Vida de la Iglesia

El nacionalismo religioso y la cultura del encuentro

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En los últimos años, la religión ha estado cada vez más presente en los debates políticos internacionales. Esto se debe al hecho de que algunas comunidades religiosas participan activamente en conflictos que ahora ocupan la escena internacional. Los movimientos nacionalistas de inspiración religiosa pueden ser un factor peligroso en la generación de conflictos actuales. Por otra parte, las comunidades religiosas son, a la vez, importantes actores de la paz; y el Papa Francisco, en particular, ha hecho una importante contribución religiosa a la paz a través de sus acciones y enseñanzas.

Este artículo pretende ilustrar con varios ejemplos cómo el nacionalismo religioso amenaza la paz. Destacará, a continuación, diversas formas de resistencia confesional que se oponen al nacionalismo religioso. Por último, señalará cómo la «cultura del encuentro» del Papa Francisco puede ser un valioso remedio contra el nacionalismo religioso y, por tanto, una gran ayuda en la construcción de la paz.

El nacionalismo religioso hoy: Rusia y Estados Unidos

El ejemplo contemporáneo más evidente de la contribución religiosa a un conflicto es la nefasta guerra de Rusia contra Ucrania, que el Presidente Vladimir Putin inició con el firme apoyo del Patriarca Kirill, cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Las hostilidades se han perpetrado sin tener en cuenta las normas éticas que rigen los conflictos, ni las garantías consagradas en el derecho internacional. Desde un punto de vista ético, las acciones de Rusia están violando tanto el jus ad bellum como el jus in bello, establecidos por la ética de la guerra según la tradición de la guerra justa[1]. Desde una perspectiva legislativa, la Carta de la ONU establece que «los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado»[2]. Además, los Convenios de Ginebra, que regulan los medios admisibles en caso de conflicto, establecen que, «a fin de garantizar el respeto y la protección de la población civil y de los bienes de carácter civil, las Partes en conflicto distinguirán en todo momento entre población civil y combatientes, así como entre bienes de carácter civil y objetivos militares, y, en consecuencia, dirigirán sus operaciones únicamente contra objetivos militares»[3]. Estos inalienables modelos morales y jurídicos internacionales son claramente violados por la agresión de Rusia contra Ucrania y el uso indiscriminado de la fuerza contra civiles.

Este incumplimiento de Rusia de las normas morales y jurídicas básicas es probablemente el ejemplo más contundente de los peligros a que puede inducir el nacionalismo religioso en nuestros tiempos. De hecho, para justificar las acciones actuales de la Federación que preside, Putin ha apelado a menudo a valores tanto religiosos como nacionalistas. En efecto, Putin afirma que Ucrania no es un país independiente y, por tanto, no tiene la soberanía necesaria para merecer el respeto que exige la Carta de la ONU. Más bien, forma parte de Rusia y, por tanto, la «operación militar» que ha lanzado no constituye en absoluto una violación de la soberanía y la integridad territorial de un Estado independiente. En resumen, Putin presenta la guerra como una protección de Ucrania contra la presión ilegítima de la UE, la OTAN y Occidente en general. Basa esta afirmación en razones históricas y religiosas. Por ejemplo, cuando las tropas rusas atacaron Crimea, que pertenecía a Ucrania, en 2014, Putin apeló a la historia para justificar su afirmación de que «en los corazones y las mentes de la gente, Crimea siempre ha sido parte integrante de Rusia»[4]. El Presidente repitió esta afirmación muchas veces. En julio de 2021, declaró que rusos y ucranianos son «un solo pueblo» y, pocos días antes del inicio de las hostilidades, afirmó: «Para nosotros, Ucrania no es sólo un país vecino. Es una parte inalienable de nuestra historia, nuestra cultura y nuestro espacio espiritual»[5]. En apoyo de estas afirmaciones históricas, adujo garantías religiosas: apeló a las raíces comunes de la identidad rusa y ucraniana, que se remontan al bautismo del príncipe Vladimir (Volodymyr, en ucraniano) en la tradición cristiana oriental, que tuvo lugar en el año 988.

