FILOSOFÍA Y ÉTICA

Jacques Maritain

A 50 años de su muerte

Jacques Maritain © Wikipedia. Foto coloreada por YIN Renlong / La Civiltà Cattolica

Este año se cumplen el 50 años de la muerte del filósofo Jacques Maritain. Uno de los mayores exponentes de la filosofía francesa contemporánea y del neotomismo, su itinerario existencial e intelectual es extremadamente rico en muchos aspectos, como atestiguan su amplia gama de intereses, actividades y cargos en los más diversos frentes (académico, político, eclesiástico) y, sobre todo, su obra ilimitada[1].

Algunas notas biográficas

Jacques Maritain nació en París el 18 de noviembre de 1882, se licenció primero en filosofía y después en ciencias naturales. Durante su etapa universitaria conoció a Raïssa Oumançoff (1883-1960), judía de origen ruso, con la que compartiría su vida. A pesar de su gran amor, sellado por el matrimonio en 1904, persiste en ambos una inquietud que nada parece apaciguar, hasta el punto de albergar la idea del suicidio. En palabras de Raïssa: «Nuestro perfecto entendimiento, nuestra felicidad personal, toda la dulzura del mundo, todo el arte de los hombres no podían hacernos admitir sin razón – en cualquier sentido que se tome esta expresión – la miseria, la infelicidad, la maldad de los hombres. O la justificación del mundo era posible, y no podía hacerse sin un conocimiento verdadero, o la vida no merecía un instante de atención […], la solución habría sido el suicidio; el suicidio antes de que los años hubieran acumulado su polvo, antes de que nuestras jóvenes fuerzas se hubieran consumido»[2].

El ambiente académico de la Sorbona deja a los dos jóvenes estudiantes completamente insatisfechos, debido al materialismo cientificista y a la ausencia de una perspectiva capaz de justificar la esperanza. Esta visión de la vida agrava su profundo y desesperado pesimismo. Algunos encuentros fundamentales, con Charles Péguy, Henri Bergson y, sobre todo, con Léon Bloy, conducen a un giro decisivo, que marca profundamente su trayectoria espiritual, hasta la decisión de convertirse al catolicismo. Raïssa recuerda agradecida ese periodo difícil e intenso en su libro Les grandes amitiés[3].

La lectura de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, junto con las conferencias de Bergson sobre Plotino, mostraron a los Maritain cómo la fe y la razón no constituyen caminos antitéticos en la búsqueda del Absoluto. Por ello, decidieron organizar encuentros para poner en diálogo la filosofía y la teología de Santo Tomás con autores y temas de la cultura contemporánea (los llamados «círculos tomistas»). Durante la Segunda Guerra Mundial, Jacques y Raïssa se ven obligados a emigrar a Estados Unidos; la experiencia del exilio se convierte en motivo de compromiso político. Jacques inicia programas radiofónicos de apoyo a la resistencia y, tras la guerra, acepta el cargo de embajador de la República ante la Santa Sede. Después decidió regresar a Estados Unidos, donde enseñó en las universidades de Princeton y Notre Dame, hasta la muerte de Raïsa, en 1960. Pasó sus últimos años entre los Hermanitos de Jesús.

La filosofía del ser

La conversión religiosa marca profundamente el itinerario intelectual de Maritain. Consciente del impacto devastador que tuvo en él el escepticismo, revaloriza el papel fundamental del concepto en el sentido realista, entendido como acceso a la realidad y, por tanto, como posibilidad de un conocimiento verdadero y riguroso, que no debe considerarse un simple reflejo del propio pensamiento o un modo de «duración» psicológica. El pensamiento es pensamiento del ser, permite un conocimiento objetivo y riguroso. Maritain se protege, así, de las derivas del idealismo, que identifica pensamiento y realidad, y del subjetivismo, que hace imposible justificar el conocimiento.

El análisis del conocimiento y la revaloración de la noción de analogía del ser, capaz de salvaguardar su unidad y su diferencia, permiten, ante todo, sostener la espiritualidad del hombre y la existencia de Dios: «Las operaciones del intelecto humano están en el tiempo y sujetas al tiempo de manera extrínseca […], pero emergen por encima del tiempo, en una duración que es, por así decirlo, una limitación de la eternidad, o una sucesión de fragmentos de eternidad»[4]. En el conocimiento, el intelecto capta por analogía en los seres individuales el Ser permanente, fundamento de la existencia y verdad de las cosas.

