Biblia

Isaac e Ismael, dos hermanos

tan lejanos, y tan cercanos

Isaac and Ishmael Placing the Body of Abraham in the Tomb, Étienne Delaune (c. 1560-1568) © Philadelphia Museum of Art

La promesa de Dios a Abram

El ciclo de Abraham comienza con la descripción de una familia de nómadas que emigra a Mesopotamia hace algunos milenios. Téraj tiene tres hijos: Abram, Najor y Harán. No sabemos nada de la relación entre estos hermanos, pero sí sabemos que Harán muere mientras su padre sigue vivo. Además, Sara, la esposa de Abram, no puede tener hijos. A través de unas pocas pinceladas, se describen los traumas y dramas de una familia que, con su patriarca a la cabeza, emigra a una nueva tierra. El viaje de Ur a Canaán emprendido por Téraj se interrumpe en Jarán, a mitad de camino. Es aquí donde Abram recibe una palabra de Dios que entra justo donde se encuentra su mayor herida: la incapacidad de tener hijos, que le deja sin un heredero que lleve su nombre de generación en generación. «El Señor dijo a Abram: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”» (Gn 12,1-3).

Abram es invitado a partir de nuevo, separándose de los lazos que hasta entonces habían tejido su vida, para llegar a ser fecundo según la lógica de la creación que tiene lugar a través de la separación[1]. Abram, por tanto, tendrá que alejarse de su padre para que el Señor haga de él una gran nación. ¿Cómo se hará realidad esta promesa, dado que el patriarca y su esposa son ya muy mayores?

Un hijo sustituto y el hijo de la promesa

Pasan diez años, pero Abram y Sarai siguen sin tener hijos. Aunque Dios renueva al anciano patriarca la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (cfr Gn 15,5), podemos imaginar la decepción y la frustración experimentadas por la pareja. Siendo realistas, debido a su avanzada edad, la paternidad y la maternidad parecen un sueño inalcanzable. Sin embargo, las primeras palabras de Sarai en el relato del Génesis abren un nuevo camino para obtener ese hijo que, aunque prometido, se retrasa. «Sarai, la esposa de Abram, no le había dado ningún hijo. Pero ella tenía una esclava egipcia llamada Agar. Sarai dijo a Abram: “Ya que el Señor me impide ser madre, únete a mi esclava. Tal vez por medio de ella podré tener hijos”. Y Abram accedió al deseo de Sarai» (Gn 16,1-2).

El atajo de una madre sustituta permitirá a la pareja tener ese hijo tan esperado. La controvertida práctica de los llamados «vientres de alquiler», un tema muy debatido hoy en día, también se conocía en el mundo antiguo. De hecho, varias fuentes atestiguan que, en caso de esterilidad de una mujer, en el Oriente Próximo Antiguo se practicaba la maternidad vicaria[2]. El cuerpo de la esclava era utilizado por el amo para engendrar hijos cuando la esposa era incapaz de concebir. La palabra de Dios tarda en cumplirse, y el recurso sugerido por Sarai parece una vía de escape ante este «retraso». «Sarai, su esposa, le dio como mujer a Agar, la esclava egipcia – después diez años transcurridos en Canaán –. Él se unió con Agar, y ella concibió un hijo. Al ver que estaba embarazada, comenzó a mirar con desprecio a su dueña» (Gn 16:3-4).

La solución adoptada por la pareja en su aplicación resulta ser mucho más problemática de lo que parecía. Una vez embarazada, la esclava comienza a mirar a Sarai con desprecio, y la propia Sarai, al sentir esta mirada de desprecio sobre ella, manifiesta todo su disgusto a Abram. El anciano patriarca autoriza a Sarai a disponer de la esclava como le plazca. Al final, la lógica del amo se impone y Agar es atormentada por su ama hasta el punto de tener que huir al desierto. A costa de sí misma, la esclava egipcia aprende que, aunque espera un hijo de su amo, sigue siendo la más débil en una lógica de relaciones jerárquicas.

