Literatura

La obra de Philip K. Dick

Philip K. Dick © Wikimedia (Foto coloreada de La Civiltà Cattolica)

«El nuestro no es un mundo real, sino una enorme y compleja representación onírica (orquestada por una mente superior a cualquier otra), a merced de divinidades caprichosas y en pugna. El presente aparece como algo completamente artificial, con sus modelos impuestos por la industria de los mass-media. En él se pueden leer las preocupantes consecuencias de una gran catástrofe causada por un desastre ecológico o una guerra nuclear: de estos y otros elementos se llega a concluir que una existencia “verdadera” y “positiva” diseñada por los hombres (o por quienes parecen hombres), solo puede, hipotéticamente hablando, ser soñada»[1]. Según muchos investigadores esta es una de las maneras, tal vez demasiado sintética y unidireccional, de intentar resumir toda la obra literaria de Philip Kendred Dick (1928-1982)[2], el escritor estadounidense conocido por haber inspirado algunas películas de gran éxito, como Blade Runner (1982) de Ridley Scott o Minority Report (2002) de Steven Spielberg, y por ser considerado ya definitivamente – gracias a los estudios de su obra, las tesis de investigación, los congresos[3] – entre los autores estadounidenses de referencia en el siglo XX, junto a William Faulkner, Norman Mailer, Thomas Pynchon. Hay incluso quienes aventuran una hipótesis: «Si Dick hubiera sobrevivido [más allá de los 53 años que vivió], habría podido ser seguramente un candidato al Nobel»[4], tan penetrante es «la fuerza simbólica y la carga [metafórica de su] grandioso fresco del universo»[5].

«filósofo, no narrador»

Reflexionando sobre su obra como escritor, pocos meses antes de su muerte, Dick confiesa: «Soy un filósofo que se expresa en novelas, no un narrador; mi habilidad para escribir novelas y cuentos la uso como un medio para formular mis percepciones. El núcleo de lo que escribo no es el arte sino la verdad. Por lo tanto lo que digo es la verdad, y sin embargo no puedo hacer nada para aligerarla, ni con actos ni con explicaciones»[6].

Desde el principio, los cuentos y las novelas de Dick aparecen caracterizados por ideas bien precisas, por el color ambiental, por un perfil estilístico que tiende a un nivel decididamente alto. Ya en la precoz Solar Lottery (Lotería solar, 1955) descubrimos la deuda con la mejor literatura fantástica y anticipatoria del siglo XX: Wells, Zamjàtin, C. S. Lewis[7], Huxley, Orwell, por el lado futurista, sociológico, ético y utópico; Sturgeon y Van Vogt en los aspectos más ligados a la fantasía y la ciencia. También Eye in the Sky (Ojo en el cielo) y otros textos menores – salvo The Man of the High Castle (El hombre en el castillo), ganadora del Hugo, el premio internacional más importante para la narrativa de ciencia ficción – muestran una inconfundible oscilación entre lo real y lo imaginario, entre realidad histórica e hipótesis alternativas, entre la tentación de huir hacia el espacio profundo y el coraje de enfrentar las situaciones enredadas que anidan en el «espacio» interior del hombre[8].

Las mismas tendencias hacia una apreciación divergente se leen en Dick en lo que se refiere al progreso tecnológico[9], al comino evolutivo de la humanidad y a las elecciones que conducen a los protagonistas a escenarios que, al final, impiden cualquier tipo de evasión. El estreno en Italia de la película Minority Report de Spielberg, motivó el análisis de este aspecto desde muchos puntos de vista: algunos[10] privilegiaban la problemática social evidenciada por Sergio Cofferati, promotor de las novelas de Dick para la editorial Fanucci. En la «Introducción» de The Simulacra, este manifiesta simpatía por las criaturas nacidas de la ingeniería genética y destinadas, como una suerte de «bajo proletariado», a las tareas y trabajos más humildes. Cuando la sociedad de los «humanos» se encamina a la autodestrucción, estos advierten una suerte de llamado a la esperanza. Se nota en ellos una especial «iluminación en los ojos», el ademán de una «sonrisa», una posible señal de comprensión de que su redención está cerca[11].

