Espiritualidad

Un «protocolo» para el buen combate espiritual

Jacob luchando con el ángel, Gustave Doré (1855)

En el corazón de la exhortación apostólica Gaudete et exsultate (GE) están las bienaventuranzas, un verdadero «programa de la santidad»[1]. Es interesante notar cómo Francisco, para hablar de la santidad, utiliza la palabra «protocolo», que indica un procedimiento, un conjunto de pasos a dar que motivan a la acción. Francisco relee en esta clave práctica la vida de los santos y dice, al coronar el capítulo sobre las bienaventuranzas: «La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final [las bienaventuranzas y Mateo 25]. Son pocas palabras, sencillas, pero prácticas y válidas para todos, porque el cristianismo es principalmente para ser practicado, y si también es objeto de reflexión, eso solo es válido cuando nos ayuda a vivir el evangelio en la vida cotidiana» (GE 109). En particular, podemos señalar un «protocolo» que comprende cuatro ayudas para el combate espiritual

La primera ayuda para el combate es la certeza de la victoria en la batalla espiritual. La actitud que debe caracterizar la vida cristiana es esta certeza, que después se despliega festejando. Advertimos la importancia que da el Papa a «celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» (GE 158). Podemos hacerlo —dice— porque «Jesús mismo festeja nuestras victorias» (GE 159).

La segunda ayuda es una sugerencia para pensar bien, para no caer en las trampas de la razón pragmática: «No obstinarse en mirar la vida con criterios empíricos». A la hora de combatir el mal no hay que pensar que el Maligno sea solo un mito, una representación, un símbolo o una idea, porque esto nos conduce a «bajar la guardia» y él lo aprovecha para destruir. La actitud del Señor es concluyente: en el Padre nuestro Jesús nos enseña a pedir al Padre «Líbranos del Maligno».

La tercera ayuda mira a ordenar los sueños y deseos invitando a centrarlos en la belleza de la propia entrega. «Nadie resiste […] si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella» (GE 163). Esta actitud responde al deseo del Señor de que «nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada» (GE 1).

La cuarta ayuda proporciona un criterio de verificación de la misión. El Papa utiliza el «lema jesuítico» que dice: Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est[2]. Lo propone como criterio para hacer un examen de conciencia apostólico cada día, tomando como punto particular nuestra actitud ante lo grande y ante lo pequeño: examinar si no hemos puesto «límites para lo grande, para lo mejor y más bello» y si, al mismo tiempo, estamos «concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy» (GE 169). La actitud del Señor que podemos destacar en este sentido es la de un «Jesús (que) abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre [siempre más grande] y el del hermano [especialmente el más pequeño]» (GE 61; cf. GE 144).

La palabra «protocolo»

Ahora haremos una breve reflexión sobre el término «protocolo»[3]. Es un término polisémico que, dependiendo del contexto, puede significar algo meramente formal, como las reglas de comportamiento en una ceremonia, o algo de importancia vital, como es el caso de los procedimientos a seguir en una toma de rehenes o en una catástrofe, en la que se requiere coordinación, rapidez y precisión para salvar la mayor cantidad de vidas posibles. En un contexto dramático en el que se ven superadas las posibilidades de respuesta normales, un protocolo apunta a dar reglas precisas que, teniendo claro el objetivo principal, favorezcan la toma de decisiones libres que no obstaculicen, sino que potencien la acción del equipo. A menudo el Papa ha definido la Iglesia como un «hospital de campaña»[4]. Y los protocolos son típicos de los tratamientos médicos. El Papa utilizó este término en el encuentro con los jóvenes argentinos en Río de Janeiro, el 25 de julio de 2013: «¿Qué tenemos que hacer, padre? Mira, lee las bienaventuranzas que te van a venir bien. Y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, lee Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos van a juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: las bienaventuranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa»[5].

