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El Partido Comunista Chino acaba de cumplir 100 años

El pasado 1º de julio de 2021, el Partido Comunista Chino (PCCh) cumplió un siglo de vida. En la plaza de Tiananmen, 70.000 personas acudieron a su cita con la historia. En los ensayos previos, la banda militar interpretaba repetidamente el himno nacional y La Internacional. Dos melodías que representan dos entidades, el Estado y el Partido, perfectamente amalgamadas. Sus banderas rojas casi iguales – cinco estrellas una, hoz y martillo la otra – ondeaban por doquier. Eran el adorno primordial de una coreografía ensayada al milímetro y destinada servir de marco para el discurso conmemorativo de Xi Jinping[1].

Actualmente, China es un país ciertamente muy diferente de aquel empobrecido e invadido en el que hace un siglo se fundó el PCCh, un país que rivaliza hoy con EE.UU, que ha sido el primero en aterrizar en la cara oculta de la Luna, que ha enviado ya un artefacto a Marte y puesto en órbita su estación espacial Tiangong, que en chino significa «Palacio celestial».

Hitos fundamentales de su historia

Del 23 al 31 de julio de 1921, en la Concesión francesa de Shanghái, tuvo lugar el Primer Congreso nacional del Partido Comunista Chino (PCCh). En él, inspirándose en el leninismo, se fijaron sus objetivos principales: instaurar la dictadura del proletariado y nacionalizar los medios de producción.

La influencia comunista logró expandirse velozmente en el territorio chino y el 1º de octubre de 1949, Mao Zedong proclamó el nacimiento de la República Popular China (RPC). Con la fundación de la RPC terminó un largo período de crisis y decadencia del país, el llamado «siglo de humillación», en el que sufrió agresiones exteriores y perdió soberanía sobre partes de su territorio, fue sometida al imperialismo del Occidente y del Japón, y atravesó una guerra civil a fines de los años cuarenta. Es este, sin duda, el primer logro que significar: el PCCh devolvió a China la unidad nacional que le permitió superar la larga crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX y pasar a ser una potencia respetada en la comunidad internacional.

Su segundo gran activo está ligado a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El Partido ha liderado un gran proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de su población. Gracias a la nueva orientación que asumió a fines de los años setenta del siglo pasado, China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, en el sentido de que nunca antes un colectivo tan grande de población había experimentado una mejora tan intensa de sus condiciones económicas de vida en un periodo de tiempo tan corto. El crecimiento económico de China en las últimas tres décadas es de dimensiones asombrosas y trascendentales, una transformación a una escala similar a la de la Revolución Industrial en Occidente.

Bajo la inspiración del modelo soviético, el Partido introdujo una economía planificada con sus planes quinquenales. En la URSS, tras la elección de Nikita Kruchev se inició el proceso de revisión del estalinismo. El PCCh, ayudado por Stalin en la guerra civil, fue contrario a cuestionar sus políticas. Las relaciones chino-soviéticas se tensaron, llegando a una auténtica crisis. Se acuñó una nueva ortodoxia marxista, la maoísta. Como se manifestaba en propaganda oficial de 1968, el presidente Mao era «el sol rojo de nuestros corazones». En este contexto, de 1958 a 1961, el PCCh lanzó la campaña de «el gran salto adelante», era su segundo plan quinquenal, para trasformar rápidamente la China agrícola en una potencia industrial. Se optó por la creación de comunas rurales y por incrementar la producción de acero a toda costa. Estas reformas se revelaron desastrosas y fueron causa de una gran carestía con millones de fallecidos[2]. Luego, como reacción desde el poder, se orquestaron campañas políticas y sociales, como la Revolución Cultural, que supusieron grandes convulsiones. Se trastornó gravemente la estabilidad del país, dando lugar a la persecución y la muerte violenta de muchos miles de personas. Todo esto se daba en un país superpoblado que albergaba el mayor número de pobres del planeta.

