PSICOLOGÍA

La pareja y el desafío del tiempo

© Gabby Orcutt / Unsplash

La exhortación apostólica Amoris laetitia (AL)[1] aborda un tema complejo, difícil pero indispensable, no sólo para la Iglesia, sino para toda la humanidad, cuya historia «está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares, desde la primera página, donde entra en escena la familia de Adán y Eva con su peso de violencia pero también con la fuerza de la vida que continúa (cfr Gn 4), hasta la última página donde aparecen las bodas de la Esposa y del Cordero (cfr Ap 21,2.9)» (AL 8).

Entre las muchas preguntas y cuestiones que se abordan en el documento, nos gustaría centrarnos en un aspecto en particular, que ciertamente no es de importancia secundaria: ¿qué puede promover, desde un punto de vista psicológico, la estabilidad y la durabilidad de una pareja en el tiempo? ¿Es el amor sólo una cuestión de azar o de suerte, base de la magia y al mismo tiempo de las más amargas decepciones de la existencia, como señala la literatura de todas las épocas? ¿Puede durar el amor en el tiempo?

«Y vivieron felices para siempre»

El musical The Fantasticks (1960), uno de los mayores éxitos teatrales de todos los tiempos, presenta una historia «clásica», propia de las historias de amor tradicionales (como Romeo y Julieta – retomada en forma teatral por la también famosa comedia West Side Story -, Tristán e Isolda, Paolo y Francesca, Píramo y Tisbe). Es la historia de dos jóvenes enamorados que no pueden verse porque sus familias se lo prohíben. Sin embargo, cuanto más altas son las barreras erigidas por sus padres para impedir que se conozcan, más fuerte se hace su amor y encuentran la fuerza para superarlas. Paradójicamente, la relación se desmorona justo cuando las dificultades se han limado y las familias están finalmente dispuestas a aprobarla.

El éxito de esta y otras representaciones está ligado a su capacidad para expresar aspectos relevantes del imaginario colectivo del amor, en sus ideales y temores. No es casualidad que la conclusión de la historia sea mayormente trágica para la pareja (como en Romeo y Julieta).

La literatura, cuando trata el tema del amor, insiste casi siempre en su comienzo, el enamoramiento, hasta la laboriosa conquista de la amada, pero nunca nos cuenta qué es lo que hace que el amor perdure. La muerte de los amantes, o el clásico final «y vivieron felices para siempre», son básicamente estratagemas para evitar tratar el problema más importante en la vida de una pareja: la vida cotidiana, que puede desgastar hasta el amor más apasionado.

Hay quien ha imaginado qué habría pasado si los dos amantes de la tragedia de Shakespeare se hubieran casado, y hubieran tenido que lidiar con su suegra, con los calcetines por zurcir, con la fatiga del trabajo, con los caprichos de sus hijos… Su historia habría perdido, sin duda, el aura romántica y trágica que la ha hecho inmortal: habrían vivido plenamente la realidad de su amor, con los problemas y el aburrimiento de la vida cotidiana, de los que su prematura muerte les había exonerado[2]. Desde esta perspectiva, la historia pierde sin duda gran parte de su encanto.

El desafío de la vida ordinaria

La lección que se desprende de estas narraciones es que cuando se superan todos los impedimentos y todo se hace posible, la pasión parece debilitarse hasta el punto de extinguirse. La exhortación apostólica subraya más bien la importancia de postergar el deseo en el tiempo, en función de un proyecto más amplio, en el que, además de la pasión, hay otros aspectos menos llamativos que pueden hacer que la relación sea más satisfactoria y estable: «El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación. A veces, el problema es el ritmo frenético de la sociedad, o los tiempos que imponen los compromisos laborales. Otras veces, el problema es que el tiempo que se pasa juntos no tiene calidad. Sólo compartimos un espacio físico pero sin prestarnos atención el uno al otro» (AL 224).

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Querer complacerlo todo debilita inmediatamente la relación, porque se centra en aspectos intensos pero efímeros (atracción física, pasión), descuidando otros aspectos igualmente decisivos. Sin embargo, para ser explorados adecuadamente, estos aspectos requieren un contexto de libertad y gratuidad que la intimidad precoz acaba minando[3].

Esta parece ser una de las principales razones por las que las parejas que se casan tras años de convivencia tienen muchas más probabilidades de separarse o de estar insatisfechas con su matrimonio que las que sólo empiezan a vivir juntas después de casarse. Esto es lo que los investigadores llaman the cohabitation effect, señalando que el problema no está relacionado con supuestas diferencias individuales de temperamento o de visión de la vida, sino con el hecho mismo de vivir juntos[4]. La búsqueda excesiva de seguridad debilita las relaciones y la capacidad de proyectarse. Shakespeare lo expresa con una agudísima frase en la tragedia Antonio y Cleopatra. A Cleopatra, que quiere poner a prueba a su amante («Si me amáis verdaderamente, decid cuánto me amáis»), Antonio le responde: «E muy pobre el amor que puede contarse»[5]. El amor muere cuando uno intenta cuantificarlo.

