Personajes

Juan XXIII y Papa Francisco

Dos «hombres en tiempos de oscuridad»

Papa Francisco y Juan XXIII

Introducción

Publicado en 1968, el libro Men in Dark Times[1] («Hombres en tiempos de oscuridad») sigue teniendo algo que decir en nuestra época. Hannah Arendt lo escribió hace mucho tiempo, es cierto, y la obra consiste en una colección de ensayos dedicados a personas que vivieron la mayor parte de su vida durante la primera mitad del siglo pasado, con la excepción de Lessing[2]. Sin embargo, una luz brilla en la vida de estas personas que nos precedieron: el hecho de que algunas de ellas nunca perdieron su integridad en el difícil contexto en el que vivían. Esto es para nosotros no sólo un recordatorio de los peligros ideológicos que aún nos amenazan, sino también una fuente de esperanza en la humanidad que, aunque a menudo oculta, nos alienta para el futuro.

En efecto, el mundo en el que Arendt vivió – con los personajes cuyas vidas son el leitmotiv de su reflexión – se dejó envenenar por las ideologías totalitarias que marcaron el siglo pasado. En un contexto surcado por grandes guerras y una creciente polarización ideológica que continuó, hasta cierto punto, en la posguerra, algunos se negaron a ser meros hijos de su tiempo. Estas son las personas que Arendt llama «hombres en tiempos de oscuridad».

Una de esas figuras es Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), el sencillo sacerdote cuyo destino le llevó misteriosamente a la cátedra de Pedro. El ensayo de Arendt lleva como título la afirmación implícita de la autenticidad cristiana del personaje: «Angelo Giuseppe Roncalli: un cristiano en el trono de San Pedro de 1958 a 1963»[3]. Asumiendo, sin dejarse corromper, el papel e incluso el poder de la sede pietrina, propio del peso de las instituciones, Roncalli conservó siempre su fe y su estilo de vida auténticamente cristianos. A este respecto, Arendt comienza recordando lo que escuchó de la gente sencilla de Roma que lo había conocido: «Este Papa era verdaderamente un cristiano. ¿Cómo es posible?»[4].

Cuando leemos la reflexión de Arendt sobre Roncalli – aunque se trata de un protagonista de los años 60 -, los relatos, sus palabras, así como sus gestos, nos hacen pensar fácilmente en el actual pontificado de Francisco. Prueba de ello es que ni siquiera las violentas peticiones de dimisión por parte de sectores ultraconservadores han conseguido destruir la imagen de este nuevo «Papa bueno». En esta perspectiva, partiendo del texto de Arendt, intentaremos ahora establecer un paralelismo entre Juan XXIII y el Papa Francisco, tanto en lo que se refiere a sus personas como a sus respectivos pontificados.

Autenticidad y sencillez de vida

Desde el inicio de su pontificado en 1958, todo el mundo – y no sólo los católicos, como señala Arendt – se vio gratamente sorprendido y conmovido por los gestos y las palabras de Juan XXXIII[5]. De manera similar, el documental de Wim Wenders, El Papa Francisco, un hombre de palabra, muestra la misma admiración por el Papa Francisco desde diversos sectores de la sociedad.

Se trata de dos personas transparentes, cuyo estilo de vida revela una sencillez y una autenticidad que preceden, o más bien determinan, la estrategia que utilizan en su forma de gobernar. Arendt se maravillaba del aire despreocupado de un Papa que sabía reír y que lo hacía sin pudor[6], tal como Austen Ivereigh describe la cercanía entre el entonces arzobispo Bergoglio y su pueblo[7].

Lo mismo ocurre con la buena relación que mantienen los dos pontífices con personas de todo tipo de condición. En efecto, la relación familiar que Juan XXIII desarrolló con los obreros y campesinos del Vaticano[8], recuerda las imágenes del Papa Francisco cenando en plena cordialidad con los trabajadores de los Estados Pontificios. Por lo tanto, la descripción que hace Arendt del pontificado de Roncalli nos devuelve fácilmente a nuestra imaginación a Francisco. Estar en contacto con todo el mundo – presos, pecadores, trabajadores, jardineros del Vaticano -, tratar a todos como iguales, incluso a la hija de Jrushchov y su marido[9], a los que Juan XXIII acogió en el Vaticano, no sin críticas de los que se escandalizaron: todo esto es muy parecido a la forma de ser del Papa Francisco, que tanto impresionó a Wenders.