Con el acceso al poder de Deng Xiaoping, tras la muerte de Mao en 1976, el PCCh modificó radicalmente sus políticas. Una nueva China surgía con un modelo económico único en la historia, la transición del sistema de planificación central al sistema de economía de mercado socialista, guiado por el mismo partido fundado hace 100 años.

Un partido enraizado en las tradiciones chinas

El PCCh es una de las mayores organizaciones políticas del mundo. Un 5% de los chinos le son miembros, esto hace más de 95 millones de afiliados. Hablamos de un partido político especial. Es un partido comunista más, pero es uno que entronca con las tradiciones de la cultura china[3]. En China es su único partido y todos los ámbitos del poder – ejecutivo, legislativo y judicial- están bajo su control.

El sistema de China, tal como ha evolucionado desde 1978, difiere del que fue su modelo, el sistema soviético. Todas las transiciones de liderazgo en los sesenta y nueve años de la Unión Soviética ocurrieron solo después de la muerte del antiguo líder o a través de conflictos internos comparables a un golpe de Estado. China, en cambio, ha logrado tres transferencias sucesivas de poder sin sobresaltos. De Deng Xiaoping, líder supremo de China desde 1978, a Jiang Zemin en 1993. En 2003, Jiang cedió el control del partido y el gobierno a Hu Jintao. En 2012, Hu se retiró y el nuevo presidente Xi Jinping asumió el control del partido, el gobierno y el ejército.

El mecanismo de China para la transición del liderazgo garantiza que el Estado sea estable y resistente. Junto con otros procedimientos institucionales, en particular las reglas obligatorias de jubilación que obligan a los principales líderes a dar un paso atrás al cumplir sesenta y ocho años, y a otros funcionarios a jubilarse a la edad de sesenta cinco. Esto ha asegurado una circulación constante de nuevas personalidades e ideas en el gobierno.

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Como organización, el PCCh es un fenómeno de escala y poder únicos. Tiene presencia en todos los ámbitos de la vida de la RPC, ya que no solo tiene control sobre todos los aspectos del gobierno – desde las ciudades más grandes y ricas hasta las aldeas remotas más pequeñas del Tíbet – y del ejército, sino que tiende a gobernar todos los sectores de la vida social, esto es, los medios de comunicación, las instituciones de enseñanza (desde los parvularios a las universidades), los tribunales y las religiones. Preside grandes y prósperas empresas estatales y elige a sus ejecutivos. En todas estas organizaciones sus funcionarios más altos son nombrados por el departamento de organización del Partido[4].

Un partido capaz de aprender de sus propias experiencias y de las de sus vecinos

El cuarto de siglo de planificación socialista de China bajo Mao trajo consigo una notable expansión de las capacidades industriales y tecnológicas, así como importantes mejoras en la alfabetización, la asistencia escolar, las tasas de supervivencia materna e infantil, la salud pública y la esperanza de vida. Pero estos éxitos estuvieron acompañados de deficiencias y retrocesos, con una sucesión de políticas antieconómicas, incluida una supresión de los incentivos a todos los niveles, una colectivización forzada de la agricultura, un régimen de autosuficiencia, y un aislamiento del mundo.[5] Por esto, cuando China comenzó a salir de su período de aislamiento maoísta en 1979, descubrió que, en términos económicos y tecnológicos, se había quedado muy atrás no sólo de las potencias occidentales establecidas, sino también de varios de sus vecinos más pequeños en el este de Asia.

China comprendió que tenía que cambiar de modelo. Deng, un viejo revolucionario, estaba tan comprometido como cualquiera con preservar el monopolio del poder del partido. Pero apostó a que la mejor manera de mantenerlo era dirigir una economía dinámica que mejorara los niveles de vida en el país y aumentara el prestigio y la influencia internacional de China. Razonó que una población mejor alimentada apoyaría más el gobierno del Partido Comunista que las personas que viven en un estancamiento económico.

