Literatura

Cien años con Ítalo Calvino

Italo Calvino (foto: Johan Brun)

Este año se cumplen 100 años del nacimiento de Ítalo Calvino. En este ensayo, retomaremos la célebre distinción calviniana entre «desafío al laberinto» y «rendición al laberinto»[1] para recorrer algunos senderos de la compleja, estratificada y multiforme obra del escritor de Liguria.

Vida y formación

Inquieto, intelectualmente vivo y con una creatividad multiforme, en su vida privada tímido y de pocas palabras, Calvino constituye un unicum en la escena literaria italiana[2].

El primer rasgo importante es su entorno familiar y su infancia. Hijo de dos científicos – su padre un agrónomo con experiencia laboral internacional, su madre la primera mujer que ocupó el cargo de profesora de botánica general en Italia -, Italo nació en Santiago de Las Vegas, cerca de La Habana, Cuba, el 15 de octubre de 1923[3]. Ambos padres eran librepensadores, agnósticos, cuando no abiertamente anticlericales: su padre era mazziniano, anarquista y más tarde socialista; su madre, atea y socialista. Italo creció en un contexto impregnado de internacionalismo. Antes de la Segunda Guerra Mundial, San Remo era un lugar de vacaciones para aristócratas y ricos ingleses. El propio Italo fue matriculado en un parvulario inglés y luego en una escuela primaria valdense. Ajeno a la influencia cultural fascista, en un clima familiar marcado por la racionalidad científica y volteriana, al final del bachillerato (donde fue compañero de Eugenio Scalfari) se matriculó en la Facultad de Agricultura, que cursó primero en Turín y luego en Florencia. Tras la caída de Mussolini, Italo se refugió en San Remo, escondiéndose después del 8 de septiembre de 1943 en la pequeña propiedad familiar de San Giovanni, para evitar el alistamiento obligatorio en el ejército de la República de Salò. Participó activamente en la Resistencia bajo el apodo de «Santiago» junto con su hermano Floriano[4], unos años menor, librando también algunas batallas en la Brigada Garibaldi, vinculada al Partido Comunista Italiano. Tras el final de la guerra, se matriculó en la Facultad de Letras y se licenció con una tesis sobre Joseph Conrad.

A partir de 1946, y durante casi el resto de su vida, colaboró con la editorial Einaudi, ocupando múltiples cargos. Fue, sin duda, el verdadero lugar de formación de Italo. Este elemento constituye la segunda característica peculiar de la formación y la figura del escritor. Muy pocos autores tuvieron la oportunidad de conocer el mundo del libro desde ambos lados, como autores y como editores; ninguno al nivel alcanzado por Calvino. Al irónico alter ego del personaje del doctor Cavedagna, editor, en Si una noche de invierno un viajero, le hace decir: «Trabajo en una editorial desde hace muchos años […]; muchos libros pasan por mis manos, […] pero ¿puedo decir que leo?»[5].

La literatura italiana está marcada por su impronta, no sólo como autor, sino también como editor. Junto con Vittorini y Pavese creó un verdadero estilo de selección y presentación de libros en las contraportadas. Fue Pavese, a quien conoció en Einaudi, quien lo animó a escribir y publicar Il sentiero dei nidi di ragno («El sendero de los nidos de araña»). En las oficinas de la editorial entabló amistad con Natalia Ginzburg, Felice Balbo, Giulio Bollati, Paolo Boringhieri, Renato Solmi y Luciano Foà. A lo largo de su vida mantuvo innumerables colaboraciones con periódicos y revistas: desde la sección turinesa de L’Unità, donde escribió sus primeros cuentos en su juventud, hasta la Repubblica, fundada y dirigida por su antiguo compañero de clase Eugenio Scalfari. Comprometido en política hasta 1956, tras los sucesos de Hungría y las elecciones de la dirección del PCI renunció al partido el 1 de agosto de 1957[6].

Con Einaudi, Calvino publicó casi todos sus escritos, que abarcan una gran variedad de géneros. Cuando la investigación intelectual le empujó en direcciones desconocidas para otros escritores, inventó nuevos papeles para sí mismo. Más que ecléctico, era creativo y racionalmente experimental, «caprichosamente ingenioso», como dijo Mario Barenghi, su fino intérprete[7].