Incluso la decisión de vivir juntos, rechazando el matrimonio o posponiéndolo indefinidamente, hace más frágil el vínculo de la pareja: la regla implícita es que cada uno puede marcharse cuando quiera, combinada con el miedo a que esto ocurra muy pronto. Este miedo acaba convirtiéndose en una profecía autocumplida. Es bien sabido, desde el punto de vista psicológico, lo mucho que el miedo a que ocurra un acontecimiento contribuye paradójicamente a que se produzca. De hecho, este tipo de unión tiene un índice de disolución diez veces superior al del matrimonio[6]. La asunción formal del compromiso es siempre un salto cualitativo respecto a la trayectoria anterior, que no se puede planificar, entre otras cosas porque los elementos que desde el punto de vista psicológico ayudan a la duración de la pareja no son los que suelen tener peso en el momento inicial del noviazgo.

A todo esto hay que añadir las dificultades de la sociedad burguesa, que ha convertido el matrimonio en un asunto costoso y estresante, lo que desanima aún más dar ese paso: «La preparación próxima al matrimonio tiende a concentrarse en las invitaciones, la vestimenta, la fiesta y los innumerables detalles que consumen tanto el presupuesto como las energías y la alegría. Los novios llegan agobiados y agotados al casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos. Esta mentalidad se refleja también en algunas uniones de hecho que nunca llegan al casamiento porque piensan en festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al amor mutuo y a su formalización ante los demás» (AL 212).

De ahí el reto que plantea la exhortación, un reto difícil pero indispensable para la salud y la vida de la familia, que se enfrenta a muchas propuestas ilusorias pero también sumamente atractivas: poner de relieve lo que permite que la pareja perdure en el tiempo, permitiendo que el amor atraviese las múltiples y variadas etapas de la vida.

La pareja como sistema

Un aspecto fundamental destacado por la reflexión psicológica, y en gran medida ignorado, es pensar en la familia como un sistema en el que todos los miembros colaboran en la conformación de sus características, de forma activa o pasiva, influyéndose mutuamente. Considerar la dinámica de una pareja como parte de un sistema significa entender que la familia no es una aglomeración de individuos, sino un conjunto estructurado: hay más en la interacción, sin la cual no se entendería el comportamiento de los individuos. Se trata del horizonte de referencia «cuya unión da lugar a consecuencias que no se reducen a la suma de las consecuencias de los elementos tomados por separado»[7]. En la práctica, es como decir que en la relación sistémica 1+1=3, donde el tercer elemento es el sistema, que da identidad y sentido a los componentes individuales. Reconocer este salto cualitativo es indispensable para intervenir eficazmente en los problemas de la pareja, naturalmente si ésta lo pide.

Una primera consecuencia del enfoque sistémico es que se produce una causalidad circular en la relación. Cada uno de los miembros influye en los demás, como puede verse en el siguiente diagrama:

La existencia de un elemento en el sistema se debe a la existencia del otro elemento. Esto implica superar el enfoque causa/efecto, expresado por las clásicas preguntas: «¿Quién empezó? ¿De quién es la culpa?». Quién empezó primero no importa: en el contexto sistémico A es A porque B es B. Cada uno aporta a su manera, colabora en el resultado final, poniendo su propia contribución, con palabras, con gestos o con el silencio.

En la violencia doméstica, por poner un ejemplo dramático y en aumento, esto está muy presente. Se ha estudiado que las personas que han sufrido violencia generan lo que se denomina «compulsión de repetición», que consiste en elegir relacionarse con personas similares a las que las maltrataban, o incluso casándose con la misma persona que las abusó[8]. En estos casos, es evidente que las personas no son conscientes de las dinámicas en juego y, sin embargo, estos factores influyen en gran medida en la relación, especialmente mientras las motivaciones reales sigan siendo inconscientes. De hecho, mientras no se expliciten estas dinámicas, estas situaciones dolorosas tienden a repetirse en cualquier nueva relación, como si la persona no fuera capaz de aprender nada de las experiencias anteriores.

Sin embargo, es bueno disipar un malentendido frecuente: pensar en la relación en términos de un sistema, realizado por la contribución de cada persona, no significa excusar al autor de la violencia ni afirmar que la víctima es la culpable. Significa que la situación puede cambiar cuando cada miembro empieza a reconocer su propia contribución, rompiendo los automatismos y la pasividad que suelen estar en el centro del problema.

