Pastoral

¿Cuál es el tiempo de Dios?

La misericordia en el pontificado de Francisco

A diez años de la elección del Papa Francisco, parece oportuno volver sobre uno de los pilares de su pontificado: la misericordia. Esta puede identificarse como el «nombre de Dios»[1], pero también como su «tiempo». Que la misericordia es uno de sus pilares se deduce, en primer lugar, del hecho de que en la víspera del cuarto domingo de Cuaresma, en San Pedro, el 13 de marzo de 2015 – segundo aniversario de su elección -, ante una asamblea reunida para celebrar la liturgia penitencial, el Papa Francisco anunció la proclamación de «un Jubileo extraordinario que tiene como centro la misericordia de Dios»[2]. El 11 de abril siguiente, víspera del segundo domingo de Pascua, conocido como «domingo de la Divina Misericordia», el Pontífice había proclamado el Jubileo con la bula Misericordiae Vultus.

«Super misericordia et infinita patientia…»

«Esto soy yo: “un pecador a quien el Señor ha vuelto los ojos”. Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaría mi elección como Pontífice»[3]. Son las palabras del Papa Francisco en una entrevista a La Civiltà Cattolica en 2013. Se describe a sí mismo como un pecador que ha experimentado la misericordia. Y de hecho susurró la frase en latín que había pronunciado tras su elección: «Peccator sum, sed super misericordia et infinita patientia Domini nostri Iesu Christi confisus et in spiritu penitentiae accepto»[4]. «Soy un pecador», afirma con claridad el Papa.

Esto debería llevarlo a una percepción de desconfianza en sí mismo. Pero no es así, porque su respuesta es «Acepto». La única razón de su decisión es la confianza «en la misericordia y en la infinita paciencia de Nuestro Señor Jesucristo». Y la aceptación del pontificado se produce con «espíritu de penitencia».

Si Bergoglio no hubiera confiado en la misericordia (super misericordia…), no habría aceptado. Sus palabras son fuertes, no son «piadosas» ni formalismos. Y hay numerosos testimonios de que la misericordia es la palabra clave. Sólo en 2013, es decir, en los primeros nueve meses de su pontificado, el Papa la utilizó en unos 200 pasajes de sus discursos. Empezando por la primera misa en la parroquia de Santa Ana del Vaticano, el 17 de marzo de 2013: «El mensaje de Jesús es ese: misericordia. Para mí, lo digo humildemente, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia».

No hay que olvidar, al respecto, que en el Nuevo Testamento la petición de misericordia adquiere el significado de una verdadera confesión de fe; por ejemplo: «¡Señor, ten piedad de mi hijo!» (Mt 17,15). Esto es exactamente lo que pretende Bergoglio: expresar la propia fe.

La misericordia requiere el verbo y no el sustantivo

El lema episcopal de Jorge Mario Bergoglio es Miserando atque eligendo. En una entrevista de 2013 dijo: «Siempre lo he sentido como algo muy verdadero para mí». El lema está tomado de las Homilías de San Beda el Venerable, quien, comentando el episodio evangélico de la vocación de Mateo, escribe: «Vio Jesús a un publicano y, como lo miró con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: “Sígueme”»[5]. Y Francisco añade: «El gerundio latino miserando me parece intraducible tanto en italiano como en español. Me gusta traducirlo con otro gerundio que no existe: misericordiando»[6].

Para el Papa Francisco, la misericordia requiere un lenguaje que no existe; estimula su creatividad lingüística. Sabemos que Bergoglio es muy creativo lingüísticamente, tanto en italiano como en español. Su actitud moldea las palabras, introduciendo elementos dialectales o de jerga. Aquí, sin embargo, realiza una operación diferente: transforma un sustantivo (misericordia) en verbo (misericordiare), en forma de gerundio (misericordiando).

