Espiritualidad

San Francisco: El pesebre de Greccio

El pesebre de Greccio, Benozzo Gozzoli (1450-1452)

La Familia Franciscana conmemora el 800 aniversario de la muerte de San Francisco con una celebración que abarca cuatro años. Este año conmemoramos la aprobación definitiva de la Regla por Honorio III en 1223, y la Navidad en Greccio. El año próximo se propondrá la conmemoración de los estigmas, mientras que 2025 y 2026 estarán dedicados al Cántico del Hermano Sol y al santo tránsito, respectivamente.

Nos gustaría recordar aquí el origen del pesebre de Greccio. Aunque no sea – como muchos pretenden – el primero de los belenes, tiene sin embargo una gran importancia en la historia de la piedad popular.

El paraje de Greccio

En 1223, en Greccio, tal vez de regreso de Roma, donde había sido recibido por Honorio III para la confirmación de la Regla, Francisco quiso conmemorar el nacimiento de Jesús. Unos años antes había estado en Tierra Santa, donde había conocido el ambiente en el que nació y vivió Jesús. También en Roma, adonde había ido para la aprobación de la Regla, pudo haber visitado el Oratorio dedicado a la Natividad en Santa María la Mayor[1]. En las grutas y valles del Rieti encuentra una atmósfera que recrea el ambiente de Belén. La fiesta de la Natividad es para Francisco «la fiesta de las fiestas, el día en que Dios, hecho niño, mamó de un pecho humano»[2]. Por eso él, más que cualquier otra fiesta, «celebraba con inefable solemnidad la Navidad del Niño Jesús»[3].

La fuente principal más antigua se encuentra en la Vita beati Francisci de Tomás de Celano, que estuvo lista pocos meses después de la canonización de Francisco, en julio de 1228. Habían transcurrido dos años desde la muerte del Santo y el relato se aproxima mucho al acontecimiento, celebrado cinco años antes, en la noche del 25 de diciembre de 1223. Este «relato de la celebración de la Navidad apud castrum quod Grecium dicitur es uno de los puntos culminantes de la Vita beati Francisci. Es, en todos los aspectos, la obra original de Tomás de Celano»[4].

El episodio tiene una breve pero solemne introducción, que descubre la intención de Francisco: «Observar perfectamente y siempre el santo Evangelio y seguir fielmente con toda vigilancia, con todo empeño, con todo el celo del alma y el fervor del corazón las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo e imitar sus huellas. Meditaba continuamente sus palabras y con aguda atención no perdía nunca de vista sus obras. Pero, sobre todo, la humildad de la Encarnación y la caridad de la Pasión se habían impreso tan profundamente en su memoria que apenas quería pensar en otra cosa»[5].

Encarnación y Pasión

El relato navideño de Greccio no es una simple narración, ni siquiera una historia destinada a conmover, sino una afirmación de la primacía del Evangelio, sobre «la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión». Francisco une en Navidad el misterio del Hijo de Dios que asume nuestra carne humana con su pasión, muerte y resurrección. La Natividad – como escribe John Miccoli – revela el sentido profundo de la cruz: «La Encarnación encuentra su cumplimiento en la Pascua: en la cena, con la ofrenda del pan y del vino – que se perpetúan, en forma de sacramento, hasta el final de los tiempos –, en la pasión y en la muerte, con la completa sumisión del Hijo a la voluntad del Padre. […] La “cruz” es el signo y el símbolo de esta completa sumisión, y el punto de llegada, juntos, de la “lógica” que había guiado la encarnación. La encarnación, en definitiva, es la premisa, no sólo temporal sino lógica, de la cruz»[6]. No es casualidad que el siguiente episodio, en la biografía de Tomás de Celano, sea el don de los estigmas[7].

