Juan Pablo II, en su visita a España en 1982, tuvo un encuentro con trabajadores y empresarios en el que afirmó que el trabajo, que es ciertamente un bien del hombre y para el hombre, no se puede valorar adecuadamente sin reconocer de antemano la inviolable dignidad de todo ser humano. Añadió que el paro involuntario va contra el derecho a tenerlo, un derecho fundamental por ser absolutamente necesario para poder lograr satisfacer las necesidades vitales. Luego, tras reconocer y alabar a los empresarios, por su labor de generadores de empleo y riqueza, les invitó a reflexionar sobre la concepción cristiana de la empresa. Les recordó que la economía no tiene sentido si no se refiere al hombre, al que deben servir. Dado que el trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo, de igual modo la empresa es para el hombre, y no el hombre para la empresa[1].
Karol Wojtyla, que hacía sólo un año que había publicado su encíclica Laborem excercens (LE)[2], renovó su propuesta central: la necesidad de superar la innatural e ilógica antinomia entre capital y trabajo. Recalcó que solamente el hombre – empresario u obrero – es sujeto del trabajo y es persona; el capital no es más que un conjunto de cosas. Concluyó sintetizando el concepto de empresa propio de la Doctrina Social de la Iglesia: esta no es sólo una estructura de producción, sino una comunidad de vida, un lugar donde el hombre convive y se relaciona con sus semejantes en la que el desarrollo personal es fomentado.
En lo que sigue queremos dilucidar si se plantea así solo un ideal o se trata de un proyecto realizable. ¿Qué modelos de empresa puede inspirar? De hecho, ¿los ha inspirado?
Las relaciones humanas en la empresa
¿Qué significa considerar la empresa como una comunidad humana? Estamos ante una propuesta desarrollada paulatinamente. Sólo se comprende su alcance poniendo de relieve su comprensión del trabajo, de su remuneración y del papel de los trabajadores en la gestión de la empresa; y qué concepción se tiene de la función y de los deberes del empresario.
El trabajo es la preocupación primera de la Doctrina Social de la Iglesia. Está en su mismo origen ya que no nació como una consideración abstracta, sino como una reacción ante las condiciones concretas – inhumanas – del trabajo en las fábricas y las minas que trajo la Revolución industrial. Con expresiones muy cercanas a las de Karl Marx, León XIII, en la Rerum novarum (RN), denunció que un grupo reducido de opulentos y adinerados había impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre de proletarios. De ahí que lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos que abusan de las personas. Se ha de mirar que la jornada de trabajo no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas y siempre a condición de que el trabajo se interrumpa de cuando en cuando y se dé lugar al descanso[3].
Su segunda preocupación y exigencia es que el salario sea justo y de ahí brota la fundamentación del necesario papel los sindicatos. Clave para juzgar la justicia de las relaciones entre los empleados y los empresarios, no puede ser sin más el salario determinado por el libre juegos de la oferta y la demanda[4]. Tiene que cubrir las necesidades de la familia que depende del trabajador y, a la par, tiene que tener en cuenta las condiciones económicas de la empresa y del conjunto de la sociedad nacional. Estas afirmaciones fueron subrayadas por Pio XI en la Quadragesimo anno (QA).
Paulatinamente se fue haciendo presente en el discurso de los papas el derecho a la participación en la gestión como una exigencia natural del trabajo. Pío XI , recogiendo la reflexión provocada por las reacciones en 40 años de vigencia del sistema capitalista y a los años de la Crisis de 1929, aconseja que en el contrato de trabajo se introduzcan elementos del contrato de sociedad. De este modo los empleados se hacen socios en el dominio y administración y participan en cierta medida de los beneficios. Continuaron este discurso Juan XXIII en la Mater et magistra (MM) y el Vaticano II en la Gaudium et spes (GS)[5].
