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2024. El año electoral

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Algunas encuestas electorales realizadas por la revista The Economist[1] han suscitado un gran debate entre expertos y politólogos. El año 2024 ha sido bautizado como «el año de las elecciones» debido a que los ciudadanos de 76 países serán llamados a las urnas, bien para la renovación de las instituciones representativas generales o locales, bien para la elección de un nuevo presidente. Alrededor de dos mil millones de personas participarán en estos procesos electorales. Según la revista británica, sobre la base de los sondeos mencionados, 43 de estos países disfrutarán de elecciones parlamentarias plenamente libres[2]; los otros 33, sin embargo, no estarían en condiciones de ofrecer las condiciones esenciales para un voto plenamente democrático. En cualquier caso, ocho de los 10 Estados más poblados del mundo – Estados Unidos, India, Brasil, Pakistán, Rusia, Indonesia, México y Bangladesh – celebrarán elecciones este año. En realidad, las predicciones de The Economist no son muy optimistas, tanto sobre la naturaleza democrática de los procesos electorales que se llevarán a cabo, como sobre los resultados finales. Según la revista, las elecciones en la mayoría de estos Estados no serán ni libres ni justas, y no se garantizarán otros prerrequisitos de la naturaleza democrática de una contienda electoral, como la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de asociación. «Muchas elecciones reforzarán a los gobernantes antiliberales. Otras recompensarán a los corruptos e incompetentes. La contienda más importante de todas, las elecciones presidenciales estadounidenses, será tan venenosa y polarizadora que ensombrecerá la política mundial»[3].

Según The Economist, en un escenario de conflicto como el actual, desde Ucrania a Oriente Próximo, la dirección que tome Estados Unidos afectará en gran medida al futuro de los equilibrios geopolíticos mundiales. Algunas contiendas electorales son calificadas por la revista de auténticas «mistificaciones», puesto que el resultado parece ya cantado, como las de Bielorrusia, Ruanda y Rusia. En este último, Putin, tras haber modificado la Constitución en 2020 para eliminar todos los límites de mandato, ganará con toda seguridad las elecciones presidenciales por tercera vez consecutiva, la quinta en total[4].

En realidad, el «índice democrático» del voto, del que se ocupa la investigación del Economist Intelligence Unit, es sólo un aspecto de la cuestión, aunque muy importante. El resultado electoral debe examinarse a posteriori, considerando también otros aspectos, como el análisis del «voto disidente», si lo hubo, y su distribución por el país. No hay que subestimar el hecho de que tantos Estados, incluso aquellos con una cultura política no liberal, reconozcan al voto político cierto valor en la organización de las instituciones estatales. Los procesos democráticos a nivel mundial también se están desarrollando y pueden empezar a funcionar, aunque de forma imperfecta, y generar entretanto una nueva conciencia política.

Tampoco hay que olvidar que el año electoral afectará a las mayores democracias de Asia – India, Indonesia y Bangladesh – y esto nos hará comprender hacia qué dirección política se dirigen estos países, es decir, si en una dirección liberal (es decir, democrática) o antiliberal. Incluso un cambio modesto en la esfera política, cuando afecta a números tan grandes, no es irrelevante.

África será el continente con mayor número de elecciones – unos 330 millones de africanos están llamados a las urnas –, aunque desgraciadamente sus votantes son cada vez más escépticos sobre el funcionamiento de la democracia. De hecho, en esta parte del mundo, los golpes de Estado en los últimos tiempos son cada vez más frecuentes: desde 2020, nueve regímenes han tomado el poder por la fuerza. Las encuestas a las que nos hemos referido sugieren que un número cada vez mayor de votantes africanos estarían dispuestos a formar parte de un gobierno militar. Lo cual, sin embargo, dado que un gran porcentaje de los votantes serán jóvenes, no es un hecho. En cualquier caso, las elecciones en Sudáfrica serán una prueba importante.

