HISTORIA

¿Cómo hacer historia en el tiempo de la posverdad?

Demos un paseo

Al retirarse los últimos efectivos del ejército de Felipe VI, a la ciudad de Calais no le quedaba mas remedio que rendir sus llaves, buscando con el heroísmo de su defensa el perdón de la vida de sus burgueses. Inglaterra no estaba dispuesta a dejar pasar el tributo de sangre, para aliviar las horas de campaña y las vidas de sus hombres. Aunque alguno de los suyos intentó convencer a Eduardo III para que aceptara la capitulación, este gravó el sometimiento con la entrega de seis notables. Cuando el alcalde del puerto francés reunió a la población para comunicar los términos del posible acuerdo, el lamento unánime ahogado en el silencio de la desesperación hizo que uno de los mas acaudalados patricios – Eustache de Saint-Pierre – se alzara para entregar su vida; le siguieron otros cinco hombres ilustres que repitieron su gesto, completándose así aquel cortejo de muerte que portaría el herraje de la salvación, las claves de la derrota.

Una monumental escultura de Auguste Rodin, cuyo bronce parece estar modelado con sus propias manos cuando aún se encontraba incandescente, recuerda este día de 1347, en el que se conoció el heroísmo de estas seis personas. Aunque finalmente obtuvieron el perdón real, no les importó renunciar a sus vidas y sus intereses por la del resto de los ciudadanos. Época oscura esta Edad Media que ha dado tantos personajes dignos de pedestales[1].

Cuando hoy nos acercamos a relatos de este tipo se nos presentan múltiples formas de mirarlo. Seguramente una de las primeras cosas que nos salta es una mezcla de admiración y nostalgia. Pero, ¿por qué estos sentimientos tratándose de un hecho triste, envuelto en el peligro y la guerra? Quizás es nostalgia ante el honor, la rectitud, el sacrificio… Pero sobre todo admiración por la verdad contenida en este hecho. No es difícil pasar a preguntarnos: ¿cuántos de nuestros dirigentes serían capaces de este acto heroico? ¿Cuántos, después de haber visto tantos escándalos en el reparto de las vacunas para la pandemia actual, entenderían que sus privilegios no están pensados para su protección, sino para su entrega? Seguramente ahora entendemos por qué nos brotan incontroladamente y como acto reflejo estos sentimientos.

¿Cuáles serán las palabras que definan a nuestra época? La valentía homérica, la caballerosidad medieval, la luz de la ciencia, la espiritualidad decimonónica, el horror de la contemporaneidad… ¿Cuáles serán las palabras que definan la actualidad, el tiempo presente, estos últimos años recorridos desde el final de las guerras mundiales, la caída del muro, la llegada de internet y los procesos sociales, económicos y culturales de las dos primeras décadas del siglo XXI? No es fácil aventurarse, pero a día de hoy parece que el término «posverdad» va a ser el que represente a nuestra generación. Es posible que este sea nuestra carta de presentación ante la historia.

Desde 2016 esta palabra ha entrado en el argot occidental para denominar tantas situaciones en las que deliberadamente, haciendo uso de la emoción, de nuestras creencias y del sesgo cognitivo de la psicología humana, la realidad queda distorsionada y se establece una secuencia paralela a esta[2]. Una realidad ficticia, a la que muchos acceden constituyéndose en la base de sus opiniones y vivencias. Este fenómeno va un paso más allá de relativismos e individualismos. Un hecho que nunca se ha dado es puesto en valor como verdadero, únicamente sustentado por el deseo y los sentimientos a los que apela; la problemática subsiguiente es la repercusión que tiene en las acciones del individuo y la masa.

Por desgracia podemos poner muchos ejemplos. El 16 de octubre de 2020 Samuel Paty fue decapitado por lo que entonces se describió como un altercado con una alumna al mostrar en clase las famosas caricaturas de Charlie Hebdo. Finalmente sabemos que la situación nunca llegó a darse, ya que la alumna no estuvo presente en la clase donde se mostraron las caricaturas, y la expulsión del centro se debía a otros motivos[3]. La emoción, la apelación a las creencias, supuso que lo que en principio no debería de haber sido mas que la mentira de una adolescente se convirtiera en odio y tragedia. Por supuesto que las fake news están detrás de muchas de estas situaciones, noticias que en muchos momentos nos pueden sacar una sonrisa si no fuera por sus consecuencias, como aquel famoso hashtag #Pizzagate, que provoco que un hombre entrara en 2016 disparando a la pizzería Comet Ping Pong del centro de Washington, pensando que iba a ser el que liberara a los niños que estaban siendo explotados sexualmente por la red de pederastia que había montado el director de campaña de Hillary Clinton[4].