Otros[12], en cambio, advertían – comprensiblemente – cuestiones éticas, como la de la libertad personal en una sociedad sujeta a un control generalizado, y destacaban consideraciones relacionadas de manera más estrecha a la película Minority Report, que está inspirada en un cuento breve de Dick de 1956. Las apreciaciones y los análisis de la revista mensual de la Policía del Estado Italiano[13] son quizá aun más interesantes, en la medida en que estos ya usan instrumentos muy avanzados para el control social, como respuesta a la necesidad y a la demanda cada vez mayor de seguridad: estamos, en todo caso, todavía lejos de un futuro como ese, en el que será posible – según el cuento de Dick – entrar incluso en la mente de los individuos para evaluar si son capaces de cometer delitos y están a punto de cometerlos realmente. Una atención incluso mayor merece un artículo de Goffredo Fofi[14], porque constituye, de manera sintética, una breve summa crítica, en que registra las adhesiones favorables al mundo de Philip Dick desde distintos ángulos culturales y políticos, y toma en consideración la obra desde su vida personal[15].

Pero más que esta o aquella insinuación sobre las posibilidades futuristas de alargar nuestra vida más allá de la muerte (Ubik, 1966-1969) o de mantener vivo el mayor tiempo posible un mundo agotado por la contaminación y la explotación de los recursos naturales (Do Androids Dream of the Electric Sheep?, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, inspiración de Blade Runner en 1982), lo que realmente hace de Dick un autor muy famoso es la descripción detallada de un mundo futuro muy poco distante del actual: según sus pronósticos, no se puede evitar una tercera guerra mundial (y nuclear) o, al menos, un desastre ecológico de proporciones planetarias. El progreso, aunque con algunas dificultades comprensibles, ha seguido su curso: los viajes a los planetas han llevado a la colonización de algunos de ellos, Marte por ejemplo (Martian Time-Slip, Tiempo de Marte, 1964), instaurando pequeños paraísos artificiales, que de todas formas no impiden que los hombres sigan acarreando sus problemas, su mala conciencia y sus demonios (The three stigmata of Palmer Eldritch, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, 1965); y así la bella, nueva y futurista sociedad degenera hacia situaciones tal vez peores que aquellas de las que partió.

A nivel personal, Philip Dick registra las ilusiones sociales generadas por las utopías surgidas en los campus de las universidades estadounidenses desde 1964, pero incluso antes, registra el malestar político surgido tras el asesinato de John F. Kennedy: presidentes que parecen dictadores (Radio Free Albemuth, Radio Libre Albemuth, 1976 -1985), figuras matriarcales que actúan entre bastidores como jefes de Estado (The Simulacra), respetables líderes que en realidad no son más que robots (A. Lincoln Simulacrum, 1962-1969).

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En sus últimas obras, la incursión en la «cuasi – no ficción» o en la autobiografía[16] surge en los cuentos y novelas de los años sesenta – el período de plena madurez de Dick – de una imaginación desenfrenada que acepta lo incoherente, lo onírico y lo sublima en una especie de ronda al estilo de Schnitzler. En este sentido, podemos alabar una obra maestra como Ubik, cuyo título deriva del latín ubique, es decir, una especie de «panacea» en un bote de spray o en una lata, que puede ser al mismo tiempo cualquier producto de consumo, listo en el momento «para salvarte la vida», como siempre ha asegurado la publicidad: una cerveza, un baño de burbujas, una sopa para la cena, un aderezo para la ensalada, una crema de afeitar, una crema batida, un producto de limpieza, un desinfectante bucal… una obra de Andy Warhol y – por supuesto, para los que ahora han perdido la cabeza detrás de estas cosas – «Ubik… el creador, el eterno», ¿Dios mismo? No es casualidad que el propio Dick haya elaborado un guion cinematográfico muy acertado para esta novela[17], que aún no se ha utilizado: ¿se prestaría a una película visionaria al estilo de Wenders?

