Mundo

Donald J. Trump:

Los primeros meses del segundo mandato

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, firmando órdenes ejecutivas, septiembre de 2025 (Foto: whitehouse.gov).

El presidente Donald Trump fue elegido hace un año y se acerca al cumplimiento del primer año de su segundo mandato. ¿Cómo han sido los primeros meses de su administración? Cuando, en el discurso pronunciado ante el Congreso en marzo de 2025, describió las primeras seis semanas en el cargo como de «acción rápida e incesante», en realidad estaba anticipando los meses siguientes con una exactitud quizá desconocida incluso para él mismo[1]. Los primeros meses del segundo mandato se han caracterizado por una intensa actividad: una ráfaga de órdenes ejecutivas, una acción militar en Irán, aranceles y guerras comerciales.

Incluso con el bloqueo de las actividades administrativas (government shutdown) en Estados Unidos, esta aceleración del ritmo refleja el tiempo de que dispuso la administración Trump para prepararse entre el primer y el segundo mandato. Pero, en un sentido más profundo, expresa la determinación del presidente y de muchos de sus asesores de transformar el Partido Republicano (Grand Old Party, GOP): ya no sujeto a las limitaciones de su propio establishment o de las convenciones, como consideran que ocurrió durante el primer mandato, sino orientado a llevar a cabo las políticas deseadas por Trump, a ampliar los poderes del presidente y, en última instancia, a consolidar los cambios que él ha introducido en el GOP y en la política estadounidense.

Esta energía refuerza la tesis de aquellos observadores que sostienen que Trump ha adquirido un nuevo sentido de misión después del fallido atentado contra su vida sufrido en Butler, Pensilvania. Es él, más que cualquier otro presidente reciente, el tribuno del pueblo: afirma representar sus necesidades, sus deseos y, sobre todo, sus emociones de un modo que ningún otro dirigente electo es capaz de hacerlo. En esta «era de los sentimientos», él es el principal intérprete del sentir colectivo[2].

A corto plazo, el Presidente y su administración deberán gobernar enfrentándose a las persistentes dificultades económicas y políticas, incluidas las incertidumbres generadas por los aranceles. A largo plazo, es demasiado pronto para decir si los cambios que ha introducido en el Partido Republicano y en la vida política estadounidense están destinados a perdurar. Pero muchas de las tendencias estructurales —en particular, la concentración del poder en la presidencia y el debilitamiento del Congreso— continuarán con toda probabilidad inalteradas. Mientras tanto, muchos católicos estadounidenses están tratando de responder al desafío de un nuevo orden político que a menudo pone a prueba la unidad de los fieles.

Política interna: la agenda del segundo mandato

«El trumpismo es una postura cultural antiizquierdista y antielitista. No es un programa político», escribía Ryan Streeter en 2020[3]. Es sin duda cierto que el fenómeno Trump fue una reacción populista tanto contra la izquierda como contra la derecha tradicional, pero su campaña se basó en propuestas concretas, sobre todo en los ámbitos económico y migratorio, que encontraron gran resonancia entre los electores. Desde entonces, Trump ha cumplido muchas de esas promesas, incluida una de las menos populares: los aranceles aduaneros.

Los primeros días de la presidencia estuvieron dominados por órdenes ejecutivas que abordaron numerosos temas surgidos durante la campaña: desde la inmigración hasta la seguridad fronteriza, pasando por la lucha contra el «wokismo»[4]. Una orden ejecutiva es un decreto presidencial que obliga a un departamento gubernamental a emprender determinadas acciones. Un ejemplo particularmente llamativo fue el decreto mediante el cual, el 20 de enero de 2025, se instituyó el DOGE (Department of Government Efficiency), confiado a Elon Musk hasta el mes de mayo siguiente, con la tarea de «maximizar la eficiencia y la productividad de la administración pública»[5].

El DOGE revela muchas de las ambigüedades inherentes a gobernar mediante órdenes ejecutivas. Una orden ejecutiva no es una ley, por lo que no pasa por el Congreso; en consecuencia, las actividades iniciadas en virtud de una medida de este tipo suelen suscitar interrogantes sobre su legitimidad y la autorización parlamentaria, como ocurrió precisamente con el DOGE. Además, cuando la orden encarga a un departamento una misión genérica, surge el problema de definir concretamente sus objetivos. En este caso, ¿cuál es el propósito del DOGE? ¿Reducir los costos? ¿Simplificar la regulación? ¿Desmantelar la burocracia para debilitar el llamado Deep State? A menudo se acusa a los presidentes de recurrir a las órdenes ejecutivas para eludir al Congreso. Por tanto, cuando el número de tales medidas se vuelve elevado, no es una buena señal para quienes temen el crecimiento incontrolado del poder ejecutivo en Estados Unidos[6].

