SOCIOLOGÍA

La «Inteligencia artificial generativa» y nuestro futuro

© igor-omilaev / unsplash

Vista desde un siglo futuro, nuestra época será probablemente recordada como la del nacimiento[1] de la llamada «Inteligencia artificial generativa»[2]. Aunque es imposible juzgar los procesos actuales (debido a la falta de distancia histórica), todos los indicios apuntan a que estamos viviendo la fase inicial de una revolución informática y tecnológica que ha puesto en marcha la «inteligencia» de las máquinas. Muchos se preguntan qué nos depara el futuro a este respecto. Recientemente nos hemos visto obligados a aprender algunos términos nuevos, como «algoritmo», «aprendizaje automático» (machine learning) o, más recientemente, «Modelos de lenguaje de gran tamaño» (Large language models), pero esto es sólo el principio. Las nuevas tecnologías ya están transformando nuestras vidas a un ritmo vertiginoso y, según los expertos, estas nos reservan otros potenciales increíbles.

Por supuesto, también se habla cada vez más de los peligros, algunos de los cuales, por desgracia, se han hecho bien conocidos en relación con las redes sociales: alta dependencia, desinformación, salud mental, polarización, censura, etc.[3]. ¿Tienen razón los que celebran con entusiasmo los cambios recientes o la tienen los que hacen predicciones apocalípticas y distópicas? Es difícil navegar por un abanico de opiniones tan amplio. En este artículo, sin embargo, intentaremos – aunque sea una tarea muy difícil – proporcionar algunos puntos de referencia para ayudar al lector a orientarse. Ahora que la manía del ChatGPT (del que hablaremos más adelante) se ha calmado un poco[4], es posible hacer una reflexión más equilibrada sobre esta vexata quaestio.

La tecnología «inteligente» como arma de doble filo

Para entender mejor la «inteligencia artificial generativa», demos un paso atrás. He aquí un experimento mental. Supongamos que estamos en la década de 1970 y que llega un viajero del futuro para hacernos la siguiente predicción: pronto tendremos a nuestra disposición un dispositivo recién inventado que permitirá a gran parte de la humanidad comunicarse rápida y eficazmente, independientemente de la distancia física, y cooperar entre sí[5]. Con este dispositivo, tendremos acceso a casi todo el conocimiento de la humanidad y podremos recuperar una gran cantidad de información (datos, música, películas, la mayoría de los libros, periódicos y artículos publicados, etc.) de forma casi instantánea. También será posible traducir cualquier texto a cualquier idioma en cuestión de segundos. ¿Qué habríamos pensado ante tal predicción? Pues bien, hoy disponemos de esta herramienta y está al alcance de todos. Los profesionales – y los honrados escritores de ciencia ficción – suelen confesar que soñaban con algo así, pero pensaban que tardaría mucho más en desarrollarse.

De hecho, conocemos casi todos los elementos de la inteligencia artificial desde hace 40-50 años, pero ahora disponemos de conocimientos técnicos totalmente nuevos, impensables hace 50 años, como los mismos algoritmos, que ahora podrían funcionar en máquinas 10 millones de veces más rápidas. Sólo estamos empezando a ver el impacto que esta nueva herramienta tiene en la educación (desarrollo infantil, investigación científica, cambio de valores), la cultura (periodismo social, canales de comunicación), la política (discurso democrático, elecciones), la economía (marketing, PIB) y, por último pero no menos importante, en nuestras vidas espirituales.

¿Son todos los avances de la tecnología digital buenas noticias? Desgraciadamente, como será cada vez más evidente, no lo son; sin duda, también tienen su lado negativo. Si, por ejemplo, en los años setenta, ese mismo viajero del tiempo antes mencionado nos hubiera dicho también que ese dispositivo mágico iba a dificultar y distraer las relaciones de nuestros hijos; que unas simples aplicaciones – llamadas «redes sociales» – provocarían un agudo malestar emocional en los adolescentes, y que la población adulta correría el riesgo de padecer déficit de atención y problemas de estrés y sueño[6], ¿nos habríamos mostrado tan entusiastas? Es cierto que hemos perfeccionado el concepto pascaliano de divertissement, pero, según los estudiosos, los cambios que ya hemos introducido corren el riesgo de arrebatarnos el sentido de la vida y nuestra capacidad de disfrutarla[7], por no hablar de nuestra relación con Dios, la oración y la contemplación[8].

