Vida de la Iglesia

Sudán del Sur busca padres

Una conversación con monseñor Christian Carlassare

© vaticannews.va

Conocí a con Mons. Christian Carlassare en Juba, durante el viaje apostólico del Papa Francisco a Sudán del Sur, que tuvo lugar entre el 3 y 5 de febrero de 2023. El 4 de febrero, aprovechando una escala, hablamos de sus obligaciones pastorales como obispo de Rumbek y de la situación del país. De ahí surgió la idea de una conversación más amplia para profundizar en los temas que estábamos tratando, que luego realizamos a distancia, un par de meses después del viaje apostólico.

Nacido en Schio, provincia de Vicenza (Italia), el 1 de octubre de 1977, Mons. Carlassare es misionero comboniano. Tras su ordenación sacerdotal en 2004, fue a Sudán del Sur para aprender la lengua nuer e implicarse en la pastoral de la primera evangelización. El 8 de marzo de 2021, el Papa Francisco lo nombró obispo de Rumbek. Pero la noche del 25 de abril de 2021, un mes antes de ser ordenado obispo, dos hombres armados irrumpieron en su rectoría y le dispararon cuatro veces, alcanzándole en las piernas. Un sacerdote de la diócesis de Rumbek y cuatro laicos fueron condenados por la emboscada. El 25 de marzo de 2022, recuperada su salud, recibió la ordenación episcopal, en la catedral de la Sagrada Familia de Rumbek, mediante la imposición de manos del cardenal Gabriel Zubeir Wako, arzobispo emérito de Jartum.

Mons. Carlassare, Sudán del Sur es el país más joven del mundo, nació el 9 de julio de 2011. ¿Cómo lo ve usted, que es pastor en esa tierra? ¿Cómo lee su historia?

Sudán del Sur no nació de la nada. Tiene una historia tan preciosa como fascinante. Hay muchos grupos étnicos en el país, hasta 64, cada uno con su propia lengua, cultura y tradiciones. Por desgracia, también ha sido una historia marcada más por el contraste y la confrontación que por el encuentro y la comunión. A decir verdad, la historia en general parece marcada por una atávica falta de fraternidad. Y en Sudán del Sur esto se ha visto tanto internamente como en relación con los diferentes grupos extranjeros que han entrado en el territorio. El país conoció la esclavitud y luego, con el colonialismo, la explotación de sus recursos. Así surgió la cuestión de la identidad. Y el cristianismo, más que la religiosidad popular, contribuyó a infundir en el pueblo un sentido que lo hacía capaz de reivindicar su independencia y su libertad.

La cuestión de la identidad desarrolló una fuerte conflictividad. ¿Ha surgido el rostro de una identidad sursudanesa?

Durante el conflicto de 1983-2005 – que enfrentó al Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA) contra el gobierno central de Jartum, dirigido por John Garang de Mabior, más aún que en la primera rebelión de los Anyanya One, entre 1956 y 1972 – los grupos étnicos de Sudán del Sur se dieron cuenta de que, a pesar de su enemistad, tenían un enemigo común al que combatir juntos. La experiencia sobre el terreno les demostró que las divisiones debilitaban la causa sursudanesa en lugar de favorecerla. Por el contrario, el gobierno central de Jartum había fomentado de hecho el conflicto entre los diferentes grupos étnicos del sur, legitimando así su dominio sobre un sur incapaz de gobernarse a sí mismo. En este contexto, Sudán del Sur ha desarrollado más una identidad resultante de la conciencia de que no es un país árabe ni musulmán – y que tiene la identidad de un país al sur de otro – que la percepción de su propia dignidad, resistencia y coraje, los de una nación nacida de una historia común de esclavitud y liberación. Y es esta positividad la que nos espera y por la que debemos trabajar.

¿Cómo se alcanzó la paz?

En 2005, el país llegó a un alto el fuego cuando el gobierno central de Jartum y el grupo de oposición Spla firmaron un Acuerdo General de Paz (Comprehensive Peace Agreement). Fue un gran logro y guió al país durante el tiempo de transición antes del referéndum de autodeterminación, que más tarde se convirtió en un plebiscito por la independencia.