Cada situación parece siempre llevada al extremo, siempre al borde del colapso, de un final que parece inminente: es emblemática la posición de un astronauta moribundo, dejado en órbita alrededor de la Tierra tras un apocalipsis nuclear. Según un cierto humor, una ironía típica de Dick, parece una especie de disc-jockey espacial, que lanza al final un último y dramático mensaje: «“Amigos míos, les habla Walter Dangerfield y deseo, en primer lugar, agradecerles el placer de nuestras conversaciones, el intercambio de ideas con el que hemos permanecido unidos y en contacto unos con otros. Sin embargo, me temo que mi enfermedad me impide continuar. Por lo tanto, con gran pesar, me veo obligado a darles el cambio y fuera por última vez…”. Continuó con dificultad, eligiendo sus palabras con cuidado y tratando de afectar lo menos posible a su público. Pero dijo la verdad: que estaba en las últimas y que tendrían que encontrar la manera de comunicarse entre ellos, incluso sin él…»[18]. Pero en realidad, el «superviviente» Dick, junto con su universo fantástico, sigue viviendo, al igual que nuestro mundo sigue avanzando, a pesar de estar siempre bajo la amenaza de catástrofes naturales y acontecimientos bélicos o terroristas más allá de cualquier predicción y de cualquier imaginación espectacular.

Fantasías y racionalización religiosa

Su aproximación al tema religioso es más problemático: para Dick, y no solo para él por lo demás, es mejor que el Dios personal, el Dios de la fe – recordemos que en la síntesis inicial del mundo de Dick el divino es una «mente superior» – no entre en las novelas como «personaje», porque suscita en el autor la búsqueda, a veces inconsciente, del mítico deux ex machina, que quita responsabilidad y redimensiona de manera automática el papel de los personajes de la historia[19]. Por otro lado, Dick piensa que él es el objeto de una especial «iluminación»[20], es un lector ávido de todo, y entre sus amigos más queridos se encuentra el católico Anthony Boucher (su mentor, encarnado en el personaje de «David» en Valis, que cita una y otra vez a C. S. Lewis) y el obispo episcopal James Pike. Entre los autores que menciona en sus escritos se encuentran Tertuliano, Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Spinoza, Jung, Bergson, Martin Bubur, Tillich, Teilhard de Chardin, por lo que es inevitable que afloren innumerables alusiones religiosas. En su última novela, The Transmigration of Timothy Archer (La transmigración de Timothy Archer, 1982) hay citas o alusiones bíblicas en cada página.

Si recorremos desde el inicio el catálogo de obras de Dick, nos encontraremos con A Glass of Darkness (Un espejo de oscuridad, 1956), en la que se alude a la famosa cita de Pablo en 1 Cor 13,12, que en cierta traducción inglesa (now we see through a glass, darkly) suena precisamente así: «ahora vemos a través de un espejo, de manera oscura». Este tema del doloroso modo en que percibe, observa, espía, vive, sufre, se cuida y muere el protagonista, es retomado por Dick de manera «aun más penosa, nebulosa, oscura, en el límite de la oscuridad completa» (y con gran maestría) en una de las últimas novelas, A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad, 1977), descripción «fidedigna» de un mundo privado de toda libertad, reino de drogas de todo tipo, en el que un individuo, más o menos condicionado y alienado (que termina por resbalar de una personalidad a otra), no se da cuenta (¿pero hasta qué punto?) que su trabajo consiste en vigilarse a sí mismo.

A Dick le gustan todos los tipos de paradojas: en The World Jones Made (El tiempo doblado, 1956) un charlatán fanático se impone como profeta, salvador y dictador universal, gracias a que puede predecir el futuro hasta un año más adelante; pero es un perfecto inútil, y la única forma que encuentra para convertirse en «un gran hombre de la historia» consiste en morir mártir de su propia causa, dejándose asesinar por dos conspiradores que intentan rebelarse contra su poder despótico. A muchos críticos literarios les resulta espontáneo ver en el protagonista Jones una alegoría de «Jesús», aunque el primero es solo un falso salvador, un profeta de poca monta… de hecho, las primeros pasos de su carrera los da en el circo.

La desenvoltura con la que Dick hace desfilar las infinitas citas en sus relatos no es casi nunca irreverente: The Penultimate Truth (La penúltima verdad, 1964) es la de un grupo de cínicos detentores del poder mundial, que piensan que es más práctico mantener a toda la humanidad en los bunkers antiatómicos que revelarles que la guerra ha terminado. La veracidad del estado bélico, que era efectivamente tal en los días anteriores, no solo se opone a lo que consideramos real, sino a la «Verdad» de la que habla el Evangelio de Juan y, en general, a las verdades «últimas» para el cristiano. También en esta novela – que no se encuentra entre las mejor logradas – la deuda con 1984 de Orwell es patente, en la medida en que la sociedad está fundada sobre una terrible mentira global.