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¿Y si nuestro viajero en el tiempo nos hubiera advertido también de que las nuevas tecnologías nos harían vulnerables a la manipulación y la recopilación ilegal de datos (porque el misterioso aparato conoce nuestros números de tarjeta de crédito, lee nuestro correo electrónico, rastrea nuestras coordenadas geográficas e incluso cuenta nuestros pasos diarios si se lo pedimos)? ¿Quién habría imaginado que el invento más poderoso de nuestro tiempo, las redes sociales, nos atraparía en una «burbuja» de comunicación – una cámara de eco – en la que sólo escuchamos a personas afines, aumentando así las divisiones sociales a niveles sin precedentes? De hecho, el dispositivo que llamamos smartphone ha tenido un efecto muy ambiguo: nos ha conectado a una red mundial de información, de la que ahora parecemos estar atrapados. Con su uso, estamos más globalizados que nunca en la historia de la humanidad, pero, al mismo tiempo, también estamos solos. Este aparato ha despertado los peores demonios de nuestras almas (pornografía, violencia), y es tan difícil desprenderse de él que ha provocado una epidemia de adicción[9]. ¿Todavía tenemos ganas de celebrar?

Pero aún hay más. Todos los indicios apuntan a que sólo estamos al principio de esta historia de transformación. De hecho, las redes sociales, responsables de gran parte de los inconvenientes mencionados, aún funcionaban con herramientas extremadamente primitivas en comparación con las recientes. Básicamente, su magia residía en que los motores de búsqueda estaban programados para recomendar artículos de noticias o vídeos de YouTube en función de los intereses y clics previos de los usuarios (registrados incluso sin su consentimiento). Pero estos métodos primitivos ya les daban un poder increíble: no sólo nos mantenían frente a nuestras pantallas, robándonos incluso el sueño[10], sino que manipulaban nuestras opiniones, polarizaban nuestro discurso político, minaban nuestra salud mental y desestabilizaban nuestras sociedades democráticas[11]. Hasta hace poco, sólo nos ocupábamos de contenidos informativos creados por el hombre; recientemente, sin embargo, se han producido algunos cambios importantes.

«The next big thing»

El 22 de noviembre de 2022 se dio a conocer un nuevo invento tecnológico cuyo impacto futuro está llamado a causar más sensación que nunca. La start-up californiana OpenAI ha creado un «gran modelo lingüístico» impulsado por la «inteligencia artificial», llamado ChatGPT. Esto ha abierto un nuevo capítulo en la historia de la tecnología y, según algunos, también en la historia de la humanidad. En cinco días, un millón de personas se habían inscrito en la aplicación y, en dos meses, el número de usuarios superaba los 100 millones[12]. Pero, ¿qué es este chatbot que pasó, casi de la noche a la mañana, de la oscuridad total a ser un actor potencialmente clave en el futuro del mundo?

ChatGPT es un ejemplo de la llamada «inteligencia artificial generativa», es decir, es capaz de generar contenidos de pensamiento similares a los humanos, simplemente a partir de un entrenamiento sobre la ingente cantidad de información textual, imágenes y sonidos de Internet. Por primera vez en la historia de nuestra especie, es posible interactuar directamente como usuario – aunque hasta ahora sólo sea por escrito – con una poderosa «inteligencia» no biológica (inorgánica, basada en el silicio). Podemos dialogar y charlar con ella, y responderá rápidamente a nuestras preguntas. Incluso la mayoría de los expertos se sorprendieron de la complejidad de las tareas que puede realizar el chatbot. Tras aprender el lenguaje humano y utilizarlo con destreza, puede proporcionar información en cualquier idioma y sobre cualquier tema tratado en Internet. Pero lo más sorprendente e innovador es que lo hace «de forma creativa», es decir, puede generar sus propios textos, imágenes y vídeos. Esto es lo que hizo de la creación de OpenAI un éxito sin precedentes.

Además, ChatGPT no es la última etapa del desarrollo, sino, al contrario, sólo uno de los primeros pasos. Desde su aparición, casi todas las semanas se han manifestado novedades: Google lanzó Bard, su propio chatbot para potenciar su motor de búsqueda, e invirtió 300 millones de dólares en Anthropic; ya está disponible GPT-4, aún más potente que su predecesor; Google lanzó el potente modelo lingüístico PaLM 2; y Baidu, conocido como «el Google de China», presentó un chatbot llamado «Claude», etc.[13]. En resumen, una «inteligencia», no directamente humana, que puede escribir textos (incluidos ensayos y disertaciones escolares), traducirlos, hacer dibujos, componer música e incluso crear programas informáticos con una calidad asombrosa y cada vez mejor, ha entrado en el dominio público. ¿Son buenas noticias?