En 1967, Calvino se trasladó a París. Allí conoció a Roland Barthes, Georges Perec, Raymond Queneau, de quien tradujo Les fleurs bleues, y se unió al Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle). Es el encuentro con la semiología estructuralista y la técnica combinatoria. Una y otra marcarán el estilo de Calvino, que deja de lado de forma decisiva el compromiso político[8], aún presente en El barón rampante, para reflexionar con mayor insistencia sobre el lenguaje y el valor del lenguaje. Hay que señalar aquí la contemporaneidad del lanzamiento de esta novela con su dimisión del PCI: Cosimo Piovasco di Rondò es sin duda su alter ego transfigurado.

Calvino vivió trece años en París, sin romper nunca las relaciones con Einaudi y con Italia, donde pasaba largas temporadas durante el año y vacaciones enteras de verano. Casado en 1964 en Cuba con Esther Judith Singer, traductora argentina de religión judía, tuvo a su hija Giovanna en 1965. Regresó a Italia en 1980 y murió en el hospital de Siena el 6 de septiembre de 1985, tras un derrame cerebral que le sobrevino en su casa de Castiglione della Pescaia.

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El gran número de ensayos, conferencias, notas de trabajo y reflexiones teóricas, de diversa amplitud, constituyen un riquísimo «fondo de obra». Como observó Barenghi, Calvino es un escritor que se presenta a sí mismo, un autor que como pocos ha reflexionado sobre su propia producción, y así ocurre que quienes desean presentarlo lo hacen recurriendo a sus escritos y ensayos teóricos. Nosotros también lo haremos.

La fase neorrealista y fabulística de Calvino: escribir a través de imágenes

Siguiendo la imagen utilizada por Claudio Milanini[9], que describe la producción de Calvino como un árbol que extiende su follaje en diferentes direcciones (una imagen que probablemente habría gustado al escritor, si recordamos la importancia que la formación en ciencias botánicas tiene en su familia) y que no se desarrolla de forma lineal progresiva, de A a B a C, podemos identificar dos grandes periodos de la producción de Calvino: el primero va desde los inicios en 1947 hasta 1963[10]; el segundo desde 1965 hasta su muerte en 1985[11].

El primer período está marcado por el neorrealismo[12] de El sendero de los nidos de araña y de los relatos de Por último, el cuervo[13], al que el autor une la investigación y la escritura de cuentos cercanos a la fábula[14]. Todavía en 1955, en el ensayo El meollo del león, escribió: «También nosotros somos de los que creen en una literatura que sea presencia activa en la historia, en una literatura como educación, de grado y calidad insustituibles. […] La literatura debe dirigirse a esos hombres, debe – aprendiendo de ellos – enseñarles, servirles, y sólo puede servirles en una cosa: ayudándoles a ser cada vez más inteligentes, sensibles, moralmente fuertes»[15]. En Calvino, la intención ética de la escritura es evidente[16].

Al estilo y la sensibilidad fabulística pertenecen las obras que le dieron mayor fama. Nos referimos a los dos relatos largos y a la novela corta que componen la trilogía I nostri antenati («Nuestros antepasados»), titulada así en la edición en caja de 1960. Se trata de los conocidos El vizconde demediado, de 1951, El barón rampante, de 1957, y El caballero inexistente, de 1959.

Una de las características de Calvino es que nos ha regalado personajes icónicos. Otros escritores italianos del siglo XX han compuesto historias más apasionadas y sobrecogedoras, pero sólo Calvino, con la sencillez de una escritura controlada, a veces fría, pero siempre transparente, consiguió inventar y darnos figuras simbólicas que hoy son imprescindibles. En cuanto a su estilo, podemos considerar apropiada la nota de Barenghi: «En conjunto, la búsqueda de Calvino sigue el principio de conciliar innovación y legibilidad, tensión experimental y fuerza comunicativa: evitando, por un lado, instalarse en fórmulas previsibles y tranquilizadoras y, por otro, exasperar la sofisticación formal hasta el punto de restringir el grupo de receptores a una élite de especialistas. De ahí la fidelidad a una escritura escueta y precisa, elegante pero sin afectaciones literarias, que sublima los usos vivos del lenguaje, sin perder de vista las actividades prácticas (necesariamente apegadas a la realidad): un estilo fluido y perspicuo incluso en los momentos de mayor rarefacción, capaz de acercarse a los modales humildes de la palabra hablada sin ceder nada en términos de corrección y compostura»[17].

El incipit de El barón rampante es uno de los más conocidos de la literatura italiana: «El 15 de junio de 1767, Cosimo Piovasco di Rondò, mi hermano, se sentó entre nosotros por última vez»[18]. En el fundamental epílogo a Nuestros antepasados, en la edición de 1960 que los reúne, Calvino cuenta cómo llegó a este género, ajeno al neorrealismo de sus primeras tentativas literarias: «Intenté escribir novelas neorrealistas, sobre temas de la vida popular de aquellos años, pero no tuvieron éxito, y las dejé manuscritas en el cajón. […] Si utilizaba un tono más reflexivo y preocupado, todo se desvanecía en gris, en tristeza, perdía ese sello que era mío, es decir, la única justificación de que yo escribía y no otro»[19].

