Literatura

Tillie Olsen y «Las vidas de la mayoría»

Tillie Olsen (Foto:Wikimedia)

Recientes reediciones en distintos idiomas han vuelto a atraer la atención sobre Tillie Olsen, escritora estadounidense de origen judío, célebre entre los entendidos por la intensidad de sus cuentos. Pese a su escaso número de publicaciones, se la sitúa en el panorama del siglo XX norteamericano como una de las autoras de referencia en este género literario.

Tillie Lerner Olsen nació en Wahoo, Nebraska, en 1912. Sus padres eran judíos rusos emigrados a Estados Unidos tras el fracaso de la llamada «Primera revolución rusa» de 1905. Ambos socialistas y revolucionarios, llegaron al Nuevo Mundo formando parte de aquel amplio movimiento migratorio que, en los primeros años del siglo XX, llevó allí a miles de judíos rusos y ucranianos que huían de las severas restricciones legales y civiles, así como de los violentos pogromos populares, fomentados y tolerados por las autoridades imperiales zaristas. Un rasgo común y recurrente de aquella ola migratoria es que los judíos rusos estaban a menudo comprometidos políticamente, pertenecían a los nacientes movimientos de inspiración socialista y revolucionaria y, en su mayoría, no eran creyentes. A este perfil social y cultural pertenecen, por ejemplo, también los padres de otra escritora estadounidense contemporánea de Olsen: Grace Paley, nacida Gutseit (traducido al inglés como Goodside) en 1922, en Nueva York.

Comparación entre Tillie Olsen y Grace Paley: algunos datos biográficos

Las dos escritoras comparten varios elementos: el origen familiar en la Rusia europea zarista; la pertenencia a la cultura judía, vivida en términos de espíritu laico y no religioso; la formación socialista y revolucionaria; la llegada a Estados Unidos como consecuencia del mismo acontecimiento histórico: el fracaso de la «Primera revolución rusa». A estos factores familiares y genealógicos podemos añadir otros. Ambas eligieron la forma breve del relato para expresarse. En sus escritos encontramos testimonio de tensiones sociales y culturales análogas, compartiendo los ideales y las luchas de aquellos años: el antimilitarismo, en tiempos de la «guerra fría»; el pacifismo, durante la guerra de Vietnam; la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana y las batallas contra el racismo; el feminismo, entendido como movimiento de afirmación y replanteamiento del papel de la mujer en la sociedad surgida de las cenizas de la «Gran Depresión» de 1929 y del periodo de posguerra tras la Segunda Guerra Mundial; y los primeros movimientos de la naciente sensibilidad ecologista.

Otro elemento que las une es la escasez de su producción literaria: ambas escribieron poco, a pesar de haber tenido vidas muy largas. Nacidas con una década de diferencia —Olsen en 1912 y Paley en 1922—, murieron el mismo año, con pocos meses de diferencia: Olsen el 1 de enero de 2007, a casi 95 años, y Paley el 22 de agosto del mismo año, a los 84. Las distingue y caracteriza el contexto vital, aunque también aquí se da una curiosa coincidencia biográfica. Paley echó raíces, vital y literariamente, en los barrios de Nueva York, donde vivió hasta 1997, y solo entonces se trasladó con su segundo marido a Vermont. Olsen, en cambio, se mudó muy joven a San Francisco y vivió allí hasta 1997, cuando se estableció en Oakland, California, donde residió hasta su muerte. Olsen también tuvo dos maridos.

