ECONOMÍA

Reflexiones ante el nuevo contexto del comercio internacional

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En estos últimos años, la economía global se viene enfrentando a unos desafíos de gran intensidad y dificultad. Un virus la puso en hibernación, trayendo la mayor recesión sufrida en tiempos de paz; una paz a la que puso fin la guerra en Ucrania. Con el primero obús ruso lanzado, los precios de la energía y de las materias primas se dispararon. Se desencadenó así una inflación galopante. A causa del enemigo invisible, el COVID, y del muy evidente ejército ruso, las cadenas de valor se tensionaron, comprometiendo así la globalización productiva. Al mismo tiempo, se dio como reacción una aceleración en la producción de energía limpia renovable. Con todo ello, la globalización, tal y como la hemos conocido hasta hace unos pocos años, y ya en entredicho, para algunos parece haber llegado a su fin.

Lo que es indudable es que está adquiriendo otra modalidad e intensidad. Unos pocos años atrás, en el 2017, Donald Trump declaró la guerra comercial a China. Ahora J. Biden, además de mantener este pulso, ha adoptado una legislación fundamentada en el nacionalismo climático para lograr la transición a una economía descarbonizada. La Unión Europea (UE), que no ha tardado en expresar su preocupación ante este proteccionismo vestido de verde, es asimismo acusada de entorpecer las exportaciones a ella de otros países. Los tradicionales adalides del comercio libre son ahora quienes ponen trabas a los intercambios, incluso entre ellos mismos. Hay temores de que se pueda desencadenar una guerra comercial. Ciertamente, esta sería una fuente adicional de daño económico, lo último que necesitamos.

Paulatinamente, los EEUU están cambiando de modelo económico. Abandonando la mentalidad ultraliberal, abogan por políticas que buscan traer nuevos estándares al comercio internacional y utilizar la inversión pública para abordar problemas como la desindustrialización y la desigualdad de ingresos. Han abierto un proceso no exento de repercusiones y tensiones. Este trabajo pretende centrarse en evaluar el nuevo contexto internacional y reflexionar sobre su significado.

La agenda económica de Biden

En el Discurso sobre el estado de la Unión 2023, el pasado 7 de febrero, el actual presidente estadounidense, Joe Biden, adhirió a la filosofía del slogan Buy American («compre americano») y anunció que su administración, que había ya aprobado medidas proteccionistas provocando protestas de la UE, se comprometía a avanzar en esta dirección: «Esta noche también anuncio nuevas normas que exigirán que todos los materiales de construcción utilizados en los proyectos federales de infraestructuras se fabriquen en Estados Unidos […]. Bajo mi mandato, las carreteras americanas, los puentes americanos y las autopistas americanas se harán con productos americanos»[1].

Recientemente, Paul Krugman, premio Nobel de Economía, se preguntaba por las razones de este talante tan nacionalista del actual presidente de los EEUU. Este, en su opinión, está cambiando silenciosamente los fundamentos básicos del orden económico mundial. Consciente de que si su país, que en esencia creó el sistema comercial de la posguerra, está dispuesto a saltarse sus normas para perseguir sus objetivos estratégicos, se corre el riesgo de que crezca el proteccionismo en todo el mundo. Pero concluía: «Sin embargo, creo que la administración Biden está haciendo lo correcto. Las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) son importantes, pero no lo son más que proteger la democracia y salvar el planeta»[2].

Como se ve, la cuestión es sumamente compleja. Los políticos de todo el mundo han aprendido por las malas que con la globalización, durante los últimos 30 años, el nivel de vida de muchas personas aumentó, pero las desigualdades crecieron dentro de los países. Además, con ella los países autocráticos no se han vuelto más democráticos, sino todo lo contrario, se han fortalecido, y ahora buscan revisar el orden para su beneficio. El neoliberalismo permitió que el capital corriera desenfrenadamente y produjo un período prolongado de creciente desigualdad, y de pérdida de empleos en la manufactura en las economías del primer mundo. Biden ha sido testigo durante años del daño causado en el tejido industrial de su país por la globalización de la producción, por la voraz competencia china. Como vicepresidente, a raíz de la crisis financiera de 2008, tuvo a su cargo la tarea de propiciar la reconstrucción de la industria manufacturera estadounidense y la protección de la clase media. Ahora, como presidente, trata de utilizar el dinero de los impuestos para apoyar los productos libres de carbono producidos en los Estados Unidos.

