Literatura

«¡Paren el mundo, que me quiero bajar!»

En memoria de Quino, el «papá» de Mafalda

La muerte de Quino, el «papá» de Mafalda, el 30 de septiembre de 2020, reflotó en todas partes del mundo las tiras cómicas dibujadas durante cincuenta años por el artista argentino. De una de estas tiras surgió, en ese momento, una famosa viñeta que suele atribuirse a Mafalda: «¡Paren el mundo, que me quiero bajar!». Pues bien, ¡el chiste no es suyo! Lo reveló el mismo Quino en una entrevista de 2012 a la BBC, en la que no solo negó la paternidad de la frase, sino que agregó que Mafalda quiere al mundo, le gustaría mejorarlo, no quiere de ninguna manera abandonarlo… La sinceridad de su afecto es indiscutible[1]. Numerosas tiras la muestran dispuesta a sanar al globo terráqueo[2]: lo pone en una cuna, le habla, lo acaricia, lo consuela, incluso llama a la ambulancia; quiere ante todo la paz para el mundo. Y cuando se da cuenta de que está mal, porque Beijing, el Pentágono y el Kremlin están en conflicto, los borra del globo, para poder finalmente vivir en paz[3].

Con Mafalda queremos recordar a su papá: Joaquín Salvador Lavado Tejón, el célebre dibujante argentino nacido en Mendoza en 1932 de inmigrantes andaluces, más conocido como Quino, el apodo que recibió de niño para distinguirse del tío, diseñador publicitario, que lo inició en el dibujo a la edad de tres años.

Se asocia a Quino indeleblemente con Mafalda, su criatura, l’enfant terrible, que se convirtió en muy poco tiempo en el símbolo de un mundo crítico y pesimista, contestatario y mordaz, siempre subversivo, pero íntimamente sincero y bueno, y sobre todo inteligente y sabio, lleno de sentido común. Sus chistes más sarcásticos se dirigen a «los grandes», que no hacen mucho por resolver los dramáticos problemas que carcomen a los Estados: el hambre, la injusticia social, la guerra, la estupidez humana. Odia el comunismo, ama la democracia y le encantan los Beatles.

Mafalda también puede resultar antipática, porque siempre está dispuesta a desenmascarar los discursos de los adultos, la llamada «sabiduría de los grandes», la cultura dominante, pero siempre tiene razón, y sobre todo hace reír a la gente, es entretenida y divierte. Nadie escapa a su crítica: ni la sociedad, ni la escuela, ni la familia, ni menos aún las instituciones, la policía, la economía monetaria e incluso el tráfico; y sin embargo, lo bonito es que acierta: no se puede no compartir lo que piensa.

El nacimiento de Mafalda

Mafalda nace en Buenos Aires, Argentina, en 1963, para la publicidad de la compañía de electrodomésticos «Mansfield». Quino, su padre y creador, tiene 31 años y goza de un éxito discreto como caricaturista. Las viñetas debían representar a una típica familia de clase media, y en uno de los personajes debía aparecer la marca de la compañía: «MA». Quino crea una tira cómica – lo que era una novedad también para él – en la que aparece el personaje de «Mafalda». Lamentablemente a la Mansfield no le gustan los dibujos, que terminan en el papelero, pero Quino no se olvida de ellos.

En 1964, la pequeña Mafalda aparece por primera vez en el semanario Primera Plana, de Buenos Aires, y luego en el diario El Mundo. En 1966, Quino publica un álbum con la primera compilación de las tiras cómicas, al cuidado de una pequeña editorial de Buenos Aires: la primera edición, de 5.000 copias, se agota en dos días. Comienza el «fenómeno Mafalda»: en doce años se llegará a los cinco millones de ejemplares[4].