La reforma económica debía ser lo primero, y la reforma política, de darse, vendría después. Difería diametralmente de Gorbachov, que comenzó con reformas políticas con la esperanza de que ayudarían a desbloquear la resistencia burocrática a las reformas económicas. Deng, declaró que Gorbachov cometió un error monumental al anteponer las reformas políticas a las económicas[6]. El juicio de Deng sobre la importancia de un fuerte crecimiento económico fue posteriormente validado por la experiencia del colapso de la URSS. En sus últimas dos décadas, con un papel casi nulo en los mecanismos del mercado, su economía prácticamente se estancó y esto generó frustración y resentimiento. Este hecho llevó a los líderes chinos a estudiar los milagros económicos de sus vecinos en Asia oriental.

Japón, Taiwán y Corea del Sur habían sustentado su desarrollo en tres pilares: una reforma agraria, la exportación de manufacturas y la colaboración del sector financiero en la política industrial gubernamental. Ahora bien, vale la pena considerar dos formas importantes en las que la estrategia de desarrollo de China desde 1979 se ha diferenciado de la de sus vecinos. En primer lugar, China ha dependido mucho más de las empresas de propiedad estatal (EPE). La segunda gran diferencia entre China y sus modelos de Asia oriental radica en el amplio uso de la inversión extranjera directa (IED). La IED se convirtió en casi una obsesión después de la gira por el sur de Deng en 1992. Una de las reformas económicas innovadoras de principios de los años 80, el establecimiento de zonas económicas especiales, se diseñó específicamente para atraer a empresas extranjeras a crear fábricas de manufacturas de exportación. De 1993 a 2002, las nuevas entradas de IED representaron alrededor del 10% de toda la inversión fija en China. Uno de los impactos duraderos de esto es que, incluso hoy, casi la mitad de todas las exportaciones chinas y las tres cuartas partes de las exportaciones de alta tecnología son producidas por empresas con participación extranjera[7]. ¿Qué explica esta extraordinaria cesión de la soberanía económica al poner a disposición su vasto ejército de trabajadores baratos a capitalistas extranjeros? Sin duda la respuesta estriba en el pragmatismo de sus dirigentes y su posición de fuerza para extraer todo el jugo posible a la globalización.

Todo esto se dio en el momento más oportuno. Fue un golpe de suerte. Después de 1980, los avances en la tecnología del transporte y la logística hicieron posible la internacionalización de las cadenas de producción. China, con su abundante mano de obra de bajo coste, la proximidad a las cadenas de producción existentes en Asia oriental y el acceso a uno de los puertos más grandes del mundo en Hong Kong, se colocó así perfectamente en el tiempo y el espacio para convertirse en el lugar privilegiado de la fabricación subcontratada, en el taller del mundo.

La agenda actual del PCCh

Esta ha sido establecida por el propio PCCh cuando en octubre de 2017, celebró en Beijing su XIX Congreso Nacional. En él, Xi Jinping destacó que la base de su «Socialismo con características chinas para una nueva era», consiste en abrirse cada vez más al mundo y al mercado poniendo en valor sus tradiciones, mantener el sistema socialista y aumentar el control sobre el sector privado. Para lograr estos objetivos, Xi propuso fortalecer el liderazgo del Partido mediante un mayor control sobre el Ejército Popular de Liberación y la eliminación de los oficiales corruptos. Además, hizo hincapié en el proyecto de conexión comercial e infraestructura de la «Nueva Ruta de la Seda». Xi logró ser reelegido para la secretaría del partido y que su pensamiento se incluyera entre las ideologías oficiales del PCCh, convirtiéndose así en uno de los líderes más poderosos e influyentes después de Mao Zedong y Deng Xiaoping.