No demasiado serio

Galactic Pot-Healer (Gestarescala, 1969) es una demostración de que los autores no siempre son los mejores jueces del resultado de su propia obra. Dick escribió sobre Galactic Pot-Healer (cuyo argumento derivaba de uno de sus cuentos infantiles: Nick y el Glimmund) que representaba el «esfuerzo de alguien que, falto de ideas, debe raspar la olla de su imaginación»[21]. Probablemente se sintió avergonzado de que una historia salpicada de infinidad de giros, animada por un lenguaje crepitante, tuviera su momento especial en torno a un verdadero, puro y simple acto de fe: una criatura gigantesca y monstruosa, enferma y herida, consigue realizar un milagro sin precedentes a condición de abrazar a un pequeño grupo de animalitos, de «pequeños seres», atraídos desde todos los rincones de la galaxia con el espejismo de un modesto trabajo. En realidad, se trata de hacer surgir de las profundidades del océano la mítica catedral de Heldscalla, situada en el planeta del Labrador, que gira alrededor de la estrella Sirio. Este es, en efecto, el clímax de la novela, pero hay muchos detalles divertidos, como la continua contumacia del protagonista Joe contra todos los objetos inanimados (puertas, teléfonos, máquinas expendedoras…) que le responden con amabilidad y se niegan a servirle a pesar de las monedas que piden petulantes, o a las amables y surrealistas «conversaciones» de los humanos con pulpos y pececillos, como en un buen dibujo animado reciente de Disney, Buscando a Nemo, por ejemplo. Más de un estudioso está convencido de que si Chesterton hubiera ambientado uno de sus relatos en el año 2046 y entre los planetas de la galaxia, probablemente se habría parecido a Galactic Pot-Healer.

Un título más, Deus irae (1976): es el resultado de una larga colaboración con Robert Zelazny, el autor de Lord of Light (1967) y de Isle of the Dead (1969), ejemplos «muy claros»[22] del tema religioso en el contexto de la fantasía y de la ficción anticipatoria. El «Dios de la ira» en cuestión es, como en El mundo que Jones creó, un ser humano, Carlo Lufteufel. Preparó meticulosamente el holocausto nuclear y luego asumió la responsabilidad de encender la mecha. La radiación que ha provocado lo está reduciendo a una larva humana, pero su miserable condición es desconocida por la mayoría. Su secta sigue adorándole e incluso encarga un retrato idealizado al pintor Tibor Mcmaster (una persona pequeña, mansa e ingenua, sin brazos ni piernas). El artista inicia conscientemente una especie de peregrinaje humano y espiritual en el mundo alucinado de la época «post-bombardeo»: se desplaza en un extrañísimo vehículo semiautomático, tirado por una vaca, en busca del verdadero Lufteufel y de una auténtica inspiración para representarlo de la mejor manera posible. Tibur es puro y pasa indemne por mil vicisitudes e interminables discusiones filosóficas y religiosas, oscilando estas últimas entre las ideas más estrafalarias de las sectas pseudocristianas y las de una supuestas ortodoxia representada por la confesión episcopaliana y el catolicismo. Aquí los humanos también hablan con todo tipo de seres, como cucarachas, lagartos e incluso un pájaro sabio, que en realidad es un engañoso «burlador», llamado Teilhard de Chardin. Tibor «exorciza» la lúcida e irremediable locura del moribundo Lufteufel, conoce al viejo Tom, que acepta posar para el «retrato» del Deus irae, y sobre todo aprende a apreciar a Alice, una niña discapacitada, que en este mundo loco y desesperado es la única que puede realmente «ver» y «encontrar la verdad»[23]. El cuadro encargado resulta finalmente una espléndida representación al estilo de los grandes maestros del Renacimiento italiano y no parece representar a un «Dios de la ira» sino a un enigmático «Dios del consuelo». Pero para Dick y Zelazny, si es cierto que el hombre no puede vivir sin esperanza en un «Dios compasivo» que lleva todo a buen puerto, no es posible indicar un destino objetivo y definitivo[24].

