Literatura

Lucia Berlin

El caleidoscopio de una vida

Ilustración realizada por YIN Renlong – La Civiltà Cattolica

«Soy tan rara que ni siquiera sé cómo se pronuncia mi nombre. Mi madre me llamaba Lucía, mi padre insistía en pronunciarlo “Lusha”, una batalla constante a lo largo de mi infancia, que solo se apaciguó en parte cuando nos trasladamos a Sudamérica y para todos era Lu-cí-a. A mi segundo marido le gustaba “Lusha”, por lo que quienes me conocieron en aquel período (y eran muchos) me llamaban así. A mi tercer marido (¿se entiende?) le gustaba Lucía, y dado que vivíamos en México yo era Lucía también para todos los demás. […] Yo soy todos esos nombres»[1]. Así escribía Lucia Berlin a una amiga poco antes de morir en 2004.

Nacida en Juneau, Alaska, el 12 de noviembre de 1936, Berlin vivió múltiples vidas y murió relativamente joven el día de su sexagésimo octavo cumpleaños, el 12 de noviembre de 2004, en Marina del Rey, California. Autora de cuentos, en vida publicó 77. Aunque fue apreciada por algunos escritores como Lydia Davis, Tom Wolfe y Saul Bellow, fue prácticamente ignorada por el público y solo se hizo famosa en 2015, 11 años después de su muerte, cuando Lydia Davis preparó la publicación de una recopilación de 43 cuentos que la dieron a conocer al gran público. Desde entonces, su fama ha crecido, y hoy Berlin es considerada una de las grandes cuentistas norteamericanas, dentro del canon que reúne a Grace Paley, Amy Hempel, Alice Munro, Annie Proulx, Raymond Carver y John Cheever.

La vida

Conocida literariamente con el apellido de su tercer marido, Berlin, la escritora Lucia Barbara Brown nació en 1936, hija de Wendell Theodore Brown y Mary Ellen Magruder. La vida de la autora estuvo marcada por numerosos viajes y cambios. En una entrevista de 2003 afirmó haber cambiado de domicilio 33 veces a lo largo de su vida. Siguiendo a su padre, ingeniero de minas, solo en los primeros cinco años de vida de Lucia la familia se trasladó por los campamentos mineros de Idaho, Montana, Washington y Kentucky. Durante la Segunda Guerra Mundial, el padre se alistó en la marina como oficial y partió hacia el Pacífico. En esos meses la familia, que entretanto se había ampliado con el nacimiento de la hermana menor de Lucia, Mollie Keith, vivió en El Paso, Texas, con los abuelos maternos[2]. A la vuelta del padre, los Brown pasaron dos años en Arizona y luego cuatro (entre 1949 y 1953) en Chile, donde el padre aceptó un trabajo que dio a la familia seguridad y visibilidad social[3]. Lucia asistió con éxito a la escuela y aprendió español con fluidez. En los años siguientes, el dominio de la lengua hispana constituiría para ella un recurso económico y laboral importante, ya que nunca consiguió vivir de lo que escribía[4], sino únicamente de los muchos trabajos precarios que se sucedieron uno tras otro.

Al terminar la escuela secundaria, Lucia regresó a Estados Unidos para estudiar en la University of New Mexico en Albuquerque[5]. Rebelde, pero también víctima de las atenciones indebidas de su padre, Lucia se enamoró y se casó por primera vez en 1955, a los 19 años, con Paul Suttman, un escultor con quien tendría a sus dos primeros hijos, Mark y Jeff. Al enterarse de su segundo embarazo y ante su negativa a abortar, el marido la abandonó[6]. Lucia empezó a escribir en 1957, gracias a un curso de escritura creativa en el que se inscribió. En 1958 conoció al músico Race Newton, con quien se casó en junio de ese mismo año. Gracias a Race conoció a otros dos hombres importantes en su vida: el primero fue el poeta Ed Dorn, que durante toda su vida apoyó y sostuvo su compromiso creativo, ayudándola también a encontrar espacios de publicación. El segundo fue Buddy Berlin, empresario y músico de jazz, que se convertiría en su tercer marido en 1962 y adoptaría a sus dos primeros hijos, dándoles su apellido[7].