Sin embargo, Dios se hace cargo del sufrimiento de Agar y tiene una palabra para ella y para el niño que va a nacer. El ángel del Señor se revela a Agar en un manantial y la consuela con una promesa de fecundidad similar a la hecha a Abraham (cfr Gn 15,5; 22,17): «Luego añadió: “Yo multiplicaré de tal manera el número de tus descendientes, que nadie podrá contarlos”[3]. Y el Ángel del Señor le siguió diciendo: “Tú has concebido y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael [=Dios-escucha], porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Más que un hombre, será un asno salvaje: alzará su mano contra todos y todos la alzarán contra él; y vivirá enfrentado a todos sus hermanos”. Agar llamó al Señor, que le había hablado, con este nombre: “Tú eres El Roí, que significa Dios se hace visible”, porque ella dijo: “¿No he visto yo también a aquel que me ve?”. Por eso aquel pozo, que se encuentra entre Cades y Bered, se llamó Pozo de Lajai Roí, que significa “Pozo del Viviente que me ve”» (Gn 16,10-14).

El niño se llamará Ismael, debido a la intervención del Señor, que escucha a la esclava Agar y cuida de ella y de su hijo. El Dios de Abram se une indisolublemente a Ismael con la bendición que ya había reservado para su padre, pero el oráculo incluye también a sus hermanos. En efecto, Ismael no será hijo único. Es cierto que se le augura una vida salvaje en lucha contra todos, pero al final vivirá cara a cara con sus hermanos, a la vez distante y cerca de su familia. En la tierra, por tanto, habrá sitio para todos y la posibilidad de que los hermanos vivan juntos. Por último, el lugar donde Dios se manifiesta recibe un nuevo nombre, que le es dado por Agar. Este mismo sitio se mencionará significativamente más adelante en la historia.

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Trece años después del nacimiento de Ismael, nacerá Isaac, el hijo de la sonrisa. De hecho, en hebreo el nombre «Isaac» significa «él reirá». Este nombre será dado por Dios a causa de la sonrisa de Abraham (cfr Gn 17,17) y de su esposa Sara (cfr Gn 18,12). Ante el anuncio de un hijo para la anciana pareja, las risas de ambos manifestaron incredulidad y un escepticismo no bien disimulado. Entonces Abraham se postró con el rostro en tierra y, riendo, dijo en su corazón: «¿Se puede tener un hijo a los cien años? Y Sara, a los noventa, ¿podrá dar a luz?» (Gn 17,17).

Abraham no sólo oculta su sonrisa, sino que deja en su corazón sus verdaderos pensamientos e incertidumbres sin confesárselos a Dios, que, en cambio, le responde: «No, tu esposa Sara te dará un hijo, a quien pondrás el nombre de Isaac» (Gn 17,19). El Señor conoce bien ese escepticismo que Abraham no puede ocultarle. Más tarde, cuando Dios visita de nuevo a Abraham, Sara, sin ser vista porque está detrás de la cortina, oye las palabras del Señor al patriarca: «“Volveré a verte sin falta en el año entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo […]”. Ella rió en su interior, pensando: “Con lo vieja que soy, ¿volveré a experimentar el placer? Además, ¡mi marido es tan viejo!”» (Gn 18, 10.12). Sara reacciona con una sonrisa ante esta promesa. El lector también tiene el privilegio de adentrarse en los pensamientos de la mujer, que manifiesta su perplejidad ante su propio estado y el de su anciano marido.

Después de tanta espera, se cumple la palabra del Señor: «Sara dijo: “Dios me ha dado motivo para reír, y todos los que se enteren reirán conmigo”. Y añadió: “¡Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos! Porque yo le di un hijo en su vejez”» (Gn 21,6-7). Isaac, el hijo de la sonrisa, viene por fin al mundo, y esta vez la risa es expresión de una alegría incontenible. ¿Cómo se relacionarán los dos hermanos, ambos hijos de Abraham, pero nacidos de madres diferentes? ¿Cómo influirán los estados de ánimo y las expectativas de los padres en la trayectoria de los dos hermanos y en su interacción?[4]

Dos hermanos distantes

La primera interacción entre los dos hermanos se relata en un controvertido episodio que, a lo largo de la historia de la interpretación, se ha comentado de muy diversas maneras. Durante una gran fiesta celebrada en honor de Isaac, la mirada de Sara se posa en Ismael y reacciona con dureza ante lo que ve: «El niño creció y fue destetado, y el día en que lo destetaron, Abraham ofreció un gran banquete. Sara vio que el hijo de Agar, la egipcia, jugaba con su hijo Isaac. Entonces dijo a Abraham: “Echa a esa esclava y a su hijo, porque el hijo de esa esclava no va a compartir la herencia con mi hijo Isaac”» (Gn 21, 8-10).