El modelo sistémico fue desarrollado en los años 60 por S. Minuchin y aplicado durante más de 50 años en 26 países de diferentes culturas, encontrando sorprendentes similitudes. Y también resistencias similares. La más frecuente es la dicotómica, señalada anteriormente, de centrarse en el miembro enfermo, el «chivo expiatorio» responsable del malestar familiar. La lectura sistémica invierte la perspectiva: el problema que presenta la familia cubre en realidad otros problemas más ocultos, pero también más profundos. Y de hecho, cuando el chivo expiatorio mejora, el sistema se encuentra desorientado, porque surgen otros aspectos que ponen en duda el papel de los participantes.

A partir del momento en que el sistema acepta ser reestructurado, es posible recorrer nuevos caminos, aunque más difíciles y desconocidos: «Nuestra posición es que, por mucho que las familias se encuentren cristalizadas en modelos interactivos destructivos, son las perspectivas que adoptan las que limitan y, al mismo tiempo, facilitan su forma de pensar y de comportarse; por eso estamos convencidos de que, para dar en el blanco, hay que considerar a los miembros de la familia no sólo como actores, sino también como autores de sus propias historias»[9].

En otras palabras, el elemento realmente decisivo para la calidad de la relación no es tanto el qué, sino el cómo se lee el evento. El objetivo es, sobre todo, distanciarse críticamente de una forma espontánea, pero también destructiva, de leer la situación en términos dicotómicos, de bueno/malo, quedando preso de ella. La exhortación lo deja claro: «En cada nueva etapa de la vida matrimonial hay que sentarse a volver a negociar los acuerdos, de manera que no haya ganadores y perdedores sino que los dos ganen. En el hogar las decisiones no se toman unilateralmente, y los dos comparten la responsabilidad por la familia, pero cada hogar es único y cada síntesis matrimonial es diferente» (AL 220).

¿Qué ayuda a la estabilidad de la pareja?

Esto hace que las preguntas de la exhortación Amoris laetitia sean de gran actualidad. El Papa señala una tendencia muy extendida en las parejas que puede tener graves consecuencias para la futura vida conyugal: «Lamentablemente, muchos llegan a las nupcias sin conocerse. Sólo se han distraído juntos, han hecho experiencias juntos, pero no han enfrentado el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro» (AL 210). Esta es la situación que está en la base de la mayoría de las historias de amor «románticas», en las que la pareja se centra en aspectos agradables y atractivos pero efímeros, sin prestar atención a otros aspectos menos llamativos, que sin embargo resultan ser fundamentales para el futuro.

Estos aspectos han sido destacados por quienes han estudiado la vida de las parejas desde un punto de vista psicológico. En un estudio de parejas jóvenes y adultas de entre 17 y 69 años, se descubrió que había diez habilidades fundamentales, cuya importancia surgía de forma diferente a lo largo del tiempo. Pueden ayudarnos a leer la posible identidad y desarrollo de la relación, sus expectativas y sus consecuencias[10].

La importancia de esta investigación se ve confirmada por el hecho de que, con el paso del tiempo, los elementos más atractivos de la primera fase de la vida de la pareja (aspecto físico, atractivo, placer, entendimiento sexual) tienden a decaer y requieren la presencia de otros parámetros: valores, conocimiento y comprensión de la otra persona, religiosidad, educación de los hijos, necesidades económicas. A estos aspectos no se les presta la debida atención en las etapas iniciales, y siguen siendo marginales incluso cuando se toma la decisión de casarse. Su ausencia, sin embargo, se hace sentir en el momento de la crisis: la vida en común pasa por diferentes etapas y exige refrendar la opción escogida varias veces[11].

Si al principio todo era fácil y espontáneo, más tarde puede ser el resultado de decisiones y del compromiso. El primer período, en el que la belleza y la frescura del encuentro están presentes por encima de todo, es también el más adecuado para explorar otras dimensiones – como las señaladas anteriormente – que son aparentemente marginales pero que resultan decisivas para el tiempo que sigue. Haberse divertido juntos es importante, pero no basta para conocerse, y este desconocimiento hará sentir sus efectos más adelante, cuando la dimensión de la intimidad tienda a disminuir y se requieran bases adicionales para cimentar la unión.

Por razones de espacio, nos limitaremos a comentar la habilidad más importante para mantener una pareja sana en el tiempo: la escucha como expresión de la comunicación íntima.