En esos años Lucia se trasladó a Santa Fe y a Nueva York, escribió sus primeros relatos, trabajó en dos obras, Acacia y A Peaceable Kingdom, que nunca completó, pero que le proporcionaron material para relatos posteriores, siempre la mejor medida de su expresión literaria. Con el tiempo se descubrió que su segundo marido tenía problemas de alcoholismo, mientras que el tercero resultó ser un drogadicto. Su matrimonio con este último duró cinco años. En 1967 Buddy y Lucia se divorciaron, pero ella continuó utilizando su apellido para firmar sus obras. Los años con Buddy estuvieron llenos de viajes y largas estancias en México o en Albuquerque. Los recursos económicos del marido permitieron a la familia un buen nivel de vida. Hubo momentos felices, pero el problema de la adicción de él y los posteriores periodos de desintoxicación expusieron a Lucia a situaciones vitales dramáticas[8]. En esos años nacieron otros dos hijos: David en 1962 y Daniel en 1965. Lucia también retomó los estudios literarios.

Cuando Lucia y Buddy se divorcian, ella tiene apenas 32 años, tres matrimonios a sus espaldas y cuatro hijos de los que debe hacerse cargo. Entre 1967 y 1969 vive sola con los hijos, se gradúa en español y prosigue con la especialización, mantiene una serie de relaciones y comienza a beber hasta convertirse en alcohólica. Se trata de un problema extendido en su familia (también su madre y su hermano lo fueron durante muchos años). El alcoholismo marcó la vida de Berlin al menos hasta 1987, cuando, tras un último ingreso en el hospital, dejó de beber definitivamente[9]. Son años de escritura y de continuos cambios de trabajo. Empleada de limpieza, jardinera, telefonista en diversas clínicas y hospitales, recepcionista en consultorios médicos, profesora en escuelas privadas o en cárceles de menores, en centros de rehabilitación y desintoxicación: la lista de oficios de la escritora es larga, y llama la atención la sucesión de lugares de humanidad doliente y herida en los que trabajó.

Sin duda, este prolongado y fragmentado contacto con los espacios del dolor, la enfermedad y la exclusión influyeron en la mirada empática y profundamente humana que Berlin revela en sus relatos, que poco a poco van componiéndose y aparecen en revistas menores o en ediciones de nicho. Mientras tanto, los hijos crecen, las relaciones se suceden y en su vida acontecen hechos dramáticos: violencias, incendios, suicidios, destrucción de sus escritos. Su frágil salud es el otro elemento constante de su existencia. A los 10 años se le diagnostica una forma aguda de escoliosis y, si durante muchos años de su juventud tuvo que llevar corsés ortopédicos, a partir de 1995 (a los 59 años) se vio obligada a llevar siempre consigo una bombona de oxígeno, porque una costilla le había perforado un pulmón a causa de la escoliosis. Durante un año, entre 1991 y 1992, vive en México con su hermana enferma de cáncer[10], a la que cuida diariamente hasta su muerte.

A partir de los años noventa, la vida de Berlin parece hacerse más estable, y con ello gana también su escritura. Gracias al interés de Ed Dorn, amigo de toda la vida, entre 1994 y 2000 enseña escritura creativa en la University of Colorado, en Boulder. Este es el período de mayor estabilidad en la vida de la escritora. Es muy querida y apreciada como docente. Tras retirarse de la enseñanza por problemas de salud, se traslada a Los Ángeles para vivir cerca de sus hijos. En 2001 se le diagnostica un tumor, y escribe su último relato, «B.F. y yo». Muere en 2004 en Marina del Rey, adonde se había mudado el año anterior[11].

