En la contemplación de la Encarnación presente en el libro de los Ejercicios Espirituales (EE), san Ignacio de Loyola imagina a la Santísima Trinidad mirando el mundo y la humanidad. ¿Qué ven las tres personas divinas según san Ignacio? Una gran diversidad: «así en trajes como en gestos; unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc.» (EE 106).
Las tres personas divinas ven también que «todos descendían al infierno» (EE 102) y, después de haber visto todo esto, toman una decisión: «hacer» la redención de la humanidad; es decir, todavía con palabras del caballero de Loyola, «determinan en su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano» (EE 102).
La Navidad tiene, por tanto, su origen en una decisión del Dios uno y trino. Podríamos decir que la redención de la humanidad nace de un proceso de discernimiento de las personas divinas: ¡han visto y han decidido! Y lo que han visto y decidido «en su eternidad» sigue siendo actual y real también hoy: nuestra inmensa variedad de culturas y de situaciones es alcanzada amorosamente por el mismo desmesurado e inagotable deseo salvífico de Dios.
Y nosotros, en la Navidad que nos disponemos a celebrar, ¿qué decisión queremos tomar? ¿Y cómo queremos prepararla? Debemos mirar a nuestro alrededor, pero también más allá de nuestro círculo más cercano. Prolonguemos la mirada atenta de las personas divinas y preguntémonos: hoy, ¿dónde hay paz y dónde hay guerra? ¿Quién llora y quién ríe? ¿Quién está sano y quién está enfermo? ¿Quién nace y quién muere? Una vez identificadas las respuestas a estas preguntas, ¿qué decisiones tomamos y qué responsabilidades, incluso pequeñas, asumimos?
Inscríbete a la newsletter
Ante todo, acojamos con todo el corazón la decisión divina que nos salva. Hagámosla presente con nuestras actitudes y elecciones, con nuestras prioridades reordenadas y con nuestros criterios revisados a la luz del Evangelio y del horizonte de eternidad al que estamos llamados. Sí, la Navidad de este año es también una decisión nuestra. Dios viene a hacernos compañía, y nosotros, convertidos en hermanos y hermanas, decidimos llevar la Navidad a quien llora, a quien está en guerra, a quien está enfermo, a quien muere, a los más pobres, a quien es víctima del odio o de la venganza. Decidimos acoger la llamada de Cristo a participar en su misión de paz, de comunión y de reconciliación. A todos, sin excepción, él quiere decir: Dilexi te, «Yo te he amado» (Ap 3,9).
Decidimos, por último, que el compromiso de identificar y de convertirnos en signos de esperanza permanecerá también después del Año jubilar que está a punto de concluir, y que no olvidaremos que spes non confundit, «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). No por casualidad el papa León XIV ha titulado una de sus recientes cartas apostólicas Diseñar nuevos mapas de esperanza.
A todos nuestros suscriptores y lectores les deseamos, con gratitud, una Santa Navidad y un Año Nuevo de paz.