La Laborem exercens (1981) de Juan Pablo II representa el punto culminante de la Doctrina pontificia al considerar que el trabajo es la clave más adecuada para comprender y valorar éticamente todos los problemas sociales. La encíclica parte de la constatación del gran conflicto desencadenado por la Revolución Industrial entre el «mundo del capital» y el «mundo del trabajo», al tratar los empresarios de establecer el salario más bajo, con una falta de seguridad en el trabajo y sin garantías de salud. Recuerda que el principio de la Doctrina social es el de la prioridad del «trabajo» frente al «capital». El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el «capital», siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. No se puede separar el «capital» del trabajo, ni contraponer el trabajo al capital ni el capital al trabajo, ni los hombres concretos, que están detrás de estos conceptos. La encíclica establece que intrínsecamente verdadero y a su vez moralmente legítimo, puede ser aquel sistema de trabajo que en su raíz supera la antinomia entre trabajo y el capital, tratando de estructurarse según el principio expuesto más arriba de la sustancial y efectiva prioridad del trabajo[6].
El empresario en la Doctrina social de la Iglesia
Ciertamente la Iglesia se ha preocupado de ir concretando el perfil del empresario que considera apropiado para llevar adelante su propuesta sobre la empresa, no podía ser de otro modo. Lo ha ido haciendo al hilo de las diversas circunstancias reinantes. Así, León XIII, en pleno estallido de la Revolución industrial, enunció las relaciones entre empresario y trabajador en términos de patrono-obrero. Estableció que los patronos no deben tratar a los obreros como esclavos, deben respetar su dignidad, no imponer un trabajo excesivo y pagar el trabajo a su tiempo. Los obreros deben cumplir el contrato, no dañar el capital ni ofender a los patronos y no provocar sediciones.
Este era el discurso pertinente en aquel momento. La evolución de los hechos económicos hizo que se fueran incorporando nuevos elementos en el análisis. Por ello, Juan XXIII, que continúa y desarrolla la visión de Pío XI sobre el derecho de los trabajadores a la participación en la vida activa de la empresa, atribuye al empresario la misión de garantizar la necesaria unidad para una dirección eficiente[7].
En este contexto, Pío XII manifestó su encomiástico aprecio a la labor de los empresarios por el papel trascendental que desempeñan en el progreso de la economía: «Sería erróneo creer que esta actividad coincide siempre con el propio interés […] debería compararse al invento científico, a la obra artística salida de una inspiración desinteresada y que se dirige mucho más al conjunto de la comunidad humana a la que enriquece»[8]. Pablo VI confirmo y amplificó este retrato del empresario: «Cualquiera que sea el juicio que se dé sobre vosotros hay que reconocer vuestra bravura, vuestra potencia, vuestra indispensabilidad. Vuestra función es necesaria en una sociedad que tiene su vitalidad, su grandeza y su ambición en el dominio de la Naturaleza. Tenéis muchos méritos y mucha responsabilidad»[9].
Visión del empresario tras el colapso del comunismo y la crisis del 2008
La Doctrina social de la Iglesia consta de principios inmutables y aplicaciones contingentes y cambiantes en respuesta a los diversos problemas que se van planteando. Esta dimensión histórica, que les tan propia, le hizo reaccionar ante dos acontecimientos trascendentales. Hace treinta y cuatro años, en 1991, la Unión Soviética desapareció. En el 2008 asistimos a una nueva crisis financiera que hizo tambalear a la economía internacional. Dos encíclicas tomaron en consideración las enseñanzas de estos hechos, la Centesimus annus (CA)de Juan Pablo II y la Caritas in veritate (CV) de Benedicto XVI.
Según Juan Pablo II, el factor decisivo que puso en marcha el proceso de caída del comunismo fue, sin duda alguna, la violación de los derechos del trabajador (cf. CA n. 23). A este se unió la ineficiencia del sistema económico como consecuencia de la violación de los derechos humanos a la iniciativa, a la propiedad y a la libertad en el sector de la economía. Esto le lleva a reconocer que el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades; y que es evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo[10]. Antes, Juan Pablo II, en la aludida Laboren exercens, había distinguido dos tipos de empresarios. El directo es la persona o institución con quien el trabajador estipula directamente el contrato de trabajo según determinadas condiciones; el indirecto comprende a todos aquellos que influyen de una manera u otra en el contrato y las condiciones de trabajo (partidos políticos, sindicatos, colegios profesionales, asociaciones de consumidores y el propio Estado).
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Benedicto XVI, en reacción a la crisis económica del 2008 – la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, provocada por la especulación financiera a partir de las hipotecas sin garantías suficientes concedidas en los EE.UU – afirmó que el gran desafío es demostrar que los principios tradicionales de la ética social no pueden ser ignorados y que el principio de gratuidad y la lógica del don como expresión de fraternidad pueden y deben encontrar su lugar dentro de la actividad económica normal como exigencia de la lógica económica, de la caridad y de la verdad[11].