Los cuentos de Lucia Berlin y la relación con otras escritoras de relatos

Berlin escribió 81 cuentos. De ellos, dos se han perdido[12] y dos fueron publicados póstumamente[13]. Los otros 77 se publicaron distribuidos en varias colecciones. La fama de la escritora, sin embargo, está ligada a la antología publicada tras su muerte en 2015, titulada A Manual for Cleaning Women, que juega con un doble y ambiguo significado. Literalmente, en efecto, el título puede traducirse tanto como «Un manual para mujeres de la limpieza» como «Un manual para limpiar a las mujeres». El título elegido por la traducción española borra el juego de palabras y opta por el primer significado. Si la publicación más reciente, Una nueva vida (octubre 2023), ha devuelto la atención sobre la escritora estadounidense, es sin duda Manual para mujeres de la limpieza la que le dio notoriedad. Para describir en conjunto la totalidad de sus cuentos puede usarse el adjetivo «jazzístico», por lo que tienen de reescritura en las «variaciones» de algunos temas recurrentes. Sin embargo, hay al menos tres núcleos o ciclos narrativos evidentes. El más claro es el ligado a la enfermedad de su hermana y a los cuidados que le prodigó en México. Otro remite a su experiencia en contextos hospitalarios, clínicos y ambulatorios. Finalmente, el tercero es la condición de joven madre y de mujer afligida por el problema del alcohol.

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El nombre de Berlin suele aparecer junto al de Grace Paley, Tillie Olsen, Amy Hempel y Alice Munro, como si existiera un canon femenino del cuento breve. Nos parece impropia y resbaladiza la categoría de escritura femenina, porque niega la unicidad de cada autor y de algún modo atribuye a la literatura etiquetas de género que empobrecen su carácter universal. ¿Basta con considerar que la mayor parte de los cuentos de las escritoras mencionadas tiene como protagonistas a mujeres para poder hablar de «género femenino»?

¿Cuál es la nota propia de la escritura de Berlin? Muchos relatos de Munro exploran y revelan los pliegues de la vida: el lector que la conoce espera la intuición final que recoge lo que ha sido sembrado invisiblemente en las páginas precedentes. Grace Paley es vital, móvil, políticamente comprometida, profundamente irónica; usa la lengua de un modo único para crear un universo sonoro de acentos neoyorquinos y dar voz al mundo femenino en el contexto de los años sesenta[14]. Tillie Olsen vibra de compromiso civil y social; cada página está arrancada de una vida de actividad política, sindical y de ideales socialistas[15].

Los cuentos de Berlin muestran otra cosa: son el relato de su vida cristalizada en fragmentos de palabras, acaso para comprenderla, tal vez para sobrevivirla. Es la imagen del caleidoscopio al que aludimos en el título. La pluma de la escritora revela pasajes y espacios de vida. El estilo veloz y en apariencia sencillo, la riqueza y precisión de los detalles los vuelven sumamente atractivos, de modo que el lector queda fácilmente atrapado en ellos. Berlin quiere transformar su existencia en una página universal de humanidad, y lo logra permaneciendo fiel a la singularidad de su punto de vista. La fuerza está en el estilo: la autora es capaz de retomar el clima humano de un contexto, reproducir el ritmo de la conversación cotidiana, prestar atención a los detalles concretos de un ambiente.

Tres razones para amar y releer las páginas de esta escritora

El primer motivo para leer las páginas de Berlin es la «verdad» que se respira en ellas. Los cuentos no son reales, son «verdaderos». Quien conozca algún pasaje de la vida de esta escritora puede encontrar fácilmente muchísimo material biográfico en sus relatos. Antes de que la autoficción se convirtiera en una vertiente constante de la narrativa contemporánea, casi un anclaje inevitable, Berlin ya extraía de su extraordinaria experiencia humana personajes, paisajes, ambientes, colores y perfumes para incorporarlos a su mundo narrativo. «Para mí el acto de escribir es no verbal, el placer del proceso se sitúa en lo que Charlie Parker[16] definió como “el silencio entre las notas”. A menudo mis cuentos son como poemas o diapositivas que ilustran un sentimiento, una epifanía, el ritmo de una época o de una ciudad. Un aroma o una risa puede desencadenar recuerdos que se cristalizan en una historia»[17].