El primer libro de la saga, El visconde demediado, comenzó en realidad como un «pasatiempo privado», ajeno a cualquier intención de declaración poética, alegoría moralista o política. Al principio hay una imagen a la que la escritura da profundidad y proporciona oportunidades para la acción. Muchos años después, Calvino retomaría el valor de la imagen y de la escritura a través de imágenes en el capítulo dedicado a la «Visibilidad» en las fundamentales Lezioni americane[20]. Es interesante cómo en ese ensayo ya advierte y denuncia el riesgo de que el hombre moderno pierda la facultad de imaginar autónomamente, debido a la proliferación de figuras y efigies «artificiales» que asedian su imaginación[21]. Inesperadamente, el escritor de San Remo dedica un cuidadoso y oportuno examen a la importancia de la imaginación en los Ejercicios Espirituales (EE) de San Ignacio de Loyola, citando exactamente la «composición de lugar» y distinguiendo entre lo que se requiere en el contexto de la Primera Semana de los EE y el ejercicio de «Contemplación del mundo por la Trinidad», en la Segunda Semana. Llama la atención este conocimiento y referencia a un texto espiritual en una producción literaria y de no ficción por lo demás muy pobre en referencias eclesiales, y más aún religiosas y de fe[22]. Sin embargo, el conocimiento de la Compañía de Jesús y de los jesuitas debía ser antiguo, si en su novela más lograda (El barón rampante) Calvino incluye personajes jesuitas que hacen de antagonistas[23], como el padre espiritual masón Sulpicio de Guadalete.

En cuanto a los cuentos populares, no podemos dejar de mencionar la Raccolta delle fiabe italiane («Cuentos populares italianos»), que vio la luz en 1956 y que puso al escritor al lado de otros autores clásicos de este género en Europa: Hans Christian Andersen en Dinamarca; los hermanos Jacob Ludwig Karl y Wilhelm Karl Grimm en Alemania; Charles Perrault y Jean de La Fontaine en Francia. Con esta obra, Calvino cubre un vacío en nuestra literatura. Crucial es la introducción a la colección, escrita por el propio autor, en la que describe la génesis de la obra y presenta el material sobre el que trabajó. Es interesante leer las páginas de Lavagetto[24], en las que se subraya y destaca el papel compositivo de reescritura desempeñado por Calvino, desde la elaboración mínima hasta la reescritura más extensa y la composición autónoma. El fruto de este minucioso trabajo será fructífero. La escucha meticulosa de las historias sencillas de los cuentos populares permitirá al autor conocer y apoderarse de los mecanismos de las historias, de los elementos fundamentales que las componen y les dan vida.

Calvino escribe: «Las novelas que nos gustaría escribir o leer son novelas de acción, pero no por un culto vitalista o energético residual: lo que nos interesa por encima de todo son las pruebas por las que pasa el hombre y la forma en que las supera. El molde de los primeros cuentos de hadas: el niño abandonado en el bosque o el caballero que tiene que superar encuentros con bestias y hechizos, sigue siendo el patrón insustituible de todas las historias humanas, sigue siendo el patrón de las grandes novelas ejemplares en las que una personalidad moral se realiza atravesando una naturaleza o una sociedad despiadadas»[25].

La nota de 1960 contiene también una afirmación central para la orientación de la producción literaria posterior. «El cuento [El vizconde Cloven] tiene su propia propulsión interna espontánea hacia lo que siempre ha sido y sigue siendo mi verdadero tema narrativo: una persona se impone voluntariamente una regla difícil y la sigue hasta las últimas consecuencias, porque sin ella no sería él mismo ni para sí mismo ni para los demás»[26]. Esta afirmación poética nos parece coincidir con otra. Hablando del valor de la «ligereza», Calvino afirma en sus Lezioni americane: «Después de cuarenta años de escribir ficción, después de haber explorado varios caminos y llevado a cabo diferentes experimentos, me ha llegado el momento de buscar una definición global para mi obra; propondría ésta: mi operación ha sido la mayoría de las veces una sustracción de peso; he intentado quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a la ciudad; sobre todo, he intentado quitar peso a la estructura del relato y del lenguaje»[27]. Esta afirmación es particularmente pregnante, porque es exhaustiva respecto de los grandes bloques de la producción de Calvino: además de la referencia al ciclo Nuestros antepasados, está la de Las cosmicómicas en sus diversas y sucesivas ediciones (1965, 1968, 1984), a los relatos Tiempo cero, Las ciudades invisibles, El castillo de los destinos cruzados y a Si una noche de invierno un viajero.