Esta declaración religiosa de una identidad común rusa y ucraniana fue reforzada por el líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el Patriarca Kirill. Este se hizo eco de Putin al afirmar que los ucranianos forman parte de los «pueblos de la Santa Rusia». Argumentó que el compromiso de Rusia en Ucrania no es sólo una batalla política, sino que tiene un «significado metafísico»[6]. Describió la guerra como una cuestión de vida o muerte, que consiste en el oponerse a las supuestas libertades del decadente Occidente[7]. Por lo tanto, la guerra de Rusia contra Ucrania tiene sus raíces en valores nacionalistas, y se sostiene apelando tanto a la fe como a la historia religiosa. Este nacionalismo ruso, apoyado en la religión, está en contradicción directa con la fe y la ética, que, basándose en la naturaleza común de todos los seres humanos, reclaman un respeto que trasciende las diferencias nacionales y religiosas.

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Por desgracia, hay que señalar que el nacionalismo de inspiración religiosa también está presente en otros contextos, principalmente en Estados Unidos. En los últimos años hemos asistido al auge del nacionalismo cristiano como fuerza influyente en la política y la cultura estadounidenses. Aunque su consistencia no parece fácil de calibrar, los sociólogos Andrew Whitehead y Samuel Perry han extraído de datos empíricos la evidencia de que el 42% de los estadounidenses cree que «el éxito de Estados Unidos forma parte del plan de Dios». Otras estadísticas muestran que casi la mitad de los estadounidenses consideran que el cristianismo está arraigado en la vida cívica y la identidad nacional de su país[8]. Estos defensores de una América cristiana creen que las tendencias actuales están socavando la conexión histórica entre el cristianismo y Estados Unidos y que, como consecuencia, la identidad del país está amenazada. Abogan, pues, por una política destinada a restaurar la identidad cristiana de la nación, mezclando una determinada idea del cristianismo con una lectura específica de la agenda nacional estadounidense. Esto pudo verse en las grandes cruces de madera y en las pancartas en las que se leía «Jesús salva», desplegadas durante el violento asalto al Congreso de Estados Unidos, tras las elecciones presidenciales del 6 de enero de 2021.

Sin embargo, aunque los nacionalistas religiosos estadounidenses apelan al papel de Dios y del cristianismo en el establecimiento y la prosperidad del país, la identidad nacional que pretenden defender es más cultural que basada en valores cristianos ortodoxos. Whitehead y Perry sostienen, de nuevo basándose en datos empíricos, que la identidad imaginada por los nacionalistas cristianos para Estados Unidos se basa sobre todo en el nativismo, la supremacía blanca, el patriarcado, la heteronormatividad, el control autoritario de la vida social y un gran aprecio por el ejército. Afirman que, de hecho, el nacionalismo cristiano en EE.UU. rara vez se molesta en implantar lo que una teología bien fundada consideraría «“políticas según Cristo”, por no hablar de políticas que reflejen la ética del Nuevo Testamento»[9].

La similitud entre los nacionalismos religiosos de Rusia y Estados Unidos es evidente: se invocan tradiciones religiosas para apoyar una visión específica del futuro hacia el que se supone que debe avanzar la nación. Es lícito suponer que en ambos casos las agendas proclamadas no son realmente religiosas, sino que la religión se manipula para apoyar una agenda nacionalista. Sin embargo, tanto en el caso ruso como en el estadounidense, las interpretaciones de la historia y los valores religiosos se invocan de hecho con regularidad para apoyar agendas que sus defensores consideran genuinamente religiosas. Dado que los partidarios de todos esos movimientos nacionalistas atribuyen a sus objetivos un fundamento trascendente, es posible calificarlos de «nacionalismo religioso». El historiador R. Scott Appleby ha argumentado que, incluso cuando las intenciones nacionalistas o étnicas manipulan la religión, como ocurrió en la antigua Yugoslavia a principios de la década de los 90, el «nacionalismo religioso» es una descripción adecuada para todos aquellos movimientos cuyos partidarios ven en la religión una ayuda para definir su agenda política[10].

