Vida de la Iglesia

Iglesia y esclavitud, ayer y hoy

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Una ojeada a la historia nos muestra que el cristianismo, durante muchos siglos, aceptó la esclavitud como una realidad social y económica en la mayoría de las sociedades. El pensamiento cristiano aceptó la esclavitud en determinadas circunstancias y, cuando se desarrolló la trata atlántica, el esfuerzo de teólogos y juristas consistió en delimitar con precisión las ocasiones de pérdida legítima de la libertad. Así ocurrió en el siglo XVI con pensadores como Luis de Molina y Tomás de Mercado. Como escribe el Papa Francisco, la moral y el derecho «establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo. En otras palabras, el mismo derecho admitía que algunas personas podían o debían ser consideradas propiedad de otra persona, la cual podía disponer libremente de ellas»[1].

Durante el periodo de expansión europea y, en particular, con el arribo a América a finales del siglo XV, la Iglesia defendió la libertad de los pueblos amerindios. Ejemplos de ello son el Papa Paulo III con la bula Sublimis Deus, de 1537, y pastores y misioneros, como los dominicos Antonio de Montesinos y Bartolomé de Las Casas en la América española, y los jesuitas Manuel da Nóbrega y António Vieira en la América portuguesa. En cuanto a la esclavitud de los africanos, la Iglesia la aceptó más fácilmente, limitando su acción a la exigencia de respeto a la ley y a la moral de la época, a la atención pastoral y a la necesidad de condiciones de vida dignas. Entre las causas de esta aceptación, además de los argumentos jurídicos y morales, está la constatación de la existencia de la esclavitud en África antes de la llegada de los europeos, así como el tráfico hacia el mundo árabe. Sin embargo, hay que reconocer claramente que la llegada de los europeos y el comercio atlántico, que suministraba mano de obra a América, multiplicaron la demanda de esclavos y, en consecuencia, su oferta en puntos estratégicos del litoral africano. En consecuencia, la demanda europea de mano de obra barata provocó el aumento de los conflictos entre los pueblos africanos, cuyos líderes no eran indiferentes al comercio con los europeos[2]. En este contexto, no es de extrañar que, en varios continentes, muchas instituciones eclesiásticas recurrieran a la utilización de esclavos para trabajos domésticos y agrícolas. Tampoco sorprende que algunas voces más radicales a favor de la libertad permanecieran aisladas y sin ser escuchadas. Con luces y sombras, podemos decir, en cualquier caso, que el cristianismo, en una perspectiva de largo plazo, aportó su propia contribución al desarrollo progresivo del reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, y participó así en el lento movimiento que condujo, durante el siglo XIX, a la abolición de la trata y, más tarde, a la de la propia esclavitud[3].

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En los siglos XVIII y XIX, cuando comenzaron a extenderse los ideales abolicionistas, las motivaciones eran humanistas y religiosas, además de políticas y económicas. Cabe mencionar que en el Congreso de Viena (1814-15), cuando el Reino Unido presionó a los países europeos en favor de la abolición de la trata de esclavos, la Santa Sede secundó la postura británica. Pocos años después, en 1839, fue especialmente significativa la Breve In Supremo, en la que el Papa Gregorio XVI se pronunció, sin distinción, contra todas las formas de trata de seres humanos[4]. Se profundizaba así en un proceso que, también dentro de la Iglesia católica, condujo a una creciente toma de conciencia de la existencia de una misma dignidad compartida por todos los seres humanos. Sin embargo, en 1866, el Santo Oficio, en una actitud ciertamente a contracorriente, seguía defendiendo la permisibilidad de la esclavitud en determinadas circunstancias, afirmando que «la servidumbre, considerada en sí misma y en absoluto, no repugna a la ley natural y divina»[5]. Para volver a oír un pronunciamiento pontificio claro contra la esclavitud, debemos remontarnos hasta 1888, cuando León XIII dirigió la encíclica In plurimus a los obispos brasileños. En ella, el Pontífice, tras un largo resumen de las enseñanzas de la Iglesia a lo largo de la historia, anima a los obispos a colaborar con las autoridades estatales en el proceso de abolición de la esclavitud, declarándola una «vergüenza», una «plaga», una «peste inmunda» y un «mercado inmundo de hombres»[6].

Cabe mencionar, en lo que respecta a la contribución de la Iglesia Católica a la lucha contra la esclavitud, el compromiso de muchos misioneros europeos, especialmente en África. A este respecto, es emblemática la actividad del cardenal Lavigerie, arzobispo de Argel, con su campaña en favor de la abolición de la esclavitud en África. En cualquier caso, la evolución del pensamiento cristiano sobre la esclavitud fue larga y lenta, como demuestra el hecho de que hasta 1888 no se abolió la esclavitud en Brasil, el último gran país católico que liberó a los esclavos que aún vivían en su territorio, después de haber abolido la trata mucho antes, en 1830[7].