Navidad en Greccio

Unos 15 días antes de la Navidad de 1223, Francisco llamó a un amigo suyo de nombre Juan, del distrito de Greccio: le era muy querido «porque, aunque era noble y muy honrado en su región, estimaba más la nobleza del espíritu que la de la carne»[8]. Le explicó su intención: «Si quieres que celebremos la inminente fiesta del Señor en Greccio, ve delante de mí y prepara lo que te digo: me gustaría conmemorar al Niño que nació en Belén, y de alguna manera vislumbrar con los ojos del cuerpo las penalidades en las que se encontró por falta de lo necesario para un recién nacido, cómo fue acostado en un pesebre y cómo yació sobre el heno entre el buey y el asno»[9]. El amigo preparó todo según las instrucciones del Santo.

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La petición pone de relieve un aspecto del carácter de Francisco, que ama lo concreto y quiere enseñar lo esencial de la Navidad: el Niño nace en Belén para nuestra salvación y en condiciones de extrema pobreza; carece de lo necesario, es acostado en un pesebre, sobre el heno, entre el buey y el asno. A Francisco no le gustan los discursos teóricos ni las abstracciones, sino que quiere tocar sensiblemente el corazón y la vida del creyente. El detalle subraya la fisicidad del acontecimiento: hacer «vislumbrar con los ojos del cuerpo» Las penurias del Señor que nace, casi rozando la pobreza de ese nacimiento. «Esto pone de relieve una intuición típica de Francisco, que ve en la encarnación una pobreza radical, expresada incluso exteriormente en el contexto pobre del nacimiento»[10].

La solemne vigilia de Navidad

A continuación se relata la solemne vigilia de Navidad. Los habitantes de Greccio acuden de diversas partes, los frailes de sus ermitas; todos se dirigen alegres al lugar del encuentro, llevando antorchas y velas, para hacer resplandecer «aquella noche que iluminaba con su estrella centelleante todos los días y todos los tiempos»[11].

Cuando llega, Francisco se da cuenta de que todo está preparado según las disposiciones dadas: «Está radiante de alegría. El pesebre está dispuesto, el heno colocado y el buey y el asno introducidos. En esta conmovedora escena resplandece la sencillez evangélica, se exalta la pobreza, se alaba la humildad. Greccio se ha convertido en un nuevo Belén»[12]. Tomás de Celano utiliza el término praesepium, es decir, pesebre[13], cuna, donde se coloca el heno para los animales: el pesebre se convierte así en el altar en el que se celebra la Eucaristía, con el buey y el asno al lado para hacer aún más clara su realidad.

Francisco canta el Evangelio, «porque era diácono»[14]. Tomás subraya la alegría y el entusiasmo con que proclama la palabra de Dios: «Canta el santo Evangelio con voz sonora: esa voz alta y dulce, clara y sonora, es una invitación para que todos piensen en la recompensa suprema. Luego se dirige al pueblo y con palabras dulcísimas evoca al pobre Rey recién nacido y a la pequeña ciudad de Belén»[15]. Pone el acento en la pobreza del Rey que nace y en Belén, que es una ciudad muy pequeña: pobreza, pequeñez, humillación son los temas queridos por el Santo y por su espiritualidad. Nos parece captar las emociones que afloran en el alma de Francisco.

A continuación, se describen algunos detalles tan personales que atestiguan la veracidad del evento y revelan la espontaneidad de Francisco: corresponden verdaderamente a su carácter y a su corazón. «A menudo, cuando quería pronunciar a Cristo con el nombre de “Jesús”, inflamado de inmenso amor, lo llamaba “el Niño de Belén”, y ese nombre “Belén” [Bethlehem] lo pronunciaba como el balido de una oveja, llenando la boca con su voz y aún más con tierno afecto. Y cada vez que decía “Niño de Belén” o “Jesús”, se pasaba la lengua por los labios, como para saborear y tragar toda la dulzura de esas palabras»[16].

Francisco no se limita a cantar el Evangelio de la natividad, sino que lo vive y se regocija en él, a través de su capacidad dramática al escenificar la página evangélica, porque está convencido de que así se puede comprender e interiorizar mejor la palabra de Dios.

