En diversos países europeos secularizados, como Alemania, Dios se ha vuelto completamente ajeno para muchos. Parece lejano, abstracto, impersonal, imposible de comprender o de tocar, pero también difícil de sentir o de experimentar; una vaga fantasía, simple en sí misma y, sin embargo, compleja, de algún modo inconsistente. O una idea pura, que además se presenta como paradójica, imposible de fundamentar o demostrar, ya no adecuada para un mundo funcional, que precisamente por esto vive atormentado por las crisis. Y tampoco se dan respuestas a preguntas profundas: si Dios hizo todas las cosas buenas, ¿de dónde viene todo el mal actual? ¿Por qué no se ocupa de ello, si es bueno y omnipotente? ¿Adónde va a parar el mundo si no es en la nada?
Si luego se intenta acceder a lo sagrado o a la religión a través de los seres humanos, la cosa no resulta más fácil: los seres humanos –por ejemplo, los santos de la historia o las figuras luminosas de la vida religiosa actual– son personas concretas y, por ello, culturalmente limitadas, débiles y pecadoras, a veces enfermas. Hoy difícilmente se cree que algunos seres humanos estén moldeados por lo divino y remitan a Dios. El hombre contemporáneo, formado en la modernidad, está demasiado informado, es demasiado realista, demasiado crítico.
¿Una religión personal?
A estas alturas, sería más fácil adoptar una «espiritualidad» impersonal. En la religión, lo que crea dificultades es sobre todo el elemento personal, que, sin embargo, en el cristianismo es irrenunciable. Pero entonces, ¿de qué modo representar este elemento personal de Dios en una sociedad hipercrítica? ¿Dios como pastor? Algunos dirán que así aparece autoritario, que infantiliza a las ovejas o las minimiza. ¿Dios como padre? A otros les parecerá patriarcal, con un poder excesivo y, por ello, inclinado a abusar de él como tantos padres: una imagen que resultaría provocadora para las víctimas de violencia y que, además, se vuelve imposible desde una perspectiva de género tan extendida. ¿Dios como padre y madre? Tal vez esta imagen funcione un poco mejor, pero podrá parecer demasiado parental para personas comunes y demasiado tradicional desde un punto de vista social. ¿Dios como rey, dominador del mundo, como Kyrios (el título del emperador romano)? Tampoco aquí faltarán quienes consideren tales calificativos como cosas de museo, o bien de monarquía, de derecha conservadora.
¿Y qué decir entonces de Jesucristo como hombre venido de Dios, o como Hijo de Dios, o incluso como una persona divina? Un Dios en la forma de una persona humana histórica resulta hoy en día poco creíble. Un diálogo interreligioso parece posible casi solo sin Jesús: el obstáculo lo representa sobre todo su encarnación y luego su muerte en la cruz, portadora de salvación, y su resurrección, que vence a la muerte. Para nosotros, los cristianos, es difícil explicar estas realidades teológicas, e incluso comprenderlas.
¿Los ángeles pueden permitirnos un acceso más fácil a la religión? En cierto modo son concretos, comprensibles, se los puede imaginar; pero al mismo tiempo aparecen agradablemente anónimos – sus nombres casi nunca se mencionan –; incluso andróginos, no binarios, compatibles con lo queer, o totalmente incorpóreos, como un soplo fugaz. Aparecen en las imágenes y, al mismo tiempo, se sustraen a todo lo que es imagen. Son puros, divinos y buenos, pero en ellos también encuentra lugar el mal demoníaco. Los ángeles no son demasiado divinos, y al mismo tiempo no son demasiado humanos. Existen en todas las principales religiones y espiritualidades, incluso en la religión secular. Desde hace años están viviendo un auge, fuerte en la literatura popular, pero también en el esoterismo, en la música pop, en la publicidad. Fue gracias al benedictino Anselm Grün que el culto a los ángeles no fue absorbido completamente por la escena esotérica, sino que permaneció también en el cristianismo. Si el cristianismo no es tanto lo que suele entenderse por «espiritualidad» –es decir, la elevación a una esfera espiritual presentada de manera impersonal–, sino sobre todo fe, es decir, confianza y entrega a una divinidad también personal, ¿los ángeles pueden ayudarnos a alcanzar tal fe[1]?