En general, al Papa le gustan más los verbos que los sustantivos. El sustantivo se refiere a la «sustancia» y tiene un valor de objeto, de cosa considerada en su fijeza. El verbo, en cambio, indica el paso del tiempo, la acción, el dinamismo; en una palabra, la experiencia. Así, con esta sencilla operación lingüística, el Papa Francisco quiere decirnos que la misericordia debe perder su fijeza de «acto», para convertirse en «proceso», dinamismo. No ergon, sino energheia, energía. Proceso y energía se desarrollan en el tiempo.

No el espacio de un gesto, sino el tiempo de un encuentro

La misericordia expresa una energía que se despliega en el tiempo y no en el espacio; inicia procesos, en lugar de ser un hecho aislado y definido, cerrado en sí mismo. Y el tiempo es superior al espacio, porque en el tiempo tiene lugar un proceso de desarrollo, de crecimiento.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Todo esto tiene una raíz en la experiencia personal de Bergoglio. La Homilía de San Beda que he citado se reproduce en la Liturgia de las Horas, en la fiesta de San Mateo. Precisamente en esta ocasión, el 21 de septiembre de 1953, el joven Jorge Mario tiene una experiencia singular. Está preparando una excursión para el Día del Estudiante, al comienzo de la primavera austral. Pero antes, sin saber muy bien por qué, va a su parroquia, la iglesia de San José de Flores, donde ve por primera vez al padre Duarte, un sacerdote con el que queda impresionado. Se sienta en el último confesionario de la izquierda, frente al altar, y se siente movido a confesarse.

En ese momento algo sucedió. El joven Jorge Mario sintió la llamada al sacerdocio: «Algo extraño me ocurrió durante esa confesión, no sé exactamente qué, pero cambió mi vida; diría que me dejé sorprender con la guardia baja». Continúa recordando aquellos momentos: «Fue la sorpresa, el asombro de un encuentro, me di cuenta de que me estaban esperando. Esa es la experiencia religiosa: el asombro del encuentro con alguien que te espera. A partir de ese momento, para mí Dios es el que te “anticipa”. Tú lo buscas, pero es Él quien te encuentra primero. Tú quieres encontrarlo, pero es Él quien viene primero a tu encuentro»[7].

El Papa, recordando aquellos momentos, los asocia a una precisa experiencia de la misericordia de Dios, que le acompañaría siempre después. Pasarían cuatro años antes de que entrara en el seminario, pero la decisión estaba tomada. La misericordia, por tanto, es concretamente para Bergoglio la capacidad que tiene Dios de anticiparse a ti, de esperarte antes de que decidas acudir a él. La dimensión temporal de la misericordia de Dios es la anticipación. La misericordia no es un simple perdón por algo hecho «antes», sino una actitud a priori.

El misericordiae vultus, el rostro de la misericordia, es el rostro de quien te espera. El rostro del padre del hijo pródigo de la parábola evangélica, todo él pendiente de ver en el horizonte el regreso de su hijo. Su espera precede a su regreso. He aquí, pues, cómo el tiempo es la dimensión propia de la misericordia, que no tiene sólo un sentido «espacial» de proximidad.

Evidentemente, el misericordioso está «cerca» del que tiene al lado, está espacialmente cerca, lo toca. Pero no sólo eso: es el que le hace un hueco en su tensión vital. El padre es «misericordioso» porque «Cuando su hijo todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente», leemos en la parábola evangélica (cfr. Lc 15,11-32). Es una cercanía que se hace física, pero antes el padre experimenta toda la tensión temporal del encuentro. El abrazo precede al encuentro; el perdón, al arrepentimiento.

Dios «primerea» con su misericordia

Para Bergoglio, por tanto, la misericordia es también una proximidad, el fruto de un proceso llevado a cabo ante todo por Dios que espera. Una persona que recibió una nota personal del Papa Francisco – un artista con un pasado problemático – me leyó con emoción esta frase: «Dios nos busca, Dios nos espera, Dios nos encuentra… antes de que lo busquemos, antes de que lo esperemos, antes de que lo encontremos. Este es el misterio de la santidad».

