¿Cuáles son las ventajas de la Inteligencia Artificial en el ámbito sanitario y cuáles, en cambio, sus riesgos? Esta es la pregunta en el centro de la lectio magistralis del cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, pronunciada el pasado 15 de octubre de 2025 en el Instituto Superior de Sanidad de Roma sobre el tema «Ética de la Inteligencia Artificial», con motivo de la inauguración del Centro de Estudio y Desarrollo dedicado a esta nueva frontera.
Parolin definió la IA como «un horizonte cargado de promesas, pero también una encrucijada que nos coloca ante una elección fundamental. Podemos elegir el camino de una tecnología que, persiguiendo una eficiencia inhumana, termina por descartar a los más débiles y mercantilizar el cuidado. O podemos optar por desarrollar y utilizar una inteligencia artificial que sea verdaderamente “inteligente” porque está iluminada por la ética, que esté verdaderamente “al servicio” porque está orientada al bien integral de cada persona»[1].
En el ámbito sanitario, explicó Parolin, las potencialidades son enormes: «algoritmos capaces de analizar imágenes radiológicas con una precisión superior al ojo humano, identificando patologías en fases tempranas; sistemas capaces de acelerar el descubrimiento de nuevos fármacos analizando en pocas horas una cantidad de datos que requeriría décadas de trabajo a un grupo de investigadores; plataformas que pueden personalizar las terapias oncológicas según el perfil genético de cada paciente, maximizando la eficacia y reduciendo los efectos secundarios; herramientas que optimizan la gestión de los recursos hospitalarios, garantizando un acceso más equitativo a la atención médica incluso en las regiones más remotas y pobres del planeta. Esta es la inteligencia artificial que queremos: un instrumento poderoso al servicio de la vida, un aliado del ser humano en la lucha contra la enfermedad y el sufrimiento».
Sin embargo, junto a las luces, el purpurado no ocultó las sombras que «requieren un discernimiento ético riguroso». El primer peligro, advirtió Parolin, es la «deshumanización del cuidado o la disgregación del acto médico —añadió—, una única y profunda relación existencial entre médico y paciente reducida a una serie de cálculos o procesos técnicos. La relación médica no es un simple intercambio de información entre un proveedor de servicios y un usuario. Es una alianza terapéutica, un pacto de confianza entre dos personas: el médico, con su ciencia y su conciencia, y el paciente, con su fragilidad y su esperanza».
Para Parolin, de hecho, un algoritmo «puede ofrecer un diagnóstico, pero no puede brindar una palabra de consuelo. Puede calcular una dosis, pero no puede estrechar una mano. Puede optimizar un protocolo, pero no puede participar con empatía en el misterio del dolor. El riesgo es que el médico, abrumado por presiones burocráticas y económicas, delegue a la máquina no solo el cálculo, sino también el juicio, transformándose de clínico sabio en mero supervisor de un proceso automatizado».
Inscríbete a la newsletter
Otro punto crítico es la «discriminación algorítmica», añadió Parolin. «Los algoritmos aprenden de los datos con los que son entrenados. Si esos datos reflejan los prejuicios y las desigualdades existentes en nuestra sociedad, la inteligencia artificial no hará más que reproducirlos y amplificarlos, creando un nuevo y perverso “apartheid sanitario”. Un sistema entrenado principalmente con datos de una etnia o franja de ingresos específicos podría resultar menos eficaz, o incluso dañino, si se aplica a poblaciones diferentes. El principio de inclusión nos obliga a garantizar que los beneficios de la IA en medicina sean realmente para todos, empezando por los más vulnerables».
Para Parolin, en el campo de las inteligencias artificiales hoy «es necesario invertir no solo en tecnología, sino sobre todo en la formación ética de quienes las diseñan y las utilizan». «La verdadera plataforma habilitadora que permitirá a las inteligencias artificiales dar frutos para el bien del mundo no es una tecnología, sino el ser humano —explicó el Secretario de Estado de la Santa Sede—. Los médicos, enfermeros y gestores sanitarios deben contar con las herramientas culturales y críticas necesarias para dialogar con estas nuevas tecnologías, comprender sus límites y mantener siempre el primado de la decisión humana. La decisión final, especialmente cuando están en juego la vida y la muerte, debe permanecer siempre en manos de un ser humano, capaz de integrar los datos de la máquina con los valores de la prudencia, la compasión y la sabiduría».
En su intervención, finalmente, el secretario de Estado recordó que «toda vida tiene un valor infinito, desde la concepción hasta la muerte natural, un valor que no depende de su utilidad, de su productividad o de su perfección física. La dignidad humana está por encima de cualquier cálculo».
-
El texto en italiano de la lectio magistralis puede consultarse aquí: https://www.osservatoreromano.va/it/news/2025-10/quo-237/il-rischio-di-un-perverso-apartheid-sanitario.html ↑