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El personaje empieza a cruzar las fronteras nacionales y se difunde por Sudamérica. Llega a Europa por primera vez a través de Italia, en 1968, con una traducción publicada por la importante editorial Feltrinelli, en el formato de una antología narrativa – Il libro dei bambini terribili – y luego mediante una serie de tiras que aparecen en el Corriere della Sera. Al año siguiente, la editorial Bompiani publica Mafalda la contestataria, el primer libro de Quino en Europa. Las tiras van precedidas de una introducción no firmada, «Mafalda o del rifiuto», escrita por Umberto Eco, director en ese momento de la colección y gran admirador del personaje. Desde Italia comienza la difusión por toda Europa, y en 1970 el personaje es conocido en todas partes, con un éxito clamoroso en España y Portugal. El diario romano Paese Sera publica diariamente una viñeta de Quino. En 1972 comienzan también los dibujos animados, y ya en 1977 hay en circulación 52 episodios de cinco minutos cada uno. Hoy Mafalda ha sido traducida a más de 30 idiomas.

El momento de mayor éxito de las tiras es el año 1968: Quino está en París en medio del Mayo francés. Los jóvenes fans de los Peanuts – de Charlie Brown y Linus, el chico que no se despegaba de su mantita que lo protegía de todo – se entusiasmaron con Mafalda y vieron en ella una amiga que pensaba como ellos y usaba el mismo lenguaje contestatario.

Algunos años después, Quino se trasladó con su mujer a Milán, donde permaneció seis años y conoció al argentino Marcelo Ravoni, que por entonces era su traductor especializado y representante en Italia. El cómic atraviesa mayo del 68, asiste al movimiento Montonero en Argentina y llega hasta la dictadura, la «guerra sucia», que dejaría al país 30.000 víctimas, entre homicidios y desaparecidos. Pero en 1973 hay un cambio crucial para Mafalda: ella también es una «desaparecida», quizás por su continua indignación, como confesó su papá.

La genialidad de Quino

En 1973 sucede lo impensado: Quino fue genial no solo por inventar a Mafalda, sino también porque supo darle fin a una historia de enorme éxito que ya había alcanzado su cumbre. Desde entonces dejó de dibujar las tiras cómicas, que de todas formas continuaron teniendo un gran impacto en todo el mundo. El «padre» de Mafalda se rehúsa explotar a su propia criatura, apartándose de los padres que viven para siempre a expensas del éxito de su «niño prodigio»: todo lo que tenía que decir ya lo ha dicho; continuar no habría servido para nada; o tal vez el lenguaje crítico y mordaz de una niña de seis años ya no era bien recibido por el mundo.

Hubo, no obstante, una excepción. Quino vuelve a dibujar a Mafalda en 1977, cuando la UNICEF le pide ilustrar los diez principios de la Declaración de los Derechos del Niño[5]. Así fue que «resucitó» Mafalda, elegida para esta campaña de promoción. El autor dibuja diez viñetas y un póster para el organismo mundial, y cede gratuitamente sus derechos. La contestataria Mafalda vuelve a la vida para proclamar los derechos de los más pequeños, a quienes el mundo presta poca atención. En la última viñeta apunta con el dedo al globo terráqueo, lanzando una advertencia: «Y estos derechos… a respetarlos, eh? ¡No vaya a pasar como con los diez mandamientos!»[6].

«Mafalda la contestataria»

Como dijimos antes, la primera editorial italiana que presentó a Mafalda fue Bompiani, en 1969, y lo hizo con un título muy significativo: Mafalda la contestataria. En el prefacio, Umberto Eco define a la niña de pelo azabache como «un héroe de nuestro tiempo»; y prosigue: «Mafalda no es un personaje más de las tiras cómicas: es quizás el personaje de los años Setenta. Si para definirla usamos el adjetivo de “contestataria”, no fue para cuadrarla con la moda anticonformista: Mafalda es realmente una heroína enojada que rechaza el mundo tal como es. […] Solo tiene una cosa clara: no está contenta. […] En Mafalda se reflejan las tendencias de una juventud inquieta, que toma el aspecto paradojal de un disenso infantil, de una roncha psicológica que reacciona a los medios de comunicación de masas, de una urticaria moral provocada por la lógica de los bloques, de un asma intelectual provocado por un hongo atómico»[7].

