshenko se le reservó la silla «imperial» junto al altar de la Catedral de Santa Sofía. El motor religioso de la autoconciencia nacional se puso en marcha. Cuatro días más tarde, Michael Pompeo, el Secretario de Estado de EE.UU., felicitó a los ucranianos, subrayando que era necesario garantizar su libertad religiosa «sin influencias externas».

Tercer cuadro: «pietas» y «potestas»

Ante este panorama, el Pontífice ha querido realizar un gesto humilde y francamente profético que rompe esta lógica perversa: consagrar Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María. Juntos, insertando su gesto en continuidad con el que hizo Pío XII en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial.

Para entender bien este humilde gesto de oración, conviene dar un paso atrás en el tiempo, cuando Francisco, de forma provocativamente evangélica, había llamado en 2014 a los propios terroristas islámicos, en una expresión densa de condena y compasión a la vez, «pobre gente criminal». El enemigo -¡incluso el terrorista! – sigue siendo un «hijo pródigo», y nunca una encarnación diabólica. Hasta la afirmación verdaderamente singular de que detener al agresor injusto es un «derecho», que, sin embargo, debe postularse como «un derecho del agresor», que es el paradójico derecho «a ser detenido para no hacer daño»[8]. De hecho, el amor típico del cristiano no es sólo el amor al «prójimo», sino el amor al «enemigo».

Cuando somos capaces de ver al hombre que comete el horror con alguna forma de pietas, triunfa de forma escandalosa la fuerza íntima del Evangelio de Cristo: el amor al enemigo. Sin esto, el Evangelio correría el riesgo de convertirse en un discurso edificante, ciertamente no revolucionario.

Este fue el mensaje de la Conferencia Episcopal de Ucrania, que pidió al comienzo del conflicto -de forma escandalosamente evangélica – que se rezara por los gobernantes ucranianos y por todos los que defienden la patria, pero también «por los que iniciaron la guerra y se dejaron cegar por la agresión. Protejamos nuestros corazones del odio y la ira contra nuestros enemigos. Cristo da una clara instrucción de rezar por ellos y bendecirlos»[9]. Un mensaje, este último, que parece haberse perdido después de tres meses de una guerra que no podíamos imaginar.

Por eso, al Patriarca Kirill de Moscú, con quien habló como un hermano en una videoconferencia el 16 de marzo, Francisco le dijo que «la Iglesia no debe utilizar el lenguaje de la política, sino el de Jesús»[10], que es el de la reconciliación, la paz y el amor.

Sí, del amor. Y el propio Putin, en el estadio Luzhniki de Moscú, había pronunciado estas palabras: «No hay amor más grande que éste: dar la vida por los amigos». Son las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan (15,13), utilizadas aquí para justificar la invasión y el odio. Sin embargo, la concepción tribal de la religión y la amistad es lo contrario del Evangelio, que se basa en «amar a tus enemigos» (Mt 5,43). La retórica religiosa del poder y la violencia es blasfema, porque apela a Dios para corromperlo en su identidad: el amor.

También hemos visto que ni siquiera el presidente estadounidense Biden ha renunciado a la retórica religiosa, citando a San Juan Pablo II en Varsovia: «¡No tengáis miedo!». Pero olvidó la segunda parte de ese llamamiento: «¡Abran de par en par las puertas a Cristo!». Esta retórica – que corre el riesgo de hacer cortocircuito con Cristo, la libertad y la OTAN – no es cristiana. Los discursos religiosos nunca deben convertirse en discursos políticos. La escalada de la comunicación por motivos religiosos consiste en asir las orillas teológicas para justificar el poder y el conflicto. Francisco, en cambio, decía: «¡qué triste es que las personas y los pueblos orgullosos de ser cristianos vean a los demás como enemigos y piensen en hacerse la guerra unos a otros!». Lo sagrado nunca es un puntal del poder. El poder nunca es un puntal de lo sagrado.

El Papa siempre se ha resistido a la tentación de hacer del cristianismo una garantía política, sea cual sea esta. Rescata al cristianismo de la tentación de seguir siendo heredero del Imperio Romano o del de Bizancio. Esta tentación con rasgos nacionalistas parece a veces irresistible: proyectar esos imperios en cualquier alianza militar de los buenos contra los malos. La potestas política y la auctoritas espiritual deben distinguirse siempre con claridad: ésta es la fuerza de la universalidad del catolicismo. La túnica blanca del pontífice devuelve al cristianismo a Cristo, que frente a los que querían defenderlo con la espada gritó: «¡Basta!», dos veces. Francisco ya ni siquiera viste de rojo, el color imperial y expresión de la imitatio imperii del obispo de Roma.