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Este acuerdo, ¿consiguió pacificar el país?

Varios analistas han señalado claramente algunas de las fragilidades de ese acuerdo. Se presenta más como una resolución del conflicto que como el inicio de una nueva era de paz, un escenario que sólo es posible cuando se abordan las causas de la injusticia y la división. Y así, tras la independencia, el nuevo gobierno del Sur – no tan nuevo, de hecho, porque estaba formado esencialmente por las figuras que habían luchado por la liberación – se vio desgarrado internamente por las muchas corrientes, visiones contrapuestas y rivalidades por el control de los lugares que dan acceso a los recursos del país. El problema fundamental era si quienes iban a gobernar representaban realmente a todos los ciudadanos o sólo a su propio grupo. El conflicto interno que estalló en diciembre de 2013 demostró la incapacidad de superar las ambiciones personales y los intereses de grupo para servir a todo el país. Y en esto la población fue traicionada[1].

¿Cómo vive la gente esta tensa situación?

Las aspiraciones de paz y de una vida digna alimentan los corazones de toda la población. Pero no hay generación en Sudán del Sur que no haya experimentado el miedo, la violencia y el hambre. La experiencia común es la de un estado continuo de inseguridad que se alterna con breves momentos de tranquilidad. Esta condición ha marcado profundamente la psicología de la gente. La propia gente, con mucha facilidad, tiende a definirse como un pueblo traumatizado. Ciertamente, no se puede ir tan lejos como para definir a cada persona como víctima de un trauma, pero no se puede ocultar el hecho de que, en general, la población sufre los síntomas del síndrome postraumático, hasta el punto de que afecta a todo el tejido social. Un primer elemento es la violencia, que aflora de forma inesperada y puede alcanzar niveles incomprensiblemente altos sin suscitar indignación ni condena. Así, existe una fuerte tendencia a agruparse en busca de protección y seguridad, a preferir el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, a aceptar el trabajo duro sólo si produce un resultado inmediato, a pensar en el hoy sin grandes planes para el futuro, con aversión al ahorro y a la inversión. Por otro lado, la experiencia de la fragilidad produce humildad y solidaridad, lo que se traduce en hacer causa común, porque sólo juntos podemos superar todos esos obstáculos que se interponen en el camino de la vida.

Usted habla de hacer causa común. Hay un proverbio africano bien conocido: «yo soy porque somos»: soy una persona gracias a que los demás me permiten ser y adquirir dignidad como persona. Es muy inspirador para quienes tienen que enfrentarse al individualismo de la sociedad occidental moderna. ¿Es cierto este proverbio también en Sudán del Sur?

Sí, desde luego. Pero el proverbio en sí, aunque tan bello, también señala una debilidad. Porque el individuo sólo puede sobrevivir dentro de su propio grupo – familia, clan, tribu –, que le proporciona seguridad y justicia distributiva. Esta pertenencia se antepone a cualquier otra, a la comunidad ampliada y al Estado. En consecuencia, la lealtad a la tradición y al derecho étnico de la tribu tiene prioridad sobre el derecho civil, que asume la nación, pero que se inspira en una filosofía del derecho totalmente ajena a la mentalidad local. El padre Gregor Schmidt, actual superior provincial de los combonianos en Sudán del Sur, escribiendo en una revista de estudios sudaneses, señalaba que un nuer o un dinka no puede confiar en nada ni nadie que no sea su propio hermano de sangre.

No en el Estado entonces, o en la ley, especialmente en un país donde las instituciones son todavía débiles…

Esa es la cuestión. Es la familia la que defiende a su miembro, antes que el Estado. Por tanto, existe una lealtad absoluta hacia un pariente cercano, tenga razón o no, sea inocente o culpable. La afiliación tribal, señala el P. Schmidt, oscurece casi por completo la identidad del individuo, y puesto que la identidad de una persona está arraigada en su comunidad, siempre se percibe a la otra persona como representante de su grupo étnico[2].

