Literatura

La poesía es un planeta de árboles vivos

Entrevista a Ana Varela Tafur

«Hay tanto que pensar en el documento del Papa, hermoso, revelador, de esperanza en la humanidad. Querida Amazonia, tan querida y sufriente» – Ana Varela Tafur.

No era común que en sus documentos oficiales los papas citaran autores contemporáneos. Francisco lo fue haciendo desde el comienzo de su pontificado y en su Exhortación apostólica Querida Amazonia (QA) cita a 16 poetisas y poetas latinoamericanos. «El acto realizado por Francisco (de incluir como parte integrante de su texto magisterial el logos poético y simbólico) es más fuerte de lo que puede parecer en apariencia»[1].

Francisco no cita a los poetas solo a manera de ejemplo, sino que los escucha y vibra con lo que la poesía regala. Los «cuatro sueños» sobre la Amazonia que nos comparte se enriquecen bebiendo de las culturas de sus pueblos y dan testimonio de que: «Sólo la poesía, con la humildad de su voz, podrá salvar a este mundo»[2] (QA 46).

En «La profecía de la contemplación» (QA 53-57) el santo Padre propone un itinerario que, invirtiendo el recorrido seguido por el paradigma extractivista, se adentra en el corazón de la Amazonia y nos invita a adoptar actitudes valientes que, si no se toman, dejan esta porción de nuestro planeta a merced de los que ya han tomado las actitudes contrarias: «Aprendiendo de los pueblos originarios podemos contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para reconocer ese misterio precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo utilizarla, para que el amor despierte un interés hondo y sincero. Es más, podemos sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se volverá nuestra como una madre» (QA 55).

La imagen del río Amazonas – al que le «caen ríos como aves»[3] (QA 44) -, es imagen de una Exhortación apostólica en la que los poemas convocados son como afluentes que se pueden remontar.

En este artículo-entrevista sobre Ana Varela Tafur y su poesía pretendemos seguir esa indicación de Francisco de dejarnos instruir[4] para que la Querida Amazonia se nos vuelva más «como una madre» dentro de nuestra gran madre tierra. «Porque “el mundo no se contempla desde fuera, sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres”» (QA 55).

Resonancias: es tiempo de denuncia

Leemos juntos con Ana Varela Tafur el texto del Papa que dice: «Los poetas populares, que se enamoraron de su inmensa belleza, han tratado de expresar lo que este río les hace sentir y la vida que él regala a su paso, en una danza de delfines, anacondas, árboles y canoas. Pero también lamentan los peligros que lo amenazan. Estos poetas, contemplativos y proféticos, nos ayudan a liberarnos del paradigma tecnocrático y consumista que destroza la naturaleza y que nos deja sin una existencia realmente digna» (QA 46).

Le preguntamos qué resonancias le provocan estas palabras.

«Los poetas y las poetas que escriben desde o por la Amazonía no solo tienen una voz poética personal, sino que están prestando, otorgando, poetizando por la voz silenciada de quienes viven y sufren los cambios dramáticos y veloces que están aconteciendo. La mirada deja de ser exótica o plenamente enfocada en la naturaleza y su belleza que es indiscutible. Los/las poetas no podemos quedarnos allí. Hoy hablamos del sufrimiento de las personas, animales, plantas, ríos, cochas, las madres de los árboles, los seres más vulnerables y menos protegidos. Sabemos que las actividades extractivistas no son recientes. Datan de más de un siglo, desde la época de extracción del caucho en que el terror dominó como arma de sujeción contra las poblaciones originarias y sectores ribereños. Hubo violaciones de derechos humanos, pero también se cortaron millones de árboles, se mutilaron personas, se aplicó el cepo y el endeudamiento para imponer un sistema de crédito eterno insostenible. Los beneficios del capitalismo extractivista incipiente sirvieron a una burguesía local (Iquitos, Manaus, Belém do Pará, etc.) y al gran capital estadounidense y europeo. Como consecuencia, el paradigma consumista favoreció a una clase social que vivió del poder cauchero. Y este modelo consumista y depredador-extractivista entró en decadencia. Sin embargo, el modelo se ha mantenido en pie hasta hoy, mientras los indígenas mueren de abandono, de exclusión, de abuso y con ellos agonizan sus saberes y su territorio diverso como su dolor. Quizás la palabra, la voz colectiva, deja de contemplar y ahora es tiempo de denuncia, en el cual ella profetiza un holocausto mayor: el de la destrucción ambiental».