Cuarto cuadro: ecumenismo y nacionalismo

Por tanto, la tragedia ucraniana es también una tragedia cristiana. Y precisamente por eso es necesario mantener la puerta del diálogo ecuménico abierta de par en par, para influir en el futuro político de una reconciliación entre dos pueblos, tan lejana como necesaria.

Francisco y Kirill se reunieron por primera vez el 12 de febrero de 2016 en una sala del aeropuerto de La Habana (Cuba). Fue un encuentro histórico, una primicia absoluta[11]. Ya entonces se habló del conflicto entre Rusia y Ucrania. Sería deseable una segunda reunión, antes o después, pero cuando las condiciones lo hagan posible.

Hay que recordar que a partir de 2019 hay dos importantes Iglesias Ortodoxas en Ucrania que no están en comunión entre sí: la formada por los que se reconocieron en el Patriarcado de Moscú, y la Iglesia a la que el Patriarca de Constantinopla reconoció la autocefalia en 2019, con sede en Kiev. Autocefalia significa el derecho a administrarse de forma independiente. La Iglesia autocéfala no reconoce ninguna autoridad de gobierno eclesial por encima de su metropolitano, Epifanio. Con la autocefalia se creó una escisión eclesial similar a la política, porque era inconcebible que la Iglesia rusa perdiera su conexión con el territorio ucraniano, del que, además, era originaria. De ahí la ruptura de la comunión con Constantinopla, y por tanto con la Iglesia dirigida por Epifanio.

La otra Iglesia, que había permanecido en comunión con Moscú, está gobernada por el metropolita Onofrio. Sin embargo, el Sínodo de esta Iglesia declaró el 27 de mayo la plena independencia y autonomía respecto a Moscú, sin unirse a la Iglesia autocéfala. La posición de Epifanio sobre la guerra fue muy dura: «La condena y la maldición, el castigo despiadado del Todopoderoso esperan a los asesinos porque aman el mal y la oscuridad» (20 de marzo de 2022)[12] . El metropolitano unido a la sede de Moscú, Onofrio, había hecho un llamamiento a la reconciliación interna: «Por el bien de nuestro ejército y de nuestro pueblo, os pido que olvidéis las rencillas y malentendidos mutuos y os unáis con amor a Dios y a nuestra Patria». Onofrio apoyó claramente, y sigue apoyando, la soberanía estatal y la integridad territorial de Ucrania, y el 24 de febrero también hizo un llamamiento al Presidente Putin para que detuviera la «guerra fratricida»: «¡Vladimir Vladimirovich, haz todo lo posible para poner fin a la guerra en suelo ucraniano!», repitió. Los pueblos ucraniano y ruso -dijo- «han salido de la pila bautismal del Dnepr y la guerra entre estos pueblos es una repetición del pecado de Caín, que mató a su propio hermano por envidia»[13].

Por su parte, la Iglesia greco-católica ucraniana, encabezada por el arzobispo mayor Sviatoslav, firmó el 24 de febrero un sentido llamado: «¡En este momento histórico, la voz de nuestra conciencia nos llama a todos unidos a defender el Estado ucraniano libre, conciliador e independiente!»[14] .

Dentro de la ortodoxia rusa, cabe destacar un signo significativo: un grupo de unos 300 sacerdotes y diáconos ha lanzado un fuerte llamamiento a todos aquellos de los que depende el fin de la guerra en Ucrania, calificada de «fratricida», pidiendo la reconciliación y el fin inmediato de los enfrentamientos. Pero las tensiones han llegado tan lejos que algunos ucranianos vinculados a Moscú – entre ellos el metropolitano de Sumy y Akhtyrka – han decidido dejar de nombrar al Patriarca Kirill durante las liturgias. Varios primados de las Iglesias autocéfalas también han condenado la guerra, entre ellos Juan de Antioquía, Teófilo de Jerusalén, Porfirio de Serbia y Neófito de Bulgaria, conocidos por su cercanía a Moscú. El Consejo Ecuménico de las Iglesias escribió una carta al Patriarca Kirill de Moscú pidiéndole que alzara la voz para que se detuviera la guerra.