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En Europa Occidental también se celebrarán elecciones políticas generales. Las elecciones al Parlamento Europeo de junio volverán a poner en primer plano la cuestión de la inmigración, así como, por supuesto, la guerra de Ucrania y la necesidad de producir más armamento. Sobre estas cuestiones, la opinión pública europea, como muestran las últimas encuestas, está muy dividida. Parece que este año el número de solicitantes de asilo de los países de la UE se acercará al de 2015-16, que había puesto en jaque el sistema de acogida en muchos países, es decir, casi un millón de personas. Ahora, muchas fuerzas políticas y votantes europeos ven la afluencia de inmigrantes como una amenaza a la identidad nacional y a su seguridad, a pesar de que en estos países hay una creciente necesidad de mano de obra para empleos poco cualificados y otros. Algunos politólogos predicen que las próximas elecciones europeas desplazarán el eje de la política europea aún más hacia la derecha, ya que los votantes optarán por partidos que exijan normativas de inmigración más estrictas y restrictivas.

En este artículo sólo abordaremos algunos escenarios que consideramos significativos, sin tener en cuenta el acontecimiento electoral más importante de este año, es decir, la elección en noviembre del presidente de los Estados Unidos de América, que trataremos en otro artículo.

Países del sur de Asia a las urnas

En 2024, muchos países importantes del sur de Asia acudirán a las urnas. El 7 de enero hubo votaciones en Bangladesh y el 8 de febrero en Pakistán; en mayo habrá votaciones en India y poco después en Sri Lanka. Previamente, en otoño de 2023, se celebraron elecciones presidenciales en Maldivas y parlamentarias en Bután.

En Bangladesh, la primera ministra saliente, Sheikh Hasina, obtuvo su quinto mandato con una victoria aplastante: lleva al frente del país desde 2009. En una votación boicoteada por la oposición, que la considera un «simulacro de democracia»[5], el partido de Hasina obtuvo la mayoría de los escaños parlamentarios, es decir, 223 de 400. El resultado se daba por descontado. De hecho, en los últimos años el país ha experimentado un importante crecimiento económico, que siguió a años de crisis. Sin embargo, algunos intelectuales y políticos acusan a menudo al gobierno de violaciones sistemáticas de los derechos humanos y de represión de la oposición. Según algunos, el resultado de las elecciones supone la confirmación y legitimación del régimen de partido único que rige desde hace varios años en el país asiático, donde las demás formaciones políticas son marginadas o mantenidas fuera de la escena pública[6]. En un mitin en Dhaka, los representantes de la oposición se presentaron ante los medios de comunicación internacionales amordazados, para simbolizar su boicot y exclusión de la vida política del país.

Otro país que aguarda cierta normalización democrática tras un largo periodo de crisis política interna es Pakistán. Aquí, las elecciones se aplazaron más allá del plazo regular debido a la tardía decisión de reorganizar las circunscripciones electorales, basándose en el censo, antes de la votación. Hoy, el país está administrado por gobiernos provisionales tanto a nivel federal como local. Estos órganos, según algunos analistas, son ilegales porque violan el dictado de la Constitución de que deben celebrarse nuevas elecciones en los 90 días siguientes a la disolución de las asambleas parlamentarias[7]. De hecho, las elecciones provinciales, que deberían haberse celebrado en Punjab y Khyber Pakhtunkhwa el año pasado, fueron aplazadas. Entre las protestas de los partidarios de Imran Khan, el primer ministro que fue impugnado por el Parlamento en 2022 y posteriormente condenado por corrupción, y el repentino regreso del ex primer ministro Nawaz Sharif, que también fue destituido en el pasado, «existe el temor de que la clase dirigente de Pakistán – es decir, los servicios de inteligencia militar – esté intentando manipular el proceso democrático»[8]. Esto no sería deseable, especialmente en este delicado momento, cuando más de 300.000 prófugos afganos, que buscan refugio, protección y asistencia, corren el riesgo de ser devueltos a la fuerza al país del que huyeron. Las elecciones del 8 de febrero estuvieron acompañadas de violencia y acusaciones de fraude. Imran Khan se atribuyó la victoria desde la cárcel, ya que la coalición que lideraba obtuvo un centenar de escaños. El partido de Sharif, apoyado por el ejército, fue el más votado y obtuvo 75 escaños. Ahora, la Liga Musulmana de Khan intenta crear un nuevo gobierno con el partido de Zardari de Bhutto, que obtuvo 54 escaños, y otros pequeños grupos. Por tanto, seguimos en una situación confusa de la que, según el jefe del ejército, «debemos salir cuanto antes»[9] para salvar al país.