Ana Varela Tafur es una escritora a la que le cabe bien el apelativo de «poeta social» acuñado por el Papa[5]. Nació en Iquitos en 1963. Se doctoró en literatura en la Universidad de California, Davis. Actualmente reside en Berkeley (California). «Su producción literaria es puntual pero importante», dice Paco Bardales, uno de los estudiosos de su poesía[6]. Su libro Lo que no veo en visiones (1992)[7] obtuvo el Primer Premio de la V Bienal de Poesía Copé, y es necesario entender la importancia que tiene para sus paisanos el hecho de haya ganado un premio en Lima una iquiteña y además mujer. Como dice su amigo el poeta Percy Vílchez: «El solo hecho de que en la amazonia, en “el patio trasero del Perú”, una mujer se dedique a escribir poesía, cambia las cosas»[8].

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Ana Varela Tafur publicó Voces desde la orilla (2000)[9] y Dama en el escenario (2001)[10]. Una selección de su poesía fue incluida en las antologías Más aplausos para la lluvia (2010)[11] y En tierras del cóndor (2014)[12].

Dos «pinceladas» nos permiten acercarnos a su infancia y adolescencia. Nos cuenta en una carta que su casa estaba a cuatro cuadras del río Amazonas, que se forma a 100 km de la ciudad en la unión de los ríos Marañón y Ucayali. A los 14 años empezó a escribir en su diario personal todas las cosas que le pasaban desde que se levantaba, hasta que se dio cuenta de que más que escribir sobre lo que le pasaba quería expresar sus sentimientos. Allí fue que comenzó a escribir sus poemas.

Su adolescencia y juventud en el Perú transcurrieron en un contexto de extrema violencia: los así llamados «20 años de terror», que comenzaron en 1980 con el surgimiento del grupo guerrillero Sendero Luminoso. Tanto los guerrilleros como el gobierno utilizaron métodos muy violentos en su confrontación y también los campesinos se organizaron militarmente para defenderse mediante las llamadas Rondas Campesinas.

Vertientes y características literarias

Uno de los estudiosos de la poesía amazónica, Roland Forgues, propone tres vertientes literarias para definir la escritura de las poetas peruanas: la esteticista, la social y la erótica. Considera que Ana Varela se identifica principalmente con la vertiente social, ya que «cuestiona las desigualdades sociales, denuncia las injustas dependencias humanas y desenmascara las manifestaciones reales y culturales. Al mismo tiempo, contribuye a cimentar las bases para reivindicar y generar nuevas metas en la vida de cada día que tenga en cuenta las necesidades del pueblo amazónico peruano»[13].

Para Alberto Valdivia Baselli, otro estudioso que se ha ocupado de ella, Ana Varela es «la poeta mayor» en lo que se refiere a construir, a través de sus emociones y percepción testimonial, un espacio poético en el que la memoria colectiva (ecológica y femenina) alcanza la estatura del mito[14].

Ana Molina Campodónico, en su tesis sobre poetas amazónicos, afirma: «En la poesía de Varela, las grandes vertientes de la literatura amazónica (lo rural y lo urbano, lo mítico y lo social) se articulan de manera dinámica y creativa para afirmar la identidad loretana. (Y) dentro de la poesía de denuncia social, Ana Varela incorpora lo que Molina llama “ecofeminismo mítico”»[15]. Celebra «lo femenino como fuente de vida, en la reivindicación de lo amazónico como la construcción de la madre selva, y en el descubrimiento del poder alucinatorio del ayahuasca como la madre primordial, como la matriz de la cultura amazónica»[16].

Ideario: “La poesía es un planeta de árboles vivos”

En 1983, los jóvenes poetas Carlos Reyes Ramírez, Percy Vílchez Vela y Ana Varela Tafur, tres estudiantes de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP), fueron convocados a unirse al grupo Urcututu (voz onomatopéyica del búho, ave de la sabiduría) por su iniciador, el director teatral Manuel Luna Mendoza.

«Urcututu» buscaba distanciarse del folklorismo representacional de la realidad amazónica para «crear y recrear una literatura incluyente de la identidad indígena fusionada con otras culturas, reinventando la palabra oral de las gentes que habitan ese universo pluricultural y diverso llamado Amazonía»[17].

Le pedimos a Ana Varela: «¿Puedes decir algo acerca del ideario del grupo Urcututu?».

«No se lo encuentra solamente en nuestra poesía, sino que también hemos apelado al manifiesto grupal y al lenguaje de la crítica sostenida contras las políticas del fracaso y el discurso “oficialista” que aún considera a la Amazonía como un paraíso extractivista que debe sostener la economía nacional. El mito de El Dorado[18] sigue aún vigente con sus variaciones de época. El país de El Dorado atesora ahora el petróleo, el oro, la coca, etc».

