Los apóstoles le dijeron a Jesús: «¡Auméntanos la fe!». Pero Jesús les respondió: «Si tuvieran una fe tan grande como una semilla de mostaza, le dirían a este árbol: “¡Arráncate de raíz y plántate en el mar!”, y él les obedecería». «Si alguno de ustedes tiene un servidor arando o cuidando el ganado, cuando vuelve del campo, ¿acaso le dice: “¡Entra rápido y siéntate a cenar!”? ¿No le dice más bien: “Prepárame la cena y permanece atento a servirme hasta que yo haya comido y bebido, porque tú comerás y beberás después”? ¿Tendría que agradecerle al servidor porque hizo lo que le mandó? También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que Dios les manda, digan: “Somos servidores a los que nada hay que agradecer, porque no hicimos más que cumplir con nuestra obligación”» (Lc 17,5-10).
La oración de Habacuc, en la primera lectura, podría ser también la nuestra: «¿Por qué, Señor, me haces ver la iniquidad y contemplar la opresión?» (Hab 1,3). Cuántas veces hemos rezado así: «¿Por qué no intervienes para frenar el mal, para hacer cesar las guerras, para ayudar a quien muere de hambre, para sanar a quien sufre terriblemente?». La respuesta de Dios es sorprendente: «Escribe, entonces, así: “El arrogante no permanecerá, pero el justo vivirá por su fidelidad”» (Hab 2,4).
Pablo queda fascinado por la respuesta dada a Habacuc y la convierte en el centro de la Carta a los Romanos: Dios no nos salva por nuestros méritos, por nuestra habilidad, por nuestro heroísmo, sino por nuestra fe: «En este Evangelio se revela el don de Dios que hace justos y que actúa exclusivamente por la fe: “El justo vivirá por la fe”» (Rm 1,17). Vale la pena recordar el comentario del Lutero católico a Rm 1,17, en 1515: «En las doctrinas humanas se enseña la justicia de los hombres: quién es verdaderamente irreprensible, cómo hacerse tal. Pero solo en el Evangelio se revela la justicia de Dios (es decir, quién es justo, de qué modo lo es o llega a serlo delante de Dios: una justicia que se obtiene únicamente mediante la fe, aquella por la que se cree en la Palabra de Dios)».
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He aquí entonces la petición de los discípulos: «Auméntanos la fe». Jesús responde: «Si tuvieran una fe tan grande como una semilla de mostaza, le dirían a esta morera: “¡Arráncate de raíz!”». La semilla de mostaza es la más pequeña de todas las semillas, pero da origen a una planta enorme: así es la fe; aunque pequeña, débil, pobre, frágil, dudosa, incierta, puede convertirse en el infinito en el que Dios se manifiesta mejor y realiza lo imposible (las raíces de la morera, para un agricultor, son las más difíciles de arrancar). Ten, pues, fe, confía en el Señor (con certeza podemos fiarnos más de él que de nosotros mismos), entrégate a él.
Hay también otro rasgo propio de la fe verdadera: pertenece a quien sabe reconocerse como «siervo inútil», es decir, el siervo que no tiene provecho y no obtiene ganancia alguna. Quien es consciente de haber cumplido su deber y no reclama méritos o privilegios, descubre más aún la gracia del Señor, su generosidad, su bondad, su liberalidad. La parábola del siervo lo expresa bien: la fe no crea deberes ni obligaciones en Dios, pues Él no le debe nada a nadie… «¿Tendría que agradecerle al servidor porque hizo lo que le mandó?». Y sin embargo, el «siervo inútil» sabe acoger con más alegría lo que el corazón de Dios le dona.
La primera lectura enseña también el valor de la espera, de la esperanza: «Si llega a retrasarse, espérala; porque vendrá con seguridad. No fallará» (Hab 2,3). En cambio, Pablo en la carta a Timoteo exhorta «a custodiar el bien precioso que te ha sido confiado» (2 Tim 1,14). La fe es también un bien que hay que custodiar, un «don precioso» que hay que salvaguardar: significa no solo acoger al Señor en los momentos difíciles, de duda, de soledad, de indiferencia, sino también aceptarnos a nosotros mismos delante de Él, tal como somos, con todos nuestros límites, nuestros defectos, nuestra nada.
León XIV: «El nuevo beato ucraniano don Pedro Pablo Oros interceda para que el pueblo ucraniano persevere con fortaleza en la fe y en la esperanza, a pesar del drama de la guerra».