En una de sus conversaciones con el rabino Abraham Skorka, Bergoglio confesó: «Yo diría que a Dios se lo encuentra mientras caminamos, mientras paseamos, mientras lo buscamos y nos dejamos buscar por Él. Son dos caminos que se encuentran. Por un lado, lo buscamos impulsados por un instinto que nace del corazón. Y luego, cuando nos encontramos, nos damos cuenta de que Él ya nos buscaba, nos había precedido»[8].

Dios llega primero, nos precede. Este es también el significado del verbo en jerga primerear, utilizado por el Papa Francisco. Usó esta expresión el 18 de mayo de 2013, en vísperas de Pentecostés, ante miembros de movimientos eclesiales. Se refería a Dios mismo: «Nos decimos que debemos buscar a Dios, pero cuando vamos hacia Él, ya nos está esperando. Él ya está ahí y, voy a usar una expresión que usamos en Argentina: el Señor nos primerea, nos anticipa, nos está esperando: tú pecas, y Él te está esperando para perdonarte. Nos espera para acogernos, para darnos su amor, y cada vez la fe crece un poco más».

Hay, pues, una dimensión muy profunda de la espera en la lectura que Bergoglio hace de la misericordia. Evoca también la «paciencia» de esta espera (cfr. Angelus del 9 de junio de 2013). En su homilía del II Domingo de Pascua de 2013, en la que se lee la parábola del padre misericordioso, el Papa dijo: «¿Y el padre? ¿Se había olvidado de su hijo? No, jamás. Está ahí, lo ve de lejos, lo esperaba cada día, cada instante».

El tiempo se despliega en pasado, presente y futuro. La misericordia, para Bergoglio, incide en estas tres dimensiones temporales, desplegándose y tocando la existencia del hombre de manera global. Intentemos ahora comprender cómo.

La misericordia y el pasado: el olvido del mal

Hay unas palabras de Francisco – pronunciadas el 28 de julio de 2013, durante la rueda de prensa en el vuelo de regreso del viaje apostólico a Brasil – que llaman especialmente la atención: «Veo que muchas veces en la Iglesia […] se van a buscar “pecados de juventud”, por ejemplo, y esto se publica. […] Pero si una persona, laico o sacerdote o monja, ha cometido un pecado y luego se ha convertido, el Señor perdona, y cuando el Señor perdona, el Señor olvida, y esto es importante para nuestra vida. Cuando vamos a confesarnos y decimos realmente: “He pecado en esto”, el Señor olvida y nosotros no tenemos derecho a no olvidar, porque corremos el riesgo de que el Señor no olvide nuestros pecados. Eso es un peligro. Esto es importante: una teología del pecado. Muchas veces pienso en San Pedro: cometió uno de los peores pecados, que es negar a Cristo, y con este pecado le hicieron Papa. Hay mucho que pensar ».

Ya en estas palabras intuimos que la misericordia, desplegándose en el tiempo, toma forma según el pasado, el presente y el futuro. Aquí, en particular, comprendemos el valor de la misericordia en el pasado: el olvido del mal. «El Señor olvida y nosotros no tenemos derecho a no olvidar». Esto es la misericordia: ser desmemoriado del mal, olvidar.

Pero el olvido por parte de Dios no es desmemoria o un olvido que genera tranquilidad en el alma del creyente que confía en Él. En realidad, es la percepción de que Dios ya estaba allí en nuestro pasado lejano, como el del hijo pródigo. Ante su presencia, nuestro pasado de pecado cambia de sentido. Esto es, en definitiva, la conversión para Francisco: no olvidar que somos pecadores, sino sabernos amados ya antes, ya entonces, y dar un sentido distinto a nuestro pasado.