Cito algunos párrafos del Manifiesto de Urcututu de agosto de 2019 que se titula: «La poesía es un planeta de árboles vivo»: «La Amazonía es un espacio transnacional compartido por nueve países que tienen vínculos geográficos y culturales y donde sus habitantes comparten sus recursos naturales, deseos, aspiraciones y, sobre todo, su visión del mundo. Sin embargo, en las últimas décadas hemos presenciado la agonía de la Amazonia y de todo el planeta. (…) En apariencia, no hay futuro ni porvenir, y todo parece condenado al fracaso. Por ello, hoy más que nunca, es urgente expandir la dimensión de la esperanza y de la utopía para sostener la vida en un ámbito de respeto mutuo que desafíe el presente. Entonces, es posible, desde este hoy lamentable, desde el fondo de las variadas carencias, avizorar el futuro, donde la poesía cumpla un papel denunciador y proclame la preservación de la belleza y la justicia. Porque el verbo poético, la palabra oral o la escrita en el poema, es una fuente de revelación y de salvación, imaginando así un mundo posible emancipado de sus traumas. En este contexto exigimos un cambio radical en el comportamiento político de la sociedad y el respeto a la vida en todas sus manifestaciones. En consecuencia, el ecosistema más pequeño debe ser cuidado, preservado y manejado con responsabilidad ambiental. La poesía es un planeta de árboles vivos que se resiste a morir»[19].

Memoria de «lo no registrado»

La primera cita de poetas que encontramos en Querida Amazonia hace referencia a estos “árboles vivos que se resisten a morir”: son algunos versos del poema Timareo (1950) que integra el libro de Ana Varela Lo que no veo en visiones. La cita está en el primero de los cuatro sueños del papa (“Un sueño social”) y expresa el clamor que grita al cielo de los pueblos indígenas, ribereños y afrodescendientes que fueron expulsados de su tierra o acorralados por los intereses colonizadores: «”Son muchos los árboles[20]/ donde habitó la tortura/ y vastos los bosques/ comprados entre mil muertes”»[21] (QA 9).

El poema entero dice así: «En Timareo[22] no conocemos las letras y sus escritos / y nadie nos registra en las páginas de los libros oficiales. / Mi abuelo se enciende en el candor de su nacimiento / y nombra una cronología envuelta en los castigos. / (Son muchos los árboles donde habitó la tortura y vastos los bosques comprados entre mil muertes). / ¡Qué lejos los días, qué distantes las huidas! / Los parientes navegaron un mar / de posibilidades lejos de las fatigas solariegas. / Pero no conocemos las letras y sus destinos y / nos reconocemos en la llegada de un tiempo de domingos dichosos. / Es lejos la ciudad y desde el puerto llamo a todos los hijos / soldados que no regresan, muchachas arrastradas a cines y bares / de mala muerte. / (La historia no registra /nuestros éxodos, los últimos viajes / aventados desde ríos intranquilos)».

Resulta significativa en la exhortación apostólica la elección de este poema que comienza y termina denunciando «el no registro» de la vida y de la cultura de muchos pueblos por parte de la historia oficial. Lo que la historia no registra sí lo registra minuciosamente[23] la poeta, que nos regala aquí la imagen de cómo su abuelo «se enciende en el candor de su nacimiento y nombra una cronología envuelta en los castigos».

Ana Varela nos cuenta que se siente orgullosa de pertenecer por sus ancestros a la etnia uitoto[24]. El libro Voces desde la orilla está dedicado «a mi abuela, Ana, sobreviviente de los infames años del caucho. A usted, abuela, en su cielo impenetrable».

Nada mejor que el relato de su relación con su abuela para adentrarnos en su sentimiento de la Amazonia: «Mi abuela fue uitota, huyó en su adolescencia del terror cauchero en el Putumayo donde vivía con su familia. Fue la única que sobrevivió y era casi una niña; toda su familia fue asesinada y yo soy producto de eso, yo soy uitota por mi abuela y me siento orgullosa de ser parte de esa descendencia. No conozco las circunstancias porque nadie supo en realidad cómo ella salió de su hogar rumbo a Iquitos. Su historia me marcó aunque no la conocí. Murió antes de que yo naciera. Ella está enterrada en el Cementerio General casi junto a quien fue mi abuelo, Esteban Varela, un español de Valladolid. Muy cerca de ellos está enterrado también el “cauchero” Carlos Fermín Fitzcarrald[25]. Mi abuela indígena con su propio dinero compró su lugar en el cementerio. Yo me crié con ella en la memoria, historias borrosas, aunque mi padre hablaba de ella con mucho cariño porque decía que ella le había mandado a la escuela»[26]. Para Ana Varela la historia de su abuela uitota y de otros miles puede y debe ser visibilizada, celebrada como un acto épico que merece otro lugar en la memoria.