En la variedad de saberes de que dispone el hombre, hay uno en particular, la filosofía, que tiene como característica definitoria la sabiduría: al tratar del ser en su totalidad, ayuda a encontrar sentido a la vida humana. Es, en otras palabras, una oferta de salvación.

La ciencia se ocupa de aspectos particulares del ser, se interesa por el cómo, pero no por el porqué de las cosas; la filosofía, en cambio, se pregunta por el origen del ser, por lo que no puede dejar de abordar el problema de Dios, entrando en diálogo con los saberes más excelsos, como la teología y la mística[5]. En su obra más sistemática, Distinguir para unir o los grados del saber (1932), Maritain trata de dar contenido a esta jerarquía de aproximaciones a la realidad: parte del análisis del conocimiento matemático y físico para llegar a la filosofía de Santo Tomás, pasando por el conocimiento teológico y místico.

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Frente a la grave crisis de la cultura europea, la filosofía tiene así una tarea indispensable: investigando los mayores problemas del ser, se abre a las disciplinas más excelsas, superando las aporías que han caracterizado a la época moderna desde sus inicios. En la obra Tres reformadores (1925), Maritain identifica en el pensamiento de Lutero, Descartes y Rousseau los dualismos que caracterizan la era moderna (naturaleza-gracia, fe-razón, naturaleza-razón) y que dañan – al tiempo que la proclaman con palabras – la grandeza del hombre, privándolo de la posibilidad de hacer el bien y volviéndolo presa fácil de regímenes absolutistas y totalitarios. En este sentido, Maritain se proclama «antimoderno» (tomando prestado el título de un artículo de 1922), y propone el proyecto alternativo de un humanismo inspirado en el realismo metafísico tomista. En él, la profunda unidad antropológica del cuerpo y del espíritu permite justificar plenamente el compromiso con una sociedad justa, democrática y pluralista, al tiempo que se convierte en el único fundamento verdadero de la dignidad y la singularidad del ser humano, protegiéndolo de las derivas filosóficas y políticas de su tiempo.

La filosofía cristiana

Para Maritain, el encuentro con el cristianismo fue una fuente de gran riqueza especulativa para la filosofía. El tema de la especificidad de una filosofía cristiana estuvo en el centro de un gran y controvertido debate en los años treinta, y no sólo involucró a los exponentes de la neoescolástica. Heidegger la consideraba incompatible con el rigor del logos, un mero oxímoron, comparándolo con una madera de hierro[6]. Maritain se ocupó de ello en un breve trabajo titulado Sobre la filosofía cristiana, fruto de una conferencia pronunciada en la Universidad de Lovaina. Se pregunta, en primer lugar, qué relación guarda la filosofía, como búsqueda de la verdad en diálogo con todos los saberes posibles, con la fe cristiana. Para él, hablar de filosofía cristiana no significa menoscabar la autonomía de esta disciplina, porque su objeto es natural, el ser, y es investigado por la razón, que recurre a sus propios procedimientos que no requieren la fe, porque el sujeto que la ejerce es un hombre. Pero la fe es también una forma de conocimiento, y proporciona a la filosofía esos primeros principios indispensables para su argumentación. Por eso la filosofía puede verse ayudada por el aporte de la revelación, porque las cuestiones sobre las que se interroga – y no puede dejar de interrogarse -, como el sentido de la vida y el fin último del hombre, están más allá de las capacidades de la razón: respecto a ellas, la filosofía no pocas veces parece indecisa[7].

Así pues, la revelación ofrece una luz para que la razón emita un juicio más claro, incluso sobre asuntos de su competencia. Y, en efecto, algunas verdades filosóficas, como el principio de la creación, aunque accesibles a la razón, sólo se dieron a conocer históricamente con el cristianismo. Pero la filosofía presta también un valioso servicio al saber teológico, sin perder su autonomía: «Cuando la teología se sirve de la filosofía como instrumento de verdad para establecer conclusiones que no son filosóficas, sino teológicas, sólo entonces la filosofía está al servicio de la teología; subordinada y no sierva, puesto que la filosofía es tratada por la teología según sus propias leyes: no es esclava, es secretaria de estado. Cuando, por el contrario, hace su propio trabajo, la filosofía no es instrumental; es libre, en cuanto es sabiduría»[8].

