Biblia

«Cristiano»: el hermoso nombre que ustedes llevan

(Unsplash/Karsten Winegard)

La Epístola de Santiago es el único libro del Nuevo Testamento en el que se prodiga el elegio de «hermoso nombre» (Sant 2,7), el de Cristo Jesús, del que procede el término «cristiano». Esta denominación, aunque poco frecuente en la primera comunidad de creyentes, encuentra su primer testimonio histórico en los Hechos de los Apóstoles: «Y fue en Antioquía, donde por primera vez los discípulos fueron llamados “cristianos”» (Hch 11,26)[1].

El hecho de que en Antioquía, capital de Siria, tercera ciudad del imperio después de Roma y Alejandría, los discípulos de Jesús fueran llamados «cristianos» es un acontecimiento de gran importancia en la historia y un nudo crucial en la formación de la identidad de la Iglesia primitiva: no sólo porque el nombre es un signo claro y definitivo de una existencia, sino también porque es a través del nombre como un individuo, o un grupo social, toma conciencia de su propia existencia, se distingue de los demás y madura su propia identidad. Según la documentación de los Hechos (escrita hacia los años ochenta), la aparición del nombre «cristiano» sitúa la afirmación de la comunidad de creyentes en Cristo en un momento preciso, quizá 10 años, en cualquier caso menos de 20 después de la muerte y resurrección de Jesús[2].

Hasta entonces, todavía no existía una formulación oficial para distinguir públicamente a quienes abrazaban la nueva fe: había diferentes nombres. En las Epístolas de Pablo, a los seguidores de Jesús se les llamaba «los hermanos»[3], «los de Cristo»[4]; también se les llamaba «los santos»[5]; y los que procedían del judaísmo eran «los de la circuncisión» (Gal 2,7-9).

También se encuentran otras denominaciones en los Evangelios y los Hechos: «los discípulos»[6], «los creyentes»[7], «los testigos de Cristo resucitado»[8], «la Iglesia de Dios» (Hch 20,28), «los galileos» (Hch 1,11; 2,7), «los salvados»[9] o también «los que pertenecen a este Camino»[10], con un término hebreo de origen halájico, donde «Camino» significa el Señor Jesús. En la Primera Carta de Pedro se les llama «los elegidos» (1:1).

Había otra forma de referirse a los discípulos: «los nazarenos», o más bien «los nazoreos» (Hch 24,5). Este nombre tiene su origen en el título dado a Jesús, «el Nazareno», que se encuentra en los Evangelios[11], o «el Nazoreo», que se encuentra en los Evangelios y en los Hechos[12]. El término no sólo indica a alguien que procede de Nazaret[13], sino que también hace referencia a la «descendencia davídica», a la que alude el profeta Isaías cuando habla del futuro «retoño» (Is 11,1). Además, se encuentra en el titulum crucis, que enuncia el motivo oficial de la condena de Jesús[14]. Incluso hoy en día, en hebreo moderno, pero también en árabe, a los cristianos se les llama notzrim[15]. Esta variedad de nombres revela la conformación de la nueva fe, pero también indica la falta de un título oficial que reconociera pública y universalmente a los discípulos de Jesús.

A lo largo de la historia, la definición antioquena de «cristianos» se generaliza. El hecho no sólo documenta que, ya en las primeras décadas posteriores a la resurrección de Jesús, la comunidad de Antioquía se había desarrollado de tal manera que llegó a ser autónoma de la sinagoga, sino que también atestigua que, como suele ocurrir, la definición utilizada por los de fuera, por los adversarios, o tal vez simplemente por los burócratas, fue aceptada por los propios interesados, es más, se convirtió en una fuente de honor para ellos (cfr. 1 Pe 4,15-16). Tras la misión de Pablo y Bernabé en Antioquía, los judíos y paganos que abrazan la nueva fe son tan numerosos que se hace necesario distinguir la nueva comunidad. La difusión del mensaje evangélico deja entrever la magnitud del acontecimiento que provoca el nacimiento del nuevo nombre en la ciudad.

El nombre «cristiano» en el Nuevo Testamento

Hoy en día, el nombre «cristiano» se utiliza con fluidez y su significado nos resulta familiar. Pero precisamente porque nuestro oído se ha acostumbrado a él, corremos el peligro de olvidar que, si la etimología del término es clara, el origen histórico sigue siendo – después de dos mil años – incierto: no sabemos exactamente quién fue el primero que formuló el nombre de «cristiano» y lo atribuyó a los creyentes de la nueva fe[16].

En el Nuevo Testamento, el término aparece tres veces: dos en los Hechos (11:26 y 26:28) y una en la Primera Carta de Pedro (4:16). Ya se ha hecho mención de Hechos 11:26. El pasaje suele traducirse así: «Y fue en Antioquía, donde por primera vez los discípulos fueron llamados “cristianos”». La versión no es errónea, pero tampoco exacta, porque el verbo chrematisai es un infinitivo activo aoristo, y por tanto no se justifica la pasiva. Esta traducción, aún adoptada en muchas lenguas modernas, se remonta a Guillaume Budé (1467-1540), humanista francés restaurador de los estudios griegos. Al parecer, fue uno de los primeros en interpretar el aoristo activo con un significado pasivo: «fueron llamados cristianos». La interpretación fue retomada posteriormente por Henri Estienne, en Thesaurus Graecae linguae, y desde entonces se ha convertido, por así decirlo, en canónica.