Tradición oral e indestructible poder de la memoria

Releemos con Ana Varela el texto de Querida Amazonia que dice: «La poesía ayuda a expresar una dolorosa sensación que hoy muchos compartimos. La verdad insoslayable es que, en las actuales condiciones, con este modo de tratar a la Amazonia, tanta vida y tanta hermosura están “tomando el rumbo del fin”, aunque muchos quieran seguir creyendo que no pasa nada» (QA 47).

Le decimos: «En tu poesía esto se siente. Lo que conmueve de tu libro Lo que no veo en visiones es cómo te sitúas en los tiempos, los lugares y las cosas, para memorizar, para registrar “lo que no registran los libros” y mantener vivas las historias de tu gente, memoriosa como tus abuelos. Tu poesía trae de nuevo a la vida lo que “no ven” o no quieren ver los que despojan y destruyen, que ni siquiera consideran a las personas que tú rescatas. Escribes, como dice uno de tus poemas: “como quien regresa para ver lo que pasa” a esos humildes habitantes, que “no le quitamos la cosecha ni el pescado a nadie” y sin embargo “las noches de la tierra no son nuestras como de cualquier criatura del Señor”»[27].

Nos responde: «Sí, como dice el Papa Francisco, quizás la poesía es una catarsis personal, colectiva y ecológica. Vivimos un cataclismo ambiental, pero pocos lo vemos o sufrimos en carne propia. Los poetas y poetas tienen esa voz frente al deterioro de la belleza en la Amazonía. Los cuerpos son cada vez más socavados y susceptibles de enfermedades ambientales. Este sentimiento que mencionas se siente en mi poesía quizás desde mi infancia y adolescencia. Escuché muchas historias de seres míticos en mi infancia. Ahora, por ejemplo: La yacumama[28], la serpiente madre del río, está luchando para sobrevivir y defenderse de los derrames de petróleo. Su cuerpo está herido como el de miles de habitantes que sufren de beber agua contaminada. Antes, esta madre del agua vivía tranquila, crecían sobre su lomo musgos y pequeñas algas. Ahora ella se ahoga, no puede respirar, muere con los aceites y residuos químicos. Lo mismo con miles de niños y niñas. Esta herencia de saberes transmitidas por la oralidad fue y sigue siendo un recurso estratégico de rememorar el dolor familiar y comunal, el duelo que dura como herida permanente, registro de historias personales y gestas de sobrevivencia ausentes en el registro escrito».

Para Roland Forgues, Ana Varela reivindica «la oralidad de una cultura que ha logrado resistir los avatares del tiempo y de la historia y que constituye el fundamento de su identidad. Una cultura que encuentra su legitimidad en el indestructible poder de la memoria y su fuerza en el renacer de la palabra oprimida y reducida al silencio desde los remotos tiempos de la conquista y colonización»[29].

Se trata de una memoria donde son importantes las metáforas corporales como un mecanismo de comprensión del mundo: «Nuestros archivos guardados en la memoria / eran en verdad intensos caminos de las estaciones y los días. / Todo semejante a la serenidad del sol / y a las luces que descifran sombras en la oscuridad. / Nuestros pies, como los venados, / ágiles entre los montes, / corrían desde caminos calcinados por los relámpagos. / […] A eso le llamamos sabiduría guardada / en los archivos / de la luna»[30].

Los poemas reivindican la memoria de los pueblos originarios de la Amazonía y sus tradiciones ancestrales, pero a la vez «hay una conciencia de que esta recuperación de lo oral no puede prescindir de lo escrito que define la experiencia de la modernidad. En ese sentido, se trata de un esfuerzo por utilizar la escritura para la más efectiva conservación y transmisión de las tradiciones orales y comunitarias.

Los elementos burocráticos de la escritura, que fueron herramientas del capitalismo extractivo, se convierten en herramientas para reivindicar lo indígena y lo que se reconoce como eminentemente amazónico. Es decir, la poesía utiliza de manera subversiva la dimensión de lo escrito»[31].

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En efecto, como dice el poema «Historia de la liana»[32]: «Es preciso recordar todo, absolutamente todo», porque «Se registra una historia en las aguas del Marañón. / A veces permanece desnuda en los gramalotales[33] / o en las voces marginales de los relatos anónimos»[34].