Esta cercanía, esta familiaridad se relacionan con lo que el Papa Francisco dice de los pastores que tienen «olor a ovejas»[10]. Por supuesto, desde el punto de vista cristiano, es necesaria la proximidad íntima, la compasión de corazón por las personas. Es lo que nos muestra el samaritano en la parábola que cuenta Jesús en el Evangelio de Lucas (cf. Lc 10,25-37). Sin esta proximidad, sin este amor, la fraternidad y la solidaridad están vacías, porque el «servicio», como dice Francisco, «mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano»[11].

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Y es en esta prioridad de la proximidad del corazón donde podemos entender los gestos y las palabras del Papa Francisco, que no pueden ser más impactantes que los de su predecesor, San Juan XXIII. En este sentido, cabe destacar lo que Arendt dice de Roncalli: su pontificado se entiende en el estilo de vida que asumió como auténtico cristiano; y por ello el mandato divino «Ven y sígueme» precede al mantenimiento de las estructuras y normas de la institución eclesiástica, así como a la proclamación y fría defensa apologética de los dogmas[12]. En definitiva, la esencia de Roncalli se manifiesta en el pontificado de Juan XXIII, en el sentido de que sus gestos y palabras revelan más al hombre de fe que los principios y estructuras de una institución.

Es natural que la imprevisibilidad caracterice los gestos y las palabras de los auténticos. Hay muchas historias divertidas sobre Juan XXIII. Tal vez no todas se desarrollaron exactamente como se cuentan. Sin embargo, revelan el espíritu de este personaje. Arendt relata algunas de estas anécdotas, en particular la de Juan XXIII paseando por los jardines del Vaticano durante las horas de visita. Cuando le sugieren que no lo haga, dice espontáneamente: «Pero, ¿por qué no pueden verme? Les juro que no me portaré mal»[13].

Francisco tiene derecho a reconocer en Juan XXIII a un sacerdote que sale a la calle, que se encuentra con la gente corriente de este mundo[14]; para él es el ejemplo de un verdadero pastor. Lo que une a Francisco con Juan XXIII es el hecho de que ambos conservan la conciencia de su humanidad compartida con el común de los mortales, incluso en el ejercicio del ministerio que se les ha confiado. Al hacerlo, estos dos papas son percibidos por la gente como hombres como nosotros. Ahí está la humildad que nos conmueve y que les permite acercarse a la gente y sensibilizarla en cuestiones de justicia social y gestos de piedad popular.

Roncalli y Bergoglio en los «tiempos de oscuridad»

Hasta ahora hemos considerado la humanidad de estos dos personajes. Ahora es el momento de describir sus «tiempos de oscuridad». En su libro, Arendt se interesa por personas concretas, por cómo vivían en este mundo y por cómo les afectaba el contexto histórico[15]. La expresión «tiempos de oscuridad» fue tomada de Bertold Brecht, aunque Arendt le da un significado mucho más amplio. De hecho, mientras que para el poeta alemán se refiere a una época de hambruna, de violencia e injusticia excesivas, de masacres atroces y de catástrofes extremas, para Arendt estos «tiempos de oscuridad» no se reducen a las monstruosidades del siglo XX. Estas épocas, que no son raras ni inéditas en la historia de la humanidad, son periodos oscuros en los que, sin embargo, brilla la luz; una luz que esplende no por bellas teorías y bellos conceptos, sino por la vida de algunos hombres y mujeres, generalmente unos pocos, que no se dejaron absorber por el espíritu de ese tiempo que llevó a la humanidad a la catástrofe[16].

En este sentido, es interesante observar un paralelismo no sólo entre las personalidades de los dos Papas en cuestión, sino también de sus respectivos contextos históricos. ¿Se trata de tiempos oscuros de los que ellos son la luz? Lo cierto es que Roncalli vivió el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial y la Crisis de los Misiles de Cuba, mientras que Francisco le sucede ahora como el primer Papa de la posguerra que asiste a una nueva invasión militar de un país en suelo europeo.

Por lo tanto, ahora queremos examinar cómo ambos se enfrentaron a las dificultades de su tiempo. Por su parte, Roncalli, como nuncio apostólico en Turquía, fue franco con el embajador alemán, Franz von Papen, negándose a cooperar con el cuerpo diplomático del Vaticano en el apoyo al Reich[17]. Actuando para salvar el mayor número posible de vidas judías amenazadas, estaba abierto al diálogo (que no debe confundirse con la concesión) con todo el mundo. Más tarde, como pontífice de Roma, recibió a los representantes de la Rusia comunista durante una breve audiencia y les dio incluso la bendición[18].