Fenómenos como el Brexit o las elecciones estadounidenses no los podemos entender sin tener en cuenta este proceso de invención[5]. Esta generación de verdades-ficción, afirmaciones falsas sobre la realidad que terminan siendo corroboradas por los hechos que desencadenan, es un factor característico de nuestro tiempo, un verdadero virus que se ha inoculado en nuestra cultura. Por ello es duro preguntarnos por el futuro de nuestro presente, cuando formemos parte del pasado ¿Qué hechos de nuestra era serán consagrados a la inmortalidad del bronce o de la piedra? Sin caer en el pesimismo, pues este nos arrastraría inevitablemente a contemplar la realidad desde la parcialidad de lo negativo, creo que podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que vivimos tiempos férreos para la verdad en su concepto y su comprensión.

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En medio de esta vorágine, uno de los grandes problemas será cómo poder realizar el oficio de historiador dentro de 200 años, cuando a algún discípulo de las humanidades le toque intentar decir algo sobre nosotros, pues se encontrará con cantidades ingentes de información, donde va a tener mayor importancia la catalogación entre relevante e irrelevante, que entre verdadero y falso, aunque esta segunda no deje de ser determinante[6]. Con todo, no nos toca a nosotros dirimir si lo que estamos viviendo es tan solo el canto de cisne de las ideologías que nacieron en el S. XIX, tuvieron su esplendor en los totalitarismos del XX y se radicalizaron en la actualidad, a la manera de una última reacción desesperada. Lo que sí es trabajo de los historiadores de hoy es determinar una historiografía que escape de los condicionantes de nuestra época y que busque acercarnos al pasado de la manera mas fidedigna posible, pues nuestra labor es la de conectar los acontecimientos uniendo los siglos, creando la memoria que nos permita ser totalmente conscientes de nuestra realidad[7].

«La mujer eterna»

Desde esta mirada a la actualidad podemos decir que la historia, afectada por lo que está sucediendo, vive hoy su particular Viernes Santo. A lo largo de los siglos, desde que Grecia y Roma colocaran las bases de la disciplina, esta ha recorrido un largo camino, en el que cada cultura ha redactado, estructurado e interpretado los hechos del pasado formando relatos que les permitieran entenderse como humanidad. Los acontecimientos y la vivencia humana pueden ser interpretados de distintas formas. Repasando algunos de los paradigmas con los que se ha ido escribiendo el relato histórico, acercándonos a esa vida de la historia que, por supuesto, ha ido muy unida a la del pensamiento filosófico, podremos acercarnos a comprender el estado actual en que se encuentra Clío.

Desde la antigüedad, remontándonos a Homero y Hesíodo, apreciamos cómo los acontecimientos se leen a partir de una visión religiosa. Los dioses intervienen en la historia de los hombres, su devenir no puede entenderse sin esa injerencia de lo divino en lo humano[8]. Con la llegada de Heródoto, los conflictos, la espada y la sangre cobrarán especial relevancia, constituyéndose como los grandes hitos del hombre y relegando a un segundo plano la intervención de las deidades[9]. Para Platón, el transcurso de la historia estará marcado más por lo político que por lo bélico. Como deja expresado en La República, El político y El Timeo, la sucesión de regímenes será crucial a la hora de entender el acontecer humano. Con sus escritos sentará las bases de la filosofía de la historia[10].

Posteriormente, durante el Imperio Romano, el pasado se convertirá en herramienta política. El fundamento de la historia lo encontramos en las alabanzas a Roma, loas que tendrán un interés velado. Comienza esa especie de sofística histórica que nunca ha terminado de abandonarnos. Más tarde, el saqueo de la Ciudad Eterna por Alarico va a provocar que el obispo de Hipona realice una lectura holístico-teológica de los acontecimientos de la humanidad. San Agustín introduce la teología en la visión histórica[11], un hecho que será fundamental para el Occidente cristiano[12]. Este modo de hacer historia tendrá muchos seguidores: un ejemplo de ello lo tenemos en España, con las Crónicas de San Isidoro de Sevilla[13].