Dice, a su vez, Francisco: «Mientras el riesgo de que se pierda esta riqueza cultural es cada vez mayor, gracias a Dios en los últimos años algunos pueblos han comenzado a escribir para narrar sus historias y describir el sentido de sus costumbres» (QA 35).

Pertenencia: el “nosotros” como sentimiento y búsqueda de interlocutores

Le preguntamos a Ana Varela: «En tus poemas hay cientos de rostros y de voces nombrados con pocos sustantivos y muchos verbos en primera persona plural. Hay un “nosotros” colectivo que protagoniza los poemas. Los que “limpiamos” caminos, “abrimos trochas”, “los que nadie ve llegar a las alturas”, los no registrados, los parientes, los abuelos, las madres y abuelas, los soldados que no regresan, las muchachas… y los que nos reconocemos en la llegada de un tiempo de domingos dichosos… ¿Qué puedes decir de ese nosotros que “incluye” al lector familiarmente, como acoge la gente del pueblo?».

Nos responde: «Este “nosotros” es un sentimiento, una búsqueda de interlocutores. Quiero llegar a quienes han vivido y viven entre el dolor y la búsqueda de una utopía, domingos dichosos de comunión, de vida, esperanza y redención».

La búsqueda de interlocutores implica varias cosas. En primer lugar, el recuerdo de los antepasados comunes: «los abuelos que han sembrado y siembran porvenires», los que «han cruzado la quebrada antes que nosotros», «los que nos han abierto el camino para llegar descansados», al lugar donde «habito desde siempre», como dice uno de sus poemas, que recita «para no olvidar historias de látigos»[35].

La búsqueda de interlocutores supone también la fe en una comunidad nacional más antigua y fuerte que los conflictos que la dividen en la lucha sierra vs costa. Y supone, por fin, la visión de un proyecto común, en el que «tienen que trabajar todos los ciudadanos»[36].

Arraigo: «Esos lugares /donde mi poesía se arraiga/ quieren persistir».

Le decimos a Ana Varela: «En Lo que no veo en visiones, la preposición de lugar “en” aparece 98 veces. Hay cientos de “lugares” en los que sitúas al lector para que pueda “ver” lo que “ves (y no ves)” en visiones. Menciono algunos: “En el puerto de mis pasos, en visiones, en campos abandonados, en los campos dolientes, donde el siglo fenece, en los frutales donde siembra sus días, en estas calles que son desvíos que alargan mis caminos, en lugares cercanos en que se oye hablar de guerras, en la llegada de un tiempo de domingos dichosos en los que nos reconocemos…”. Tus poemas son arraigados, son un lugar donde poner los pies -tema tuyo recurrente- y hundirlos en el barro, son un río donde echar la canoa y navegar. Más allá del discurso racional, uno se conecta con lo que narras porque encuentra palabras y acciones que permiten pisar el terreno que tú pisas y meternos “en” los lugares que visitas: pisando la tierra se siente y se registra todo. Este arraigo y este “nosotros” es seguramente un don de la Amazonia, en la que todo está conectado (cfr QA 41) por la raíz y surcado por los afluentes que van al Río»

Nos responde: «Sí, la Amazonía es la región más biodiversa del planeta. Y todo está conectado en sus formas de vida infinitamente pequeñas, pero en esa dimensión vital tiene el don o la capacidad de volverse inmensa y que quizás sea esa la mejor expresión de Dios. La Amazonía ha librado batallas de resistencia, pero no ha sucumbido a la agresión. Nosotros y nosotras somos a quienes y de quienes habla el Papa. Pero es también un nosotros universal, planetario. Somos parte de un colectivo universal y nos necesitamos todos para enfrentar todas las injusticias que se cometen en nombre de un discurso desarrollista que excluye y destruye. Esos lugares -donde mi poesía se arraiga- quieren persistir, seguir con vida, celebrar sus gestas épicas, sus domingos y cosechas, su literatura oral, sus noches de luna alrededor de una fogata, sus saberes tradicionales de manejo ambiental».

En 2014 la revista DePaul University publicó tres poemas de Ana Varela que tienen que ver con un lugar: Iquitos[37], el Amazonas prehistórico -cuando era un mar azul-, y su casa.