Los ángeles en la Biblia
Algunas referencias bíblicas pueden introducir al significado de los ángeles en el contexto cristiano. No aparecen en la creación del mundo, pero, tras la expulsión de los primeros seres humanos del paraíso, los querubines[2] vigilan su puerta y, sobre todo, el camino de acceso al árbol de la vida (cf. Gn 3,24): por encargo de Dios, protegen el orden del mundo frente al ser humano, con frecuencia desordenado.
Abrahán recibe la visita de tres hombres (cf. Gn 18), que después se revelan en varias ocasiones como «el Señor» y que en la historia han sido interpretados como ángeles; su figura oscila entre lo divino y lo humano, y permanece por largo tiempo ambigua, esquiva, incomprensible. Estos tres hombres han sido interpretados también como las personas de la Trinidad (la famosa icono de la Trinidad de Andréi Rubliov conserva esta interpretación en la memoria colectiva). Más adelante, Abrahán es puesto a prueba: Dios le encarga ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio (cf. Gn 22). Es una historia enigmática, de difícil interpretación. Pero poco antes de que el hijo sea sacrificado, «el ángel del Señor» detiene a Abrahán, le proporciona un carnero para ofrecer en lugar de su hijo y le promete la bendición de Dios. Aquí el ángel aparece como un mensajero que, por encargo de Dios, interrumpe la absurda «prueba» a la que el Señor había sometido a Abrahán, transformándola en bendición.
Jacob sueña con una escalera que va de la tierra al cielo; los ángeles suben y bajan por ella; Dios bendice a Jacob, prometiéndole grandes cosas (cf. Gn 18,10-22). La pregunta que desde siempre hacen los niños a los adultos sobre por qué los ángeles necesitan una escalera, dado que tienen alas y por lo tanto pueden volar, conduce a la paradoja de los ángeles que median entre el cielo y la tierra y que deben ser imaginados como seres espirituales que vuelan y, al mismo tiempo, como seres corporales que suben por una escalera.
También el episodio de la lucha de Jacob en el Yaboc (cf. Gn 32,23-32) está marcado por la ambigüedad: Jacob se había manchado con la culpa de haber arrebatado la primogenitura a su hermano, pero ahora quiere volver a la tierra prometida. Para ello, debe atravesar el río que marca la frontera, símbolo de purificación. Un hombre lucha con él de noche, durante horas, de manera oscura, violenta, aterradora. También en esta circunstancia, ¿este «hombre» es un ángel, o Dios mismo? Jacob resiste. Pregunta el nombre del desconocido, pero no le es revelado. En cambio, es él quien recibe un nuevo nombre –«Israel», el que ha luchado con Dios– y recibe de aquel desconocido la bendición que había pedido. De la lucha Jacob sale herido, y cojeará por el resto de su vida. Este ángel es nuevamente un ser híbrido, misterioso, también corporal, pero surge de la nada y con el amanecer desaparece otra vez en la nada. ¿Es un ángel vengador? ¿En el castigo está la bendición de Dios? ¿El ángel hiere a Jacob por encargo del Altísimo? Jacob queda marcado, pero al mismo tiempo es sanado y bendecido.
En el libro de Tobías, el ángel Rafael es muy diferente. Es compañero de viaje de Tobías, hijo de Tobit, que se encuentra en dificultades, y le da una medicina para curar la ceguera de su padre. Así, el ángel –cuyo nombre significa «Dios ha sanado»– es al mismo tiempo mensajero y mensaje de curación y de guía de Dios.
Habiendo matado, por encargo de Dios, a 450 sacerdotes de Baal, el profeta Elías es perseguido. Huye al desierto. Cansado de la vida y de las órdenes de Dios, se acuesta bajo una retama, deseoso de morir, y se duerme. Un ángel lo despierta y le da de comer y de beber. Elías se vuelve a dormir, y de nuevo el ángel lo despierta, le da de comer y lo dirige hacia un camino de cuarenta días a través del desierto, para encontrar a Dios en el Horeb (cf. 1 Re 19,1-13). El ángel actúa contra el cansancio, despierta y alimenta, amonesta y envía. Ante Elías se revela como un ser completamente terrenal, y sin embargo es indudablemente un mensajero de Dios, del cual anuncia la solicitud y la voluntad.
