Personajes

Con corazón de padre José amó a Jesús

«Con corazón de padre […] José amó a Jesús»: así empieza la Carta apostólica Patris corde, que conmemora un aniversario de hace 150 años. El 8 de diciembre de 1870, Pío IX proclamó a san José «Patrono de la Iglesia Universal», para destacar «su papel central en la historia de la salvación»[1].

El Papa Francisco expresa «aquello de lo que está lleno [su] corazón». En este tiempo de crisis y de pandemia, nuestras vidas están sostenidas por personas comunes que no aparecen en los titulares de los diarios, y sin embargo marcan nuestra vida: «médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo […] Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración». Todas las personas que trabajan, rezan y sufren por el bien común «pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía. […] A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud»[2].

En el transcurso de la Carta, el Papa nos confía también la relevancia cotidiana que para él tiene el santo. Cada día, desde hace 40 años, concluye el rezo de los Laudes con una oración: «Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. […] Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén»[3]. La oración expresa confianza, pero también un cierto desafío a san José, que puede pedir incluso lo imposible a Jesús y a María. La devoción de Francisco es conocida también por otros detalles: antes de ser obispo, luego cardenal y finalmente Pontífice, incluyó en su propio escudo el nardo, símbolo de san José; además, empezó el ministerio petrino precisamente el 19 de marzo de 2013, día de la solemnidad; sobre su escritorio tiene una estatuilla del santo «dormido», bajo la cual pone notas con los problemas difíciles de enfrentar, invocando su ayuda. Finalmente añadió, bien que a instancias de Benedicto XVI, junto al de María el nombre de «José, su esposo», en las oraciones eucarísticas del Misal, como estaba presente ya desde tiempos del Canon Romano.

La paternidad

San José fue el esposo de María y el padre de Jesús: son los dos datos fundamentales que emergen de la Escritura. En el Evangelio de Mateo, José es llamado «esposo de María» (1,16.19) y es definido como un «hombre justo» (1,19). En los cuatro Evangelios se lo llama «padre de Jesús» (Lc 4,22; Jn 6,42; cfr Mt 13,55 y Mc 6,3); el que ha asumido su paternidad legal dando al Niño el nombre revelado por el Ángel (cfr Mt 1,21). Dar el nombre es signo de pertenencia e indica también la identidad y la vocación de una persona. «Jesús» significa en hebreo «Salvador»: «Este, en efecto, salvará al pueblo de sus pecados».

«Esposo» y «padre» definen la misión confiada a José por la Providencia. Este «tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús»[4]. Se trata del principal problema de la biografía del santo, que define el papel nada marginal que desempeñó en la historia. En la sociedad hebrea, quien no tiene un padre, y por lo tanto un nombre, y ha nacido fuera de un vínculo matrimonial, no tiene derecho a la palabra en público y queda excluido de la vida social. Sin la paternidad de José, Jesús no hubiese podido anunciar el Evangelio y llevar a cabo su misión[5]. Para nosotros los modernos, «padre» es el que dio la vida, no el que adoptó a un hijo, mientras que en el Antiguo Testamento el padre legal es el verdadero padre. Así pues, la genealogía de José determina la identidad de Jesús: en el Evangelio se pone de relieve tanto en los relatos de la infancia[6] como en los pasajes que refieren la concepción virginal de María[7].

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Sin embargo, el rasgo más original de la Carta es quizás el énfasis que el Papa da a la profundidad espiritual del Santo. Hasta ahora el acento estaba puesto, además de en su paternidad, en el oficio de José, el de carpintero. Francisco, en cambio, pone en primer plano algunas cualidades en su mayoría dejadas en segundo plano: «Padre amado, Padre en la ternura, Padre en la obediencia, Padre en la acogida, Padre de la valentía creativa» (nn. 1-5). Son los rasgos del alma de José y de su espiritualidad, pero también los valores que hacen sentir al santo más cerca de nosotros, casi a nuestro mismo nivel.