Numerosos eruditos se han ocupado de Hch 11,26. Algunos tienen cuidado de conservar la diátesis activa del original, traduciendo: «Tenían el nombre de “cristianos”»[17]. Es evidente que en tal interpretación el nombre se entiende recibido de fuera. Por eso otros exégetas – y son mayoría – no dudan en traducir con la voz pasiva: «fueron llamados…»[18]. Por último, en algunos casos algunos recurren al reflexivo: «se llamaron a sí mismos “cristianos”» (posiblemente combinándolo con un aoristo incoativo: «empezaron a llamarse…»)[19].

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Lucas no indica quién acuñó por primera vez el nombre de «cristiano», pero sí da a entender que no fueron los discípulos quienes se lo dieron a sí mismos. El contexto se centra en la apertura de la evangelización a los griegos y el éxito de la predicación. La atribución de un nombre indica que la comunidad naciente, formada por judíos y paganos, es distinta de la judía, y es tan numerosa que puede considerarse una entidad nueva. Por tanto, el origen del nombre puede remontarse al entorno pagano. De hecho, el término procede de un equívoco, ya que «Cristo» no es un nombre de persona, sino un epíteto, que indica el papel mesiánico: en hebreo mašiah, en griego christos, el ungido, el consagrado. Sin embargo, no se puede descartar un origen judío, ya que es precisamente a los judíos a quienes se dirige el primer anuncio evangélico. Aceptando estas hipótesis, sería mejor traducir: «se les dio el nombre», «recibieron el nombre de cristianos».

Lucas emplea el verbo chrematizō en lugar del más habitual kaleō: ¿un empleo casual? Probablemente no. De hecho, es un término típico del lenguaje jurídico para dar un nombre, o un título, según la ley[20]. A la pregunta: «¿Quiénes son estas personas?», se responde diciendo que no son judíos, ni romanos, ni siquiera gentiles, sino que deben clasificarse en una nueva categoría de personas, la de «cristianos».

En Hechos 26:28, el gobernador romano Festo interroga a Pablo en presencia del rey Agripa II. La defensa del apóstol es tan apasionada que al rey se le escapa un elogio de la nueva fe: Pablo está a punto de convencerle para que se haga «cristiano». El término se pone irónicamente en boca del rey, pero hay que señalar que lo conoce y lo utiliza correctamente. También hay que señalar que lo utiliza un pagano. Así pues, el nombre se hizo rápidamente corriente en el sentido de «seguidor de un nuevo grupo religioso».

Unas décadas más tarde, tenemos el caso de la Primera Carta de Pedro. El nombre de «cristiano» se ha convertido en un signo de distinción: «Que nadie tenga que sufrir como asesino, ladrón, malhechor o delator. Pero si sufre por ser cristiano, que no se avergüence y glorifique a Dios por llevar ese nombre» (1 Pe 4,15-16). El texto nos da a entender que el nombre se adopta sin querer; de ahí la invitación a no avergonzarse si uno es ultrajado como cristiano, es más, a hacer de él un título de honor en la persecución.

Hay que añadir que en el Nuevo Testamento, con excepción de los tres pasajes examinados, los seguidores de Jesús nunca son llamados «cristianos». La comunidad emergente de judeocristianos y gentiles constituye una de las diversas sectas en que se divide el judaísmo, la de los nazoreos. El término «cristiano» – como se ha dicho – falta en Pablo, y en vano se buscaría en los Padres Apostólicos: salvo en Ignacio de Antioquía, en quien es, al contrario, común. ¿Pero cuál es el origen del nombre «cristiano»?

El origen del nombre

El nudo a desatar en la versión reside en el infinitivo aoristo chrematisai. Los comentaristas que le dan un valor pasivo confirman la elección con Rm 7,3[21] y algunos papiros[22]. Pero el verbo es aoristo activo y tiene su voz pasiva regular, que aquí no se usa. Así pues, la versión más pertinente sería la activa. Las observaciones coinciden en descartar una autodesignación, aunque algunos historiadores la han defendido. En su opinión, se trataría de un reflexivo: en Antioquía, los discípulos se llamaban a sí mismos «cristianos»[23]. Esta hipótesis tropieza con una dificultad importante: ¿por qué Lucas no utiliza este término, si hubieran sido los propios cristianos quienes forjaron su denominación?

La otra hipótesis es que el nombre procede de paganos. Ciertamente es singular que en Hch 26,28, donde vuelve a aparecer, este término esté en boca de un pagano y que en 1 Pe 4,16 se refiera, aunque vagamente, a los gentiles. Si el nombre deriva de paganos, puede proceder del pueblo antioqueno[24], o de una designación oficial del gobernador romano de Siria[25].