El Renacimiento trae consigo la centralidad del hombre. Este movimiento hace que la historia se vuelva hacia las acciones y los condicionantes humanos. Nicolás Maquiavelo es un buen exponente de ello, como apreciamos en El Príncipe, en el que los impulsos y las pasiones que rodean a la persona se convierten en fundamentales para entender su conducta[14]. Esto asesta un duro golpe al providencialismo agustiniano, que había sido un componente fundamental en la tinta con la que escribían muchos historiadores[15].

La llegada de los descubrimientos y el Nuevo Mundo, traerán consigo el deseo de una historia diaria, de una noticia histórica, reclamada por una sociedad que busca conocer y dejar constancia de lo que está sucediendo al otro lado del océano[16]. Si los cronistas durante la Edad Media, sin saberlo, habían sido una fábrica de datos, la modernidad lo será de hechos. Quizá por esto llegó un momento en que se hizo necesario purificar y actualizar la historia respecto a la ingente cantidad de testigos del tiempo que se había producido a lo largo de los siglos. Sembrando la duda y aplicando la técnica se pudo pasar a la certidumbre de lo científico. En esta tarea fue clave el trabajo de Jean Mabillon y sus estudios de la diplomática[17]. Posteriormente aparecerán autores como Montesquieu, que plantea el determinismo histórico[18], o Giambattista Vico, que con su «corsi e ricorsi» sitúa a la historia en el altar de la filosofía y, retomando el trabajo de Maquiavelo, borra todo rastro de ciencia teológica en ella[19]. Así, casi sin solución de continuidad, aparece la afirmación kantiana: «Se puede considerar la historia de la especie humana en grande como la ejecución de un plan escondido de la naturaleza para llegar al estado de una constitución perfecta del Estado en el interior y, respecto a este fin, también en el exterior, como única situación en que la naturaleza puede desarrollar por completo sus planes respecto a la humanidad»[20].

El siglo XIX es, sin duda, el gran momento de la historia, un baile en el que positivismo, idealismo, marxismo y romanticismo buscan danzar con el pasado. Filosofías que entienden el mundo, el presente, desde una particular interpretación del ayer. Estas lecturas de la historia terminan justificando una idea preconcebida, aludiendo a los acontecimientos pretéritos. Leen, por tanto, el pasado desde el presente, con la intención clara de apuntalar su visión y pensamiento. No es de extrañar que la fiesta terminara en las trincheras.

Durante el siglo XX, cuando ya se apreciaba que el fénix estaba a punto de arder, aparecerán una serie de historiadores que desenvainan sus estilográficas en un último intento por leer el pasado como un gran relato. Aquí encontramos a Jacob Burckhardt, que señalará cómo el Estado, la religión y la cultura son las pértigas que mueven la historia[21]. Por otro lado, tenemos la figura de Oswald Spengler, que se muestra contrario a dividir la historia en etapas culturales, inclinándose más bien a recoger la idea nietzscheana de la división entre los tiempos dionisíacos y apolíneos[22]. Arnold Toynbee colocará como protagonistas de los tiempos a las civilizaciones[23] y Jaspers, con su designación de «Tiempo Eje», resucitará la idea de principio y fin de la historia[24]. Por supuesto, hay que reseñar el esfuerzo de la Nouvelle Histoire con la revista Annales. Desde el punto de vista social y el estudio de las mentalidades, la reflexión que realiza Marc Bloch y los aportes de Fernand Braudel serán de vital importancia para la historiografía, ya que dialogan con las incipientes filosofías de la posmodernidad, pero no dejan de preludiar el principio del fin.

Como vemos, a lo largo de milenios el ser humano se ha esforzado por comprender su pasado. La religión, las guerras, la política, la cultura, las artes, la teología, la psicología y la filosofía, entre otras, han ayudado a estructurar las épocas y a dar un sentido al trascurrir del hombre. Pero ninguna de estas lecturas ha evitado que certifiquemos la muerte de la historia, como ha expresado, mucho antes que otros, Benedetto Croce: «Muerta en su positividad, muerta como cuerpo de doctrinas, muerta de este modo con todas las concepciones y formas de lo trascendente»[25].

