Una mayor presencia de la Iglesia en los entornos digitales ¿garantizaría una renovada presencia de los jóvenes en la Iglesia? ¿El desafío concierne solo al entorno digital o también a los ambientes tradicionales y «físicos» de la Iglesia? ¿No deberían repensarse también estos a la luz de aquellos, es decir, de los nuevos procesos comunicativos? ¿Qué sentido tendría una comunicación innovadora y contemporánea desde el punto de vista de los lenguajes y procesos digitales, si luego la práctica religiosa y la convivencia comunitaria en la Iglesia local se vivieran de maneras que ya no tienen sentido para los jóvenes de hoy, por ser incoherentes, superficiales o carentes de significado?
Un aspecto problemático es el concepto de «nativos digitales». Este remite a la convicción de que los niños, adolescentes y jóvenes contemporáneos estarían naturalmente inculturados digitalmente, ya que tendrían «mayor familiaridad» con las dinámicas digitales, como explica el Informe de Síntesis preparado por los miembros de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (IdS). Sin embargo, debe reconocerse que la «cultura» es mucho más que el uso de dispositivos tecnológicos y el dominio de determinadas técnicas y/o lenguajes. Habitar la cultura digital no significa necesariamente comprenderla. Existe todo un universo simbólico de valores, significados e incluso prácticas que no nacen por acción espontánea o natural a través del mero uso de la tecnología, sino que exigen procesos de aprendizaje e intercambio intergeneracional, sobre todo con el objetivo de comunicar una «Tradición viva» (IdS 1f y 1o).
En cuanto a la presencia del clero y de los jóvenes consagrados en la cultura digital, es necesario considerar que esta debe estar aún más fundamentada, ya que ellos representan más directamente a la institución a la que pertenecen. En sus perfiles, a través de sus publicaciones, debería haber una sinergia entre vida y misión, vida personal y vida institucional. Se espera de ellos que sean presencias positivas, que reflejen los valores del Evangelio y promuevan la comunión social y eclesial. Lamentablemente, también hay muchos seminaristas, jóvenes sacerdotes y jóvenes consagrados que, en su presencia en las redes digitales, adhieren a un tradicionalismo extremo y tienen dificultad para dialogar con la cultura y con la Iglesia contemporánea, en consonancia con el Concilio Vaticano II y con la enseñanza del papa Francisco.
Un ejemplo de la escasa adhesión, o incluso de la escasa sintonía con la realidad actual de la Iglesia por parte de algunos sacerdotes fue presentado en una reciente investigación realizada por la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Gregoriana, dedicada al análisis de los perfiles de sacerdotes de varios países presentes en las plataformas digitales. En lo que respecta a la realidad brasileña, se constató que durante el Sínodo especial para la Amazonía, celebrado en 2019 en Roma y que tocó directamente la realidad de la evangelización de los pueblos originarios del país, en los perfiles de los sacerdotes analizados fue casi inexistente la mención de la Asamblea sinodal.
Bajo la superficie de la presunta «modernización mediática» del catolicismo se esconde a veces una «premodernidad teológico-eclesial», que manifiesta nostalgia por un pasado perdido e idealizado del catolicismo. Ciertamente no es este el tipo de misión digital que la Iglesia quiere promover.
¿Misión o «influencia digital»?
Existen ciertamente casos de buenos evangelizadores en la red (y no necesariamente jóvenes), que dan prioridad al Evangelio y son fieles a la enseñanza de la Iglesia y del Pontífice. Sin embargo, como subraya una reciente investigación realizada en Brasil sobre los «influencers digitales católicos», no es raro que estos basen sus prácticas digitales en la difusión de información y contenidos superficiales o incluso distorsionados respecto a la fe cristiana. Existe una «divergencia, a veces velada, a veces abierta, respecto al camino eclesial y pastoral de la Iglesia contemporánea o, en otros casos, un “silencio elocuente” respecto a la enseñanza de Francisco […]. De este modo, las grandes cuestiones eclesiales simplemente son ignoradas, en favor de una fe más individualista y devocional, desconectada de los problemas socioculturales y eclesiales contemporáneos».
En los casos extremos, estas prácticas pueden conducir a la intolerancia y al odio intra/interreligioso. Al proponer discursos agresivos y violentos contra personas o grupos específicos, estos influencers digitales alimentan la hostilidad y las divisiones dentro de las comunidades religiosas o entre ellas, a menudo con el único fin de obtener más «clics» y mayor visibilidad, que luego convierten en métricas digitales elevadas, generalmente muy rentables.