Padre amado

San José es un Padre muy querido por el pueblo cristiano. Francisco cita a propósito a san Juan Crisóstomo, quien elogia su disposición a ponerse al «servicio de toda la economía de la encarnación» (n. 1), y a san Pablo VI, quien ratifica su papel en la paternidad, que consiste en: «haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa» (Ibid). No es casualidad que se hayan dedicado a José numerosas iglesias en todo el mundo; a él se refieren muchos institutos religiosos, cofradías, grupos eclesiales, que llevan su nombre y lo honran con su espiritualidad y testimonio[8].

Padre en la ternura

«Jesús – mientras crecía en sabiduría, estatura y gracia – vio la ternura de Dios en José» (n. 2). Tal como Dios hizo con Israel, así José enseñó a Jesús «a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer» (Ibid).

Es original aquí la relación entre ternura y debilidad humana, que Francisco retoma de la Evangelii gaudium: la historia de la salvación se cumple incluso a través de nuestra debilidad y fragilidad, que a menudo son difíciles de aceptar[9]. Pero si esta es la perspectiva salvífica, «debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura» (Ibid). Así actúa en nosotros el Espíritu de Dios: mientras el maligno juzga y condena nuestras debilidades, el Espíritu las toca con afecto, las saca a la luz con dulzura, hasta hacernos experimentar la misericordia divina.

Precisamente a través de las angustias de José pasa el proyecto salvífico, en el que tener fe significa creer que el Señor pueda realizar su plan incluso a través de nuestras fragilidades: «En medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia» (Ibid).

Padre en la obediencia

Cuando José se entera de que su esposa está encinta, el drama se cierne sobre la joven pareja. Este decide repudiar en secreto a María, no solo para evitar el escándalo sino porque, siendo un «hombre justo», quiere respetar el plan de Dios. En el sueño, José recibe su anunciación: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). «Con la obediencia superó su drama y salvó a María» (n. 3).

Sucede lo mismo cuando José debe huir a Egipto, cuando se le ordena regresar, cuando es necesario establecerse en Nazaret. Como María en la Anunciación, José supo pronunciar su propio fiat. Y también enseña a Jesús a hacer lo mismo, es decir, a ser obediente a sus padres (cfr Lc 2,51).

En Israel, el papel del padre en la familia sigue una tradición específica en relación la educación de los hijos. Escribe un historiador del Antiguo Testamento: «Después de la primera instrucción por parte de la madre (cfr Pr 1,8;6,20), el deber de educar pasaba al padre. Esta educación no comprendía solamente el inicio en la lectura y la escritura y la formación profesional, sino también la instrucción moral y religiosa»[10]. José, por tanto, enseña a Jesús a honrar al padre y a la madre, según el mandamiento divino de Ex 20,12.

Por paradójico que parezca, en la vida oculta de Nazaret Jesús aprende de José a cumplir la voluntad del Padre. «Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo “obediente hasta la muerte […] de cruz” (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos (5,8) concluye que Jesús “aprendió sufriendo a obedecer”» (n. 3).

Padre en la acogida

Francisco destaca el modo original con que «José acogió a María sin poner condiciones previas» (n. 4) y confiando en las palabras del ángel. Aquí el Papa introduce una nota de dramática actualidad: «La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la reputación, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio» (Ibid)[11].

La vida que nos muestra José «no es una vía que explica, sino una vía que acoge» (Ibid). Esta acogida deja intuir una profunda interioridad, y no sería casualidad que nos recordase el drama de Job, cuando la mujer lo incita a rebelarse contra Dios por el mal que ha sufrido: «Si aceptamos de Dios los bienes – responde Job – ¿no vamos a aceptar los males?» (Jb 2,10). La acogida es el modo con que se manifiesta en la vida el don de la fortaleza que viene del Espíritu Santo y nos induce a dar espacio también a la «parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia» (n. 4).