La variedad de los contextos de las historias refleja la experiencia personal de la escritora: ya sea el México de Puerto Vallarta o de Ciudad de México, Nueva York o Albuquerque, ya sea la casa de adobe con techo de chapa[18] en el campo seco y árido de Corrales, en Nuevo México, o la sala de las telefonistas de un hospital, las narraciones siempre transcurren en un lugar que Berlin conoció y frecuentó. «En cualquier obra escrita, lo apasionante no es la identificación con una situación, sino este reconocimiento de la verdad»[19]. Frente a esta fácil transparencia, hay como un gesto de pudor de la escritora, que usa nombres ficticios para ocultarse a sí misma, a los hijos, a los parientes, a los amigos. Las historias se presentan y al mismo tiempo se ocultan. Su hijo mayor, Mark, ha escrito sobre el estilo de su madre, autora de cuentos: «Mamá escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero tampoco demasiado lejanas. Las historias y los recuerdos de nuestra familia fueron remodelados, embellecidos y adaptados hasta tal punto que no estoy seguro de qué sucedió realmente en todo ese tiempo. Lucia decía que no tenía importancia: lo que cuenta es la historia»[20].

Lo que opera la literatura es lo que también sucede en la memoria: la memoria transforma, y la literatura transforma. Escribe Berlin: «La mayoría de las veces mi fuente de inspiración es visual […], pero la imagen debe necesariamente vincularse a una experiencia específica e intensa. Muchas veces la emoción que aflora es dolorosa, el acontecimiento recordado, horrible. Para que la historia “funcione”, la escritura debe lavar o congelar el impulso inicial. De algún modo debe producirse la más imperceptible alteración de la realidad. Una transformación, no una distorsión de la verdad. La historia en sí misma se convierte en la “verdad” no solo para el escritor, sino también para el lector»[21].

Lejos de los triunfalismos de quienes hacen de sí mismos materia de narración, la escritura de Berlin es un ejercicio de humilde compostura, en el sentido etimológico de «cercana a la tierra», al polvo, a la terrenalidad. En el conocido relato Lavandería Angel (1972), publicado en The Atlantic Monthly en 1976, Berlin escribe de la protagonista: «Al final no pude evitar mirar también mis propias manos. […] En mi mirada, el pánico. Me miré en el espejo, luego bajé los ojos hacia las manos. Horrendas manchas de vejez, dos cicatrices. Unas manos nada indias, nerviosas, solas. En mis manos veía niños, hombres y jardines»[22]. Hay en ello un profundo respeto por el dolor y la fatiga de vivir. En Dolor fantasma, donde recuerda a su padre en el hospital, cuya memoria iba siendo progresivamente erosionada por la demencia senil, un enfermo de la cama contigua grita de dolor por la amputación de sus piernas, y Berlin escribe: «John lo ignoraba, leía la Biblia o se retorcía y gritaba en su cama: “¡Mis piernas! Señor Jesús, haz que pase este dolor en las piernas!”. “Cálmate John”, decía Florida, “es solo un dolor fantasma”. “¿Pero es verdad?”, le pregunté yo. Ella se encogió de hombros. “El dolor siempre es verdadero”»[23].

En El Tim, Berlin muestra la potencia de la empatía como agente de transformación, en la relación de la protagonista, una profesora de secundaria, con un chico inteligente pero problemático, sacado temporalmente del reformatorio para darle una nueva oportunidad de redención. Es un momento de profundísima empatía, vivido y mostrado: «“¿Por qué me diste una bofetada?”, me preguntó Tim en voz baja. Empecé a responderle, quería decirle: “Porque fuiste insolente y grosero”, pero vi su sonrisa de desprecio mientras esperaba que dijera justamente esas palabras. “Te di una bofetada porque estaba enfadada. Por Dolores y por la piedra. Porque me sentí herida y estúpida”. Sus ojos me escudriñaron. Por un instante el velo desapareció. “Entonces estamos a mano”, dijo. “Sí”, dije yo, “Vamos a clase”. Caminé por el pasillo con Tim, evitando acompasarme a su paso»[24].