Al final del relato, esta interiorización queda casi significada por la visión de uno de los presentes, que ve en el pesebre a un niño pequeño que se despierta y revive cuando el santo se acerca a él y lo despierta. Es el signo de la resurrección del Señor que, por la acción de Francisco, revive en su alma y en las almas de todos los presentes: «Esta visión [no] difirió de los hechos porque, por su gracia actuando a través de su santo siervo Francisco, el niño Jesús resucitó en los corazones de muchos que lo habían olvidado, y quedó profundamente impreso en su amorosa memoria»[17].

Al final de la solemne vigilia de Navidad, los participantes regresaron a sus casas llenos de alegría por haber vivido la Navidad de Belén en fe y sacramento.

El recuerdo de la Navidad concluye – como es habitual en los relatos medievales – con algunos acontecimientos prodigiosos. Tomás de Celano narra que el heno del pesebre se conserva y cura a los animales de enfermedades, alivia a las parturientas con dolores de parto, sana a muchas personas. Más tarde, se construyó un altar sobre el pesebre y una iglesia en honor de San Francisco, «para que donde antes los animales comían heno, ahora los hombres puedan comer, para la salud del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado y sin mancha Cristo Jesús, nuestro Señor, que con amor infinito e inefable se entregó por nosotros»[18].

La Navidad de Francisco

Tomás de Celano afirma que, al representar de forma viva la natividad de Jesús, Francisco transforma Greccio en un nuevo Belén; el sacerdote que celebra la misa y la gente que asiste se van contentos y alegres: han revivido la Navidad del Señor.

Del relato de Tomás no surge una imagen del pesebre conforme a nuestra tradición. No hay un niño en el pesebre, ni personajes que desempeñen el papel de María y José, o de los pastores: la intención de Francisco es dar vida a un encuentro real con el Señor. La esencia del pesebre es la celebración eucarística, porque la Eucaristía y la encarnación significan la misma realidad: Dios se hace hombre y se humilla para que el hombre pueda salvarse. La encarnación es su humillación, revela su pobreza, indica su hacerse nada que nos salva. La Navidad es nuestra salvación.

Lo que Francisco quiere representar se desprende también de una de sus Admoniciones sobre la Eucaristía: «Ved que diariamente se humilla (cfr. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; diariamente desciende del seno del Padre (cfr. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote»[19]. Para el santo, la Eucaristía es el Señor Jesús que en cada celebración se encarna en nuestra historia y en nuestra vida; y al mismo tiempo es una invitación concreta a seguirlo, a acogerlo, a recibirlo en la humillación, teniendo el valor de despojarse de todo. Porque sólo quien es verdaderamente pobre tiene el corazón libre para acoger al Señor.

En su Carta a toda la Orden, Francisco proclama de nuevo: «¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cfr. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero»[20].

La humillación de Dios al esconderse en el pan es un hecho que abarca al mundo entero, un don total de amor que se traduce para nosotros en términos de privación total, de verdadero «despojo»: nada es realmente nuestro, porque sólo así podemos ser acogidos por Aquel que se nos ofrece totalmente.

El pesebre-altar

Francisco quiere, pues, revivir el Evangelio. Además, no hay que olvidar que el texto bíblico fundamental sobre la Navidad es el de Lucas, donde la única mención concreta de un lugar es el «pesebre»: «María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7).

El pesebre se ha convertido ahora en un altar, y en el altar se celebra la Eucaristía: ahí donde los animales comían heno, ahora se come el pan eucarístico, el Cristo que en la encarnación se hizo pan para nosotros.

La humillación del pesebre es también el significado de la pobreza de Jesús. Para Francisco, la pobreza de la Navidad es el signo más luminoso de la encarnación, porque «Él, “que era rico” por encima de todo, eligió la pobreza en este mundo, junto con la Santísima Virgen, su madre»[21].