La calificación de esta audiencia como «muy polémica» nos recuerda muchos episodios del actual pontificado. Pensamos, por ejemplo, en el encuentro entre Francisco y Nancy Pelosi, una política estadounidense que defiende el derecho al aborto. Para el Papa Francisco, como para Juan XXIII, no se trata de cambiar de opinión sobre los principios de la moral cristiana, sino simplemente de hacer gestos de misericordia, capaces de poner en marcha procesos cuya conclusión no nos corresponde determinar.

La expresión utilizada por el P. Antonio Spadaro de una «diplomacia de la misericordia»[19] es pertinente para entender no sólo el actual pontificado, sino también el estilo del reformador que convocó el último concilio ecuménico.

El Magisterio de Juan XXIII y el de Francisco

En este sentido, podemos establecer un paralelismo entre dos encíclicas que son símbolo de los dos pontificados: Pacem in terris (PT, 1963) y Fratelli tutti (FT, 2020). Ambos textos fueron escritos en un mundo amenazado por crisis de diversa índole, incluida la posibilidad de una guerra entre bloques ideológicamente separados en una polaridad creciente. Los dos autores son criticados, por algunos sectores de la propia Iglesia, por no haber explicitado en ellos la necesidad del bautismo y la conversión para la salvación de las almas. Ahora bien, es cierto que en estas dos encíclicas no parece haber tanta preocupación por la salvación final, sino por determinar cómo deben vivir y actuar quienes han adoptado el cristianismo como forma de vida, hic et nunc.

Esto promueve la cultura del diálogo y el encuentro en detrimento de la cultura de la violencia y la fragmentación. Así, las dos encíclicas papales convergen en este humanismo cristiano. Aunque la preocupación por el medio ambiente y la ecología aún no estaba presente en el magisterio de Juan XXIII, es imposible no sorprenderse por los numerosos puntos en común entre ambos documentos. Si Juan XXIII ve el fenómeno de los refugiados políticos «con profunda aflicción»[20], y defiende sus derechos y su dignidad de personas humanas, al tiempo que apela a los principios de «la solidaridad humana y el amor cristiano»[21], la encíclica de Francisco podría utilizar perfectamente estas mismas expresiones. De hecho, las palabras de Juan XXIII adquieren mayor fuerza a la luz de las propuestas que Francisco enumera en FT, a saber «incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos» (FT 130).

Las expresiones de Francisco sobre la «fraternidad universal» y la «amistad social»[22] se hacen eco de la «solidaridad humana» de la que habló el Papa Juan y del sueño de una «verdadera comunidad fraternal», capaz de reunir a «todos los pueblos de la tierra»[23]. A este respecto, conviene recordar las palabras de su predecesor Pío XII, para quien «No en la revolución, sino en una evolución concorde, están la salvación y la justicia. La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia»[24].

Estas palabras eran claramente relevantes en el contexto de un mundo marcado por el bloque soviético y el horizonte marxista. En cualquier caso, el principio que rige la lógica de Juan XXIII es muy similar al de Francisco. Se trata de iniciar con gestos de misericordia el camino hacia la fraternidad universal: un camino difícil y progresivo, que no abandonamos gracias a la esperanza inherente a nuestra fe cristiana.

Por eso, las propuestas de Juan XXIII, así como las del Papa Francisco, no se reducen en absoluto a sueños ingenuos o a eslóganes de adolescentes. En la medida en que surgen de la auténtica vida cristiana, son las propuestas de quienes se sienten místicamente unidos a todos los seres humanos, es más, a todas las criaturas a través de su relación con nuestro Padre común.

En efecto, la promoción de la paz y la colaboración de todos por el bien común, a las que Francisco y Juan XXIII hacen referencia explícita[25], no se reducen a una simple estrategia política que diluye lo esencial de la doctrina cristiana. Es una mística cristiana, según la cual uno se preocupa por el prójimo y por la creación no por puro deber ético. A través de la fraternidad que brota del corazón, el cuidado del hermano va mucho más allá de la moral: se traduce en una acción que refleja nuestros deseos más profundos y nos permite realizarnos como personas que viven el cristianismo con autenticidad.