Calvino fue un autor de ficción, sobre todo de relatos breves, lo que le permitió alcanzar esa intensidad que es una de las señas de identidad de su escritura[28]. Esto es evidente en los cuentos (tanto en los de juventud, Por último, el cuervo, como en los de madurez, Las cosmicómicas y Tiempo cero), en la prosa breve de Las ciudades invisibles y en Palomar. «Estoy convencido de que escribir prosa no debe ser diferente de escribir poesía; en ambos casos se trata de la búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable. […] En esta predilección por las formas breves, no hago más que seguir la verdadera vocación de la literatura italiana, pobre en novelistas pero siempre rica en poetas, que incluso cuando escriben en prosa dan lo mejor de sí mismos en textos cuyo máximo de invención y de pensamiento está contenido en pocas páginas, como ese libro sin igual en otras literaturas que es Operette morali de Leopardi»[29].

El desafío de la transformación de la autoría hoy

«Una vez establecidos estos procedimientos, una vez encomendada a un ordenador la tarea de realizar estas operaciones, ¿lograremos construir una máquina capaz de sustituir al poeta y al escritor? Así como ya tenemos máquinas que leen, máquinas que realizan análisis lingüísticos de textos literarios, máquinas que traducen, máquinas que resumen, ¿tendremos máquinas capaces de concebir y componer poemas y novelas?»[30]. Esta fue la pregunta de Calvino en una conferencia de noviembre de 1967, recogida posteriormente en el texto Cibernetica e fantasmi (Appunti sulla narrativa come processo combinatorio), que encontramos dentro de la colección de ensayos Una pietra sopra, 1980.

Las declaraciones del escritor ligur llaman la atención por su carga profética. Y añade: «Y ahora mismo, no estoy pensando en una máquina capaz sólo de, digamos, una producción literaria estándar, ya mecánica de por sí; estoy pensando en una máquina de escribir que ponga en juego en la página todos esos elementos que solemos considerar los atributos más celosos de la intimidad psicológica, de la experiencia vivida, de la imprevisibilidad de los cambios de humor, de las sacudidas y los desgarros y las iluminaciones interiores»[31].

En estos meses se ha hablado de la tecnología conocida como ChatGPT, capaz de producir textos autónomos. Se trata de «un lenguaje fraguado en base a un gran corpus de textos para generar más textos de forma autónoma y responder a las preguntas de los usuarios, utilizando una tecnología de aprendizaje automático, llamada Transformer, que le permite comprender el contexto del texto y generar respuestas adecuadas»[32]. ¿Qué habría dicho el escritor sobre ChatGPT?

Ante la posibilidad de que la autoría, con su asignación pedagógica asociada[33], sea abandonada en favor de la inteligencia artificial, ¿qué dirección puede tomar la literatura? El papel del lector y el funcionamiento de la lectura ocupan un lugar central[34]. «Habiendo desmontado y vuelto a montar el proceso de composición literaria, el momento decisivo de la vida literaria será la lectura»[35]. El general Arkadian Porphyritch afirma en Si una noche de invierno un viajero: «Me he dado cuenta de mis limitaciones […]. En la lectura sucede algo sobre lo que no tengo ningún poder»[36].

¿Se empobrece así la literatura? Según Calvino, no, «seguirá siendo un lugar privilegiado de la conciencia humana»[37]. Nos encaminamos hacia la muerte de la figura del autor, «ese personaje al que se siguen atribuyendo funciones que no le pertenecen, el autor como expositor de su propia alma en la exposición permanente de las almas; el autor como usuario de órganos sensoriales e interpretativos más receptivos que el común de las personas; el autor, ese personaje anacrónico, portador de mensajes, director de conciencias, conferenciante de las sociedades culturales»[38]. En Las ciudades invisibles, el Gran Khan acusa en un momento dado a Marco Polo de este modo: «Abalanzándose sobre él, plantándole una rodilla en el pecho, agarrándolo por la barba: – “Esto es lo que quería saber de ti: confiesa lo que contrabandeas: ¡estados de ánimo, estados de gracia, elegías!”»[39]. Poder decir «escribe» como se dice «¡llueve!», verbo impersonal para no contaminar la limitada individualidad[40]. «¡Qué bien escribiría si no estuviera allí!»[41], dice Silas Flannery en Si una noche de invierno un viajero, si el autor fuera sólo una mano, una mano cortada que sostiene la pluma.

