FILOSOFÍA Y ÉTICA

La fe de Pedro y el Evangelio de Pablo

San Pablo visita a San Pedro en la cárcel, Fernando Gallego (c. 1500)

Cuando Jesús llegó a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que es Elías y otros que Jeremías o uno de los profetas». Entonces Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo!». Jesús le dijo: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre mortal te reveló esto, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos» (Mt 16,13-19).

La iconografía bizantina representa a Pedro y Pablo abrazándose, y el Prefacio de la solemnidad proclama, dirigiéndose a Dios Padre: «Tú quisiste unir en gozosa fraternidad a los dos santos apóstoles: Pedro, que primero confesó la fe en Cristo, y Pablo, que iluminó las profundidades del misterio; el pescador de Galilea, que formó la primera comunidad de los justos de Israel, y el maestro y doctor, que anunció el Evangelio a todos los pueblos. Así, con dones distintos, edificaron la única Iglesia».

Esta presentación, si bien es muy hermosa, oculta por otro lado que la relación entre ambos apóstoles no fue fácil, sobre todo cuando en Antioquía, y antes en la asamblea de Jerusalén, Pablo no dudó en contradecir a Pedro (Hch 15 y Gal 2,11-14) respecto al problema de si los paganos que querían hacerse cristianos debían antes adherirse al pueblo judío y circuncidarse. Esa pertenencia se volvía más importante que el bautismo y desvalorizaba la salvación de Cristo. El verdadero problema era poner de manifiesto la identidad de la Iglesia, según la palabra del Señor: la Iglesia no debía ser solo de los judeocristianos, sino de todos, de judíos y de paganos, la Iglesia «Católica», universal.

Pero lo que sorprende en la liturgia de la Palabra es la transformación de la solemnidad de los dos apóstoles en una glorificación de la salvación. Pedro, según el relato de la primera lectura (Hch 12,1-11), reconoce que fue liberado de la prisión por el Señor, que envió a su ángel para arrancarlo de las manos de Herodes. El protagonista de su salvación es el Señor Jesús.

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Y también Pablo, en la Carta a Timoteo, aunque ha «peleado el buen combate, he concluido la carrera, he conservado la fe», reconoce que el Señor «me asistió y me fortaleció, para que por mí la predicación se llevara a cabo por completo y la escucharan todos los no judíos» (cf. 2 Tm 4,7.17). Para el apóstol, la fe no es una conquista del esfuerzo propio o del compromiso personal, sino un don de lo alto que hay que saber acoger y conservar con fidelidad y perseverancia. Es el Señor Jesús quien lo ha salvado y sostenido para ser apóstol del Evangelio.

También en el episodio de las llaves entregadas a Pedro, son singulares las palabras de la bienaventuranza dirigidas al discípulo que reconoce en Jesús al Cristo, el Hijo del Dios vivo: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre mortal te reveló esto, sino mi Padre que está en los cielos». Para reconocer verdaderamente quién es el Cristo, no hay que confiarse a lo que dicen «los demás» (Mt 16,14), ni siquiera a las propias capacidades humanas, sino solo al Padre que está en los cielos. El cristiano no debe olvidar nunca que Pedro es «la piedra» que revela el fundamento divino, la fuerza de quien ha venido a servir y a dar la vida por nuestra salvación.

Los verdaderos protagonistas de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, entonces, no son los dos apóstoles, sino el Padre que está en los cielos, el Hijo Jesús que nos ha salvado con su muerte y resurrección, y el Espíritu Santo que ora en nosotros y nos santifica.

La comunidad de creyentes hoy ora por el Papa, para que, sostenido por la gracia, pueda confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22,32) y en el don de su propia vida por la vida del mundo.

Papa León: «Detengamos la tragedia de la guerra antes de que se convierta en un abismo irreparable».

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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