Literatura

León Tolstoi y el encuentro entre cristianos y musulmanes

León Tolstoi, Mikhail Nesterov (1918)

¿Cómo es posible propiciar un encuentro entre cristianos y musulmanes? Acaso se trate de una de las cuestiones más debatidas desde hace muchos años. Una cuestión siempre motivada por circunstancias concretas: por ejemplo, por el hecho de que en los países árabes, los soldados norteamericanos y europeos han sido considerados herederos de los cruzados, y que, a la inversa, en los países de Europa occidental y del norte, los jóvenes musulmanes han sido vistos como machistas y violentos. En otras palabras, en ambos casos se percibe al otro como un cuerpo extraño portador de violencia y conflicto. Baste pensar en el debate sobre la quema del Corán en 2023 en Suecia y la violencia en las piscinas al aire libre en Berlín. Ejemplos de este tipo podrían citarse muchísimos.

Edward Said (1935-2003), teórico literario estadounidense de origen palestino, en su libro Orientalismo (1978), que se ha convertido ya en un clásico, señala, desde una perspectiva no occidental, que este encuentro conflictivo y complejo se venía produciendo desde hacía mucho tiempo, pero que se intensificó especialmente en torno a 1800 y dio lugar a un gran interés occidental por Oriente[1]. Aunque Said piensa en particular en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, sin el encuentro entre Occidente y Oriente tampoco se puede entender la historia rusa después de 1800. Un papel especial lo desempeñó el Cáucaso, por el que se luchó de 1817 a 1864, hasta su completa subyugación por el ejército ruso[2]. Así pues, más que un encuentro entre Oriente y Occidente, se trató de un encuentro entre Norte y Sur. Estos combates también influyeron en la literatura rusa, por ejemplo en la obra de Aleksandr Pushkin (1799-1837) o Michail Lermontov (1814-41), que participó en esa guerra como oficial.

León Tolstoi (1828-1910) se refirió a menudo a este periodo. Él también había participado en los combates y escribió relatos muy críticos de aquella época, como La redada (1853), La tala del bosque (1855) o Los cosacos (1863). Estas experiencias jugaron un papel importante en un aspecto que Mahatma Gandhi, en su obituario de Tolstoi en 1910, consideró especialmente notable, a saber, la transformación del valiente oficial en pacifista[3].

Sin embargo, el cuento de Tolstoi Hadji Murat demuestra que, incluso en los últimos años de su vida, el conde Tolstoi no estaba comprometido con un pacifismo absoluto, sino que combinaba la búsqueda de la paz con el respeto por los intereses naturales de los pueblos, especialmente de los más pequeños. El relato fue escrito hacia 1904, pero se publicó póstumamente en 1912. Se refiere a los acontecimientos que tuvieron lugar en el Cáucaso en el invierno de 1851-52[4], pero puede decirse que muchas de las cosas que en él se narran también se aplican a otras guerras, en las que un gran aparato militar choca con un pueblo pequeño, que, sin embargo, tiene de su lado la ventaja de querer sobrevivir y un mejor conocimiento de las regiones remotas, los bosques aislados y las altas montañas. No pocas veces, en los últimos 200 años, ha sucedido que este pueblo más pequeño ha sido un pueblo musulmán.

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Por supuesto, no se puede esperar que un relato de 1904 ofrezca respuestas a las cuestiones políticas del siglo XXI. Sin embargo, Tolstoi no tiene nada que envidiar a Lessing o Goethe cuando se trata de encontrar un punto de partida para reflexiones morales sobre la relación entre cristianos y musulmanes. Y el propio Hadji Murat demuestra que tiene algo más profundo que ofrecer que una crítica a la maquinaria bélica zarista o al mero pacifismo, y plantea cuestiones que pueden seguir siendo relevantes hoy en día. En ese sentido, es útil leer este relato no sólo como un testimonio de acontecimientos históricos, sino sobre todo como un testimonio de pasiones y falta de pasiones como trasfondo. Y esto es lo que intentamos relacionar con el éxito o el fracaso del encuentro entre cristianos y musulmanes en los últimos años.