Como bien sabemos, una de las caras del nacionalismo es precisamente la religiosa. Incluso se ha propuesto la expulsión de la Iglesia Ortodoxa Rusa del Consejo Ecuménico de las Iglesias[15] . Esto sólo empujaría aún más a esa Iglesia hacia la dinámica espuria del poder político.

El verdadero problema es que si las iglesias renunciaran a su diálogo de comunión – por muy débil y poco relevante que sea -, volverían al nacionalismo, expresando posiciones que reflejarían (quizás más elevadas y espirituales) las de los distintos gobiernos[16]. Sería una vuelta al colonialismo, que exigía que la misión de las Iglesias trazara sus fronteras con la división confesional. Sería la muerte del ecumenismo.

La verdadera posición común debe ser el Evangelio, el testimonio cristiano común, el trabajo por la paz, la justicia y la reconciliación. El deseo de que Francisco visite Kiev también es bueno, pero la visita sólo tendría sentido si la presencia del Papa se convirtiera en una oportunidad para la reconciliación -como sucedió en Bangui y pronto sucederá en Juba, Sudán del Sur- y no en lugar de más sospechas y división.

Quinto cuadro: el Vía Crucis

Hubo objeciones a la idea del Papa Francisco de que una ucraniana y una rusa llevaran la cruz en la decimotercera estación del Vía Crucis en el Coliseo. Juntas. El propio embajador ucraniano ante la Santa Sede dijo en un tuit que su representación diplomática «comprende y comparte la preocupación general en Ucrania y en muchas otras comunidades».

¿Qué significa este gesto considerado «escandaloso»? El agresor y el agredido son sumergidos por Francisco en la misma oración, tal como sucedió con la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María. Utiliza el lenguaje de Jesús. ¿Y qué es esta lengua? «amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que así sean en verdad hijos de su Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,44-45). Francisco actúa según el espíritu evangélico, que es el de la reconciliación, incluso contra toda esperanza visible durante esta guerra de agresión. Afirma en un tuit: «El Señor no nos divide en buenos y malos, en amigos y enemigos. Para Él todos somos hijos predilectos». Hermanos todos, entonces. Todos los hijos. De ahí el grito de «¡Deténganse!», en segunda persona del plural.

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Dos mujeres, Albina e Irina, llevaron la cruz el Viernes Santo. No dijeron ni una sola palabra. Ni siquiera una petición de perdón o algo así. Nada. Se colocaron debajo de la cruz mientras la llevaban. Escandalosamente juntas. La suya fue una señal profética, mientras la oscuridad era y es espesa. El hecho de estar juntas, hijas de Dios y hermanas en una guerra que de amigas las convirtió en enemigas, fue una invocación a Dios para que nos conceda la gracia de la reconciliación. Su presencia conjunta es una oración para pedir no una utopía anticipada, sino una gracia que, según el Papa, sólo Dios puede dar. La profecía se cuela en los corazones y las sombras de la historia, haciéndola estallar desde dentro como la resurrección. Un mundo en el que sólo puede haber amigos y enemigos ante la cruz, y no hermanos, sólo revelaría la irrelevancia del Dios de Jesucristo, retrocediendo a un modelo teológico arcaico de pura justicia sin misericordia.

El Vía Crucis es un rito por el que se reconstruye y conmemora el doloroso viaje de Jesús camino de la crucifixión. En el rito, el dolor es representado, introyectado, elaborado, asumido en las heridas y caídas de Cristo. Evocar la reconciliación en la oscuridad del dolor salva la inocencia de los pueblos, de la «gente corriente, que quiere la paz».

La señal fue malinterpretada por muchos en Ucrania. El propio presidente Zelensky, en una entrevista con Bruno Vespa, dijo: «Estamos muy agradecidos al Papa Francisco y confiamos en él, pero no podemos aceptar esa imagen de dos personas caminando una al lado de la otra sosteniendo las banderas de Rusia y Ucrania, porque para nosotros la bandera rusa es sinónimo de ocupación, es la bandera bajo la que nos están matando». Obviamente, esto nunca ocurrió: las dos mujeres sostenían la cruz desnuda, no dos banderas.