No puede haber declaración más nítida de contraste con la tendencia contemporánea a exaltar el personaje-escritor-autor, que a menudo cuenta más que la obra[42].

Calvino se dirige a un lector consciente. El punto más maduro en esta búsqueda se alcanza en Si una noche de invierno un viajero, una hiper-novela, una prueba extrema de meta-literatura, con una estructura estructuralista y combinatoria, que muestra claramente que «la literatura está toda implícita en el lenguaje, es sólo permutación de un conjunto finito de elementos y funciones»[43]. Se puede escapar de la indistinción del mundo continuo, del mar de la objetividad[44], para redescubrir la posibilidad de un mundo «discreto»[45].

El lector se convierte así en el Lector o Lectora protagonista de Si una noche de invierno un viajero. Ya no cuenta el escritor, que se convierte en ghostwriter de sí mismo, creador de copias y obras falsas. Silas Flannery observa a la Lectora con prismáticos, desde lejos, para captar en su rostro las reacciones a la novela que ha escrito, que le gustaría escribir, que escribirá.

¿Está entonces la literatura llamada a una expresión plana de combinaciones de palabras y funciones, de actantes y estructuras? ¿Es la literatura el tablero de la partida de ajedrez entre Kublai y Marco en Las ciudades invisibles?[46] La literatura es esa operación de combinar cartas del tarot, imágenes simples y poderosas, imágenes que se convierten en palabras, que incluso las sustituyen, ya que los viajeros han perdido el uso de las palabras. En el silencio, las historias se entretejen, componiendo un tapiz, una trama o un tejido que puede leerse de izquierda a derecha o viceversa, de arriba abajo o viceversa. Y en La taberna de los destinos cruzados, las historias individuales componen los grandes relatos: el relato de Hamlet, de Edipo, de Parsifal y el Grial, el de Fausto, el del Rey Lear. ¿Vemos nuestras historias en las de los mitos, o las de los mitos en nuestras historias cotidianas?

Hay un tono melancólico, casi vulnerable, en el capítulo «Yo también intento dar mi opinión» de La taberna de los destinos cruzados[47]. Durante unas páginas, el velo de la autoría se abre, y oímos viva la voz de Calvino cuando escribe: «La escritura, en definitiva, tiene un trasfondo que pertenece a la especie, o al menos a la civilización, o al menos a una categoría. ¿Qué hay de mí? ¿Qué hay de ese mucho o poco exquisitamente mío que creía poner en ello?»[48]. El retrato que Calvino hace de sí mismo en ese momento es incluso conmovedor, con todos los matices de la vida de un hombre enteramente dedicado a las letras. «Descarto un tarot, descarto el otro, me encuentro con unas cuantas cartas en la mano. El Caballero de Espadas, El Ermitaño, El Mago siguen siendo yo tal y como me he imaginado de vez en cuando mientras continúo sentado acariciando mi pluma de arriba abajo sobre el papel. Por caminos de tinta galopan el ímpetu guerrero de la juventud, la ansiedad existencial, la energía de la aventura gastada en una carnicería de borrones y hojas arrugadas. Y en el papel que sigue, me encuentro en la piel de un viejo monje, segregado durante años en su celda, un ratón de biblioteca que busca a la luz de una linterna una sabiduría olvidada entre las notas a pie de página y las referencias cruzadas de los índices analíticos. Tal vez haya llegado el momento de admitir que el número uno del tarot es el único que representa con honestidad lo que he conseguido ser: un malabarista o ilusionista que dispone un cierto número de figuras en su puesto de feria y que moviéndolas, conectándolas e intercambiándolas consigue un cierto número de efectos»[49].

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El autor como mago o malabarista. También como caballero o ermitaño. Así Calvino toma como ícono de la vida intelectual a los muchos San Jorge aplastando la cabeza del dragón, hombres de acción; a los San Jerónimo, íconos de la vida retirada, empeñados en traducir la Biblia en el umbral de una cueva. Unas veces mago, otras San Jorge o San Jerónimo, Calvino aspira para sí a ser guerrero y sabio «en todo lo que hace y piensa», y a mantener a raya ya al dragón, ya al león, imágenes distintas que indican en una y otra condición de vida la necesidad de la lucha que en todo caso hay que emprender. Se trata de una intuición sedimentada, porque ya en El caballero inexistente el escritor había utilizado como alter ego a una guerrera que se dedica a la oración y libra la ardua batalla de la escritura: Calvino primero Bradamante y luego sor Teodora.