Las políticas de Trump se apartan con frecuencia del libertarismo fiscal al estilo Reagan, aunque sin abrazar del todo el populismo económico que él mismo proclama. También en el segundo mandato se observa esa ambivalencia. El logro legislativo más significativo hasta ahora ha sido la aprobación del One Big Beautiful Bill Act (OBBBA), así denominado porque fusionaba en una única ley «ómnibus» medidas sobre impuestos, asignaciones presupuestarias y políticas públicas. Con esta ley, el presidente ha cumplido su promesa de ampliar los recortes fiscales aprobados durante su primer mandato, en 2017: probablemente ha sido su medida más reaganiana. Al mismo tiempo, sin embargo, el aumento de la deuda federal demuestra que en Washington quedan ya pocos defensores del «gobierno ligero», a pesar de algunas reformas parciales en materia de gasto social.

Si las políticas fiscales de Trump se alejan de la doctrina del fusionismo, su celo proteccionista en materia de aranceles lo aproxima, en cambio, a otros presidentes republicanos del pasado, entre ellos Calvin Coolidge. Por lo demás, los aranceles evocan un proteccionismo que, durante buena parte del siglo XX y más allá, se había asociado más con la izquierda que con la derecha, como ya ocurrió con la ley arancelaria Smoot-Hawley de 1930, aprobada por el presidente Herbert Hoover y considerada una de las causas de la Gran Depresión. A estas alturas, los problemas relacionados con los aranceles son bien conocidos[7]. La verdadera pregunta, sin embargo, es si los aranceles acabarán agravando precisamente uno de los principales problemas que Trump se había comprometido a resolver, es decir, la inflación[8]. Si así fuera, podrían allanar el camino a nuevas victorias demócratas en las próximas elecciones y poner en riesgo los recientes éxitos del Partido Republicano entre los votantes hispanos[9].

La inmigración ha sido un tema central para la administración Trump desde su primera campaña de 2015, inspirada en un «populismo nacional» favorable a la seguridad fronteriza y a la protección de los trabajadores estadounidenses frente a la mano de obra inmigrante. Este enfoque se inserta en una larga tradición estadounidense de restricciones migratorias, representada en las últimas décadas por la figura de Patrick Buchanan[10]. Hasta ahora, la administración ha reivindicado dos éxitos principales: el aumento significativo de las expulsiones y la drástica reducción de las entradas y detenciones en la frontera. Es probable que las nuevas políticas hayan disuadido a muchos de cruzar la frontera sin autorización[11]; sin embargo, Trump y sus colaboradores también están poniendo a prueba los límites del poder presidencial en materia de derecho migratorio, a menudo mediante iniciativas muy visibles mediáticamente, concebidas para atraer la atención y provocar litigios. Es el caso, por ejemplo, del proceso judicial de Kilmar Ábrego García, que ha generado una amplia exposición mediática: por un lado, ha reforzado el apoyo de los partidarios de Trump, convencidos de su determinación en el tema migratorio; por otro, ha movilizado las protestas de sus opositores.

Las políticas migratorias han atraído críticas desde múltiples frentes, incluida la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, que, si bien reconoce la necesidad de «acciones policiales destinadas a garantizar el orden y la seguridad de las comunidades por el bien común» y de reformar «un sistema migratorio gravemente deficiente», ha señalado que las medidas adoptadas están muy lejos de la «comunión de vida y de amor» a la que debería aspirar una nación de inmigrantes[12]. Palabras que evocan la carta enviada por el papa Francisco a los obispos estadounidenses en febrero de 2025, enteramente dedicada al tema de la inmigración[13].

Es muy probable que la administración Trump continúe manteniendo una línea dura en materia de inmigración y seguridad fronteriza, y que la cuestión migratoria siga siendo una de las más divisivas en la política estadounidense, a la espera de que surja un estadista capaz de proponer un nuevo consenso.