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Robert Reich, secretario de Trabajo durante el gobierno de Clinton, acaba de escribir que con Biden está reviviendo el capitalismo democrático. Cree que del error del gobierno de Obama de gastar muy poco para sacar a la economía de la Gran Recesión del 2008, aprendió que la pandemia requería un gasto sustancialmente mayor, que había que dar a las familias trabajadoras un colchón contra la adversidad, y por ello impulsó en marzo de 2021 el gigantesco Plan de Rescate Estadounidense de 1,9 billones de dólares[3]. A este le siguió, en noviembre de 2021, el plan de infraestructuras de Biden, de 1,2 billones, el pasado noviembre 2021[4], para reconstruir puentes, carreteras, transporte público, banda ancha, sistemas de agua y energía. Por último, en agosto de 2022, lanzó la Inflation Reduction Act (IRA)[5]. Con ella se dedicarán 369.000 millones de dólares en 10 años a subsidios e inversiones para la transformación energética y la lucha contra el cambio climático. Se trata de un paquete de política industrial y sustitución de importaciones de dimensiones descomunales, que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, ha bautizado como «economía de la oferta moderna»[6].

Esta legislación tiene como objetivo fomentar un renacimiento de la fabricación que ayude a reconstruir las comunidades en los Estados Unidos que quedaron atrás de la globalización, con la esperanza de crear buenos empleos, fomentar industrias competitivas y facilitar la descarbonización completa de la economía estadounidense. El énfasis en la inversión pública también ayuda a guiar la política climática de la administración, más allá de los obstáculos de la oposición política. Para evitar el obstruccionismo del Senado, la legislación climática debe adoptar un enfoque centrado en el gasto. En particular, estas iniciativas están dirigidas a empresas que emplean a trabajadores estadounidenses.

A diferencia de sus predecesores demócratas, Biden no ha buscado reducir las barreras comerciales. De hecho, ha retenido en su gabinete miembros de la administración Trump. Pero, a diferencia de su predecesor, no ha dado un gran recorte de impuestos a las corporaciones y los ricos. Ninguno de sus asesores económicos – ni siquiera su secretario de Hacienda – procede de Wall Street. «El mayor logro de Biden ha sido cambiar el paradigma económico que ha reinado desde Reagan. Le está enseñando a EEUU que el “mercado libre” no existe. Está diseñado. O promueve propósitos públicos o sirve a los intereses monetarios. El capitalismo democrático de Biden no es ni socialismo ni “gran gobierno”. Es, más bien, un regreso a una era en la que el gobierno organizaba el mercado para el bien común»[7].

El enfoque reformista de Biden se basa en el trabajo de varios académicos e investigadores importantes, como Joseph Stiglitz, Dani Rodrik y Mariana Mazzucato[8]. Estos vienen argumentando que una mayor inversión estatal en las capacidades productivas de las economías occidentales es fundamental para reducir la desigualdad, aumentar la resiliencia de las cadenas de suministro y poner en marcha la transición hacia la energía limpia; que los acuerdos comerciales que simplemente reducen las barreras en condiciones favorables a las multinacionales son profundamente dañinos, en la medida en que tienden a redistribuir los ingresos hacia arriba. En sus propias palabras: «Afrontar nuestros mayores retos y revertir la concentración indebida de riqueza y poder exigirá un cambio fundamental en la economía política. Actualmente, el principio del bien común se considera un mero correctivo de los excesos del sistema actual, pero debería ser el objetivo primordial del sistema».[9] Más aún: «El sector privado ha demostrado una vez más no estar a la altura de la tarea del liderazgo climático. La transición mundial hacia una economía neta cero no se producirá al ritmo necesario a menos que los Estados asuman su papel de creadores de mercado e inversores en bienes públicos»[10].