De alguna manera, el pensamiento y la escritura de la historia, al igual que el de la verdad, no ha podido resistir el grito existencialista que se produjo en torno al Mayo francés. Autores como Sartre, Camus, Foucault o Derrida (deconstrucción y posmodernidad), han significado que la historia de alguna forma quede «desmigajada», como expresa el título de la obra de François Dosse[26]. El cuestionamiento a nuestro acceso a los hechos[27] y la imposibilidad de la verdad ha hecho que se llegue a decir que la escritura de la historia ha quedado reducida a una forma más de literatura[28].

Ante este problema los historiadores corren el riesgo de cuestionar el sentido de su trabajo o de mantener una actitud bizantina, esto es, continuar como si nada hubiera ocurrido. Pero nadie puede negar que la posmodernidad, la posverdad y la caída de los grandes relatos ha asestado un golpe mortal a un saber que está fundado sobre la idea de verdad y cuya columna ha sido por mucho tiempo la certeza. La historia, esa anciana señora que ha acompañado las épocas explicándonos el pasado, ha sucumbido cansada por el maltrato y la manipulación, pero sobre todo porque se le ha cortado su principal fuente de vida. Ahora bien, puesto que sabemos que es inmortal, podemos salir a los caminos con la esperanza de encontrarnos con ella y con el deseo de redescubrirla en nuestro tiempo. Pues, como seres históricos, tenemos necesidad de ella.

Enfrente del espejo

Hasta ahora hemos pasado nuestra mirada por la actualidad, y, tras un recorrido por el pensamiento histórico, llegamos de nuevo a nuestro punto de partida. Las preguntas que nos atañen una vez que hemos contemplado la situación, son sobre el sentido y la necesidad de la historia, sobre la posibilidad de la verdad en estos momentos de incertidumbre, en los que el sentimiento reina y es quien avala la realidad.

El lector nos permitirá una última digresión antes de dar una respuesta a la pregunta que enunciábamos en el título de este artículo. Vamos a detener nuestra mirada por un momento en nosotros mismos, en los receptores y productores de historia. ¿Qué somos? La crisis que vivimos traspasa los conceptos y ni siquiera nosotros tenemos muy claro cómo entendernos. La idea clásica de persona y de incomunicabilidad, esto es, del hecho de ser únicos e irrepetibles, ha sido puesta en cuestión. Tendremos que dar nuestro particular acercamiento a este interrogante, pues ¿cómo vamos a hacer historia o a plantear que algo es verdadero o falso si ni siquiera sabemos muy bien qué somos?

El hombre, como hemos visto antes, ha ido comprendiendo el pasado de distintas maneras, en la medida en que él mismo se iba entendiendo de una forma o de otra. Pero, ¿cómo se entiende hoy la humanidad para poder escribir su historia? Así como no podemos hacer historia sin la verdad, tampoco podemos hacerla sin comprender quiénes somos. En la tragedia de Sófocles, Edipo rey, la ciudad está sufriendo una epidemia cuya causa todos parecen conocer: el asesinato del anterior rey que nunca fue vengado. Edipo, que ascendió al trono casándose con la mujer de este, busca al culpable para salvar a Tebas, sin saber que en realidad se está buscando a sí mismo, pues él es el único responsable. Paradójicamente, es un ciego, Tiresias, el que ha de abrirle los ojos. Fue Edipo, sin saberlo, el que mató al rey Layo, su padre, y posteriormente se casó con Yocasta, su madre. El conocimiento, la verdad, brota de un hombre que, aunque todos lo creen ciego, ve a través de los tiempos. No es de extrañar que en la tragedia Edipo terminara arrancándose los ojos, pues le han impedido ver más allá del horizonte[29].

Es la vida de Tiresias, el haberse hecho cargo de su existencia, lo que le ha permitido iluminar la de otros. No me refiero, por tanto, a la historia como magistra vitae, sino a la propia vida como historia. El asirnos a nosotros mismos hace que la realidad y la verdad se nos abran de manera histórica, porque no puede ser de otro modo, y el que huye de esto no puede comprender su propio vivir. El hombre en palabras de Ortega y Gasset, al que seguiremos en los próximos párrafos, no es un cuerpo (que es una cosa), ni un alma (que es otra cosa), por lo que queda de alguna manera sin naturaleza, como puro y universal acontecimiento, queda como un drama[30].