A partir de ellas se fue gestando un documento del Pontificio Consejo Justicia y Paz que vió la luz en el 2012 con un título un tanto sorprendente: La vocación del líder empresarial [12].
La vocación empresarial
El documento La vocación del líder empresarial es una guía, destinada a los empresarios así como a los docentes de economía, que pone en evidencia la importancia de la vocación de los empresarios en el contexto de la economía globalizada, así como la contribución de los principios fundamentales de la Doctrina social de la Iglesia para la organización de las modernas actividades empresariales[13]. Sus formulaciones centrales se pueden resumir en los siguientes puntos:
1º Cuando las empresas y los mercados, regulados adecuadamente por los gobiernos, funcionan bien, contribuyen de un modo irremplazable al bienestar material y espiritual de la sociedad. La experiencia reciente de la crisis financiera ha evidenciado hasta qué punto, cuando esto no se da, el daño causado es enorme.
2º Los líderes empresariales cristianos, siempre pueden contribuir a la consecución del bien común.
3º Las dificultades para contribuir con su labor y servir al bien común provienen de la falta del imperio de la ley, la corrupción, la avaricia y una pobre administración de los recursos; pero, a nivel personal, la mayor dificultad es aceptar llevar una vida dividida y expresar una lamentable devoción al éxito mundano. Un liderazgo de servicio, basado en la fe ayuda a equilibrar las exigencias del mundo de los negocios con los principios de la ética social. Esto exige ver, juzgar y actuar.
4º Ver los signos de los tiempos implica considerar cuatro factores en sí ambiguos y entrelazados: la globalización, el desarrollo de las comunicaciones, el de la economía financiera y el auge del individualismo.
5º Las buenas decisiones empresariales son aquellas que se fundamentan en el respeto de la dignidad humana y la búsqueda del bien común. Esto lleva a que se produzcan bienes que satisfagan auténticas necesidades humanas de un modo responsable, con una organización que reconozca la dignidad de los trabajadores. Estos desde el principio de subsidiariedad, adquieren experiencia, se hacen cargo de sus responsabilidades y pueden tomar decisiones. Usando su libertad e inteligencia se constituyen en coempresarios. Se logra así una riqueza sostenible que se puede distribuir justamente, esto es, desde unos precios, salarios, beneficios e impuestos justos.
6º Los líderes empresariales siguen su vocación cuando integran virtudes y principios éticos en su trabajo diario. De este modo, quienes mucho han recibido devuelven mucho a la comunidad. Crean así un mundo mejor. Su sabiduría práctica les permite responder a los retos: verlos, juzgarlos según principios iluminados por el Evangelio, y actuar como creyentes que sirven a Dios
Valoración del documento
Este documento desarrolla qué potencialidades tiene el mercado en su mejor versión y cómo corresponde comportarse en él. Las aportaciones fundamentales de este documento son, como evidencia su título, la actividad empresarial entendida en clave de llamada, de vocación cristiana; la estrecha relación de ésta con la consecución del bien común, y, por ello, una visión positiva de esta actividad en cuanto genera riqueza y con ello la posibilidad de repartirla.
Esta reflexión se dirige a los que, trabajando en las empresas, tienen, en lo más íntimo de su ser, la convicción profunda haber sido llamados por Dios a esta actividad, y a ser por tanto colaboradores en su Creación. De aquí se parte. Más aún, se refuerza inmediatamente esta convicción afirmando que la vocación a la práctica empresarial es una llamada genuina, tanto en términos humanos como cristianos. Hay que tener en cuenta que este documento nació en un seminario sobre la encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI, y en ella es central la reflexión sobre el desarrollo humano como vocación[14].