El proceso temporal descrito en la física clásica se mueve en una dirección unívoca de pasado-presente-futuro. En la dinámica de la conversión, la dirección de la línea temporal no es la dirección física, sino la dirección del significado. La memoria no debe considerarse una transcripción inmutable. El pasado no está fijo para siempre, la conversión puede cambiar el significado de lo vivido. La conversión significa recomponer el pasado como premisa para un nuevo futuro. Este es el poder de la misericordia. Actúa sobre el pasado con vistas a un futuro liberado del lastre del pecado, del mal.

La misericordia en el presente: la urgencia de salvar la vida

Si en el pasado la misericordia exige olvidar el mal y devolver el sentido a la experiencia vivida, en el presente exige cambiar el intelecto, es decir, el modo de pensar y mirar el mundo; exige cambiar la «lógica».

En una de las homilías más «fundacionales» y programáticas de su pontificado, en la Misa del 15 de febrero de 2015 con los nuevos cardenales nombrados el día anterior, el Papa habló de esta «lógica», diciendo: «Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad»[9].

El Papa describió a continuación «dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar»[10]. Aquí, en el presente, la misericordia nos pide que asumamos la urgencia de salvar a los perdidos, que asumamos esta lógica prioritaria. El modelo es Cristo.

Y en la misma homilía, esta fuerza de reintegración se hace imagen de la curación del leproso: «[Jesús] ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio»[11].

En una entrevista concedida a La Civiltà Cattolica en 2013, Francisco afirmó: «Los ministros de la Iglesia deben ser ante todo ministros de la misericordia». El ministro del Evangelio es ante todo un ministro que «lava, limpia, alivia»[12]. «Veo claramente – dijo el Papa – que lo que más necesita la Iglesia hoy es la capacidad de curar las heridas y de calentar el corazón de los fieles, la cercanía, la proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. Es inútil preguntar a un herido grave si tiene el colesterol y el azúcar altos. Hay que curar sus heridas. Después podemos hablar de todo lo demás. Curar las heridas, curar las heridas… Y hay que empezar desde abajo»[13]. El Papa lo repitió también a los párrocos de Roma el 6 de marzo de 2014: «Luego haremos la atención especializada, pero primero hay que curar las heridas abiertas»[14].

El vínculo entre misericordia y curación es evidente: Jesús «ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios y se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma. Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros, que ve nuestras debilidades»[15].

Cabe precisar que esta obra de rescate y salvación no considera a los «heridos» como carentes por completo de capacidad de reacción, como meros moribundos, en definitiva. Las imágenes que Bergoglio extrae del mundo de la salud deben desarrollarse con cuidado. Para el Papa, «no se puede curar a un enfermo si no se parte por lo sano»[16]. Y esto significa partir de lo positivo, de los recursos todavía disponibles, de una apertura a la Gracia que no ha sido minada, de una asistencia sanitaria que no ha sido incurablemente socavada.

Siempre me ha hecho reflexionar un acontecimiento de la vida del Papa Francisco que relaciono con la actitud del «cuidado», también en sentido médico. El Papa lo recuerda con frecuencia: el hecho de que antes de entrar en el seminario había caído gravemente enfermo y a los 21 años había rosado la muerte por una infección pulmonar. En un momento de fiebre alta, había abrazado a su madre y le había preguntado: «¡Dime qué me pasa!». Le diagnosticaron neumonía y la presencia de tres quistes. Como consecuencia, le extirparon la parte superior del pulmón derecho. La convalecencia fue dura debido al método de aspiración del líquido que se formó en sus pulmones. Imagino lo que puede significar para un joven sentir que le falta el aire, necesitar cuidados inmediatos, necesitar alivio. Creo que esto marcó de alguna manera la gran y profunda sensibilidad humana y espiritual del Papa Francisco.