Comprendo la facilidad con que un conflicto político ha llevado a la desintegración del tejido social de un país con tantas reivindicaciones étnicas. No es fácil para un político o para quienes tienen responsabilidades, ya sea en la vida pública o privada, elevarse por encima de su familia o grupo étnico.

En Sudán del Sur, más que en otros países, una figura política no recibe apoyo por sus ideas y opiniones, sino por su lealtad a su grupo. Por lo tanto, necesitamos un espíritu nacional sano, en el que los ciudadanos puedan apreciar a aquellos políticos y administradores que, con buena voluntad, anteponen el bien común al partidista, y sirven a la justicia social para todos, independientemente de su etnia.

El Papa Francisco fue elegido pontífice en 2013, el mismo año en que el país volvió a caer en la violencia de un conflicto con un costo humano altísimo. ¿Cómo ve usted su iniciativa en favor del país?

Sudán del Sur ha demostrado hasta qué punto un conflicto militar puede ensañarse con civiles, culpables únicamente de pertenecer a la etnia enemiga. Y además de la víctimas directas, se asiste a tantos saqueos y destrucción, a éxodos de desplazados, al declive de la economía y a tanta pobreza, con una ausencia total de servicios en algunas zonas del país, que carecen de escuelas y hospitales, y dan cuenta del subdesarrollo y la injusticia. El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, escribió con razón que toda guerra deja el mundo peor de lo que lo encontró. La guerra es un fracaso de la política y un fracaso de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota. El Papa Francisco sintió inmediatamente solidaridad con Sudán del Sur y no dejó de denunciar la situación y rezar por el país.

En abril de 2019, el Pontífice convocó a los líderes del país al Vaticano para un retiro espiritual, en el que participaron el arzobispo de Canterbury y el moderador de la Iglesia de Escocia. A cada líder se le entregó una Biblia: en el mensaje de Jesús está el programa para construir la paz. ¿Cómo vivió ese momento?

En esas Biblias había una frase adjunta tomada del Papa Juan XXIII: «Busca lo que une y supera lo que divide». Al final de aquel retiro, el Papa demostró que sólo la humildad y el servicio pueden ayudar a superar la división y promover la comunión: con un gesto profético de gran fuerza, se inclinó para besar los pies. El mensaje implícito era: «Ahora haz tú también lo mismo». La celebración del acuerdo de paz conocido como R-ARCSS (Revitalised Agreement on the Resolution of the Conflict in the Republic of South Sudan) y el Gobierno de Transición de Unidad Nacional son el resultado de este gesto, que ha quedado grabado en el corazón de los líderes y ciudadanos de Sudán del Sur.

Y luego el Pontífice vino a visitar vuestra tierra, después de haberlo anhelado tanto. Recuerdo cuando Francisco habló por primera vez de este viaje, durante su visita a la Iglesia anglicana en Roma, en febrero de 2017.

La visita a Sudán del Sur es la coronación de este compromiso por la paz. No es casualidad que el Santo Padre describiera el viaje como una peregrinación de paz, y además una peregrinación ecuménica, no solo por la presencia de líderes de Iglesias cristianas sino, me gusta pensar, también porque era una visita a lo ecuménico: a un lugar habitado por personas amadas y bendecidas por Dios. El Papa quiso poner a la gente en el centro. El pueblo de Sudán del Sur necesitaba esta atención para mantener viva la esperanza y para tomar conciencia de que el cambio, aunque se promueva desde arriba, debe empezar siempre desde abajo, desde una conversión y un desarme del corazón. La Iglesia católica siempre ha estado comprometida con una evangelización al servicio de la reconciliación, la justicia y la construcción de una sociedad de paz. Fiel a esta misión, ha sido aliada de las demás Iglesias. En efecto, no se puede apuntar a Cristo y vivir el Evangelio sin estar en el mismo camino, en comunión unos con otros. Este es el camino trazado por el Consejo de Iglesias de Sudán y Sudán del Sur en su diálogo con las instituciones, las comunidades locales y la moderación del diálogo nacional[3]. Un antiguo miembro de este Consejo de Iglesias había señalado ingeniosamente a algunos visitantes europeos: «Son ustedes los que tuvieron la Reforma y la Contrarreforma. Nosotros no conocemos esas cosas. No somos Iglesias, somos Iglesia en Jesucristo. Nuestra esperanza es simplemente sobrevivir».