¿Con qué propósito luchar? «Para buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio»[50]. Así termina Las ciudades invisibles. En el «laberinto» del mundo calviniano que hemos recorrido en la brevedad de este artículo, nos gustaría concluir con esta imagen, que evoca el cuidado y la responsabilidad. Porque el desprendimiento calviniano no es indiferencia, no es «separar la suerte propia de la suerte ajena».

Conclusiones

Calvino es una figura central de la literatura italiana del siglo XX. Lo fue como editor y como autor. Recorrió las angustias de la sociedad italiana, el ímpetu de la reconstrucción tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, la decepción del derrumbe de los ideales y la amargura ante el vacío de la sociedad de consumo. Lo hizo con su estilo único de «poeta» y fabulista, primero como neorrealista y luego como innovador y experimentador, sin renunciar nunca al equilibrio de su escritura cristalina. Dio a la literatura italiana figuras hoy indispensables: el vizconde, el barón, el caballero, Marcovaldo. La más bella meditación sobre la democracia es La jornada de un interventor electoral. Así como la literatura de nuestro país sería más pobre sin la prosa vertiginosa y psicodélica de Las cosmicómicas, sin la gracia suspendida de Las ciudades invisibles. Su obra Si una noche de invierno un viajero constituye un punto de referencia para toda reflexión meta-literaria, un manual de narratología. Hoy, todos los textos de este ámbito parten de su hiper-novela.

Incluso como ensayista, Calvino es un punto de referencia fundamental, sobre todo con el ensayo Lezioni americane, en el que reinterpretó «ignacianamente» su experiencia literaria para fijar los criterios de la literatura del mañana.

Frente a las tensiones y los retos de un mundo que descubre cada vez más ámbitos de aplicación de la inteligencia artificial, podemos afirmar que las investigaciones de Calvino en el segundo periodo de su producción ofrecen fértiles elementos de reflexión. Si los experimentos estructuralistas y combinatorios en sentido estricto pueden considerarse superados, algunos frutos de esas teorizaciones son de actualidad. Especialmente importante para nosotros es la afirmación del valor de la lectura, de la operación de leer y del papel del lector. Tras décadas de hipertrofia de la figura del autor, ante el riesgo de que sea menospreciada y «degradada» por la inteligencia artificial, la valorización del lector abre espacios de libertad y responsabilidad, de cuidado y educación. En un marco teórico diferente e históricamente connotado, Calvino ya aspiraba a la anulación de la individualidad del autor, no para desembocar en posiciones nihilistas, sino para abrirse a un misterio que pide ser nombrado. En este sentido, si el autor puede fallar, no puede fallar la inteligencia crítica del lector.

El escritor ligur utiliza la referencia al texto sagrado para decirlo: «El libro único, el que contiene el todo, no podría ser otro que el texto sagrado, la palabra revelada total. Pero yo no creo que la totalidad sea contenible en el lenguaje; mi problema es lo que queda fuera, lo no escrito, lo no escribible»[51]. Lamentamos que el autor no tuviera la honestidad de escribir allí la palabra «Biblia», sino que prefiriera utilizar únicamente la referencia al Corán.

Calvino es también una excepción desde el punto de vista de la visión de la fe sobre la realidad. Podemos decir que, comparado con el contexto italiano de su época, recibió una educación «anómala», muy racional, agnóstica, incluso anticlerical. Sin embargo, en comparación con otros intelectuales de formación similar, no se percibe en sus escritos el rencor de la condena feroz o el desdén hacia quienes se proclaman creyentes. No es un escritor espiritual, aunque nos haya legado una de las más bellas afirmaciones sobre el amor, en La jornada de un interventor electoral: «Lo humano llega donde llega el amor; no tiene más fronteras que las que nosotros le damos»[52]. Es bajo su mirada que el lugar del sufrimiento se convierte en la Ciudad, para nosotros los cristianos la Civitas Dei de Agustín: «Incluso la última ciudad de la imperfección tiene su hora perfecta, pensó el interventor, la hora, el momento, en que en toda ciudad está la Ciudad»[53]. De Calvino, agnóstico[54], podemos apreciar su compromiso ético, su coherencia de vida y su interés por el bien público.