La vida del hombre es un drama. Es un drama para mí, que estoy cómodamente fumando un cigarrillo mientras escribo estas páginas, y lo es también para quien está en medio de las balas, en alguna guerra de un rincón de este planeta. Para muchos el drama es esto, que yo esté aquí y él allí, pero esto es solo la comedia humana. Es un drama, porque ni a mí el humo, ni a él el sonido de la metralla, nos resuelven el porqué de nuestra existencia. Tengo que ser yo quien lo busque en medio de mis circunstancias.

En ese hacer constante que es la vida, la historia es la que construye nuestra identidad: una familia, un lugar, fotografías en blanco y negro, lo que sea, algo que nos conecte con el mundo es lo que nos permite entendernos. No podemos ser ni entender lo que somos sin considerar lo que fuimos, sin tomar en cuenta lo que fuimos incluso antes de haber sido. Nuestra vida se compone de nuestro pasado, personal y colectivo. La persona está tendida a lo largo de su pasado, lo que ha vivido constituye de alguna manera lo que es ahora.

Es por ello que el hombre no tendría entonces naturaleza, sino historia. En suma, lo que la naturaleza es para las cosas, la historia lo es para al hombre. La historia le dice al hombre lo que es. Esta peculiaridad permite a las personas no empezar en cada nacimiento desde cero. Solo hubo un primer Adán, el resto lo construimos desde su vivencia y desde la de los que vinieron después de él. Este progreso incierto, aventurado, nos conduce a una acumulación de ser, a un llenarse de realidad. De esta forma, cuando uno mira su vida es capaz de encontrar en las grandes líneas de su vivencia el escorzo de todo el pasado humano.

La historia es un sistema, el sistema de las experiencias humanas que forma una cadena inexorable y única. La historia se convierte en ciencia sistemática de la realidad radical que es mi vida. El pasado no quedaría aquí como algo muerto, sino como lo que sostiene nuestro hoy. Por ello, nos advierte el mismo Ortega, el hombre adquiere el máximo de su capacidad cuando adquiere la plena conciencia de sus circunstancias[31]. Esto quiere decir que estamos impelidos a agarrar nuestra existencia.

Historia y verdad

Una vez que nos hemos acercado a esa visión orteguiana de la vida, que hace del hombre su historia, debemos cavilar sobre nuestro acceso a la realidad, en un intento por acercarnos lo más posible a lo que entendemos por verdad. En esta tarea vamos a aceptar que nuestro conocimiento de la realidad está mediado por nuestros sentidos y por el procesamiento que hacemos de los estímulos del mundo, pero también tenemos que recalcar la importancia de que delante de nosotros se levanta un mundo condicionante y provocador de ese impulso, que constantemente me aguijonea, llamándome realidad viva.

Tener esto en cuenta es fundamental, ya que de alguna manera hemos heredado la maldita creencia de pensar que la verdad es algo así como la antigua ciudad de Constantinopla, fortificada de tal modo que sus fosos y murallas la hacían inexpugnable e impenetrable. Pero la verdad se encuentra ante nosotros, nuestro mundo rezuma de verdad, y claro, hemos de hacernos sensibles a ella. Nadie nos ha encerrado en una caverna, somos nosotros los que levantamos muros encerrándonos en seguridades que oscurecen nuestro corazón, pues la luz y la intemperie nos invitan a cambios y movimientos a los que no estamos dispuestos. Tenemos que hacernos sensibles a la realidad, para acercarnos a la verdad.

Ahora bien, para acercarnos a la verdad y poder urdir el relato histórico, debemos tener en cuenta cuatro movimientos que nos ayudarán a tener éxito en nuestra empresa: tomar distancia, recoger las perspectivas, alzarnos y posibilitar el diálogo.

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Vayamos con el primero de ellos. Si yo me encontrara ahora en el interior de la Sagrada Familia, el templo barcelonés diseñado por Antoni Gaudí, me descubriría absorto por hallarme en medio de ese bosque de columnas, cuyos nervios de piedra formando casetones estrellados, me impedirían recoger el conjunto. La luz desintegrada que se cuela por los vitrales pintando el espacio, me haría preso de la visión y me paralizaría si quisiera ir más allá de la descripción de ese fenómeno. Para poder trazar lo que es el conjunto de la Sagrada Familia, por dentro y por fuera, como lugar de recreo religioso y de peregrinación artística, como cosa y como Santa Sanctórum, tengo inevitablemente que tomar distancia, aunque fuera cerrando los ojos en ese mismo espacio, para que pueda cobrar sentido. Pero no podría hallar este sentido si nunca me hubiera atrevido a entrar.