Se trata de una habilidad tan fundamental como exigente y poco frecuente en la educación: las escuelas enseñan a leer y escribir, a hablar en público, pero casi nunca a escuchar. Y, sin embargo, es indispensable para la calidad de las relaciones: una escucha atenta y empática, capaz de acoger, puede dar grandes resultados en cuanto a conocer y ayudar a los demás, compartiendo sus momentos más significativos. Y esto no sólo para las parejas. Aquellos que han quedado gravemente marcados por la vida, a causa de una enfermedad o de una minusvalía, saben que el punto de inflexión ha sido el encuentro con personas capaces de una escucha atenta y afectuosa, que ha permitido cambiar radicalmente su forma de ver las cosas[12].

Escuchar es difícil, porque requiere una fuerte motivación, en particular la voluntad de perder tiempo por la otra persona. Los compromisos profesionales no representan un obstáculo si se ha construido una relación hermosa y satisfactoria; al contrario, es también un estímulo para hacer mejor el propio trabajo: «Cuando el éxito en el trabajo con el cónyuge se convierta en una necesidad tan categórica como el éxito en la carrera, ya no se preguntará: ¿cómo encontrar el tiempo? Se sabrá cómo hacerlo. Esto es algo que las parejas felices entienden perfectamente […]. No podemos recuperar las tardes pasadas con personas que no nos interesan, o que no nos interesan tanto como la persona a la que amamos, para revivirlas con ella de otra manera. Las parejas felices saben muy bien que todo se juega en el “ahora o nunca”»[13].

El papel de las dificultades en las etapas posteriores de la vida en pareja

Naturalmente, se trata de elementos circulares: cuanto más satisfactoria sea la relación y más se base en el conocimiento efectivo del otro, más fácil será encontrar oportunidades para conocer y apreciar la diversidad de puntos de vista. Si es así, las dificultades no serán un motivo de división, sino un reto, que contiene nuevas oportunidades posibles, que contribuyen a la calidad y la salud de la vida en pareja: «Si vivimos en una relación feliz, tendemos a destacar la importancia de los aspectos positivos y a restar importancia a los negativos, mientras que, si la relación nos hace sentir infelices, hacemos lo contrario. Esta tendencia es importante, porque las emociones y el comportamiento negativos son mejores predictores de la satisfacción que los positivos, es decir, los aspectos negativos tienen la capacidad de destruir una relación más de lo que los aspectos positivos pueden salvarla»[14].

Los conflictos forman parte de la vida, y por lo tanto también de la vida en pareja. Pero pueden vivirse y afrontarse de forma diferente según cómo se interpreten, sobre todo si hay un deseo mutuo de acercarse, enviando el mensaje de que la relación es más importante que el problema. Uno de los retos más delicados en este sentido es la capacidad de notar la posible diferencia de evaluación de las acciones del otro. Cuando cometemos un error, tendemos a justificarlo con diversas razones, en su mayoría involuntarias (prisas, cansancio, descuido, superficialidad). En cambio, cuando sufrimos el error del otro, ocurre lo contrario: se tiende a ver como un acto grave, realizado intencionadamente por la otra persona.

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Ver al otro en términos negativos, y a uno mismo en positivo, puede tener consecuencias destructivas para la pareja: «Cuando la mirada hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el matrimonio también como un proyecto de construir juntos, con paciencia, comprensión, tolerancia y generosidad. Esto lleva a que el amor sea sustituido poco a poco por una mirada inquisidora e implacable, por el control de los méritos y derechos de cada uno, por los reclamos, la competencia y la autodefensa» (AL 218).

A esto hay que añadir la diferencia de evaluación entre la psicología masculina y la femenina. El enfoque femenino es más global y busca sobre todo alcanzar la tranquilidad ante un problema; los hombres tienden a centrarse en los detalles y, cuando hay una dificultad, se preocupan por encontrar una solución práctica[15]. Esta diferencia también tiene consecuencias considerables en términos de comunicación. Los hombres suelen hablar de un problema a la vez, las mujeres del problema en su conjunto, pero ambos se comunican. La capacidad de hacer una pausa y encontrar tiempo juntos para reinterpretar la trayectoria vital común, explicitando los criterios de lectura de la misma, es fundamental ante las dificultades, porque nos acostumbra a trabajar la motivación y la cooperación, teniendo en cuenta las diferencias estructurales.

El fruto más hermoso que puede surgir de esta comprensión mutua es la capacidad de perdonar. Al presentar a un grupo de personas situaciones ofensivas de diversa gravedad, se observó que la posibilidad de perdón aumentaba cuando se incluían subliminalmente en la película los nombres de personas con las que se tenía una relación afectiva, independientemente del tipo de ofensa sufrida. En otras palabras, la cercanía emocional ayuda a perdonar.