Recuerdo que el Papa no dejó de hablar de la vida y de sus fuentes, refiriéndose al río Nilo con una bella metáfora: «Ustedes son esas fuentes», dijo a las autoridades del país.

Sí, y continuó diciendo que esas fuentes riegan la convivencia común y que las autoridades están llamadas a regenerar la vida social, como fuentes claras de prosperidad y de paz. Añadió que los sursudaneses «necesitan padres, no patrones», pasos estables de desarrollo. Pidió un crecimiento pacífico. No es sorprendente que el tema de la paternidad y el servicio se repitiera también a los líderes religiosos: «Entendamos que no somos líderes tribales, sino pastores compasivos y misericordiosos; no amos del pueblo, sino siervos que se inclinan para lavar los pies de nuestros hermanos y hermanas; no somos una organización mundana que administra bienes terrenales, sino que somos la comunidad de los hijos de Dios». No son palabras que puedan darse por descontadas.

También recuerdo las referencias a la situación de las mujeres y los jóvenes en el país.

Fue una mención importante, sobre todo la referencia a los abusos y la violencia de los que son víctimas las mujeres, a causa de una cultura machista que no respeta la tradición, y que se vuelve particularmente inhumana en tiempos de conflicto. El Papa concluyó con palabras claras e inequívocas: «Sin mujeres no habrá futuro». En cuanto a los jóvenes, el Santo Padre pidió a los responsables que les garanticen una libertad de pensamiento y de acción que supere cualquier instrumentalización. Los jóvenes tienen la tarea de cambiar la narrativa del país, para que por fin pasemos de la incivilidad de la confrontación a la civilización del encuentro[4].

La visita del Papa Francisco fue un éxito y tuvo un fuerte valor simbólico. ¿Cómo ve la situación actual?

El último informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU no sugiere un entusiasmo fácil. El país se encuentra en un momento muy crítico e importante de transición política. Sus líderes deben trascender las contiendas y rivalidades políticas para cumplir por fin las resoluciones del Acuerdo Revitalizado de Paz, firmado en 2018 y prorrogado por dos años en agosto de 2022. Esto debería conducir a la celebración de las primeras elecciones de la historia del Sudán del Sur independiente, a finales de 2024, 13 años después de su nacimiento. Sin embargo, el informe habla de retrasos, falta de libertad, tensión social y hambre, violencia e impunidad[5]. En resumen, el país debe desatar algunos nudos que son cruciales para una transición pacífica.

¿Cuáles cree usted que son esos «nudos»?

El primero es, sin duda, el diálogo nacional. Tras casi dos décadas desde el final del conflicto de liberación de Sudán del Sur y 12 años de independencia, el país debe ser gobernado por personas que hayan dejado de lado la lógica y los métodos militares. El diálogo nacional debe promoverse a todos los niveles. En primer lugar, no debe ser retórico, sin dejar que las posiciones de un grupo prevalezcan sobre las de otro. Y no debe ser exclusivo de ciertos grupos: el proceso de paz no concierne sólo al presidente y al vicepresidente, a los que en el gobierno apoyan la línea gubernamental o a los que apoyan la línea de la oposición. Son muchos los grupos que piden la palabra. Sólo escuchando a todos esos grupos marginados puede surgir una conciencia nacional más sólida. Sin duda es un proceso lento y complejo, porque las narrativas son muchas y la comprensión de los acontecimientos muy diferente dentro de un mismo país. Ya ha habido una experiencia de diálogo nacional transversal, pero no ha sido fácil asumir las ideas y propuestas que han surgido.