La representación de Greccio pone también de relieve lo que podría llamarse – en el lenguaje de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio – la aplicación de los sentidos: ver con los ojos del cuerpo, mirar la luz de las velas y antorchas que iluminan la noche más hermosa del año, oír los cantos y salmos; y luego tocar en la mención del niño despertado, gustar a través de los labios de Francisco y su alegría al cantar el Evangelio. Una invitación a celebrar en la fiesta la belleza del Señor que viene a nosotros en la humillación para ponerse a nuestro mismo nivel y acogernos.

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Por último, la importancia de la memoria en la representación del Evangelio: la memoria no es sólo recordar, sino actualizar, hacer vivo y presente el Evangelio. El riesgo del olvido es una tragedia de nuestro mundo, que parece tener poca memoria: la superficialidad, la prisa, la incapacidad para el silencio interior, el torbellino de la vida cotidiana corren el riesgo de perder la memoria de lo que, en cambio, es esencial en la vida. Francisco quiso precisamente hacer revivir el misterio de la Navidad.

Una Navidad «geopolítica»

Una última observación. El hecho de dar vida a una página del Evangelio y el protagonismo concedido a la pequeña ciudad de Belén tienen también un significado subyacente, que podría relacionarse con la cuestión de la cruzada: Francisco había viajado a Tierra Santa en 1219, quizá siguiendo los refuerzos del papa Honorio III. No tenía una postura anticruzada, pero allí, en Damietta, se produjo una especie de conversión. En medio de operaciones militares, «habiendo llegado a nuestro ejército, inflamado por el celo de la fe, no tuvo miedo de entrar en medio del ejército de nuestros enemigos y durante muchos días había predicado la palabra de Dios a los sarracenos, pero sin mucho fruto»[22]. Sin embargo, Francisco había conseguido entrevistarse personalmente con el sultán Malik al-Kãmil: «El sultán, rey de Egipto, le rogó, en secreto, que suplicara por él al Señor para que, por inspiración divina, se adhiriera a aquella religión que más agradaba a Dios»[23].

En el episodio de la Navidad en Greccio, Francisco dice algo importante sobre el problema político de las cruzadas y la conquista de los santos lugares: «Como se ha subrayado muchas veces, en particular por Franco Cardini y Chiara Frugoni, hay una superación de la cruzada, es decir, de la necesidad de tener Tierra Santa en manos cristianas; Belén está allí donde Cristo nace, en el corazón de los hombres; no es sólo un hecho “político”, es una relocalización de los santos lugares y una superación de su materialidad – digamos – geográfica. De otro modo, el Verna, con los estigmas, va a trasladar desde un plano espiritual, y no material, el propio Calvario»[24].

En aquella época era difícil, y más tarde lo sería aún más, viajar a Oriente. Por tanto, era necesario desplazar, de algún modo, los santos lugares, colocarlos allí donde una comunidad de fieles estuviera motivada para encontrarse con el Señor. Ahí reside la genialidad del pesebre de Greccio.

Que Francisco era un hombre de paz queda claro en muchos episodios, pero esta «relocalización» de los santos lugares dice algo más sobre el problema de la paz: su experiencia tras la cruzada le lleva a rechazar la guerra no sólo por sus consecuencias, sino sobre todo a dar testimonio del Evangelio con su vida. En la Regola non bollata invita a los hermanos a considerar «amigos a todos aquellos que nos infligen injustamente tribulación y angustia, vergüenza e insulto, dolor y sufrimiento, martirio y muerte»[25]. En esta perspectiva se pueden ver las buenas relaciones que establecieron los franciscanos con los musulmanes cuando más tarde, en el siglo XIV, se les permitió celebrar la liturgia en el Santo Sepulcro y en el Cenáculo; y luego tuvieron la responsabilidad de la Custodia de Tierra Santa, que aún hoy se les confía[26].

El primero en afirmar que San Francisco fue «el inventor del pesebre» parece haber sido el franciscano Juan Fancisco Nuño, que vivía en Roma, en la ermita del Ara Coeli. En 1581, tras hablar de la Navidad en Greccio, el fraile comentó: «Este milagro suscitó tal fama que en Italia se representa el pesebre no sólo en nuestros conventos, sino también en las iglesias seculares y especialmente aquí en Roma lo representan en Santa Maria di Ara Coeli, el principal convento de Italia»[27].