Ciertamente, en el término «cristiano», el sufijo –ianus es un latinismo y refleja la formación propia de un adjetivo derivado del griego christos, considerado nombre de persona. A principios del siglo XX, Paribeni señaló que quienes debían mantener el orden en la dificilísima provincia de Asia necesitaban conocer las costumbres de sus súbditos, especialmente de los judíos, notoriamente refractarios a los romanos; en este sentido, podría hablarse de un sistema de archivo en el que se identificaba a los miembros de una nueva secta religiosa como distintos de los judíos[26]. Para este erudito, el nombre surgió en la oficina del gobernador romano de Antioquía y tuvo un éxito inmediato en la cancillería imperial, hasta el punto de que Plinio el Joven, medio siglo más tarde, en su rescripto a Trajano (cfr. Ep. 10:96), utiliza correctamente el término «cristiano» y no necesita explicar su significado.

En 1933, el jesuita P. Antonio Ferrua corroboró esta tesis[27]. La verdadera dificultad sobre el origen antioqueno del nombre radica en la propia forma del nombre latino: christiani. En griego, el adjetivo derivado de christos sería christeioi o christikoi. El sufijo –ianus indica los habitantes de una ciudad o región, o los seguidores de un grupo político, o los discípulos de un personaje ilustre. Ambos significados están atestiguados en el Nuevo Testamento: asiáticos (Hch 20,4); herodianos (Mt 22,16; Mc 3,6; 12,13). Se refiere a la autoridad romana en Antioquía, en una época en que no se concebía la distinción entre religión e imperio, y la formación de un nuevo grupo religioso tenía repercusiones políticas.

Sin embargo, esto no explica cómo un nombre nacido en las oficinas del gobernador se hizo popular en la ciudad. Aquí el P. Ferrua hace una observación interesante, que no ha sido recogida por los estudiosos: un sufijo arameo –an, que también se encuentra en otras lenguas semíticas, para indicar adjetivos con el significado de relación y pertenencia[28], puede haber influido en la terminación –anus de christianus. Es bien sabido que Antioquía no sólo era una ciudad cosmopolita, semítica y griega, aunque de cultura predominantemente helenística, sino que desde la época de César y Pompeyo había pasado a formar parte del mundo romano.

Hacia finales de la década de 1940, basándose en criterios filológicos, el historiador y teólogo Erik Peterson afirma que fueron los romanos quienes acuñaron el nombre de «cristiano». Señala que el verbo chrematizō tiene un valor jurídico y significa «dar un título oficial»[29]. Esto también se ve apoyado por el uso de prōtos, y no prōton, «por primera vez», como sería lógico[30]. El significado del adverbio en cuestión es el mismo, pero la primera forma se utiliza en un contexto jurídico e indica la inauguración de un título oficial. «Cristianos» tendría un significado jurídico, según el cual los adeptos de una secta se distinguen de otros de la misma secta por pertenecer a un líder llamado «Cristo».

Estas consideraciones llevaron a Peterson a descartar que el nombre fuera dado por el pueblo o tuviera connotaciones burlescas. Sin embargo, fue más allá y señaló al grupo de discípulos como un movimiento político revolucionario hostil a la autoridad romana[31]. Esta interpretación ha sido objeto de varias críticas, aunque no debe subestimarse por la condena de Jesús en la cruz como criminal[32].

Carlo Cecchelli, aunque acepta la tesis de Peterson, se limita en cambio a hablar de un título, un nombre dado a los cristianos por los antioquenos, casi con toda seguridad con intención despectiva[33]. La ciudad era famosa por su aptitud para burlarse e inventar apodos: el emperador Juliano lo experimentó en el siglo IV[34].

En los años cincuenta, el erudito Elias Bickerman consideró necesario dar mayor relieve a Hch 11,26, tanto en la lectura como en la exégesis[35]. El verbo chrematizō vuelve a aparecer con frecuencia en papiros, inscripciones y textos literarios: su significado es «tomar un título», «dar o tener un título oficial». Así, el sentido de la expresión es que los discípulos de Jesús, en Antioquía, recibieron el nombre público y oficial de «cristianos»; y el verbo puede entenderse también con un significado medio: «empezaron a llamarse a sí mismos», ya que ellos mismos lo adoptaron.

Bickerman insiste en el significado de los términos con el sufijo latino –ianus. El término «cristiano» no indica simplemente ser creyente en Cristo, o seguidor o partidario o discípulo de Cristo, sino que expresa la idea de pertenencia y servicio. Así como los cesarianos son los servidores del César, los miembros de su casa, y los herodianos representan a los guardias de confianza, las pocas personas de confianza de Herodes, famoso por no fiarse nunca de nadie, del mismo modo los discípulos «pertenecen» a Cristo, su Señor: son los ministros de su reino.