La conciencia de la turbulenta historia de la esclavitud sigue formando parte de la memoria de muchos pueblos. Es cierto que no somos personalmente responsables de los acontecimientos de un pasado que no vivimos. Sin embargo, somos herederos de una historia que sigue teniendo repercusiones a nivel personal y colectivo. Por lo tanto, al igual que ocurre a nivel individual, a nivel colectivo estamos llamados a aceptar nuestra historia, reconociendo en ella luces y sombras. Así nos damos cuenta de que la historia de un pueblo puede incluir heridas que siguen existiendo, hasta el punto de provocar rupturas y enfrentamientos. Estas heridas no deben ocultarse: deben reconocerse, aceptarse y, en la medida de lo posible, curarse. El pensamiento cristiano – que no acepta intentos de negación, falsificación o manipulación – está presente en muchos de estos procesos de esclarecimiento de la memoria. Tales procesos pueden incluir la invitación a pedir perdón y a perdonar, como gestos que ayudan a la recomposición y a la curación, siendo conscientes de que las culpas personales no se transmiten. El propio pensamiento cristiano, en la lucha por reconstruir la memoria – es decir, la propia identidad –, recuerda las palabras claras y exigentes de Cristo: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32).

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La esclavitud que existe hoy no tiene las características de la esclavitud histórica, porque es completamente ilegal y universalmente condenada. Lo que tienen en común es que ambas constituyen un atentado contra la dignidad humana de quienes las sufren y conducen al desgaste de la dignidad humana de quienes las explotan. En la condena de esta esclavitud moderna, la Iglesia católica está, sin equívocos ni vacilaciones, en primera línea, como vemos en los pronunciamientos de los últimos Pontífices y, en particular, en la insistencia con que el Papa Francisco retoma este tema[8]. Por ejemplo, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2015, titulado No esclavos, sino hermanos, afirmó: «A pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas – niños, hombres y mujeres de todas las edades – privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud»[9]. A la condena del Magisterio siguen numerosas iniciativas concretas de las Iglesias locales, de los Institutos de vida consagrada y de organizaciones eclesiales de diverso tipo[10].

Eliminar la esclavitud contemporánea, la trata de seres humanos y el trabajo forzoso es una exigencia moral que requiere respuestas urgentes y articuladas. Frente a los intereses económicos subyacentes, que alcanzan cifras inimaginables, se requiere un compromiso valiente y compartido de organizaciones internacionales, Estados, religiones y ciudadanos individuales, con la defensa de la dignidad humana en el centro en cualquier circunstancia. Además de leyes eficaces, vigilancia y represión, se requiere un esfuerzo integral de desarrollo humano para combatir las raíces de una enorme tragedia que no podemos ignorar[11]. De esta tragedia – a diferencia de la esclavitud histórica – no estamos exentos de compartir personalmente la responsabilidad.

  1. Francisco, Mensaje para la celebración de la XLVIII Jornada mundial de la paz, 1º de enero 2015, n. 3.

  2. Cfr. J. K. Thornton, L’Africa e gli africani nella formazione del mondo atlantico: 1400-1800, Bolonia, il Mulino, 2010.

  3. Cfr. N. da Silva Gonçalves, «Escravatura», en Dicionário de História Religiosa de Portugal, dirigido por C. M. Azevedo, vol. II, Lisboa, Círculo de Leitores, 2000, 160-162.

  4. Cfr. R. Reggi – F. Zanini, La Chiesa e gli schiavi. Testimonianze e documenti dalla Bibbia ai nostri giorni, Bolonia, EDB, 2016, 219-223.

  5. Ibid., 224.

  6. Ibid., 225.

  7. Cfr. J. P. Marques, Escravatura. Perguntas e respostas, Lisboa, Guerra & Paz, 2017, 103. Sobre la trata de los esclavos, es útil consultar www.slavevoyages.org, en particular los mapas y las bases de datos que provee este sitio web.

  8. Cfr. «Giornata schiavitù, il Papa: lavoriamo perché nessuno renda schiavo un altro», en www.vaticannews.va/it/papa/news/2022-12/papa-francesco-giornata-internazionale-abolizione-schiavitu-onu.html

  9. Francisco, Mensaje para la celebración de la XLVIII Jornada mundial de la paz, 1º de enero 2015, n. 3.

  10. Cfr., por ejemplo, P. Lah (ed.), Talitha Kum 2009-2019. Analysis of the Structure and Activities of the International Network of Consecrated Life against Trafficking in Persons. A research report, Roma, Gregorian & Biblical Press, 2019.

  11. El informe publicado en 2022 por parte de la Organización Internacional del Trabajo, por Walk Free y por la Organización Internacional para las Migraciones señala, para el año 2021, la cifra de 50 millones de personas en situación de esclavitud: https://www.ilo.org/global/about-the-ilo/newsroom/news/WCMS_855047/lang–es/index.htm. Sobre la Iglesia y la esclavitud en nuestros días, véase D. Hollenbach, «Le risposte della Chiesa alla schiavitù moderna: forza e umiltà», en Civ. Catt. 2022 III 512-523.

Nuno da Silva Gonçalves
Es el director de La Civiltà Cattolica desde octubre 2023. Se licenció en Filosofía y Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Portuguesa de Braga en 1981, y luego en Teología (1988) e Historia de la Iglesia (1991) en la Pontificia Universidad Gregoriana. Obtuvo su doctorado en la misma universidad en 1995, con la tesis: «Os Jesuítas e a Missão de Cabo Verde (1604-1642)». Entre 2005 y 2011, fue Provincial de la Compañía de Jesús en Portugal. En 2011, fue nombrado Académico de Mérito de la Academia Portuguesa de Historia. El 21 de marzo de 2016, fue nombrado Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, cargo que ocupó hasta agosto 2022. Antes de asumir como director de nuestra revista, ya formaba parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica.

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