La historia de Hadji Murat

Tolstoi describe las últimas semanas de vida de un héroe, el famoso guerrero que da título a la historia. Debido a una disputa familiar, Hadji Murat abandona a Šamil, el líder político y religioso de la resistencia musulmana en el Cáucaso, que había sido su jefe hasta entonces y que, por tanto, lo declara proscrito (19-26; 40-45). Para poner en práctica sus planes de venganza, Hadji Murat huye al ejército ruso, al que pide que salve a su familia de la esfera de influencia de Šamil. Al no recibir ayuda de los rusos, decide abandonar Tblisi, donde se ha visto obligado a vivir entre el asilo y encarcelamiento, para liberar a su familia por su cuenta (50 s; 77-79; 152-156). Sin embargo, los guardias rusos lo alcanzan y lo matan durante un tiroteo (172-176).

Un importante recurso estilístico de la historia es el frecuente cambio de lugar de la acción y el cambio de perspectiva. Casi todos los capítulos están dedicados a personajes y lugares distintos del anterior. Esto demuestra que, para Tolstoi, las diferentes perspectivas son importantes en el encuentro entre culturas. Sólo en los capítulos XI-XIII los protagonistas y el lugar de la acción permanecen invariables (81-100). Pero incluso esta excepción tiende a confirmar la regla, porque el capítulo XII habla de Hadij Murat sumergiéndose en la oración, en la soledad de su habitación, es decir, entrando en una esfera que no es accesible a su intérprete, un oficial ruso, que mientras tanto está hablando con los compañeros de Murat (88-90). Esto demuestra que un hombre que pertenece a otra religión y la sigue fielmente es un misterio en el que los demás no pueden penetrar y que exige respeto.

El hecho de que la oración de Hadji Murat sea una inmersión en el misterio es aún más patente si se tiene en cuenta la detallada descripción que hace Tolstoi de la forma de rezar del emperador Nicolás I: después de pasar la noche en una aventura extramatrimonial y antes de arremeter contra sus colaboradores dándoles órdenes inhumanas, recita «las oraciones, las de siempre, que solía decir desde niño: “Madre de Dios” [= “Ave María”], “Credo”, “Padre nuestro”, sin pensar en absoluto en el significado de esas palabras» (111). Al presentar a los dos personajes en oración, Tolstoi contrapone una personalidad auténtica con profundas raíces espirituales, Hadji Murat, a una figura superficial y desarraigada, el emperador.

Hombres auténticos e inauténticos

Esta comparación demuestra que el relato está fuertemente influido por la idea que Tolstoi tenía del hombre auténtico, natural. Ya de joven había decidido dejar de llevar una cruz al cuello – algo obligatorio para los cristianos ortodoxos – y, en su lugar, colgarse un retrato de Jean-Jacques Rousseau. Le atraía, en efecto, la idea del hombre natural, incorrupto por la civilización, expresada por el filósofo[5].

Jacques Derrida – no sin antes dar su visión crítica de Rousseau – señala que, aunque la postura del filósofo francés es ambigua, puede interpretarse en el sentido de que la humanidad auténtica tiene más posibilidades de florecer en los países del Sur, donde la gente no tiene que planificar su trabajo y su economía para tener suficiente comida y puede expresar libremente sus sentimientos[6]. Del mismo modo, las personas son más auténticas en las comunidades pequeñas que en las grandes, porque tienen un contacto inmediato entre sí[7]. Por último – y este aspecto está ligado a los dos anteriores –, según Rousseau, una cultura es más auténtica cuanto más se basa en el intercambio oral, y menos en la comunicación escrita[8].

Por consiguiente, para Tolstoi, los habitantes del Cáucaso parecen más auténticos que el emperador y sus súbditos. De hecho, el escritor ruso describe a Voroncóv, uno de los oficiales rusos, y a su esposa Marija Vasìlevna como una pareja que se entrega a una vida lujosa, destacando que a la mujer le gusta el perfume: una clara señal, para el autor, de su inautenticidad. Además, Marija seduce a otro oficial. El propio Voroncóv habla de forma poco natural en su lengua materna con acento inglés (34-39).

Pero volvamos de nuevo a la figura del emperador Nicolás I: Tolstoi describe sus ojos como «apagados» (109; 112), y le critica por ser un seductor de mujeres jóvenes (109 y ss.). El emperador Nicolás también es descrito como un hombre cruel. Tolstoi subraya su intolerancia y brutalidad hacia los polacos y los cristianos greco-católicos. Es interesante observar que el juicio de Nicolás sobre los polacos es tanto más negativo cuanto más perverso es el trato que les dispensa; justifica su propia crueldad mintiéndose a sí mismo (115-119).