Con un grado ulterior de concreción, el 14º Plan Quinquenal, aprobado por la Asamblea Nacional en marzo pasado, esboza la política económica y social del país para el periodo 2021-2025[8]. Este tiene como objetivo lograr un cambio estructural de un crecimiento por acumulación intensiva a un crecimiento impulsado por la innovación, a fin de desarrollar el mercado de consumo interno para una clase media ampliada y la promoción de la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Para la consecución de una sociedad próspera y moderna en el año 2035, identifica como prioridades la digitalización y la transformación tecnológica de la economía, la economía verde y baja en carbono, la mejora del bienestar de la población, y una mayor cooperación comercial internacional. No se detalla un objetivo cuantitativo de crecimiento del PIB para los próximos cinco años. Se opta por una estrategia de «Circulación Dual». La idea es que la «circulación interna» (producción y consumo domésticos) sea complementada por la «circulación externa» (comercio internacional).

Unas consideraciones sobre los retos que afronta China

Tras haber conseguido el impresionante logro de superar la trampa de la pobreza, liberando de ella a más de 800 millones de personas, la RPC enfrenta el reto decisivo de evitar caer en otra trampa, la de los ingresos medios, quedando atrapada en niveles de crecimiento por debajo de su potencial, al ir perdiendo su ventaja competitiva en la exportación de productos manufacturados por el encarecimiento de su mano de obra.

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El motor del crecimiento chino se encendió con las reformas promercado de Deng. Esto significó el nacimiento de un sector privado que ha tenido un desarrollo enorme, siendo responsable ya en el 2016 del 60% del PNB[9]. Con todo, el sector público chino sigue siendo enorme, el mayor del mundo, según las estimaciones de la OCDE. Este es el dato clave: la contribución de las empresas de propiedad estatal al producto nacional puesto en relación a los activos que controlan es baja. Su nivel de eficiencia es un problema en una economía que ha ido creciendo fuera del plan en una transición hacia el mercado.

La eclosión del sector privado en una economía planificada no fue un proceso fácil. Los líderes chinos fueron conduciendo un proceso que en su propia descripción fue como cruzar el río sintiendo las piedras, un cierto proceso de experimentación guiado por unos principios e intenciones amplios, pero sin una pauta preconcebida. No es de extrañar que el primer ministro Wen Jiabao haya descrito la economía China como desequilibrada, inestable, descoordinada y no sostenible[10].

Para que la economía China siga creciendo a un ritmo alto, la eficacia del sistema empresarial debe mejorar. No superará la maldición de anclarse en unos niveles medios de renta sin cambiar de modelo de crecimiento: tiene que pasar de un modelo de crecimiento fundamentado en la movilización de recursos, a otro basado en la eficacia en el uso de los recursos. Dado que las compañías privadas ya son altamente productivas, las mejoras en eficacia deben venir tanto de una expansión del espacio en el que las empresas privadas puedan operar como de una racionalización del sector estatal.

Aquí es donde la apuesta por la consolidación y desarrollo del sector privado es clave. ¿La suscribe Xi? Su propuesta parece ir en la dirección de gobernar socialistamente al sector privado. ¿No compromete así China su ascenso real a potencia económica dominante? La cuestión permanente de fondo es cuánto y qué tipo de poder están dispuestos a sacrificar los líderes chinos, a cambio de cuánto y qué tipo de crecimiento económico. Con Deng se aceptó una reducción del poder del Estado con el fin de favorecer el desarrollo. Con Xi hay una creciente impresión de que se va optando a favor de una política de control a expensas del crecimiento económico.

El segundo gran reto se refiere al tema de la desigualdad. Se ha pasado, tras estos años de crecimiento desenfrenado, de una situación de practica igualdad de todos los chinos – gozando de meros niveles de subsistencia – a una distribución de la renta tan impensable como inaceptable en un país comunista. Los frutos del desarrollo económico se han distribuido tan desigualmente que China es hoy una de las sociedades menos igualitarias del planeta. Se podría esperar que este rápido agudizarse de la desigualdad conduciría a un malestar social que no tardará en explotar. Sin embargo, en China el volcán de ira acumulada ante la injusticia distributiva – en medio de un ambiente de corrupción – sigue dormido. Pero, ¿hasta cuándo? Es obvio que no lograr una mínima cohesión social pone en cuestión el mismo futuro del proyecto comunista.