La había usado un mes antes, en una homilía en Santa Marta. Pero allí lo había hecho para hacer ver que no podemos encerrar la acción de Dios en un protocolo[6]. Pero después del encuentro en Río el Papa la adoptó y siempre que hace referencia al juicio final la usa. A nuestro parecer, equivale a decir: «de la única cosa de la que vale la pena detallar protocolos es de la misericordia». Ella misma, en cuanto inagotablemente creativa, evita todo peligro de que el protocolo se vuelva meramente formal; al contrario: al concretarlo, lo dinamiza. El «protocolo del juicio final»[7] con que seremos juzgados es un protocolo especial: «La misericordia está en el corazón del “protocolo” sobre el que Jesús dice que seremos juzgados»[8]. En Gaudete et exsultate lo calificará como «el gran protocolo» (EG 95), «la gran regla de comportamiento»[9]. Lo significativo es que «protocolo» es un término que resuena en nuestros oídos sine glossa, motivando a la concreción del evangelio.

Festejar cada vez que el Señor vence en nuestra vida

«Festejar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» es la consigna en la que resuena —como en un canto de victoria— el espíritu del protocolo del buen combate espiritual. Es pertinente formular una pregunta: ¿Festejar cuando el Señor vence «en qué»? Y la respuesta es: en cada paso adelante que damos sus discípulos en el anuncio del evangelio. Él mismo festeja nuestras victorias cuando, resistiendo las tentaciones y la oposición del Maligno, hacemos progresar el anuncio del evangelio. La alegría del festejo da el tono último al combate; el «cada vez» le da un ritmo cotidiano y el anuncio del evangelio es el contenido absoluto que permite celebrar en medio de la historia aun sin haber alcanzado nosotros la victoria definitiva. La unión de estos elementos hace que la lucha cristiana sea «muy bella», como dice el Papa.

En cuanto paso a dar siguiendo un protocolo de combate espiritual en orden a la santidad, este paso primero y permanente (cada vez) es netamente apostólico e integra a todo el hombre y a todos los hombres[10]. No se trata solo de la alegría por lo propio, sino que nos es dado poder alegrarnos cada vez que el Señor vence en la vida de los demás: «El amor fraterno multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los otros: “Alegraos con los que están alegres” (Rom 12,15). “Nos alegramos siendo débiles, con tal de que vosotros seáis fuertes” (2 Cor 13,9). En cambio, si “nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría” (Amoris laetitia, n. 110)» (GE 128).

Y dado que el evangelio se anuncia más con obras que con palabras y que lo puede anunciar también uno «que no sea de los nuestros» (cf. Lc 9,49), en estas victorias de Jesús las personas que le ocasionan alegría y lo hacen «llenarse de gozo en el Espíritu Santo» (cf. Lc 10,21) pertenecen a todos los pueblos, culturas y religiones.

La belleza de este combate no es una belleza que se pueda contemplar «desde fuera», permaneciendo como espectadores. Sucede con ella como cuando vemos los saludos, las felicitaciones con un choque de manos y los festejos que se expresan mutuamente los jugadores de un equipo cada vez que uno hace un tanto o evita uno del adversario. Estas celebraciones a cada paso el espectador no las goza plenamente, pero sí los protagonistas. Para ellos, son parte constitutiva de su lucha: festejar cada punto los cohesiona como equipo, hace partícipes a todos de lo que hizo uno, fija un punto positivo —que es adelanto del triunfo esperado— como algo hermoso de lo cual partir en pos del siguiente tanto y, cosa no menor en la batalla, hace sentir la derrota al adversario.

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Esto es importante porque la tentación principal con que nos tienta el Maligno es la del «espíritu de derrota». Es la tentación principal porque «el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal (Evangelii gaudium, n. 85)» (GE 163).

En los ejercicios espirituales que predicó a los jesuitas en 1978 discernía Bergoglio este espíritu de derrota con una apreciación novedosa: como una forma especial de vanagloria o mundanidad espiritual. «La vanagloria más común entre nosotros [se refería a los jesuitas], aunque parezca paradójico, es la del derrotismo. Y es vanagloria porque se prefiere ser general de los ejércitos derrotados a simple soldado de un escuadrón que, aunque diezmado, sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes expansionistas propios de generales derrotados! Curiosamente, en esos casos negamos nuestra historia de jesuitas que es gloriosa porque es historia de sacrificios, de esperanzas, de lucha cotidiana»[11].