Inscríbete a la newsletter
También el ángel Gabriel aparece como un mensajero de Dios: anuncia a María el nacimiento milagroso de un hijo, concebido por el Espíritu Santo (cf. Lc 1,26-38). En ese momento, para María las explicaciones del ángel debieron de ser difícilmente comprensibles, y sin embargo aclaran el significado salvífico de aquel nacimiento a los lectores futuros. La generosa disposición de María a acoger el anuncio ha impresionado siempre en todas las épocas de la historia del cristianismo. El ángel aquí anuncia de un modo, por así decir, performativo, porque al mismo tiempo realiza lo que dice: es Dios mismo quien actúa en él.
Nueve meses después, Jesús nace en Belén, y un ángel anuncia una gran alegría (cf. Lc 2,1-20). La gloria del Señor envuelve de luz a los pastores, que al mismo tiempo quedan sobrecogidos por un gran temor. Los ángeles son ambivalentes: gloriosos y atemorizantes, luminosos y violentos, resplandecen con la luz divina y espantan con su poder. En Belén, inmediatamente una multitud del ejército celestial alaba a Dios: este ejército es una fuerza militar, pero al mismo tiempo un coro poderoso.
En la Biblia, José, el prometido de María, es el gran silencioso –no pronuncia una palabra–, pero también el gran soñador: en sueños, un ángel le ordena acoger a María y al niño, que no es suyo; en sueños, el ángel lo hace huir a Egipto junto con su familia, porque el niño es perseguido; en sueños, el ángel los hace regresar a todos (cf. Mt 1,20-24; 2,13-14.19-29). El hecho de que los ángeles aparezcan en los sueños muestra lo fugaces, irreales, puramente espirituales que son, pero también cuánto están arraigados en la psique humana: es así como Dios habla al hombre, para protegerlo y salvarlo.
Cuando Jesús ora en el monte de los Olivos, sobrecogido por un terrible temor a la muerte, abandonado por todos, se le aparece un ángel para darle fuerza (cf. Lc 22,43). «Dar fuerza» indica ciertamente la consolación divina, pero también la energía, el coraje, la confianza que provienen de Dios. Poco después, Jesús es arrestado. Entonces prohíbe a los discípulos una resistencia violenta, haciéndoles notar que, si hubiera querido defenderse, habría rogado a su Padre, que le habría puesto a disposición «más de doce legiones de ángeles», es decir, varias decenas de miles de ángeles (cf. Mt 26,47-56). Aquí los ángeles son una fuerza armada, completamente física, que está siempre a disposición de Dios y de su Hijo que le ora. Pero Jesús renuncia a ello: no quiere que Dios intervenga violentamente, toma el camino no violento de la entrega de su propia vida. En las manos de Dios, los ángeles podrían realizar acciones de poder, pero Dios no los utiliza para ello: actúa de otro modo.
La mañana de Pascua, quienes esperan a las mujeres en el sepulcro vacío son, según el Evangelio de Marcos, un joven vestido con una túnica blanca (cf. Mc 16,5); para Lucas, dos hombres con vestiduras resplandecientes (cf. Lc 24,4); mientras que para Mateo es un ángel, cuyo aspecto es como un relámpago, con un vestido blanco como la nieve, que hace rodar la piedra que cerraba la tumba, aterroriza a los guardias y habla a las mujeres (cf. Mt 28,1-7); según Juan, son dos ángeles con vestiduras blancas, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús (cf. Jn 20,12-13). Ya sean llamados «hombres» o «ángeles», resplandecientes y vestidos de blanco, estos personajes infunden temor a los guardias, pero se muestran hermosos y solícitos –«¡No tengáis miedo!», dicen– con las mujeres, que son las primeras en recibir la buena noticia. También en este caso, los ángeles aparecen a veces humanos, a veces espirituales, y transmiten mensajes que interpretan los acontecimientos salvíficos.
A través de un ángel se comunica al vidente Juan todo lo que él describe en el «Apocalipsis» (cf. Ap 1,1). El libro está lleno de ángeles y de seres celestiales semejantes, que son mensajeros y centinelas, heraldos y cortesanos celestiales, coros de alabanza y trompetistas, pero también segadores con las hoces afiladas del juicio. Miguel y sus ángeles combaten contra el dragón y sus ángeles (cf. Ap 12,7-12); y aquí aparecen los ángeles caídos, y por tanto malos, que en la batalla cósmica final son vencidos por los ángeles buenos de Dios. Obviamente, los ángeles tendrán aún más importancia al final de los tiempos, pero también en la visión de Juan permanecen al mismo tiempo multiformes y enigmáticos, mansos y poderosos, terrenales y celestiales.