Consecuencias para la UE

Donald Trump veía a la UE como un rival comercial y no como un aliado geoestratégico, se llevaba bien con Putin, sembraba dudas sobre el futuro de la OTAN, establecía aranceles, renegaba del multilateralismo y era un negacionista del cambio climático. En el 2021, Europa respiró hondo al ver a Biden en la Casa Blanca. En poco tiempo, el nuevo Presidente reanudó el diálogo con Bruselas y se logró así un enfoque común para tratar con China. Eliminó los aranceles sobre el acero y el aluminio que gravaban los productos europeos, creó el Consejo Transatlántico de Comercio y Tecnología para la cooperación, devolvió a EEUU al acuerdo de París sobre el cambio climático y la Organización Mundial de la Salud e impulsó un acuerdo en el G20 para gravar a las empresas multinacionales, algo que la UE llevaba reclamando hacía mucho tiempo. Reestablecida la confianza entre los viejos amigos, la respuesta ante la invasión rusa de Ucrania, reforzó la cooperación con la UE, y dejó claro que la OTAN seguía teniendo vigencia.

En este contexto de amistad y cooperación reestablecidas, ha surgido un conflicto. Algunos elementos proteccionistas de la IRA norteamericana amenazan con abrir una guerra comercial. El problema de la IRA para la UE, y también para el Reino Unido y Japón, es que discrimina a los productores no estadounidenses. Así, por ejemplo, los subsidios y créditos para apoyar la transición hacia el vehículo eléctrico se darán sólo para coches producidos en Norteamérica, cuyas baterías empleen componentes nacionales. Algo similar sucede con otras partidas como las de inversiones y ayudas en energías renovables, electrificación o innovación y desarrollo en hidrógeno verde. En definitiva, se trata de una legislación que incorpora la filosofía del Buy American que, al discriminar a las empresas extranjeras, es incompatible con la legislación de la OMC. 

Con la IRA, los EE UU buscan reindustrializarse y avanzar en la lucha contra el cambio climático. La UE apoya plenamente este objetivo, en el que va más adelante. Lleva años exigiendo a EEUU que esté a la altura de sus responsabilidades en la lucha contra el cambio climático, por lo que, ahora que ha dado un paso adelante con la IRA, la UE está en una posición incómoda: su crítica al proteccionismo incorporado en esta ley tiene que ser constructiva y mesurada. Teme perder suculentas oportunidades de negocio y que los inversores europeos crucen el océano atraídos por mejores condiciones. Con ello perdería empresas de futuro y empleos duraderos. A la par, la UE también ha sido acusada de proteccionismo con su acuerdo para introducir el llamado impuesto fronterizo sobre el carbono. Este pretende aplicar los criterios del mercado europeo del carbono a sus importaciones.

Se hace esencial que los socios transatlánticos limen sus diferencias comerciales y no comprometan su cooperación, que hoy es más necesaria que nunca ante la amenaza rusa y el auge de China. Sin embargo, esto no va a ser fácil[11].

Cuando Ursula von der Leyen visitó Washington en marzo, la Comisión Europea, en parte, había ya respondido lanzando su propio plan, el Industrial Green Deal, el pasado 1 de febrero[12]. Se espera que esta medida facilite la concesión de subvenciones a las industrias ecológicas y la puesta en común de proyectos a escala europea. De ahí el cambio de tono de la presidente de la Comisión europea, cuando afirmó que le parecía estupendo que haya ahora una inversión tan masiva en tecnologías nuevas y limpias, la IRA en EE UU: «De hecho, queremos equipararla con el Plan Industrial Green Deal». Biden, por su parte, ha prometido al jefe del ejecutivo europeo que la aplicación de la IRA no penalizará a las empresas europeas. En palabras del jefe de la Casa Blanca, encontrar «puntos en común y maximizar la implementación de proyectos» sirve para asegurar que «cada uno de nosotros pueda construir su propia base industrial»[13]. En su declaración conjunta, los dirigentes afirmaron que el Consejo de Comercio y Tecnología UE-EEUU compartiría información «sobre políticas y prácticas no comerciales de terceros, como las empleadas por la República Popular China»[14]. Es bien sabido que Washington sostiene desde hace tiempo que las subvenciones de Pekín al sector tecnológico chino, sus presiones a las empresas extranjeras para que compartan secretos comerciales y propiedad intelectual con socios corporativos chinos, y otras prácticas han creado condiciones económicas desiguales.

Sería una lástima que, ante la situación creada, todo quedara en buenas palabras, no ratificadas por los hechos, y que esta disputa comercial se intensificara y derivara en una guerra de subsidios cruzados a empresas nacionales, hasta contaminar la buena relación transatlántica en un momento en el que la colaboración entre EEUU y la UE es más necesaria que nunca. Pero, por otra parte, la UE debe tomar buena nota de que el America first que trajo Trump, al menos en materia económica y comercial, está aquí para quedarse.