La conciencia de derrota la siembra el enemigo: «Frente a una fe combativa por definición, el enemigo, bajo ángel de luz, sembrará las semillas del pesimismo». Bergoglio continuaba: «Nadie puede emprender ninguna lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar, perdió de antemano la mitad de la batalla. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz bandera de victoria. Esta fe combativa la vamos a aprender y a alimentar entre los humildes. […] El espíritu de derrota nos tienta a embarcarnos en causas perdedoras. Está ausente de él la ternura combativa que tiene la seriedad de un niño al santiguarse o la profundidad de una viejita al rezar sus oraciones. Eso es fe y esa es la vacuna contra el espíritu de derrota»[12].

Hacer fiesta por cada victoria del evangelio —cada vez que la Palabra se encarna en la historia concreta de los hombres— es una concreción del principio que sostiene que «la unidad (la victoria) es superior al conflicto».

No empeñarse en mirar la vida solo con criterios empíricos (GE 160)

La segunda ayuda consiste en una simple sugerencia para pensar bien: «No empeñarse en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural». Con un discreto uso del «no» (no solo… sino también…)[13] que evita confrontaciones y discusiones abstractas en las que se empantanan los discursos sobre el mal, el papa Francisco abre espacio al discernimiento como modo adecuado para pensar y combatir de modo práctico al Maligno: «El discernimiento […] no supone solo una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir» (GE 166). En este sentido, se puede entender la petición que nos enseña el Señor en el padrenuestro —líbranos del mal— no como ayuda que vendría desde el «exterior», por decirlo así, sino desde nuestro interior: cada vez que le pedimos al Padre «líbranos del mal», le pedimos «enséñanos a discernirlo» —a reconocerlo, interpretarlo, rechazarlo y vencerlo— (cf. GE 173).

El problema real de la fuerza destructiva del mal supera nuestros criterios empíricos y se nos impone con crueldad. Al intentar reflexionar acerca del mal, nuestra razón, con poco que camine, experimenta no solo que allí hay algo que rechaza la luz de la inteligencia cuando esta trata de «leer dentro», sino que, de alguna manera, logra afectar a esa misma luz, que no sale indemne tras haber sido rechazada.

Uno puede captar de maneras profunda —intus legere— solo lo que es amable y uno ama. El amor es el elemento vital del conocimiento profundo. Y como uno no puede amar el mal, este es, por tanto, incognoscible en su esencia. Es de esas realidades que «hay que pensar solo lo suficiente para tomar la dirección contraria, para rechazarla sin entrar en diálogo»[14]. Por eso el Papa sugiere utilizar los criterios de la Sagrada Escritura, en la que el Maligno está presente desde la primera página del Génesis hasta la última del Apocalipsis, y centra nuestra fe —criterio sobrenatural— en la enseñanza de Jesús que nos hace pedir al Padre que nos libere del Maligno. No solo del mal en general, o de modo abstracto, sino del Maligno, expresión que «indica un ser personal que nos acosa» (GE 160). Esta convicción de la fe basada en el evangelio «nos permite comprender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva» (ibíd.).

La fuerza destructiva del Maligno opera en primer lugar contra el anuncio del evangelio y, por eso, se dirige de modo particular contra nuestro modo de pensar, tratando con sus engaños, mentiras y falacias que no pensemos bien, que no discernamos. Por eso, «nuestro hablar del “misterio de Satanás” ha de modelarse entera y exclusivamente en las fuentes de la revelación»[15], como decía el padre Fiorito siguiendo a R. Guardini, quien afirma que «solo la revelación puede decirnos de manera fidedigna quién es Satán»[16].

Hacemos notar esto para llamar la atención acerca de las citaciones bíblicas que elige el Papa para hablar del Maligno. La primera —Lucas 10,18— proporciona la clave fundamental para el combate, ya que la alegría del Señor es nuestra fortaleza. Sin desmedro de otras visiones, el Papa exhorta a todos a salir a anunciar con alegría el evangelio. Salir a sembrar de nuevo es hoy el desafío principal de la Iglesia y focaliza la tentación principal del demonio como «oposición a este anuncio gozoso del evangelio» y a esta alegría de la santidad. De allí la importancia de este pasaje de Lucas en el que el Señor ve la derrota del Maligno —«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo»— a manos de los setenta y dos discípulos que vuelven alegres después de la primera salida evangelizadora. El Señor se alegra y bendice al padre que revela sus cosas a los pequeños.