El segundo motivo para dedicar tiempo a la lectura de los relatos de Berlin es la «santidad» que se esconde y a ratos brilla en ellos. La vida de la escritora fue turbulenta, siendo al mismo tiempo víctima y verdugo de sí misma, de sus elecciones afectivas, de sus fragilidades y de sus dependencias. Escribe en un cuento de 1996: «Ahora todo va bien. Amo mi trabajo y a mis colegas. Tengo buenos amigos. Vivo en un bonito apartamento justo debajo del monte Sanitas. […] Estoy profundamente agradecida por la vida que llevo hoy. Así que perdóname, Dios, si confieso que a veces tengo el diabólico impulso de mandarlo todo al traste. Ni siquiera puedo creer que tenga tales pensamientos, después de tantos años de tribulaciones»[25]. No son relatos que hablen de vidas santas, pero en ellos emerge la santidad de la vida, su irreprimible dignidad[26]. La mirada ligera, que algunos definen como «irónica y divertida»[27], transmite una suerte de inalienable esperanza en la vida y en el futuro, incluso en medio de grandes dolores.

En Carpe diem (1984), Berlin escribe casi al comienzo del relato: «Y las lavanderías automáticas. Pero esas eran un problema incluso cuando era joven. Requieren demasiado tiempo, incluso las de la cadena Speed Queen. Mientras te quedas sentado allí, toda la vida te pasa por delante de los ojos, como si te estuvieras ahogando. Naturalmente, si tuviera un coche podría ir a la ferretería o a la oficina de correos, volver y meter los pantalones en la secadora. Las lavanderías sin encargados son todavía peores. Siempre me parece que soy la única persona dentro. Pero todas las lavadoras y secadoras están en marcha… los demás se han ido a la ferretería»[28]. La cotidianidad que extraña y aísla se describe con un toque de ironía.

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O bien el conocidísimo Manual para mujeres de la limpieza (1975), que cuenta las diversas experiencias de una mujer de la limpieza (la propia Berlin) en casas y con patronas distintas. Solo en apariencia es un relato irónico, sobre todo en los pasajes en que la escritora ofrece una serie de consejos a otras mujeres de la limpieza, insertando sus experiencia entre paréntesis: «(Consejo para las mujeres de la limpieza: acepten todo lo que su patrona les ofrezca y agradézcanlo. Siempre pueden dejarlo en el autobús)»[29]. O este: «(Mujeres de la limpieza: hagan ver que son concienzudas. El primer día pongan los muebles en el lugar equivocado… corridos unos quince o veinte centímetros, o girados hacia el lado incorrecto. Cuando sacudan el polvo, intercambien los gatos siameses, pongan la lechera a la izquierda del azúcar. Cambien el orden de los cepillos de dientes). […] Hacer las cosas de manera incorrecta no solo las tranquiliza sobre el hecho de que ustedes son concienzudas, sino que les da la oportunidad de imponerse y mandar. Muchas mujeres estadounidenses no se sienten cómodas con la idea de tener una criada. No saben qué hacer mientras tú estás en casa»[30].

En realidad, es el cierre del relato el que revela su corazón secreto y dolorosísimo: el sufrimiento de elaborar el duelo por un muchacho que la amaba y se suicidó: «“Bueno… quien viva lo verá”, dije yo, y nos echamos a reír. Ter, en realidad yo no quiero morirme. […] Es un día frío y despejado de enero. En la esquina de la Veintinueve aparecen cuatro ciclistas con patillas, como un hilo de cometa. Una Harley en punto muerto en la parada del autobús; desde la plataforma de una Dodge pick-up del 50 los chicos saludan con la mano al motociclista. Y finalmente lloro»[31]. En muchos relatos, el sentimiento de la dignidad de la vida y de la persona, en su frágil e incluso dramática imperfección, permanece y asoma entre líneas.