A partir de esta consideración sobre la religiosidad en Dick, no entendemos cómo se puede ver en él un maestro o un guía religioso, como pretenden algunos críticos literarios. Sin embargo, es significativo que, precisamente por su interés en los problemas religiosos, el periódico católico Avvenire dedicara una página de su espacio cultural «Agorà»[25] a Philip Dick, con motivo del vigésimo aniversario de la muerte del escritor. Además de reconocer su creciente fama, el periódico se planteaba si Dick había pretendido fundar un movimiento religioso o si sus escritos justificaban los subtítulos de «Evangelio» y «Biblia» que los editores dieron a su biografía y al volumen que contiene sus tres últimas novelas. Conviene recordar que en los círculos de la ficción anticipatoria no existe una aspiración generalizada a fundar escuelas terapéuticas o a organizar el fenómeno religioso; si acaso, se podría documentar el intento de racionalizar la necesidad que tiene el hombre de lo sagrado y la confianza en que las ciencias positivas aún pueden explicar fenómenos como el nacimiento o la evolución del cosmos.

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Carlo Pagetti, profundo conocedor de toda la obra de Dick, es más preciso en el mismo número de Avvenire: «La atracción por el fenómeno religioso es constante en nuestro autor, pero siempre bajo el signo de un sentimiento ambivalente que va desde la parodia de un mesianismo genérico hasta el interés por el esoterismo (religiones antiguas y orientales), con especial atención al catolicismo (en los países de habla inglesa esta confesión es a menudo elegida como ámbito preferido para los itinerarios de conversión o profundización espiritual y religiosa)».

Profundizando en no ficción y la autobiografía

La misteriosa y ambigua (por cierto desasosiego y duda que le provoca) «revelación» del 2 de marzo de 1974 (con sus posteriores «apéndices») constituye el tema de la imponente Exégesis[26], en gran parte inédita, y de las novelas de los últimos años (a partir de Flow My Tears, The Policeman Said, Fluyen mis lágrimas, dijo el policía, 1970-74) con las que Dick no sólo pretende «recorrer» los rasgos esenciales de su parábola humana, sino también proponer la descripción de un acontecimiento sobrenatural que debería implicar a toda la humanidad.

En la novela Sivainvi (Valis, 1981), pasamos de forma emblemática de las presuntas influencias sobre el pensamiento y la vida humana de un misterioso satélite alienígena, llamado VALIS (Vast Active Living Intelligence System), a una serie de epifanías divinas a través de extrañas iluminaciones, mensajes de radio, amigos católicos que citan constantemente a C. S. Lewis, una especie de conciencia junguiana convencida de que también vivió en la época de Jesús, expresándose así en la koinē de aquel tiempo. Considerada, junto con Los tres estigmas de Palmer Eldritch y Ubik, como una obra maestra, Valis comparte con estos dos títulos la incursión no tanto en lo irracional, sino hacia lo «no consecuente»: es como si se quisiera filmar el caos de este mundo con una cámara, sin reconstrucción ni montaje. Incluso los diálogos tienen una calidad incisiva, pero tienden a solaparse, un poco como en las películas de Woody Allen, donde los personajes hablan todos a la vez; una especie de Babel no visitada por la Pentecostés cristiano.

Ideas y debates

En una entrevista, Dick reitera que sus relatos son «cuentos de ideas»[27] (no «tesis») y que se basan principalmente en la caracterización de los personajes y la originalidad de la trama. La única excepción es Una mirada a la oscuridad, dedicado a sus amigos enfermos o muertos por la droga y escrito para que quienes lo leyesen no tuvieran el menor deseo de tomar o retomar las drogas. De hecho, observa dramáticamente en una nota al final de la novela: «Ellos [Dick y sus amigos] querían divertirse, pero se comportaron como esos niños que juegan en la calle y que, aunque ven cómo cada uno de ellos, uno tras otro, es asesinado, atropellado, mutilado, aniquilado, no dejan de jugar…»[28].

Hacia el final de la entrevista[29], de nuevo en relación con las «ideas» subyacentes de sus últimas novelas, Dick admite que está convencido de que, después de la caída de Jerusalén en el año 70 d.C., «no pasó nada realmente»: así que lo «Divino» aún no se ha manifestado plenamente y probablemente lo hará en grande. Esto es todo lo que se puede saber de Dick, que a menudo repite, exageradamente, «por mis escritos no sabrán nada de mí»; y coincide sustancialmente con la «lectura» que estamos realizando y con lo que diremos de las otras dos novelas de la trilogía VALIS.