Para acceder al conocimiento, tiene que darse constantemente un continuo juego de penetración y salida, de sensación y reflexión, que mezcla mi percepción y la del mundo. Un conocimiento consentido y con sentido. Un mundo que me conforma a mí y un yo que conforma al mundo. Pero que puede ser descrito tecleando, con tinta o pensamientos, desde un lugar donde ese acontecimiento no me ciegue y por tanto devenga en más luz de la que entraba por las claraboyas de aquel cielo.

Tomar distancia es esencial para la vida y para la historia, pues los hechos, tanto del presente como del pasado, se explayan ante nosotros de tal forma que no pueden ser recogidos cuando estamos en ellos inmersos. La crónica de la batalla no la puede realizar el soldado mientras está en el campo avanzando con la bayoneta en ristre. La crónica la escribirá el tiempo, con los relatos de ambos mariscales y con la sangre de aquel soldado. Una historia hecha desde la batalla no es veraz y es terrible, pues se hace desde las pasiones, desde el deseo de matar y destruir, desde el radical sentimiento de supervivencia. Visceral, parcial, llena de dolor y rencor, fanática, pero peligrosamente atractiva. Pues es la narración del acontecimiento desde el punto más próximo desde donde se puede palpar.

Para escapar de esta seducción tendremos que acoger no solo la distancia, sino también, como ya apuntábamos, la perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad[32]. Las personas nos constituimos en una suerte de cedazo, en donde algunas realidades pasan y son adquiridas y otras simplemente quedan atrás. Por esta razón, ante un mismo hecho se pueden dar diversas aproximaciones por parte de diferentes testigos o intérpretes. La perspectiva de cada uno es por ello un preciado destilado de mundo, que he de conservar y guardar. Esto me hace pensar en una realidad poliédrica, en donde la suma de sus caras no solo me proporciona una figura sino también un volumen, con el valor que oculta su interior. Por ello, tengo que tener en cuenta que mi perspectiva y la de los otros no dan un simple resultado numérico: el total que se me ofrece es la complejidad.

El historiador ha de tener muy presente que entretejiendo esta maraña de perspectivas es como puede ofrecer una mirada veraz y completa del pasado humano. Para lograrlo, ha de apartar de sí la tesis a defender y corroborar. La investigación no se puede llevar a cabo a partir de posturas prefijadas, sino que ha de ir libre al encuentro con la historia en un continuo anhelo de sorpresas. La recomendación para ello es la de alzarse[33], una posición vital de elevación, actitud en la que se toma distancia de todo ente, llegando a adquirir una sana indiferencia respecto de los hechos.

Por último, debo de tener en cuenta que la única forma para posibilitar todo lo anterior es abriéndome al diálogo. Esta tarea tiene su fundamento en la alteridad: cuando yo me sitúo enfrente del otro y revelo mi realidad, doy cuenta de mi comprensión de la historia. De alguna manera, cuando el ambiente es propicio brota de forma natural la respuesta del otro, la de su realidad y su comprensión. De esta experiencia no surge el consenso, pues el consenso se da cuando de por medio hay armas y prejuicios, intereses, en fin. No se trata de llegar a un acuerdo tácito, sino de un caer en la cuenta. Entonces es cuando nos hacemos cargo, cuando se rompen las barreras y se comprende con mayor profundidad.

La verdad se construye en este intercambio de realidades, en donde sin duda surge de una forma iluminadora, alétheia. Este proceso no solo se produce entre dos alteridades personales, sino también entre un hombre y un documento, entre un hombre y un pedazo de otro. En esta construcción de la verdad, en este caer en la cuenta, nos jugamos el agarrar nuestra vida, el hacernos conscientes de la historia.

Es de vital importancia para que se dé este dialogo, este entendimiento a través del logos por el cual se construye la verdad[34], que los interlocutores se liberen de todos los condicionantes, de todas las afecciones que los encadenan y de alguna manera los decantan hacia un lado o hacia otro, en ese ejercicio de alzarse. Este punto presenta un alto grado de dificultad, pues la indiferencia no es precisamente algo inherente a la vida humana. Pero en esta purificación de nosotros mismos, que consiste en un proceso de vivir en la pregunta (no en la duda, que es muy distinto), es desde donde surge la autenticidad. Y no nos olvidemos: la autenticidad de la historia se revela en la autenticidad de la vida del que la narra.