«Mafalda y la zoociedad»

Son muchísimos los títulos exitosos de sus tiras cómicas, incluso en el extranjero. Mafalda e la zoocietà, publicado en Italia, es uno de los inolvidables de la serie[8]. La zoociedad toma el nombre de un diálogo entre Mafalda y su padre a propósito de la vida en una «sociedad moderna». La niña pregunta: «¿Suciedad moderna?». El padre contesta: «¡SOCIEDAD Moderna!». Mafalda: «¿ZOOCIEDAD Moderna?». Los mayores no siempre se comportan como tales…[9]

Evidentemente, estamos hablando de un mundo de adultos y de niños: los protagonistas son seis niños y una pareja de padres. Los niños también están agrupados en parejas: Mafalda y Felipe, ambos astutos e interesantes; Susanita y Manolito, limitados en inteligencia e ideales; y luego Miguelito, el niño más pequeño y perfectamente inocente, y finalmente su hermanito Guille, que es el más curioso de todos. Al centro está Mafalda, que tiene a su padre y a su madre visibles, pero los demás también desempeñan un papel notablemente creativo.

Sin embargo, los niños están en primer plano y se limitan a decir la verdad sobre el mundo humano de hoy con la inmediatez de quienes no están acostumbrados al juego: una verdad que los grandes conocen porque la viven, pero que ya no saben mirar con distancia y la sustituyen con un refunfuño informe, porque no osan expresarla. Los niños, en cambio, la dicen de manera clara, precisamente porque están al margen y no son perseguidos penalmente. Pero el discurso se refiere al mundo de los grandes: los niños solo son observadores privilegiados que los adultos todavía no pueden controlar del todo.

En una viñeta Mafalda le confía su descubrimiento a la chiquita Libertad: «Las hormigas viven hoy exactamente de la misma manera en que vivían hace miles de años, y tan campantes. La humanidad, en cambio, mucha evolución, mucha técnica, mucha ciencia, y cada vez con más líos». Después de guardar silencio maravillada, la pequeña – que todavía no va a la escuela – observa: «Es tan cierto eso que acabás de decir que no sirve absolutamente para nada»[10].

Por supuesto, Libertad todavía tiene que crecer, pero está siempre dispuesta a mirar a su alrededor. Otro personaje curioso es Guille, el hermanito. Un día, Felipe, el amigo de Mafalda, completamente sudado, reclama por el calor excesivo: «Ez pod el gobierno, ¿veddad?», interviene el pequeño. «No – responde inmediatamente Mafalda a Guille –, es por el Verano». Luego, dirigiéndose a Felipe: «El pobre todavía no sabe repartir muy bien las culpas»[11].

Los marginados ven con claridad; y ven, sobre todo, la propia impotencia. El que ve claro no cuenta para nada, sea adulto o niño, y no puede llegar hasta ahí sin un ejercicio progresivo. Este descubrimiento gradual es suficiente para revelar su presencia, pero también para dejarlo fuera del juego. Esta es precisamente la condición de una niña, Mafalda, que dice y hace cosas indiscretas.

Sus padres son evidentemente «especiales»: no le impiden protestar, gritar y dar su opinión, generalmente aguda y previsora. El padre le pregunta: «Qué estás viendo [en la TV], Mafalda?». «La pelea». «Pero… ¡si es un teleteatro! ¿Qué pelea?». «La del libretista. Es apasionante ver cómo ha luchado el libretista para no caer en las garras de la inteligencia»[12].

La política tampoco está ausente. «Los dirigentes políticos pasan su vida pendientes unos de otros. Se juntan, se pelean, se separan, vuelven a juntarse…». Finalmente, se ilumina la cara de Mafalda: «Si eso no es AMOR, no sé qué es»[13].

También es interesante la protesta «sindical». Miguelito preside el mitin: «¡Los cuentos para chicos no están escritos por chicos, sino por gente grande!». Todos responden: «¡Es una vergüenza!». «¡Tampoco los juguetes, ni las golosinas, ni la ropa, ni nada de lo que es para nosotros está hecho por nosotros, sino por gente grande! ¿Por qué tenemos que seguir aguantando esto?». «¡Eso! ¿Por qué?». «Sencillamente porque tampoco nosotros estamos hechos por nosotros, sino por gente grande ¡Pucha digo!…». El pueblo se retira y deja solo a Miguelito, que piensa: «Demasiado sincero para ser líder»[14].