La misericordia y el futuro: la paciencia de la terapia

Una pregunta que el Papa formuló vibrantemente durante nuestra conversación-entrevista de 2013 para La Civiltà Cattolica fue: «¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios?»[17]. Es una pregunta central, que quizá se hace a sí mismo a diario, incluso antes de preocuparse de las estructuras, por importantes que sean. Incluso el verbo «tratar» puede interpretarse en el sentido de «cuidar» o «curar», en el contexto de un «hospital de campaña». Y el «tratamiento» lleva tiempo, se realiza con el tiempo, se abre al futuro de un proceso de curación. El tratamiento no es milagroso, instantáneo: necesita un tiempo especial. La misericordia requiere tiempo. Requiere una tensión hacia el futuro, sin la cual carece de sentido. Hay un proceso de mejora progresiva que debe permanecer abierto. Cualquier obstáculo rígido que impida un camino de mejora es una ofensa a la misericordia de Dios.

El tiempo de Dios es, por tanto, misericordia, su «misericordiar». Es un proceso que adopta algunas formas específicas. Presentaremos ahora tres fundamentales, que vuelven con frecuencia en el magisterio de Francisco: el abrazo, la empatía y el consuelo.

El abrazo

La primera forma está relacionada con el contacto físico del cuidado. Durante su viaje a Brasil, en el hospital São Francisco de Assis na Providência, el 24 de julio de 2013, todos vieron los cálidos abrazos entre el Papa y ex drogadictos. Allí exclamó: «Abrazar, abrazar. Todos tenemos que aprender a abrazar a los necesitados, como hizo San Francisco». Para llamar a la puerta del corazón es necesario, por tanto, tener las manos «desnudas», no tener filtros, tocar la carne. Esta dimensión física para el Papa Francisco no es accesoria, una mera cuestión de «estilo», sino que forma parte de la comunicación del fuerte mensaje de la Encarnación.

Entrevistado por el padre Pepe Di Paola, amigo suyo desde hace años, para La Cárcova News, un periódico de un suburbio pobre, de una villa miseria, el Papa Francisco dijo: «Vos podés amar a otra persona, pero si no le estrechás la mano, no le das un abrazo, no es amor; si amás a alguien como para casarte, es decir con el deseo de entregarte completamente, y no le abrazas, no le das un beso, no es verdadero amor. El amor virtual no existe. Existe la declaración de amor virtual, pero el verdadero amor prevé el contacto físico, concreto. Vayamos a lo esencial de la vida. Y lo esencial es eso»[18].

Francisco escribe en la bula Misericordiae Vultus: «Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad» (n. 15).

Este abrazo, sin embargo, no es sólo psicológico-afectivo, sino que es la misma presencia mística de Cristo. Respondiendo a una pregunta, Francisco dijo a las «Comunidades de Vida Cristiana» (CVX) el 30 de abril de 2015: «Nuestros pecados están en las manos de Dios; esas manos son misericordiosas, manos “llagadas” de amor. […] Las heridas de la humanidad, si te acercas ahí, si tocas – y esto es doctrina católica – tocas al Señor herido». «No es casualidad – dijo en otra ocasión – que Jesús haya querido conservar las llagas en sus manos para hacernos sentir su misericordia»[19]. Las manos de Cristo son las de un sanador herido. Extiende su mano herida para que la misericordia la toque.

No hay nada más «presente» que el contacto físico, el abrazo, que es el aquí y ahora, el hic et nunc de la misericordia. Hay una dimensión física de la misericordia que es ineludible y requiere comparecer, requiere simultaneidad. No hay misericordia sin contacto.

La empatía

Hablando en Corea a los Obispos de Asia en el Santuario de Haemi, el 17 de agosto de 2014, el Papa pronunció un discurso muy importante, en el que propuso una visión de la Iglesia que es «versátil y creativa en su testimonio del Evangelio, mediante el diálogo y la apertura a todos». «No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad. Desde la nada, desde una autoconciencia nebulosa no se puede dialogar, no se puede empezar a dialogar. Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida». La palabra clave aquí es «empatía».