Solamente desde una vivencia auténtica puedo construir la verdad, con el otro o con lo otro, en la intersubjetividad de los rostros[35]. La vivencia auténtica no tiene nada que ver con la ejemplaridad. Una vida autentica puede ser ejemplar y digna de imitación, pero para mí la autenticidad no está en lo santo de una vida que no se equivoca, sino en la coherencia de una vida que no se engaña. Ese ser que se imagina entre pasado y futuro en un mundo auténtico, es el interlocutor válido, el que propicia los encuentros donde se abre un espacio a la verdad, cosida de perspectivas.

El narrador de realidades se perfila como historiador del pasado humano. Esta mujer o este hombre tendrá que valorar los hechos de su especie, con los que elaborará un relato, en un proceso arduo de selección de acontecimientos, en donde tendrá que escudriñar, sacando de los baúles de la historia todo tipo de pormenores. Aquí estará el peligro de quitarle importancia a las pequeñas cosas, a las minucias, a lo nimio. En ello, en muchas ocasiones, están las claves que nos permiten construir las bóvedas del pasado, piedras desechadas innumerables veces y que son imprescindibles para nuestra comprensión. De esta forma, entre cosmovisiones y anécdotas surgirá la Historia.

Debemos tener en cuenta que la complejidad del pasado no se nos va a revelar por medio de una arqueología sistemática, que coleccione objetos, documentos y vivencias. De todo ello, puesto frente a mi realidad personal, tendrá que surgir un escorzo que merecerá la pena ser escrito, porque constituirá una visión profunda de la realidad de un mundo, que resurge en mi interior desafiando a la física. En efecto, esta experiencia atiende a una visión completa, conceptual, que perfila los límites y colorea las formas.

El historiador, buceando en la autenticidad de su vivencia y la de otros, ha de ser capaz de poetizar el pasado, de componer ese relato que ayude a sus contemporáneos a no quedarse únicamente en los meros hechos: su prosa ha de impulsarles a saltar, trascendiéndolos.

El fin de la posverdad

De alguna manera tenemos que darnos cuenta de que el rechazo a la verdad ha ido acompañado de una apuesta hacia abrazar y entregarnos a las ideologías. Tal vez antes no lo sabíamos, pero desde luego ahora sabemos que toda ideología es enemiga del proceso por el cual se descubre la verdad[36]. Quizás es vehemente apostar por filosofías vitalistas o ilusorio creer que volvernos sobre nuestra existencia puede aportarnos la autenticidad suficiente para salir de este atolladero, pero es posible esperar que los humanistas, historiadores y filósofos serán capaces de aportar una salida, con su producción y su vida.

Hasta este punto he intentado mantener al margen a la religión, aunque por algún resquicio del texto algo pudiera intuirse. Ahora le voy a pedir al lector que me permita citar el Evangelio. Cuando Pilato le pregunta a Jesús en el pretorio «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38), Jesús le está respondiendo con su vida. Su presencia, sus actuaciones, el haber asumido su destino y su misión quiebra el silencio, ofreciendo una constatación de lo que realmente es el ser humano, de lo que realmente es auténtico y verdadero.

Lo que nos estamos jugando cuando compartimos fake news con todos nuestros contactos de WhatsApp, no es solamente el dificultar la tarea de los historiadores del futuro o influir en el resultado de las elecciones de algún país, estamos jugando con el ser del genero humano y por lo tanto con la capacidad para que asuma su vivencia. De tal modo que no esperemos muchos actos en la línea de la de los burgueses de Calais, más bien dibujaremos una realidad al estilo del #Pizzagate. Un redescubrimiento de nosotros mismos, de nuestra historia, puede ser el principio sobre el cual el hombre común decida no vivir ajeno a su existencia y reclame un tiempo en el que la verdad sea la que defina sus días.