Opositores religiosos al nacionalismo religioso

Hoy, sin embargo, muchas comunidades religiosas se oponen firmemente a estas corrientes de nacionalismo religioso. Una importante declaración ortodoxa, Por la vida del mundo: hacia un ethos social de la Iglesia Ortodoxa, condena enérgicamente la guerra rusa en Ucrania[11]. Esta declaración se publicó el 27 de marzo de 2020 con la aprobación del Patriarca Ecuménico Bartolomé de Constantinopla, y cuenta con el apoyo de los líderes de casi todo el mundo ortodoxo, a excepción de la Iglesia Ortodoxa Rusa, con sede en Moscú. El texto recuerda que, en 1872, el Concilio de Constantinopla condenó la subordinación de la fe ortodoxa a las identidades étnicas y los intereses nacionales[12]. Impugna abiertamente las referencias del Presidente Putin y del Patriarca Kirill a la historia religiosa rusa y a la ética cristiana para apoyar la guerra en Ucrania.

Otro documento, de carácter menos autorizado, la Declaración sobre la enseñanza del «mundo ruso» (Russkii Mir), difundida el 13 de marzo de 2022 y firmada por numerosos líderes y eruditos de la Iglesia Ortodoxa, considera la unión del nacionalismo ruso y la fe ortodoxa como una «herejía» y «profundamente adversa para la ortodoxia, la fe cristiana y la humanidad»[13].

También ha habido una fuerte oposición religiosa a los recientes movimientos nacionalistas cristianos en Estados Unidos. El Baptist Joint Committee for Religious Liberty ha desempeñado un papel decisivo en la promoción de un movimiento, denominado «Cristianos contra el nacionalismo cristiano», que se opone al intento de fusionar las identidades cristiana y estadounidense por considerarlo una «tergiversación del Evangelio de Jesús y una amenaza para la democracia estadounidense». Sostiene que esta distorsión se ve incrementada por la forma en que el nacionalismo cristiano «a menudo se superpone y proporciona una pantalla para la supremacía blanca y la opresión racial»[14]. El movimiento ha recibido el apoyo de los líderes religiosos de la mayoría de las principales iglesias protestantes de Estados Unidos, como los bautistas estadounidenses, los episcopales, la Iglesia Evangélica Luterana de América, los cuáqueros, la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos y el Consejo Nacional de Iglesias[15].

Esta resistencia al nacionalismo religioso tiene profundas raíces en la mayoría de las principales tradiciones religiosas. En efecto, tanto el judaísmo como el cristianismo sostienen que toda persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (cfr Gn 1,27). Por tanto, todas las personas comparten una sacralidad común que trasciende las fronteras de las que surgen las identidades nacionales. Incluso en la religión musulmana, este reconocimiento trasciende las fronteras nacionales, culturales y religiosas[16]. La unidad de Dios es la idea central de la fe musulmana, y esta unidad se refleja en la unidad de la raza humana. El Corán proclama que ésta fue creada por Alá como umma wahida, «una comunidad» (Sura 2,213). La comunidad musulmana, por tanto, tiene encomendada la tarea de mantener la unidad humana, a pesar de las divisiones nacionales y religiosas que han surgido a lo largo de la historia. Una concepción similar de la unidad humana se encuentra también en otras tradiciones.

La cultura del encuentro en el pensamiento del Papa Francisco

Superar el nacionalismo religioso nos insta, pues, a reconocer la dignidad y el valor de todas las personas, independientemente de su identidad religiosa o nacional. La fe genuina requiere lo que el Papa Francisco ha llamado un auténtico «encuentro» con la dignidad personal de los demás, y conlleva el deber de responder a esa dignidad con respeto y cuidado. Para Francisco, el «encuentro» es una toma de conciencia activa de la presencia y del valor real del otro: es una especie de despertar a la realidad del otro, es decir, a su dignidad y a sus necesidades.

Para ilustrarlo concretamente, la encíclica de Francisco Fratelli tutti (FT) utiliza la parábola del buen samaritano. El protagonista de esta parábola no sólo ve las necesidades de la persona golpeada por los ladrones, sino que actúa concretamente. El sacerdote y el levita siguen su camino con indiferencia y dejan al herido sufriendo a un lado del camino. El buen samaritano, en cambio, se encuentra con el necesitado de una manera tan profunda que surge en él una respuesta activa. Le impulsa a actuar el encuentro con la dignidad real y la necesidad real de esa persona abandonada por unos maleantes a un costado del camino.