Es interesante observar que el nombre christianus implica la idea de pertenecer a Cristo como Señor. Por tanto, no sólo significa «discípulo, seguidor, creyente», sino que indica una relación personal, un vínculo, una comunión de vida. Es una identidad expresada también con fuerza por Pablo: en las Epístolas utiliza varias veces la fórmula «los de Cristo» para indicar que los creyentes, por el bautismo, pertenecen a Cristo, están a su servicio[36]. Del mismo modo, en la Primera Carta a los Corintios, escribe: «Todo es de ustedes. Pero ustedes son de Cristo» (1 Cor 3,22-23; cfr. 1,12; 15,23; 2 Cor 10,7); y en la Carta a los Gálatas: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20; cfr. 3,29; 5,24). Spicq concluye: los cristianos no son simples discípulos de Cristo, sino que son sus servidores, son siervos de Cristo, orgullosos de él, aceptando su doctrina, imitando sus ejemplos, contando con su ayuda, perteneciéndole en cuerpo y alma y asimilados a su persona, resueltos incluso a morir por él, ya que viven con él. «Una comunión tan íntima hace de la vida del cristiano una revelación de la presencia y de la vida de su Señor»[37].

Otras hipótesis más recientes

En 1958, H. B. Mattingly propuso otra interpretación: se trataría de un apodo peyorativo, dado por los antioquenos y motivado por el hecho de que los cristianos eran cada vez más numerosos en la ciudad y estaban en conflicto con los judíos: era necesario distinguirlos[38]. Pero la novedad es otra. El nombre de «cristiano» se habría forjado de forma similar al de los augustos, la claque que aplaudía a Nerón en sus extravagancias teatrales: al igual que los augustos eran los fanáticos del culto al emperador, los cristianos eran los exaltados de su líder, una figura mesiánica llamada Cristo[39].

En 1962, un profesor de la Universidad de Jerusalén, Baruch Lifshitz, intervino en la cuestión, impugnando la tesis de que los cristianos se sentían servidores o ministros de un rey mesiánico[40]. No hay que subrayar el título real del nombre «Cristo»: a los discípulos que le preguntan cuándo restaurará el reino de Israel, Jesús responde rechazando un mesianismo político (cfr. Hch 1,7-8). Para los discípulos, Cristo crucificado no es el restaurador de ningún reino humano, sino el salvador de la humanidad. Además, en el interrogatorio al rey Agripa, Pablo da testimonio de su fe al afirmar que «El Mesías [o Cristo] debía sufrir y, siendo el primero en resucitar de entre los muertos, anunciaría la luz a nuestro pueblo y a los paganos» (Hch 26,23). Los dos pasajes revelan el significado de «cristiano», es decir, el que sigue a Cristo crucificado, que salva por su muerte en la cruz.

Por último, otro estudioso de la École Biblique de Jerusalén, Justin Taylor, observa en el nombre una fuerte esperanza mesiánica con algunas implicaciones subversivas, aunque involuntarias[41]. En la comunidad de Antioquía, la proclamación del Evangelio, y por tanto de Jesús Mesías, fue, en los años 39-40, causa de desórdenes entre judíos y creyentes[42]. Eran años encendidos, en los que Calígula decidió hacer erigir su propia estatua en el templo de Jerusalén, despertando el horror de los judíos. Herodes Agripa, rey de Judea, de visita en la comunidad judía de Alejandría, es insultado por griegos y romanos en una revuelta que lleva al exterminio de los judíos[43]. La noticia horroriza también a la comunidad judía de Antioquía, que reacciona con un levantamiento contra los romanos[44]. En la misma fecha, 39-40, Eusebio de Cesarea informa de la marcha de Pedro de Antioquía a Roma: una marcha que tal vez se debió a los disturbios provocados en la ciudad tras el anuncio del Evangelio, cuyos primeros destinatarios fueron precisamente los judíos[45]. Las autoridades romanas responsabilizaron de los disturbios a los seguidores del Mesías-Cristo, es decir, a los cristianos.

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De ahí que se atribuya el origen del nombre a la cancillería romana; desde entonces el apelativo, marcado ya por la condena a muerte de Jesús, ha sido sinónimo de disturbios y crímenes. El autor señala que el Testimonium Flavianum – aunque es una interpolación tardía – incluiría originalmente el nombre de «cristiano»: de hecho, Flavio Josefo incluye el episodio de la crucifixión entre las revueltas de los judíos bajo Pilato[46]. Aunque en el Testimonium no se menciona ninguna revuelta, el significado puede estar implícito en el propio concepto de «cristiano»[47]. Isidoro de Sevilla atribuye la fundación de la Iglesia de Antioquía y el nacimiento del nombre «cristiano» a la predicación de Pedro, y no a la de Pablo y Bernabé[48].