Las palabras del ángel a José nos enseñan a aceptar con fortaleza llena de esperanza, y no con mera resignación, aquello que no hemos elegido y debemos afrontar. En este contexto, es esencial seguir el Evangelio ahí donde todo parece volverse en contra. Incluso si algunos hechos de la vida parecen haber tomado un rumbo «equivocado» y son irreversibles, «Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas» (Ibid). El realismo cristiano no rechaza nada de lo que existe. La realidad, en su misteriosa irreductibilidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sus sombras. José «no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” [la realidad]» (Ibid) y nos enseña a acoger a los otros tal como son, pero con una predilección por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cfr 1 Co 1,27), es padre de los huérfanos y defensor de las viudas (cfr Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero[12].

Padre de la valentía creativa

El Papa Francisco, junto al prodigio de la acogida, destaca la valentía de la creatividad. Y lo hace después de haber alabado la obediencia de José, que no es una obediencia pasiva, preocupada de ejecutar el mandato recibido, sino la del que usa la propia inteligencia, la experiencia de vida, la sabiduría que le ha sido transmitida. El Papa recuerda las peripecias de la huida a Egipto, en las que José «no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar» (n. 3). Y durante el viaje de regreso, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea, tuvo miedo de volver y decidió ir a Nazaret (cfr Mt 2, 21-23). Esta es la valentía creativa, que no contrasta con la obediencia, y sin embargo revela la responsabilidad frente a las nuevas circunstancias que han surgido.

Esta valentía proviene de las fuerzas que llevamos dentro para afrontar dificultades imprevistas u obstáculos que parecen insuperables. Pero frente a las dificultades, si no tiramos la toalla, podemos ingeniárnosla: son precisamente las dificultades las que hacen emerger en nosotros recursos que no pensábamos tener, y revelan riquezas inagotables. Los Evangelios de la infancia presentan a Jesús como si estuviera a merced de los fuertes y poderosos: ¡cuántas veces nos vemos tentados de preguntar por qué Dios no interviene! Sin embargo, Dios realiza su plan de salvación: José es «el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre» (n. 5), porque el Señor salva siempre lo que importa. De esta forma, José nos enseña a saber transformar un problema en una oportunidad creadora, pues sabe poner por delante de todo la confianza en la Providencia. «Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar» (Ibid).

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Es interesante aquí la alusión a san José «patrono de los migrantes», de quienes se vieron obligados a dejar la propia tierra a causa de la hambruna, de las guerras, de las persecuciones, de la miseria.

El Hijo y la Madre

En ese contexto, Francisco retoma una valiosa indicación del Vaticano II: «En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la madre, de aquella que “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz”» (n. 5)[13]. José, protegiendo al Niño y a su madre – la imagen de la Iglesia -, se convierte en el «custodio»[14]: «El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María[15]. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (Ibid). Aquí, de manera original, se inserta la cita de Mt 25,40: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron». Con la conclusión: «Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos» (n. 5). Y esta es también la misión fundamental de la Iglesia: amar a los últimos, los abandonados, los rechazados por la sociedad. En cada una de estas personas está presente el Señor. Nos lo enseña José: amar al Niño y a su madre, es decir, los sacramentos y la caridad, la Iglesia y los pobres.

Padre trabajador

En la Rerum novarum, la primera encíclica social, León XIII puso en evidencia la relación de san José con el trabajo. El santo era un carpintero – en griego tektōn (Mt 13,55; Mc 6,3) -, término que le ha valido diversos atributos: «obrero», «carpintero», «maestro de obra», etc[16]. El santo «trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo» (n. 6). Francisco destaca la importancia del trabajo, que hoy representa una cuestión social urgente, debido a la falta de trabajo para los jóvenes: el trabajo da dignidad a la persona, y el desempleo es una llaga para la sociedad.