El asesinato de Charlie Kirk el 10 de septiembre puso trágicamente de relieve la fragilidad de la sociedad estadounidense y los problemas no resueltos que alimentaron la elección de Trump en 2024. Kirk, destacado activista del movimiento MAGA y voz influyente en los campus universitarios, fue asesinado en medio de una oleada de violencia política, lo que suscitó interrogantes sobre el estado de salud de la sociedad norteamericana. La violencia política ha aumentado recientemente en la izquierda, pero no está claro si la administración Trump o los republicanos serán capaces de afrontar sus causas. En particular, muchos intentaron «cancelar» a los críticos de Kirk tras su muerte, a pesar de su reputación como firme defensor de la libertad de expresión de la derecha.

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Política exterior: ¿la «doctrina Trump»?

Trump siempre ha sostenido que le corresponde a él definir qué significa realmente «MAGA» o America First, y quizá en ningún ámbito esto sea más cierto que en la política exterior. Los primeros meses de su segundo mandato han mostrado que, según el presidente en funciones, el principio de soberanía nacional inherente a America First no implica en absoluto aislamiento o desentendimiento global: puede perfectamente incluir una participación militar estadounidense en el extranjero, siempre que sirva a las prioridades de Estados Unidos.

Desde hace tiempo, los comentaristas tienen dificultades para definir con precisión la visión trumpiana de la política exterior. A ello contribuye el hecho de que incluso los asesores del presidente parecen estar divididos entre las corrientes más intervencionistas y las más aislacionistas de la derecha estadounidense, como reveló el escándalo del «Signalgate», relativo a la filtración de conversaciones reservadas sobre operaciones militares contra los hutíes en Yemen[14]. Aunque resulta difícil hablar de una auténtica «doctrina Trump», no cabe duda de que en su segundo mandato ha estado guiado por convicciones de larga data: una gran confianza en sus propias capacidades de negociación, una firme oposición al programa nuclear iraní, el apoyo a Israel, la aversión a los acuerdos multilaterales que comprometan a Estados Unidos en la defensa de otros países y la voluntad de abrir nuevas oportunidades comerciales y de inversión para el capital estadounidense[15].

Como la mayoría de los presidentes republicanos, Trump siente una fuerte simpatía por Israel, aunque a su manera. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha hecho todo lo posible por mantener una buena relación con él, pero la profunda convicción del líder estadounidense en el poder de la negociación —ya sea la suya o la de su enviado Steve Witkoff— lo llevó a intentar una mediación entre Irán e Israel. Sin embargo, Trump habría llegado a la conclusión de que los iraníes no negociaban de buena fe y de que Israel tenía posibilidades reales de obtener una victoria militar sobre Teherán[16]. En cualquier caso, su hostilidad hacia un Irán potencialmente dotado de armas nucleares terminó por coincidir con el antiguo deseo de Netanyahu de contener la influencia iraní. Mientras Trump declaró concluida la guerra entre Israel y Hamás en octubre de 2025 con un alto el fuego, la cuestión será si, y en qué medida, ejercerá presión sobre todas las partes para resolver los problemas de fondo y promover una paz justa y duradera.

En cuanto a Rusia y Ucrania, el presidente ha expresado en varias ocasiones su impaciencia ante las lógicas de la «Guerra Fría», desplazando al Partido Republicano hacia una posición crítica respecto de Ucrania. Como otros presidentes estadounidenses anteriores, parece haber pensado que podía negociar con Vladímir Putin, a pesar de su declarada impaciencia ante la prolongación del conflicto. La cumbre de agosto de 2025 en Alaska entre el presidente estadounidense y el ruso fue un caso emblemático: por un lado, Trump se mostró confiado en su propia capacidad de negociación, ignorando los fracasos del pasado y las preocupaciones de los líderes europeos; por otro, la frustración hacia Putin lo llevó a reiterar un ambiguo apoyo a Ucrania. Tanto el presidente Trump como el vicepresidente J. D. Vance manifestaron un respaldo más firme a Ucrania en los meses de septiembre y octubre, siendo Vance quien declaró que Rusia debe «despertar y aceptar la realidad» de la necesidad de la paz[17]. Siguen abiertas, por tanto, algunas preguntas: «¿Hasta qué punto está dispuesto Trump a ejercer presión sobre Putin? ¿Y hasta dónde está dispuesto a apoyar a Zelenski?»[18].

Los líderes mundiales han reaccionado a estos movimientos con estrategias diversas. Los analistas suelen observar que Trump tiende a mostrarse más duro con los aliados históricos de Estados Unidos que con sus enemigos tradicionales. Y, sin embargo, son precisamente los aliados quienes más se esfuerzan por mantener relaciones positivas con Washington, incluso a costa de grandes sacrificios[19]. Esto resulta especialmente evidente en las relaciones con la Unión Europea y la OTAN.

Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha logrado establecer una colaboración provechosa con Trump, gracias también a la cooperación en la lucha contra el tráfico de fentanilo hacia Estados Unidos, una de las prioridades de la administración estadounidense. Sin embargo, la amenaza de acciones militares de Estados Unidos en territorio mexicano ha sido una fuente constante de tensión[20]. De manera similar, el primer ministro canadiense Mark Carney —cuya victoria en las elecciones de 2025 se debió en gran parte a su oposición a Trump— ha intentado convencer a la Casa Blanca de que el acuerdo comercial USMCA (United States-Mexico-Canada Agreement) exime a la mayoría de los bienes canadienses de los aranceles introducidos por Trump[21]. De ello podría derivarse un fortalecimiento de la cooperación entre Canadá y México, en un intento de evitar el aumento de las barreras comerciales con Estados Unidos[22].

El Reino Unido, por su parte, ha intentado salvaguardar la «relación especial» con Estados Unidos, tanto más importante después de que el Brexit lo distanciara de la Unión Europea. El primer ministro británico, Keir Starmer, se ha movido en esa dirección, apostando por la histórica alianza entre Londres y Washington.

Otros países, como la India y Brasil, han adoptado actitudes más abiertamente hostiles. En el caso de Brasil, la situación se complica por la amistad personal entre Trump y el expresidente brasileño Jair Bolsonaro.

La mayor oposición que Trump ha encontrado en el plano internacional concierne a Israel: algunos países europeos han propuesto ante las Naciones Unidas reconocer oficialmente al Estado palestino. La escalada del conflicto entre Israel y Hamás, iniciada el 7 de octubre de 2023, ha acentuado las fracturas entre Estados Unidos y sus aliados europeos en torno a la cuestión palestina y a la defensa de Israel: una divergencia profunda que el presidente no parece capaz de resolver. En cualquier caso, es evidente que la opinión pública de muchos países europeos —y de la izquierda estadounidense— se ha alejado aún más de Israel.

El inicio del segundo mandato de Trump ha reavivado el debate sobre la posibilidad de un nuevo orden mundial sin Estados Unidos o, al menos, de un Occidente obligado a avanzar sin su apoyo. Por el momento, este escenario parece improbable. Durante algunos años, Europa tenderá a remilitarizarse; México y Canadá buscarán reforzar sus relaciones comerciales con otros socios; y China se adaptará, también gracias a la crónica incoherencia estadounidense hacia ella. De hecho, dada la necesidad de Estados Unidos de negociar un acuerdo comercial más ventajoso con China, las guerras arancelarias podrían acabar beneficiando a este país, quizá en detrimento de Taiwán[23].

Sin embargo, buena parte del mundo parece decidida a hacer lo necesario para mantenerse, de una forma u otra, en las buenas gracias de Estados Unidos.

Los otros poderes: el Congreso y el poder judicial

La administración Trump sigue sosteniendo su visión de la presidencia como poder dominante dentro del sistema federal estadounidense, en consonancia con la imagen que el propio presidente tiene de sí mismo y con la teoría cesarista del «ejecutivo unitario», compartida por muchos de sus asesores. Esta orientación, posible gracias al control republicano de ambas cámaras del Congreso, no ha producido hasta ahora conflictos con el poder judicial tan graves como algunos temían. La presidencia de Trump no ha hecho más que acentuar la relegación del Congreso de los Estados Unidos a un papel relativamente marginal en la política estadounidense: el de partidario o crítico faccioso del presidente.

Hoy resulta difícil determinar en qué medida las prerrogativas institucionales del Congreso están realmente equilibrando el poder de la presidencia o los vínculos partidistas entre ambos poderes, ya se trate de permitir a Trump ignorar una ley aprobada por el propio Congreso en el caso TikTok, de acceder a la solicitud de la administración de fusionar una enorme cantidad de disposiciones heterogéneas en un único, grande y «bellísimo» proyecto de ley que se apruebe en bloque sin un debate adecuado, o de renunciar a impugnar la decisión de Trump de despojar al Congreso de las competencias que le corresponden, según el Artículo I, sección 8 de la Constitución, en materia de aranceles y regulación del comercio exterior.