El tercer reto proviene del hecho de que China es hoy el mayor consumidor de energía del mundo. Emplea el 25% de toda la energía global. Es el país que de lejos utiliza más el carbón, la mitad del consumo global. Por ello, es el mayor emisor de dióxido de carbono y el principal responsable del calentamiento global. El daño ambiental que causa y sufre es uno de sus mayores problemas. Si China logra dar un salto a ser un país realmente desarrollado es de esperar que, como otros países lo han hecho ya, mejore su cuidado del medio ambiente.

Un reto trascendental es el del encaje de China en el mundo[11]. Los miembros de la OMC tenían grandes expectativas de que, al admitir a China entre ellos, su sistema económico convergería gradualmente hacia el sistema económico liberal. Sin embargo, China sólo se comprometió a convertirse en una «economía de mercado socialista». De ahí su política de subvenciones e imponer la obligación de facto para los inversionistas extranjeros de celebrar acuerdos de empresas conjuntas con empresas chinas y transferirles su tecnología. ¿Aceptará China clarificar y completar su contrato de adhesión a la OMC?[12]

En algún momento de las próximas dos décadas es probable, aunque de ninguna manera seguro, que China supere a los Estados Unidos y se convierta en la economía más grande del mundo. La población de China es más que cuatro veces la de los Estados Unidos, por lo que no es extraño que China finalmente tenga una producción mayor. Lo hará con un ingreso per cápita de sólo una cuarta parte, ya que su población es cuatro veces mayor. Por lo tanto, será una economía más grande que la de los Estados Unidos, pero también una más pobre. Es cuestionable que pueda luego sostener un rápido crecimiento de convergencia hasta que el ingreso per cápita cruce alrededor del 50% del PIB estadounidense. La pregunta más interesante y difícil es cómo se traducirá este volumen económico en influencia global. La historia sugiere que las variables clave aquí no son el tamaño de la economía, sino la capacidad tecnológica y la política. ¿Es inevitable una hegemonía china?

El reto definitivo para el PCCh es lograr perpetuarse en el poder y desarrollar su versión del socialismo. Nunca hasta ahora el partido había tenido tanto control sobre sus ciudadanos, mediante la tecnología, campañas de educación en colegios y universidades, el recurso al nacionalismo o leyes que prevén el establecimiento de células en toda empresa donde haya al menos tres militantes entre los empleados. ¿Hasta qué punto el Partido Comunista tiene garantizado su liderazgo? Sus miembros hoy son fundamentalmente hombres de la etnia Han, de cierta edad y solo la mitad con estudios universitarios[13]. Es evidente que necesita atraer a los jóvenes y a las mujeres para poder tener futuro.

A modo de conclusión

Con la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, la RPC ha entrado en una nueva etapa. Nunca hasta ahora, desde los tiempos de Mao Zedong, una sola persona había acumulado tanto poder. Deng Xiaoping, el reformador de la planificación, promovió un cierto carácter colectivo en el ejercicio del poder, impulsó un sistema de relevo en los puestos clave del Partido y el Estado. Los dirigentes iban cambiando cada cierto tiempo, de acuerdo con unos plazos establecidos y conocidos de antemano. Las salvaguardas que limitaban a 10 años la duración de un mandato saltaron por los aires hace cuatro años. Es previsible que Xi vea renovado su mandato en el 20º Congreso, el próximo año, y continúe en el poder al menos un lustro más.