La invasión divina (1981) describe la entrada clandestina en la Tierra de un niño, Emmanuel, apodado Manny, nacido en un planeta lejano de dos exploradores solitarios y muy motivados (ella es católica y socialmente activa). La entidad VALIS se encarga de que el niño, y más tarde el muchacho, consiga siempre escapar de los poderes civiles y religiosos, que conspiran juntos para matarlo llamándolo «Belial», el Diablo; de hecho, temen que sea una especie de «mesías». A Manny le gusta esencialmente jugar y bailar, como reveló el Niño Jesús a Humiliana de Cerchi[30]; le acompaña una amiga de casi la misma edad, Zina, que de vez en cuando encarna al Bautista, a la Sabiduría bíblica, a la Sofía griega, a un personaje simbólico de la Cábala, a un hada medieval, a una «Hermione» parecida a la amiga de Harry Potter, etc. Además de Manny y Zina, esta «Invasión Divina» incluye también a Elías, un anciano «manitas», experto en disfraces, que resuelve las situaciones más complicadas. Al final, el verdadero Belial es casi despedazado por la voz de Linda Fox, una extraordinaria cantante con un amplio repertorio, desde el Renacimiento hasta los contemporáneos y el pop, conocida por el padre de Manny, que regenta una tienda de discos, como el propio Dick hizo en su día, como vendedor.

Aunque sea paradójico e imaginativo, a nuestros lectores les parecerá demasiado evidente la alegoría de la historia del verdadero Mesías de los cristianos. Casi como un correctivo a tanto simbolismo, en su siguiente novela, La transmigración de Timothy Archer (1982), Philip Dick acepta el reto de ponerse completamente en juego, narrando hechos que le involucraron unos diez años antes, aceptando así de forma lúcida no sólo cruzar la frontera hacia la «meta-ciencia ficción»[31] (aquí no hay ninguna referencia extraterrestre a VALIS, la inteligencia superior que guía los acontecimientos humanos) sino también hacia la autobiografía real. Esto se refleja en la inusual linealidad expositiva y la fluidez del texto de Dick: así, es relativamente fácil seguir los últimos meses de la vida terrenal del obispo episcopaliano James «Jim» Pike (en la novela se llama Timothy «Tim» Archer), una figura que podríamos comparar remotamente con la del obispo católico Fulton Sheen. Pike tuvo un papel importante en la evolución cultural y espiritual de Philip Dick[32], pero más tarde él mismo entró en crisis, tuvo una relación extramatrimonial, y fue juzgado en su comunidad tanto por sus ideas como por su moralidad. Jim Pike murió en circunstancias poco claras en Israel en 1969, mientras buscaba su propia verdad.

La transmigración de Timothy Archer parece un fiel relato de los hechos narrados en primera persona por la nuera de Archer, en la que curiosamente se esconde Dick, dando profundidad por primera vez a las figuras femeninas, que en sus relatos parecen en cambio siluetas vacías – aunque por fuera parezcan salidas de los lápices de valiosos dibujantes –, como le reprochaba Ursula Kroeber Le Guin, la mayor autora norteamericana (y mundial) de ficción anticipatoria, que antes incluso le había comparado con Borges: «Aquí en Estados Unidos también tenemos un Borges y no nos hemos dado cuenta»[33].

Ángel Archer se casó con Jefferson «Jeff» Archer, hijo del obispo Tim Archer: Jeff se suicidó en los tiempos del asesinato de John Lennon en Estados Unidos (1980). Ángel es muy lúcida al describir los pensamientos y sentimientos de Jeff («le faltaba alegría, le faltaba interés por la vida»[34]) y, poco a poco, los de los demás personajes: la culpa de Kirsten[35], la amante del obispo Archer; los arrebatos emocionales y las confusiones mentales de Bill[36], el hijo de Kirsten; las convicciones, los momentos de arrepentimiento y las dudas de su suegro, al que describe como «el obispo más famoso de la era moderna»[37]. Cuando llega la noticia de la muerte de Tim Archer, que vagaba imprudentemente por el desierto de Judá, cerca de las cuevas de Qûmram, Ángel encuentra inmediatamente la paz, porque se siente confirmada en la convicción de que su suegro, aunque declaró que ya no tenía tanta fe, buscaba en cambio sinceramente esa “Verdad” – con mayúscula – que está en la base de la figura humana de Jesús. Los sentimientos positivos sobre el destino de Timothy Archer y sus familiares[38] también son comunicados a Ángel por un tal profesor Edgar Barefoot, experto en filosofía, teología y música, que al final le entrega simbólicamente un raro disco: la música es capaz de un auténtico consuelo. Me gusta pensar que el mismo destino sereno le estaba reservado a Philip Dick, que unas semanas después de la conclusión de la novela sufrió un último ataque al corazón. Su padre, Edgar, quiso que descansara en Fort Morgan, Colorado, junto a su hermana gemela Jane, que sobrevivió al parto sólo 40 días.