La importancia de esta formulación no puede ser exagerada. Como decimos, contra la opinión de quienes piensan que trabajar en el sistema de mercado es algo difícilmente compatible con una vida cristiana, con la práctica de una espiritualidad, aquí se afirma, ya desde el título, todo lo contrario, es decir, que esta actividad constituye una auténtica vocación cristiana y además es de una importancia tal que no hace falta ni fundamentar. Contribuye al bien común. Una buena gestión promueve la dignidad de los empleados y el desarrollo de virtudes como la solidaridad, la sabiduría práctica, la disciplina y el sacrificio. Los beneficios potenciales están presentes. Basta mirar la historia reciente para comprender cuánta innovación gestada en las empresas ha traído prosperidad en innumerables formas, algunas tan notables como la erradicación de terribles enfermedades. Cuando hablamos y ponderamos los beneficios que nos ha traído el desarrollo económico, con frecuencia nos olvidamos de reconocer a quienes han jugado un papel esencial en él, o sea, los empresarios creadores de riqueza, que han hecho nuestras sociedades más prósperas, más humanas. A ellos hay que atribuir gran parte del mérito de que vivamos, en zonas desarrolladas, mucho mejor que nuestros padres y abuelos.
¿Cuál es el límite fundamental de este documento? Quizá que refleja un contexto concreto: el mundo académico y empresarial católico en los EE.UU[15]. Refleja sus realizaciones y convicciones sobre cómo deberían ser las empresas en toda su gama. Expresa la empresa ideal[16]. El propio documento es consciente de que «construir una empresa que sea una comunidad de personas […] no es una tarea fácil. En especial, las grandes multinacionales pueden encontrar dificultades en el crear prácticas y políticas que impulsen una comunidad de personas entre sus miembros»[17].
La realidad de las empresas tradicionales
Las organizaciones empresariales tradicionales se caracterizan por separar a los trabajadores de los propietarios, concentrar el poder de decisión en la propiedad y atribuir a esta los beneficios económicos. Dado que ante todo pretenden maximizar la riqueza de los accionistas, persiguen implacablemente minimizar costes. Esto quiere decir que dado que para ellas los trabajadores son un mero factor de producción, para aliviar una situación económica o simplemente para mejorar la rentabilidad, recurren a implementar políticas de despido.
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La pérdida de un empleo tiene consecuencias desastrosas para los trabajadores afectados, sus familias y la comunidad. Sufren falta de soporte económico, desmoralización humana, pérdida de autoestima, de dignidad y marginación social.
Sabido es que la globalización productiva viene implicando pérdidas de puestos de trabajo, provocando que estos emigren a economías menos desarrolladas, donde obtienen salarios menores[18]. Las fusiones tiene como consecuencia que frecuentemente quienes construyeron la empresa son despedidos. La automatización implica que los robots hagan trabajos que antes hacían los humanos. «Reestructuración» es un eufemismo de despido. Además, prescindir de trabajadores estables crea un grupo contingente de trabajadores a tiempo parcial con duración limitada por un salario inferior. De este modo se beneficia la propiedad.
A menudo se ofrecen explicaciones poco fiables para echar a los trabajadores, todo un atentado contra la dignidad humana y la dignidad del trabajo humano. ¿Cuántos directivos asumen alguna responsabilidad personal pidiendo disculpas por los errores que contribuyeron a causar los problemas que están resolviendo con los despidos? ¿ Cuántos aceptan una reducción en su sueldo y prebendas para compartir el peso del ajuste? Los hay quienes incluso ganan prestigio como directivos duros capaces de prescindir de personas. Estas son para ellos sólo fuerza de trabajo.
Esta práctica crea un entorno de miedo y abuso en el lugar de trabajo. Los que siguen empleados suelen verse sobrecargados y vulnerables. El jefe coercitivo provoca malestar, induce dolor, causa malestar. Trabajar en un entorno de miedo despoja a las personas de su dignidad: «El miedo impregna todo nuestro ser, convierte el valor en cobardía, nuestra pasión en dolor, nuestra verdad en mentira y nuestra mente creativa y fértil en un páramo. Puede acabar con nuestras almas y con nuestras ideas»[19].
Juan Pablo II escribió: «En el trabajo, el hombre no debe experimentar una rebaja de su propia dignidad […]. Es bien sabido que es posible utilizar el trabajo de diversas maneras contra el hombre […], que el trabajo puede convertirse en un medio de opresión del hombre, y que es posible explotar de diversas maneras el trabajo humano, es decir, al trabajador» (LE 21)[20]. A la par, condenó el pensamiento económico que reduce el trabajo humano a una «mercancía» que el trabajador «vende» al empresario, propietario del capital, a ser un mero factor de producción[21]. Para el Nobel de economía, Milton Friedmann, la responsabilidad social de las empresas se ciñe a aumentar sus beneficios[22].