El testimonio bíblico sobre los ángeles –que a menudo aparecen en los momentos decisivos de la historia de la salvación– contiene todos los temas esenciales de su posterior imagen en la cultura y en la espiritualidad del cristianismo: ellos son, ante todo, misteriosos, incluso paradójicos, conceptualmente inaprensibles –¿por tanto, sin interés para el pensamiento filosófico?–, «seres de luz y de fuego, dulzura y terror […], dobles iconos de Dios y del hombre […], iconos de mediación entre el Totalmente Otro y nosotros»[3]. Anuncian y dan indicaciones; vigilan y consuelan; dirigen y ordenan; castigan y combaten; irradian y resplandecen; centellean y vuelan; tocan la trompeta y cantan alabanzas. Algunos caen en el mal, pero al final son los ángeles buenos quienes prevalecen.
Los ángeles en la historia
Ya las primeras especulaciones judías y gnósticas desarrollan jerarquías de ángeles, a menudo con matices neoplatónicos. Dionisio Areopagita (hacia el año 500) clasifica los tipos de ángeles en tres niveles, cada uno compuesto por tres coros. Santo Tomás de Aquino sistematiza esta doctrina, dándole una forma que dominará por largo tiempo. Los nueve coros son, comenzando por los más elevados: serafines, querubines y tronos; luego, descendiendo: dominaciones, virtudes y potestades; y finalmente: principados, arcángeles y ángeles[4]. La doctrina se deriva de testimonios bíblicos y de especulaciones posteriores. El término «jerarquía» (= «orden sagrado») fue acuñado para esto.
En la Edad Media, las jerarquías terrenas de la Iglesia y del mundo son imagen de la jerarquía celestial de los ángeles y de ella obtienen legitimación: la corte nobiliaria del soberano es como la corte angélica de Dios, su órgano regulador y administrativo, que sirve al mismo tiempo para su glorificación. Los grandiosos frescos de las iglesias medievales y las miniaturas de los manuscritos representan este mundo extremadamente diferenciado de los ángeles[5].
Retomando la Antigüedad, a partir del siglo XV se desarrolla la fe en el «ángel de la guarda»: cada persona, en particular cada niño, tiene un ángel custodio que lo acompaña y protege, siempre de manera invisible. Estos ángeles «son nuestros ayudantes y garantes de que nuestra esperanza y nuestra nostalgia del cielo no sean en vano, sino de que el cielo permanezca abierto para nosotros»[6]. A los ángeles de la guarda se dedica, a partir del siglo XIX, una rica iconografía, incluso en formas no religiosas. Se discute si cada persona tiene también un ángel malo que la induce a pecar, y la teología protestante se ha interesado por esta cuestión[7].
«El ángel es esa luz que brilla y nunca quema. Pero una vez ese fuego se inflamó, consumiéndose. Y en el ángel caído el fuego comenzó a arder sin brillar: un fuego negro, helado. En ese fuego, la palabra de Dios se transformó en piedra y murió. […] Es el fuego negro de una libertad que se rebela contra Dios»[8]. Los ángeles son criaturas espirituales de Dios y, por tanto, libres. Su libertad es su mayor don y, al mismo tiempo, el presupuesto para volverse hacia el mal. ¿Así se explica la entrada del mal en el mundo? Los ángeles caídos inducen a los seres humanos –también ellos criaturas libres– a rebelarse contra Dios. ¿Esto justifica al hombre malo? En absoluto, porque, siendo persona libre, es responsable de sus acciones. Junto con los ángeles caídos, el hombre será juzgado por sus malas obras, y los jueces serán los ángeles buenos.
En el siglo XVI, san Ignacio de Loyola, retomando las antiguas tradiciones, hizo una aplicación psicológica de la doctrina de los ángeles: en las «mociones» del alma –pensamientos y sentimientos, imaginaciones e inclinaciones interiores– actúan los «espíritus», que son múltiples y con frecuencia contradictorios y confusos. Es necesario discernir cuáles mociones provienen de un espíritu bueno, o ángel, y cuáles, en cambio, de un espíritu malo, o demonio, diablo. Se seguirán las mociones del espíritu bueno y «no se dejará uno determinar» por aquellas del espíritu malo. El ángel del mal también puede disfrazarse de «ángel de la luz» (Lucifer) y, bajo la apariencia del bien, inducir al mal al alma ingenua. Este ulterior desarrollo de la doctrina de los ángeles encuentra acogida en la ética como «discernimiento de los espíritus», pero también en el acompañamiento espiritual de personas o grupos; el papa Francisco la ha hecho fecunda para los procesos sinodales[9].
APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES
En el Renacimiento y en el Barroco, los ángeles se transforman en putti, es decir, niños pequeños y regordetes que deambulan en las pinturas, o como estatuas en las iglesias, asomándose desde cada ángulo y recoveco, traviesos y, sin embargo, simpáticos, mientras tocan solos o en concierto. ¿Son simplemente banalizados y degradados: «carne desnuda, exuberante, domesticados como cerditos»[10]? Ciertamente, los putti encarnan una religión sensual, exuberante, humorística, quizás muy católica, pero en el niño se manifiesta lo divino, y los putti aluden siempre al Niño Jesús. Son compañeros de viaje de la Sabiduría, que juega delante de Dios y es su delicia (cf. Pr 8,27-31)[11]. Los putti son ajenos a la espiritualidad de hoy, pero simbolizan temas centrales y actuales del cristianismo. Es sorprendente ver cómo inspiran también entusiasmo secular, sobre todo en los célebres angelitos a los pies de la «Madonna Sixtina» de Rafael.
A partir de la Ilustración, la razón ha desterrado a los ángeles: ya no resultan adecuados para un mundo funcional y organizado, sino que actúan como opio para las personas inmaduras, irracionales y autoritarias. Además, desaparecen en gran medida también de la teología, y la exégesis científica lucha con las historias de ángeles que se encuentran en la Biblia. Sin embargo, las religiones conservan siempre un rincón antirracional, mítico e incluso antiilustrado, en el que los ángeles harán sentir su naturaleza de bien o de mal. ¿Deben, pues, permanecer todavía en los antiguos templos, que hoy se admiran solo como museos? ¿O deben quedar confinados en las corrientes antimodernistas de la Iglesia, en ese rincón oscuro que se ridiculiza como reaccionario y meramente emotivo? ¿Existe una separación entre un mundo eclesiástico oficial y un mundo devocional, es decir, entre un mundo fruto de la reflexión racional y organizado de manera eficiente, capaz –al menos así se espera– de adaptarse a la modernidad, y por eso privado de ángeles, y un mundo devocional, fruto de una especulación emotiva, poblado de forma salvaje por ángeles y ciertamente muy «interesante» desde el punto de vista histórico-artístico y bendecido por Dios?
Sobre ángeles y hombres
A propósito de los ángeles, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) cita a san Agustín: «El nombre de “ángel” indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel»[12]. Los ángeles –prosigue el Catecismo–, en cuanto criaturas puramente espirituales, son servidores y mensajeros de Dios. Están completamente vinculados a Cristo: presentes cuando Dios creó el mundo en Cristo, presentes en la vida del Dios encarnado y al servicio de Cristo en su retorno y en su Juicio[13].
Giorgio Agamben define a los ángeles como «funcionarios del cielo»[14]. Ellos tienen dos tareas. Por un lado, en su función de gobierno, dotados del vocabulario típico del poder, como «tronos», «virtudes», «potestades», etc., forman un cuerpo de funcionarios y una burocracia celeste, administrando así el «reino» de Dios y dando a conocer sus decretos históricos en la tierra (sirven y gobiernan: en latín, virtus administrandi). Por otro lado, están delante de Dios, como lo exige el ceremonial de una corte (ven a Dios y lo alaban: en latín, virtus assistendi Deo). Agamben hace referencia a Dante, quien distingue dos bienaventuranzas en la naturaleza de los ángeles: la contemplativa, con la cual ven el rostro de Dios y lo glorifican; y la del gobierno, que corresponde en el mundo humano a la «vida activa, es decir, a la vida civil»[15]. Suspendidos, por así decirlo, en el medio, gobernando hacia abajo y alabando hacia arriba, los ángeles conectan la tierra y el cielo, lo humano y lo divino, de un modo misterioso que nunca podrá ser plenamente comprendido. Pero hoy, ¿no ha sido acaso ocupado su lugar, con las mismas funciones y características, por la Iglesia, que a menudo se presenta de manera bastante terrenal?