¿Será posible coordinar estas dos políticas?

No es un reto insignificante. La historia nos enseña que las guerras comerciales son inmensamente dañinas, que los países involucrados tienden a tomar represalias erigiendo barreras comerciales cada vez más altas que acaban dañando a todos.

A partir de 2017, la administración de Donald Trump retiró efectivamente el apoyo de EEUU a la OMC y comenzó una guerra comercial con China. Desafortunadamente, la administración del presidente Biden no rescindió las medidas comerciales de Trump ni restauró funciones importantes de la OMC, como el mecanismo de resolución de disputas. Crece el temor a que la IRA, la Ley CHIPS y de Ciencia causen tanto daño a los principales socios comerciales y aliados que es casi seguro que se desencadenen represalias. A. Krueger, economista jefe del Banco Mundial de 1982 a 1986, y primera subdirectora gerente del FMI de 2001 a 2006 acaba de predecir que los EE UU se encontrarán entonces en una guerra comercial no solo con China sino también con sus propios aliados, y el mundo se enfrentará a otra gran crisis: el colapso del sistema de comercio internacional[15]. En el Encuentro de Davos de este pasado enero, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, y la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen, cuestionaron el futuro de una economía global integrada ya que los pasos que las empresas y los gobiernos están tomando en respuesta a las crisis actuales efectivamente «desglobalizarán» la economía mundial[16].

Reconsiderando el comercio

Con su ambicioso plan económico, la administración Biden está estimulando su economía y al mismo tiempo se está alejando de un consenso neoliberal dominante durante mucho tiempo. Parte de una comprensión completamente nueva de cómo el gobierno puede desempeñar un papel crucial no solo en la economía nacional sino también en la internacional, un enfoque diferente para abordar algunos de los mayores desafíos de la actualidad.

En el origen de la visión económica de Biden está el haber constatado que décadas de liberalización comercial venían causando un daño real a su país, haciéndose ineludible la obligación de revertir la situación. El descontento popular con la política comercial fue una de las dinámicas cruciales de la campaña presidencial de 2016.

Con su nueva administración, aunque se ha apartado de muchas políticas de la era Trump, ha seguido alejándose de la expansión comercial en sí misma como objetivo principal de la política económica. Los asesores económicos de Biden dejaron pronto claro que los EEUU no formarán parte del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), ni de ningún otro acuerdo comercial hasta que el Congreso apruebe una nueva legislación importante sobre gastos internos y los negociadores internacionales reescriban las reglas comerciales, para incluir protecciones para los trabajadores y el medio ambiente. 

Entre las medidas que los funcionarios de Biden han propuesto para remodelar el régimen de comercio internacional se encuentran las restricciones a las importaciones de acero y aluminio con alto contenido de carbono; una flexibilización de las normas de propiedad intelectual que protegen las patentes corporativas para combatir mejor las pandemias; y priorizar los bienes producidos en el país con cadenas de suministro nacionales. Tales esfuerzos para controlar los efectos sociales del comercio van directamente en contra del enfoque dominante seguido en Washington durante décadas, que buscaba fomentar el comercio internacional sin restricciones. Los esfuerzos del equipo de Biden coinciden con políticas económicas similares, como la del Acuerdo Verde Europeo, que otros gobiernos están implementando para combatir el cambio climático, luchar contra los monopolios corporativos internacionales y hacer cumplir las normas fiscales internacionales.

Ante una nueva visión

Muchas de estas ideas, aunque se enfrentan a fuertes obstáculos políticos internos y se consideran proteccionistas, vienen ganando terreno últimamente. De hecho, en el comunicado oficial de la cumbre del G-7 en Cornwall (UK) en junio de 2021 se afirma: «Estamos de acuerdo en la necesidad de que las principales naciones democráticas del mundo se unan en torno a una visión compartida para garantizar la reforma del sistema multilateral de comercio, con un reglamento modernizado y una Organización Mundial del Comercio (OMC) reformada en su centro, para que sea libre y justo para todos, más sostenible, resistente y receptivo a las necesidades de los ciudadanos del mundo. Nos centraremos especialmente en garantizar que la prosperidad que puede aportar el comercio llegue a todos los rincones de nuestros países y a todos los pueblos del mundo, especialmente a los pobres»[17].