No obstinarse en usar solo criterios empíricos es una concreción del principio que dice: la realidad es superior a la idea. A la idea como concepto abstracto que intenta definir la realidad para poseerla y manipularla. El discernimiento, en cambio, es un modo de pensar y decidir que se pone al servicio de la realidad, buscando encontrar el mejor camino para recibir y practicar el bien y rechazar el mal. El discernimiento es «instrumento de lucha para seguir mejor al Señor» (GE 169).

No dejar de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella

La tercera ayuda está formulada como «No dejar de soñar con ofrecer al Señor una entrega más bella» (cf. GE 169). Centra los sueños y deseos en la propia entrega, de la cual podemos ser protagonistas y cuya belleza siempre es posible experimentar. Se trata de soñar con ofrecer, no de soñar con poseer.

Hablar de protagonismo es hablar de combate (agón)[17]; un combate que se da en el escenario interior del corazón humano en el que vence quien tiene «la última palabra», esa frase que inclina la balanza y nos lleva a la acción haciéndonos poner en práctica lo que hemos juzgado como verdaderamente mejor[18]. No reconocer o no interpretar bien esta «última palabra» —que es sueño y deseo— nos lleva a elegir siguiendo la voz de alguna pasión que impone su bien particular sobre la razón, o de alguna idea ajena —buena o mala— no asumida, o directamente la voz del Maligno, que es el padre de la mentira.

Ser protagonistas implica discernir la propia misión. Y es una invitación que el Papa nos hace a todos, en particular a los jóvenes, a quienes siempre insta a ser protagonistas, a no ser meros espectadores, a no balconear la vida, a no apoltronarse. Contra los que quieren arrinconarlos en una vida sin esperanza, como meros consumidores, el Papa los anima a arriesgar, aunque se equivoquen.

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Ser protagonistas implica discernir la propia misión[19]. Puede ser de ayuda traer aquí una dificultad que expresan los jóvenes: «La dificultad […] para comprender el término discernimiento, que no está en el vocabulario de ellos, si bien sienten su necesidad»[20]. En el Instrumentum laboris (IL) se cita como significativo el testimonio de un joven que dice así: «Hoy, como miles de otros jóvenes, creyentes o no creyentes, tengo que hacer elecciones, especialmente con respecto a mi orientación profesional. Sin embargo, estoy indeciso, perdido y preocupado. […] Ahora me encuentro frente a un muro, el de darle un sentido profundo a mi vida. Creo que necesito hacer un discernimiento frente a este vacío» (IL 106).

Entre el imperativo «tengo que hacer elecciones» y la intuición de que el discernimiento es el modo correcto para enfrentar esto que viven como un «muro» y como un «vacío», los jóvenes sienten la dificultad de incorporar una palabra que no está en su lenguaje. Esta dificultad, así ingenuamente expresada, es ya en sí misma un aporte de los jóvenes. Porque, digámoslo claramente, las reacciones más fuertes contra el discernimiento provienen de personas que creen saber perfectamente de qué se trata y consideran que no hay «tanta» necesidad de discernir. Es más, algunos llegan a expresar que se trata de una especie de afrenta a la claridad de la doctrina y de la moral tal como está formulada.

En la reunión presinodal, y respondiendo a la pregunta que hacía referencia a estas cosas que inquietan y que hacen sentir un vacío, el Papa afirmó que: «Todos tenemos necesidad del discernimiento. Por eso, en el título del Sínodo, está esta palabra, ¿no es así? Y cuando existe este vacío, esta inquietud, debemos discernir»[21].

Como centro del capítulo sobre el combate espiritual, el Papa pone la pregunta clave: «¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo?». Y responde: «La única forma es el discernimiento» (GE 166), que es un don y hay que pedirlo al Espíritu Santo. En el discernimiento renovado de la propia entrega se hace realidad el principio que dice que el tiempo es superior al espacio.

«No asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño»

La cuarta ayuda da un criterio para verificar la misión focalizándonos en la tensión de lo grande con lo pequeño. El lema jesuítico Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est tiene muchas traducciones y explicaciones, como decíamos al comienzo. El Papa elige aquí la que dice: «Es divino no asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño» (GE 169). Y lo desarrolla invitando a examinar si no hemos puesto límites a lo grande, a lo mejor y más bello y si, al mismo tiempo, nos hemos concentrado en lo pequeño, en la entrega de hoy. Este discernimiento ayuda a que los sueños de los que hablábamos antes encuentren «los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones» (GE 169).

