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Educar en la esperanza: estudiantes protagonistas de dignidad y futuro

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El 17 de noviembre es el Día Internacional de los Estudiantes, una cita anual que invita a reflexionar sobre el valor universal de la educación, ante todo como derecho al estudio. Instituido en 1941 para recordar a los estudiantes y profesores de Praga ejecutados por los nazis el 17 de noviembre de 1939, esta conmemoración es hoy una ocasión para repensar la escuela como un lugar donde construir la paz y la justicia.

En un mundo atravesado por conflictos y desigualdades, la educación se convierte así en un laboratorio en el que se puede imaginar el futuro. En su reciente Carta Apostólica Diseñar nuevos mapas de esperanza, el Papa León XIV escribe que «educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad. La especificidad, la profundidad y la amplitud de la acción educativa es esa obra, tan misteriosa como real, de “hacer florecer el ser […] es cuidar el alma”, como se lee en la Apología de Sócrates de Platón (30a-b). Es un “oficio de promesas”: se promete tiempo, confianza, competencia; se promete justicia y misericordia, se promete el valor de la verdad y el bálsamo del consuelo. Educar es una tarea de amor que se transmite de generación en generación, remendando el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras el peso de la promesa: “Todo ser humano es capaz de la verdad, sin embargo, el camino es mucho más soportable cuando se avanza con la ayuda de los demás”. La verdad se busca en comunidad».

Un camino que podemos recorrer tomando como brújula —ha recordado el Pontífice— la Declaración conciliar Gravissimum educationis sobre la extrema importancia y actualidad de la educación en la vida de la persona humana, de la cual este año se celebra el 60º aniversario. Una Declaración que coloca en primer lugar «el derecho universal a la educación». «Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación, que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Mas la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro y de cuyas responsabilidades deberá tomar parte una vez llegado a la madurez».

La declaración conciliar, añade el Papa León XIV, «reafirma el derecho de todos a la educación y señala a la familia como la primera escuela de humanidad. La comunidad eclesial está llamada a apoyar entornos que integren la fe y la cultura, respeten la dignidad de todos y dialoguen con la sociedad. El documento advierte contra cualquier reducción de la educación a una formación funcional o a un instrumento económico: una persona no es un “perfil de competencias”, no se reduce a un algoritmo predecible, sino que es un rostro, una historia, una vocación».

Fe e identidad: un binomio generativo

En este contexto, la educación católica también está atravesando una fase de profundo replanteamiento, como se lee en uno de nuestros artículos de 2024, «Fe, identidad, escuela. Un desafío por afrontar». El desafío, en efecto, no consiste simplemente en «enseñar religión», sino en devolver a la fe su carácter vital, no como obligación o adorno, sino como necesidad antropológica y espacio de identidad. «En esta búsqueda de su razón de ser, el desafío no pasa únicamente por la necesaria innovación pedagógica, la imprescindible atención a las lenguas extranjeras o la propuesta en términos humanos y de valores – se lee en el artículo –. Tampoco se trata de promover un retorno al pasado ni de restablecer modalidades propias del siglo XIX. El espíritu de la tradición, conviene decirlo claramente, es otra cosa. Se trata de una búsqueda que debe situarse en el marco mismo de la identidad cristiana y que interpela el papel de los cristianos y de sus instituciones en el siglo XXI, no en otras épocas. No debemos olvidar que, mientras muchas parroquias se vacían de jóvenes, en las escuelas la Iglesia sigue manteniendo un espacio significativo de contacto con ellos. Lo cual no significa necesariamente que la tarea sea fácil, pero esto no nos exime de la responsabilidad de intentar interpretar los “signos de los tiempos” y de adaptarnos a los cambios de la sociedad y de la Iglesia, así como a los vientos del Espíritu Santo».

La universidad como puente global

También las universidades católicas están llamadas a este profundo replanteamiento, especialmente ante la internacionalización y la globalización de la educación superior. Hoy, de hecho, solo en los Estados Unidos hay más de un millón de estudiantes internacionales, y la cifra crece en casi todo el mundo. En este contexto, la misión principal de una pastoral universitaria es «preservar y fortalecer la identidad católica de la universidad, promoviendo esta misión entre todos los miembros de la comunidad académica. A través de sus actividades pastorales en el campus, la capellanía universitaria puede convertirse en un punto de contacto central para brindar asistencia pastoral a los estudiantes internacionales, organizando actividades regulares para ellos y colaborando con el personal universitario, las facultades y otros actores implicados. Esta labor puede incluir el inicio de programas de acompañamiento pastoral en colaboración con oficinas diocesanas locales, parroquias y otros grupos comprometidos con el apoyo a estos estudiantes. Al facilitar tales iniciativas, la capellanía universitaria ayuda a crear un entorno inclusivo en el que los estudiantes internacionales puedan progresar en los planos académico, espiritual y social».

Inaugurar una nueva etapa

De estas perspectivas emerge una visión común: educar es un acto de paz y de confianza; es construir mapas de esperanza en el corazón de la historia. El Día Internacional de los Estudiantes recuerda que el derecho a estudiar no puede darse por sentado y, hoy más que nunca, como recuerda el Papa León XIV en la Carta Apostólica, estamos llamados a inaugurar «una etapa que hable al corazón de las nuevas generaciones, recomponiendo el conocimiento y el sentido, la competencia y la responsabilidad, la fe y la vida».

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