Y así Maritain puede decir, con Gilson, que «los dos órdenes siguen siendo distintos, aunque la relación que los une es intrínseca»; por eso prefiere hablar, más que de filosofía cristiana, de «filosofar en la fe», como una actividad propiamente humana. De hecho, lo que ambas disciplinas tienen en común es la búsqueda de la verdad. En este sentido, «cuando decimos que el estado cristiano de la filosofía es un estado superior o privilegiado, es ante todo y sobre todo porque sólo en tal estado la filosofía puede tener un respeto pleno y universal por la verdad santa (y reconocer así un origen sobrehumano)»[9]. Es una posición que el filósofo mantendrá también en sus escritos posteriores: en su última obra (la recopilación de artículos que apareció bajo el título de Approches sans entraves), expresa todas sus reservas con respecto a este término: «Esta expresión [filosofía cristiana] corre el peligro de ser completamente mal entendida, es como si la filosofía en cuestión estuviera más o menos encorsetada por conveniencias confesionales»[10].

La filosofía, por el contrario, es libre de investigar incluso cuestiones teológicas sin preocuparse de embarcarse en sutiles exégesis escriturísticas o doctrinales, dando rienda suelta a su alcance especulativo.

La política

Pero fue en el campo de la política donde la filosofía de Maritain encontró sus aplicaciones más fructíferas, y al que el filósofo francés dedicó la mayor parte de sus obras. Durante su etapa docente en Estados Unidos, Maritain formó parte del llamado «Grupo de Chicago», una asociación de profesores e investigadores que influyó profundamente en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. El tema fue objeto de la obra más famosa de Maritain, Humanismo integral, publicada en 1936. En ella elaboró el proyecto de un personalismo político, basado en la responsabilidad y la participación del ciudadano en la realización del bien común. Para Maritain, ese personalismo es el fruto más logrado del nuevo cristianismo: un cristianismo laico, fruto de un nuevo humanismo, capaz de oponerse a las propuestas antropológicas y políticas entonces en boga, como el marxismo, el liberalismo y el fascismo, que son los frutos más logrados y trágicos del antropocentrismo moderno[11]. Al proponer este ideal histórico, Maritain pretende superar también la concepción de un cristianismo medieval, ya que su propuesta no puede identificarse con una cultura o institución específica: esta irreductibilidad es la verdadera garantía del pluralismo y de la valoración de las realidades terrenas.

El éxito del comunismo encuentra sus razones en la incapacidad del cristianismo medieval para animar las realidades temporales, y de este modo «[tal tipo de cristianismo] encerró la verdad y la vida divina en una parte limitada de su propia existencia: en las cosas del culto y de la religión y, al menos entre los mejores, en las cosas de la vida interior. Lo que tenía que ver con la vida social, la vida económica y política, fue abandonado a su ley carnal, sustraído a la luz de Cristo»[12]. En cambio, el nuevo cristianismo está llamado a recuperar algunos valores importantes de la época moderna, como la naturaleza, la razón, el papel de la conciencia, sin perder el vínculo con la dimensión espiritual y trascendente del hombre[13].

En cuanto a la relación entre el Estado y la Iglesia, a esta última se le pide que renuncie al poder temporal, y al primero que garantice la promoción de los valores morales y espirituales. La propuesta de Maritain parte de los presupuestos filosóficos antes mencionados, en particular, el realismo metafísico y la distinción entre naturaleza y «sobrenaturaleza», y será presentada con más detalle en obras posteriores. En primer lugar, el filósofo diferencia comunidad y sociedad. La primera es una asociación espontánea, vinculada a la naturaleza sin acuerdo explícito; la sociedad, en cambio, se caracteriza por la voluntad de compartir un proyecto común, vinculado a reglas precisas.