Un realismo crítico y proactivo

Para algunos, sin embargo, todo esto no es un paso adelante, sino más bien un retroceso en la historia de la civilización humana. Antes de ceder a la euforia acrítica, nos advierten, hay que tener en cuenta que el ChatGPT no funciona a la perfección: a veces «alucina», es decir, «imagina», afirma falsedades, y el problema no parece tener solución concluyente. Además, es aterradoramente fácil utilizar el nuevo invento para cometer fraudes, produciendo, por ejemplo, una impresionante calidad de imágenes, sonidos y vídeos falsos (deep-faking). Esto ya ha llamado la atención de los delincuentes: la Federal Trade Commission de Estados Unidos informó de que el año pasado se cometieron en ese país fraudes por un valor de 11 millones de dólares, utilizando la «inteligencia artificial» para imitar la voz de una persona o crear un avatar en movimiento de la misma, estafando así a familiares desprevenidos[14]. Un caso famoso en Italia fue el de una señora de 83 años, Laura Efrikian, ex esposa del cantante Gianni Morandi, a la que unos delincuentes estafaron una suma considerable con la ayuda de la «inteligencia artificial», consiguiendo imitar la voz de uno de sus sobrinos.

Entonces, si en el futuro no vemos a alguien en persona, ¿podemos dejar de confiar en su identidad? Parece que sí. Pero la mayor amenaza no parece ser la «inteligencia artificial» que también ayuda con el fraude contractual y la evasión fiscal, sino la «inteligencia artificial» que imita las relaciones íntimas con personas reales («amigos» y «amigas», incluso íntimos, robots que fingen entendernos, sin tener ninguna capacidad real de compasión, falseando así las relaciones humanas reales)[15]. Según el filósofo estadounidense Daniel Dennett, no se trata de ninguna broma, sino de una verdadera «amenaza para nuestra civilización»[16]. En este sentido, parece resurgir la vieja pregunta: ¿qué significa ser humano?

Incluso los expertos – filósofos, teólogos, historiadores, juristas, economistas, etc. – están divididos sobre esta cuestión, así como sobre lo que está ocurriendo realmente con la entrada – o mejor dicho, la invasión – de la «inteligencia artificial» en nuestra cultura. Algunos, que constituyen una minoría, tratan de restar importancia a la magnitud de estos acontecimientos, alegando que se trata de otro «milagro» efímero: la humanidad ha experimentado traumas mayores en sus 200.000 años de historia. Otros van en dirección diametralmente opuesta, comparando la difusión de la «inteligencia artificial generativa» no sólo con la invención del fuego, la rueda o la escritura, sino con el nuevo comienzo de la evolución – la inorgánica –, lo que para ellos representa una nueva singularidad y anticipa un futuro inevitablemente apocalíptico (educación imposible, masas de desempleados, feudalismo digital hasta la extinción de la humanidad). Creemos que podemos hacer justicia a Sam Altman, CEO de la empresa matriz de ChatGPT, OpenAI, quien, cuando ChatGPT hizo su debut público, predijo que la trascendencia de su creación «superaría a la revolución agrícola, la revolución industrial y la revolución de Internet juntas»[17]. Todo esto, sin embargo, no puede alejarnos de actuar de forma responsable.

Un punto de vista más equilibrado entre la falsa alternativa del alarmismo desesperado y la imprudencia crédula es un realismo informado, responsable y proactivo. Aunque el futuro es, en principio, impredecible y, especialmente en este caso, no disponemos de ejemplos análogos para entender lo que está sucediendo, algunas predicciones se pueden hacer con responsabilidad. La primera es que parece que estamos ante un cambio verdaderamente histórico y debemos prepararnos para ello. La «inteligencia artificial», aunque no necesariamente destruirá nuestra forma de pensar y de vivir, sin duda la transformará en unas pocas décadas a una escala sin precedentes: perturbará el sistema educativo y el mundo de la ciencia, cuestionando nuestras ideas sobre los conceptos fundamentales del trabajo intelectual (creatividad, propiedad intelectual y derechos de autor) y nos obligará a adoptar nuevas pedagogías, desde las escuelas primarias hasta las universidades; requerirá una reorganización del sector sanitario y cambiará nuestra visión de la humanidad; transformará la economía, especialmente el mercado laboral, planteando así un desafío para economistas y políticos; cambiará también la política, socavando la democracia, y la guerra, creando armamentos basados ​​en la «inteligencia artificial»; y finalmente, y de forma más radical, influirá en todo el pensamiento humano, es decir, en lo que consideramos «real» y «verdadero». La respuesta adecuada a todos estos desafíos no será la desesperación ni la renuncia, sino el seguimiento, la reflexión y la actuación responsable.