Iquitos…./ ¿O un tumulto de orillas intensamente ocupadas? / ¿O una isla pluvial rodeada de expectativas? / No puedo definirte. Frontera perenne y memoria de azulejos[38]/ Siempre al borde de una fiebre[39] y un dorado que promete. / (…) Iquitos, me llevas siempre a pensar en el Perú. / Y nunca tuviste carreteras hacia la costa o los Andes. / A ti se llega por río o volando sobre bosques inundables. / (…) Eres la voz de mi infancia borrosa en una casa inexistente. / Navego en el Itaya, río de la muerte y extraño tu silencio.

A Iquitos no se llega por tierra, sino solo remontando el río Amazonas o, en la actualidad, por aire. En 1757 fue fundada como una misión jesuita,​ con el nombre de San Pablo de los Napeanos. En 1842 contaba con 200 habitantes. La fiebre del caucho (1880-1915) atrajo sobre la ciudad una intensa atención comercial convirtiéndola en uno de los centros más ricos del continente a costa de la explotación y abuso de los nativos amazónicos. En 1905 se instaló el alumbrado eléctrico y funcionó el ferrocarril urbano, servicios que llegaron a Iquitos antes que a varias ciudades peruanas y europeas.​ La vulcanización del caucho para utilizarlo en sus gomas de automóvil, que inventó Charles Goodyear, llevó a la ciudad a su máximo esplendor, perdido luego que el inglés Henry Wickamn se robara setenta mil semillas del preciado árbol para las plantaciones británicas en Malasia y en las Indias holandesas, donde crecieron «ordenadamente», causando el fin de la opulencia de Iquitos.

Escucha: respetar los saberes ancestrales de los pueblos originarios

Compartimos con Ana Varela el texto del Papa que dice: «Si el cuidado de las personas y el cuidado de los ecosistemas son inseparables, esto se vuelve particularmente significativo allí donde “la selva no es un recurso para explotar, es un ser, o varios seres con quienes relacionarse”» (QA 42). Le preguntamos qué le sugieren estas palabras.

Nos responde: «El pensamiento ancestral amazónico se nutre de un concepto fundamental: las personas, animales, árboles, bosques, chacras, ojos de agua, ríos, etc. tienen la dimensión de cualquier ser viviente. Son seres vivos y tienen su lugar en el universo. Tienen espíritu, madre, sentimientos, deseos. Por eso las palabras del Papa, no solamente corroboran que hay que cuidar los ecosistemas, sino que en una forma nos alerta a que si no escuchamos y respetamos los saberes ancestrales de los pueblos originarios habremos destruido la vida, la expresión más humana que encarna Dios en el planeta».

Una cultura de la palabra

Fernando Urbina Rangel – cuyas reflexiones retomamos libremente[40]– nos introduce bellamente en una particularidad de la cultura uitoto a la que hace referencia Ana Varela Tafur: es una cultura de la palabra. Las mitologías de los pueblos amazónicos son extraordinariamente ricas, complejas, y aún en la actualidad son vividas profundamente en sus fiestas, ceremonias y bailes rituales. Esto comunica a su vida cotidiana un aspecto polifacético que contrasta con la forma simplificadora e indiferente como concibe el hombre común sus relaciones con el entorno social y natural. Las culturas amazónicas cultivan una palabra que es relato y mito y que no solo se cuenta, sino que se baila.

Junto con el «bákaki» o «bacaci», la leyenda, historia o mito que los ancianos narran de noche en preparación para una fiesta, los uitoto usan otra palabra que alude a una dimensión dentro de la cual los relatos cobran plenitud de sentido. Se trata del término «ráfue»[41], cuya etimología viene de ra, cosa y fúe, boca, es decir: «Cosa salida de la boca», «palabras de consejo», «tradición». «El ráfue es un sistema de vivir, un camino de vida donde todo entra en un conjunto que da razón de cada una de las partes y actividades. Es algo cosmológico. Esa profunda interrelación entre la palabra y la vida, como obraje total, es percibida por el indígena no deculturado, quien hace de su existencia una plétora de sentido, por cuanto cada una de sus acciones está referida a ese conjunto global que la llena de significación. Es el oficio totalizante, profundamente sistematizador, aunque siempre abierto, del mito»[42]. «El ráfue es no sólo un sistema de sabiduría estructurador de toda la experiencia cultural; es también un ejercicio pragmático inmediato, que incluye especialmente los rituales (“bailes”) que orientan la cotidianidad»[43].

Urbina Rangel cita los dichos de dos abuelos, el uitoto Belisario Jichamón -nucleador de los uitotos de «El Encanto», luego de la diáspora- y el abuelo muinane Don José García. «Ellos decían cada vez que les preguntaba por el sentido del ráfue: “eso es cosa de Baile”»[44].