El tercer motivo para amar las páginas de la escritora estadounidense es que ella logra mantenerse en el difícil y precario equilibrio de dar voz a situaciones dramáticas sin juzgarlas. No adopta una postura ética en la página (sería moralismo), sino que nos ayuda a hacerlo en lo íntimo de la conciencia como lectores; nos deja a nosotros la tarea y la responsabilidad de dar ese paso «mostrando» la injusticia, la violencia y la dramaticidad de la vida. Son muchos los relatos que logran realizar este «milagro» de implicación. De sí misma, Berlin afirma: «Nunca he estado realmente presente, el único lugar adonde voy de verdad son los libros, dentro de los libros. Rara vez consigo crear una emoción auténtica en la página, y solo entonces podría decirse que existo de veras. En Dolor fantasma, Temps perdu, Manual para mujeres de la limpieza, todo gira en torno a esto»[32].

Son numerosos los relatos dedicados a la compleja condición femenina, a veces cargada de verdaderas angustias y dramas. Por ejemplo, cuando en Silencio la escritora alude a los abusos de su abuelo sobre ella y sobre su hermana menor; cuando en La vie en rose narra la experiencia del primer beso adolescente, arrancado por un chico mayor y por el cual, en cambio, es acusada por su padre con el terrible término «ramera»; cuando en Querida Conchi recuerda cómo fue abandonada en un puente en medio de la nada, como si fuera un paquete, por haber expresado sus opiniones, igualmente ignorada tanto por el padre como por el novio de entonces: para uno sus opiniones no cuentan, para el otro no cuentan sus sentimientos. O bien podemos admirar la ligereza con que consigue llevar al lector hacia el abuso narrado en Sex appeal, que ocurre de manera repentina e inesperada y hiela al lector como a la muchacha protagonista.

El sentimiento religioso y la maternidad

Berlin no puede ser presentada como una escritora creyente que aborda explícitamente temas de fe y espiritualidad cristiana, como Marilynne Robinson o Flannery O’Connor, o como Jon Fosse. Sin embargo, cuando aparece, el sentimiento religioso es verdadero. En el relato Perros callejeros (1985), Berlin escribe: «La luna. No existe luna como la de una noche despejada de Nuevo México. […] El mundo sigue adelante. Al final, no hay mucho más que importe. Que importe de verdad, quiero decir. Pero luego, a veces, te ocurre, por un segundo, que eres tocado por esta gracia, por la certeza de que en cambio sí hay algo que importa, que importa de verdad»[33].

El sentimiento religioso está ligado a la maternidad y al sentido de profunda cercanía con la Virgen María en «Fool to Cry», de 1992. Berlin asiste al bautismo de muchos niños y escribe, a propósito de los familiares presentes: «Los padres estaban serios, rezaban con solemnidad. Me habría gustado que el sacerdote bendijera también a todas las madres, que hiciera ese gesto, que les diera alguna protección. En los pueblecitos mexicanos, cuando mis hijos eran muy pequeños, a veces los indios les hacían la señal de la cruz en la frente. ¡Pobrecito! Decían. ¡Era una lástima que una criatura tan hermosa estuviera destinada a sufrir en la vida! […] Al salir de la iglesia enciendo una vela delante de la estatua de la Santísima Virgen María. Pobrecita»[34].

Vinculados a la experiencia de la maternidad, no se pueden dejar de mencionar Mordidas de tigre[35], de 1989, y Mijito[36], de 1998, intensísimos relatos de maternidades difíciles. En el primero, Berlin narra el momento en que la joven protagonista, que ha viajado a México para abortar, decide no hacerlo, quedándose con el segundo hijo que espera a tan solo 22 años, y aceptando por ello que su marido la abandone, otra forma más de violencia que una mujer puede sufrir. En el segundo relato, la escritora sitúa en el contexto clínico hospitalario la experiencia de una jovencísima muchacha mexicana inmigrante, que se encuentra sola cuidando al bebé recién nacido en un ambiente extraño, hostil, sin conocer el inglés, sin apoyos afectivos ni vínculos. Es un relato crudo y pesado como una piedra.