La comunidad puede dar lugar a la sociedad cuando las predisposiciones contenidas en ella se ponen libremente en práctica mediante la contribución de la razón y la voluntad. La calidad de una sociedad, su perfección, está ligada a su capacidad para promover el bien común y sostener la familia, fundamento de la sociedad y de la propia democracia: «El bien común de la civitas no es ni la mera colección de bienes privados, ni el bien propio de un todo que sólo fructifica para sí mismo y sacrifica las partes a sí mismo; es la buena vida humana de la multitud de personas […], es su comunión en el vivir bien; común, por tanto, al todo y a las partes»[14].

Pero la democracia encuentra su auténtica razón de ser en los valores transmitidos por el cristianismo: la igualdad de todos los hombres, la fraternidad universal, la dignidad del trabajo, la atención prioritaria a los pobres y marginados, la libertad de conciencia, la participación en la casa común son los fundamentos de las democracias actuales, posibles gracias al anuncio del Evangelio. Sin él, la democracia, como tutela de la dignidad de la persona y del bien común, enferma, hasta el punto de desaparecer[15]. Y así, incluso en el plano político, surge el servicio mutuo que razón y revelación están llamadas a prestarse: la autonomía de las realidades terrenas y la democracia misma nacen históricamente «como manifestación temporal de la inspiración evangélica»[16]. Este vínculo permite garantizar la libertad de pensamiento y la laicidad de un gobierno que nunca tiene un vínculo exclusivo con una propuesta religiosa, siempre trascendente a ella.

Otra distinción importante es la que existe entre el individuo y la persona, porque permite garantizar el valor único e irrepetible de cada hombre y de cada mujer. Fue precisamente la concepción tomista de la persona como entidad ontológica, que tiene un valor en sí misma recibido de Dios y no depende de las instituciones, lo que permitió a Maritain tomar posición contra las derivas del capitalismo, del nazi-fascismo y del comunismo, que tendían más bien a sacrificar el individuo a la colectividad o a la producción. La persona encuentra su realización en la comunión[17]. La función del Estado es organizar la vida de la sociedad, promover el bien común y garantizar a cada persona el derecho a la educación, a la libertad y a la justicia, pilares de una sociedad sana. Pero la soberanía tiene su raíz en el pueblo, en la ley natural y su fundamento en Dios, origen de toda autoridad[18].

La ley natural es un signo de la voz de Dios presente en toda conciencia. Para Maritain, se trata de una noción compleja, porque abarca un aspecto ontológico, propio del ser de la persona, un aspecto cognoscitivo, ya que se manifiesta en la valoración del qué hacer, y un aspecto teológico, porque no es el hombre quien se da tal ley, sino que es una participación en la ley de Dios. Son precisamente las múltiples exigencias de la ley natural las que justifican el pleno respeto de la autonomía de las realidades temporales.

La cualidad social del hombre no lo reduce a una relación con el Estado en términos de un todo con partes, sino de una comunión intercambiable, donde la persona sigue siendo siempre el bien supremo a tutelar. En efecto, debe ser considerada como un todo, con deseos y aspiraciones que la llevan a trascenderse, a ir más allá de sí misma, porque ha sido creada por Dios y no es simplemente el resultado de un proceso biológico. Es dando expresión a estas aspiraciones que el hombre se afirma como persona libre, en su forma más plena («sobrehumana»).

La educación y el arte

Aunque Maritain dedicó sólo una de sus casi 60 obras a la educación, el ensayo La educación en la encrucijada ocupa un lugar importante en su concepción filosófica y política. Así lo atestiguan las múltiples ediciones que ha tenido el libro, que integra y recoge diversas aportaciones sobre el tema. En efecto, realizar el humanismo exige una educación integral, es decir, atenta a la promoción de la persona como valor en sí, libre y responsable, enraizada en su dimensión comunitaria y espiritual[19]. Esto requiere, ante todo, un educador creíble, es decir, capaz de mostrar en su propia persona la importancia de los valores que transmite, cuidándose de las tentaciones impositivas y unilaterales.

Retomando también en este punto los análisis de Santo Tomás, Maritain sostiene que la tarea del educador debe ser semejante a la del médico, de atención a la promoción de la salud, tomando como criterio de referencia la integridad de la naturaleza humana. Como la medicina, la educación también está al servicio de la naturaleza y debe ser dócil a sus enseñanzas; y entre las características de la naturaleza humana destaca sin duda la promoción de la libertad de pensamiento, que sigue siendo uno de los objetivos más importantes que deben guiar la tarea del educador. Su autoridad es esencialmente moral[20].