Pero el comportamiento irreverente de Mafalda tiene un castigo que la acecha: la sopa, que ella no soporta. En una ocasión Mafalda ve a su madre recortando un pedazo del diario y le pregunta qué está haciendo: «Recorto una receta». «¿Algo rico?». «Sopa de pescado». Mafalda mira enfurecida el diario y grita: «¡MALDITA SEA LA LIBERTAD DE PRENSA!»[15].

En otra viñeta se muestra la imagen de un plato de sopa humeante y a Mafalda con una expresión desconsolada: «¡La sopa es a la niñez como el comunismo a la democracia!»[16].

Mafalda le dice a Felipe que «sopa» es una «mala palabra», más aún: «una asquerosidad inmunda». Pero el niño le dice que el diccionario no dice que sopa es una mala palabra, sino: «plato de caldo con pan, pastas, féculas, etc.»[17]. Un día, mientras espera la comida en la mesa, le sirven por enésima vez la sopa. Mafalda refunfuña: «¿Hoy también es San Estómago Mártir?»[18].

«Todo Mafalda 2. El dinero no lo es todo»

Se trata de un volumen publicado en Italia en 1978, que alcanza siete ediciones en 1991. Las tiras dan una idea más completa de esta historia única, de los sucesos cotidianos que conlleva y de los personajes que la definen.

El subtítulo hace alusión a una serie de viñetas sobre el dinero, en las que la víctima de turno es Manolito y el almacén de su padre. En las relaciones con sus amigos, Manolito siempre piensa en el negocio y la ganancia, y esto lo lleva inexorablemente a hacer propaganda de la tienda de su padre, dejándolo como una figura mezquina. En una tira se muestra a Manolito leyendo en voz alta: «Nadie vale por lo que tiene, sino por lo que es». Confundido Manolito exclama: «¡Vamos!… ¡Si el que no tiene ni siquiera es[19].

En otra ocasión Mafalda contempla una paloma y piensa: esa paloma no sabe lo que es el dinero, y sin embargo es feliz. Entonces se dirige a Manolito: «¿Vos creés que el dinero es todo en esta vida, Manolito?». «No, por supuesto que el dinero no es todo…También están los cheques»[20]. Mafalda lo mira estupefacta.

Después de haber visto a una mujer pobre en la calle, Mafalda le pregunta a su madre: «¿Por qué existe gente pobre mamá?». La madre incómoda empieza: «Y… bueno… pues… esteeee… en fin». Mafalda desaparece por un minuto, vuelve con una silla y se sienta delante de ella: «No sospeché que mi pregunta fuera tan interesante»[21]. En otra tira le habla a Susanita luego de encontrarse con un mendigo: «Me parte el alma ver gente pobre». «A mí también». «¡Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los pobres!». Susanita le contesta: «¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos»[22].

Susanita le pregunta a Mafalda mientras abre un caramelo y tira el envoltorio al suelo: «¿Vos creés que el hambre en el mundo se solucionaría dándole un caramelo a cada persona hambrienta?». «A mí se me ocurre que no. ¿Por qué lo preguntas?», responde. Apuntando los envoltorios de caramelo que casi ocultan el suelo de la habitación, Susanita prosigue: «Bueno… ¡Porque te imaginás qué lindo cargo de conciencia! ¿No!»[23].

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Enojadísimo, el padre de Mafalda arroja al suelo el diario: el árbitro no cobró un foul durante el partido de fútbol, y grita: «¿Cómo alguien puede quedarse impasible ante una cosa así? ¡Es indignante!». Llega Mafalda, curiosa, recoge el diario y lee: «Es cada vez mayor el número de niños abandonados y desnutridos». Y luego, dirigiéndose a él: «Es bueno ver que te preocupa algo tan importante, papá, ¡todo el mundo debiera ser como vos!». La última viñeta muestra el rostro avergonzado del padre[24].