En general, el año electoral en el sur de Asia es importante por dos factores. El primero es la fragilidad de las democracias en estos países, a menudo gobernados por el mismo partido – o las mismas familias – durante demasiados años, en las que las oposiciones están a veces «amordazadas», y la prensa controlada por los gobiernos en funciones. Dado que los habitantes del sur de Asia representan la mitad de la población mundial que vive bajo gobiernos determinados por las urnas, lo que ocurra en esta parte del mundo será decisivo para el estado de la democracia mundial. La segunda razón es que Asia Meridional tiene una importancia estratégica cada vez mayor: en términos económicos, podría convertirse este año en la región con la mayor tasa de crecimiento del mundo. También hay que decir que, demográficamente hablando, el 40% de la población de estos países tiene menos de 18 años. Lo que significa que las opciones político-electorales que se tomen tendrán repercusiones de gran alcance en cuestiones de política internacional. En efecto, muchos de estos Estados – Maldivas, Bután y Sri Lanka, en particular – tendrán que elegir entre aliarse con India o con China, los dos gigantes de Asia. En realidad, ningún país de la región puede desvincularse completamente de ninguna de estas dos potencias, dada la influencia geopolítica y económica de ambas. La rivalidad chino-india en el sur de Asia también tiene implicaciones políticas en los asuntos internos de los distintos Estados, especialmente cuando quieren acceder a los paquetes de rescate del Fondo Monetario Internacional.

Además, en los últimos tiempos Pekín ha mostrado una clara aversión a participar en iniciativas regionales y globales lideradas por India, como demostró la ausencia del presidente chino en la cumbre del G20 celebrada en Nueva Delhi el pasado septiembre. Esto no favorece ni el crecimiento democrático ni el económico de los países que gravitan en la órbita de las dos potencias asiáticas, que actualmente discrepan en varias cuestiones de política internacional: por ejemplo, la crisis del Mar de China Meridional o las relaciones con Estados Unidos.

Elecciones en la India

Pero son las próximas elecciones en India, el país más poblado del mundo, las que plantean algunos problemas. Cada vez se acusa más a India de haberse vuelto antiliberal en los últimos tiempos, debido a las fuertes tensiones religioso-identitarias. La religión, es decir, el hinduismo, y la economía parecen ser los dos pilares principales de la política interior del Primer Ministro indio Narendra Modi. El 22 de enero, dio el pistoletazo de salida a la campaña electoral para su tercer mandato como primer ministro con la consagración de un templo hindú, que costó 220 millones de dólares. Este acto causó alarma entre los 200 millones de musulmanes de la India, que desde hace tiempo se sienten discriminados, y entre muchos ciudadanos de cultura y mentalidad laicas[10]. Aunque el Tribunal Supremo indio ya había declarado claramente en una sentencia de 1994 que «la política y la religión no pueden mezclarse», el Primer Ministro lleva un buen tiempo promoviendo abiertamente su proyecto nacionalista hindú como base identitaria de su política interior.

El segundo pilar sobre el que descansa la política de Modi es la extraordinaria modernización de India. «Entre las economías más importantes, la India es la de más rápido crecimiento del planeta y ya es la quinta más grande. Los inversores mundiales brindan por las florecientes infraestructuras y la creciente sofisticación tecnológica. Su visión de la grandeza nacional tiene tanto que ver con la riqueza como con la religión. El peligro es que un arrogante chovinismo hindú socave sus ambiciones económicas»[11].

Para comprender el significado de la consagración del templo hindú, construido en el lugar donde antes había una mezquita, hay que remontarse a 2002, cuando Modi era un simple gobernador de la región de Gujarat. Era un ardiente nacionalista y apoyaba, como muchos hindúes de la región, la necesidad de derribar la mezquita – cosa que se hizo, lo que provocó agrios enfrentamientos entre las dos comunidades – y construir un templo hindú en el lugar de nacimiento del dios Ram. Esto situó a Modi en el centro de la escena política nacional. Su antaño marginal Partido Bharatiya Janata (BJP) se convirtió entonces en el partido más importante del país, dominando la escena política nacional[12].

Los activistas más radicales del BJP han ganado poder en muchas regiones de India en los últimos 10 años. También se han producido ataques masivos contra los musulmanes. Algunos estados han aprobado leyes contra la conversión. Modi, por su parte, exacerbó la islamofobia al promover una ley de ciudadanía que discriminaba a los musulmanes. Su estilo de gobierno, según algunos analistas occidentales, también ha implicado ataques contra los pilares del antiguo orden liberal de la India, como la prensa, los tribunales y muchos políticos de la oposición.