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Maritain advierte contra siete errores de la educación contemporánea: 1) el olvido de los fines, reduciendo la propuesta educativa a un medio; 2) la concepción materialista del hombre; 3) el pragmatismo, que reduce el pensamiento al mecanismo estímulo/respuesta; 4) el sociologismo, es decir, la identificación de la educación con las expectativas de la sociedad; 5) el intelectualismo abstracto, que prescinde de la dimensión práctica y sapiencial de la educación, atenta a los problemas de la vida; 6) el voluntarismo, error opuesto al intelectualismo, que expone a derivas irracionales y totalitarias; 7) la sectorialidad especializada, olvidando la visión integral del propio bien de la persona.

Para contrarrestar estos errores, Maritain propone cuatro principios educativos fundamentales: 1) «liberar las buenas energías», fomentando los dones y aptitudes personales que favorecen el crecimiento espiritual; 2) tender a la interiorización de los valores propuestos; 3) tener como fin la integridad de la persona, uno de los frutos más importantes de una educación inspirada en la sabiduría; 4) el conocimiento debe traducirse en ejercicio, mediante la resolución de problemas específicamente propuestos[21].

Concebir la educación en una sociedad pluralista no significa confundirla con el agnosticismo o el indiferentismo, sino reconocer los valores comunes que configuran y promueven el bien integral. Aquí vemos cómo el tema de la educación se hace eco de lo ya señalado sobre los fundamentos de la democracia. Una ayuda indudable a la educación la proporciona el arte: un tema al que el filósofo francés dedicó numerosos escritos[22], y por los que recibió prestigiosos premios de la Académie française, como el Grand Prix de littérature (1961) y el Grand Prix National des Lettres (1963). Al igual que la educación, también el arte, según Maritain, debe evitar las dos derivas del intelectualismo y del irracionalismo, porque tiene tres características objetivas: integridad y no dualismo, proporción respetuosa de las partes, y esplendor, porque atrae hacia sí por el mero hecho de estar ahí[23].

El arte encuentra su fuente en la intuición creadora, surge de ese preconsciente espiritual ignorado por la investigación psicoanalítica y goza de autonomía propia; no está supeditado a un sistema ni a una ideología, como la estética de los regímenes, y encuentra su expresión más acabada en la poesía, que es fundamental para la propia filosofía. Sin poesía, «Aristóteles no habría podido extraer el diamante de sus definiciones»[24].

El arte, sin embargo, es también una forma de conocimiento práctico, y tiene una función educativa: la de infundir pasión por los valores a través de la belleza que ejercen sobre el espíritu. De ahí la importantísima misión del artista. Maritain le dedicó su última obra, La responsabilidad del artista (1960), señalando cómo su libertad no puede considerarse absoluta, ni convertirse en una coartada para transmitir mensajes destructivos que atenten contra la dignidad humana y el bien común. En consonancia con la visión tomista del ser, lo bello es siempre sinónimo de lo bueno y lo verdadero; de ahí que «el arte está subordinado al bien del sujeto, en la medida en que se encuentra en el hombre y la libertad del hombre se sirve de él, está subordinado al fin del hombre»[25]. De ahí, una vez más, la importancia de educar para la belleza, porque esta regulación no puede delegarse simplemente en la intervención institucional, sino que es una tarea que implica a toda la comunidad, llamada a expresar, mediante la reflexión crítica y la discusión, el ethos social que es el único que puede protegerla. De este modo, la crítica tendrá un papel, más que de censura, «como contribución a la actividad creadora del propio artista, secundariamente a la conciencia común de las personas»[26].