En sí, tenemos un testimonio más antiguo, que se remonta a Santa Clara. En su proceso de canonización, que tuvo lugar en noviembre de 1253, año de su muerte, dos testigos relataron un hecho maravilloso: una visión que tuvo en la noche de Navidad de 1252. Como, debido a una grave enfermedad, Clara no podía levantarse de la cama para ir a la capilla, las hermanas la dejaron sola para celebrar los maitines. Entonces la Santa rezó al Señor, y tuvo una visión en la que oía el órgano y el Oficio de los hermanos en la iglesia de San Francisco y observaba el «pesebre» que allí se había instalado: «Nuestra Señora Clara, en aquella noche de la Natividad del Señor, vio también el pesebre de nuestro Señor Jesucristo»[28].

En aquella época, el pesebre de las iglesias permanecía expuesto durante todo el año, signo siempre presente de la humanidad de Dios cerca de nosotros: una costumbre aún viva en algunas iglesias.

«La hermosa tradición de nuestras familias»

En su carta apostólica Admirabile signum, el Papa Francisco señala que la representación del Nacimiento es «la hermosa tradición de nuestras familias. […] El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre»[29]. San Francisco, en la celebración de Greccio, realizó «una gran obra de evangelización»[30]. En la sencillez de un lenguaje fácilmente comprensible y visible, supo comunicar el mensaje evangélico. Si bien es cierto que la tradición de los pesebres parece estar decayendo hoy en día, el Papa nos anima a apoyarla y redescubrirla.

En efecto, hacer el pesebre en nuestras casas es una ayuda para revivir el Evangelio del nacimiento de Jesús en Belén; sobre todo – como nos enseñó san Francisco – es «una invitación a “sentir” y “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí en su Encarnación. […] Es una llamada a seguirle por el camino de humildad, de pobreza, de despojamiento, que desde el pesebre de Belén conduce a la cruz. Es una llamada a encontrarle y servirle con misericordia en nuestros hermanos más necesitados (cfr. Mt 25, 31-43)»[31].

La originalidad del Santo – como se ha dicho – fue inventar un «pesebre eucarístico». «El heno se convierte en el primer lecho de Aquel que se revelará como “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41). Un simbolismo que San Agustín, junto con otros padres, ya había captado cuando escribió: “Acostado en un pesebre, se convirtió en nuestro alimento”»[32]. San Francisco quería un encuentro real con el Señor Jesús, porque el sentido último de la pobreza del pesebre, del buey y del asno, del anuncio del Evangelio, del nuevo Belén se unen en la Eucaristía. Francisco amaba el vínculo encarnación-eucaristía. Jesús que nace y es depositado en un pesebre se convierte en «pan» para renacer en nosotros y darnos vida: no es casualidad que en hebreo «Belén» signifique «Casa del pan» y en árabe «Casa de la carne».

Ese hacerse pan y carne se convierte para nosotros en vocación: el creyente está llamado a hacerse pan y alimento de sus hermanos, especialmente de los más pobres, de los pequeños, de los marginados, de los extranjeros, de los solitarios, de los enfermos, de los abandonados. El don de sí mismo y la apertura a los demás son el camino de la plenitud humana y cristiana. El pesebre muestra entonces lo importante: ahí está lo esencial, la vida que renace, aunque falte todo lo necesario para un recién nacido. Está sobre todo la alegría – como se dijo para Francisco y los fieles en el pesebre de Greccio – que, inmediatamente después, el ángel revelará a los pastores: «¡Les anuncio una gran alegría!» (Lc 2,10), la alegría de nuestra salvación. Por último, no hay que olvidar el silencio: todo calla en la noche santa para que podamos escuchar y contemplar la omnipotencia de Dios que se hace niño, infante, pobre para renacer en nosotros.

Angelo Silesio, un místico del siglo XVII, escribiría: «Si mil veces Cristo naciera en Belén / pero no en ti / estás perdido para siempre»[33].