En vez de lamentarse sobre el proteccionismo, se reconoce abiertamente las ganancias desiguales que han resultado del comercio, y se establecen metas para reducir las emisiones de carbono industria por industria[18]. El acuerdo no hace referencia a las normas o procesos de la OMC. Las reglas comerciales internacionales existentes tienden a facilitar lo que la principal representante comercial de Biden, Katherine Tai, ha llamado una «carrera hacia el fondo», al crear incentivos para que las empresas reduzcan los estándares para ser más competitivas. «Esta es parte de la razón por la cual, hoy en día, la OMC es considerada por muchos como una institución que no solo no tiene soluciones que ofrecer a las preocupaciones ambientales, sino que es parte del problema», en opinión de Tai[19]. Hay que reescribir las reglas comerciales para poder abordar desafíos como las pandemias y la crisis climática, y no obstaculizar las respuestas de las naciones. En los EEUU, poderosos intereses en Washington se han resistido al esfuerzo de la administración Biden para permitir que Medicare negocie los precios de los medicamentos para hacerlos más asequibles, y el gobierno alemán se ha opuesto a relajar las reglas de propiedad intelectual de la OMC para facilitar el acceso global a las vacunas.

El enfoque de Cornwall es un desafío a los países ricos a adoptar una nueva visión económica en la que el Estado pueda usar su poder para limitar la influencia corporativa y ofrecer nuevas protecciones para los trabajadores y el medio ambiente. Insta a los gobiernos a invertir más en lo que llamamos «crecimiento futuro de alta calidad»: apoyar la transición energética, incluida la infraestructura de transporte público; educación y formación de alta calidad; e investigación y desarrollo centrados en el clima. Esta es una cuestión tanto de escala como de alcance.

De la hiperglobalización a la fragmentación

La hiperglobalización, en retirada desde la crisis financiera de 2008, ha fracasado porque no pudo superar sus contradicciones inherentes. En última instancia, como afirma Rodrik, no ha sido capaz de apoyar las agendas sociales y ambientales nacionales. A medida que el mundo abandona la hiperglobalización, lo que la reemplazará sigue siendo muy incierto. Un marco emergente de política económica, el productivismo, enfatiza el papel de los gobiernos para abordar la desigualdad, la salud pública y la transición hacia la energía limpia[20].

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Los EEUU han (re)descubierto la política industrial. Esto es prácticamente inevitable hoy en día. Así lo atestiguan destacados economistas, como Michael Spence, Premio Nobel de Economía en 2001[21]. La Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Joe Biden considera que la reindustrialización innovadora es la columna vertebral de la economía futura[22]. Este productivismo que enfatiza buenos trabajos con buenos salarios distribuidos en todas las regiones y todos los segmentos de la fuerza laboral, reconoce el papel fundamental del gobierno y la sociedad civil cuando se trata de la creación de empleo. Como base para un cambio hacia una economía y una sociedad posneoliberales, este marco de políticas tiene potencial, particularmente con su énfasis en la inversión pública estratégica. Se trata de todo un giro hacia el Estado autárquico, que busca garantizar base industrial y seguridad en los aprovisionamientos, y acepta ser necesariamente proteccionista; más aún: lo tiene a gala[23].

En la práctica, hoy se prescinde de la OMC[24], y la conformación de un nuevo marco regulatorio del comercio internacional se ha constituido en un campo de confrontación entre las grandes potencias[25]. A la par, el comercio libre, amenazado en varios frentes, se manifiesta como el pilar de las áreas regionales de intercambios, el regionalismo. Con ellas, la globalización queda fragmentada. Tras el ejemplo en Asia con la Asociación Económica Integral Regional, la cual, liderada por China, representa al 30% de la población mundial y el 30% del Producto Mundial Bruto, el Área Continental Africana de Libre Comercio echó a andar oficialmente en el 2021. Con 54 países miembros, 1300 millones de personas y un PIB de 3,4 billones de dólares esta aspira a impulsar el comercio interafricano y a sacar a 30 millones de personas de la pobreza, aumentar los ingresos continentales y mejorar la competitividad de las empresas africanas.