El término «empatía» es singular e importante. La tradición de la filosofía y de la tragedia conoce esta actitud del alma. La tragedia clásica, por ejemplo, quiere que el espectador experimente una profunda empatía con el destino del héroe. El espectador es aquel que «se pone en el lugar» del otro y siente sus sentimientos. La tradición humanística se basa en la posibilidad de la empatía. Esto significa que el hombre no está encerrado en sí mismo, no es autorreferencial, sino radicalmente abierto al otro.

¿Qué es exactamente la empatía para Francisco? Él mismo lo precisó: «Es una atención, y en la atención nos guía el Espíritu Santo». Por tanto, es una actitud no sólo psicológica, sino profundamente espiritual. Luego explicó que esta consiste en el desafío de «no limitarnos a escuchar las palabras que dicen los demás, sino captar la comunicación tácita de sus experiencias, sus esperanzas, sus aspiraciones, sus dificultades y lo que está más cerca de sus corazones».

Francisco pide una actitud espiritual que sepa ir más allá de las palabras y los discursos bien formulados: se trata de una sensibilidad espiritual que «nos lleva a ver a los demás como hermanos y hermanas, a “escuchar”, a través y más allá de sus palabras y acciones, lo que sus corazones desean comunicar». La empatía es, por tanto, ofrecer la propia atención a otra persona, dejando a un lado el yo, las preocupaciones y los pensamientos personales; ofrecer una escucha que no es evaluativa, sino que se centra en comprender los sentimientos y las necesidades básicas de la otra persona.

Con estas palabras, el Papa deja claro que el diálogo es importante, pero no es suficiente; o mejor dicho, es necesario profundizar en su significado y modalidades. Francisco propone dar un paso más y nos exige un auténtico «espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro». Tampoco basta la simple «apertura», sino que es necesaria la acogida: «Ven a mi casa, tú, a mi corazón. Mi corazón te acoge. Quiere escucharte. Esta capacidad de empatía nos hace capaces de un verdadero diálogo humano, en el que las palabras, las ideas y las preguntas brotan de una experiencia de fraternidad y de humanidad compartida».

Esta llamada a la empatía tiene una consecuencia directa en la atención pastoral: en particular, en la manifestación de la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación. De hecho, el Papa se dirige así a los confesores: «No harán preguntas impertinentes, sino que, como el padre de la parábola, interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque sabrán captar en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la petición de perdón» (n. 17).

El consuelo

En la homilía que el Papa Francisco pronunció en la celebración de las vísperas del segundo Domingo de Pascua, al proclamar el Jubileo de la Misericordia, dijo: «La misericordia de Dios se ha derramado en nosotros, haciéndonos justos, dándonos la paz». Es la percepción sensible de la presencia de Dios y asume diversos tonos y matices afectivos. Uno de ellos es la ternura: «La gente de hoy necesita […] que seamos testigos de la misericordia, de la ternura del Señor, que calienta el corazón»; «el Señor es el Señor del consuelo, el Señor de la ternura»[20].

El Papa, sobre todo cuando habla improvisadamente, no duda en insistir en la importancia del consuelo. En un diálogo espontáneo con jesuitas en Seúl, el 15 de agosto de 2014, durante su viaje apostólico a Corea, dijo: «Hay una palabra que me llama mucho la atención: la consolación. […] El pueblo de Dios necesita consuelo, ser consolado. Creo que la Iglesia es ahora mismo un hospital de campaña. El pueblo de Dios nos pide ser consolado. Tantas heridas, tantas heridas que necesitan consuelo… Debemos escuchar las palabras de Isaías: “¡Consuela, consuela a mi pueblo!”. No hay heridas que no puedan ser consoladas por el amor de Dios. Así es como debemos vivir: buscando a Jesucristo para poder llevar este amor a consolar las heridas, a curar las heridas. […] Hay muchas heridas en la Iglesia. Heridas que muchas veces nosotros mismos, católicos practicantes y ministros de la Iglesia, provocamos. ¡No castiguen más al pueblo de Dios! ¡Consuelen al pueblo de Dios! Muchas veces nuestra actitud clerical provoca el clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia. Ser sacerdote no da el estatus de clérigo, sino de pastor. Por favor, sed pastores y no clérigos de Estado. Y cuando estén en el confesionario, recuerden que Dios no se cansa de perdonar. ¡Sean misericordiosos!»[21].