Ante estas contradicciones y los aspectos repugnantes del carácter de Nicolás, sus oficiales superiores no tienen el valor de decirle la verdad, so pena de perder sus puestos. Un ejemplo es Bìbikov, gobernador de las provincias occidentales, que no se atreve a contradecir la orden de castigar a cientos de campesinos que no están dispuestos a abjurar de la fe católica para convertirse en ortodoxos, y reduce a muchos campesinos libres a la servidumbre (115-119). Al igual que su emperador, Bìbikov es un ejemplo de falta de honradez y autenticidad.

Es la misma falta de autenticidad y humanidad la que conduce a consecuencias desastrosas en el Cáucaso. Inmediatamente después del consejo del emperador con sus colaboradores de más alto rango, Tolstoi describe un ataque a un aul (pueblo) checheno que se lleva a cabo «siguiendo las instrucciones de Nikolai Pavlovič [el emperador Nicolás]» para sembrar el terror entre los chechenos (115). Lo que ocurre aquí está directamente relacionado con las decisiones que se toman en la lejana, limpia y lujosa San Petersburgo: los soldados matan a niños y adolescentes, profanan la mezquita, envenenan las fuentes y destruyen los campos (125 y ss.). Pero lo único que consiguen es que la población se vuelva aún más hostil hacia ellos y que en ellos el deseo de destruir a los soldados se convierta en «un deseo que ahora es tan instintivo como el espíritu de conservación» (126).

Además, esta política también causa sufrimiento entre los propios soldados rusos. Así describe Tolstoi la muerte del soldado Avdéev, herido mientras su batallón destruía un bosque (48 y ss.). Habla de la inmensa pena de la madre de Avdéev, mientras que su mujer no estaba de luto después de todo, porque se había quedado embarazada del administrador de la finca donde había empezado a trabajar como criada (66 y ss.). De este modo, Tolstoi sigue insistiendo en la crueldad sin sentido de esta guerra. También describe cómo los oficiales rusos, en particular el gobernador general Voroncóv, mostraron indiferencia hacia Hadji Murat, perdiendo así la oportunidad de reforzar su posición en el Cáucaso sin derramar sangre, sino recurriendo a la diplomacia (152 y ss.). Así pues, es su falta de auténtica humanidad lo que les lleva a la deshonestidad, la crueldad y la incapacidad de comprender a los lugareños. Esto conduce a la destrucción y a la muerte, pero también les pone innecesariamente en peligro y perjudica su misión.

No en vano – y aquí podemos pensar de nuevo en Rousseau – se subraya constantemente en la historia que el emperador, sus oficiales y su gobierno no se comunican directamente. Al menos once diálogos son en francés o inglés, aunque por lo general sólo durante breves tramos; pero son precisamente las cosas más importantes las que se comunican en una lengua extranjera; y al menos cinco veces se menciona un intercambio de cartas u órdenes escritas. Especialmente significativa es la forma en que Tolstoi relata cómo se comunica la muerte de Avdéev en Tblisi: «El 23 de noviembre, dos compañías del batallón “Kurá” salieron de la fortaleza para talar un bosque. A mediodía un numeroso grupo de montañeses atacó a los cortadores. La línea de defensa empezó a retroceder, mientras que la segunda compañía se lanzó al asalto a la bayoneta y rechazó a los montañeses. En el enfrentamiento resultaron heridos leves dos soldados rasos y uno murió. Del lado de los montañeses, se puede calcular un centenar de muertos y heridos» (62). Este es un claro ejemplo de cómo, a través de la forma escrita y el lenguaje burocrático, se pierde el contacto con lo sucedido.