El nombre de «cristiano» en el siglo II

A principios del siglo II, las noticias de los Hechos encuentran confirmación en Ignacio de Antioquía y en los escritos de la esfera antioquena. El obispo utiliza el sustantivo y el adjetivo «cristiano» varias veces en sus cartas, pero también el sustantivo «cristianismo» por primera vez[49]. Una aclaración interesante sobre el sustantivo es: «No sólo hay que ser llamados cristiano, sino serlo de verdad» (Magn. 4). «Ser llamados cristianos» indicaría una designación fuera de la esfera del discipulado. Por otra parte, «cristiano» no es un mero término de identificación, sino que indica la estrecha relación entre Cristo y quienes pertenecen a la comunidad de creyentes, y califica la realidad de quienes viven el Evangelio.

Se trata de un principio que Ignacio aplica ante todo a sí mismo. Camino del martirio, el obispo implora a sus fieles que recen por él: «Para mí pedid sólo fuerza interior y exterior, para que no sólo hable, ni sólo diga «cristiano», sino que realmente lo sea» (Rom. 3,2). El pasaje señala que los cristianos deben serlo por el testimonio de su vida: una insistencia que vuelve varias veces (cfr. Rom 4,2; 5,3). También dice que sólo el mártir es el verdadero discípulo de Cristo: «Yo soy el trigo de Dios, molido entre los dientes de las bestias para convertirme en pan puro de Cristo» (Rom. 4,2). De ahí la exhortación a vivir el Evangelio: «Si hemos llegado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir según el cristianismo. El que recibe otro nombre diferente no es de Dios» (Magn. 10,1). El cristianismo, por tanto, para Ignacio, indica una forma de vida en la que uno no crece solo, sino como comunidad de creyentes, como Iglesia alimentada por la fe en el Señor Jesús. El obispo subraya que el cristiano no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a Cristo, y que esta relación es la que marca su vida: «A los que profesan pertenecer a Cristo se les reconocerá por lo que hacen» (Ef. 14,2). Ignacio, al comienzo de cada carta, se llama a sí mismo «teóforo», es decir, portador de Dios y de Cristo, y los cristianos también lo son.

Incluso en la Didaché – un texto escrito quizá en el contexto antioqueno, hacia finales del siglo I o principios del II – aparece el nombre de «cristiano». En uno de los últimos capítulos, el tratado da disposiciones que deben observarse en la vida comunitaria para acoger al extranjero. Aquí aparece la exhortación: «Con vuestro sentido común vean cómo un cristiano puede vivir entre ustedes sin ser ocioso» (12,4). Quien se presenta en nombre del Señor y no trabaja es alguien que explota injustamente el nombre de Cristo.

El nombre «cristiano» en el testimonio de los paganos

Sin embargo, antes de Constantino el nombre de «cristiano» aparece raramente: si excluimos los documentos epigráficos, en su mayoría sepulcrales, cabe mencionar tres fuentes históricas de principios del siglo II, más o menos contemporáneas[50].

En los Anales (15.44), Tácito describe el incendio que estalló en Roma en el año 64, que Nerón atribuye a los cristianos para quitarse de encima la sospecha de ser su autor. Para el historiador, los cristianos son víctimas inocentes, pero Nerón puede acusarles porque son odiados por el pueblo por los crímenes que cometen. Califica su doctrina de «superstición detestable». Se trata de un juicio muy grave porque implica una acusación a la nueva creencia. A continuación, Tácito señala con precisión que el pueblo los llama cristianos[51], «nombre derivado de Cristo, a quien, bajo el principado de Tiberio, […] Poncio Pilato había condenado al suplicio». El historiador reconoce, pues, que «cristiano» es una denominación popular, pero no profundiza en ella. Su texto es muy importante porque atestigua la presencia de esta denominación fuera del cristianismo. Sin embargo, falta un análisis más profundo del hecho. Cabe señalar que Tácito acepta acríticamente los rumores relativos a los crímenes de los cristianos, es decir, los delitos sexuales, las violaciones y la violencia.

Alrededor del año 112, Plinio el Joven, procónsul de Bitinia, escribe al emperador Trajano (Ep. 10,96-97) para pedirle instrucciones sobre el procedimiento que deben seguir ante los tribunales los acusados de ser «cristianos». Plinio emplea el término «cristiano» no menos de siete veces y, como ya se ha dicho, no necesita explicar su significado. Investiga a fondo la vida de la nueva religión y no encuentra nada malo en ella, pero en su riguroso juicio el cristianismo es calificado de superstición fanática, carente de equilibrio y rayana en la locura. A principios del siglo II, por tanto, el nombre de «cristiano» es conocido en la cancillería imperial y tiene una connotación subversiva.

Suetonio, en su biografía de Nerón (16,3), habla de los cristianos enumerando los actos realizados por el emperador para moralizar la vida pública. Señala: «Se estableció un límite a los gastos, se redujeron los banquetes públicos, se persiguió a los cristianos, una raza de gente que seguía una nueva y nefasta superstición». Por tanto, Suetonio también está familiarizado con el nombre de «cristiano» y no duda de que los cristianos son una raza de gente sectaria, porque profesan una superstitio maligna, que socava la religión tradicional. En la biografía de Claudio (25,4) habla de una revuelta de los judíos, impulsor Chresto, donde Chresto se pronuncia Christo, por el iotacismo. El episodio no está fechado, pero por Dión Casio sabemos que data del primer año del imperio de Claudio, es decir, el 41.