Un elemento formal y lingüístico importante que une a las dos escritoras es que ambas fueron especialmente atentas y hábiles a la hora de llevar a sus relatos la lengua coloquial de los ambientes de vida que frecuentaban. Paley lo hizo dando voz a la lengua y a los giros idiomáticos del macrocosmos de Nueva York, que constituye el horizonte constante de sus historias, el trasfondo en el que cobran vida los deseos y las luchas de sus personajes, en particular dando espacio a las zonas de la ciudad donde se hablaba el yidis. Olsen, por su parte, elaboró sus pastiches lingüísticos recogiendo los giros y expresiones de los ambientes obreros y populares de California, de los trabajadores portuarios de San Francisco, de las iglesias bautistas de las comunidades afroamericanas y de los entornos de los nativos yurok. «Olsen era una escritora que escuchaba el modo de hablar de la gente: anotaba coloquialismos, frases y locuciones idiomáticas en cualquier cosa que tuviera a mano, acumulando a lo largo de los años cientos de hojas garabateadas con expresiones populares»[1].

Comparación entre Olsen y Paley: algunos datos literarios

Si ambas escritoras representan un ejemplo del frente comprometido de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX —en particular entre los años sesenta y ochenta—, debe señalarse que el tono de su escritura se diferencia en un aspecto fundamental. Las obras de Olsen poseen un carácter de denuncia social y de compromiso político marcado, una tensión ideal explícita. Entre sus escritos recordados no se hallan solo relatos —en particular los cuatro que conforman la colección Dime una adivinanza—, sino también reportajes periodísticos, ensayos breves y poesías comprometidas[2]. «Olsen estaba firmemente convencida de la necesidad de construir un mundo en el que fuera posible realizar la “plena humanidad”, un mundo en el que la dignidad humana y el pleno desarrollo de las capacidades de cada persona fueran custodiados y cultivados»[3].

Paley, que no estuvo menos comprometida políticamente (la agenda de sus viajes por las zonas calientes del mundo de aquellos años no deja dudas sobre la seriedad de su implicación[4]), adopta un tono de escritura más universal y empático. Si Olsen denuncia y se coloca del lado de los más débiles, Paley escucha la realidad con una mayor amplitud y logra mostrar el mundo social haciéndolo emerger con una riqueza de matices y detalles más compleja. Retomando la imagen empleada por George Saunders en el ensayo que escribió con motivo del décimo aniversario de la muerte de Paley, la escritora neoyorquina ama el mundo que la rodea y nos recuerda que debemos amarlo, porque, absorbidos como estamos en sobrevivir, el amor por el mundo se nos escapa de la mente[5].

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Olsen, en cambio, demostró con los años una capacidad de innovación del lenguaje más vigorosa que la de su colega de la costa Este: basta comparar «No es por ti que lloro»[6] (1931) con las páginas de «Requa»[7] (1970). Nos encontramos ante un arco de escritura rico en «formas experimentales, que van desde el flujo de conciencia y el punto de vista variable hasta la intervención directa de la voz narrativa, en la que se alternan citas de canciones, poemas y discursos políticos»[8].

¿Por qué vale la pena leer las páginas de estas dos escritoras, judías laicas, socialistas y feministas? Nos parece que los motivos son al menos tres. El primero es la capacidad de escuchar al mundo popular y cotidiano de los pequeños y los débiles, con gran respeto, poniendo de relieve sus deseos, sus luchas, sus frustraciones, y también sus límites y errores. Las dos escritoras dan voz a quienes a menudo no la tienen, dan visibilidad a quienes con frecuencia carecen de representación cultural y literaria. «A Olsen se la recuerda a menudo por haber introducido en el discurso literario a una población —la de los trabajadores— que había quedado excluida de él. […] Olsen llevó a primer plano un tipo de narrativa centrada en lo que ella amaba definir como “las vidas de la mayoría”»[9].

El Papa Francisco, en su reciente carta a los poetas, ha escrito: «La poesía no habla de la realidad a partir de principios abstractos, sino poniéndose a la escucha de la propia realidad: el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida. La vuestra es —por citar a Paul Claudel— una “mirada que escucha”»[10].