El Papa nos propone a todos, pero especialmente a los jóvenes, este examen preciso, hecho con fidelidad cada día: «Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento» (GE 167).

Esta imagen de la marioneta Bergoglio la conectaba, en una de sus charlas, con otra también sugerente: la del barrilete. Advertía acerca de dos tentaciones: la de abortar los grandes deseos de la juventud, convirtiéndonos en un «barrilete sin cielo» o, por el contrario, no concretar los sueños en «el pequeño taller de la fidelidad cotidiana que se convierte en un gran escenario de cartones y marionetas», convirtiéndonos nosotros en «barrilete al que le sobra cielo pero le falta hilo; que se pierde inevitablemente en la oscuridad del esfuerzo desperdiciado»[22].

La parábola de la mujer que va al mercado

Concluimos con el «ejemplo de la señora que va al mercado». Leídos en clave moralizante, los pasos de la mujer pueden parecer triviales, pero leídos teniendo en cuenta el protocolo del buen combate espiritual, ayudan a fijarlo en la memoria. Cuenta Francisco: «Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: “No, no hablaré mal de nadie”. Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso»[23].

Leyendo el sencillo ejemplo podemos ejercitarnos en «festejar» las victorias del Señor en cada uno de estos encuentros de la mujer. Son cuatro pequeñas victorias en la vida de una cristiana que pertenece a esa legión de «santos de la puerta de al lado». Cuatro pasos adelante, cuatro salidas de sí en las que, gracias a la escucha —su saber escuchar con paciencia y afecto a su hijo y su sentirse escuchada por la Virgen en su angustia—, esta mujer pasa de resistirse al chismorreo al cultivo de la conversación espiritual.

En el ejemplo, junto con la alegría no dicha pero presente a cada paso, advertimos el recurso a la Palabra para resistir la tentación («No hablar mal» de nadie, de Sant 4,11); la «ofrenda que santifica» y la atención al detalle de quedarse a conversar con cariño con el pobre. La oración confiada a la Virgen conecta el ejemplo con la imagen final de la exhortación apostólica: el icono de Nuestra Señora de la Escucha: «La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: “Dios te salve, María…”» (GE 176). Todo el ejemplo trata acerca de la escucha, que es el primer paso del discernimiento y, por tanto, de la santidad. «Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas» (GE 172).

Promover el deseo de santidad (cf. GE 177) implica «hacer resonar una vez más la llamada a la santidad» (GE 2), en la conciencia de que no hay llamada que resuene bien si no hay un oído que sepa escuchar, ni oído que escuche bien si no resuena en su alegre esplendor —sin interferencias— la llamada de Jesucristo. El «protocolo» nos ayuda a luchar bien contra estas interferencias al anuncio del evangelio.

  1. Cf. D. Fares, Il programma della felicità. Ripensare le Beatitudini con Papa Francesco, Milán, Àncora, 2016. Para una introducción de conjunto a GE cf. también A. Spadaro, «“Gaudete et exsultate”. Raíces, estructura y significado de la exhortación apostólica del papa Francisco», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana, II, 2018, n. 17, pp. 7-23.

  2. J. M. Bergoglio, «Responsabilidad como Provincia frente a las futuras vocaciones», en (Íd.) Papa Francisco, Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, p. 37. El texto de esta charla fue publicado originalmente en Boletín de Espiritualidad 12 (1981) n. 71, pp. 20-27. El Padre M. A. Fiorito —maestro espiritual de Bergoglio— comentaba allí acerca del mencionado lema, en una «Nota de la Redacción»: «Podríamos traducirlo como “no amilanarse ante lo más grande, pero ocuparse de lo más pequeño, esto es divino”. Durante mucho tiempo se pensó que este lema estaba en la lápida del sepulcro de san Ignacio en Roma, porque se hablaba del elogio sepulcral; hasta que se descubrió que era parte de un elogio barroco, escrito para celebrar el primer centenario de la Compañía de Jesús, en 1650. Su traducción también podría ser: «No retrocediendo ante lo más elevado, agacharse a recoger lo aparentemente pequeño en el servicio de Dios»; o atendiendo a lo que está más allá, atender a lo que está más acá… Se lo aplica a la disciplina religiosa (cf. M. A. Fiorito, «La opción personal de san Ignacio», Ciencia y Fe XII [1956], n. 46, pp. 23-56, en particular pp. 43-44) y también sirve para caracterizar dialécticamente (en el sentido de G. Fessard) la espiritualidad ignaciana (cf. M. A. Fiorito, «Teoría y práctica de G. Fessard», Ciencia y Fe XIII, 1957, pp. 350-351)» (ibíd).