El diálogo sincero emerge, así, como un proceso en el que la cultura del encuentro se concreta. En este proceso, el deseo de conocer a los demás, en sus diferencias, va mucho más allá de simplemente respetarlos con tolerancia. Si solo es posible tolerar al otro, en su modo de vida y en sus creencias, el encuentro fraterno nunca tendrá lugar en este mundo, porque la fraternidad existe cuando sentimos «estima» por el prójimo, que se revela ante nosotros como hijo de Dios[26].

Por eso la «fraternidad universal» necesita de la «amistad social». De lo contrario, correría el riesgo de quedar reducido a un ideal abstracto, fríamente perseguido sobre la base de los principios de los sistemas impersonales, donde el afecto que proviene de la cercanía nunca podría convertirse en un hecho concreto. Incluso cuando el contexto de la pandemia nos obligó a establecer una distancia física para proteger a los más vulnerables, el Papa Francisco se esforzó por subrayar que esta necesidad mostraba lo conectados que estamos con los demás: mis decisiones afectan la vida de los demás. Por eso nunca puede fundarse una moral individualista: porque estamos intrínsecamente ligados unos a otros, nacemos en relación y para permanecer en «contacto» con los demás[27].

El Papa Francisco comparte, pues, con Juan XXIII este realismo humano de cercanía afectiva y de autenticidad de vida. Es a partir de este realismo que podemos entender lo que ambos dicen sobre la guerra y el desarme. No se trata en absoluto de un idealismo abstracto e ineficaz, sino de una continuación concreta del ejemplo de Jesús.

A este respecto, obsérvese cómo Juan XXIII hizo un llamado al desarme durante la «Guerra Fría», inmediatamente después de la difícil crisis de los misiles de Cuba, mientras que Francisco criticó la noción de «guerra justa» en un mundo cuyas tensiones nos han llevado a una nueva guerra en suelo europeo.

El Papa Juan no sólo pide la «reducción efectiva de los armamentos», sino que incluso se aventura a pedir su «eliminación». Su lógica, o mejor dicho, la cristología que sigue, es sencilla: en la medida en que esa eliminación sigue siendo inalcanzable mientras no concuerden «los espíritus», es aconsejable «disolver la psicosis de la guerra». Así, en lugar de intentar establecer una especie de Pax romana, basada «en el equilibrio de los armamentos», apela al principio según el cual «la verdadera paz sólo puede construirse en la confianza recíproca»[28]. Esto es lo que reaparece en el magisterio de Francisco, en referencia explícita al Papa que convocó el Concilio Vaticano II: «Como decía san Juan XXIII, “resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”. Lo afirmaba en un período de fuerte tensión internacional, y así expresó el gran anhelo de paz que se difundía en los tiempos de la guerra fría. Reforzó la convicción de que las razones de la paz son más fuertes que todo cálculo de intereses particulares y que toda confianza en el uso de las armas. Pero no se aprovecharon adecuadamente las ocasiones que ofrecía el final de la guerra fría por la falta de una visión de futuro y de una conciencia compartida sobre nuestro destino común. En cambio, se cedió a la búsqueda de intereses particulares sin hacerse cargo del bien común universal. Así volvió a abrirse camino el engañoso espanto de la guerra» (FT 260).

Estas palabras, como los gestos del Papa Francisco que a veces nos sorprenden o escandalizan, sólo pueden entenderse como la inspiración de un verdadero discípulo de Cristo. Esto es lo que Arendt reconoce en relación con Roncalli: él sólo quería que se hiciera la voluntad de Dios su Padre, en la tierra como en el cielo[29]. No se trata, en primera instancia, de una simple estrategia política, sino de una política que surge de una mística cristiano.

La conversión como liberación de las ideologías

Sólo esta mística hace inteligibles los gestos y las palabras de Juan XXIII y del Papa Francisco. Como señala Arendt sobre Juan XXIII[30], este pontífice siempre se preocupó por seguir el ejemplo de Jesús. En todas las circunstancias de su vida encarnó el Evangelio, yendo más allá de las convenciones y las costumbres, dejando a veces de lado los protocolos y las normas institucionales. Esto es lo que ocurrió cuando se reunió con una comitiva de comunistas rusos, a los que bendijo en el contexto de los años sesenta.