El segundo motivo es la actitud de compromiso que anima su escritura: Paley y Olsen escriben para lograr una mejora, ambas convencidas de poder cambiar el mundo con sus palabras. «Esta absoluta confianza en la posibilidad del cambio, que está en el centro de su obra [la de Olsen], brotaba de los movimientos sociales radicales de comienzos del siglo XX y de lo que estos habían conseguido, sobre todo en los años treinta, y fue alimentada en las décadas siguientes por la demostración de que las personas podían y sabían trabajar juntas por el cambio»[11]. En un tiempo de «descompromiso», en el que se corre el riesgo de la superficialidad de las imágenes virtuales, el calor de la ciudadanía activa y consciente que testimonian las páginas y las vidas de las dos escritoras nos parece un ejemplo de vida cívica que está en sintonía con las palabras del Papa, cuando afirma: «Vosotros [los poetas] sois también la voz de las inquietudes humanas. […] Y no me refiero solamente a la crítica social […]. Hablo de las tensiones del alma, de la complejidad de las decisiones, de la contradictoriedad de la existencia»[12]. La referencia a los poetas no es inapropiada. De hecho, «Olsen utiliza la página, la línea, la palabra mediante procedimientos más propios de la poesía que de la prosa, procedimientos que “constituyen casi una nueva forma de narrativa”»[13].

El tercer motivo es la autenticidad de las voces femeninas presentes en sus relatos: es la fuerza de las protagonistas, que a menudo viven la contradicción y el desgarro entre las aspiraciones personales, por un lado, y las exigencias familiares, por otro. Ellas revelan la mirada de quien cuida, la mirada de quien protege la vida, a pesar de todo. Más allá del nivel importante de la moral, hay un grado de vida más profundo, que es escuchado, revelado, acogido y al que se devuelve la dignidad de ser, que solo la literatura más verdadera puede conceder. «Esta obra permite al Espíritu actuar, crear armonía dentro de las tensiones y contradicciones de la vida humana, mantener encendido el fuego de las pasiones buenas y contribuir al crecimiento de la belleza en todas sus formas, esa belleza que se expresa precisamente a través de la riqueza de las artes»[14].

Los escritos de Olsen y «Dime una adivinanza»

Olsen escribió poco a lo largo de su larga vida. El compromiso político y familiar absorbió su tiempo y sus energías. Su producción, discontinua, se concentra en algunos períodos, con décadas de silencio entre una publicación y otra. De hecho, los escritos de que disponemos pertenecen básicamente a cuatro etapas. La primera se sitúa en los primeros años treinta, de 1931 a 1934. La segunda abarca los años cincuenta, entre 1953 y 1960, y culmina con la publicación de los cuatro relatos del volumen Dime una adivinanza en 1961. El tercer período coincide con la publicación de un relato, concebido como el primer capítulo de una novela que nunca vio la luz, Requa, en 1970. Finalmente, un último texto biográfico, titulado Dream vision, dedicado a la madre de Olsen, data de 1984; en él, la escritora narra el relato de un sueño-visión que su madre Ida tuvo en la vejez, en el cual los Reyes Magos, transfigurados en mujeres humildes y sencillas, van a visitarla. Podemos decir que la escritura de Olsen se fue volviendo cada vez más experimental con los años; sus páginas desafían a los lectores, «que son llamados a participar activamente en la creación del significado del texto»[15].

Dime una adivinanza es el título tanto de un relato como del volumen que fue publicado en 1961. Para los amantes del cuento breve, constituye sin duda una joya del siglo XX. En el momento de su publicación, en 1961, Dorothy Parker, otra gran narradora estadounidense, afirmó que Olsen «utilizaba solo palabras exactas». El cuidado obsesivo por la palabra precisa hace que las páginas de la autora sean tan intensas como los poemas de Emily Dickinson y tan poderosas como las de Honoré de Balzac[16].

Excepto el primero, los otros tres relatos están tenuemente unidos por la presencia de algunos personajes recurrentes, miembros de una familia judía, que son retratados en distintas etapas históricas. A través de ellos, Olsen logra dar voz a la progresiva desilusión que la escritora y las protagonistas femeninas de sus relatos experimentan después de los años de compromiso político y civil, de las manifestaciones y de las luchas sindicales por la defensa de los trabajadores, que fueron muy amplias y concurridas en los primeros años treinta, cuando la crisis económica provocada por el colapso de la Bolsa en 1929 había llevado al desempleo y la pobreza a millones de estadounidenses.