Para describir este tipo de encuentro existencial, Francisco utiliza también el término «acompañamiento». Esto se deriva de una atención al otro que podría describirse como una forma de apertura contemplativa. Como afirma el Papa en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG), encontrar el verdadero valor de otra persona es como estar ante la zarza ardiente, donde Dios, con su poder, se hizo presente a Moisés. En el encuentro auténtico, hay que «quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cfr Ex 3,5)» (EG 169). Quienes reconocen la sacralidad de la otra persona son llevados a trascender las fronteras de su propio mundo, incluidas las nacionales o religiosas. Se produce un encuentro cuando uno acoge al otro en su propia realidad, no en un contexto completamente predeterminado por sus relaciones anteriores o las ideas transmitidas por su tradición nacional o religiosa. Como dice Francisco cuando llama a desarrollar una cultura del encuentro, «las realidades son más importantes que las ideas». Por lo tanto, una respuesta adecuada a las necesidades de nuestro mundo requiere aprecio, respeto y amor por las realidades de las personas que viven en nuestro mundo (cfr EG 231-233).

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A pesar de sus numerosos escritos sobre este tema, Francisco no termina de definir lo que entiende por «encuentro». Sin embargo, sus usos de este término sugieren aclararlo de la siguiente manera. Un encuentro es la reunión y el compromiso mutuo de dos personas. La capacidad de realizar el encuentro y el compromiso es una forma de autotrascendencia. Para conocer a otra persona, hay que ser capaz de ir más allá de uno mismo, de trascenderse, apreciando la realidad de aquel con quien uno se encuentra. Esta superación de los estrechos confines del propio yo tiene lugar cuando se llega a conocer al otro como realmente es, cuando uno se dirige libremente al otro para afirmar su identidad y cuando se entra en una relación de respeto que puede traducirse en amor. La persona encontrada posee también una autotrascendencia que le confiere dignidad y valor. La persona encontrada es más que una cosa o un animal, incapaz de una relación consciente.

El encuentro, por tanto, es un encuentro de dos seres autotrascendentes, dotados de características espirituales que los convierten en algo más que objetos. Estas formas de autotrascendencia son distintivas de la dignidad y el valor de cada persona. Son la razón por la que, en la interacción humana, se espera que todo el mundo respete y proteja a los demás. Cualquier norma específica sobre cómo deben tratarse los seres humanos es una expresión concreta de la necesidad de respetar la autotrascendencia de las personas. Honrar la autotrascendencia de una persona es respetar su capacidad de conocer, de elegir libremente y de formar vínculos de relación y amor.

Por otra parte, la persona con la que uno se encuentra experimenta a su vez el deber de mostrar tal respeto, precisamente porque también ella posee la capacidad de autotrascenderse, no está confinada dentro de los límites de su autoconciencia, sino que puede encontrar verdaderamente al otro como semejante. Así, cada ser humano es una especie de deber frente al otro[17]. La capacidad de autotrascendencia de uno reclama la capacidad de autotrascendencia del otro. La capacidad de conocer y comprender de una persona exige que también ella sea reconocida y comprendida por los demás. La libertad de una persona exige la libertad de otra. La capacidad de una persona para relacionarse con los demás requiere reconocimiento y apoyo a través del cuidado de los demás. Todo esto está implícito en lo que Francisco llama «encuentro».

El Papa subraya que el encuentro tiene su primera manifestación en la interacción interpersonal, que alcanza su plenitud en el amor mutuo. Pero también insiste en que el encuentro puede producirse comunitariamente, cuando una comunidad se compromete positivamente con otra, reconociendo sus valores y derechos. Por lo tanto, el encuentro puede tener lugar socialmente y contribuir a formar macro-relaciones a nivel social, económico y político[18]. Cuando esto ocurre, el encuentro contribuye a promover la justicia y la paz en las comunidades y entre las naciones a escala mundial. Y este encuentro comunitario puede conducir a lo que Francisco llama «amistad social», cuyos efectos afectarán también a las instituciones políticas, fomentando en ellas lo que puede llamarse «amor político». Estas dimensiones sociales del encuentro entre personas y comunidades impulsarán los esfuerzos por «crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias» (FT 186). Promoverán el desarrollo de lo que Francisco llama una «cultura del encuentro»[19].