Se constata hoy en día una creciente decadencia en la preparación y realización de estas ceremonias; lo cual no es más que el resultado de la paulatina atomización social que viene dando al traste con la vida comunitaria. Sin embargo, esta fuerza del rafué late y danza en los pies de la poesía de Ana Varela Tafur.

Mucho antes de la luna y su sol estremecido / Los danzantes de la noche y sus días enteros / Los que nunca hurgaron en otros caminos de agua / Dijeron alto a las matanzas del siglo / Porque antepasados de estrellas eran y de astros lejanos / Y de ríos y de plantas y de perecibles animales / Y de apacibles retamas en la espesura[45].

Una anécdota

Le habíamos pedido a Ana Varela si tenía alguna copia electrónica de su libro Voces desde la orilla, ya que hoy no se encuentra. Nos lo mandó en Word: «Acabo de copiar el libro Voces desde la orilla que aquí comparto. He pensado en tantas imágenes de mis viajes al transcribirlo. El libro tiene 20 años y permanece joven en mi corazón».

Le preguntamos: «¿Lo transcribiste a mano? Borges dice que leer es reescribir, y reescribir un poema es recrearlo. Me alegro mucho si te hizo revivir viajes, rostros, lugares queridos».

Nos responde: «Sí, tecleando de nuevo. Y de paso coincidiendo con Borges otra vez. Reescribir es recrear. Y qué mejor con imágenes del río».

Solo una uitoto – de la que su abuela se sentirá orgullosa – puede hacer y disfrutar algo así.

  1. A. Spadaro, «Querida Amazonia». Commento all’Esortazione apostolica di papa Francesco, Civ Catt 2020 I 464-465.

  2. V. de Moraes, Para vivir un gran amor, Buenos Aires 2013, 166.

  3. P. Neruda, «Amazonas», en Canto General (1938), I, IV.

  4. «Ellos (los pueblos originarios) son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender (…) cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes» (QA 26).

  5. Francisco, Discurso a los Movimientos Populares, 12 de abril 2020 (Pascua).

  6. P. Bardales, Los discursos amazónicos, sociales y de género en el proceso creativo de la poesía de Ana Varela. Un río interminable de palabras. Expresión literaria en la Amazonía peruana, Lima, Eds. del Congreso, 2013, 121- 141.

  7. A. Varela Tafur, Lo que no veo en visiones, Iquitos-Perú, Tierra Nueva, 2010.

  8. Cfr. el video Literatura amazónica, Tierra Nueva (cfr youtu.be/e2TAnMrPzCA).

  9. A. Varela Tafur, Voces desde la orilla, Iquitos, Urcututu ediciones, 2000.

  10. ID, Dama en el escenario, Iquitos, Editora regional, 2001.

  11. J. G. Larochelle (ed.), ¡Más aplausos para la lluvia!: antología de poesía amazónica reciente, Iquitos, Tierra Nueva, 2010.

  12. En tierras del cóndor: muestra de poesía Colombia – Perú, Bogotá, Taller de edición Rocca, 2013.

  13. R. Forgues, Plumas de Afrodita: una mirada a la poeta peruana del siglo XX, Lima, San Marcos, 2004, 76. Tomamos las citas de la tesis de A. Molina Campodonico, La búsqueda de la voz propia en la lírica loretana a partir de tres hitos sucesivos: los primeros cantores de la Amazonia; Germán Lequerica y el Grupo Urcututu, Lima, PUCP, 2015, 70 (citamos el número de página de la tesis).

  14. Cfr. A. Valdivia Baselli, «Las aristas del género: discursos de género y poesía en la mujer peruana contemporánea y finisecular (1989-2004)», en Ajos y Zafiros 6 (2004) 57-90 (86 en la versión impresa).

  15. A. Molina Campodónico, La búsqueda de la voz propia…, cit., 83.

  16. Ibid, 91.

  17. A. Varela Tafur, «Urcututu, olvido y memoria desde la Amazonía. La poesía de Carlos Reyes», en El Hablador nº 18, 2010, (cfr www.elhablador.com/dossier18_varela1.html).

  18. El mito de «El Dorado» incentivó a los conquistadores españoles a entrar y asentarse en el corazón de América y conformar un imperio de tierra a diferencia de otras naciones que solo colonizaban las costas.

  19. A. Varela Tafur – P. Vílchez Vela – C. Reyes Ramírez, Manifiesto del grupo Urcututu, Iquitos, 20 de agosto de 2019.

  20. Los árboles del caucho (Hevea brasiliensis), a los que se «sangra» con inciciones en “V” y bajo las cuales se coloca un recipiente, para que mane el latex o caucho.