Estos textos llevan a la conclusión de que el nombre de «cristiano» está siempre asociado a episodios de tumulto o rebelión: piénsese también en el Testimonium Flavianum. Lo que no deja de ser sorprendente para el origen del nombre.

«Soy cristiano»

Cuando estalla la persecución, el valor de ser «cristiano» está ligado a la conmoción con que el término se repite en las Actas de los mártires. Los romanos captan enseguida el desafío de la nueva religión: la negativa a reconocer la divinidad del emperador y a venerar su icono con incienso tiene un significado político y representa un peligro para el imperio. Este rechazo entraña una novedad desestabilizadora, a saber, la colocación de una entidad por encima de la autoridad política con una reivindicación implícita de libertad de conciencia. Además, el rechazo, a diferencia de otras protestas, se expresa pacíficamente: el cristiano es respetuoso con el orden establecido y leal al imperio, aunque reivindique la libertad religiosa a costa de su propia vida.

En los juicios contra los cristianos, sobre todo cuando se pregunta por la identidad del acusado, la respuesta vuelve una y otra vez: «Soy cristiano»; «Me nombre es “cristiano”»[52]. Los mártires reivindican con orgullo el título de «cristiano». La joven esclava Blandina, la más famosa de las mártires de Lyon, después de haber cansado a los verdugos que la sometían a toda clase de torturas, aún tiene el valor de afirmar: «Soy cristiana. No hago nada malo»[53]. Lo mismo hicieron el diácono Santo, el joven Póntico y el anciano obispo Policarpo. De este modo, los mártires proclaman su libertad en materia religiosa, pero también su identidad, quiénes son y quién es su Señor. La confesión es también una declaración de pertenencia: son de Cristo, son sus testigos, dan la vida por Él, como corresponde a un servidor fiel que arriesga su vida por su Señor.

Conclusión

El origen del nombre «cristiano» permanece, por tanto, en la bruma. Sin embargo, su difusión desde el ámbito antioqueno confirma que el lugar de origen es Antioquía. El término «christianus» indica la pertenencia a un grupo religioso con una figura influyente, Cristo, como líder, un nombre marcado por una condena en la cruz por sedición. Al principio, los cristianos se muestran reacios a asumir tal nombre, porque va unido a la sospecha de conspiración, escandalosa e injusta. Además, tanto Pablo como Lucas y los apologistas posteriores muestran su lealtad al imperio.

En cambio, la hipótesis del P. Ferrua – una terminación semítica en un nombre griego – sugeriría una designación popular. En Antioquía, la misión de Pablo y Bernabé constituye el primer anuncio del Evangelio: la predicación de la nueva religión está en el origen de conflictos diversamente interpretados por la autoridad romana y el pueblo antioqueno, pero que desembocan en la separación y distinción de los discípulos de los judíos. La Primera Carta de Pedro avalaría esta hipótesis. El origen popular lo afirma Tácito, pero no se basa en un análisis preciso. Tampoco se puede descartar que el nombre haya sido dado por los judíos, con connotación despectiva, para denigrar el mesianismo de los cristianos. A los romanos no les interesaba en absoluto el significado religioso del término christós. De hecho, la difusión del nombre fue muy rápida si, a principios del siglo II, se conoce precisamente en Roma y está documentado en las fuentes. Tanto Plinio como Suetonio denuncian la carga subversiva de la nueva religión.

Así pues, ninguna de las hipótesis formuladas aclara el origen del nombre. El epíteto dado por el pueblo o los judíos antioquenos habría sido asumido por la autoridad romana. Pero también pudo ser al revés: la designación hecha por la autoridad romana, en un ambiente propenso a las revueltas, para identificar a un grupo que se distinguía de los judíos y que más tarde se hizo pública en Antioquía.

Si es problemático determinar el origen exacto del «hermoso nombre» cristiano, lo cierto es que, en cuanto surgió, en pocos años, resultó tan apropiado que fue adoptado universalmente por los propios fieles, y desaparecieron todos los demás apelativos. «Cristiano» se convirtió, en la historia, en el epíteto distintivo por excelencia de los discípulos del Señor Jesús.