Hay sin duda buenas razones para criticar a Tolstoi y su oposición entre la cultura «auténtica» de un pequeño pueblo del sur con comunicación oral y directa, y la cultura «inauténtica» de un gran imperio del norte con comunicación escrita, considerándola una romanticización ingenua y quizás incluso peligrosa. Pero si relacionamos la situación de nuestro tiempo con la narrativa de Tolstoi, y más allá de ella con Rousseau, podrían surgir algunas cuestiones cuya investigación desde una perspectiva psicológica y sociológica ayudaría a entender los conflictos entre el «Norte» y el «Sur»: conflictos a menudo entre hombres de tradición musulmana y tradición cristiana. Son cuestiones que nos gustaría presentar brevemente aquí en forma de hipótesis.

Si la teoría de Rousseau toca un punto neurálgico – no en el sentido de si es verdadera, sino en la medida en que expresa adecuadamente los miedos y deseos profundos del hombre –, entonces podría valer la pena investigar si los jóvenes «meridionales» de los países del norte y oeste de Europa se sienten amenazados por una cultura que experimentan como «mediada» y en la cual – presumible o efectivamente – no hay espacio para las emociones y pasiones, bajo la influencia, entre otras cosas, de la burocracia, que da más importancia a las reglas generales que a las necesidades y particularidades del individuo[9]. Por otro lado, podría ser que el miedo a que los jóvenes acosen a las mujeres y ataquen a las personas con cuchillos, además de la legítima preocupación suscitada por cada acto individual de violencia, sea, sobre todo entre los hombres del norte, también un miedo a la inmediatez de las pasiones que ellos mismos han reprimido. En cualquier caso, la psicoanalista Julia Kristeva explica el odio hacia los «extranjeros» con el odio hacia el «extranjero» que ha sido reprimido en nosotros mismos[10]. Ciertamente, no es tarea de este artículo establecer cuánto hay de verdad en tales hipótesis; sin embargo, en nuestra opinión, valdría la pena investigar, desde la perspectiva de una «economía de las pasiones», si la comparación con Rousseau, mediada por Tolstoi, ayuda a entender los sentimientos de los hombres del siglo XXI.

Encuentro ideal y fracaso

Si ahora nos detenemos a analizar con cuidado el relato de Tolstoi, podemos notar que incluso su retrato de los montañeses es ambiguo. Por un lado, los describe como hombres crueles y vengativos, como en el caso de Šamil, quien mató a su predecesor y a toda su familia, y ahora maltrata al hijo de Hadji Murat (85 ss; 132-134). Este último también es vengativo y llega a matar a uno de sus adversarios, Gamzat, en una mezquita (95). Sin embargo, Tolstoi enfatiza en primer lugar cuánto lo ama su madre y cuánto él ama a su propio hijo (133-139). El encuentro con él despierta en los oficiales rusos, que lo conocen mejor, «la poesía de esa vida solitaria y espiritual de los montañeses (141). Por ejemplo, el oficial Butler, un hombre superficial y jugador empedernido, que participó en el ataque al pueblo del que se ha hablado anteriormente sin un entusiasmo particular, hace rápidamente amistad con Hadji Murat (131).

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Es en este contexto que el relato, más que con el ideal de «no violencia» de Tolstoi, se alinea con su otro ideal, el de «autenticidad», al que están llamados los hombres y los pueblos en el sentido de Rousseau. Así, en Guerra y paz (1868), Tolstoi justifica la guerra partisana de los rusos contra los franceses en 1812, que iba en contra de las normas de guerra entonces vigentes: «Y afortunado no es aquel pueblo que se comporta como los franceses en 1813, y después de haber saludado, según todas las reglas del arte, y haber vuelto la espada hacia el enemigo con gracia y cortesía, entrega graciosa y cortésmente la espada al magnánimo vencedor; afortunado es aquel pueblo que en el momento de la prueba, sin informarse de cómo se han comportado los demás según las reglas en casos similares, y con simplicidad, levanta el primer garrote que encuentra a su alcance y con él golpea hasta que en su alma el sentimiento de la ofensa y la venganza deje paso al desprecio y la compasión»[11].

No solo el individuo, sino también cada pueblo tiene la aspiración de vivir y ser libre. Es natural, por lo tanto, que recurra a los medios que le permiten la supervivencia, incluso si, en situaciones particularmente difíciles, estos medios son crueles e ilegales. Un buen ejemplo de esto es la guerrilla española en 1809 y la resistencia rusa contra Napoleón en 1812, así como la de los montañeses mencionada anteriormente, 40 años después.