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No es una exageración afirmar que muchos miembros del Congreso no tienen ninguna experiencia directa de su funcionamiento constitucional original. Sin embargo, como ha señalado Philip Wallach, también es fácil exagerar su impotencia[24]. No sería correcto definir al Congreso como un simple «sello de aprobación» para la agenda trumpista, dado que aún existen ciertos límites a su pasividad. Para bien o para mal, «la legislación de partido único —posible sobre todo gracias al procedimiento de reconciliación presupuestaria, que sortea el obstáculo del obstruccionismo— se ha convertido en el modo dominante de la actividad legislativa en el siglo XXI»[25]. Según Wallach, el problema del Congreso es aún más grave: no tanto su pasividad, como su reconocida decadencia.

En The Federalist n.º 70, el 5 de marzo de 1788, Alexander Hamilton escribía que «la energía del poder ejecutivo es una característica esencial de un buen gobierno». Precisamente esa energía complica hoy la relación entre la administración Trump y el poder judicial, que por su naturaleza se mueve a un ritmo más lento. Diversas acciones del gobierno han terminado ante los tribunales, incluidas aquellas vinculadas a la invocación del International Emergency Economic Powers Act de 1977 para justificar el estado de emergencia que sustenta los aranceles[26]. Aún más escandalosos han sido los juicios emprendidos contra la administración para impugnar los traslados forzosos y las deportaciones —en algunos casos realizadas sin las debidas garantías de un proceso justo—, así como el recurso al Alien Enemies Act de 1798 para legitimar tales medidas. Estos factores estuvieron entre las causas del government shutdown, junto con la renovada convicción de los demócratas de que era necesario negar los fondos gubernamentales a la administración Trump para obstaculizar su programa[27].

Algunos observadores consideran que la administración Trump actúa con un evidente desprecio hacia el poder judicial; otros hablan de un plan cuidadosamente diseñado para debilitarlo como parte integrante del Deep State. La verdad probablemente se sitúe en un punto intermedio: la administración adopta con frecuencia una actitud hostil hacia amplios sectores del sistema judicial, pero no siempre consigue imponer sus estrategias —ni siquiera ante jueces nombrados por Trump—, ni se niega sistemáticamente a reconocer sus derrotas. Además, muchas de las formas en que se relaciona con la magistratura no difieren sustancialmente de las empleadas por otros presidentes recientes. Hasta ahora, las preocupaciones por una posible «crisis constitucional» parecen exageradas, pero es innegable que el poder judicial tiene dificultades para mantener el ritmo y que su capacidad de equilibrar el poder ejecutivo es limitada[28]. Y la administración Trump lo sabe muy bien.

Iglesia católica y signos de esperanza

Cualquiera que sea el juicio sobre Joe Biden o Donald Trump, es evidente que el actual clima político estadounidense representa un serio desafío para los católicos. Pero quizás la dificultad más profunda sea interna: la incapacidad de la comunidad católica para superar sus propias filiaciones ideológicas y partidistas. En la bula de convocatoria del Jubileo de la Esperanza 2025 Spes non confundit, el papa Francisco dirigió una doble invitación a los católicos: «poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo» y ser «signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria»[29].

En Estados Unidos no faltan los signos de esperanza, tanto dentro de la Iglesia católica como en la sociedad, especialmente a través de las iniciativas promovidas por los laicos. Sin embargo, incluso estos signos positivos resultan a menudo controvertidos entre los católicos estadounidenses. El disenso, en sí mismo, no es algo negativo, pero cuando los momentos de esperanza en la vida eclesial son sistemáticamente interpretados como victorias de un bando y derrotas del otro, se resquebraja la communio. Las diferencias políticas entre los católicos no deberían endurecerse hasta convertirse en fracturas, pero con frecuencia eso es precisamente lo que ocurre, impidiéndoles ser «signos tangibles de esperanza» para los demás hermanos y hermanas.

En muchos aspectos, la vida de la Iglesia católica en Estados Unidos refleja la de la propia sociedad estadounidense: las voces más influyentes tienden a expresarse en los términos propios de la ideología política, mientras que pocos se detienen a reconocer los signos de la gracia, que deberían alimentar la esperanza. Dada la lógica de mercado que rige la comunicación pública en Estados Unidos, no sorprende que muchas de las voces católicas más destacadas gocen de importancia no tanto por su capacidad de representar la fe, sino por su credibilidad ante determinadas facciones. Estos comentaristas interpretan la realidad eclesial en términos de victorias y derrotas de su propio campo, descuidando un análisis teológico auténtico, capaz de orientar la mirada hacia la esperanza. El resultado, para demasiados católicos desilusionados, es la confirmación implícita de la sensación de que la Iglesia ya no tiene nada que ofrecer a la sociedad ni a la política.