El economicismo lleva a excluir personas
En un mundo cada vez más competitivo y feroz los derechos de los trabajadores se resienten. La irrupción de China en la economía mundial ha afectado a los salarios de muchos trabajadores en Occidente negativamente, con consecuencias sociales y políticas[23]. Tras la gran recesión de 2008, el factor trabajo quedó marcado por una intensificación de la precarización y desigualdad, una mayor flexibilidad laboral, y cambios estructurales derivados de la polarización del empleo y el avance tecnológico. Aunque hubo esfuerzos por mitigar los efectos de la crisis, sus impactos aún son visibles en las condiciones laborales y las desigualdades socioeconómicas a nivel global[24]. El Fondo Monetario Internacional y la Organización Internacional del Trabajo evaluaron el panorama en estos términos: «El desempleo golpea especialmente fuerte a las economías avanzadas y tendrá repercusiones sociales a largo plazo, como por ejemplo, en la salud y en los niños de los trabajadores despedidos»[25]. Numerosos estudios vienen poniendo de relieve que el desempleo y el subempleo son causas de suicidio[26]. ¿No es este el contexto de la denuncia del papa Francisco: «Hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”»[27]?
La imagen que obtenemos de la vida económico-empresarial moderna no es agradable. Demasiadas veces, se descarta a los que se dice que sobran y no se respeta a los que simplemente se utiliza. Con ello, el riesgo es que demasiados seres humanos no logren hacer frente a los retos que se presentan y caigan en la depresión y la marginación[28].
Se trata de poner en práctica la vocación hermosa que tiene el ser humano de ser constructor de la fraternidad. La cultura de la indiferencia y el descarte ha de ser contrarrestada por el fomento de la cultura del cuidado[29]. Esto exige abordar la cuestión central de cómo superar la antinomia entre el capital y el trabajo reconociendo la prioridad del trabajo (cf. LE13).
Un nuevo modelo de empresa acorde a la dignidad del trabajo
El movimiento cooperativo cuenta con casi 200 años de existencia. Surgió como reacción a los excesos del capitalismo. Sus promotores se inspiraron en las ideas de los socialistas utópicos, sobre todo, en Robert Owen.
A día de hoy, más de 720 millones de personas de todo el mundo tienen alguna relación con una cooperativa. El hecho de que en ningún país representan más del 10% del PIB muestra que esta fórmula no ha supuesto una alternativa mayoritaria a las fórmulas societarias tradicionales. Sin embargo, hay una excepción, la Corporación Mondragón, una referencia mundial del movimiento cooperativista por su desarrollo y su coherencia. Se trata del mayor grupo empresarial del País Vasco y el décimo de España[30]. Un modelo paradigmático de creación y mantenimiento de empleo.
Estas empresas se caracterizan por el principio de que todas las personas tienen la misma dignidad y deben ser tratadas conforme a ella. Esto último se materializa en la promoción de la participación de los trabajadores en la gestión, en los beneficios y en la propiedad de las empresas. La solidaridad entre sus componentes se manifiesta en un abanico salarial razonable. Se facilita así la cohesión social y que haya un proyecto compartido. La finalidad de la organización no es exclusivamente obtener beneficios sino producir bienes útiles para las personas y la sociedad, de cuyos problemas la empresa ha de hacerse también responsable para colaborar en su resolución. Estas empresas son parte de un grupo en el que hay una inter-cooperación, de modo que una cooperativa acepta las personas excedentes de otras. No se prescinde de ningún socio, se le reubica. El padre Arizmendiarrieta, su inspirador, tenía como objetivo un proyecto de transformación social que comenzaba con la transformación de la empresa en base a los principios y valores del humanismo cristiano. Su visión, en sus propias palabras, es que «el socio de la cooperativa, además de ser un trabajador, es también un emprendedor»[31].
Hacia un cambio de paradigma
La gran tarea hoy es tratar de evangelizar la economía, y esto implica concebir la empresa, primera célula económico social, adecuadamente. Lograr una economía tan ética como eficaz, que se preocupe también por la comunidad.