Por otra parte, el Papa reafirma con insistencia que «el trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación. […] Se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia» (Ibid). Una familia que carece de trabajo está inevitablemente expuesta a conflictos y tensiones y a la «desesperada y desesperante tentación de la disolución» (Ibid). La crisis que hoy carcome la sociedad no es solo económica, cultural y espiritual, sino también un signo de la exigencia de redescubrir el valor y la necesidad del trabajo, para recrear una «nueva normalidad», de la que ninguno sea excluido. «La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo» (Ibid) y que Jesús trabajó hasta los 30 años[17]. Hoy es fundamental que todos, pero principalmente los jóvenes, tengan un trabajo (cfr Ibid).

Padre en la sombra

El último punto de la Carta tiene un título misterioso: Padre en la sombra. Hace referencia al escritor polaco que relató en una novela la vida de José como sombra del Padre Celestial en la tierra: este lo sigue, lo custodia, lo protege, no se separa nunca de él para seguir sus pasos[18]. Es el modo en que José ejerció la paternidad durante toda su vida, siempre permaneciendo en la sombra, pero asumiendo los deberes del padre, puesto que «padre» no se nace, sino que se llega a ser, y no tanto porque se haya dado un hijo al mundo, sino porque se es responsable de él y se lo ama (cfr 7).

No falta una observación de actualidad: en la sociedad de hoy, a menudo los hijos parecen huérfanos, como si no tuvieran padres. Lo mismo sucede en la Iglesia, que también necesita padres, es decir, personas que lleven a los hijos a la experiencia de la vida, a la realidad en la que deben vivir, para que sepan afrontarla con libertad y responsabilidad. A veces ocurre que un padre quiere poseer al hijo, aprisionarlo, condicionarlo, en lugar de volverlo libre, capaz de enfrentar las elecciones de la vida y de recorrer su propio camino de manera autónoma.

Junto al apelativo de «padre», la tradición añade a san José el adjetivo de «castísimo»: no es – afirma Francisco – «una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz» (Ibid). El énfasis en el amor casto es interesante, porque respeta hasta el final la libertad del otro. Dios ama al hombre así, «dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad» (Ibid). San José supo amar así a María y a Jesús: nunca antepuso sus propios intereses, sino que siempre prefirió el bien de la esposa y del Hijo. Con una característica que distingue su modo de actuar: no lo hizo «en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo» (Ibid). Era su vocación, ya que toda verdadera vocación nace del don de sí mismo.

José vive su propia paternidad como un don: puesto que todo hijo es un don de Dios, y los dones son una realidad que debe custodiarse, pero también, a su vez, una realidad que donar, compartir, liberar. En efecto, «cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad» (Ibid). En las palabras del Papa queda claro el concepto de paternidad como servicio espiritual, como misión capaz de educar, de madurar y dejar libres a los hijos, para que caminen solos por los senderos de la vida. José sabía muy bien que este Hijo no era suyo, sino Hijo de una paternidad más alta, Hijo de Dios: solo se lo habían confiado. Así se cumplía la palabra del Evangelio: «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).

Es sorprendente que de un santo tan importante los Evangelios no informen una sola palabra. José calla siempre, es realmente el «creyente» silencioso. Mientras que de otros personajes quedó documentado lo que dijeron en las más diversas circunstancias (María, Pedro y los apóstoles, Zacarías e Isabel, Simeón, e incluso Pilatos, Herodes, Anás), de José no se nos señala absolutamente nada. Pareciera que los evangelistas callaran intencionalmente sobre él: silencio en Nazaret, silencio en Belén, silencio en la huida a Egipto, silencio en Jerusalén. Se trata de un silencio denso y con cuerpo, revestido de contemplación y misterio: porque toda la vida de José se desarrolla ante el «Dios hecho carne» y ante María, que llega a ser madre por obra del Espíritu Santo (cfr Mt 1,20).

Para nosotros, que a menudo medimos el valor de una persona en base a sus palabras y discursos brillantes, y no en base a hechos, hay mucho para reflexionar. En la vida cuentan los hechos, y tanto más si vienen marcados por el silencio interior. Francisco comenta: «Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación»[19].