Francisco, al reunir bajo la cruz a estas dos mujeres que se dan la mano al tocar el madero ensangrentado de la cruz, ha cumplido su tarea de pastor «católico», es decir, universal. Así salva, en este duro momento, la catolicidad de su fe y de su Iglesia. La salva del atolladero de los nacionalismos y de las alianzas entre el trono y el altar o entre los parlamentos y las Iglesias. Es terrible y escandaloso. Pero esto es predicar el Evangelio de Cristo.

Sexto cuadro: el Papa y la diplomacia

Cuanto más cruel sea la guerra, más se desbordará el río de lágrimas y sangre, más tortuoso será el camino de la posible reconciliación. Nunca imaginamos que nos encontraríamos con una guerra en el corazón de Europa.

La Santa Sede lleva tiempo haciendo su parte. Recordemos que el Pontífice se reunió tres veces con el presidente ruso Putin (2013, 2015 y 2019), una vez con el presidente ucraniano Poroshenko (2015) y otra con su sucesor, el presidente Zelensky (2020), a quien luego escuchó por teléfono dos veces durante el conflicto. En 2015, Francisco había hablado con Putin sobre la situación relativa a Ucrania, afirmando «que hay que hacer un esfuerzo sincero y grande para lograr la paz». Con él había «convenido en la importancia de restablecer un clima de diálogo y en que todas las partes deberían trabajar para aplicar los acuerdos de Minsk». En 2020, las conversaciones con Zelensky se habían dedicado – se lee en un comunicado de la época – «a la búsqueda de la paz en el contexto del conflicto que, desde 2014, sigue afligiendo a Ucrania». En este sentido, se ha compartido la esperanza de que «todas las partes implicadas muestren la máxima sensibilidad hacia las necesidades de la población, primeras víctimas de la violencia, así como compromiso y coherencia en el diálogo».

Ahora sabemos que con el envío de armas, Ucrania estaba preparada para un ataque ruso. ¿Por qué, en cambio, no se siguió con más insistencia la vía del diálogo y no se preparó para evitar caer en el abismo de la guerra con unas negociaciones adecuadas, puesto que todas las tensiones estaban ya sobre la mesa? El Pontífice continuó diciendo durante el conflicto: «Que haya un enfoque real y decisivo en las negociaciones, y que los corredores humanitarios sean efectivos y seguros».

Francisco no pretende eliminar el mal, porque sabe que es imposible. Simplemente se manifestaría en otra parte, en otras formas. Así es como ha sido siempre. En cambio, busca neutralizarlo. Por eso, desde el punto de vista diplomático, asume la responsabilidad de posiciones arriesgadas e incomprendidas, hasta el punto de encontrarse solo como una voz que clama en el desierto. Como, por lo demás, hizo San Juan Pablo II en la época de las guerras del Golfo.

La diplomacia vaticana mira al momento presente, pero también al futuro próximo. En este sentido es claro en su condena, pero pretende tejer y coser, no cortar. No debe haber dudas sobre la claridad de la condena del agresor. Los términos utilizados por Francisco fueron «agresión armada inaceptable», «agresión violenta contra Ucrania», «guerra repugnante», «masacre sin sentido», «invasión de Ucrania», «barbarie», «acto sacrílego», etc. Sin embargo, los papas no atacan a los líderes religiosos o políticos. Francisco, al igual que sus predecesores, hace un llamamiento a la resolución de conflictos y condena las acciones y opciones políticas o estratégicas malignas. Esto genera la falsa percepción de un «neutralismo» del Papa, que sabe que la violencia engendra violencia y las victorias engendran derrotas y una paz inestable y fracturada. Fue la paz de Versalles la que generó el monstruo nazi. ¿Y cuántas veces ha denunciado Francisco la paz de Yalta?

El planteamiento del Pontífice se basa en la certeza de que no existe un imperio del bien en este mundo. Por lo tanto, hay que dialogar con todos, realmente con todos. Recordemos, por ejemplo, que Francisco lo hizo incluso con el general Min Aung Hlaing, jefe del ejército de Myanmar, responsable de las operaciones contra sus queridos rohingya. El poder mundano queda así definitivamente desacralizado. Y precisamente por eso, nadie es el diablo encarnado.