El perdón, aunque inicialmente sea difícil en el contexto conyugal, es indudablemente útil para la vida en pareja y refuerza el vínculo: «Una vasta encuesta de opinión pública realizada en Estados Unidos a finales del siglo pasado documentó que los cónyuges que habían estado felizmente casados durante más de veinte años consideraban que el perdón estaba entre los diez factores que más contribuían a la duración y el bienestar de su matrimonio […]. Esto es posible porque el perdón lleva tanto a la persona que otorga el perdón como a la que lo recibe a desarrollar actitudes y comportamientos “pro-relacionales”, es decir, actitudes y comportamientos que no son tanto para el beneficio del individuo como para la relación en la que están involucrados […]. Así, los cónyuges que se perdonan tienden a ser menos agresivos entre sí y a gestionar sus conflictos con mayor eficacia, adoptando modos de comunicación más constructivos»[16].

Cultivar una actitud pro-relacional significa tener en cuenta el bien mayor de la pareja y de la familia, superando las oposiciones individuales, que minan los cimientos.

El papel de los valores

Las habilidades decisivas para la relación a largo plazo pueden incluirse en la categoría más general del compromiso. Cuanto mayor sea el nivel de compromiso y satisfacción alcanzado, mayor será la consistencia de la pareja en el tiempo[17]. Introducir el compromiso en la relación conyugal significa considerar el amor en términos de afecto y no de emoción, intensa pero efímera: el afecto puede expresar lo mejor de sí mismo cuando se une al conocimiento, la voluntad y los valores que lo inspiran.

Por eso, en el Evangelio el amor se presenta como un mandamiento (cfr Jn 13,31-35). Este puede surgir de un compromiso deliberado, en el que hay una similitud en los aspectos de la vida considerados fundamentales, porque uno los ha descubierto y cultivado ante todo en sí mismo.

El amor puede ser una orden: no desdeña el uso del imperativo («¡Ámame!»). Es un imperativo unido al juicio y al sentimiento, e insta al amado a hacer lo que está en su mano, y que nunca podría ser ordenado por una ley. Esto es lo que señala finamente F. Rosenzweig: «¿Puede ordenarse el amor? […]. El mandamiento del amor sólo puede salir de la boca del amante. Sólo el amante puede decir, y de hecho dice, “ámame”. En sus labios el mandamiento del amor no es un mandamiento ajeno, es la voz misma del amor. El amor del amante no tiene otra manera de expresarse que el mandamiento […], el “ámame” del amante es una expresión totalmente perfecta, el lenguaje más puro del amor»[18].

Se trata claramente de un amor integrado, que no se limita a una pasión pasajera o a un mero acto de voluntad: es la expresión más bella y estable de la unión entre valoración, afecto y decisión, hasta la entrega. La capacidad de integrar la dimensión afectiva y valorativa es fundamental para las elecciones de vida, para la fidelidad a las mismas y para la capacidad de implicarse profundamente, de amar y permanecer enamorado, afrontando lo que pueda hacer imprevisible, frustrante, conflictiva y agotadora la elección realizada. Se ama a la otra persona no sólo por la gratificación que se puede obtener de ella, sino porque es ella misma, mostrando una lealtad que va más allá del hecho inmediato del enamoramiento o del gusto superficial, capaz de perseverar en tales elecciones, afrontando la duración y el desgaste del tiempo.

El amor puede ser la consecuencia de un compromiso y de una decisión que permiten que perdure a lo largo de los años. Estas son también las características del afecto que los hijos piden a sus padres: que no sea temporal, sino estable, personal y único. Sin ese afecto, se sienten privados de su infancia y de la capacidad de dar confianza, sobre todo para involucrarse en algo bonito.

No se puede huir de la propia sombra

La pérdida de intimidad, inicialmente muy presente, es el primer signo de una posible crisis de pareja. Esto ocurre cuando la tendencia a comunicar un aspecto de uno mismo se extingue y la otra persona se aleja cada vez más, y a menudo se da cuenta de ello demasiado tarde. El secreto queda así «enterrado» y contribuye a la formación de una zanja cada vez más profunda en la relación: «En una crisis no asumida, lo que más se perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era “la persona que amo” pasa a ser “quien me acompaña siempre en la vida”, luego sólo “el padre o la madre de mis hijos”, y, al final, “un extraño”» (AL 233)[19].

A menudo se cree que cuando surge un conflicto, la mejor solución es la separación y la decisión de establecer nuevos vínculos. La historia posterior muestra, sin embargo, que si estos aspectos del yo y de la relación fallida con el otro – lo que R. Weiss llama el script, el guion de la pérdida[20] – no han sido explorados y releídos (en particular la «tendencia dicotómica» a leer la historia de la pareja en términos de culpable/víctima), tienden a repetirse en las relaciones posteriores. Significativamente, en muchos casos, la persona elegida presenta características extraordinariamente parecidas a la anterior: es lo que se llama la «pareja fotocopia», como en la vida amorosa de los famosos (entre ellos R. Stewart, B. Willis)[21]. Más allá del renombre de los famosos en cuestión, se trata de un fenómeno cada vez más común: la gente busca en otra persona lo que no pudo encontrar en relaciones anteriores.