Para remediar las injusticias se da una simple receta. Se la propone a Mafalda otra amiga, la «chiquita» Libertad (tal vez se llama así porque cuando Quino la dibuja, en los tiempos de la dictadura argentina, la libertad era realmente «chiquita»): «Para mí lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada. Si esos algunos que no tienen nada tuvieran algo de lo poco que tienen los muchos que tienen poco… y si los muchos que tienen poco tuvieran un poco de lo mucho que tienen los pocos que tienen mucho, habría menos líos. Pero nadie hace mucho, por no decir nada, para mejorar un poco algo tan simple»[25].

La curiosidad de Mafalda es inagotable. «Mamá, ¿para qué estamos todos en este mundo?». «Para trabajar, para amarnos, para hacer de este un mundo mejor». Mafalda se queda perpleja; luego, apuntando a la madre con el dedo, sentencia: «¡Picarona! ¡Sos buena humorista y nunca me lo habías dicho!»[26]. Al final se muestra la cara de la madre pasmada.

El autor y sus interlocutores

Una de las cualidades más evidentes de la serie es la absoluta falta de repetición, la invención ininterrumpida, que Quino consigue escarbando cada vez más profundo y en lo concreto, en lugar de ampliar el círculo de personajes y situaciones, como sucede con Charlie Brown. De hecho, los cuatro niños más los dos amigos no son simples emblemas: tienen consistencia existencial y pueden escapar, si quieren, a la dimensión esquemática de las situaciones iniciales. Manolito escapa poco y Susanita no quiere escapar de ninguna manera: pero es responsabilidad suya, y es lo que permite identificarlos negativamente, aunque nunca se los reduce a categorías.

Las categorías no piensan, no inventan, permanecen en la superficie: proponen caracterizaciones sobre las que se puede ironizar desde afuera. Los niños de esta historia, en cambio, son personajes activos; el espíritu de lo que dicen y lo que hacen lo sacan de sí mismos, como sucede con los personajes bien logrados, que están frente al autor como interlocutores y no como simples objetos.

Después de Mafalda: «Hombres de bolsillo»

En 1977 aparece en español el volumen Hombres de bolsillo. Este debía ser el Quino enojado, si nos atenemos a la información que se nos da en la introducción. Una lectura atenta deja en evidencia lo contrario: se trata de un Quino más medido y resignado, que ya ha agotado en Mafalda y otros fantasmas sus reservas de intemperancia y de verdades quemantes, y divaga un poco en sus cosas, posando una mirada atenta – pero distante y divertida – en los pequeños burgueses de su raza. Las viñetas casi no tienen palabras, ni tiras o «globos». Sin embargo, hay un mensaje: no es alegre, pero es tremendamente divertido.

Una sola viñeta. Un hombre anciano, con los ojos apagados, postrado en su sofá, le confía a un amigo: «En realidad, yo me dediqué a esto de ser millonario por no darles un disgusto a mis padres, que siempre temían que me diera por el romanticismo, el altruismo, el idealismo o algún otro “ismo” de esos, que es para lo que en el fondo yo tenía vocación»[27].

Es de admirar ese examen que parte de sí mismo y luego involucra a los demás sin separarlos ni oponérseles; y vale la pena mencionar la fuerza del dibujo, el trazo sintético y esencial. Tal vez la repetición en la historia de Mafalda (un mundo abierto, no encerrado en los niños y en los animales, como el de Charlie Brown) habría podido atenuar la intensidad expresiva de su dibujo, haciéndolo convencional: una tira que continúa indefinidamente se vuelve comercial. De ahí la oportunidad de cerrar el ciclo glorioso, y de exponerse al riesgo de la viñeta, o de la tira, que no está garantizada por un ciclo, algo que exige una novedad ininterrumpida.

Entre los numerosos libros del «después de Mafalda», hay que destacar Quinoterapia, publicada en 1985: un conjunto de viñetas sobre los pobres, los mendigos, los enfermos, los médicos, los dentistas, etc.