  1. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, Milán, Mondadori, 2001, 123.
  2. Sobre la biografía de Calvino, véase «Cronologia», a cargo de Mario Barenghi y Bruno Falcetto, en I. Calvino, Romanzi e racconti, vol. I, Milán, Mondadori, 2003, LXIII-LXXXVI.
  3. Sobre los lugares calvinianos, cfr. M. Barenghi, Italo Calvino, le linee e i margini, Bolonia, il Mulino, 2007, 15-21.
  4. Floriano Calvino se convertiría más tarde en un geólogo de renombre internacional y enseñaría durante muchos años en la Universidad de Génova.
  5. I. Calvino, Romanzi e racconti, vol. I, cit., 704.
  6. El inmovilismo de Togliatti y otros dirigentes del partido fue objeto de ironía en el cuento La gran bonaccia delle Antille.
  7. Cfr M. Barenghi, Italo Calvino, le linee e i margini, cit., 35.
  8. La meditación más conmovedora sobre el poder viene precisamente de Calvino, en el relato «El rey que escucha», publicado póstumamente en la colección de 1986 Bajo el sol del jaguar.
  9. Entre las obras críticas que nos han ayudado a leer a Calvino, además de C. Milanini, L’utopia discontinua. Saggi su Italo Calvino, Roma, Carocci, 2022, destacamos: C. Ossola, Italo Calvino. L’invisibile e il suo dove, Milán, Vita e Pensiero, 2016; F. Centofanti, Italo Calvino. Una trascendenza mancata, Milán, Istituto Propaganda Libraria, 1993.
  10. A este periodo pertenecen la novela El sendero de los nidos de araña, de 1947; la colección de cuentos Por último, el cuervo, de 1949; La entrada en guerra, de 1954, El visconte demediado, de 1951, La hormiga argentina, de 1953-1954; Cuentos populares italianos, de 1956; El barón rampante, de 1957; La especulación inmobiliaria, de 1956-1957; La nube de smog, de 1958; El caballero inexistente, de 1959; Marcovaldo, de 1963; La jornada de un interventor electoral, de 1963. Los años indicados hacen referencia a la aparición de las obras en italiano.
  11. A este periodo pertenecen Las cosmicómicas, de 1965, con los textos añadidos en ediciones posteriores, en 1968; Las cosmicómicas viejas y nuevas, de 1984; Tiempo cero, de 1967; Las ciudades invisibles, de 1972; El castillo de los destinos cruzados, de 1973; Si una noche de invierno un viajero, de 1979; Palomar, de 1983. Los años indicados hacen referencia a la aparición de las obras en italiano.
  12. Sobre la valoración que Calvino hace del neorrealismo, el texto de referencia es el Prefacio a Il sentiero dei nidi di ragno en la reedición de 1964. Se trata de un breve ensayo que permite al autor decir lo que era el neorrealismo, lo que implicaba en términos de sacrificio de la memoria, y el estado de la cuestión con respecto a la literatura de la Resistencia, en el marco del cual Calvino reconoce el valor absoluto de la prosa de Beppe Fenoglio, cuyo libro Una storia privata había salido el año anterior. El homenaje a su amigo, el escritor de las Langhe piamontesas, es conmovedor. Cfr. D. Mattei, «Il sapore dell’assoluto in Beppe Fenoglio», en Civ. Catt. 2023 II 549-561.
  13. Pavese percibió inmediatamente el tono de «cuento de hadas» de la escritura de Calvino. De hecho, entre los relatos de la Resistencia hay muchos que adquieren claras cadencias de cuentos populares o tonos simbólicos que los distinguen de los textos de otros escritores contemporáneos.
  14. La coexistencia de realismo y tono de cuento de hadas está ligada a una de las descripciones más conocidas de la prosa del escritor ligur. Vittorini afirmó que Calvino alterna «un realismo cargado de cuento de hadas» y «cuentos de hadas con carga realista».
  15. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 21.
  16. Sobre el valor de la categoría de acción y proyecto en Calvino, cfr. M. Barenghi, Italo Calvino, le linee e i margini, cit., 45-47.
  17. Ibid., 30.
  18. I. Calvino, Romanzi e racconti, vol. I, cit., 549.
  19. Ibid., 1209.
  20. Calvino distingue dos procesos imaginativos: el que va de la palabra a la imagen; y el opuesto, que va de la imagen a la palabra. Cfr I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 699.
  21. Cfr. ibid., 707.
  22. Cfr. ibid., 699-702. Entre los personajes religiosos, podemos mencionar al abad Fauchelafleur de El barón rampante, las monjas y los sacerdotes del Cottolengo, y sobre todo la Madre de La giornata d’uno scrutatore.