  1. El texto occidental (D) modifica la estructura sintáctica eliminando la dependencia del verbo inicial «sucedió que…» con el enlace: «Y fue en Antioquía, donde por primera vez…».
  2. Cfr. C. A. Faivre, «Chrèstianoi/Christianoi. Ce que “chrétiens” en ses débuts voulait dire», en Revue d’histoire ecclésiastique 103 (2008) 774; 799.
  3. Gal 1,11; 2,4; 3,15; 4,12.28; 5,13; 6,1; 1 Cor 5,11; 2 Cor 11,26; Rm 7,1; 12,1; 14,10. 13-15; 15,14; 16,17; Col 1,2 ecc. El término aparece en las Cartas 112 veces; vuelve en Mt 28,10; Jn 20,17; Hch 1,15-16; 10,23; 11,1.12.29; 12,17 etc.; Hb 13,1.
  4. 1 Cor 15,23; 2 Cor 10,7, pero también Gal 3,29; 5,24.
  5. Rm 1,7; 6,19; 12,13; 15,25; 2 Cor 9,1; el término vuelve en Hch 9,13.32; 20,32; 26,10; Hb 6,10. El término «Santo» para designar a los cristianos desaparece después del siglo III.
  6. Hch 6,1.2.7; 9,1.10.19.25-26.36.38; 11,26.29 etc.
  7. Hch 2,44; 4,32; 5,14-15; 18,27; 19,18; 21,20; 22,19.
  8. Hch 1,8.22; 2,32; 3,15; 4,33; 5,32; 10,39; 13,31; 22,15.20; 26,16.
  9. Hch 2,47.
  10. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22.
  11. Mc 1,24; 10,47; 14,67; 16,6; Lc 18,37; Jn 18,5.7.
  12. Mt 2,23; 26,69.71; Jn 19,19; Hch 2,22; 3,6; 4,10; 6,14; 22,8; 26,9.
  13. Aunque Mt 21,11; Jn 1,45; Hch 10,38 llaman a Jesús: «el de Nazaret».
  14. Cfr. Ch. Perrot, Jésus, Christ et Seigneur des premiers chrétiens. Une christologie exégétique, Paris, Desclée, 1997, 85.
  15. Cfr F. Rossi de Gasperis, Cominciando da Gerusalemme (Lc 24,47). La sorgente della fede e dell’esistenza cristiana, Casale Monferrato (Al), Piemme, 1997, 42.
  16. Cfr D. Marguerat, Atti degli Apostoli, I, Bolonia, EDB, 2011, 470-473.
  17. C. M. Martini, Atti degli Apostoli, Roma, Paoline, 1970, 182; Les Actes des apôtres, París, Cerf, 1953, 111.
  18. Cfr. Bibbia di Gerusalemme, Bolonia, EDB, 2013, 2613. Véanse los comentarios de A. Wikenhauser, J. Kürzinger, G. Schneider, G. Ricciotti, D. Marguerat, J. A. Fitzmyer.
  19. Cfr. C. Spicq, «Ce que signifie le titre de chrétien», en Studia Theologica 15 (1961) 68-78.
  20. El verbo significa «ocuparse de los negocios», pero a partir de Polibio (siglo II a.C.) adquiere el significado de «tomar un nombre, un título». Cfr. E. Peterson, «Christianus», en Miscellanea Giovanni Mercati, I, Ciudad del Vaticano, BAV, 1946, 357-358; C. Spicq, «Ce que signifie le titre de chrétien», cit., 68, nota 4.
  21. Rm 7,3: «será llamada [chrematisai] adúltera si en vida de su marido se une a otro hombre».
  22. Cfr. C. Spicq, «Ce que signifie le titre de chrétien», cit., 71.
  23. Así lo interpretan H. J. Cadbury, «Names for Christians and the Christianity in Acts», en V. K. Lake – H. J. Cadbury, The Beginnings of Christianity, London, Macmillan, 1933, 375-392; E. J. Bickerman, «The Name of Christians», in Studies in Jewish and Christian History, II, Leiden, Brill, 2007 (or. 1949), 794-802; J. Moreau, «Le Nom des Chrétiens», en La Nouvelle Clio 50 (1950) 190-192.
  24. Cfr. E. Haenchen, Die Apostelgeschichte, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht 1963, 354: H. Conzelmann, Die Apostelgeschichte, Tübingen, Mohr, 1963, 68; P. Zingg, Das Wachsen der Kirche, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1974, 221.
  25. Cfr. A. von Harnack, «I nomi dei fedeli», en Id., Missione e propagazione del cristianesimo nei primi tre secoli, Milán, Bocca, 1945; R. Paribeni, «Sull’origine del nome cristiano», en Nuovo Bollettino di Archeologia Cristiana 19 (1913) 37-41; E. Peterson, «Christianus», cit., 355-372; J. Taylor, «Why were the disciples first called “Christians” at Antioch? (Acts 11,26)», en Revue Biblique 101 (1994) 75-94.
  26. Cfr. R. Paribeni, «Sull’origine del nome cristiano», cit., 37-41.
  27. Cfr. A. Ferrua, «Christianus sum», en Civ. Catt. 1933 II 552-566; III 13-26.
  28. Cfr. ibid, 561; cfr. C. Brockelmann, Kurzgefasste vergleichende Grammatik der semitischen Sprachen, Berlín, Reuther & Reichard, 1908, 191-193. Algunos ejemplos: ‘ar’an = terreno, de terra; qađman = oriental, de oriente etc.
  29. Cfr. E. Peterson, «Christianus», cit., 355-372.
  30. Nótese, además, que el adverbio prōtos es un hápax en el Nuevo Testamento: cfr. C. Spicq, «Ce que signifie le titre de chrétien», cit., 69.