Una resolución importante del acuerdo de paz fue la creación de la «Comisión para la Verdad, la Reconciliación y la Sanación del Trauma». Me parece un paso importante. ¿Qué opina al respecto?

De momento el gobierno ha abierto una consulta para definir los estatutos. La participación debe ser amplia para que todos los grupos estén representados, especialmente los más marginados, incluidos los desplazados y los refugiados. Son iniciativas que demuestran la voluntad de superar el obstáculo de la división, pero no es tan evidente llegar a las personas más heridas y conseguir pasar de un recuerdo doloroso a una nueva situación de vida reconciliada.

Pero la Constitución sigue en fase de borrador y se están haciendo preparativos para las elecciones…

Hasta ahora hemos hablado de bases importantes para finalizar el texto de la Constitución, que debe ser revisado y aprobado, sí. Al mismo tiempo, es importante preparar a la población para las elecciones, porque este ejercicio sólo será verdaderamente democrático y expresión de las aspiraciones del pueblo si se aborda con madurez y preparación. Sólo así las elecciones podrán contribuir a la reconstrucción del tejido social del país tras años de destrucción.

¿Y el ejército? ¿Qué papel desempeña o puede desempeñar en este proceso?

Ese es otro «nudo» que hay que resolver. En el papel, hay paz sobre todo a nivel nacional, pero en realidad las comunidades locales siguen plagadas de muchas formas de conflicto y violencia, a menudo provocadas por personas influyentes o grupos con pretensiones de poder. Estos grupos desestabilizan ciertos territorios, y hacen uso de la fuerza para elevar las apuestas cuando se sientan a la mesa a negociar una nueva paz. Es un hecho que la élite militar sursudanesa es demasiado numerosa. Un país que cuenta con más generales que profesores, según se dijo hace algún tiempo: hasta 745 generales, una cifra que situaba a Sudán del Sur en segundo lugar después de Rusia. Además, el país tiene muchas más personas reclutadas en el ejército regular, así como en muchas otras milicias, de las que realmente necesita. Además, el ejército adolece del hecho de que cada batallón responde en todos los aspectos a su comandante. Por eso, el proceso de unificación del ejército y de formación de las tropas es una resolución muy importante del acuerdo de paz, una a la que el gobierno ha prestado especial atención. Es un proceso que llevará tiempo.

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Y me imagino que – dada la situación de conflicto – hay una gran proliferación de armas, más allá de las del ejército.

Diversos informes muestran que hay muchos más fusiles Kalashnikov en circulación fuera del ejército que dentro de él. El conflicto interno ha fomentado también una gran proliferación de armas en manos de civiles. El Ministerio del Interior ha publicado un reglamento muy detallado para el control de armas, pero sigue siendo letra muerta. Todas las comunidades locales han intentado procurarse armas para mantener la seguridad de su territorio. Y eso teniendo en cuenta que la realidad de los hechos es que, por el contrario, han provocado inseguridad e inestabilidad en todo el país. Las armas son una auténtica maldición, que mantiene a Sudán del Sur en un estado de sitio y emergencia, e impide cualquier forma de desarrollo.

Desde su punto de vista, ¿cuáles son los otros «nudos» de Sudán del Sur?