El ambiente festivo por el destete de Isaac, se ve arruinado por la petición de Sara a Abraham de que expulse a Agar e Ismael por lo que este último está haciendo en el banquete. En el versículo 9, en el texto hebreo encontramos el verbo ṣāḥāq, «reír», que indica la acción realizada por Ismael y que en esta forma verbal significa «bromear, jugar, burlarse». Este término hebreo es homófono del nombre Isaac, que, como hemos dicho, significa «él reirá». Además, la versión griega de la LXX especifica que Ismael bromeó «con Isaac, su hijo». ¿Qué vio Sara que provocó en ella una reacción que parece desproporcionada a los ojos del lector? Según la LXX, la Vulgata y el Targum Onkelos, Ismael jugaba con Isaac. Otra interpretación antigua da a este verbo una connotación sexual, como se desprende de otras apariciones del verbo en el texto bíblico (cfr Gn 26,8; 39,14.17). Ismael, por lo tanto, estaría acosando a Isaac[5]. Según el Targum Pseudo-Jonathan, Ismael estaría jugando con ídolos[6]. Según San Pablo, Ismael estaría persiguendo a Isaac (cfr Gal 4,29).

Todas estas interpretaciones se centran en el significado del verbo, mientras que rara vez se tiene en cuenta que el centro de la escena no es tanto lo que ocurre entre Ismael e Isaac, sino la percepción que Sara tiene del suceso. De hecho, la narración se centra en el punto de vista de Sara, y es a través de su mirada que el lector capta lo que está sucediendo en la escena. No es casualidad que a Ismael no se le llame por su nombre, sino que se refiera a él como «el hijo de esa esclava». Las risas y bromas de Ismael serían interpretadas por Sara de forma malévola, con envidia y celos. Hemos visto que en hebreo hay un sutil juego de palabras que surge de la asonancia entre el nombre «Isaac» y el verbo «bromear». Es como si a los ojos de Sara Ismael no sólo estuviera bromeando, sino que en realidad quisiera ser Isaac, usurpando el lugar de primogénito que corresponde al hijo de Sara, el «verdadero» hijo de la promesa de Dios a Abraham[7].

El anciano patriarca no reacciona bien ante la pretensión de Sara, que, despreciando a «esa esclava» Agar, quiere apartar a Ismael y negarle su herencia y, junto con ella, la posibilidad de cohabitar y compartir con su hermano Isaac: «Esto afligió profundamente a Abraham, ya que el otro también era hijo suyo. Pero Dios le dijo: “No te aflijas por el niño y por tu esclava. Concédele a Sara lo que ella te pide, porque de Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y en cuanto al hijo de la esclava, yo hará de él una gran nación, porque también es descendiente tuyo”» (Gn 21,11-13).

Paradójicamente, el Señor se dirige a Abraham y le ordena que obedezca a Sara. Una vez más, Dios es capaz de escribir recto sobre renglones torcidos y de esta dolorosa separación saldrá algo bueno. Según lo prometido por Dios, Abraham engendrará también una multitud de naciones a través de Ismael (cfr Gn 17,4-6.20). Los caminos de los dos hermanos, por tanto, se separan, pero ambos hijos de Abraham permanecen bajo el signo de la bendición divina[8]. Aunque distantes, se encuentran unidos por el Dios de Abraham, que es también su Dios.

Dos vidas paralelas

Las vidas de Isaac e Ismael no se cruzan durante mucho tiempo[9], pero siguen dos caminos similares que pasan por la separación de su padre y una experiencia de salvación recibida de Dios cuando se enfrentan a la muerte (cfr Gn 21,14-21; 22,1-19). En ambos casos, sin embargo, el punto de vista es el de los padres.

