Biblia

El error del fariseo…

El fariseo y el publicano, Barent Fabritius (1624-1673)

Después Jesús contó esta parábola para referirse a algunos que, confiando en sí mismos, se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hom­bres subieron al Templo a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro un cobrador de impuestos. El fariseo estaba de pie y oraba así en su interior: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, mal­hechores y adúlteros. Tampoco soy como este cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que compro”. En cambio, el cobrador de impuestos, que se había quedado de pie a lo lejos, ni siquiera quería mirar al cielo, sino que se golpeaba el pecho mientras decía: “¡Oh Dios! Te pido que tengas misericordia de mí, que soy un pecador”. Les aseguro que cuando este cobrador de impuestos bajó a su casa, Dios ya lo había hecho justo, pero no al fariseo, porque Dios humillará a todo el que se engrandece y engrandecerá al que se humilla». (Lc 18,9-14).

Cuando buscamos un encuentro más profundo y verdadero con el Señor, a menudo nos hacemos la misma pregunta: ¿qué debemos hacer? ¿Con qué actitud disponernos para la oración? La parábola del Fariseo y del Publicano nos lo enseña: para orar es necesario colocarse con sinceridad en la presencia del Señor.

Miremos la escena: el fariseo está de pie «y ora para sí mismo». La traducción literal del griego sería «ora delante de sí». Ha subido al templo no para ponerse ante Dios, sino «ante su propio yo». No mira al Señor, sino que se concentra en sí mismo y en sus propios méritos. Su oración no es escucha del Señor ni diálogo con Él, sino un monólogo y un autoelogio.

Es la actitud de quien está seguro de sí, de quien se enorgullece, de quien se siente satisfecho con lo que ha logrado con sus propias manos. Estar de pie (cf. Hch 3,6) es la condición de quien ha resucitado; el fariseo no necesita resurrección, porque, para él, todo ya está cumplido. «Te doy gracias, Señor, por no ser como los demás…».

El fariseo da gracias al Señor. Por algún tipo de suerte se le ha concedido ser «mejor» y «más santo» que los otros; y eso lo excluye de toda solidaridad y participación en la vida, en la culpa, en la debilidad, en el fracaso de sus hermanos. ¿Qué más puede darle Dios? Él no pide nada, no espera nada, no teme, no se siente frágil, no conoce el don de Dios. Incluso tiene la presunción de poder juzgar a los demás.

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«El publicano no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo»: es la actitud de quien siente sobre sí el peso de su miseria y de toda su insuficiencia. Se detiene a distancia, como quien sabe que no es digno de estar en la presencia de Dios. Pero entra, como aquel que —a pesar de su pobreza— confía en no ser rechazado.

Su oración, literalmente, dice: «Oh Dios, ten misericordia de mí, el pecador». El publicano sabe que es pecador; más aún, se considera «el único pecador»; y retoma la oración de los leprosos (Lc 17,13) y del ciego (Lc 18,38): «Kyrie eleison». Quien no se siente justo sale justificado por el don de Dios que ha sabido acoger.

La primera lectura es un elogio de la oración del humilde: Dios la escucha, porque tiene en su corazón «la oración del oprimido y no desprecia la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. […] La oración del pobre atraviesa las nubes» (Eclo 35,16-20).

La segunda lectura presenta la oración testamentaria de Pablo: «He peleado el buen combate, he concluido la carrera, he conservado la fe. […] el Señor me asistió y me fortaleció, para que por mí la predicación se llevara a cabo por completo y la escucharan todos los no judíos. […] Y el Señor me seguirá librando de toda obra mala y me otorgará la salvación en su Reino celestial» (2 Tim 4,7.17s).

El Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU declaró: «Los gastos militares mundiales alcanzaron el año pasado la cifra “inaceptable” de 2,7 billones de dólares». Nota: con 300 mil millones de euros bastaría para erradicar el hambre en el mundo antes de 2030.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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