Conclusión

Al final de este recorrido por la obra literaria de Philip Kendred Dick no podemos asegurar que hayamos “cerrado el círculo” exactamente. Hemos visto, a propósito de Un escrutinio oscuro, que también es capaz de realizar testimonios realistas y dramáticos, firmados en primera persona, aquí sobre los efectos de las drogas. Sin embargo, queda la pregunta: ¿la experiencia del protagonista Fred fue vivida tal y como fue narrada o la droga favoreció la triple multiplicación de su personalidad, favoreció la compleja construcción de la trama de la novela digna del mejor género negro? Las mismas consideraciones pueden aplicarse a La transmigración de Timothy Archer: ¿es realmente una especie de relato fiel de una búsqueda existencial y espiritual, o los ingredientes de la fantasía añaden los elementos suficientes para convencer a algunos lectores de que, al fin y al cabo, es sólo una comedia bien elaborada?

A propósito de la Trilogía VALIS, Giuseppe Lippi, editor de algunas prestigiosas series de fantasía y ciencia ficción, concluye un largo recorrido por las novelas de Philip Dick sobre el tema de «la teología y la ciencia ficción»: «En realidad, Valis y sus secuelas eluden el encasillamiento fácil y las conclusiones superficiales»[39], y se refiere a la profundidad y la complejidad de otra famosa trilogía (Lejos del planeta silencioso, Perelandra, Esta fuerza horrible) que en los años cuarenta contribuyó a la fama de C. S. Lewis, autor que también llevaba el mismo nombre. S. Lewis, autor también de las Cartas de Berlicche.

Por lo tanto, Dick no se presta a simples juicios concluyentes y globales. Incluso en lo que respecta a la afirmación que sigue al resumen inicial del mundo de Dick, de que merecía el Premio Nobel por “el poder simbólico y la carga [metafórica] de su grandioso fresco del universo”, se podría objetar que tal premio se habría concedido más bien a Isaac Asimov, el más famoso autor de ciencia ficción, o James Ballard, por sus lúcidos y despiadados análisis del comportamiento humano, o Ursula Le Guin, por su fina y elegante vena poética, o incluso algunos de los escritores más jóvenes como Iain Banks, que tiene la capacidad de cambiar de género y crear mundos ajenos con una amplitud e imaginación asombrosas. Al asistir a algunas convenciones de ciencia ficción, Philip Dick era más un bromista que un preguntón serio. Sin embargo, en el marco de un examen genuino y desinteresado de toda su producción, merecería algo más que un juicio definitivo y valioso sobre su arte, un estudio desprejuiciado, una discusión, incluso un diálogo en torno a lo que él llamaba sus “ideas”: estamos seguros de que estaría encantado.

  1. L. SUTIN, Divine invasioni: la vita di Philip K. Dick, Roma, Fanucci, 2001, 15.

  2. Dick nació en Chicago el 16 de diciembre de 1928. Desde muy joven se debatió entre su pasión por la música y la literatura fantástica; entonces, a los 23 años, vendió su primer relato de fantasía y a los 26 publicó su primera novela, Solar Lotter (El disco de la llama). Aunque no pudo vivir una existencia económicamente acomodada, se mantuvo con los ingresos de sus escritos. Con padres divorciados a sus espaldas, pasó por cinco matrimonios, sin encontrar nunca una solución que le satisficiera plenamente. A los 11 años se trasladó de Washington a Berkeley, donde asistió a la Universidad de California y participó en las revueltas sociales de la década de 1960. Justo cuando su consagración como escritor de éxito estaba a punto de hacerse realidad, su salud, minada por el exceso de trabajo, el abuso de drogas y diversos tipos de agotamiento, se derrumbó: murió el 2 de marzo de 1982.