Es eso: para el Papa Francisco, la misericordia de Dios se manifiesta en la consolación, es decir, en la percepción de su presencia. Y los cristianos – especialmente los sacerdotes – están llamados a ser instrumentos de este consuelo, canales de consolación. No hay heridas en nuestra historia que no puedan ser consoladas por el amor de Dios. No es difícil advertir que el Papa Francisco entiende su ministerio petrino como un ministerio de consolación.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

La misión misma de la Iglesia es una misión de consolación. En la catedral de Tirana, el 21 de septiembre de 2014, tras escuchar el testimonio de dos mártires de la fe – un sacerdote y una monja -, Francisco dijo: «la única consolación viene de Él. Ay de nosotros si buscamos otro consuelo. Ay de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas, de las novicias, de los consagrados cuando buscan consuelo lejos del Señor. No quiero “fustigarlos”, hoy, no quiero convertirme en “verdugo”, pero tengan la certeza de que si buscan consuelo en otra parte no serán felices. Más aún: no podrás consolar a nadie porque tu corazón no se ha abierto al consuelo del Señor. Y acabarás, como dice el gran Elías al pueblo de Israel, “cojeando de dos piernas”».

La misericordia toma el rostro de la consolación cuando se percibe la acción de Dios como una presencia que inflama el corazón. San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, la define así: «Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene el ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y consecuentemente, cuando ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza; finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, aquietándola y pacificándola en su Criador y Señor» (n. 316).

Un hecho claro: la consolación viene de Dios y su protagonista es Él. Pero precisamente por eso puede llegar a generar inquietud, dice el Papa. En el Angelus del 7 de diciembre de 2014 afirmó: «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo al consuelo, a ser consolados. De hecho nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Saben por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio, ¡en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista! Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da el valor para salir de nosotros mismos. Es Él quien nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, que es el Padre. Y eso es conversión. Por favor, ¡dejen que el Señor los consuele! Dejen que el Señor los consuele».

La misericordia que toma la forma de consuelo genera inquietud, porque socava el ego de su posición dominante como protagonista. Y Francisco lo admitió desde los primeros días de su pontificado: «No es fácil confiar en la misericordia de Dios, porque es un abismo incomprensible»[22]. La consolación es un gran desafío que toca las cuerdas profundas del alma.

Cuando el Papa habla de descentrarse de uno mismo, se refiere también a esto: liberarse de los propios sentimientos de tristeza y desolación para dejarse consolar por Dios. Y éste es quizá el mayor desafío misionero y apostólico, porque «no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él»[23].

«La misericordia cambia el mundo»

La misericordia para Bergoglio tiene, por tanto, una dimensión radicalmente temporal. Como pasado, es el olvido del mal; como presente, es la urgencia de salvar la vida; como futuro, es la paciencia del cuidado, del tratamiento. Es un proceso que adopta diversas formas, también lingüísticas, pero a menudo no verbales: la nueva evangelización «no puede dejar de utilizar el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y actitudes antes que de palabras»[24]. El Papa ha definido algunas de estas formas. Hemos destacado al menos tres: el abrazo, la empatía, el consuelo.