Perdida en el desierto tras ser expulsada por Abraham, Agar llora temiendo que su hijo muera de sed. Dios oye la voz de Ismael, que, estando próximo a la muerte, cumple el significado de su nombre – literalmente, «Dios escucha» – cuando es salvado por la intervención del Señor: «“¿Qué te pasa, Agar?”, le dijo. “No temas, porque Dios ha oído la voz del niño que está ahí. Levántate, alza al niño y estréchalo bien en tus brazos, porque yo haré de él una gran nación”» (Gn 21, 17-18).

Más tarde, un Isaac ya adulto es conducido a la montaña para ser sacrificado. La narración no se detiene en el hijo de Abraham y en cómo experimenta esta prueba, sino que sigue el camino del anciano patriarca, puesto a prueba por esta petición del Señor[10]. Así, Isaac, a punto de morir, se encontrará en una situación muy parecida a la de su hermano Ismael. También en este caso, el ángel del Señor intervendrá para salvar la vida del hijo de Abrahán y renovar la promesa de bendición: «“Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”» (Gn 22,16-17).

En ambos casos, es un padre afligido quien primero envía a un hijo al desierto y luego conduce al otro al monte Moria para sacrificarlo al Señor. Ambos son hijos amados, de los que Abraham se separa con dolor, como señala eficazmente el Talmud de Babilonia: «Dios dijo a Abraham: “Por favor, toma a tu hijo, el único, a quien amas, Isaac” (Gn 22,2). Cuando Dios dijo: “Tu hijo”, Abraham objetó: “¡Tengo dos hijos!”. Dios le dijo: “El unigénito”. Abraham respondió: “¡Éste es el único hijo para su madre, y aquél es el único hijo para su madre!”. Dios le dijo: “El que amas”. Abraham respondió: “¡Los quiero a los dos!”. Entonces Dios le dijo: “¡Isaac!”»[11].

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Además, los dos hijos de Abraham cumplirán la palabra de Dios cuando encuentren esposa y formen su propia descendencia a través de sus padres. El primero en dar este paso es Ismael: «y su madre lo casó con una mujer egipcia» (Gn 21,21). Se separa de su padre y de su madre y, al unirse a su mujer, cumple la palabra que el Señor pronunció en los relatos de la creación: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer» (Gn 2,24)[12].

Más adelante, será Abraham quien facilite la partida de Isaac encontrándole una esposa de entre su parentela, Rebeca, que le consolará por el duelo de su madre Sara: «Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: “Coloca tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del Cielo y de la tierra, que no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac» (Gn 24,2-4).

Un encuentro final

Los dos caminos paralelos de Isaac e Ismael están marcados por el alejamiento de las figuras paternas y la bendición de Dios, que siempre acompaña el camino de los dos hijos de Abraham. Sin embargo, aún hay tiempo para un último encuentro entre ellos, que se produce en el dramático momento de la muerte de su padre: «Sus hijos Isaac e Ismael lo sepultaron en la caverna de Macpelá, en el campo de Efrón, hijo de Sójar, el hitita, que está frente a Mamré. Es el campo que Abraham había comprado a los descendientes de Het. Allí fueron enterrados él y su esposa Sara. Después de la muerte de Abraham, Dios bendijo a su hijo Isaac, y este se estableció cerca del pozo de Lajai Roí (Gn 25,9-11).

Isaac e Ismael lloran juntos la muerte de su padre. Ismael va a Macpelá, donde está enterrada Sara, la madre de Isaac, la mujer que primero lo había querido, para superar su propia incapacidad de engendrar, pero que después lo rechazó. Isaac, por su parte, irá a vivir cerca del pozo de Lajai Roí, el lugar donde Agar había visto al Señor, que había escuchado su lamento y la había bendecido a ella y a su descendencia (cfr Gn 16,14).