Que muchas cosas pueden cambiar gracias a un encuentro auténtico entre dos personas es algo manifiesto en el relato que da cuenta de la inesperada amistad entre Hadji Murat y Marija Dimitrievna, la compañera del comandante de la fortaleza, una mujer de origen humilde: «Le gustaba Marija Dimitrievna, que le preparaba y le llevaba la comida. Admiraba su sencillez y esa belleza particular de una raza diferente, y le gustaba la simpatía que sentía por él y que inconscientemente le transmitía» (131). A su vez, ella le desea: «Que Dios quiera, que Dios quiera que puedas redimir a la familia». Y aunque Hadji Murat no entiende el significado de las palabras de la mujer, le agradece con un gesto de cabeza, porque comprende que son para él (145).

Para que más encuentros auténticos como este sean posibles, es importante tener en cuenta lo que Hadji Murat expone con un proverbio de su pueblo: «Un perro ofreció carne a un mulo y el mulo le dio heno al perro, así ambos quedaron hambrientos» (142). Según él, la condición para un encuentro auténtico sería el reconocimiento, por ambas partes, de la especificidad de la otra, porque en general cada uno debería recurrir a su propia tradición para obtener lo que necesita. El problema, sin embargo, es que el emperador, sus colaboradores y sus oficiales no son personalidades auténticas, y por lo tanto no tienen ningún sentido de la autenticidad de los demás pueblos. El símbolo de esto es la ya mencionada destrucción de los bosques, que no solo tiene un significado práctico, sino que también es un signo del desarraigo de sus habitantes (45-48).

Sin embargo, no se trata de un aspecto aislado. La imagen del «desarraigo» representa más bien el punto de partida de todo el relato. De hecho, en la primera parte de la historia, el narrador (que habla como en una autobiografía), mientras recoge un ramo de flores, descubre un cardo en flor, que popularmente se llama «tártaro» en ruso, tal como se llamaba a los musulmanes de habla turca en ese momento, independientemente de su etnia. Para embellecer su ramo de flores, el narrador decide recoger esta flor, en otras palabras, arrancar o «desarraigar» [a] un «tártaro». Pero el cardo se resiste y, cuando el narrador finalmente logra arrancarlo, ya no es hermoso; así que lamenta lo que ha hecho y comprende que todo y cada persona son realmente hermosos solo cuando están en su lugar. Al mismo tiempo, se maravilla por la fuerza con la que el «tártaro» se defendió, especialmente después, cuando el narrador descubre otro, que, aunque fue semidestruido por una rueda, permaneció en su lugar. Todo esto le recuerda el valor con el que el «tártaro» Hadji Murat, muchas décadas antes, intentó sobrevivir, permanecer fiel a sus valores y vivir con su familia en su tierra natal (15-17; 176).

A esto podemos agregar que, si la flor arrancada representa a Hadji Murat, este episodio también indica la sinrazón de su asesinato, que lo elimina sin que el poder estatal ruso obtenga algún beneficio. Una confirmación de esto es la forma en que en el relato se comunica la muerte del protagonista: un soldado pregunta a Butler y a Marija Dimitrievna si debe mostrarles la «novedad» que lleva en una bolsa. Esta «novedad» es la cabeza de Hadji Murat, que le fue cortada después de su muerte. La mueca en los labios tiene una expresión «dulce», como la de un niño. Al ver eso, Marija acusa de crueldad a todos los soldados que la rodean. Solo después, el soldado cuenta la historia de la persecución que terminó trágicamente (131). En ruso se dice que «la primera palabra vale más que la segunda»: evidentemente, Tolstoi está interesado en destacar la crueldad del hecho más que en satisfacer la curiosidad del lector sobre los detalles de su desarrollo.