Cuatro argumentos a favor de la regulación

La aparición de ChatGPT, como hemos visto anteriormente, sugiere que estamos en los albores de una nueva era. Esta era se caracterizará por el rápido desarrollo de la «inteligencia artificial», con consecuencias de gran alcance para casi todos los aspectos de la sociedad. No podemos darnos el lujo de no reflexionar sobre cómo debemos reaccionar.

Por supuesto, para el discernimiento también sería necesaria la guía del magisterio eclesiástico. La Iglesia, sin embargo, no suele apresurarse a dar orientaciones. Espere pacientemente hasta que madure una reflexión bien ponderada. Esta actitud ciertamente tiene ventajas: previene reacciones precipitadas y permite actuar con precaución. Pero en lo que respecta a la «inteligencia artificial», tenemos el sentimiento legítimo de que la enseñanza de la Iglesia no puede tener el mismo ritmo de siempre. Se requieren tiempos de reacción más cortos. Las cosas suceden a la velocidad del rayo. 1983 se considera generalmente el año del descubrimiento de Internet; y el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales publicó el documento The Church and Internet recién en 2002. Las redes sociales nacieron en 1997[18]; y el Dicasterio para la Comunicación publicó el documento Hacia una presencia plena sólo en 2023[19]. El Papa Francisco intenta adaptarse cada vez más a los tiempos. Se espera que dedique sus reflexiones para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de enero de 2024, fiesta de San Francisco de Sales) al tema «La inteligencia artificial y la sabiduría del corazón»[20]. Pero también el texto del mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2024 estará dedicado a «La inteligencia artificial y la paz»[21]. Esto, en lugar de desanimarnos, debería estimularnos aún más a reflexionar sobre lo que podría decir.

1) Uno de los mensajes centrales debería ser la importancia de regular la «inteligencia artificial generativa». Esto lo exigen, en primer lugar, circunstancias morales recurrentes y urgentes, como la situación de guerra. Algunos expertos, entre ellos Audrey Kurth Cronin, directora del Instituto de Seguridad y Tecnología de la Carnegie Mellon University, llevan años hablando de este peligro, argumentando que «la innovación tecnológica abierta está armando a los terroristas del mañana»[22]. Los últimos acontecimientos han confirmado en gran medida las preocupaciones de los expertos: en el conflicto israelí, Hamás utilizó tecnologías baratas y fácilmente accesibles, pero avanzadas (redes sociales, drones, sensores y cohetes «inteligentes») para hacer más efectiva su capacidad de destrucción, aumentando el número de víctimas de ataques terroristas. Este simple hecho debería ser una advertencia adicional para quienes están desarrollando nuevas tecnologías de «inteligencia artificial generativa»: tendrá el poder de multiplicar la eficacia de la destrucción masiva (por ejemplo, creando nuevos virus mortales).

2) En lugar de creatividad en la destrucción, necesitamos soluciones innovadoras para proteger a todos. Aunque los principales protagonistas de la revolución digital – desde OpenAI hasta Google, pasando por Microsoft y Anthropic (ahora en la órbita de Amazon) – dicen ser conscientes de los inmensos riesgos inherentes a la manipulación de estas tecnologías por parte de actores maliciosos, las declaraciones de buena voluntad ahora no parecen ser suficientes. Más aún porque los «grandes» no se sienten responsables. El propio Elon Musk, multimillonario CEO de la multinacional automovilística Tesla y propietario y presidente de X (ex Twitter), es acusado reiteradamente de difundir noticias falsas. Inicialmente, redujo de manera drástica el sistema de verificación de contenidos publicados en línea en nombre de la absoluta libertad de expresión; luego, dio espacio a mecanismos económicos que premian la difusión de encuadres falsos pero sugerentes, capaces de generar muchas vistas; Por último, recientemente nos instó a seguir, en lo que respecta a Israel, dos sitios que le parecieron interesantes: sitios antisemitas, que habitualmente difunden falsedades. Cuando le señalaron los errores, retiró su invitación, que, sin embargo, ya había sido leída por 11 de sus 160 millones de seguidores[23].

