Biblia

¡Es necesario orar siempre sin desanimarse!

© patrick-fore / unsplash

Jesús contó una parábola para enseñar a sus discípulos que debían orar siempre, sin desanimarse. Les dijo: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a la gente. En esa misma ciudad vivía una viuda que iba a donde él a rogarle: «¡Te pido que me hagas justicia contra mi adversario!» Durante un tiempo, el juez se negó, pero después pensó: «No temo a Dios ni respeto a la gente, pero como esta viuda me está fastidiando tanto, le haré justicia para que no me siga molestando». Jesús añadió: «¡Escuchen lo que dice este juez malvado! Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les aseguro que les hará justicia pronto. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18,1-8).

Jesús cuenta una parábola que él mismo explica después. Un juez que no teme a Dios ni respeta a nadie no tiene ningún deseo de hacer justicia a una viuda que lo molesta sin cesar. En Israel, la viuda es símbolo y realidad del pobre: es mujer, carece del apoyo del marido, está sola, no tiene nada que ofrecer al juez, y solo puede contar con la tenacidad de su voluntad. Sin embargo, su insistencia es tal que el juez acaba cediendo ante su fastidiosa y embarazosa «persecución». «Hazme justicia contra mi adversario»: esta petición corresponde a la invocación del Padrenuestro, «líbranos del mal/del maligno» (cf. Mt 6,13).

A continuación viene la explicación de la parábola. Dios no es como ese juez; al contrario, es un Padre que nos lleva en su corazón: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche?».

Se trata, por tanto, de una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin desanimarse jamás. Más exactamente: en griego significa «sin volverse amargo». A menudo, por no haber sido escuchados, sentimos dentro de nosotros esa amargura. Y, sin embargo, el Señor escucha nuestras oraciones, incluso cuando no lo parece o cuando no nos concede lo que pedimos. Y si la tentación del desaliento es siempre fuerte, no debemos ceder a la provocación del mal.

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El fin de la oración no es cambiar a Dios con respecto a nosotros, sino transformarnos a nosotros ante él: hay que convertir nuestro deseo de bienes que parecen no sernos dados en el deseo de una persona que quiere encontrarse con nosotros, venir a nosotros, estar con nosotros. Orar significa recordar a Dios lo que él ya sabe (cf. Mt 6,8); pero quiere que el ser humano lo recuerde y se lo recuerde. Porque el fruto de la oración —como ya ha dicho Lucas— no es la posesión de bienes, sino el don del Espíritu: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13).

La expresión «para que no me siga molestando» en griego es muy fuerte: literalmente significa «para que no venga a golpearme bajo los ojos». La oración tiene una insistencia que parece atacar y arañar el rostro de Dios: a veces es una lucha, con frecuencia una dura prueba, pero también puede convertirse en una consolación inesperada. Al final, queda siempre nuestro silencio y su palabra que ilumina.

La parábola se refiere también a la espera del Señor que viene, sobre todo en su conclusión: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?». Sería mejor traducir: «¿Encontrará esta fe en la tierra?», es decir, la fe insistente, obstinada, inquebrantable, como la de una pobre viuda y su oración perseverante… [el artículo tiene aquí valor de adjetivo demostrativo].

La primera lectura nos recuerda la oración de intercesión de Moisés, con las manos alzadas, que hace vencer a Josué contra Amalec (Ex 17,8-13). La segunda lectura es una exhortación a Timoteo para que crea firmemente en lo que ha aprendido de las Sagradas Escrituras y lo anuncie en el momento oportuno, pero también… ¡inoportuno! (2 Tm 3,14–4,2).

León XIV: «En Tierra Santa, chispas de esperanza: sigamos orando».

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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