Y siempre se aplica el principio de Pío XI: «Cuando se trata de salvar algunas almas, de evitar un daño mayor a las almas, sentiríamos el valor de tratar con el mismo diablo”» (Discurso al Colegio de Mondragone, 14 de mayo de 1929).

Por otro lado, «un Papa que no es capaz de hacerse escuchar por los que ahora hacen la guerra, ¿en qué se diferenciaría del Secretario General de las Naciones Unidas?»[17].

En esta «diplomacia» se incluye el hecho de que el Papa, en un gesto sin precedentes, visitó al embajador ruso en la Santa Sede para intentar detener la guerra. Y, en esa misma línea, decidió enviar a Ucrania a dos cardenales – Czerny y Krajewski – y a Monseñor Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados. De ahí el hecho de haber convocado para el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una jornada de oración y ayuno por la paz en Ucrania, como también lo fue para Siria el 7 de septiembre de 2013. El Papa también ha querido que el 31 de mayo se rece un rosario especial por la paz.

En general, Francisco, como sus predecesores, trabaja siempre por la reconciliación y por una estabilidad que permanezca en el tiempo: acompaña los procesos para que haya un espacio de reconciliación, que en la actualidad, por desgracia, parece cada vez más lejano, al menos para la generación actual. Por eso, el Papa habla claramente, diciendo que no se trata de una «operación militar» – como le gustaría a Putin que se llamara – sino de una verdadera «guerra», una «agresión armada inaceptable».

Séptimo cuadro: dominio y negociación

¿Qué proyecto de reconciliación, convivencia y seguridad colectiva en Europa y en el mundo tenemos en mente? ¿Somos plenamente conscientes de las consecuencias que la guerra puede tener en vastas zonas de África y Asia? Debido a la escasez de cereales – de los que Ucrania y Rusia son los principales exportadores del mundo – y a los consiguientes y graves problemas alimentarios para millones de personas, son previsibles los efectos en términos de presión migratoria. ¿Y qué hay de las posibles consecuencias de la escasez de energía? Están todos los elementos para «sacudir a muchos regímenes políticos en todo el mundo. Y es difícil imaginar que esto refuerce las democracias»[18].

Francisco es radical en su enfoque de la política internacional, como dijo en una audiencia en la que condenó la escalada militar y la carrera armamentística: «El mundo sigue siendo gobernado como un “tablero de ajedrez”, donde los poderosos estudian los movimientos para ampliar el dominio en detrimento de los demás»[19]. Su opinión sobre la guerra basada en los «nuevos imperialismos», como declaró en la conferencia de prensa a su regreso del viaje a Malta, es igualmente clara.

¿Qué se puede esperar entonces? Monseñor Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, que realizó un viaje a Ucrania del 18 al 22 de mayo[20] , reiteró «la importancia del diálogo para restablecer la paz». En una entrevista admitió que «las heridas son profundas» y que la reconciliación llevará mucho tiempo. Pero «ante una guerra que continúa, al final debe ser la diplomacia la que resuelva las cosas; las partes en conflicto deben sentarse a la mesa a negociar». Por lo tanto, debemos «renovar este compromiso, para resolver el conflicto a través del diálogo diplomático y político».

A este respecto, es interesante el mensaje central que lanzó el Primer Ministro italiano, Mario Draghi, en su viaje a la Casa Blanca. Al principio de su discurso, que precedió a la reunión a puerta cerrada con el líder estadounidense, destacó que la guerra en Ucrania había reforzado el vínculo de Estados Unidos con toda Europa. Pero también afirmó que «en Italia y en Europa, ahora mismo, la gente se pregunta cómo llevar la paz a Ucrania», señalando que «la gente quiere poner fin a esta masacre, a esta carnicería».

Draghi abordó el problema central de cómo reconstruir el equilibrio y la estabilidad en el sistema de relaciones internacionales. En el realismo imperfecto de la vida de las naciones, en eso consiste la paz. Para lograr el restablecimiento de ese equilibrio, es necesario emprender una vía de negociación en un marco internacional. Es necesario confrontar a Putin con las consecuencias de la ruptura del sistema de equilibrios construido tras el colapso de la URSS.