La jerarquía angélica ha sido interpretada de distintas maneras a lo largo de la historia. Tomemos como ejemplo a Bernardo de Claraval. Según él, Dios se manifiesta en las huestes angélicas en su atención al hombre, la cual se expresa en formas múltiples: «En los serafines, Dios ama como caridad; en los querubines conoce como verdad; en los tronos gobierna como justicia; en las dominaciones reina como majestad; en los principados gobierna como ley; en las virtudes custodia como salvación; en las potestades actúa como fuerza; en los arcángeles se manifiesta como luz; en los ángeles consuela como bondad»[16]. Los ángeles muestran las acciones de Dios en toda su complejidad, incluso en sus decisiones muchas veces paradójicas y aparentemente insondables, pero siempre en su benevolencia y bondad, como una bendición.
Los ángeles cantan en coro, de modo que en el canto coral antiguo y en el del cristianismo primitivo palabra y música se fundían, expresándose conjuntamente en el movimiento, en la danza: «Sílaba pronunciada, sonido de música y paso de danza eran manifestaciones de la misma fuerza»[17]. Los ángeles aparecen, por lo tanto, «en una unidad natural de los sentidos». En la danza en círculo «se perdía la capacidad de articular palabras, porque ya no había nada que expresar: los mismos danzadores eran la expresión que caminaba y giraba»[18].
Los ángeles cantan alter ad alterum, uno dirigido al otro, en coros alternos, en diálogo. Ya los Salmos en hebreo estaban dispuestos en paralelo, y aún hoy en los monasterios se cantan a coros alternos. El alter ad alterum remite también al ángel custodio que, por así decirlo, es un doble del ser humano y lo acompaña en un diálogo amistoso.
Naturalmente, los ángeles cantan a una sola voz, al unísono: un coro es un ser palpitante, en el cual quien canta se escucha a sí mismo y, al mismo tiempo, el sonido producido por el coro; esto lo transforma y resuena mucho más allá de él; quien canta queda, por así decirlo, absorbido por ese sonido.
Los ángeles cantan sine fine, al infinito: dado que la música se desarrolla en el tiempo, ocurre solo en el presente, esta expresión resulta paradójica. «El canto angélico sine fine es, por tanto, algo distinto de la música tal como la percibimos nosotros. Es una suerte de expresión artística ilimitada […], desinteresada, espontánea, sin forma, y como un espacio que se expande hasta el infinito a la velocidad del sonido»[19]. Los ángeles que cantan se orientan hacia lo alto, hacia el cielo; en el arte gótico, se elevan sobre los ábsides de las iglesias con bóvedas cada vez más altas. Los ángeles que cantan son ya el cielo: el yo, el tú y el nosotros se funden en una unidad sin tiempo y sin espacio[20].
Los ángeles disuelven imágenes y conceptos rígidos de Dios: «Los ángeles […] escapan a la teoría de conjuntos, atraviesan los muros de la rigidez como atraviesan los de las prisiones […]. Ante el Dios único, testimonian el politeísmo; ante el paganismo, anuncian el monoteísmo; y difunden en todas partes el panteísmo cuando cantan en los campos»[21]. Dios es uno, pero multiforme; perceptible, pero fugaz; no está en ningún lugar, pero en todas partes; está en todas las cosas, pero no en las de este mundo; los ángeles contienen todo pensamiento estrecho o racionalista, que excluye o que pretende definir mediante conceptos.
Christian Lehner descubre en los ángeles la sola fide: «Con la sola fe. Se podría casi decir: aquello que Agustín y Lutero entendían por fe, es decir, la apropiación interior de una promesa, de una transformación y de una salvación que ya han acontecido hace mucho tiempo, pero que para mí pueden hacerse reales solo con mi aceptación personal, es decir, la realización interior de Dios mediante la confianza en él, una forma de movimiento que es al mismo tiempo acogida que otorga paz, más allá del encierro del hombre en sí mismo, todo esto es otro modo de expresar la realidad de los ángeles»[22]. Si los ángeles mismos son, por así decirlo, la fe, entonces creer en los ángeles no es la peor forma de fe, porque los ángeles vienen de Dios y conducen a Dios. Los católicos, que siempre han apreciado los sentidos y las formas, y por ello también a los ángeles, coincidirán gustosos con esta idea de raíz evangélica.