La presencia de los hijos aparece también en Incontrolable[37], de 1992, un cuento que muestra con luz implacable la sed que consume a la protagonista, dividida entre la necesidad de conseguir alcohol y el buen sentido de no salir de noche dejando a los hijos pequeños solos en casa.

La maternidad amenazada por la dependencia afectiva de la mujer hacia el marido es el trasfondo del duro relato Carmen[38], de 1996, en el que Berlin retoma el episodio autobiográfico en que fue empujada por su esposo heroinómano a prestarse para ir a buscar droga, estando ya muy avanzada su gestación.

Conclusiones

Lucia Berlin vivió una vida que se sale de los esquemas de la normalidad. En la variedad de lugares y situaciones que atravesó, el hilo conductor que la acompaña es el amor por la literatura y la escritura. Si se pudiera imaginar una figura que resumiera la obra de un escritor, para Berlin podríamos decir que coincide con el «caleidoscopio», que representa y sintetiza la belleza de sus relatos, hechos de «retazos de vida», a veces de ventanas abiertas a «una vida hecha pedazos».

En la brevedad y sencillez de la presentación de este artículo, emergen tres elementos que, a nuestro parecer, recogen los rasgos más valiosos de la escritura de Berlin. El primero es la autenticidad de las situaciones de vida y la cercanía a la fragilidad; el segundo es la santidad, o dignidad de la vida humana, que emerge más allá de las heridas y las sombras que pueden marcarla; el tercero es la implicación emotiva y la llamada ética que los relatos suscitan, que podemos entender también como un llamado a la «compasión», interpretada en su sentido etimológico como un «padecer con» ella y con los personajes femeninos, a través de los cuales Berlin narra la vida, creando páginas de intensa literatura.

  1. Lucia Berlin, Welcome Home: A Memoir with Selected Photographs and Letters, New York: Farrar, Straus and Giroux, 2018, p. 239. [En este artículo, la mayor parte de las citas a la obra de Lucia Berlin provienen de la versión italiana, que es la que usó el autor de este texto. Nota del traductor].

  2. En los cuentos, los abuelos aparecen como Mamie y el dr. Moynihan, a cuyo terrible retrato está dedicado el cuento homónimo «El doctor H. A. Moynihan», de 1981. La datación de este y de los cuentos posteriores tiene en cuenta al año de escritura, no el de publicación. Para la cronología de los cuentos, cf. «Bibliografía» en L. Berlin, La donna che scriveva racconti, Turín, Bollati Boringhieri, 2022.

  3. Los años chilenos inspiran los cuentos «La vie en rose», de 1987, y «Buenos y malos», de 1992. Este último en particular, refleja las tensiones sociales y políticas de esos años.

  4. Los primeros ingresos por derecho de autor de sus publicaciones llegarán, en efecto, solo en el año 2000 y ascenderán a la cifra de 980 dólares, de acuerdo a la ficha cronológica del hijo Jeff.

  5. El traslado de Chile a Nuevo México constituye el trasfondo del cuento «Querida Conchi», de 1992.

  6. Esta situación constituye el trasfondo del cuento «Mordidas de tigre», de 1989.

  7. Race Newton y Buddy Berlin aparecen con otros nombres en muchos relatos.

  8. Los relatos más significativos que retratan los altibajos de este periodo son «La barca de la Ilusiόn», de 1990, y el sombrío «Carmen», de 1996.

  9. Hay muchos relatos que describen esta condición: «La fosa», de 1981; «La primera desintoxicación», de 1981; «Paso», de 1986; «Incontrolable», de 1992; «502», de 1996.

  10. Los relatos relacionados con este periodo de su vida y con la relación con su hermana constituyen el núcleo más consistente de historias dentro de su producción literaria. Recordemos «Polvo al polvo», de 1986, y « Espera un momento», de 1997.