  31. G. Downey, estudioso de Antioquía, también suscribe la tesis básica: la autoridad romana necesitaba una denominación oficial para distinguir a los adeptos de la nueva fe en una gran metrópoli, en la que no sólo había residentes de diversas regiones y de diferentes lenguas, sino que también pululaban numerosos cultos: cfr. G. Downey, A History of Antioch in Syria from Seleucus to the Arab Conquest, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1961, 275-276; véase también J. P. Meier, «Antiochia», en R. E. Brown – J. P. Meier, Antiochia e Roma. Chiese-madri della cattolicità antica, Asís (Pg), Cittadella, 1987, 49 y nota 18; M. Sordi, I cristiani e l’impero romano, Milán, Jaca Book, 2004, 24 y nota 27.
  32. Cfr. H. Fuchs, «Tacitus über die Christen», en Vigiliae Christianae 4 (1950) 69, nota 5.
  33. Cfr. C. Cecchelli, «Il nome e la “setta” dei cristiani», en Rivista di archeologia cristiana 31 (1955) 55-73.
  34. Cuando el emperador fue a Antioquía para preparar la expedición contra los persas, el pueblo se burló de él, hasta el punto de que escribió un libelo para defenderse.
  35. Cfr. E. J. Bickerman, «The Name of Christians», cit., 139-151.
  36. Cfr 1 Cor 1,12; 3,23; 15,23; 2 Cor 10,7; Gal 3,29; 5,24.
  37. C. Spicq, «Ce que signifie le titre de chrétien», cit., 77.
  38. Cfr. H. B. Mattingly, «The Origin of the Name Christiani», en The Journal of Theological Studies (NS) 9 (1958) 26-37.
  39. Por lo tanto, el autor retrasa la datación del nombre hasta los años sesenta: una suposición problemática que – respecto a los Hechos – retrasaría mucho el origen del nombre. Cfr. R. Riesner, Paul’s Early Period: Chronology, Mission Strategy, Theology, Grand Rapids (Mi) – Cambridge, Eerdmans, 1998, 114, nota 43.
  40. Cfr. B. Lifshitz, «L’origine du nom des Chrétiens», en Vigiliae Christianae 16 (1962) 69 s.
  41. Cfr. J. Taylor, «Why were the disciples first called “Christians” at Antioch? (Acts 11,26)», cit., 75-94.
  42. Cfr. J. Malalas, Chronographia X, PG 97, 373-376; G. Downey, A History of Antioch in Syria from Seleucus to the Arab Conquest, Princeton (N. J.), Princeton University Press, 1961, 192-195.
  43. Cfr. Flavio Josefo, Antichità giudaiche, XVIII, 8, 1-3 (§§ 257-272); Filone, Legatio ad Gaium, 120-177.
  44. Cfr. G. Downey, A History of Antioch…, cit., 192-195.
  45. Cfr. Eusebio de Cesarea, Chronicon II, PG 19, 539-540.
  46. Cfr. Flavio Josefo, Antichità giudaiche, XVIII, 3, 3 (§ 64).
  47. Cfr. J. Taylor, «Why were the disciples first called “Christians” at Antioch? (Acts 11,26)», cit., 84. Que «cristiano» sea sinónimo de «insurgente, rebelde» puede deducirse del texto de Suetonio citado a continuación.
  48. Primum a sancto Petro Ecclesia in Antiochia est fundata, ibique primum nomen Christianorum […] exortum (De ecclesiasticis officiis, I,1, PL 83, 739A).
  49. Cfr. Ignacio de Antioquía, s., Magn. 10,3; Fil. 6,1; Rom. 3,3. En el primer pasaje, el «cristianismo» se opone al «judaísmo» y revela una controversia en la comunidad: «Es ridículo creer en Jesús y vivir según las costumbres judías». Cfr. M. Pesce, «Quando nasce il cristianesimo? Aspetti dell’attuale dibattito storiografico e uso delle fonti», en Annali di Storia dell’Esegesi 20 (2003) 39-55.
  50. Cfr H. Leclercq, «Chrétien», en Dictionnaire d’archéologie chrétienne et de liturgie, III, París, Letouzey et Ané, 1913, 1464-1478.
  51. Así en el Codex Mediceo 68 II fol 38r, post correcturam. La grafía ante correcturam es chrestiani. Chrestianus también podría derivar del adjetivo griego chrestos, que significa «útil, bueno», pero también se dice en sentido irónico, significando «bueno para nada», «tonto»; en la Edad Media, el despectivo «cretino» se derivó del nombre «crestiano» (cfr. francés chrétien). Cfr G. Ricciotti, Paolo Apostolo. Atti degli Apostoli. Lettere di San Paolo, Milán, Mondadori, 1991, 184.
  52. Cfr E. Zocca, «Sono cristiano». Testi sul martirio da Isaia ad Agostino, Roma, Città Nuova, 2000, 83 (san Potino); 96 (santi scillitani); 73 (martirio di Policarpo).
  53. Eusebio de Cesarea, Historia Ecclesiastica V, 1, 19.
Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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