Al principio de Fratelli tutti, el Papa señala que le animó especialmente en la preparación de esta encíclica el Gran Imán de la mezquita de Al Azhar de El Cairo, Ahmad Al-Tayyeb[20]. El Papa y el Gran Imán ya se habían reunido para preparar juntos el Documento sobre la Fraternidad Humana, que publicaron conjuntamente en Abu Dhabi en febrero de 2019[21].

Hasta ahora, ningún pontífice había afirmado que un documento papal importante había sido influido directamente por un líder religioso no cristiano. Por lo tanto, los encuentros entre el Papa y el Gran Imán podrían dar lugar a avances significativos en las relaciones cristiano-musulmanas a nivel institucional y a largo plazo. Las comunidades cristiana y musulmana constituyen juntas algo más de la mitad de la población mundial[22]; por ello, la transición del conflicto y la violencia, que a menudo han marcado sus relaciones anteriores, a la interacción en el aprecio mutuo y la solidaridad pacífica es sin duda de gran trascendencia histórica y podría ser una importante contribución a la paz y la justicia mundiales.

La «cultura del encuentro» del Papa Francisco refuerza así la resistencia religiosa al nacionalismo religioso, que hoy representa una grave amenaza para la humanidad. Nos corresponde a nosotros aceptar la invitación de Francisco a encontrarnos con personas concretas y reconocer sus necesidades reales. También se nos pide que respondamos eficazmente a esa invitación creando instituciones capaces de apoyar encuentros que trasciendan las fronteras divisorias de nuestro mundo. Tales encuentros e instituciones son decisivos para hacer avanzar la paz y la justicia, tan necesarias hoy en día.

  1. Cfr M. Walzer, Just and Unjust Wars: A Moral Argument with Historical Illustrations, New York, Basic Books, 2015, capp. 4; 8; 9 (in esp. Guerras justas e injustas: un razonamiento moral con ejemplos históricos, Paidós ibérica, 2001); United States Conference of Catholic Bishops, «The Harvest of Justice is Sown in Peace», 17 de noviembre de 1993, Parte I, B. 2 (https://tinyurl.com/ych4rzm2).

  2. Carta de las Naciones Unidas, art. 2, par. 4 (https://www.un.org/es/about-us/un-charter/full-text).

  3. Convenciones de Ginebra, Protocolo adicional, adoptado el 8 de junio de 1977, art. 48, «Regla fundamental» (https://www.fedlex.admin.ch/eli/cc/1982/1362_1362_1362/it).

  4. V. Putin, «Discurso del presidente de la Federación de Rusia a los diputados de la Duma Estatal, a los gobernadores regionales de la Federación de Rusia y a los representantes de la sociedad civil», 18 de marzo de 2014 (http://en.kremlin.ru/events/president/news/20603).

  5. Id., «La unidad histórica de rusos y ucranianos», 12 de julio de 2021 (http://en.kremlin.ru/events/president/news/66181), y «Discurso del Presidente de la Federación Rusa», 21 de febrero de 2022 (http://en.kremlin.ru/events/president/news/67828). Para una útil visión general de la interacción histórica entre Rusia y Ucrania, que muestra que la versión de Putin de esta historia es una simplificación excesiva, véase A. Reid, «Putin’s War on History: The Thousand-Year Struggle over Ukraine», en Foreign Affairs, mayo-junio de 2022, 54-63.

  6. Kirill, «Palabras de Su Santidad el Patriarca en la Cuarta Semana de la Santa Gran Cuaresma, pronunciadas después de la liturgia en la Catedral de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa», 3 de abril de 2022 (https://tinyurl.com/bddsb2pz).

  7. ID., «Sermón Patriarcal en el Domingo del Perdón después de la liturgia en la Catedral de Cristo Salvador», 6 de marzo de 2022 (https://tinyurl.com/2j7sdyvs).