El Jubileo de la Esperanza representa todavía una ocasión propicia para invertir esta tendencia. Una reflexión teológica auténtica sobre la condición estadounidense requiere recuperar el diálogo entre fe y razón, para contrarrestar la ideología partidista y resistir la tentación de doblar el Evangelio en apoyo de las propias opiniones.

A ello se suma una tarea teológica clásica, que se remonta al menos a san Agustín: contrarrestar el apocalipticismo[30]. A la política estadounidense, el cristianismo puede ofrecerle un antídoto precioso: no solo mediante el diálogo entre fe y razón, sino también a través de la denuncia del apocalipticismo «fuera de lugar», es decir, del uso sagrado y totalizante de la política.

Muchos católicos en Estados Unidos continúan concibiendo el momento presente como una batalla para hacer triunfar sus propias ideas políticas. Las consecuencias de un eventual fracaso, según ellos, serían catastróficas. Sin embargo, paradójicamente, esta visión no es lo suficientemente ambiciosa: no reconoce el desafío más profundo que se plantea a los católicos, aquel al que se refería el papa Francisco cuando afirmaba que «la esperanza y la paciencia muestran claramente cómo la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús»[31]. Y es precisamente esta la esperanza de la que la política estadounidense tiene urgente necesidad.

Sin embargo, una teología de este tipo no puede basarse solo en un aparato conceptual adecuado: necesita comunidades vivas, que ofrezcan una alternativa concreta a experiencias falsificadas de pertenencia. Y es aquí, una vez más, donde la tarea decisiva recae en los laicos[32].

Conclusión: ¿una Constitución de la libertad?

En su libro The Right: The Hundred-Year War for American Conservatism, Continetti sostiene que el conservadurismo estadounidense se encuentra hoy atraído por dos polos[33]. Por un lado, está el núcleo tradicional: la defensa de las estructuras sociales y políticas tradicionales, que en Estados Unidos suele expresarse en la veneración por el gobierno limitado delineado en la Declaración de Independencia y en la Constitución. Por otro lado, existe una oposición visceral al progresismo, particularmente acentuada a partir de la presidencia de Woodrow Wilson y del New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

¿Es, entonces, el conservadurismo estadounidense ante todo una defensa de las instituciones históricas de Estados Unidos o una reacción frente al progresismo? La respuesta es que es ambas cosas. Sin embargo, el conservadurismo tradicional siempre ha representado un componente relativamente minoritario de la derecha estadounidense, inserto dentro de una coalición —o «fusión» — de movimientos diversos, unidos por proyectos comunes, en particular el anticomunismo durante la «Guerra Fría»[34]. Continetti sostiene que, desde 1989, la derecha estadounidense está en busca de un nuevo elemento de cohesión que pueda sustituir al anticomunismo. Desde esta perspectiva, la centralidad de Trump a partir de 2015 puede interpretarse como el intento de unificar a la derecha en torno a una visión favorable a la política personalista del Presidente y contraria al progresismo contemporáneo. La verdadera cuestión abierta, por tanto, no es solo si existirá un “trumpismo” después de Trump, sino si este puede integrarse en una concepción del conservadurismo con la cual el propio Presidente mantiene una relación tan ambivalente.

Esa relación es compleja también porque Trump ha declarado siempre explícitamente no compartir la tradición política estadounidense del gobierno limitado que muchos conservadores se proponen salvaguardar. Para él, así como para muchos progresistas, la Constitución no es tanto una «Constitución de la libertad» cuanto un obstáculo para la acción del país. Esto no significa que Trump adhiera a una teoría constitucional precisa; significa, sin embargo, que su figura resulta funcional para promover la agenda de muchos de sus colaboradores, quienes manifiestan una impaciencia ante los límites constitucionales que en el pasado solía atribuirse más bien a los movimientos progresistas. Como declaró el propio Trump en 2019: «Está el Artículo 2, que me da el derecho de hacer todo lo que quiera como presidente»[35].

Más allá de las hipérboles sobre las crisis y los acontecimientos «sin precedentes», la situación actual es realmente única en la historia de Estados Unidos: en 2025, la tradición política estadounidense prácticamente ya no cuenta con verdaderos defensores entre quienes detentan el poder político. Quien crea poder prever con seguridad los próximos años haría bien en recordar la célebre respuesta del ex primer ministro británico Harold Macmillan a quien le preguntaba cuál era la mayor dificultad en política: «Los acontecimientos, muchacho, los acontecimientos». Es razonable esperar que el poder presidencial continúe expandiéndose, que el Congreso difícilmente recupere un papel central, y que los partidos políticos interpreten sus pequeñas victorias como mandatos para giros ideológicos radicales, exponiéndose así al descontento de los electores en el siguiente ciclo electoral. Más allá de eso, todo depende de los acontecimientos.