De la misma manera, resulta dañina e insostenible la política contracorriente de Mark Zuckerberg, otro multimillonario, jefe de Meta (ex Facebook), quien, al discutir la «inteligencia artificial» ante el Congreso, apoyó la importancia de su regulación, pero negó la necesidad de limitar el acceso. En esto podemos vislumbrar la sospecha de que el ansia de poder nubla los ojos de las personas involucradas, impidiéndoles ver: sería irresponsable poner un poder tan vasto en manos de actores potencialmente peligrosos. Antes, estos juicios claramente erróneos habrían hecho añicos de una vez por todas el sueño de una posible democratización de la tecnología, y ahora nos toca a nosotros sacar las consecuencias. Desgraciadamente, decisiones tan importantes no deberían confiarse a individuos, incluso si no estuvieran completamente desinformados política y moralmente. Para evitar lo peor, serán necesarias tanto la transparencia como la rendición de cuentas democrática de todos los actores principales.

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3) Naturalmente, esta asunción de responsabilidad es especialmente compleja en el caso de poderosas empresas multimillonarias como el gigante americano Google (YouTube es utilizado por 1.300 millones de personas cada día, durante una media de 70 minutos) o el gigante chino TikTok. (ahora semi-monopolio de información para niños americanos y europeos). Detrás de estas plataformas de redes sociales también hay algoritmos basados ​​en «inteligencia artificial» y desarrollados por los mejores científicos del comportamiento del mundo para mantenernos pegados a la pantalla. No es de extrañar que hoy estemos perdiendo la capacidad de centrar nuestra atención. En estos sectores, la regulación debería implicar que el objetivo no es desviar la atención a toda costa – lo que sólo sirve para maximizar el beneficio personal de algunos, polarizando al mismo tiempo al resto de la sociedad – sino más bien informar, fortalecer y potenciar (empowering), activando así nuestra mejores recursos. Es imprescindible elaborar una «algorética», para utilizar un neologismo del franciscano Paolo Benanti, es decir, dar ética a los algoritmos[24].

4) La regulación es necesaria no sólo para luchar contra guerras, productores de noticias falsas y operadores irresponsables de redes sociales, sino también para salvar (y perfeccionar) el sistema político democrático existente. La forma en que las potencias extranjeras interfirieron en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2017 es bien conocida. Sin embargo, es menos conocido que en las elecciones parlamentarias eslovacas del 30 de septiembre de 2023, en las que ganó el populista prorruso Robert Fico, se utilizaron métodos mucho más sofisticados. La campaña falsa, apoyada por deepfakes, se dirigió principalmente contra el candidato liberal progresista Michal Simecka. Aunque pueda parecer un episodio divertido, en realidad se trata de un asunto grave: mientras Facebook desactivaba un vídeo en el que un falso Simecka anunciaba que duplicaría el precio de la cerveza en caso de victoria, 48 horas antes de la apertura de las urnas publicó un clip de audio de otro falso Michal que afirmaba que quería comprar los votos de la minoría romaní[25].

Con el enorme avance de la tecnología, ¿es posible que ya no podamos creer lo que vemos con los ojos en la pantalla? Tal vez. Sin embargo, debería haber regulación. Así como en el pasado se castigaba severamente la falsificación de productos, hoy en día debería condenarse la falsificación de seres humanos[26]. Y esto no viola la libertad de expresión, porque los bots no tienen derecho a la libertad de expresión.

La buena noticia es que la «inteligencia artificial generativa», tal como la conocemos, no es consciente y no desarrollará la autoconciencia (de hecho, a diferencia de nosotros, no entiende lo que dice). Pero eso no significa que no pueda ser peligrosa. Requiere, por tanto, una regulación continua, que será nuestra tarea ética, teológica y espiritual permanente, es decir, verdaderamente humana.