  8. Cfr. A. L. Whitehead – S. L. Perry, «What Is Christian Nationalism?», en Christian Nationalism and the January 6, 2021 Insurrection, informe conclusive de una investigación conjunta del Baptist Joint Committee for Religious Liberty (BJC) y la Freedom From Religion Foundation, 9 de febrero de 2022 (https://bjconline.org/jan6report). Cfr también A. L. Whitehead – S. L. Perry, Taking America Back for God: Christian Nationalism in the United States, Nueva York, Oxford University Press, 2020, 6-10; 25.

  9. A. L. Whitehead – S. L. Perry, Taking America Back for God, cit., 11.

  10. Cfr. R. S. Appleby, The Ambivalence of the Sacred: Religion, Violence, and Reconciliation, Lanham, MD, Rowman and Littlefield, 2000, 76. Para apoyar su interpretación, Appleby cita G. F. Powers, «Religion, Conflict, and Prospects for Reconciliation in Bosnia, Croazia, and Jugoslavia», en Journal of International Affairs 50 (1996/1) 63. D. Little y D. K. Swearer (edd.) llegan a conclusions similares sobre los conflictos étnico-religiosos en Iraq, Sri Lanka y Sudán, en Religion and nationalism in Iraq: A Comparative Perspective, Cambridge, MA, Center for the Study of World Religions, Harvard Divinity School, 2006, «Prefacio», 8-9.

  11. Por la vida del mundo: hacia un ethos social de la Iglesia Ortodoxa, 27 de marzo de 2020, disponible en el sitio web de la archidiócesis greco-ortodoxa (www.goarch.org/social-ethos).

  12. Cfr ibid, n. 11.

  13. «A declaration on the “Russian world” (Russkii Mir) teaching», 13 de marzo de 2022, disponible en el sitio web Public Orthodoxy del The Orthodox Christian Studies Center de Fordham University (https://tinyurl.com/3kd2h9w8).

  14. Declaración sobre «Christians Against Christian Nationalism», disponible en el sitio web de Christians Against Christian Nationalism (www.christiansagainstchristiannationalism.org).

  15. Para consultar la lista de adherentes, cfr el sitio web de Christians Against Christian Nationalism (www.christiansagainstchristiannationalism.org/endorsers).

  16. Para un excelente debate sobre el significado de los límites con respecto a una perspectiva islámica de la intervención humanitaria, véase S. H. Hashmi, «Is There an Islamic Ethic of Humanitarian Intervention?», en Ethics and International Affairs 7 (1993) 55-73 (https://tinyurl.com/3bbc392u).

  17. Cfr W. Luijpen, «Justice as an Anthropological Form of Co-Existence», cap. 6, en Phenomenology of Natural Law, Pittsburgh, PA, Duquesne University Press, 1967, en particular 180.

  18. Cfr FT 181.

  19. La frase fue utilizada por primera vez por Francisco en EG 220, y ha aparecido repetidamente en escritos posteriores, especialmente en Fratelli tutti.

  20. Cfr FT 5. Para un estudio útil de la perspectiva con la que Francisco aborda el diálogo interreligioso, en particular las implicaciones sociales y políticas de dicho diálogo, cfr P. C. Phan, «Pope Francis and Interreligious Encounter», en Theological Studies 83 (2022) 25-47.

  21. Francesco – Ahmad Al-Tayyeb, Documento sobre la fraternidad humana, 4 de febrero de 2019 (https://tinyurl.com/yncjd6za).

  22. Pew Research Center, «The Changing Global Religious Landscape», 5 de abril de 2017, informa que en 2015 los cristianos eran el 31,2% de la población mundial, y los musulmanes el 24,1% (https://tinyurl.com/2p9u6aez).

David Hollenbach
Profesor, autor y teólogo moral, actualmente ejerce como profesor en la Walsh School of Foreing Service de la Universidad de Georgetown. Sus áreas de investigación versan sobre los derechos humanos, las respuestas religiosas y éticas a las crisis humanitarias y los refugiados, y la religión en la vida política. Entre sus publicaciones destaca su libro más reciente: Humanity in Crisis: Ethical and Religious Response to Refugees (Georgetown University Press, 2019).

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