Sin embargo, no hay que esperar la humillación de Rusia como país. Lo dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, en la clausura de la Conferencia sobre el Futuro de Europa celebrada en Estrasburgo: cuando la paz regrese a suelo europeo, habrá que construir el nuevo equilibrio de la seguridad y «juntos no debemos ceder nunca a la tentación ni de la humillación ni del espíritu de venganza». Macron recordó lo ocurrido con los Tratados de Versalles, firmados tras la Primera Guerra Mundial, y que «estuvieron marcados por la humillación de Alemania». Por lo tanto, la paz tendrá que construirse «con Ucrania y Rusia alrededor de la mesa»[21].

La historia de la Segunda Guerra Mundial demuestra que es imposible construir un orden internacional con una potencia humillada que busca venganza. En cambio, hay que desear una Rusia[22] integrada en una visión europea que se extiende desde el Atlántico hasta los Urales, la que también soñó San Juan Pablo II.

  1. Cfr A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 449-477.

  2. www.patriarchia.ru/db/text/5892566.html

  3. http://interfax-religion.ru/?act=news&div=78780

  4. http://en.kremlin.ru/events/president/transcripts/24026

  5. www.patriarchia.ru/db/text/5906442.html

  6. Cf. A. Spadaro y Marcelo Figueroa, «Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente», La civiltà cattolica, 29 de octubre de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/10/29/fundamentalismo-evangelico-e-integrismo-catolico/

  7. www.patriarchia.ru/db/text/5922848.html

  8. Expresión utilizada por Francisco en su encuentro con refugiados y jóvenes discapacitados en la iglesia católica latina de Betania, el 24 de mayo de 2014. Véase también A. Spadaro, «La diplomazia di Francesco. La misericordia come processo politico», en Civ. Catt. 2016 I 209-226; Id., « Francesco. Sfida all’apocalisse», en Limes, nº 6, 2018.

  9. http://kmc.media/2022/02/24/yepyskopat-ukrayiny-vidnovimo-nashe-prysvyachennya-sercyu-bogorodyci.html

  10. www.vaticannews.va/it/papa/news/2022-03/papa-videochiamata-patriarca-kirill-guerra-ucraina-pace.html

  11. Cfr « Il primo incontro tra il Vescovo di Roma e il Patriarca di Mosca», en Civ. Catt. 2016 I 417-425.

  12. Las declaraciones de Epifanio se encuentran en www.pomisna.info/uk

  13. Las declaraciones de Onofrio pueden encontrarse en https://news.church.ua

  14. Las declaraciones de Sviatoslav pueden encontrarse en http://news.ugcc.ua

  15. Véase www.churchtimes.co.uk/articles/2022/8-april/news/world/rowan-williams-adds-his-voice-to-calls-for-the-wcc-to-eject-russian-orthodox-church

  16. Cf. A. Melloni, «Le Chiese e la guerra: perché con il conflitto in Ucraina va in frantra anche l’ecumenismo», en la Repubblica, 27 de abril de 2022.

  17. L. Manconi, «Perché papa Francesco non deve andare a Kiev», en La Stampa, 21 de abril de 2022.

  18. M. Magatti, «Disarmare Putin si può», en Avvenire, 12 de abril de 2022.

  19. Francesco, Discorso ai partecipanti all’incontro promosso dal Centro femminile italiano, 24 de marzo de 2022.

  20. Visitó Lviv, Kiev y otros lugares, como Bucha, Irpin, Vorzel. Sus días estuvieron repletos de reuniones con líderes religiosos, representantes institucionales – entre ellos el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba -, personas y grupos de desplazados.

  21. https://presidence-francaise.consilium.europa.eu/fr/actualites/discours-du-president-de-la-republique-a-l-occasion-de-la-conference-sur-l-avenir-de-l-europe

  22. Una visión que, tal vez, parecía incluso transpirar en el discurso que el joven Putin pronunció en el ya muy lejano Bundenstag de 2001, cuando anhelaba «un hogar en el que los europeos no estuvieran divididos en Este u Oeste, Norte o Sur», aun sabiendo que esas divisiones seguirían existiendo, «porque nunca nos hemos librado completamente de muchos estereotipos y clichés de la Guerra Fría»: cfr www.bundestag.de/parlamento/geschichte/gastredner/putin/putin-196934/. Hoy no sabemos si leer estas palabras con sarcasmo o con nostalgia. Pero queda la esperanza, a pesar de todo, que continua sirviendo de aviso para el futuro próximo.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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