En este punto, la UE sigue siendo el principal referente. Su mercado único, que este año celebra su 30º aniversario, ha evidenciado los enormes beneficio de la integración regional y el libre movimiento de mercancías, servicios, capitales y personas: un 8% más de Producto Interno Bruto de media en el conjunto de la Unión, y un 31% del comercio mundial, a pesar del impacto del Brexit. Aún no ha desarrollado todo su potencial. Ante el bloqueo de la OMC, la UE debe liderar la búsqueda de nuevas oportunidades entre las relaciones entre bloques regionales y explorar vías para corregir los excesos de la globalización desbocada. La experiencia europea puede ser determinante para abordar con éxito uno de los principales retos de la próxima década: gestionar la fragmentación.

Conclusiones

Con la hiperglobalización en declive, el mundo tiene la oportunidad de corregir los errores del neoliberalismo y construir un orden internacional basado en una visión de prosperidad compartida. Pero, ¿cómo conjugar esto con el resurgir del proteccionismo? La política económica de Biden es una gran contribución para la lucha contra el cambio climático, pero tiene en este aspecto un precio nada desdeñable. Parece que se evitará la confrontación con la UE, pero no con China. Esta amenaza ya el liderazgo tecnológico de los EEUU[26].

Estas disrupciones tan graves en el comercio se dan en un contexto sumamente hostil: una pandemia brutal; un cambio climático aterrador; una guerra devastadora que impulsa un rearme generalizado; multinacionales gigantescas que aprovechan resquicios para evitar el pago de impuestos más que necesarios. «El mundo afronta descomunales desafíos globales que lo zarandean con intensidad y cuyas soluciones pasan necesariamente por una estrecha cooperación internacional. Plagas globales que arrodillan a un mundo incapaz de afrontarlas unido»[27].

Tal y como viene recordando el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, con respecto al calentamiento global, el dilema es claro: acción colectiva o suicidio colectivo. Él mismo, en declaraciones previas al 77º período de sesiones de la Asamblea General advirtió que la solidaridad prevista en la Carta de las Naciones Unidas está siendo devorada por los ácidos del nacionalismo y el interés propio[28].

Hace justamente 60 años, en el apogeo de la Guerra Fría, ante la amenaza que representaba la proliferación de armas de destrucción masiva, Juan XXIII escribió la Pacem in Terris, «una carta abierta al mundo», una súplica sentida para que la causa de la paz y la justicia fuera promovida vigorosamente a nivel nacional e internacional. En un contexto difícil, como el actual, afirmó que «Las relaciones internacionales deben regirse por el principio de la solidaridad activa» (n. 98). Ojalá aprendamos de una vez esta lección.

  1. J. Biden, State of the Union Address, en https://www.whitehouse.gov/state-of-the-union-2023/

  2. P. Krugman, «Why Biden administration is getting tough on trade», en The New York Times, 12 de febrero de 2023 (https://www.nytimes.com/2022/12/12/opinion/america-trade-biden.html).

  3. Cfr. «American Rescue Plan» https://www.whitehouse.gov/american-rescue-plan/

  4. Cfr. «Building a better America» (https://www.whitehouse.gov/build/)

  5. Cfr. «Inflation Reduction Act Guidebook» https://www.whitehouse.gov/cleanenergy/inflation-reduction-act-guidebook/

  6. U.S. Department of the Treasury, «Remarks by Secretary of the Treasury Janet L. Yellen on the Biden-Harris Administration’s Economic Agenda in Ohio», 27 de octubre de 2022 (home.treasury.gov/news/press-releases/jy1057).

  7. R. Reich, «Biden has revived democratic capitalism – and changed the economic paradigm, in The Guardian (https://tinyurl.com/57sdz4ne), 6 de febrero de 2023.

  8. Cfr M. Mazzucato, Mission Economy: A Moonshot Guide to Changing Capitalism, Londres, Allen Lane, 2021.

  9. Id., «Por el bien común», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/5emf697e), 27 de enero de 2023.

  10. Id., «El Estado emprendedor debe tomar la delantera contra el cambio climático», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/bdhx26uf), 4 de noviembre de 2022.

  11. Cfr F. Steinberg, «Problemas (comerciales) inesperados en la relación transatlántica», en Real Instituto Elcano (https://tinyurl.com/m78nju3u), 21 de noviembre de 2022.