  3. El término viene del griego prōtos —primero— y kólla —cola o pegamento—. Se llamaba así la primera hoja de un rollo de papiro formado por la yuxtaposición, por medio de pegamento, de varios folios.

  4. La primera vez que el Papa utilizó esta expresión fue en A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en La Civiltà Cattolica, 2013, III, pp. 449-477.

  5. Francisco, Encuentro con los jóvenes argentinos en la catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, 25 de julio de 2013. Cf. D. Fares y M. Irigoy, Il programma della felicità, Milán, Àncora, 2016.

  6. «Cuando el Señor viene, no siempre lo hace de la misma manera. No hay un protocolo de la acción de Dios en nuestra vida. Una vez lo hace de una manera, y en otra ocasión lo hace distinto. Pero lo hace siempre», (Francisco, Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae. La paciencia de Dios, 28 de junio de 2013, en w2.vatican.va).

  7. Francisco, Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae. El carné de identidad del cristiano, 9 de junio de 2014, en w2.vatican.va. Cf. Francisco, Catequesis de los miércoles, 6 de agosto de 2014; Francisco, Discurso ante las autoridades, Quito, Ecuador, 7 de julio de 2015.

  8. Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco a los ganadores del Premio Ratzinger 2016, 26 de noviembre de 2016, en w2.vatican.va

  9. Como «la gran regla de comportamiento» se traduce «el gran protocolo» en la versión italiana de GE.

  10. Cf. Pablo VI, Populorum progressio, n. 14.

  11. J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, op. cit., p. 120.

  12. Ibíd., pp. 132-133.

  13. «No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana […]. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad […]. Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal» (GE 159). «No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en [usar] solo criterios empíricos» (GE 160). No debemos «simplificar» (ibíd).

  14. Anonymous, Meditations on the Tarot: A Journey into Christian Hermeticism (1980), Nueva York, Penguin Publishing Group, libro electrónico Kindle, pos. 8408-8412.

  15. Porque «a veces parecería que una de las maldades de Satanás —que “busca a quién devorar” (1 Pe 5,8)— fuera la de envolver en una nube la mayoría de las verdades teológicas sobre él mismo» (M. A. Fiorito, Buscar y hallar la voluntad de Dios, Buenos Aires/Bilbao, Paulinas/Mensajero, 2013, pp. 282-283).

  16. R. Guardini, El poder. Una interpretación teológica, en Íd, Obras de Romano Guardini, t. I, Madrid, Cristiandad, 1981, pp. 165-305, esta cita en la p. 177.

  17. Agón es una palabra en griego antiguo que significa combate, desafío, disputa. Es un debate formal que tiene lugar entre dos personajes, usualmente con el coro actuando de juez. El prōtos agönístès, protagonista, es el primero en hablar; el deúteros agönístès es el segundo en hablar. El personaje que habla en segundo lugar siempre gana el agón, puesto que al que le corresponde siempre la última palabra.

  18. Cf. M. A. Fiorito, «Conocimiento de las frases que nos motivan», en Buscar y hallar la voluntad de Dios, op. cit., p. 248ss.

  19. Cf. D. Fares, «“Yo soy una misión”: hacia el sínodo de los jóvenes», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana, II, 2018, n. 15, pp. 7-20.

  20. Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria. «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». lnstrumentum Laboris, Ciudad del Vaticano, 2018, n. 107.

  21. Francisco, Discorso nell’incontro pre-sinodale con i giovani, 19 de marzo de 2018, respuesta a la pregunta 2, en w2.vatican.va (versión italiana).

  22. J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, Bilbao, Mensajero 2013, p. 90.

  23. GE 16.

Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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