Sin duda, un tercer nudo tiene que ver con la recuperación económica y la distribución de los recursos. Muchos sursudaneses que se interesan por el destino del país hablan a menudo de la necesidad de abordar las causas profundas del conflicto, que podemos llamar, con razón, injusticia social. Pocas personas tienen acceso a recursos que luego redistribuyen a su propio grupo. Faltan el espíritu empresarial y la producción local, fuera de la explotación de recursos a pequeña escala y el mercado. Mover mercancías y venderlas en los distintos mercados es una fuente de buenos beneficios. En el resto de los sectores, no hay trabajo ni buenos salarios. Las personas instruidas, si no acceden al empleo estatal, que a menudo no está bien pagado, tratan de encontrar trabajo en las agencias humanitarias o crean sus propias organizaciones no gubernamentales, que trabajan en el tercer sector y en el humanitario, recurriendo a los fondos de la comunidad internacional. Pero la recuperación económica del país no puede basarse en esto, ni en los ingresos del petróleo – extraído por las multinacionales –, que representa alrededor del 85% del PIB. El país necesita una reconversión, de una economía basada en la explotación inmediata de los recursos a otra que, por el contrario, se apoye en la producción local, tanto agrícola como ganadera, artesanal e industrial. Sudán del Sur tiene unas 36 millones de cabezas de ganado: 12 millones de vacas, 12 millones de ovejas y 12 millones de cabras. Pero la leche no se comercializa en el mercado local, salvo para consumo privado. En el mercado se compra leche ugandesa; y lo mismo ocurre con casi todos los productos, que se importan del extranjero.

Según la ONU, en 2022 más del 74% de los sursudaneses recibieron ayuda humanitaria, y uno de cada tres niños sufre desnutrición.

Las cifras que cita muestran la gravedad de la situación, porque Sudán del Sur se encuentra en un estado de emergencia constante, y el Acuerdo de paz no ha mejorado realmente la situación económica de la población. Al contrario, el valor de la moneda disminuye y la pobreza aumenta. El país debe aplicar necesariamente una política económica diferente, en la que se fomente la mano de obra y los productos locales. Empeora la situación un clima más extremo y menos estable, sobre todo en lo que se refiere a las precipitaciones, lo que dificulta las cosechas. Además, desde hace tres años, el país sufre aluviones de proporciones sin precedentes, que ha producido un millón de desplazados climáticos, que se suman a los causados por el conflicto. Cientos de miles de personas están atrapadas en territorios que están por debajo del nivel del Nilo, protegidas únicamente por presas de tierra que deben vigilarse y reforzarse constantemente para evitar roturas catastróficas. Han perdido su ganado por enfermedades relacionadas con el exceso de agua y no pueden cultivar. Un desastre medioambiental que se convierte en desastre humano, si no se toman medidas para aliviar su sufrimiento[6].

¿Cuál es la situación de los refugiados y desplazados?

A pesar del Acuerdo de paz, un tercio de la población de Sudán del Sur – unos dos millones – sigue refugiada en los países vecinos o desplazada dentro del mismo país (casi tres millones de habitantes). Este es otro nudo sin resolver. El gobierno de unidad nacional ha invitado repetidamente a la población a regresar a sus hogares. Recientemente, el presidente y el vicepresidente se reunieron por separado con los desplazados y reiteraron lo mismo. Pero, ¿qué significa volver a casa después de casi 10 años? ¿Habrá alguna vez un lugar al que llamar hogar? A menudo, los lugares de origen están ahora ocupados por otros grupos, civiles o militares. En otros, esos territorios se han convertido en bosques, y los pueblos están todos por reconstruir. En el caso de los nuer, sus territorios están bajo el agua debido a la extraordinaria crecida del Nilo. Volver a casa da miedo. Hay inseguridad, incertidumbre y pobreza. No hay trabajo ni incentivos para reconstruir. Así que para muchos es mejor seguir siendo desplazados y refugiados.

¿Cómo es posible hablar de la estabilidad de un país si no puede dar a sus ciudadanos estabilidad, la oportunidad y el valor de reconstruir sus vidas?

El gobierno debería fomentar un programa de asignación de tierras y la construcción de viviendas sociales, para dar a tanta gente un lugar decente donde vivir. Los campos de desplazados internos son lugares donde reina la miseria y faltan los medios para hacer más dignas las condiciones de vida. En muchos casos, los campos se convierten en guetos formados por personas de la misma etnia. En el futuro, el país también tendrá que superar el concepto de territorios tribales, es decir, la idea de que la tierra pertenece a la etnia de una tribu y no a otra. Y, por tanto, que cada tribu tiene su propia casa que no puede compartir con otras, a menos que vengan como invitadas. Este proceso será posible cuando en Sudán del Sur haya vida para todos, independientemente de su etnia, y la seguridad esté garantizada allí donde se asienten.