El objetivo de la Carta Apostólica Patris corde es aumentar el amor a san José e implorar su intercesión para nuestra conversión. Por ello Francisco ha convocado a un especial Año de san José, dedicado al padre de Jesús, para comprender el verdadero significado de la paternidad: comenzó con la solemnidad de la Inmaculada Concepción y se prolongará hasta el 8 de diciembre de 2021.

  1. Francisco, Carta apostólica Patris corde (8 de diciembre de 2020), «Introducción». En este artículo los números entre paréntesis hacen referencia a los parágrafos de la Carta.
  2. Ibid.
  3. Ibid, Nota 10.
  4. Ibid, «Introducción».
  5. Cfr G. Magnani, Origini del cristianesimo. II. Gesù costruttore e maestro. L’ ambiente: nuove prospettive, Assisi (Pg), Cittadella, 1996, 225. Véase el comentario a Mt 1,16 en H. L. Strack – P. Billerbeck, Das Evangelium nach Matthäus erläutert aus Talmud und Midrasch, München, C. H. Beck, 1956, 35; 42 (para los hijos ilegítimos). La paternidad legal, o putativa, era bastante común en Oriente (cfr en la Biblia la ley del «levirato»).
  6. Cfr Mt 1,20: «José, hijo de David»; la genealogía en Mt 1,1-17; y Ro 1,3-4.
  7. Cfr J. P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. I: Las raíces del problema y de la persona, Navarra, Verbo divino, 2018. El problema de la ilegitimidad de Jesús nace hacia el final del siglo II con el filósofo Celso (cfr Orígenes, Contra Celsum) y sería una parodia del relato de la concepción virginal del Evangelio de Mateo.
  8. El éxito de san José en la historia de la Iglesia es mucho más grande de lo que se piensa: entre 1517 y 1980 surgieron 172 comunidades religiosas con su nombre o dedicados a él; de ellas, 51 son masculinas y 121 femeninas (cfr K. S. Frank, «Josef, Mann Marias. Religiöse Gemeinschaften», en Lexikon für Theologie und Kirche, vol. V, Freiburg – Basel – Rom – Wien, Herder, 1996, 1001-1003; T. Stramare, San Giuseppe. Fatto religioso e teologia, Camerata Picena [An], Shalom, 2018, 588-602).
  9. Cfr Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), nn. 88; 288.
  10. G. Fohrer, «ὑιóς», en Grande Lessico del Nuovo Testamento, XIV, Brescia, Paideia, 1984, 129 s. Hay muchos pasajes bíblicos que insisten en este deber paterno: Ex 10,2; 12,26-27; 13,8; Dt 4,9; 6,7.20-21; 32,7.46.
  11. La cita está tomada de Francisco, Homilía de la Santa Misa con Beatificaciones, Catama, Villavicencio – Colombia (8 de septiembre de 2017): cfr Acta Apostolicæ Sadis 109 (2017) 1061.
  12. Cfr Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.
  13. Cfr Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 58.
  14. Así lo definió san Juan Pablo II: cfr la Exhortación apostólica Redemptoris custos, del 15 de agosto de 1989.
  15. Cfr Catecismo de la Iglesia, 963-970, en: www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
  16. El término tektōn quiere decir «carpintero», «artesano», una persona que fabrica, un obrero de la construcción (en el latín de la Vulgata se asocia con faber); pero no sería exacto traducirlo como «herrero»: cfr H. Balz – G. Schneider, Diccionario exegético del Nuevo Testamento, vol. II, Biblioteca de Estudios Bíblicos, 2012; el término está en la raíz de nuestro «arqui-tecto», es decir, «jefe de construcción, maestro de obra». Véase también G. Ravasi, José, el padre de Jesús, Bonum, Buenos Aires, 2020, 38-43.
  17. Cfr A. Spadaro – S. Sereni, «A partire da Gesù lavoratore», en Civ. Catt. 2020 III 18-31.
  18. Cfr J. Dobraczyński, La sombra del padre. Historia de José de Nazaret, Madrid, Palabra, 2015.
  19. Francisco, Carta apostólica Patris corde, «Introducción».
Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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