  3. Cfr P. K. DICK, Il sogno dei simulacri, G. VIVIANI – C. PAGETTI (Eds), Milán, Nord, 1989, 41 y 51.

  4. Ibid, 5.

  5. Ibid.

  6. L. Sutin, Divine invasioni, cit., 23.

  7. En la Enciclopedia della Fantascienza, editada por G. Montanari, Milán, Mondadori, 1986, 142-143, junto a la famosa «trilogía del Dr. Ramson», se pueden citar otros nueve títulos del género fantástico, algunos dedicados a la ficción infantil.

  8. Sobre los problemas del espacio interior, véase G. Arledler, «James Graham Ballard», en Letture, octubre de 1990, 685-698.

  9. Entre otras cosas, Dick fue el «inventor» del teléfono móvil, el ordenador portátil y la aplicación de los descubrimientos genéticos a la transformación de los organismos humanos (cfr P. K. Dick, Mutazioni, Milán, Feltrinelli, 1996, 135 s).

  10. Cfr F. Ferzetti, en Il Messaggero, 27 de septiembre de 2002.

  11. Cfr S. Cofferati, «Introduzione», en P. K. Dick, I Simulacri, Roma, Fanucci, 1998, 10.

  12. Cfr A. Zaccuri, «Spielberg e il libero arbitrio», en Avvenire, 25 de septiembre de 2002, 28.

  13. Cfr F. Caprara, «Un detective fantascientifico», en Polizia moderna, agosto 2002, 62 s.

  14. Cfr G. Fofi, «Philip K. Dick: così la fantascienza diventa ancor più vera del vero», en Panorama, 10 de octubre de 2002.

  15. Sobre la relación entre la infancia infeliz y las actividades de un famoso escritor del género fantástico, véase G. Arledler, «James Graham Ballard», en Letture, cit.

  16. Cfr P. K. Dick, Il sogno dei simulacri, cit., 25-33; 115-125.

  17. Véase la segunda parte de la edición de Fanucci de 1998.

  18. Cfr P. K. Dick, Il sogno dei simulacri, cit., 9.

  19. Cfr Id., Mutazioni, cit., 260-320, 321 s.

  20. Cfr L. Sutin, Divine invasioni, cit., 25-27. 47. 69. 300-305 s.

  21. Ibid, 342.

  22. G. Montanari (ed.), Enciclopedia della Fantascienza, cit., 172.

  23. . Vallorani, «Postfazione», en P. K. DICK, Deus Irae, Roma, Fanucci, 2001, 249.

  24. Cfr Ibid, 239.

  25. Cfr A. Zaccuri, «Dick di culto o il culto di Dick?», en Avvenire, 28 de febrero de 2002, 22

  26. Cfr L. Sutin, Divine invasioni, cit., 24, especialmente 299-305.

  27. D. De Prez, «Intervista con Philip K. Dick», en P. K. Dick, Radio libera Albemuth, Roma, Fanucci, 1996, 239 s.

  28. P. K. DICK, Un oscuro scrutare, ivi, 2004, 359.

  29. D. De Prez, «Intervista con Philip K. Dick», cit., 250 s.

  30. Cfr G. Pozzi – C. LEOPARDI (eds.), Scrittrici mistiche italiane, Génova, Marietti, 1988, 87.

  31. P. K. Dick, Il sogno dei simulacri, cit., 25-33; 35-41.

  32. Dick se preparó para su confirmación en edad adulta.

  33. G. Montanari, Enciclopedia della Fantascienza, cit., 72.

  34. P. K. Dick, La trilogia di VALIS, cit., 444.

  35. Ibid, 457.

  36. Ibid, 463 s.

  37. Ibid, 404.

  38. Ibid, 572.

  39. G. Lippi, «Fantascienza e teologia unite nella ricerca di Dio», en Letture 69 (2004), dicembre, 24.

Giovanni Arledler
Es un sacerdote jesuita, escritor de nuestra revista. Es el autor de varias biografías y de numerosos artículos, entre los que destacan aquellos dedicados a la música. Entre sus libros se puede mencionar: Pedro Arrupe. «Un uomo per gli altri» (Velar 2020); San Luigi Gonzaga (Elledici 2012) y Santa Ildegarda di Bingen. Teologa, artista, scienziata, en cautoría con Anna Maria Cànopi (Velar 2014).

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