Si Modi y su partido ganaran las elecciones, podrían avanzar en su proyecto fanático de luchar contra la comunidad islámica, y así sustituir las mezquitas por templos hindúes y cambiar las disposiciones constitucionales sobre el derecho de familia musulmán. Ahora bien, Modi, que, aunque hindú convencido, es también un político realista, es poco probable que escuche a las franjas más radicales de su partido, aunque el elemento religioso desempeñará un papel no desdeñable en sus opciones políticas. De momento, pretende subirse al optimismo económico que vive India, con una tasa de crecimiento del 7% en los últimos trimestres, a pesar de que existen diferencias muy grandes de desarrollo industrial entre las distintas partes del país.

Según algunos analistas, este optimismo debe moderarse a la luz de la incapacidad de India para afrontar dos grandes retos. El primero es la desigual distribución de los beneficios de este rápido crecimiento económico, que han ido a parar principalmente a las personas que ya tienen unos ingresos medios o altos. El segundo reto está relacionado con el hecho de que el rápido crecimiento del PIB no ha generado suficientes puestos de trabajo para absorber a los jóvenes desempleados, que siguen siendo muchos. Además, el censo decenal, que debía completarse en 2021, se ha pospuesto hasta una fecha posterior. Por lo tanto, ni el gobierno ni los ciudadanos saben cuántas personas hay realmente en la India, dónde viven y sus condiciones de vida y empleo[13].

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En resumen, «a medida que se acerca un tercer mandato, Modi debería darse cuenta de que, para hacer realidad su sueño de convertir a la India en una gran potencia, debe seguir buscando un equilibrio entre los dos pilares». Lo que requiere moderación y realismo. Si fracasara, «se esfumarían las esperanzas de 1.400 millones de personas y las perspectivas de un futuro mejor para la economía mundial»[14].

En política exterior, si bien es cierto que India y Occidente tienen intereses comunes – por ejemplo, el de contener la expansión económica de China –, esto no significa que sus objetivos sean similares. Nueva Delhi, como hemos visto en los últimos tiempos, rara vez promueve la democracia como elemento central de su relación con los Estados. Normalmente prefiere no alinearse, como ocurrió con el conflicto de Ucrania. India es, por tanto, partidaria del orden internacional basado en reglas compartidas, especialmente en el ámbito económico, que sin embargo no coincide con el orden internacional liberal (tal y como lo define Occidente), sobre el que tiene una postura más matizada, a veces ambigua, a veces oportunista[15].

Elecciones en Taiwán

Las elecciones – tanto parlamentarias como presidenciales – celebradas el 13 de enero de 2024 en Taiwán merecen especial atención, debido a lo delicado del tema y a las implicaciones internacionales del asunto político en esta pequeña isla del mar de China. En las elecciones parlamentarias, el Partido Progresista Democrático (PPD) obtuvo un sorprendente tercer mandato consecutivo. En las presidenciales, la victoria fue para Lai Ching-te, descrito por Pekín en los días previos como un «peligroso separatista»[16]. Hay que recordar que, aunque Lai obtuvo el 40% de los votos, su partido perdió el control del parlamento. Este hecho no escapó a los órganos de propaganda de la China continental, que hicieron hincapié en los malos resultados del PPD en comparación con el pasado. Lo cierto es que tanto los dirigentes políticos chinos como la opinión pública no expresan actualmente ningún deseo de agravar el conflicto, sino de encontrar un punto de acuerdo con vistas a la tan deseada «re-unión»[17].

De hecho, en sus primeras declaraciones, tanto los líderes de Pekín como los de Taiwán utilizaron tonos más bien sosegados. Pekín se comprometió a «trabajar con los partidos políticos, los grupos y los ciudadanos en todos los ámbitos para promover los intercambios y la cooperación». Lai reconoció que tiene «la gran responsabilidad de mantener la paz y unas relaciones estables» con China. Esta moderación es una buena señal teniendo en cuenta el recalentado entorno internacional. Algunos países occidentales, como Estados Unidos, Japón y el Reino Unido, felicitaron el resultado de la votación. Y el gobierno chino se ha quejado a estas potencias, pidiéndoles que se mantengan al margen de los asuntos internos de China[18].