Los dos hermanos cruzan y mezclan sus historias, y uno se va a vivir al lugar del otro, en un fructífero intercambio que los sitúa cerca el uno del otro en una especie de reconciliación familiar implícita. A partir de este momento, sin la figura del padre que los unía por el vínculo de la sangre pero que los había dividido por la paz y la vida tranquila de la familia, los dos hermanos estarán cerca compartiendo la bendición más allá de los agravios humanos y los asuntos mezquinos. Lo que podría parecer una escena fúnebre estereotipada se convierte en la coronación de ser hermanos separados, pero no distantes. «Esta es la descendencia de Ismael…» (Gn 25,12); «Esta es la descendencia de Isaac…». (Gn 25,19): pocos versículos separan a los hermanos y a sus descendientes, que en vida seguirán viviendo enfrentados como nos recuerda la Escritura: «[Ismael] se había estableció frente/contra el rostro de todos sus hermanos» (Gn 25,18). La partícula hebrea ‘al puede leerse como «frente a» o «contra». ¿Qué opción elegirán?

Las familias de la Biblia son familias complejas, extensas, difíciles, mucho más cercanas a nuestro tiempo de lo que uno podría imaginar. Las historias de Isaac e Ismael revelan cómo los contrastes entre sus padres – Abraham, Sara y Agar – pueden afectar la calidad de la relación entre hermanos que, debido a las tensiones familiares, se ven privados de la oportunidad de crecer y vivir juntos. Sin embargo, a pesar de todo, Isaac e Ismael pueden prosperar bajo una bendición compartida, aunque diferente, y ser buenos vecinos, generación tras generación. En efecto, según la tradición de la Biblia (pero también del Corán), detrás de los personajes de Isaac e Ismael hay dos pueblos tan distantes y tan cercanos como los israelitas y los árabes, que, situados uno junto al otro en la tierra que habitan, pueden descubrir una raíz común como hijos de Abraham, bendecidos por el mismo Dios.

  1. Sobre la creación como un proceso que se va realizando a través de una secuencia de separaciones progresivas, cfr P. Beauchamp, Création et séparation: étude exégétique du chapitre premier de la Genèse, Paris, Cerf, 2005.
  2. Cfr Nuzi HSS S.67; Hammurabi, nn. 144; 146; 173.
  3. En algunos casos, cuando se menciona al Ángel del Señor en el Antiguo Testamento, se podría estar haciendo una referencia a Dios mismo que se hace presente.
  4. Sobre este tema, cfr A. Wénin, «Ismaël et Isaac, ou la fraternité contrariée dans le récit de la Genèse», en Études theologiques et religieuses 90 (2015/4) 489-502.
  5. Ismael estaría haciendo malas acciones, que no es lícito hacer (Targum Neófitos, Génesis XXI, 9). Rashi comenta: «Se refiere a la fornicación, como está escrito: Se acercó a mí para divertirse conmigo» (Gn 39,17)” (Rashi de Troyes, Commento alla Genesi, Casale Monferrato [Al], Marietti, 1985, 163). Cfr también el fragmento LL de la Genizah del Cairo: «Hacía actos licenciosos con su hijo, intentando matarlo».
  6. Cfr Targum Pseudo-Jonathan, Génesis XXI, 9.
  7. Cfr R. Alter, Genesis, New York – London, W. W. Norton & Company, 1996, 98.
  8. Aun cuando la alianza estará reservada a Isaac (cfr Gen 17,19).
  9. Para profundizar en el paralelismo que puede establecerse entre Isaac e Ismael, cfr D. J. Zucker, «Ishmael and Isaac: Parallel, not Conflictual Lives», en Scandinavian Journal of the Old Testament 26 (2012/1) 1-11.
  10. El Targum añade al texto de Gn 22 la perspectiva de Isaac, que implora a su padre que lo ate bien para que el sacrificio no sea en vano: «Isaac tomó la palabra y dijo a Abraham, su padre: “Padre mío, átame bien, no sea que te dé una patada que invalide tu ofrenda…”. Los ojos de Abraham estaban fijos en los ojos de Isaac, y los ojos de Isaac estaban vueltos hacia los ángeles de arriba. Isaac los veía, pero Abraham no los veía» (Targum Pseudo-Jonathan, Génesis XXII, 10).
  11. Talmud Babilonese, bSanhedrin 89b.
  12. F. Mirguet, «Gn 21-22: Maternité et paternité à l’épreuve», en Ephemerides Theologicae Lovanienses 79 (2003/4) 326.
Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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