Hoy se están multiplicando alternativas a la organización tradicional. Así, en la Caritas in veritate se alude a la Economía de Comunión. Fundada por Chiara Lubich en mayo de 1991 en São Paulo, está formada por empresarios, trabajadores, directivos, consumidores, ahorradores, ciudadanos, investigadores y operadores económicos comprometidos a distintos niveles en la promoción de una praxis y una cultura económica caracterizadas por la comunión, la gratuidad y la reciprocidad, proponiendo y viviendo un estilo de vida alternativo al dominante en el sistema capitalista. Otras propuestas empresariales en esta línea son movimientos como el de la autogestión, la economía solidaria, la economía de cooperación, la economía civil de mercado, la economía del bien común o la economía popular y solidaria.
Todos sabemos que los cambios de paradigma no se dan de golpe en la sociedad ni a la misma velocidad en todos sus componentes. Pero, sin duda este es uno de los compromisos que asumió el Papa Francisco. De la Declaración final de La Economía de Francisco entresacamos dos párrafos conclusivos: «Creemos firmemente que a través del trabajo podemos participar en la creación de Dios al realizarnos en nuestras comunidades. Pedimos una nueva cultura del trabajo que priorice la dignidad de las personas, reconozca el aporte de cada trabajador, genere valor económico compartido y rompa con la pobreza laboral. […] Creemos en la gestión como el arte de unir a las personas por el bien común a través del liderazgo comunitario, no de la supremacía»[32].
Sin creer en ideales no se puede vivir. Lograrlos hace que se pueda vivir a la altura de la vocación a la que hemos sido llamados (cf. Ef 4,1-13).
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Cf. Juan Pablo II, s., Encuentro con los trabajadores y empresarios, Barcelona, 7 de noviembre de 1982 (https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1982/november/documents/hf_jp-ii_spe_19821107_lavoratori-imprenditori.html) ↑
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Con ella inició su obra de dinamización de la Doctrina Social de la Iglesia, confiriéndole una importancia mayor que la que antes tenía, y acentuando aspectos que el talante del Vaticano II y del propio Pablo VI habían dejado más a la sombra. Se trataba de un Papa diferente, uno que venía del frío y había conocido en sus propias carnes el socialismo real y experimentaba ahora el liberalismo. ↑
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Esta denuncia, todavía hoy, mantiene su razón de ser. Por ejemplo, a los cosechadores, en los campos de Florida y Texas (EEUU), la legislación laboral no les reconoce el derecho a descansos programados para evitar los golpes de calor (cf. https://www.aljazeera.com/program/fault-lines/2024/10/23/deadly-heat) ↑
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Recuérdese el célebre pasaje de John Steinbeck: «Suponga que usted debe emplear un trabajador, y que sólo un hombre desea el empleo. Debe pagarle lo que pida. Pero suponga que hay cien hombres. […] Suponga que esos cien quieren ese empleo. Suponga que tienen hijos y que esos hijos tienen hambre. Suponga que una moneda de diez céntimos compra al menos una papilla para esos hijos […] Ofrézcales solamente diez céntimos y se matarán unos a otros por esos diez centavos» (J. Steinbeck, Las uvas de la ira, Planeta 1981, 271-272). ↑
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Cf. QA 65, MM 82-83 y GS 65. ↑
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Cf. LE 13. ↑
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Cf. MM 83-91. ↑
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Pío XII, Discurso a los participantes del Congreso de la Asociación Internacional de los economistas, Roma, 9 de septiembre de 1956, en Acta Apostolicae Sedis XLVIII, 673. ↑
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Pablo VI, s., Discurso en el XI Congreso de la Unión de Empresarios y Dirigentes Católicos, 8 de junio de 1964 (https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/speeches/1964/documents/hf_p-vi_spe_19640608_economia.html). ↑
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Cf. CA 23; 24; 32. ↑
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Cf. CV 36. ↑
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El documento tiene su origen en un seminario, en febrero 2011, sobre «Caritas in Veritate: la lógica del don y el significado de la empresa» organizado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz (PCJP), el John A. Ryan Institute for Catholic Social Thought en la University of St. Thomas en Minneapolis, Minn., y la Fundación Ecophilos . El documento, elaborado por un equipo de colegas de todo el mundo, fue coordinado Michael Naughton, director del Instituto John A. Ryan, y Helen Alford, actual presidente de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales (https://tinyurl.com/yckcd2uj). ↑