  1. El evento emblemático fue el lanzamiento de ChatGPT en diciembre de 2022. Por supuesto, esta iniciativa tenía una larga historia detrás. Actualmente estamos hablando de al menos cuatro momentos informáticos esenciales: 1) en 2010 se empezó a utilizar la IA para afinar las búsquedas en Internet; 2) en 2014, se utilizó la IA comercial para ayudar a las personas a encontrar productos (como si estuvieran empezando a «leer nuestras mentes»); 3) en 2018 surgió la IA de percepción, cuando las máquinas empezaron a ver y reconocer objetos; 4) ahora estamos viendo una ola de IA generativa. Cfr. J. Holmström, «From AI to digital transformation: The AI readiness framework», en Business Horizons 65 (2022/3) 329-339; U. Pillai, «Automation, productivity, and innovation in information technology», en Macroeconomic Dynamics 27 (2022/4) 879-905.

  2. Hay que hacer una distinción: la «inteligencia» de las máquinas no es la misma que la de los seres humanos. Sin embargo, en este artículo seguiremos una terminología común, indicando esta diferencia entre comillas. Cfr. F. Bastiani, «Faggin: “L’AI non avrà mai coscienza. ChatGPT? A differenza nostra non comprende ciò che dice”», en StartUp Italia, 25 de septiembre de 2023.

  3. Incluso con más detalle: sobrecarga de información, doomscrolling, cultura de los influencers, sexualización de niños, noticias falsas, períodos de atención cortos, deep fake, fábricas de cultos, acoso en línea, ruptura de la democracia, etc. Cfr T. Harris, «Beyond the AI dilemma», en https://www.youtube.com/watch?v=e5dQ5zEuE9Q

  4. Después de un crecimiento sin precedentes, ChatGPT comenzó a perder usuarios en junio de 2023 y el tráfico de su sitio web disminuyó, por primera vez, un 10% en comparación con el mes anterior. Cfr. N. Tiku – G. De Vynck – W. Oremus, «Big Tech was moving cautiously on AI. Then came ChatGPT», en The Washington Post (https://www.washingtonpost.com/technology/2023/01/27/chatgpt-google-meta/), 3 de febrero de 2023. Sin embargo, este hecho no impide el «cambio climático» de la cultura que anticipan los grandes modelos lingüísticos (large language models).

  5. Aunque el telégrafo, capaz de transmitir señales eléctricas, había sido inventado y patentado por Samuel Finley Breese Morse ya en 1837 y Antonio Meucci había inventado y construido el primer teléfono ya en 1871, las comunicaciones que estos medios hicieron posibles no son ni remotamente comparables a las capacidades de la telefonía móvil.

  6. El peligro de una efectiva crisis de salud mental entre los jóvenes ha sido tratado por J. Haidt, After Babel: Reclaiming Relationship in a Technological World, audiolibro, 2022; Id., The Anxious Generation: How the Great Rewiring of Childhood Is Causing an Epidemic of Mental Illness, Londres, Penguin, 2019. Cfr. también J. Cain, «It’s Time to Confront Student Mental Health Issues Associated with Smartphones and Social Media», en American Journal of Pharmaceutical Education, 1 de septiembre de 2018 (https://doi.org/10.5688/ajpe6862).

  7. Entre los numerosos escritos sobre este tema, citamos solo T. W. Kim – A. Scheller-Wolf, «Technological unemployment, meaning in life, purpose of business, and the future of stakeholders», en Journal of Business Ethics, n. 160, 2019,

    319-337 (https://doi.org/10.1007/s10551-019-04205-9).

  8. Cfr. St. K. Spyker, Technology and Spirituality: How the Information Revolution Affects Our Spiritual Lives, Woodstock, VT, SkyLight Path Publishing, 2007. Los aspectos positivos, en cambio, son abordados rara vez: cfr. F. Cavaiani, «The Positive

    Power of Technology», en Human Development 43 (2023/2) 47-51.

  9. Cfr. G. Cucci, Dipendenza sessuale online. La nuova forma di un’antica schiavitù, Àncora – La Civiltà Cattolica, Milán, 2015.