Esta «visión» de Francisco configura su manera de entender el sentido de la Iglesia como testigo de la misericordia, pero también la manera de ver el mundo y la realidad[25]. Dios actúa en la vida de las personas, pero también en los procesos históricos de los pueblos y naciones, incluso en los más complejos e intrincados. Así, la misericordia de Dios está inserta en los acontecimientos de este mundo: de las sociedades, de los grupos humanos, de las familias y de los individuos. En la homilía de la Misa del 1 de enero de 2016, con ocasión de la 49ª Jornada Mundial de la Paz, Francisco propuso una reflexión sobre el sentido del tiempo y de la historia: «Un río de miseria, alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud del tiempo realizada por Cristo». Sin embargo, prosiguió Francisco, con un salto en el discurso, «este río desbordado no puede nada contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a sumergirnos en este océano».

La imagen es, entonces, la de un océano de misericordia que inunda el mundo, desbordando el río de miseria que fluye por él. Las imágenes que fluyen son evocadoras. El lecho rígido de un río fangoso queda como borrado por un torrente imparable de agua fresca de manantial. La presencia misericordiosa de Dios puede transformar un tiempo de miseria en la «plenitud de los tiempos». Este es, pues, el poder de la misericordia: cambiar el sentido de los procesos históricos, disolviendo su lodo y barriendo sus escombros. «Misericordia, esta palabra lo cambia todo. Es lo mejor que podemos oír: ella cambia el mundo»[26].

  1. Francisco, Audiencia general del 13 de enero de 2016. Cfr también Francisco – A. Tornielli, Il nome di Dio è misericordia, Milán, Piemme, 2016.

  2. Todos los textos del pontificado del Papa Francisco y de sus predecesores citados están disponibles en la página web de la Santa Sede: www.vatican.va

  3. A. Spadaro, «Intervista a Papa Francesco», en Civ. Catt. 2013 III 449-477; Francisco, La mia porta è sempre aperta. Una conversazione con Antonio Spadaro, Milán, Rizzoli, 2013, 25.

  4. Ibid.

  5. Ibid.

  6. Ibid.

  7. J. M. Bergoglio, Papa Francesco. Il nuovo Papa si racconta. Conversazione con Sergio Rubin e Francesca Ambrogetti, Milán, Salani, 2013, 41 s

  8. J. Bergoglio – A. Skorka, Il cielo e la terra. Il pensiero di Papa Francesco sulla famiglia, la fede e la missione della Chiesa nel XXII secolo, Milán, Mondadori, 2013, 13 s.

  9. Francisco, Homilía de la Misa del VI domingo del tiempo ordinario, 15 de febrero de 2015.

  10. Ibid.

  11. Ibid.

  12. Id, La mia porta è sempre aperta. Una conversazione con Antonio Spadaro, cit., 59.

  13. Ibid., 58.

  14. Id., Discurso a los párrocos de Roma, 6 de marzo de 2014.

  15. Francisco, Homilía de Domingo de ramos, 24 de marzo de 2013.

  16. J. M. Bergoglio, Nel cuore dell’uomo. Utopia e impegno, Milán, Bompiani, 2013, 54.

  17. Francisco, La mia porta è sempre aperta, cit., 59.

  18. Entrevista disponible en: https://www.aciprensa.com/noticias/en-nueva-entrevista-papa-francisco-habla-sobre-isis-y-bromea-sobre-ser-cobarde-para-el-dolor-56489

  19. Francisco, Homilía de la Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos durante el año, 4 de noviembre de 2013.

  20. Id., Homilía de la Misa con seminaristas, novicios y novicias, 7 de julio de 2013.

  21. Transcripción inédita.

  22. Id., Homilía en la parroquia de Sant’Anna in Vaticano, 17 de marzo de 2013.

  23. Id., Angelus, 7 de diciembre de 2014.

  24. Id., Discurso en la Plenaria del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, 14 de octubre de 2013.

  25. Cfr A. Spadaro, «La diplomazia di Francesco. La misericordia come processo politico», en Civ. Catt. 2016 I 209-226.

  26. Francisco, Angelus, 17 de marzo de 2013.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

    Comments are closed.