  12. Cfr European Commission, «The Green Deal Industrial Plan: putting Europe’s net-zero industry in the lead», 1° de febrero de 2023 (https://tinyurl.com/4e75stk5). Cfr F. Wong – T. N. Tucker, «A Tale of Two Industrial Policies. How America and Europe Can Turn Trade Tensions Into Climate Progress», en Foreign Affairs (https://tinyurl.com/36zrtsw5), 26 de enero de 2023; L. Millan – A Rathi, «Competition from the US Is Forcing Europe tu Up Its Green Game», en Bloomberg (https://tinyurl.com/yc3aj8zk), 13 de marzo de 2023.

  13. G. Martucci, «Amicizia ritrovata tra Bruxelles e Washington. “L’Ira non penalizzerà l’Ue”», en Euronews (https://tinyurl.com/5n8t9ubn), 11 de marzo de 2023.

  14. The White House, «Joint Statement by President Biden and President von der Leyen», 10 de marzo de 2023 (https://tinyurl.com/muw7kvpc).

  15. Cfr A. O. Krueger, «Sleepwalking Into a Global Trade War», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/mrxzxyxw), 22 de diciembre de 2022.

  16. Cfr. «“Embrace uncertainty”: This is what I learned at Davos 2023», en World Economic Forum (https://tinyurl.com/3f78zzrr), 23 de enero de 2023.

  17. G7, «Our Shared Agenda for Global Action to Build Back Better», Cornwall, RU, 2021, n. 27 (https://tinyurl.com/y2xr8v9j).

  18. Cfr F. Wong, «The New Economics. How the U.S. and Its Allies Are Rewriting the Rules on Spending and Trade», en Foreign Affairs (https://tinyurl.com/6xe5uxa3), 16 de noviembre de 2021.

  19. D. Lawder – A. Shalal, «Biden USTR nominee Tai vows to end trade “race to the bottom”, counter China», en Reuters (https://tinyurl.com/yvkaxjep), 25 de febrero de 2023.

  20. Cfr. D. Rodrik, «What’s Next for Globalization?», en Project Syndicate (https://tinyurl.com/mpd3yw6k), 9 de marzo de 2023.

  21. Cfr. M. Spence, «In Defense of Industrial Policy», en Project Syndacate (https://tinyurl.com/4yhr3n4s), 5 de mayo de 2023.

  22. Cfr. «National Security Strategy», octubre 2022 (https://tinyurl.com/bdh4s37d).

  23. Cfr. «“To Hell With That”, Biden Dismisses Foreign Complaints About US Climate Policy», en Safety Net (https://tinyurl.com/5cu6y865), 26 de enero de 2023.

  24. Cfr P. Lamy – N. Köhler-Suzuki, «Deglobalization Is Not Inevitable. How the World Trade Organization Can Shore Up the Global Economic Order», en Foreign Affairs (https://tinyurl.com/2s4zruhe), 9 de junio de 2022.

  25. Cfr D. Alvarado, «La nueva geopolítica del comercio internacional» en EsGlobal (https://tinyurl.com/44hth8yd), 30 de enero de 2023.

  26. Cfr D. Wang, «China’s Hidden Tech Revolution. How Beijing Threatens U.S. Dominance», en Foreign Affairs (https://tinyurl.com/ycxy6ewc), 28 de febrero de 2023.

  27. A. Rizzi, «Las plagas globales arrodillan a un mundo incapaz de afrontarlas unido», en El País (https://tinyurl.com/2vske3ht), 15 de agosto de 2022.

  28. Cfr. «Warning “World Is in Peril”, Secretary-General Stresses Countries Must “Work as One” to Achieve Global Goals, at Opening of Seventy-Seventh General Assembly Session», en United Nations (https://press.un.org/en/2023/ga12487.doc.htm), 9 de enero de 2023.

Fernando de la Iglesia Viguiristi
Licenciado en Ciencias Económicas y Gestión de Empresa en la Universidad de Deusto (1976), en Teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana (1987) y, desde 1993, doctor en Teoría Económica de la Universidad de Georgetown (Washington, D.C). Ha sido presidente de la International Association of Jesuit Business Schools. Actualmente es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Gregoriana.

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