Lo mismo ocurre con las personas ajenas a la Iglesia con las que se reúne Francisco. Si, en el contexto de la «Guerra Fría», el Papa Juan fue capaz de acoger y dialogar con los comunistas soviéticos sin renegar de su fe cristiana, hoy Francisco busca tender puentes con diversas personas que, en principio, parecen estar fuera, o incluso en desacuerdo con la Iglesia. Consideremos, por ejemplo, el encuentro con el gran Imam Ahmad al-Tayyeb en 2019. En un mundo, como el actual, en el que a veces parece imposible un encuentro pacífico y dialogante debido a la creciente polarización ideológica, el documento que Francisco firmó con el líder musulmán, así como el gesto de abrazo amistoso que realizaron, puede sorprender, incluso chocar, especialmente a los fieles de las dos religiones. Porque el encuentro armonioso entre personas de diferentes credos u opiniones pertenece, actualmente, a una contracultura. Es esta la actitud del Papa, tan diferente de la agresividad presente en los debates actuales, muy polarizados.

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Ahora, fiel a la más pura tradición cristiana, el Papa Francisco abrazó a Ahmad al-Tayyeb, que le recibió en Abu Dhabi 800 años después de que el santo de Asís eligiera, en un mundo marcado por las cruzadas y las guerras religiosas, reunirse pacíficamente con el sultán Malik Al Kamil. En lugar de la violencia, San Francisco eligió el diálogo. En lugar del poder y la fuerza mundanos, eligió la pobreza del Evangelio. En lugar de buscar una victoria mundana, abrazó la cruz y su lógica. Por supuesto, a los ojos del mundo, su misión fue probablemente un fracaso. Porque, en última instancia, incluso después de recibir el auténtico anuncio de uno de los mayores santos y evangelizadores que ha conocido la Iglesia, el sultán siguió siendo musulmán. Según el Papa, este episodio sólo refleja, en lo concreto de la vida, las palabras que el santo de Asís dejó por escrito. Francisco afirma: «Me gusta citar a San Francisco cuando da instrucciones a los frailes sobre cómo acercarse a los sarracenos y a los no cristianos. Él escribió: “Que no se enzarcen en riñas ni disputas, sino que se sometan a toda criatura humana por amor a Dios y confiesen que son cristianos” (Regola non bollata, XVI)»[31].

San Francisco no se preocupa por conquistar el mundo ni por preservar la fe de su grupo. Más que intentar convencer a los demás, su actitud parte de una visión sobrenatural del Evangelio, la única que nos permite comprender y vivir la cruz.

En lugar de partir por querer convertir a los diferentes, Francisco experimentó un Dios acogedor, un Dios que ama hasta ofrecer su propia vida. Quien experimenta a este Dios acoge al otro y hace del diferente su prójimo. Se trata de vivir desde el encuentro con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Quien se convierte en discípulo desea un encuentro libre con los demás. Sólo así podemos entender la actitud del Papa Francisco. Se trata, sencillamente, de evangelizar a la manera de Jesús y de los grandes santos que le siguieron.

Por paradójico que parezca, aquí no hay estrategia, aunque es esta actitud la que verdaderamente transforma o convierte al mundo, al otro y a cada uno de nosotros a Dios. Más que una estrategia, Francisco busca vivir las bienaventuranzas del Evangelio, que proclaman «dichosos los mansos» (Mt 5,5). El Papa comenta este pasaje de Mateo afirmando que «no es bienaventurado quien agrede o somete, sino quien tiene la actitud de Jesús que nos ha salvado: manso, incluso ante sus acusadores»[32].

Es una forma de ser que nos reconcilia con nosotros mismos, con nuestra propia vida y, por supuesto, con Dios, el mundo y los demás. ¿Qué libertad se necesita, entonces, para hacer esos gestos? Comentando las palabras que Juan XXIII dejó en su diario espiritual[33], Arendt identifica en este Papa a un hombre profundamente libre, uno dispuesto incluso a desprenderse de todas las cosas de este mundo, ya fueran los bienes materiales o el poder, el prestigio de los títulos o la buena reputación[34].