  23. Cfr. Id., Romanzi e racconti, vol. I, cit., 605; 653; 680; 687; 743 et alia.
  24. Cfr. M. Lavagetto, «Introduzione», en I. Calvino, Sulla fiaba, Milán, Mondadori, 2023, 3-20.
  25. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 23. Sobre el valor iniciático como motivación propulsiva de la escritura de Calvino, cfr. M. Barenghi, Italo Calvino, le linee e i margini, cit., 73 s. Sobre la presencia de figuras de niños y muchachos en la literatura desde el siglo XIX en Nievo, Stendhal, Twain, Stevenson y Kipling, cfr. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 41-43.
  26. Id., Romanzi e racconti, vol. I, cit., 1213.
  27. Id., Saggi 1945-1985, t. I, cit., 631.
  28. Barenghi habla de «un abigarrado repertorio de soluciones narrativas que combinan el rigor racional y el gusto por la aventura, el humor y la moralidad, la vacilación reflexiva y los rasgos fantásticos, la observación empírica y la elaboración cognitiva, dando lugar en la fase más madura a toda una constelación de subgéneros (postvanguardistas, más que postmodernos): del cuento-ensayo a la hiper-novela, de la aventura perceptiva o sensorial a la narrativización de imágenes, sin olvidar las ingeniosas formas de encuadre y construcción modular» (M. Barenghi, Italo Calvino, le linee e i margini, cit, 30).
  29. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I., cit., 671.
  30. Ibid., 212 s.
  31. Ibid., 213.
  32. Esta es la respuesta dada por ChatGPT a quienes le preguntaron qué era ChatGPT: en esencia, una definición de la autoconciencia de la IA. Cfr. D. Semeraro, «ChatGPT, ecco come funziona l’intelligenza artificiale più evoluta», en https://tinyurl.com/mt2aza8e
  33. «Las cosas que la literatura puede investigar y enseñar son pocas pero insustituibles: la manera de mirar al prójimo y a uno mismo, de relacionar los hechos personales y los hechos generales, de dar valor a las cosas pequeñas o grandes, de considerar las propias limitaciones y vicios y los de los demás, de encontrar las proporciones de la vida, y el lugar del amor en ella, y su fuerza y ritmo, y el lugar de la muerte, la manera de pensar en ella o de no pensar en ella; la literatura puede enseñar la dureza, la piedad, la tristeza, la ironía, el humor, y muchas otras de estas cosas necesarias y difíciles. El resto debemos ir a aprenderlo a otra parte, de la ciencia, de la historia, de la vida, como todos debemos ir a aprenderlo una y otra vez» (I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 21 s).
  34. Calvino identifica siete tipos de lectores en el capítulo XI de Si una noche de invierno un viajero. Cfr. Id., Romanzi e racconti, vol. II, Milán, Mondadori, 2004, 865-866.
  35. Id., Saggi 1945-1985, t. I, cit., 215.
  36. Id., Romanzi e racconti, vol. II, cit., 850.
  37. Id., Saggi 1945-1985, t. I, cit., 215.
  38. Ibid., 216.
  39. Id., Romanzi e racconti, vol. II, cit., 442.
  40. Cfr. Ibid., 784.
  41. Ibid., 779.
  42. Cfr. G. Simonetti, La letteratura circostante. Narrativa e poesia nell’Italia contemporanea, Bolonia, il Mulino, 2018, 26-30.
  43. Cfr. I. Calvino, Saggi 1945-1985, t. I, cit., 217.
  44. Cfr. Ibid., 52-60.
  45. Cfr. Ibid., 209; 211.
  46. Cfr. Id., Romanzi e racconti, vol. II, cit., 462; 469.
  47. Cfr. Ibid, 591-602.
  48. Ibid., 595.
  49. Ibid., 596.
  50. Ibid., 498.
  51. Ibid., 790.
  52. Ibid., 69.
  53. Ibid., 78.
  54. En el ensayo Naturaleza e historia en la novela, fruto de una conferencia de 1958, Calvino afirma: «Por eso, por mucho que el gran aflato bíblico de un Dostoievski y un Tolstoi no deje de inspirarnos emoción y admiración, preferimos extraer nuestra lección de fuerza del agnosticismo del pequeño Chéjov, como una lente límpida que no oculta nada de la negatividad del mundo, pero que no nos persuade de sentirnos derrotados por ella» (Id., Saggi 1945-1985, t. I, cit., 38 s).
Diego Mattei
Sacerdote jesuita miembro del colegio de escritores de La Civiltà Cattolica. Ha sido Capellán universitario de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de la Sapienza, Roma. Sus textos, publicados en nuestra revista y en otros medios, versan preferentemente sobre literatura y espiritualidad.

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