  1. Cf. «Full Transcript of President Trump’s 2025 Speech to Congress», en The New York Times (www.nytimes.com/2025/03/04/us/politics/transcript-trump-speech-congress.html), 4 de marzo de 2025.

  2. Cf. R. P. George, «The Age of Feelings», en National Review (www.nationalreview.com/magazine/2025/08/the-age-of-feelings), 12 de junio de 2025.

  3. R. Streeter, «Trumpism Is More about Culture Than Economics», en The Dispatch (www.thedispatch.com/article/trumpism-is-more-about-culture-than), 23 de noviembre de 2020.

  4. Cf. The White House, Executive Orders (www.whitehouse.gov/presidential-actions/executive-orders).

  5. Id., Executive Order on Establishing and Implementing the President’s Department of Government Efficiency (www.whitehouse.gov/presidential-actions/2025/01/establishing-and-implementing-the-presidents-department-of-government-efficiency), 20 de enero de 2025.

  6. Cf. J. Levin, «A Rule of Thumb for the Executive Power Debates», en National Review (www.nationalreview.com/corner/a-rule-of-thumb-for-the-executive-power-debates), 5 de febrero de 2025.

  7. Cf. D. E. Sanger, «Trump’s Big Bet: Americans Will Tolerate Economic Downturn to Restore Manifacturing», en The New York Times (www.nytimes.com/2025/03/13/us/politics/trump-manufacturing-economy-risk.html), 13 de marzo de 2025.

  8. Cf. J. Bernstein – R. Cummings, «The Economy Is Starting to Pay for Trump’s Chaos», en The New York Times (www.nytimes.com/2025/08/10/opinion/stagflation-trump-economy.html), 10 de agosto de 2025.

  9. Cf. E. Findell, «Hispanic Voters in Texas Are Starting to Turn on Trump», en The Wall Street Journal (www.wsj.com/politics/elections/hispanic-voters-in-texas-are-starting-to-turn-on-trump-9f7491c9), 21 de agosto de 2025.

  10. Como escribe Matthew Continetti, Trump «ha reciclado eficazmente la ideología America First de Charles Lindbergh para el siglo XXI. Ha combinado el nacionalismo distante del aviador con su propio apoyo a Israel y su disposición a utilizar la coacción económica contra aliados y adversarios. […] Su derecha americana se asemejaba al conservadurismo anterior a la Guerra Fría» (M. Continetti, The Right. The Hundred-Year War for American Conservatism, New York, Basic Books, 2022, 387).

  11. Cf. R. Contreras, «Illegal Border Crossings Hit Decades Low Under Trump Crackdown», en Axios (www.axios.com/2025/07/15/illegal-border-crossings-decades-low-trump), 15 de julio de 2025; U.S. Customs and Border Protection, «Most Secure Border in History: CBP Reports Major Enforcement Wins in June» (www.cbp.gov/newsroom/national-media-release/most-secure-border-history-cbp-reports-major-enforcement-wins-june), 15 de julio de 2025.

  12. Cf. United States Conference of Catholic Bishops, «“Count on the commitment of all of us to stand with you in this challenging hour”, says Archbishop Broglio» (www.usccb.org/news/2025/count-commitment-all-us-stand-you-challenging-hour-says-archbishop-broglio), 2 de marzo de 2025.

  13. Cf. Francisco, Carta a los obispos de los Estados Unidos de América, 10 de febrero de 2025.

  14. Cf. A. Zurcher, «Trump’s national security team’s chat app leak stuns Washington», en BBC News (www.bbc.com/news/articles/cwyd9e5lkpro), 25 de marzo de 2025.

  15. Cf. The White House, «Vice President J.D. Vance Delivers Remarks at the Munich Security Conference» (www.whitehouse.gov/videos/vice-president-jd-vance-delivers-remarks-at-the-munich-security-conference), 14 de febrero de 2025; «A Week That Felt Like a Decade: Europe Reels From J.D. Vance’s Speech in Munich», en EUI (www.eui.eu/news-hub?id=a-week-that-felt-like-a-decade-europe-reels-from-j.d.-vances-speech-in-munich), 27 de febrero de 2025.