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Su última edición, en inglés, que data de 2018, incorpora las enseñanzas más recientes del papa Francisco en lo referente a la vocación del empresario, la ecología integral, el paradigma tecnocrático y la importancia de una distribución más justa de la riqueza (https://tinyurl.com/fe32ymfp) ↑
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Cf. CV 11; 16-19. ↑
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Cf. H. Alford, M. Naughton, Managing as if Faith Mattered, Christian Social Principles in the Modern Organization, Notre Dame IN, University of Notre Dame Press, 2001. ↑
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Cf. S. Del Bove – F. de la Iglesia, «Annotazioni a margine del decennale della pubblicazione del documento “La vocazione del leader d’impresa”», en Gregorianum, n. 103, 2022, 877-900. ↑
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La Vocación del líder empresarial, cit., 59. ↑
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Cf. M. Camdessus, «Globalization, Subjective Dimensions of Work and the World Social Order», en Pontifical Council for Justice and Peace, Work as Key to the Social Question, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2002, 291-300. ↑
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L. WRIGHT – M. SMYE, Corporate Abuse: How «Lean and Mean» Robs People and Profits, New York: MacMillan, 1996, 6. ↑
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Cf. H. Alford, «Job design in the perspective of “Laborem Exercens”, en Pontifical Council for Justice and Peace, Work as Key to the Social Question, cit., 215-233. ↑
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R. G. LIPSEY – P. N. COURANT – D. D. PURVIS – P.O. STEINER, Econornics: Tenth Edition, New
York, Harper Collins College Publishers, 1992, 178; P. Drucker, Management: Tasks, Responsibilities, Practices, New York, Harper Colophon, 1985, 40. ↑
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Cf. M. Friedman, «A Friedman Doctrine – The Social Responsibility of Business Is to Increase Its Profits», en The New York Times (www.nytimes.com/1970/09/13/archives/a-friedman-doctrine-the-social-responsibility-of-business-is-to.html), 13 de septiembre de 1970. ↑
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Cf. R. B. Freeman, «Are Your Wages Set in Beijing?», en The Journal of Economic Perspectives, vol. 9, n. 3, 1995, 15-32 (www.aeaweb.org/articles?id=10.1257/jep.9.3.15). ↑
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F. Hoffer, «La Gran Recesión. ¿Un momento decisivo para el trabajo?», en Crisis financieras, deflación y respuestas de los sindicatos. ¿Cuáles son las enseñanzas?, Ginebra, Oficina internacional del trabajo, 2010 (https://tinyurl.com/3wxzzmbr). ↑
-
«Fuerte aumento del desempleo debido a la recesión mundial», in Boletín del FMI, 2 settembre 2010 (www.imf.org/external/spanish/pubs/ft/survey/so/2010/new090210as.pdf). ↑
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Cf. A. Skinner et Al., «Unemployment and underemployment are causes of suicide», en Science Advances, vol. 9, n. 28, 12 de julio de 2023 (www.science.org/doi/10.1126/sciadv.adg3758). ↑
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Francisco, Evangelii gaudium (EG), n. 53. ↑
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Cf. F. Chica Arellano, «Globalización y desperdicio: grandes desequilibrios y desafíos socioeconómicos y ambientales para la búsqueda de la paz», en Ecclesia 38 (2024) 301-327. ↑
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«Francisco: A la cultura del descarte hay que oponer la cultura de la ternura», en Vatican News (https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2023-02/francisco-a-la-cultura-del-descarte-oponer-la-cultura-ternura.html), 20 de febrero de 2023.
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La Corporación Mondragón emplea a más de 70.000 personas, tiene presencia mundial y opera en finanzas, industria, distribución y conocimiento. Incluye un banco, una compañía de seguros y su propia universidad, cf. F. De la Iglesia, «Don José María Arizmendiarrieta Creador de la “experiencia cooperativa de Mondragón”», en La Civiltà Cattolica, 22 de noviembre de 2024 (https://www.laciviltacattolica.es/2024/11/22/don-jose-maria-arizmendiarrieta/) ↑
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J. M. Arizmendiarrieta, Pensamientos. Selección de Joxe Azurmendi, Otalora, 2023, n. 492. ↑
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La Economía de Francisco, Final Statement Assisi 2022, nn. 7 and 9 (https://francescoeconomy.org/final-statement-eof-assisi-2022/). ↑
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