El fracaso del encuentro entre el Norte y el Sur, entre cristianos y musulmanes, que aquí encuentra una confirmación tan cruel y se manifiesta, por un lado, en la arbitrariedad y, por otro, en el desarraigo, podría contener, sin embargo, una indicación de cómo los hombres y las diversas organizaciones, incluidas las iglesias, podrían contribuir a su éxito. Si la concepción de Rousseau expresa de manera apropiada las pasiones y los miedos, entonces las instituciones estatales, así como las ONG, podrían contrarrestar el miedo al desarraigo que tienen los hombres del Sur global, incluidos muchos musulmanes, con el lado fuerte de una cultura «indirecta», escrita y mediada: en particular, los derechos garantizados y la protección contra el abuso, que le fueron negados a Hadji Murat, tal como a menudo se les niegan hoy a los musulmanes, desde Guantánamo hasta Xinjiang. Y a la inversa, los hombres del Norte, incluidos los cristianos, pueden encontrarse con los demás con mayor empatía cuando – al igual que Marija Dimitrievna y a diferencia del emperador y su aparato – están en contacto con sus propias raíces culturales y cuando incluso tienen acceso al «misterio» que Hadji Murat encuentra en la oración, a diferencia de Nicolás I. En el mejor de los casos, ambas cosas podrían llevar a un encuentro más profundo, como el de Hadji Murat y Marija Dimitrievna.

Autenticidad y diálogo

A lo largo de su obra, Tolstoi hace referencia muchas veces a la guerra del Cáucaso de 1817-64, describiendo la crueldad con la que se llevó a cabo el conflicto. Se puede decir, por tanto, que su participación en la guerra como joven oficial es una de las fuentes de su pacifismo posterior. Sin embargo, en el relato de Hadji Murat, el autor va más allá de la simple crítica a la guerra en sí misma y narra la historia de un encuentro entre el Norte y el Sur, entre cristianos y musulmanes. Es un encuentro que fracasa. Pero Tolstoi retrata al protagonista, Hadji Murat, como un hombre auténtico y muestra respeto por su deseo de vivir y por su valentía. Al mismo tiempo, sin embargo, quiere señalar que el emperador Nicolás I, sus funcionarios y sus oficiales no son hombres auténticos y no respetan a Hadji Murat. Como telón de fondo está la concepción del hombre auténtico de Rousseau, para quien son importantes una comunicación directa en una comunidad transparente y un acceso inmediato a sus pasiones.

Se puede criticar esta ideología, pero en nuestra época puede favorecer un encuentro entre cristianos y musulmanes, por ejemplo en Europa central y occidental, en el que las dos formas de comunicación según Rousseau – en particular, la comunicación inmediata que Tolstoi asocia al Sur y, por lo tanto, a los musulmanes del Cáucaso, y la comunicación mediada, como la que él asocia al emperador y al Imperio ruso – no se vean como enemigas, sino que les permitan entablar un diálogo entre sí.

  1. Cfr. E. Said, Orientalismo, Barcelona, Random House, 2002.
  2. Cfr. M. Gammer, Muslim Resistance to the Tsar: Shamil and the Conquest of Chechnia and Daghestan, Londres, Routledge, 2003.
  3. Cfr. Mahatma Gandhi, Collected Works. Vol. IX, New Delhi, Ministry of Information and Broadcasting, Government of India, 1985, 213.
  4. Cfr. L. Tolstoi, Chadži-Murat, Milán, Garzanti, 1994, 19. En adelante haremos referencia a la versión italiana de la novela, proporcionando nuestra traducción al español.
  5. Cfr. S. P. Bychkova, L. N. Tolstoi v russkoi kritike, Moscú, Gosizdat khudozhestvennoi Literatury, 1952, 504.
  6. Cfr. J. Derrida, Della grammatologia, Milán, Jaca Book, 1969, 251 s.
  7. Cfr. Ibid., 192 s.
  8. Cfr. Ibid., 166.
  9. Cfr. A. Kieser, «Max Webers Analyse der Bürokratie», en A. Kieser – M. Ebers (edd.), Organisationstheorien, Stuttgart, Kohlhammer, 2006, 70-72.
  10. Cfr. J. Kristeva, Stranieri a noi stessi. L’Europa, l’altro, l’identità, Roma, Donzelli, 2014, 5 s.
  11. L. Tolstoj, Guerra e pace, 2 vol., Milán, Mondadori, 19832, vol. 2, parte VI, 589.
Stephan Lipke
El Padre Stephan Lipke ingresó a la orden de los jesuitas en 2006. Tras su noviciado, trabajó inicialmente en la pastoral de San Miguel en Múnich. De 2012 a 2017 fue profesor y capellán en Tomsk, Siberia. Desde el 2 de abril de 2018 dirige el Instituto Santo Tomás de Moscú.

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