No hacer el duelo de una relación fracasada, que se descarta precipitadamente, lleva a repetir el mismo modelo y, en definitiva, la misma dinámica. Como señalaban los Padres del Desierto, uno no puede huir de su propia sombra: cuando se ha compartido una profunda intimidad, siempre es difícil disolver el vínculo. No sólo por los posibles hijos o por las cuestiones económicas a pactar (como la casa en la que se vivía o los gastos de la pensión alimenticia). La introducción del divorcio no ha resuelto estos problemas, porque en muchos casos la pareja no está casada, pero sobre todo porque el desacuerdo y el sufrimiento interior continúan incluso después de la separación, y está en el origen de los trágicos desenlaces que, cada vez con más frecuencia, sancionan el fin de una relación.

La verdadera dificultad que subyace a estas derivas es que la separación legal casi nunca se corresponde con la separación emocional y psicológica, el verdadero aspecto del vínculo, que sigue estando presente en la representación interna de la otra persona, y del que los más débiles, sobre todo los hijos, suelen tener que responsabilizarse, provocando más sufrimiento: «Es una irresponsabilidad dañar la imagen del padre o de la madre con el objeto de acaparar el afecto del hijo, para vengarse o para defenderse, porque eso afectará a la vida interior de ese niño y provocará heridas difíciles de sanar» (AL 245). Los que cultivan tales actitudes se castigan, ante todo, a sí mismos, impidiéndose volver a vivir.

Ni siquiera la muerte de la otra persona puede traer la tranquilidad buscada: su presencia interior permanece y sigue perturbando al que sigue vivo. Uno no se siente liberado en absoluto; al contrario, queda una tristeza desconocida para los que han construido una relación feliz. Este es otro aspecto paradójico de la vida en pareja: los que han vivido una relación hermosa y satisfactoria sufren menos la pérdida de su cónyuge que los que han vivido una relación triste y conflictiva. En este último caso, parece que, junto al dolor de la pérdida, está también el arrepentimiento de haber desperdiciado oportunidades importantes en la vida, que podrían haberse vivido de otra manera[22].

El papel de la comunidad

La dimensión del compromiso en la vida de pareja es, sin duda, la más desatendida por el imaginario cultural y emocional de nuestras sociedades. Se trata de una tendencia peligrosa para la salud de la familia, que se pone de manifiesto en Amoris laetitia. El Papa Francisco señala una tendencia espontánea que puede llegar a ser perjudicial para la pareja, la pérdida de su dimensión pública: «El pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la familia ampliada, donde están los padres, los tíos, los primos, e incluso los vecinos. En esa familia grande puede haber algunos necesitados de ayuda, o al menos de compañía y de gestos de afecto, o puede haber grandes sufrimientos que necesitan un consuelo. El individualismo de estos tiempos a veces lleva a encerrarse en un pequeño nido de seguridad y a sentir a los otros como un peligro molesto. Sin embargo, ese aislamiento no brinda más paz y felicidad, sino que cierra el corazón de la familia y la priva de la amplitud de la existencia» (AL 187). En la base del compromiso hay dos aspectos esenciales: que se conciba como no revocable y la capacidad de sacrificarse por esta fidelidad. En este caso, la elección puede convertirse en una fuente de alegría y satisfacción, para uno mismo y para los demás[23].

La dimensión pública del matrimonio se ha devaluado mucho en Occidente, debido a una visión esencialmente romántica de la vida conyugal, que ha hecho de la emoción su fundamento. El amor romántico ha tenido ciertamente el mérito de revalorizar la importancia del sentimiento en la elección del matrimonio, desafiando la tendencia a convertirlo en un asunto económico o en una alianza política. Pero privado de su aspecto institucional, el vínculo se vuelve demasiado frágil para hacer frente a las inevitables dificultades de la existencia. La pasión no es suficiente para mantenerla viva. Esta visión del amor es en realidad una peligrosa ilusión, pronto desmentida por los hechos: «Las relaciones son edificios y, como todos los edificios que no se mantienen y mejoran, sufren la afrenta del tiempo. Así como nunca esperaríamos que un edificio se mantuviera por sí mismo en buen estado, no podemos esperar que una relación amorosa se mantenga por sí sola: somos nosotros los que debemos asumir la responsabilidad de hacerla cada vez mejor»[24].

Todo esto lo entendieron bien los propios escritores románticos; sus personajes casi siempre tienen un destino trágico, como hemos visto; la muerte es vista como una salida segura a las dificultades de la vida ordinaria. La idealización del sentimiento acabó minando la estabilidad de la unión, haciendo a los amantes no sólo más inseguros, sino también más infelices.