De ese mismo año data una de las caricaturas más famosas, que tiene como tema «poner en orden el Guernica». Está compuesta por dos escenas. En la primera, se observa un salón desordenado después de una fiesta. De una de las paredes del salón pende el famoso cuadro de Picasso. Una señora pide a la empleada doméstica ordenar todo. El desorden de la habitación es completo: platos, ceniceros, vasos, revistas abiertas, tocadiscos en el suelo… La empleada le pregunta a la señora si debe ordenar «todo, todo…». «¡Por supuesto!», responde severa la señora. Entonces ordena realmente todo, incluso el caos del Guernica, para gran enojo de la señora[28].

En 2011, Quino tenía que ir a Italia para retirar el premio «Romics». Como no podía hacerlo por razones de salud, llamó por teléfono y concedió una entrevista: le preguntaron cuál era la caricatura que más le gustaba. Después de un silencio significativo, respondió: «La del Guernica»[29].

Remonta a este período una afirmación genial de Gabriel García Márquez: «Quino, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casan sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas, y al final – convertidos en adultos miserables – no se ahogan en un vaso de agua sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la quinoterapia»[30].

La muerte de Quino

Un diario, en recuerdo de la muerte de Quino, reprodujo una tira de muchos años atrás. En ella Mafalda consuela al globo terráqueo, acariciándolo e invitándolo a tener paciencia: «No te preocupes, que en este mismo momento hay miles de tipos estudiando todos tus problemas: superpoblación, hambre, contaminación, racismo, armamentismo, violencia… ¡Todos!». Luego se aleja, pero de pronto se da vuelta y se dirige al mundo: «Sí, ya sé, hay más problemólogos que solucionólogos, pero ¿qué vamos a hacerle?»[31]. Es una de las tantas preguntas que Mafalda se plantea: preguntas que están destinadas a permanecer sin respuestas. Pero, como observa una pediatra y pedagoga, «de las preguntas sin respuestas nacen las revoluciones»[32].

  1. Cfr A. Llorente, «Muere Quino, creador de Mafalda» (www.bbc.com/ mundo/noticias-54381038), 1 de octubre de 2020.

  2. Cfr la portada de Mafalda 1. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1972.

  3. Cfr Id, Mafalda 2, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 102.

  4. Cfr www.quino.com.ar

  5. Declaración de los Derechos del Niño: www.unicef.org/lac/historias/10-derechos-fundamentales-de-los-ni%C3%B1os-por-quino

  6. Cfr G. Pani, «I diritti dell’infanzia», en Civ. Catt. 2019 II 444-455.

  7. U. Eco, «Introduzione» a Mafalda la contestataria, en Quino, Tutta Mafal­da, Milano, Fabbri – Bompiani, 1978, XIX.

  8. Quino, Mafalda e la zoocietà, Milano, Bompiani, 1973. El libro original es: Mafalda 9, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1973.

  9. Ibid, 151.

  10. Ibid, 100.

  11. Ibid, 56.

  12. Ibid, 126.

  13. Ibid, 123.

  14. Ibid, 102.

  15. Id, Mafalda 1, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 180.

  16. Ibid, 203.

  17. Ibid, 131.

  18. Id, Mafalda 9, cit., 147.

  19. Ibid, 115.

  20. Id, Mafalda 2, cit., 177.

  21. Id, Mafalda 1, cit., 161.

  22. Id, Mafalda 2, cit., 178.

  23. Ibid, 452.

  24. Id, Mafalda 3, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 509.

  25. Id, Mafalda 8, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1582.

  26. Id, Mafalda 2, cit., 126.

  27. Quino, Hombres de bolsillo, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1977.

  28. Cfr en internet: New Guernica’s happy end, optimistic version.

  29. Cfr L. Raffaelli, «Addio a Quino il papà di Mafalda. Il grande disegnatore argentino […] con la sua ragazzina irrequieta sfidava il potere e il qualunquismo», en La Repubblica, 1 de octubre 2020, 29.

  30. Quino, Tutto Mafalda. L’ edizione più completa, riveduta e arricchita di nuove testimonianze e contenuti esclusivi, Milano, Salani, 2010, 150.

  31. Id, Mafalda 10, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 107.

  32. M. Bernardi, en Quino, Tutta Mafalda, 1978, cit., VII.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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