El ambiente que constituye el trasfondo de las historias narradas en los relatos, en su mayoría de vida cotidiana, es el de una familia de “izquierda”, inspirada en valores de igualdad y justicia social, en oposición a la explotación de los trabajadores, al racismo y a la segregación racial. Las vivencias personales son observadas desde una mirada femenina, a través de la cual la escritora refleja también la condición de la mujer, a menudo marcada por los sacrificios, por un trabajo degradante y repetitivo, por la frustración de no poder dar espacio a la creatividad y a la realización personal, sofocadas por la necesidad de sobrevivir o por formas insidiosas de conformismo social.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

«¿Qué barco, marinero?» (1957) es el relato del viejo Whitey, un marinero con problemas de alcoholismo que, durante una estancia en San Francisco, va a visitar a una pareja de amigos (Lennie y Helen) con los que compartió luchas, sacrificios e ideales en su juventud. Los años han pasado y las heridas de una vida difícil al margen de la sociedad —entre tabernas y desesperados, con frecuentes estancias en prisión por peleas— han dejado su huella. Para las tres hijas (Jennie, Carol y Allie), a las que ha visto crecer, es un «tío» cada vez más extraño. La mayor siente hacia él una profunda incomodidad, porque se avergüenza de su presencia ante las amigas adolescentes y no quiere que vuelva a frecuentar la casa.

El vínculo afectivo con la pareja es fuerte, pero ya no basta. El viejo marinero, que ha vivido en el mar y no se ha ahorrado esfuerzos en las luchas sindicales, pertenece a otra época: se ha consumido y se ve amargamente sorprendido por la duda de que aquellas luchas hayan sido inútiles, de que la memoria de los esfuerzos realizados para conquistar ciertos derechos se haya perdido, y de que se dé por sentado lo que en realidad fue fruto de grandes sacrificios. A Whitey solo le queda la identidad del barco en el que trabaja. Digna de mención es la escritura del relato, compuesta por flujos de conciencia, diálogos directos, recuerdos del pasado y pasajes en tercera persona. Este estilo fragmentado, por momentos vacilante, restituye la percepción borrosa de los sentidos del marinero, su conciencia enturbiada, su memoria doliente y «a pedazos».

«Oh, sí» (1957) es un relato que retrata otro frente del compromiso civil de Olsen: el de la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana, por la integración social y por la educación escolar. Es también el texto que más evoca atmósferas religiosas, porque en él la escritora se deja interpelar por el lugar que Dios ocupa en la vida de quienes son los «débiles y miserables» de la sociedad.

El relato se divide en tres partes. Comienza en la inminencia de un bautismo que debe recibir una niña negra de doce años (Parry) en la iglesia de su congregación. A la ceremonia asisten como invitadas Helen y Carol, su compañera de escuela. La intensidad de los cantos, la fuerza de las emociones, el entusiasmo —casi un sentimiento de trance o de posesión—, la luz y el calor resultan demasiado para la joven Carol, que pierde el conocimiento y es sacada de la iglesia. La madre de Parry le explica la razón de tanta intensidad: la iglesia es el lugar donde hombres y mujeres, que viven vidas muy duras, pueden encontrar un espacio de desahogo y de libertad.

La escena cambia. En la segunda parte del relato, Helen ha vuelto a casa y le cuenta a su marido lo ocurrido. En ese momento Helen toma conciencia de que las dos niñas (su hija y la amiga negra) están destinadas a separarse, porque pertenecen a etnias y grupos sociales diferentes. Jennie, la hija mayor, está presente durante la conversación de los padres y se muestra implacable al exponer la fuerza inexorable de las presiones sociales que pesan sobre las muchachas y a las que no podrán resistirse. La madre relee algunos episodios de silencioso conformismo del pasado escolar de su hija Carol, señales anticipatorias de la separación entre razas que el sistema intenta imponer y cuyo significado solo ahora comprende.