  16. Cf. J. Podhoretz, «Trump Changes History With Iran Strike», en Commentary Magazine (www.commentary.org/john-podhoretz/trump-iran-strike), 22 de junio de 2025.

  17. Cf. M. Rego, «Vance says Russia has “to wake up and accept reality”», en The Hill (https://tinyurl.com/4tkf8aux), 28 de septiembre de 2025.

  18. Cf. A. Ward – M. R. Gordon, «How Trump’s Ukraine Peace Push Stalled Out in Four Days», en The Wall Street Journal (www.wsj.com/world/russia-ukraine-peace-deal-trump-push-0da03328), 21 de agosto de 2025.

  19. Cf. T. Keith – S. Miller, «Art Of The Praise: Why Flattering Trump Is Now The Go-To Diplomatic Move», en NPR (www.npr.org/2025/08/02/nx-s1-5489704/praise-trump-flattery), 2 de agosto de 2025.

  20. Cf. M. Abi-Habib, «Mexico’s President Says U.S. Forces Are Unwelcome In Her Country», en The New York Times (www.nytimes.com/2025/08/08/world/americas/mexico-trump-military-cartels.html), 8 de agosto de 2025.

  21. Cf. W. McCormick, «Elezioni canadesi del 2025» en Civ. Catt. 2025 II 260-273.

  22. Cf. M. Blanchfield, «Canada courts Mexico as Trump escalates tariff fight», en Politico (www.politico.com/news/2025/08/08/canada-mexico-trade-trump-00499436), 8 de agosto de 2025.

  23. Cf. L. Wei, «Xi Is Chasing Huge Concession From Trump: Opposing Taiwan Independence», en The Wall Street Journal (www.wsj.com/world/china/trump-xi-talks-china-taiwan-8ed82d1b?mod=author_content_page_1_pos_1), 27 de septiembre de 2025.

  24. Cf. Ph. A. Wallach, «Choosing Congressional Irrelevance», en Law & Liberty (www.lawliberty.org/forum/choosing-congressional-irrelevance), 4 de agosto de 2025.

  25. Ibid.

  26. Cf. The White House, «Fact Sheet: President Donald J. Trump Declares National Emergency to Increase our Competitive Edge, Protect our Sovereignty, and Strengthen our National and Economic Security» (https://tinyurl.com/vupk5krv), 2 de abril de 2025.

  27. Cf. E. Klein, «Stop Acting Like This Is Normal», en The New York Times (https://tinyurl.com/bdfmK6em), 7 de septiembre de 2025.

  28. Cf. K. Polantz, «“The courts are helpless”: Inside the Trump administration’s steady erosion of judicial power», en Cnn Politics (www.cnn.com/2025/08/10/politics/trump-administration-judicial-power), 10 de agosto de 2025.

  29. Francisco, Bula de convocación del Jubileo ordinario del año 2025 Spes non confundit, 9 de mayo de 2024, nn. 7; 10.

  30. Cf. Y. Levin, «Don’t Panic, Just Worry», en The Dispatch (www.thedispatch.com/p/dont-panic-just-worry), 9 de enero de 2020.

  31. Francisco, Spes non confundit, cit., n. 5.

  32. Cf. M. Regner, «Maybe We Need Fewer Church Professionals?», en Church Life Journal (www.churchlifejournal.nd.edu/articles/maybe-we-need-fewer-church-professionals), 14 de agosto de 2025.

  33. Cf. M. Continetti, The Right…, cit., 414 s.

  34. «La pregunta que siempre surge en cualquier debate sobre el fusionismo es si funcionó principalmente como una forma de forjar alianzas prácticas contra un enemigo común, o si representaba una posición filosófica coherente y auténtica». (S. Gregg, «Frank Meyer: The Triumphs of Mr. Fusionism», en Acton Institute [https://rlo.acton.org/archives/127357-frank-meyer-the-triumphs-of-mr-fusionism.html], 19 de agosto de 2025).

  35. D. Tokaji, «Trump and Allied Forge Plans to Increase Presidential Power in 2025», en The New York Times (www.nytimes.com/2023/07/17/us/politics/trump-plans-2025.html), 17 de julio de 2023.

William McCormick
Es licenciado en ciencias políticas por la Universidad de Chicago, máster y doctorado en ciencias políticas por la Universidad de Texas en Austin, máster en filosofía por la Universidad de Fordham y máster en divinidad por el Regis College y la Universidad de Toronto. Actualmente es profesor asociado del Departamento de ciencias políticas de la Saint Louis University.

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