  11. Las referencias bibliográficas son extrapolaciones de la ficha cronológica biográfica elaborada por el hijo Jeff Berlin, en L. Berlin, Una nuova vita. Racconti, saggi, diari, Turín, Bollati Boringhieri, 2024, 217-242.

  12. «The Baseball game» y «A Token of Esteem», ambos de 1959.

  13. Durante su vida, Berlin perdió sus escritos dos veces. La primera fue cuando unos ladrones entraron en su casa y, llevándose todo lo que encontraron, también robaron sus relatos. La segunda fue cuando se produjo un incendio en su casa y las llamas destruyeron también los textos autógrafos que allí se encontraban.

  14. Para una presentación de Grace Paley, véase D. Mattei, «Grace Paley: un esercizio di ascolto», en Civ. Catt. 2025 II 95-107.

  15. Para una presentación de Tillie Olsen, véase Id., «Tillie Olsen e “Le vite dei più”», en Civ. Catt. 2025 I 456-465.

  16. Charlie Parker fue un famoso saxofonista y músico de jazz, nacido en Kansas City en 1920 y fallecido en Nueva York en 1955. Su figura también inspiró a otro escritor de relatos cortos, Julio Cortázar. El protagonista de la famosa novela El perseguidor es un alias de Parker. Para más información, véase D. Mattei, «Julio Cortázar y la narración de los pliegues “velados” de lo real», en La Civiltà Cattolica, 13 de diciembre de 2024, https://www.laciviltacattolica.es/2024/12/13/julio-cortazar-y-la-narracion-de-los-pliegues-velados-de-lo-real/

  17. L. Berlin, Una nuova vita. Racconti, saggi, diari, cit., 165.

  18. Referencia al relato con el mismo título, «Una casa de adobe con techo de hojalata», de 1988. Se refiere al periodo que Berlin pasó en Corrales, un pequeño pueblo a las afueras de Albuquerque, tras su divorcio de Buddy Berlin.

  19. L. Berlin, Una nuova vita. Racconti, saggi, diari, cit., 165.

  20. Id., Sera in paradiso, Turín, Bollati Boringhieri, 2018, 272.

  21. Id., Una nuova vita. Racconti, saggi, diari, cit., 165.

  22. Id., La donna che scriveva racconti, cit., 10.

  23. Id., «Dolore fantasma», ibid., 78.

  24. Id., «El Tim», ibid., 63.

  25. Id., «502», ibid., 413.

  26. «Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Dicasterio para la doctrina de la fe, Declaración Dignitas infinita, n. 1).

  27. La ironía es el rasgo que, según algunos, une a Berlin y Paley. Nos parece que la ironía utilizada por Paley es una forma de transfiguración de la realidad, mientras que en Berlin es la mínima distancia con respecto a los hechos, lo que permite «respirar». En ese intersticio se crea la literatura y actúa la esperanza.

  28. L. Berlin, «Carpe diem», en Id., La donna che scriveva racconti, cit., 127.

  29. Id., «Manuale per donne delle pulizie», ibid., 37-39.

  30. Ibid., 46.

  31. Ibid., 50.

  32. L. Berlin, Una nuova vita. Racconti, saggi, diari, cit., 192.

  33. Id., «Randagi», en Id., La donna che scriveva racconti, cit., 202-203.

  34. Id., «Fool to cry», ibid., 262 s.

  35. Id., «Morsi di tigre», ibid., 83-104.

  36. Id., «Mijito», ibid., 385-411.

  37. Id., «Incontrollabile», ibid., 177-180.

  38. Id., «Carmen», ibid., 359-368.

Diego Mattei
Sacerdote jesuita miembro del colegio de escritores de La Civiltà Cattolica. Ha sido Capellán universitario de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de la Sapienza, Roma. Sus textos, publicados en nuestra revista y en otros medios, versan preferentemente sobre literatura y espiritualidad.

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