  10. En 2017, el CEO de Netflix, Reed Hastings, afirmó: «nuestro más grande competidor es el sueño».

  11. Es significativo que los estadounidenses, a pesar de vivir en la sociedad de la información más avanzada de la historia, todavía no estén de acuerdo entre ellos sobre quién ganó las últimas elecciones presidenciales, si el cambio climático es una amenaza real y si vale la pena vacunarse contra el Covid -19. Hoy en día, la confianza del público en el gobierno federal se encuentra entre las más bajas en casi siete décadas de encuestas. Cfr. Pew Research Center, Public Trust in Government: 1958-2023, en https://www.pewresearch.org/politics/2023/09/19/public-trust-in-government-1958-2023/

  12. Cabe señalar que Facebook-Meta tardó cuatro años y medio en alcanzar el mismo número, y TikTok necesitó nueve meses completos para lograr el mismo resultado. Véase «The battle for search», en The Economist, 9 de febrero de 2023, 7. ChatGPT ha ganado una atención significativa por su rápido crecimiento, siendo aclamada como la aplicación con la mayor tasa de crecimiento.

  13. Cfr. ibid.

  14. Cfr. M. Atleson, «Chatbots, deepfakes, and voice clones: AI deception for sale», en https://www.ftc.gov/business-guidance/blog/2023/03/chatbots-deepfakes-voice-clones-ai-deception-sale. Con la tecnología disponible hoy en día, tres segundos son suficientes para enseñar a la IA a imitar la voz de cualquier persona, y esto permite engañar a los familiares en el tiempo real de una llamada telefónica.

  15. En un vídeo, Sherry Turkle, estudiante de psicología y tecnología del MIT, describe su encuentro con las «enfermeras robots» como «la experiencia más triste» de su carrera: cfr. S. Turkle, Alone Together. Identity and Digital Culture (TEDxUIUC – Sherry Turkle – Alone Together – YouTube).

  16. Cfr. H. Bray, «“This is civilization-threatening”: Here’s why AI poses an existential risk», en The Boston Globe (Bostonglobe.com/business), 1 de junio de 2023. Cfr. D. C. Dennett, From Bacteria to Bach and Back: The Evolution of Minds, New York, W. W. Norton & Company, 2017.

  17. Cfr. S. Altman, «The Software Revolution» (16 de febrero de 2015).

  18. Sin duda, algunos elementos de esta doctrina ya estaban presentes en documentos anteriores: por ejemplo, en la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit (2019) del Papa Francisco (cfr. nn. 86-90). Cfr. M. Jones, «A Complete History of Social Media: A Timeline of the Invention of Online Networking, History of social media: The Invention of Online Networking», en historycooperative.org.

  19. Cfr. Dicasterio para la Comunicación, Hacia una plena presencia, 28 de mayo de 2023. El 10 de enero de 2022, la Academia Pontificia para la Vida promovió la ampliación del documento Rome Call for AI Ethics, firmado en 2020 por empresas como Microsoft e IBM, a representantes del judaísmo y el Islam. El objetivo era promover una «algorética» (es decir, una ética del algoritmo), dado que, como recordó el obispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia, estas nuevas tecnologías «pueden conducir a un enorme desarrollo, pero también a una tragedia igualmente enorme, porque corren el riesgo de suprimir al ser humano en una especie de dictadura de la tecnología que trastorna a la humanidad misma».

  20. Cfr. G. Mocellin, «Intelligenza artificiale & fede. Noi credenti e le “seduzioni” religiose di ChatGpt», en Avvenire, 10 de octubre de 2023.

  21. Ibid.

  22. Cfr. A. K. Cronin, Power to the People. How Open Technological Innovation is Arming Tomorrow’s Terrorists, Oxford, Oxford University Press, 2020.

  23. Cfr. M. Gaggi, «Le falsità intelligenti che minacciano il mondo», en Corriere.it (12 de octubre de 2023).

  24. Cfr. P. Ottolina, «Benanti: “Più dell’intelligenza artificiale mi spaventa la stupidità naturale”», en Corriere.it, 24 de abril de 2023.

  25. Cfr. M. Gaggi, «Le falsità intelligenti che minacciano il mondo», cit., 28.

  26. Cfr. «Piers Morgan vs Yuval Noah Harari On AI The Full Interview», en https://www.youtube.com/watch?v=lEt6OJEArM8

Ferenc Patsch
Ingresó a la Compañía de Jesús en el año 2000. Durante y después del noviciado, trabajó con niños discapacitados y sirvió como capellán en el Hogar Infantil Béke, y luego fue capellán del Colegio Vocacional Jesuita en Budapest. Desde 2002, fue redactor responsable del programa húngaro de Radio Vaticano y luego realizó estudios de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Tras obtener su título, entre 2007 y 2012 enseñó filosofía en la Facultad de Teología Religiosa Sapientia de Budapest. Actualmente enseña teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

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