Maritain y la Iglesia

El pensamiento de Maritain también ha tenido gran relevancia en la Iglesia. Generaciones de intelectuales, sacerdotes y religiosos católicos se formaron con sus escritos. Pablo VI, siendo un joven sacerdote, tradujo Tres reformadores al italiano; el card. Journet mantuvo una extensa correspondencia con Maritain[27]. La influencia del filósofo francés se aprecia también en algunos documentos del Concilio Vaticano II, dedicados a la relación entre la Iglesia y el judaísmo (como Ad gentes y Nostra Aetate), la autonomía de las realidades terrenas y la especificidad del apostolado de los laicos (Gaudium et spes y Apostolicam actuositatem). En ellos se puede encontrar una profunda consonancia con lo que el filósofo francés había argumentado en Humanismo integral y en la colección de artículos Le Mystère d’Israël.

Al finalizar el Concilio Vaticano II, Pablo VI transmitió a Maritain el mensaje que la Iglesia quería dirigir a los hombres de ciencia y de pensamiento, viendo en él una figura capaz de unir la fe cristiana y la investigación intelectual. Y al día siguiente de su muerte, el Papa lo recordó como «un maestro en el arte de pensar, vivir y rezar. Murió solo y pobre, asociado a los “Petits Frères” del padre Foucauld. Su voz, su figura, permanecerán en la tradición del pensamiento filosófico y de la meditación católica»[28].

La última fase de su vida «sola y pobre», transcurrida en el silencio de la ermita, puede considerarse la realización ideal del proyecto esbozado en el Humanismo Integral. Deseoso de ver la concreción de una «santidad profana», capaz de animar cristianamente a la sociedad, Maritain la describió en estos términos: «En el mejor de los casos, este nuevo estilo y este nuevo impulso de espiritualidad comienzan a aparecer no en la vida profana propiamente dicha, sino en ciertas almas ocultas al mundo, algunas viviendo en el mundo, otras en la cima de las torres más altas del cristianismo, es decir, en las Órdenes más altamente contemplativas, para expandirse desde allí hacia la vida profana y temporal»[29].