  21. A. Varela Tafur, «Timareo (1950)», en Lo que no veo…, cit., 8.

  22. Timareo es una isla sobre el Río Amazonas, en la provincia de Loreto a la que pertenece Iquitos, donde nació Ana Varela Tafur. A fines del siglo XIX, la «fiebre del caucho» produjo súbitas fortunas en los dueños de la tierra y esclavitud en los indígenas. Loreto es la región peruana más diversa en etnias y lenguas indígenas.

  23. «Una niña “minuciosa” que leía todo y le gustaba analizarlo todo»: así la describe su madre Teolina Tafur (cfr. youtu.be/e2TAnMrPzCA).

  24. Los uitoto, witoto, güitoto o murui-muinane son una etnia o pueblo indígena que hablan una lengua de la familia bora-witoto. Se encuentran dispersos en la región conocida como el Medio Amazonas colombiano-peruano. Durante la época de la explotación del caucho a partir de 1886, en las zonas del Caquetá y el Putumayo se instalaron 22 colonias extractoras de caucho, en condiciones de dura esclavitud, producto de la cual la población fue diezmada en grandes proporciones, reubicada en lugares ajenos a su territorio original y su organización social fue seriamente alterada.

  25. Carlos Fermín Fitzcarrald López (1862 -1897), mítico y despiadado comerciante cauchero y explorador peruano.

  26. A. Varela Tafur, Carta personal.

  27. A. Varela Tafur, «Magdalena» en Lo que no veo…, cit. 16.

  28. Yacumama significa «Madre del Agua» (del quechua «yaku», agua, y “mama”, madre)​ y designa a un ofidio gigantesco en América meridional, exactamente en Ecuador y Perú. “El origen de la gente es la anaconda celeste / la vía láctea que descendió a la tierra. / La gran serpiente fue dividiéndose como los ríos / que en la Amazonía la encarnan” (J. Arocha – N. S. de Friedemann, Herederos del Jaguar y la Anaconda. Amazónicos: gente de ceniza, anaconda y trueno, Biblioteca Luis Ángel Arango (cfr.babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/2806).

  29. R. Forges, en A. Molina Campdónico, La búsqueda de la voz propia…, cit., 82.

  30. A. Varela Tafur, «Nuestros archivos», en Voces…, cit. 5.

  31. R. Forgues, en A. Molina Campdónico, La búsqueda de la voz propia…, cit., 84.

  32. Ayahuasca (palabra quechua, aya– muerto-; waskha -soga, cuerda-) significa «la liana que permite ir al lugar de los muertos» y es el nombre utilizado en Perú y Ecuador para denominar un brebaje alucinógeno que recibe diversas apelaciones indígenas en gran parte de la Amazonia: natem por los jíbaros, caapi en el Amazonas central, yagé desde Colombia hasta el Orinoco.

  33. Conjuntos de plantas semiacuáticas de la Amazonia.

  34. A. Varela Tafur, «Historia de la liana», en Voces…, cit. 12 s.

  35. ID., «Habito desde siempre», en Lo que no veo…, cit., 5.

  36. M. Perez Reátegui, «Hay un discurso de extracción, es como si se volviera a repetir la época del caucho», entrevista con Ana Varela Tafur, en La Región, 24 de agosto 2013 (cfr diariolaregion.com/web/hay-un-discurso-de-extraccion-es-como-si-se-volviera-a-repetir-la-epoca-del-caucho/).

  37. De iquita : «gente separada por las aguas».

  38. Los azulejos traídos desde Málaga, España, para la fachada del Antiguo Hotel Palace (1908).

  39. Como la fiebre del caucho.

  40. F. Urbina Rangel, «Mitos y petroglifos en el río Caquetá», 4 de abril de 2018 (cfr. https://it.scribd.com/document/375529721/Mitos-y-Petroglifos-en-El-Rio-Caqueta-Fernando-Urbina-Rangel).

  41. «Baile tradicional, fiesta. (Es) una fiesta. Dani cai: rafue ite. Ie diga danincao ñaticai, que traducido dice: “Este baile, fiesta (o historia) es de nosotros no mas. De eso nosotros no mas hablamos» (Diccionario Huitoto-Murui, I, Pucallpa [Perú], Ministerio de educación, 1983).

  42. F. Urbina Rangel, Mitos…, cit.

  43. Ibid.

  44. Ibid.

  45. A. Varela Tafur, «Varaderos», en Voces…, cit., 35.

Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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