Además, muchos influencers digitales de la fe eligen llevar a cabo una misión alone together: hipotéticamente juntos y en comunión con la Iglesia, pero intencionalmente solos. Es decir, afirman compartir la misma fe, pero en la práctica buscan la independencia de las comunidades eclesiales, intensifican su autonomía respecto a las autoridades religiosas y crean sus propias «Iglesias» a su imagen y semejanza. Como consecuencia, la importancia de la comunidad y de la comunión eclesial acaba por desaparecer: el foco se convierte en el «yo» del influencer o en el «yo» de quien lo sigue en las redes. Es una suerte de «comunión solitaria», que excluye la diversidad de opiniones.
La perspectiva de un «nosotros» comunitario que no se centre en un único «yo» individual ni se refiera exclusivamente a él es, por tanto, profundamente contracultural en tiempos de redes digitales. La comunión cristiana solo es posible cuando hay apertura y reconocimiento mutuo de la dignidad cristiana y de la pertenencia eclesial de las personas implicadas. El «nosotros» eclesial implica una «unión común» con todo el pueblo de Dios, en su compleja diversidad, pero sobre todo con su magisterio: en particular, con la enseñanza del Papa y de los obispos cuando hablan colegiadamente, y con la del obispo local en la jurisdicción que le compete. Este «nosotros» se expresa sobre todo en el testimonio de fraternidad y de amor entre quienes públicamente se presentan como cristianos: «Si se aman los unos a los otros…» (Jn 13,35).
Dicho esto, «es urgente aprender a actuar juntos, como comunidad y no como individuos. No tanto como “influencers individuales”, sino como “tejedores de comunión”: poniendo en común nuestros talentos y capacidades, compartiendo conocimientos y sugerencias». Quien desee contribuir a un camino de evangelización integral debe hacerlo en comunión y en comunidad, guiado por los criterios del Evangelio, de la Tradición y del Magisterio. Por tanto, los proyectos de misión digital colectiva son mucho más fieles al Evangelio que los individuales: el mismo Jesús envió a sus discípulos en misión «de dos en dos» (Lc 10,1).
La misión en el entorno digital como «anti/contra-influencia digital»
Hoy vivimos en una «situación post-eclesial», caracterizada en muchos lugares por la pérdida de credibilidad de la Iglesia en un doble sentido: como realidad que ya no inspira confianza en la sociedad y como institución que a menudo ya no logra suscitar en sus miembros comportamientos marcados por su experiencia cristiana. En conjunto, bajo muchos aspectos, la influencia digital católica es un síntoma de esta situación eclesial y religiosa crítica y compleja.
De este modo, el cristianismo comienza a interpretarse a través de las lentes del sensacionalismo, del folclore, de los medios de comunicación, como un mero producto cultural, industrializado, masificado, ligero, frívolo y difundido en la red, consumible por cualquiera y de cualquier modo. Las especificidades del cristianismo se ven así simplificadas, diluidas y desdibujadas a través de la extrema individualización y privatización de la práctica religiosa, cuando no su mercantilización. Aunque sea pública, esta práctica busca únicamente satisfacer las necesidades espirituales y privadas del individuo, dejando de lado la perspectiva altruista, comunitaria y social de la apertura al otro, que es central en la fe cristiana. Así, la experiencia cristiana deja de ser eclesial, en sentido comunitario, para volverse individual, en sentido egocéntrico.
Paradójicamente, por tanto, es evidente que se puede ser un influencer digital de inspiración católica sin ser un evangelizador o un misionero digital. Un evangelizador digital, como discípulo-misionero de Jesús de Nazaret en la cultura contemporánea, está llamado, de hecho, a ser un «anti/contra-influencer digital»: si la influencia digital —como fenómeno sociocultural contemporáneo— requiere ajustarse a ciertos estándares y prácticas prescritas por el mercado de la comunicación y las empresas que poseen las plataformas digitales (autorreferencialidad, visibilidad, engagement, competencia, publicidad, monetización, polémica, polarización, etc.), un misionero digital, en cambio, actúa en la dirección opuesta y contracultural. Es seguidor de Otro que rechazó la tentación de la fama, la riqueza y el poder (cf. Mt 4,1-11), que no sirvió a dos señores (cf. Mt 6,24), que no consintió la mercantilización de la casa del Padre (cf. Jn 2,13-22), y que se hizo servidor de todos hasta lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,1-11), permaneciendo fiel hasta la muerte, y muerte de cruz. Y «todo fue dado vuelta en la Cruz. ¡No hubo “likes” ni casi ningún “follower” en el momento de la mayor manifestación de la gloria de Dios! Todo parámetro humano de “éxito” queda relativizado por la lógica del Evangelio».