La familia tiene una dimensión institucional irrenunciable, no sólo para la sociedad, sino para los propios cónyuges. Por ello, la exhortación recomienda a la comunidad eclesial que no abandone a su suerte a las parejas, sea acogiendo el sufrimiento de quienes han visto rota una de las relaciones más importantes de su vida, sea acompañando eficazmente a quienes pretenden prepararse para el matrimonio de forma consciente. Los grupos familiares tienen un papel precioso e insustituible en este sentido (cfr AL 206; 230).

La dimensión del compromiso en el matrimonio está ligada a la visión del amor como mandamiento, en el sentido visto anteriormente. Esta paradoja contiene una lección decisiva, que puede corregir el desequilibrio de la mentalidad occidental. Una ayuda para revalorizar su importancia puede venir de otras culturas distintas a la occidental, en las que el matrimonio es el resultado de un compromiso y al mismo tiempo un bello ideal en el que merece la pena jugarse. Esto es posible gracias a la ayuda de las familias de origen, que desempeñan un papel no intrusivo, sino de acompañamiento de la joven pareja, que ha aprendido de sus padres lo que significa amarse y afrontar juntos las dificultades de la vida[25].

El testimonio de una novia india, que relatamos aquí, puede parecer alejado de la mentalidad occidental, pero revela una preciosa verdad, que ha aparecido varias veces en estas páginas. El compromiso puede generar un amor que dé estabilidad a la relación, permitiendo a la pareja experimentar una satisfacción duradera: «Basamos nuestro matrimonio en el compromiso que representan los votos matrimoniales, no en los sentimientos. A medida que nuestro matrimonio avanza, los sentimientos también se desarrollan. En otros lugares, donde el matrimonio se basa en los sentimientos, ¿qué ocurre cuando esos sentimientos disminuyen? No te queda nada para mantener unido el matrimonio»[26].