Por lo tanto, estamos ante un profeta; no de los que predicen las expectativas, el futuro según sus propias expectativas, sino de los que están dispuestos a hacer la voluntad de Aquel que les da la vida. Es esta libertad la que permite al Papa Francisco, en plena guerra de Ucrania, criticar al Patriarca Kirill por su apoyo a Putin, al tiempo que se distancia del creciente belicismo de la OTAN[35]. Es la misma libertad interior que le permite dialogar, con un enfoque pastoral, con los políticos que promueven el derecho legal al aborto, al tiempo que lo condena firmemente[36]. Con esta libertad, es capaz de ver y denunciar los problemas de nuestro mundo: desde la cuestión de los migrantes y los refugiados hasta las crisis medioambientales, sin olvidar el creciente desinterés y abandono de las personas mayores[37]. En cuanto a Juan XXIII, vemos la misma libertad de expresión, lo que le valió innumerables dificultades «con Roma» – en expresión de Arendt[38] -, es decir, con la institución.

En suma, se trata de desprenderse de las ideologías, en favor de un diálogo fructífero con todas las personas. Creemos que, así como la Iglesia necesita siempre ser reformada – Ecclesia semper reformanda[39] -, la conversión a la que estamos llamados, hoy más que nunca, consiste en una conversión del corazón, para hacerlo manso y libre del fundamentalismo ideológico que nos polariza y aleja a unos de otros, fragmentando cada vez más la sociedad en diferentes barricadas o ciudadelas.

Este fue el enfoque de Juan XXIII, y es también el enfoque del Papa Francisco. A este respecto, es interesante lo que Arendt observa en el Diario del alma de Juan XXIII, cuyas páginas dan testimonio de su fe: la idea de convocar un nuevo Concilio se le ocurrió en el contexto de la oración. No tenía nada premeditado ni planeado, y por lo tanto no podía prever cuál sería el resultado de tal evento[40]. También en este aspecto era libre.

En esencia, la reforma comienza por desencadenar un proceso en el que diferentes personas se reúnen en una cultura de diálogo. Es lo que hizo Juan XXIII con el Concilio Ecuménico, con el sínodo diocesano que convocó y con su declaración de querer revisar el Código de Derecho Canónico. ¿No es esto lo que está haciendo también el Papa Francisco con el Sínodo sobre la Sinodalidad (2021-23)? De hecho, en la homilía de apertura de este proceso sinodal, Francisco, comentando el episodio evangélico del joven rico (cf. Mc 10,17-22), describió las características del enfoque de Jesús. En primer lugar, está el encuentro libre, en el que Jesús deja hablar al otro: se trata de escuchar. Luego viene el proceso de discernimiento, como un viaje que uno hace junto con otros. El Papa afirma que «hacer sínodo significa caminar juntos en la misma dirección. Miremos a Jesús, que en primer lugar encontró en el camino al hombre rico, después escuchó sus preguntas y finalmente lo ayudó a discernir qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Encontrar, escuchar, discernir: tres verbos del Sínodo en los que quisiera detenerme»[41].

Volviendo al texto de Arendt sobre Roncalli, subrayemos la lapidaria afirmación de que el «Papa bueno» no se movía ni por teorías, ni por protocolos, ni por convenciones, sino sólo por una fe concretamente vivida. Y su libertad iba acompañada de su humildad, dice Arendt[42]. ¿Podríamos decir lo mismo en el contexto actual sobre Francisco? Sí, siempre que la llamada a la conversión se entienda como un desprendimiento de las teorías cerradas y cristalizadas en el tiempo, para encarnar mejor el estilo de Jesús, que invita siempre a la acogida y a la escucha.

En este sentido, tanto Juan XXIII como el Papa Francisco no sólo se alejan de la tendencia que caracteriza a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo: la de un fanatismo ideológico que, en su histeria y violencia, impide el encuentro pacífico entre seres diferentes, así como el bien común. Además, los dos Papas están en las antípodas de un Eichmann que, según Arendt, actuó sin convicción, sin reflexión, adhiriéndose pasivamente al sistema perverso y banalizando así el mal[43].

Conclusión

En este artículo hemos tratado de mostrar cómo mucho de lo que dice Arendt sobre Roncalli nos lleva fácilmente al Papa Francisco. Ya sea por su espontaneidad, su manera informal de dirigirse a todo el mundo de la misma manera, su determinación por la paz o su libertad de pensamiento, que han atraído las críticas de diferentes bandos políticos, estas dos figuras se parecen en muchos aspectos.

Con motivo de la canonización de los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, Francisco dijo que «en la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu». De este modo, prestó un «gran servicio» a la Iglesia[44].

Esta es la docilidad de los bienaventurados que reciben la gracia de la paz, de ser instrumentos de paz. La gracia que recibió Francisco de Asís y que el actual Papa pide constantemente: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz», porque son «felices los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). La gracia que se pide en esta oración de San Francisco contrasta con muchas posturas intransigentes que suelen caracterizar los debates en nuestras sociedades modernas (e incluso dentro de las propias comunidades eclesiales), cada vez más fragmentadas.