De hecho, el estrecho de Taiwán, que separa la isla de China continental, es un polvorín. Como es bien sabido, Pekín reclama la soberanía sobre Taiwán y amenaza con atacarla, en caso de que la isla siga adelante con una declaración de independencia, lo que socavaría la causa de la unificación, que debería tener lugar, según la propaganda china, en 2049, en el centenario de la Revolución china. Por su parte, el partido ganador de las recientes elecciones rechaza la definición de Taiwán como «provincia» china.

En cualquier caso, todos deberían centrarse en el mantenimiento de la paz: Pekín debería detener las maniobras militares en torno a la isla; Lai y los altos funcionarios de la isla deberían mantener la prudencia en sus discursos públicos y fomentar los contactos directos con sus colegas de la China continental. Estados Unidos también debería evitar provocar innecesariamente a China. En última instancia, «el equilibrio político actual es frágil, pero es mucho mejor que una guerra que podría degenerar en un choque de superpotencias»[19].

Por último, el hecho de que 2024 sea un «año electoral» es en sí mismo un dato positivo: cerca de 2.000 millones de personas acudirán a las urnas, y esto es una señal, aunque sólo sea formal, de que la mayoría de los Estados consideran el sistema de representación democrática, aunque imperfecto, preferible a otras formas de gobierno.

  1. «2024 is the biggest election year in history», en The Economist, 7 de enero de 2024. Estas encuestas fueron realizadas por el Economist Intelligence Unit, que provee a los operadores de la información con previsiones y servicios de consulta sobre varios temas específicos.

  2. Cabe señalar que se incluyen en este número los 27 países de la Unión Europea.

  3. «2024: will be stressful for those who care about liberal democracy», en The Economist, 13 de noviembre de 2023.

  4. Ibid.

  5. F. Venturi, «Quinto mandato in Bangladesh per Sheikh Hasina, l’opposizione protesta», en AGI (www.agi.it/estero/news/2024/01-08/elezioni-bangladesh-vice-sheukh-hasina-24736224), 8 de enero de 2024.

  6. Cfr. Ibid.

  7. Cfr. «Imran Khan warns that Pakistan’s election could be a farce», en The Economist, 4 de enero de 2024.

  8. Cfr. C. Bajpaee, «Democrazie imperfette si preparano al voto», en Internazionale, 3 de enero de 2024, 31.

  9. Cfr. C. Pizzati, «Pakistan, bombe e brogli, ma l’avatar di Imran Khan dalla cella canta vittoria», en la Repubblica, 11 de febrero de 2024, 12.

  10. Cfr. A. Truschke, «India’s Ayodhya Temple is a Huge Monument to Hindu Supremacy», en Time, 19 de enero de 2024.

  11. «Narendra Modi’s illiberalism may imperil India’s economic progress», en The Economist, 18 de enero de 2024.

  12. Cfr. G. Sale, «L’India di Modi: tra tradizionalismo induista e coronavirus», en Civ. Catt. 2020 II 457-470.

  13. Cfr. J. Ghosh, «I problemi nascosti dietro la crescita indiana», en Internazionale, 19 de enero de 2024, 34.

  14. «Narendra Modi’s illiberalism may imperil India’s economic progress», cit.

  15. Cfr. C. Bajpaee, «Democrazie imperfette si preparano al voto», cit., 31.

  16. K. Brown, «Lai Ching-te won Taiwan’s Presidency, but his biggest challenge lies ahead», en Time, 13 de enero de 2024.

  17. «How China’s pubblic views Taiwan’s elections», en The Economist, 18 de enero de 2024; Ch. Campbell, «Taiwan’s election isn’t a disaster for Xi Jinping», en Time, 15 de enero de 2024.

  18. Cfr. «Taiwan: vittoria della democrazia», en Internazionale, 19 de enero de 2024.

  19. «Equilibri delicati a Taiwan», ibid., 17.

Giovanni Sale
Después de realizar estudios en derecho en 1987 ingresó a la Compañía de Jesús, en la cual fue ordenado presbítero. Desde 1998 es parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica. Enseña, además, Historia de la Iglesia Contemporánea en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha trabajado durante años en el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús, del que fue su último director.

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