  1. Cfr J. Froissart, Crónicas, Madrid, Siruela, 2000.
  2. Cfr las definiciones del Oxford English Dictionary y del Diccionario de la Real Academia Española.
  3. Cfr J.-M. Décugis – J. Pham-Lê, «Assassinat de Samuel Paty : «J’ai menti»… les aveux de la collégienne à l’origine de la polémique», en Le Parisien (https://www.leparisien.fr/faits-divers/assassinat-de-samuel-paty-j-ai-menti-les-aveux-de-la-collegienne-a-l-origine-de-la-polemique-07-03-2021-8427494.php), 7 de marzo de 2021.
  4. Cfr M. Amorós García, Fake News. La verdad de las noticias falsas, Barcelona, Plataforma Actual, 2018.
  5. Cfr M. D´Ancona, Posverdad. La nueva guerra contra la verdad y cómo combatirla, Madrid, Alianza, 2017.
  6. Cfr. J. Ibáñez Fanés, En la era de la Posverdad. 14 ensayos, Barcelona, Calambur, 2017.
  7. Cfr I. Ellacuría, «El discurrir histórico va desvelando y revelando la verdad de la realidad»; «La realidad histórica como objeto de la filosofía», en J. A. Nicolás y M. J. Frápolli (eds.), Teorías contemporáneas de la verdad, Madrid, Tecnos, 2012.
  8. Cfr Homero, Ilíada, Madrid, Cátedra, 2004; Hesíodo, Teogonía, Trabajos y días, Escudo, Certamen, Madrid, Alianza, 2013.
  9. Cfr Heródoto, Historia, Madrid, Cátedra, 2004.
  10. Cfr E. Mitre Fernández, Historia del pensamiento histórico, Madrid, Cátedra, 1997.
  11. Cfr J. Ferrater Mora, Cuatro visiones de la historia universal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1971.
  12. Cfr San Agustín, La ciudad de Dios, Madrid, BAC, 2009.
  13. Cfr J. C. Martín, «La Crónica Universal de Isidoro de Sevilla: circunstancias históricas e ideológicas de su composición y traducción de la misma» en Iberia, vol. 4, 2001.
  14. Cfr N. Maquiavelo, El príncipe, Madrid, Alianza, 2010.
  15. Cf. E. Mitre Fernández, Historia del pensamiento histórico, cit.
  16. Cfr C. Colón, Diario de a bordo, Madrid, Edaf, 2006.
  17. Nos referimos a la obra De re diplomática, publicada en 1681 por Jean Mabillon. Con ella sienta los fundamentos de la diplomática y la crítica textual.
  18. Cfr C. de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 2007.
  19. Cfr G. Vico, Ciencia nueva, Madrid, Tecnos, 2006.
  20. I. Kant, Idea de una historia universal en clave cosmopolita, Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006.
  21. Cfr. E. Mitre Fernández, Historia del pensamiento histórico, cit.
  22. Cfr O. Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal, Madrid, Espasa-Calpe,1976.
  23. Cfr A. Toynbee, Estudio de la historia, Madrid, Alianza, 1998.
  24. Cfr K. Jaspers, Origen y meta de la historia, Barcelona, Acantilado, 2017.
  25. B. Croce, Teoría e historia de la historiografía, Buenos Aires, Escuela, 1955.
  26. Cfr F. Dosse, L’Histoire en miettes, Paris, La Découverte, 1987.
  27. Cfr T. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2013.
  28. Cfr H. White, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, Barcelona, Paidós, 2003.
  29. De Sófocles (siglo V a.C) nos quedan solo siete tragedias: Áyax; Las Traquinas; Antígona: Edipo rey; Electra; Filoctetes; Edipo en Colono.
  30. Cfr J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007.
  31. Cfr Id., Meditaciones del Quijote, Madrid, Alianza, 2014.
  32. Cfr Id., El tema de nuestro tiempo, Madrid, Tecnos, 2002.
  33. Cfr J. Patočka, Ensayos heréticos sobre filosofía de la historia, Madrid, Encuentro, 2016.
  34. Cfr idem.
  35. Cfr F. Hadjadj – F. Midal, ¿Qué es la verdad?, Madrid, Homo Legens, 2020.
  36. Cfr L. McIntyre, Posverdad, Madrid, Cátedra, 2018.
Pedro Rodríguez López
Es un jesuita español que ingresó en la Compañía de Jesús en 2011. Graduado en historia por la Universidad de Granada y en Filosofía y educación por la Universidad Pontificia de Comillas. Actualmente realiza el bachiller en teología en la misma universidad madrileña. Interesado por la historia, el arte y la literatura, busca la conexión de lo jesuítico y lo de Dios en esos espacios.

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