  1. A partir de 1982 fueron apareciendo los volúmenes que componen sus obras completas: Œuvres complètes de Jacques et Raïssa Maritain, Fribourg, Éditions universitaires, 1982-2007. Se trata de 56 publicaciones, recogidas en 16 volúmenes, que no comprenden el epistolario. Para el repertorio bibliográfico, véase: J.-L. Allard – P. Germain, Répertoire bibliographique sur la vie et l’œuvre de Jacques et Raïssa Maritain, Ottawa, University of Ottawa Press, 1994.
  2. R. Maritain, I grandi amici, Milán, Vita e Pensiero, 1991, 75 s.
  3. «Bloy nos parecía lo contrario de otros hombres que ocultan graves deficiencias en las cosas del espíritu y tantos crímenes invisibles bajo el cuidadoso barniz de las virtudes de la sociabilidad. […] Una vez que se atravesaba el umbral de la puerta de su casa, todos los valores se desplazaban, como por un resorte invisible. Se sabía, o se adivinaba, que no hay más que una tristeza, la de no ser santo. Y todo lo demás se volvía crepúsculo» (ibíd., 103).
  4. J. Maritain, Alla ricerca di Dio, Roma, Paoline, 1968, 73 s. Cfr P. Coda, «Percezione intellettuale dell’essere e percezione confusa di Dio nella metafisica di Jacques Maritain», en Rivista di Filosofia Neo-Scolastica 73 (1981/3) 530-556.
  5. «La ciencia, en el sentido moderno del término, no es en absoluto una filosofía y, en consecuencia (permítaseme esta barbaridad), exige que su léxico nocional sea completamente desontologizado» (J. Maritain, Quattro saggi sullo spirito umano nella condizione di incarnazione, Brescia, Morcelliana, 1978, 144; cfr Id., Scienza e saggezza, Turín, Borla, 1980, 33).
  6. Cfr M. Heidegger, «Fenomenologia e teologia», en Id., Segnavia, Milán, Adelphi, 1987, 22.
  7. «No hace falta ser cristiano (aunque el cristiano sabe más de estas cosas, porque sabe que la naturaleza es vulnerable) para persuadirse de que nuestra naturaleza es débil, y que en el terreno de la sabiduría – precisamente porque es difícil – el error nos es más frecuente que nunca» (J. Maritain, Sulla filosofia cristiana, Milán, Vita e Pensiero, 1978, 40 s).
  8. Ibid, 56 s; cfr Tomás de Aquino, s., Sum. Theol. I-II, q. 91, a. 4.
  9. Ibid, 75; cfr 54.
  10. Id., Approches sans entraves. Scritti di filosofia cristiana, Roma, Città Nuova, 1978, 90. Véase también lo que escribió Maritain en El campesino del Garona: «Estos demonios de palabras como filosofía cristiana o política cristiana son realmente embarazosos: casi parecen -y la gente siempre lo entiende mal- clericalizar algo que es secular por naturaleza e imponerle una etiqueta confesional» (Il contadino della Garonna, Brescia, Morcelliana, 1975, 214).
  11. Cfr Id., Umanesimo integrale, Roma, Studium, 1946, 224.
  12. Ibid, 43.
  13. «Una nueva época de la cultura cristiana comprenderá sin duda un poco mejor esto de cuanto se ha entendido hasta ahora […] hasta qué punto es importante en todas partes dar paso a lo real y sustancial sobre lo aparente y decorativo, a lo verdadera y sustancialmente cristiano sobre lo aparente y decorativamente cristiano; comprenderá también que la dignidad y la vocación de la persona humana se afirman en vano si no se trabaja para transformar las condiciones que la oprimen y para que pueda comer dignamente su propio pan» (ibid, 80).
  14. J. Maritain, I diritti dell’uomo e la legge naturale, Milán, Edizioni di Comunità, 1950, 83 s; cfr Id., L’uomo e lo Stato, Milán, Vita e Pensiero, 1953, 143.
  15. Cfr Id., Cristianesimo e democrazia, Milán, Vita e Pensiero, 1977, 37.
  16. Ibid, 31.
  17. «La persona es un todo abierto […]. Tiende por naturaleza a la vida social y a la comunión. Esto es así no sólo por las necesidades y privaciones de la naturaleza humana […], sino también por la radical generosidad inscrita en el ser mismo de la persona, por esa aptitud para la comunicación de la inteligencia y de la vida propia del espíritu, que le exige relacionarse con otras personas. Hablando en sentido absoluto, la persona humana no puede estar sola» (Id., I diritti dell’uomo e la legge naturale, cit., 82).
  18. «El derecho del pueblo a gobernarse a sí mismo procede del derecho natural: e igualmente el ejercicio de este derecho está sometido al derecho natural […]. Una ley injusta, aunque exprese la voluntad del pueblo, no es ley» (Id., L’uomo e lo Stato, cit., 55).
  19. Cfr Id., Per una filosofia dell’educazione, Brescia, La Scuola, 2001, 70.
  20. Cfr ibid, 107 s; Tomás de Aquino, s., Sum. Theol., I, q. 117, a. 1; Id., De veritate, q. 11, aa. 1-2.
  21. Cfr J. Maritain, Per un filosofia dell’educazione, cit., 61-93; 118-133.
  22. Recordemos los títulos más importantes: Arte y escolástica (1920); Las fronteras de la poesía (1935); Situación de la poesía (1938, escrito junto a Raïsa); La intuición creadora en el arte y en la poesía (1953).Ricordiamo i titoli più importanti: Arte e scolastica (1920); Frontiere della poesia (1935); Situazione della poesia (1938, scritto insieme a Raïssa), L’ intuizione creativa nell’arte e nella poesia (1953).
  23. Cfr Id., Arte e scolastica, Brescia, Morcelliana, 1980, 25.
  24. Id., L’ intuizione creativa nell’arte e nella poesia, ibid, 1983, 258; cfr 115 s.
  25. Id., La responsabilità dell’artista, ibid, 1973, 76.
  26. Ibid, 58.
  27. Fondation du Cardinal Journet, Journet-Maritain. Correspondance, Fribourg, Éditions Universitaires – Paris, Éditions Saint Paul, 1996. Cfr G. Galeazzi, Maritain, i Papi e il Concilio Vaticano II, Milán, Massimo, 2000; G. Cottier, «Il mistero della Chiesa nel pensiero di Maritain», en Divus Thomas 97 (1994/1) 197-211.
  28. Pablo VI, s., Regina coeli, 29 de abril de 1973.
  29. J. Maritain, Umanesimo integrale, cit., 103.
Giovanni Cucci
Jesuita, se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica".

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