Por último, en la tercera parte, ha pasado el tiempo: las muchachas han crecido, y lo que la hermana mayor había previsto parece cumplirse. Sin embargo, Carol, además de tomar conciencia de la distancia que se ha creado con su amiga, debe enfrentarse a la intensa experiencia religiosa que ha vivido. La voz de los cantos sigue resonando dentro de ella después de tanto tiempo; para Carol, aquella experiencia de fe comunitaria fue una auténtica inmersión del espíritu, un bautismo de humanidad, del que habla su madre, esperando que la hija sea capaz de ir más allá de la división impuesta por la sociedad.

Desde el punto de vista lingüístico, la primera parte es un extraordinario mosaico de luces, cantos, sonidos y sinestesias que envuelven al lector, colocándolo en el centro de un torbellino de sensaciones. Hay un uso minucioso de las palabras y de los espacios en blanco, de interrupciones y reanudaciones, que casi construyen físicamente la página poética. La segunda parte es más tradicional, pero destacan la agudeza y la profundidad de los juicios expresados por la hermana mayor al describir la condición social y la mezcla de asombro, maravilla y dolor de una madre que empieza a comprender y no encuentra las palabras para explicar a su hija lo que está viviendo para consolarla, quizás porque ella misma no lo entiende.

«Dime una adivinanza» (1960) es el último relato de esta tríada literaria y el más extenso. De hecho, con sus sesenta páginas, tiene las dimensiones de una novela corta. Los protagonistas son Eva y David, padres ancianos de Lennie. El título retoma una frase que los nietos pequeños repiten a Eva a modo de cantinela: «Dime una adivinanza… dime una adivinanza… dime una adivinanza», cuando ella los va a visitar. Esta frase expresa el sentido de asedio de las demandas familiares y de las expectativas sociales a las que la protagonista ha tenido que responder durante toda su vida.

La mujer es anciana y vive con un marido presumido, que intenta convencerla de vender la casa para trasladarse a un centro para mayores, descrito en términos ideales (llamado precisamente Heaven). Pero la mujer, tras una vida de trabajo, sacrificios, exigencias y expectativas ajenas, desea vivir su tranquila vejez sin tener que rendir cuentas a nadie. Cuando le diagnostican un tumor, el marido se siente perdido y asustado. Le oculta la verdad y hace todo lo posible por cuidarla y aliviar su dolor. Organiza una serie de visitas a hijas e hijos, y al ruido distraído de la realidad familiar externa se contrapone la voz interior de la mujer, que solo busca paz. Están las presiones y expectativas de hijos y nietos, pero ella está cansada, harta, y quiere marcharse, retirarse, esconderse, huir, volver a casa. Su estado empeora, y el relato avanza hasta las últimas y desesperadas horas de vida de la mujer, que lucha en la agonía.

La acompaña durante las últimas semanas de su vida su nieta Jeannie, la hija mayor de Helen y Lennie, que aparecía en los dos relatos anteriores como una joven cínica y distante; en este, en cambio, se convierte en una figura de cuidado y ternura. Este relato está escrito en una forma más tradicional, aunque hay secciones en las que Olsen da espacio al flujo de conciencia de la mujer. La representación de las horas finales es intensa, en el intercambio de palabras que pertenecen ya a dos niveles distintos de conciencia: entre la mujer, que delira, y el marido desesperado que la acompaña y comprende, con inmensa sorpresa, que los ideales que ambos habían abrazado de jóvenes siguen vivos en ella, que ha permanecido fiel a ellos y los ha custodiado en silencio, mientras él los había olvidado, vendido o dejado de lado.