Juan XXIII y el Papa Francisco nos muestran el camino a seguir cuando permitimos que el Evangelio moldee nuestras vidas. Su ejemplo revela la paradoja de que debemos ser moderados para seguir a Jesús de forma radical. En el mundo polarizado de hoy, esta moderación es tan radical como necesaria.

  1. H. Arendt, Men in Dark Times, New York, Harcourt, Brace & World, 1968.

  2. Cfr ibid., VII.

  3. Cfr ibid., 57-69.

  4. Ibid., 57.

  5. Cfr ibid., 59.

  6. Cfr ibid., 60.

  7. Cfr A. Ivereigh, The Great Reformer. Francis and the Making of a Radical Pope, New York, Henry Holt and Company, 2015, 44.

  8. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 61.

  9. Cfr ibid., 65.

  10. Francesco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, n. 24.

  11. Id., «Homilía de la misa en la Habana, Cuba, 20 de septiembre de 2015», en Oss. Rom., 21-22 de septiembre de 2015, 8. Pasaje citado en la encíclica Fratelli tutti, Asís, 3 de octubre de 2020, n. 115.

  12. H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 58.

  13. Ibid., 63.

  14. Cfr F. Ambrogetti – S. Rubin, Pope Francis. His life in His Own Words. Conversation with Jorge Bergoglio, New York, G. P. Putnam’s Sons, 2013.

  15. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., VII.

  16. Cfr ibid., VIII s.

  17. Cfr ibid., 62.

  18. Cfr ibid., 66.

  19. A. Spadaro, «La diplomazia di Francesco. La misericordia come processo politico», en Civ. Catt. 2016 I 209.

  20. PT 57.

  21. Cfr PT 58.

  22. Cfr FT 9; 94.

  23. Cfr PT 91.

  24. PT 86.

  25. Cfr PT 89; FT 15.

  26. Cfr FT 93; 224.

  27. Cfr Pope Francis, Let Us Dream. The Path to a Better Future. In conversation with Austen Ivereigh, New York – London – Toronto – Sidney – New Dehli, Simon & Schuster, 2022, 23.

  28. PT 61.

  29. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 68 s.

  30. Cfr ibid., 66.

  31. Francisco, Homilía en Abu Dhabi, 5 de febrero de 2019.

  32. Ibid.

  33. Cfr Juan XXIII, s., Diario del alma, Madrid, San Pablo, 2008.

  34. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 63.

  35. Cfr A. Spadaro, «Conversación del Papa Francisco con los directores de las revistas culturales europeas de los jesuitas», en La Civiltà Cattolica, 14 de junio de 2022, https://www.laciviltacattolica.es/2022/06/14/conversacion-del-papa-francisco-con-los-directores-de-las-revistas-culturales-europeas-de-los-jesuitas/

  36. Cfr «Pope Francis respects US Supreme court decision and condemns abortion», en Vatican News (www.vaticannews.va/en/pope/news/2022-07/pope-francis-condemns-abortion-like-hiring-a-hit-man.html), 4 de julio de 2022.

  37. Cfr Francisco, Let Us Dream…, cit., 116.

  38. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 61.

  39. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decreto Unitatis Redintegratio, 21 de noviembre de 1964, n. 6.

  40. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 59 s.

  41. Francisco, Homilía en la celebración de la Eucaristía en la apertura del Sínodo sobre la sinodalidad, Basílica de San Pedro, 10 de octubre de 2021.

  42. Cfr H. Arendt, Men in Dark Times, cit., 65.

  43. Cfr Id., Eichmann in Jerusalem. A Report on the Banality of Evil, New York, The Viking Press, 1963.

  44. Cfr Francisco, Homilía con ocasión de la canonización de los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, Plaza San Pedro, 27 de abril de 2014.

Andreas Lind
Licenciado en Economía por la Universidad Nova de Lisboa en 2004, Andreas Gonçalves Lind ingresó en la Compañía de Jesús en 2005. Como jesuita, se graduó en Teología y Filosofía. Tras completar su doctorado en Filosofía en la Universitè de Namur (Bélgica) en 2020, actualmente es profesor de Ontología y Filosofía de la Religión en la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica Portuguesa de Braga.

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