Los ángeles no existen en el sentido de una realidad verificable por los sentidos, accesible a las ciencias naturales, en el sentido de una ontología que opera con conceptos, en el sentido de una comprensión moderna del mundo. Pero los ángeles existen, comprensibles solo a través de la poesía, como realidades espirituales fantásticas, como sombras de otra realidad más elevada, como imágenes mentales en la ambivalencia entre energías buenas y malas, como «cortocircuitos que se producen en un destello entre polos irreconciliables, como milagros, sucesos imprevisibles, como energías de transformación»[23].
Volviendo al ejemplo de Alemania mencionado antes, se estima que el 40% de los alemanes cree en los ángeles, con una tendencia al alza, y el 55% cree en Dios, con una tendencia a la baja; en el este de Alemania ya hay más personas que creen en los ángeles que aquellas que creen en Dios[24]. Los ángeles parecen haberse alejado de la Iglesia, interceptados por la industria del esoterismo y del kitsch. Pero ¿da la Iglesia realmente la impresión de haber renunciado a los ángeles? Son útiles, al menos para Dios, que los emplea como funcionarios, embajadores y coristas. Pero ¿no resultan útiles también para el cristianismo, como acceso a una realidad religiosa sensorial-suprasensible que se sitúa más allá de lo racional y que ayuda al encuentro con la persona de Dios?
-
Habría mucho que decir sobre el tema de los ángeles en el judaísmo, el islam y otras religiones, pero aquí nos limitaremos al cristianismo. ↑
-
Mencionado varias veces en el Antiguo Testamento, el término «querubín» indica ante todo un servidor o asistente de Dios; posteriormente, también se considera un ángel y, en la Edad Media, se incluye en las jerarquías angelicales. Sobre este tema, véase Y. Cattin – Ph. Faure, Les anges et leur image au Moyen Age, Abbaye de la Pierre-qui-vire, Zodiaque, 1999. ↑
-
Ibid., 20. ↑
-
Cf. Ch. Lehnert, Ins Innere hinaus. Von Engeln und Mächten, Berlín, Suhrkamp, 2020, 114. ↑
-
Cf. los volúmenes ilustrados de Y. Cattin – Ph. Faure, Les anges et leur image au Moyen Age, cit., y de M.-Ch. Boerner, Angelus et Diabolus. Engel, Teufel und Dämonen in der christlichen Kunst, Potsdam, Ullmann, 2016. ↑
-
Katholischer Erwachsenenkatechismus, vol. 1, 1985, 111. Cf. R. Guardini, L’Angelo. Cinque meditazioni, Brescia, Morcelliana, 2024. ↑
-
Cf. E. Weinberger, Engel und Heilige, Berlín, Berenberg, 2023, 32 s. ↑
-
Y. Cattin – Ph. Faure, Les anges et leur image au Moyen Age, cit., 25. ↑
-
Existen enfoques psicológicos modernos sobre los ángeles: véase, por ejemplo, R. Perrone, Le syndrome de l’ange. Considérations à propos de l’agressivité, París, ESF, 2013. El autor habla del «síndrome del ángel», en el caso de que las personas que sufren agresiones por parte de otros se refugian en una actitud similar a la de un ángel, es decir, inexpugnable y autosuficiente, pero que al mismo tiempo les permite menospreciar y despreciar a los agresores. ↑
-
Ch. Lehnert, Ins Innere hinaus…, cit., 63. ↑
-
Cf. S. Kiechle, Spielend leben, Würzburg, Echter, 2008, 31 s. ↑
-
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 329. ↑
-
Cf. ibid., nn. 329-333. ↑
-
Cf. G. Agamben, Die Beamten des Himmels. Über Engel, Frankfurt – Leipzig, Verlag der Weltreligionen, 2007. ↑
-
Ibid., 38. ↑
-
Citado por E. Weinberger, Engel und Heilige, cit., 52. ↑
-
Ch. Lehnert, Ins Innere hinaus…, cit., 90. Las ideas que se presentan a continuación están inspirados en este libro. ↑
-
Ibid., 91. ↑
-
Ibid., 95. ↑
-
Cf. W. W. Müller, Musik der Engel. Eine Kultur–geschichte, Basel, Schwabe, 2024. ↑
-
Ch. Lehnert, Ins Innere hinaus…, cit., 230. ↑
-
Ibid., 36. ↑
-
Ibid., 14. ↑
-
Sin embargo, los resultados de las encuestas son muy diferentes. En el caso de estos temas tan delicados, dependen en gran medida de los métodos de investigación y de la intención de quien realiza la encuesta. ↑
Copyright © La Civiltà Cattolica 2025
Reproducción reservada