¿En qué áreas, en su opinión, debería invertir el país?

La educación y la sanidad pública son dos áreas importantes para mejorar la calidad de vida de muchas personas. Los datos dicen que sólo el 20% de los niños en edad escolar tienen acceso a una escuela primaria; 2,8 millones no tienen la oportunidad de ir a la escuela. El Ministerio de Educación hace lo que puede para ofrecer más oportunidades a los niños. Pero no es fácil, porque los fondos son limitados y el territorio es muy extenso y resulta difícil llegar a las zonas rurales, donde aún vive tanta gente. Aparte de la falta de infraestructuras, el mayor reto sigue siendo el salario de los maestros y profesores. El salario es demasiado bajo. Los que podrían ser buenos profesores se van a trabajar a una organización humanitaria, mientras que los jóvenes no cualificados que sólo quieren ayudar durante un tiempo se quedan enseñando, con la esperanza de encontrar algo mejor más adelante. Además, en las zonas rurales no es fácil superar la cultura y las tradiciones que consideran que la educación no es tan necesaria y, en el caso de las niñas, incluso peligrosa, en la medida en que promueve una emancipación que hace a las mujeres menos sumisas a la sociedad machista.

¿Y la asistencia sanitaria? ¿Cuál es la situación?

En lo que respecta a la sanidad, tras una primera ráfaga de optimismo, la impresión es que el país está fracasando en su deseo de establecer una sanidad pública abierta a todos. Aparte de la presencia de organizaciones no gubernamentales en el ámbito médico, la orientación es la de la medicina privada, para quienes puedan permitírsela. El mercado sanitario ha crecido mucho, tanto a nivel de clínicas privadas como de farmacias, que pueden adquirir cualquier medicamento incluso sin receta. La población está a merced de este mercado: hay quien no se trata, comprometiendo situaciones que serían fácilmente tratables, y quien consume una fortuna, y no siempre es capaz de encontrar la salud que esperaba.

Gracias por un cuadro tan exhaustivo de los nudos críticos de la situación sursudanesa, en la que la Iglesia está llamada a actuar.

La paz no es sólo el resultado de un acuerdo político, sino de una justicia social que dé a las personas la posibilidad de vivir una vida digna. Así pues, el acuerdo entre las partes no es más que un primer paso necesario en el camino hacia la paz. Pero el camino es largo y debe pasar por la madurez social y el crecimiento económico del país. La corrupción y la injusticia hacen que este camino sea muy arduo. La Iglesia está llamada a caminar con la gente que lleva esas cargas, y esto creará comunión. Al mismo tiempo evangeliza, reconociendo y sacando a la superficie esa humanidad luminosa presente en cada persona que es la única fuente verdadera de esperanza.

  1. Cfr. también A. Rusatsi, «Il Sud Sudan. A sei anni dalla travagliata indipendenza», en Civ. Catt. 2017 IV 466-474.

  2. Cfr. G. Schmidt, «The Church’s commitment to Reconciliation in South Sudan», en Sudan Studies for South Sudan and Sudan, n. 63, enero 2021, 78.

  3. Cfr H.-H. Kibangou, «Il Sud Sudan. Dalla guerra civile a un governo di unità nazionale», en Civ. Catt. 2020 III 391-403.

  4. Sobre la visita del Pontífice a Sudán del Sur, cfr. también A. Spadaro, «“L’Africa sia protagonista del suo destino!”. Il viaggio di Francesco nella Repubblica Democratica del Congo e in Sud Sudan», en Civ. Catt. 2023 I 367-383.

  5. Cfr. Report of the Commission on Human Rights in South Sudan, A/HRC/52/26, en https://tinyurl.com/5n7m73db

  6. Cfr. Afp, «Uncharted Territory: South Sudan’s four years of flooding», en Nation (https://nation.africa/africa/news/-uncharted-territory-south-sudan-s-four-years-of-flooding-4169300), 23 de marzo de 2023.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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