  1. En 1291, el oratorio fue restaurado por Arnolfo da Cambio en el famoso pesebre. La fecha conmemora el año en que se conquistó la fortaleza de Acre, último bastión de los cruzados en Tierra Santa. Desde entonces, ante la casi imposibilidad de realizar la peregrinación, el pesebre de Santa María la Mayor ha asumido el papel de lugar sagrado conmemorativo de la Navidad, hasta el punto de que la basílica fue bautizada como el «Segundo Belén».
  2. Tomás de Celano, Memoriale nel desiderio dell’anima, en Fonti Francescane (= FF), Padua, Edizioni Francescane, 2011, 787 (este número no indica la página, sin el párrafo, de acuerdo a la numeración marginal progresiva de las Fonti).

    questo numero non indica la pagina, ma il paragrafo, secondo la numerazione marginale progressiva delle Fonti).

  3. Ibid.
  4. J. Delarun, «Il Natale di Greccio: una sinfonia pastorale», en Frate Francesco 89 (2023) 21.
  5. Tomás de Celano, Memoriale…, cit., 466-467; desde aquí y en adelante seguimos la versión de las Fonti Francescane, con algunos retoques de la traducción de C. Vaiani, Natale con Francesco d’Assisi, Milán, Edizioni Terra Santa, 2010, 8 s.
  6. G. Miccoli, Francesco d’Assisi. Realtà e memoria di un’esperienza cristiana, Turín, Einaudi, 1991, 57.
  7. Cfr. Tomás de Celano, Memoriale…, cit., 484-486.
  8. Ibid., 468.
  9. Ibid. Cabe observar que no se precisa el lugar exacto, sino apud castrum quod Grecium dicitur.
  10. C. Vaiani, Natale con Francesco…, cit., 19.
  11. Tomás de Celano, Memoriale…, cit., 469.
  12. Ibid.
  13. Etimológicamente praesepium, de pre y saepio, es decir, rodear con un abrigo, indica el pesebre, el comedero rodeado de un recinto. Por eso puede designar también un establo o un refugio para los animales.
  14. Tomás de Celano, Memoriale…, cit., 470.
  15. Ibid.
  16. Ibid.
  17. Ibid.
  18. Ibid., 471. La referencia bíblica es a 1 Pd 1,19.
  19. Francisco, s., Admoniciones, I, 16-18.
  20. Id., Canto a todo el orden, 26-29.
  21. Id., Carta a los fieles, 5. Cfr. la referencia a 2 Cor 8,9.
  22. Testimonio de Jacobo de Vitry, «Carta de 1220 sobre la toma de Damiata», en FF 2122.
  23. Ibid. Cfr. R. Manselli, San Francesco, Roma, Bulzoni, 1980, 225.
  24. A. Marini, Francesco d’Assisi, il mercante del regno, Roma, Carocci, 2015, 172 s.; cfr F. Cardini, Nella presenza del soldan superba. Saggi francescani, Spoleto, Fondazione Centro italiano sull’Alto Medioevo, 2009, 41-91; C. Frugoni, Vita di un uomo. Francesco d’Assisi, Turín, Einaudi, 1995, 114.
  25. Regola non bollata XXII, 3-4, en FF 56.
  26. Cfr. A. Marini, Francesco d’Assisi…, cit., 134.
  27. C. van Hulst, «Natale, natività, Greccio, presepio», en E. Caroli, término «Spiritualità», en Dizionario francescano, Padua, Messaggero, 1995, 1224.
  28. Processo di canonizzazione di Santa Chiara, en FF 3014.
  29. Francisco, Admirabile signum, 1° de diciembre de 2019, n. 1.
  30. Ibid., n. 3.
  31. Ibid.
  32. Ibid, n. 2. Cfr. Agustín de Hipona, s., Sermo 184,4; PL 38, 1006.
  33. A. Silesio, Il pellegrino cherubico, Florencia, Libreria Editrice Fiorentina, 1927, 14.
Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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