  1. Francisco, Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, 19 de marzo de 2016.
  2. Cfr V. Cesari Lusso, Se Giulietta e Romeo fossero invecchiati insieme… Vivere «felici e contenti» imparando a comunicare, Trento, Erickson, 2007, 10.
  3. «El deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante. Los novios deberían ser estimulados y ayudados para que puedan hablar de lo que cada uno espera de un eventual matrimonio, de su modo de entender lo que es el amor y el compromiso, de lo que se desea del otro, del tipo de vida en común que se quisiera proyectar» (AL 209).
  4. Cfr K. Paige Harden, «True Love Waits? A Sibling-Comparison Study of Age at First Sexual Intercourse and Romantic Relationships in Young Adulthood», en Psychological Science, 25 de Septiembre de 2012; E. Berscheid – H. T. Reis, «Attraction and close relationships», en D. T. Gilbert – S. T. Fiske – G. Lindzey (eds.), The handbook of social psychology, vol. 2, Boston, McGraw-Hill, 1998, 193–281; M. Jay, «The Downside of Cohabiting Before Marriage», en The New York Times, 14 de abril de 2012.
  5. W. Shakespeare, Antonio y Cleopatra, I, 1.
  6. «La convivencia prematrimonial no es una garantía de la larga duración de la unión, al contrario, parece favorecer su disolución […], porque considera el futuro conyugal a corto plazo. Esto explica tanto que las convivencias se rompan con más frecuencia que los matrimonios, como que estos últimos, cuando van precedidos de una unión libre, resulten más frágiles que los otros». (A. L. Zanatta, Le nuove famiglie, Boloña, il Mulino, 1997, 39). Cfr M. Francesconi, «Divorzio e convivenza in Gran Bretagna. Quale futuro per la famiglia?», en Aggiornamenti Sociali 51 (2000) 417-430.
  7. V. Mathieu, «Tipologia dei sistemi e origine della loro unità», en Memorie dell’Accademia dei Lincei, Roma, 1994, serie IX, vol. IV, 91.
  8. Cfr los casos comentados en R. Norwood, Donne che amano troppo, Milán, Feltrinelli, 1998.
  9. S. Minuchin – P. M. Nichols – W. Lee, Famiglia: un’avventura da condividere. Valutazione familiare e terapia sistemica, Turín, Bollati Boringhieri, 2009, 17.
  10. He aquí la lista, ordenada por importancia: 1. Comunicación íntima/apoyo; 2. Comprensión/apreciación; 3. Tolerancia/aceptación; 4. Flexibilidad/capacidad de cambio; 5. Valores/habilidades; 6. Familia/religión; 7. Asuntos financieros/tareas domésticas; 8. Atracción física/pasión; 9. Simpatía/amistad; 10. Fidelidad (cf. R. Sternberg, La freccia di Cupido. Come cambia l’amore: teorie psicologiche, Trento, Erickson, 2014, 177 s.).
  11. «Cuando el amor se convierte en una mera atracción o en una afectividad difusa, esto hace que los cónyuges sufran una extraordinaria fragilidad cuando la afectividad entra en crisis o cuando la atracción física decae» (AL 217).
  12. Es el caso, por ejemplo, de la experiencia de Claudio Imprudente, fundador de la asociación Accaparlante de Boloña, que sufre una grave discapacidad motriz y del habla. Señala el punto de inflexión en su vida cuando encontró personas a su lado que le escuchaban con afecto e interés, implicándole en sus proyectos (cfr C. Imprudente, Una vita imprudente. Percorsi di un diversabile in un contesto di fiducia, Trento, Erickson, 2003).
  13. N. Branden, «Un punto di vista sull’amore romantico», en R. J. Sternberg – M. L. Barnes (eds), Psicologia dell’amore, Milán, Bompiani, 2004, 254. Cfr también AL 225: «cuando no se sabe qué hacer con el tiempo compartido, uno u otro de los cónyuges terminará refugiándose en la tecnología, inventará otros compromisos, buscará otros brazos, o escapará de una intimidad incómoda».
  14. R. J. Sternberg, La freccia di Cupido…, cit., 196; cfr N. S. Jacobson – W. C. Follette – D. W. McDonald, «Reactivity to positive and negative behavior in distressed and nondistressed married couples», en Journal of Consulting and Clinical Psychology 50 (1982) 706–714; N. S. Jacobson et Al., «Attributional processes in distressed and nondistressed married couples», en Cognitive Therapy and Research 9 (1985) 35-50.
  15. Cfr H. Fisher, The First sex, Londres, Random House, 1999, 8.
  16. C. Regalia – G. Paleari, Perdonare, Boloña, il Mulino, 2008, 70. Sobre los diferentes significados posibles del perdón, cfr G. Cucci, «Il perdono, un atto difficile, ma necessario», en Civ. Catt. 2015 I 142-156.
  17. Cfr G. Levinger – D. J. Senn – B. W. Jorgensen, «Progress towards permanence in courtship: A test of the Kerckhoff-Davis hypothesis», en Sociometry 33 (1970) 427–443; M. L. Clements – S. M. Stanley – H. J. Markman, «Before they said “I do”: Discriminating among marital outcomes over 13 years», en Journal of Marriage and the Family 66 (2004) 613–626.
  18. F. Rosenzweig, La stella della redenzione, Casale Monferrato (Al), Marietti, 1985, 189.
  19. Cfr D. Vaughan, Uncoupling: Turning Points in Intimate Relationships, New York, Vintage Books, 1990, 76-78.
  20. R. S. Weiss, Marital Separation, New York, Basic Books, 1975, 71-82. Cfr AL 241 s.
  21. Cfr R. Salemi, «Sedotti dalla moglie fotocopia», en La Stampa, 25 marzo 2009.
  22. Cfr I. Yalom, Sul lettino di Freud, Vicenza, Neri Pozza, 2015, 100 s.
  23. «La condición del compromiso es que la persona se haga incapaz de revertir su condición […]. Debe mantener una actitud inequívoca hacia la alternativa elegida y renunciar a la otra; esta renuncia dará un contenido de alegría a la alternativa elegida» (H. B. Gerard, «Basic features of commitment», en R. P. Abelson et Al. [eds], Theories of Cognitive Consistency: a Sourcebook, Chicago, Rand MacNally, 1968, 457).
  24. R. J. Sternberg, «La triangolazione dell’amore», en R. J. Sternberg – M. L. Barnes (eds), Psicologia dell’amore, cit., 161. Para el sociólogo Luhmann, en la base del amor como pasión «es común la intención de evitar el matrimonio». (N. Luhmann, Amore come passione, Milán, B. Mondadori, 2006, 99).
  25. «Probablemente quienes llegan mejor preparados al casamiento son quienes han aprendido de sus propios padres lo que es un matrimonio cristiano, donde ambos se han elegido sin condiciones, y siguen renovando esa decisión. En ese sentido, todas las acciones pastorales tendientes a ayudar a los matrimonios a crecer en el amor y a vivir el Evangelio en la familia, son una ayuda inestimable para que sus hijos se preparen para su futura vida matrimonial» (AL 208; cfr 213).
  26. T. D’Paula, «Il matrimonio nella cultura indiana. Stato del Karnataka», en J. Kowal – M. Kovač (eds), Matrimonio e famiglia in una società multireligiosa e multiculturale, Roma, Gregorian & Biblical Press, 2012, 300.
Giovanni Cucci
Jesuita, se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica".

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