Xi recalca que el sector privado debe ser gobernado. ¿No está reconociendo así que el modelo de una economía híbrida que abraza el capitalismo choca frontalmente con la ideología comunista? Ser empresario y pertenecer al partido es en sí paradójico. De hecho, las autoridades chinas están controlando a los empresarios, llegando hasta el enjuiciamiento penal y la confiscación de riquezas. El caso más notable es el del fundador de Alibaba, Jack Ma[14]. La larga campaña contra la corrupción ha dejado fuera de combate a posibles oponentes políticos. La cuestión de los derechos humanos y de la defensa de las minorías permanece abierta.

Con Xi, en política exterior China ha adoptado una política de confrontación cada vez más patente con los EEUU, India, Australia, la Unión Europea, y los países asiáticos con los que mantiene disputas territoriales. China se apoya en su poder de su mercado. ¿Cuáles serán las consecuencias de esta política a largo plazo? Sean cuales fueren, la comunidad internacional debe continuar buscando un acomodo con China. Sobran razones para ello. Además de considerar su peso demográfico, económico, y militar, Occidente no puede prescindir de China ya que es un eslabón esencial de sus cadenas de aprovisionamiento y necesita su enorme mercado.

En su discurso conmemorativo del centenario del PCCh el secretario general afirmó que ahora China camina con desbordante vigor hacia la meta de culminar la construcción integral de un poderoso país socialista moderno. Veremos qué nos trae el futuro de China que es gran parte el futuro de nuestro mundo.

  1. Cfr Discurso de Xi Jinping en la ceremonia con motivo del centenario del PCCh

  2. Cfr Yang Jisheng, Tombstone. The Great Chinese Famine 1958-1962, Cosmos Books, Hong Kong, 2008.

  3. Cfr Enrique Fanjul, «100 años del Partido Comunista Chino», en Real Instituto Elcano, 27 de mayo de 2021. https://blog.realinstitutoelcano.org/100-anos-del-partido-comunista-chino/

  4. Cfr R. McGregor, The Party: The Secret World of the China Communist Rulers, Penguin Books, 2010.

  5. Cfr L. Brandt – T. Rawski, China’s Great Economic Transformation, Cambridge, Cambridge University Press, 2008.

  6. Cfr E. Vogel, Deng Xiaoping and the Transformation of China, Harvard, Harvard University Press, 2012, 423.

  7. Cfr A. Kroeber, China’s Economy, Oxford, Oxford University Press, 2016, 14.

  8. Cfr «The Economic Policy Agenda of China’s 14th Five Year Plan» (http://www.xinhuanet.com/politics/zywj/2020-11/03/); «Outline of the People’s Republic of China 14th Five-Year Plan for National Economic and Social Development and Long-Range Objectives for 2035» (https://cset.georgetown.edu/publication/china-14th-five-year-plan/)

  9. Cfr A. Kroeber, China’s Economy, cit., 101.

  10. Cfr Ibid, 216.

  11. Cfr McKinsey Global Institute, «China and the world: Inside the dynamics of a changing relationship», Junio 2019 (https://www.mckinsey.com/china-and-the-world-full-report-june-2019-vf.ashx).

  12. Cfr P. C. Mavroidis – A. Sapir, «China and the WTO: An uneasy relationship», en VoxEU, 29 de abril de 2021.

  13. Cfr «Partido Comunista de China: 5 gráficos que muestran cómo pasó en 100 años de ser una formación clandestina a gobernar una cuarta parte de la población mundial», en BBC News Mundo (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-57673309), 1º de julio de 2021.

  14. Cfr M. Smith, «Bubble finally bursts for Chinese capitalism», en Finantial Review (https://www.afr.com/policy/foreign-affairs/a-new-era-of-chinese-state-control-20210805), 6 de Agosto de 2021.

Fernando de la Iglesia Viguiristi
Licenciado en Ciencias Económicas y Gestión de Empresa en la Universidad de Deusto (1976), en Teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana (1987) y, desde 1993, doctor en Teoría Económica de la Universidad de Georgetown (Washington, D.C). Ha sido presidente de la International Association of Jesuit Business Schools. Actualmente es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Gregoriana.

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