El último relato que presentamos es «Aquí estoy, planchando» (1957). Es el primero del volumen. Lo mencionamos solo al final, después de haber presentado los otros tres relatos. Este texto «es un análisis feroz y complejo de la maternidad»[17] y constituye «uno de los primeros testimonios literarios de la voz de una madre que explora con honestidad y rigor la relación con su hija»[18]. El relato es el monólogo de una mujer que, mientras plancha en casa, encuentra el tiempo (el que dura planchar unas cuantas prendas) para pensar en su hija mayor, por la cual ha sido convocada a la escuela. Recordar la vida de su hija Emily se convierte para la mujer en una ocasión para hacer balance de su propia vida y de cómo ha desempeñado su papel de madre: lo que ha hecho y lo que ha descuidado. «Era hija de un amor ansioso, no orgulloso»[19], Emily, quien más ha sufrido el peso de la «distracción» materna, absorbida por la constante lucha por la supervivencia económica; Emily, que no recibió los cuidados ni la atención de los otros hijos nacidos de una segunda relación: incluso en el ámbito familiar, la muchacha conoció la dureza de la competencia afectiva. La madre reconoce sus carencias, la distancia que se ha creado entre ellas y desea para su hija un futuro distinto al que ella misma ha vivido. Dirigiendo su pensamiento al director de la escuela, a quien no llegará a ver, la madre piensa: «Ayúdela solo a comprender —a tener motivo para comprender— que ella es más que este vestido sobre la tabla de planchar, indefenso ante la plancha»[20]. Es un final intenso y conmovedor.

  1. R. Edwards, «Introduzione», en T. Olsen, Fammi un indovinello, Bolonia, Marietti, 1820, 2024, 11. Las citas en este artículo provienen de la versión italiana de las obras de Olsen (Nota del traductor).

  2. Muy actual resulta hoy en día el poema «Mujeres del norte, quiero que sepan», de 1934, con el que Olsen denuncia la explotación laboral de las mujeres chicanas en México, que por unos pocos centavos cosen ropa para niños, que luego compran las mujeres ricas de las ciudades del norte de los Estados Unidos. Por primera vez, las condiciones injustas del trabajo femenino se equiparan a las del masculino en otros sectores productivos.

  3. R. Edwards, «Introduzione», cit., 10.

  4. Al respecto, es de gran utilidad la lectura de G. Paley, La importancia de no entenderlo todo, Círculo de tiza, 2016, que recoge páginas autobiográficas, recuerdos de viajes, discursos y textos escritos por Paley en diversas ocasiones de compromiso cívico.

  5. Cf. G. Saunders, «La santa patrona del Vedere», en G. Paley, Tutti i racconti, Roma, SUR, 2018, 8,

  6. Cf. T. Olsen, Non è per te che piango, en Id., Gola di ferro e altri scritti, Urbino, QuattroVenti, 2008, 11-29.

  7. Cf. Id., Requa, en Id., Gola di ferro e altri scritti, cit., 69-101.

  8. R. Edwards, «Introduzione», cit., 10.

  9. Ibid., 10; 12.

  10. AA.VA., Versi a Dio, Milán, Crocetti, 2024, 7.

  11. R. Edwards, «Introduzione», cit., 10.

  12. AA.VV., Versi a Dio, cit., 8.

  13. R. Edwards, «Introduzione», cit., 10.

  14. AA.VV., Versi a Dio, cit., 8.

  15. R. Edwards, «Introduzione», cit., 11.

  16. Cf. ibid.

  17. R. Edwards, «Introduzione», cit., 14.

  18. C. Biagiotti, «“Una ragione per credere”: gli scritti sparsi di Tillie Olsen», en T. Olsen, Fammi un indovinello, cit., 123.

  19. T. Olsen, Fammi un indovinello, cit., 34.

  20. Ibid.

Diego Mattei
Sacerdote jesuita miembro del colegio de escritores de La Civiltà Cattolica. Ha sido Capellán universitario de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de la Sapienza, Roma. Sus textos, publicados en nuestra revista y en otros medios, versan preferentemente sobre literatura y espiritualidad.

    Comments are closed.