En los primeros días tras la elección del papa Francisco, sus amigos que venían de Buenos Aires a verlo se asombraban de la vitalidad y energía del nuevo papa. Lo querían y admiraban y, naturalmente, estaban encantados con su elección, pero en las últimas etapas de su servicio como arzobispo tenían la impresión de que era menos enérgico y vivaz que en el pasado, tal vez porque se acercaba a la edad de 75 años y, por lo tanto, al final del compromiso pastoral al que había dedicado todas sus fuerzas durante tanto tiempo. Más de una vez oí a alguien comentar que en Roma habían encontrado a un hombre distinto, en cierto sentido mucho más rejuvenecido y dinámico que el que había dejado Argentina poco antes.
Incluso a quienes se encontraban colaborando con él en Roma, sin haberlo conocido antes, les llamaba la atención la vivacidad y la energía que se manifestaba día tras día, de un modo bastante sorprendente y en cierto sentido creciente, en un hombre que ya no era joven y ciertamente no estaba dotado de un físico robusto. En los compromisos pastorales, en las audiencias, no escatimaba sus fuerzas, ni siquiera protegiéndose de las inclemencias del tiempo. Se embarcaba sin miedo en esos extenuantes viajes internacionales que su predecesor había reconocido ya como superiores a sus fuerzas. Había algo extraordinario. Una vez, durante su primer viaje a Corea, le pregunté en confianza cómo explicaba su inesperada energía. Su respuesta fue inmediata y muy sencilla: «Es la gracia del estado». Quería decir – como todo creyente sabe – que si la voluntad de Dios te pone en una determinada situación de la vida o te confía una misión, al mismo tiempo te da toda la gracia que necesitas para hacer lo que espera de ti.
Esta «gracia de Estado» le acompañó durante 12 años, un tiempo más largo de lo que cabía esperar y de lo que él mismo parecía esperar al principio. Ahora podemos echar la vista atrás y meditar sobre lo que, obrando con la gracia de Dios, fue capaz de hacer al servicio de la Iglesia y de la comunidad humana durante un pontificado que sin duda dejará huella en la historia de la Iglesia de comienzos del tercer milenio.
Argentino de origen italiano, primer Papa latinoamericano, Jorge Mario Bergoglio eligió – el primero y hasta ahora único – el nombre de «Francisco». Entendimos enseguida que era una elección desafiante y muy valiente: el Cántico de las Criaturas, la Virgen Pobreza, la visita al Sultán… la creación, los pobres, la paz. Decidió vivir en Santa Marta y no en el Palacio Apostólico. El Jueves Santo fue a celebrar la Misa de la Cena del Señor no en San Juan de Letrán ni en San Pedro, sino en una cárcel de menores, lavando los pies a niños y niñas. Aunque no era un gran políglota, enseguida manifestó un carisma de proximidad y empatía espontánea con la gente que le convirtió en un fenómeno de comunicación. Al mes de su elección, recogiendo una sugerencia de las reuniones pre-cónclave de los cardenales, creó un nuevo consejo restringido de cardenales de distintos continentes (primero siete, luego nueve), con los que se reunía varias veces al año para consultar fuera de la Curia romana y estudiar proyectos de reforma. Realizó su primer viaje inesperado a la isla de Lampedusa, lugar de desembarco de emigrantes y náufragos en el Mediterráneo.
Desde el primer momento estableció dos relaciones importantes y «nuevas» para un Papa, con gran cordialidad y transparencia: la que mantenía con su predecesor Benedicto XVI, que seguía viviendo en el Vaticano, y la que mantenía con la Compañía de Jesús, su orden religiosa, dirigida entonces por el P. Adolfo Nicolás. Además del viaje a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, dedicó su tiempo estival a redactar la exhortación apostólica Evangelii gaudium («La alegría del Evangelio»), un verdadero texto programático: una Iglesia misionera, no «autorreferencial», que ha de llevar al mundo un Evangelio que sea fuente de alegría.
Se puede decir que en pocos meses hemos podido comprender sin ambigüedades las líneas y el espíritu del nuevo pontificado. Una gran corriente de simpatía y confianza recorrió la Iglesia y el mundo, difundiendo un entusiasmo y una ilusión renovados, después de un período en el que a las dificultades de los tiempos se habían añadido la agitación de la crisis de los abusos sexuales, los sucesos de Vatileaks, las discusiones sobre el IOR y, finalmente, también el desconcierto de quienes no habían comprendido el significado de la renuncia de Benedicto XVI. El inicio del nuevo pontificado fue, pues, sin duda, un tiempo de demostración de la vitalidad de la Iglesia, de un giro positivo, alentador, si no emocionante. Un tiempo de gracia. Recordar ese tiempo nos ayuda hoy a centrarnos en las coordenadas para leer los últimos 12 años de camino de la Iglesia guiada por el Papa Francisco, sin la imposible pretensión de recordarlo todo.
Evangelización
La misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio, y éste es una buena noticia, que trae la alegría, signo inequívoco de la presencia del Espíritu Santo. No es casualidad que la palabra alegría evangélica vuelva a aparecer no sólo en el título del ya mencionado documento programático Evangelii gaudium, sino también en los títulos de varios de los principales textos del pontificado: Amoris laetitia, Laudato si’, Gaudete et exsultate, Veritatis gaudium…
Francisco, sobre todo en los primeros años de su pontificado, ha insistido mucho en un anuncio del Evangelio que no se disperse en complicaciones y minucias, sino que vaya al centro, a lo esencial, y esto esencial es la misericordia de Dios. Sus predecesores también habían hablado mucho de la misericordia, en particular Juan Pablo II, pero Francisco ha seguido haciéndolo con gran insistencia y multiplicando iniciativas muy eficaces y gestos ejemplares. El Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2015-2016) fue un tiempo culminante y original, con la primera apertura de la Puerta Santa en Bangui, en la República Centroafricana, en lugar de en Roma; con las Puertas Santas en cárceles y santuarios de todo el mundo, con las visitas sorpresa los viernes por la tarde a guarderías de pobres, residencias de ancianos y enfermos, etcétera: los gestos de misericordia espiritual y corporal. La recomendación a los confesores de ser siempre intérpretes de la misericordia de Dios, de perdonar siempre, ha revitalizado la práctica de este sacramento, y Francisco no sólo ha dado varias veces personalmente el ejemplo a los sacerdotes para administrarlo, sino que también ha dado el ejemplo a los fieles para que se confiesen sin miedo.
El ejemplo como evangelizador Francisco lo dio también inmediatamente con las homilías de las celebraciones matutinas en Santa Marta, que – como recordamos bien – habían comenzado de forma más reservada, aunque recibían gran interés por parte de muchos fieles. Durante la pandemia, en cambio, fueron transmitidas en directo, convirtiéndose en fuente de consuelo para innumerables personas. Queremos destacar el servicio de consuelo y apoyo espiritual realizado por Francisco durante el tiempo de la pandemia. Fue un azote inesperado y, en algunos aspectos, nuevo, que golpeó a la humanidad durante su pontificado. Esto le exigió y le dio la oportunidad de extender su servicio espiritual más allá de todas las fronteras. Uno de los acontecimientos más inolvidables de su pontificado sigue siendo sin duda su gran oración en una Plaza de San Pedro aparentemente desierta, pero llena de una presencia espiritual y universal muy intensa.
En lo que respecta a las grandes cuestiones pastorales de la Iglesia en el mundo de hoy, Francisco ha reservado una atención prioritaria a la familia, dedicándole los dos primeros sínodos, que han dado una contribución valiosa no solo para volver a proponer de forma positiva y convincente el valor del amor como fundamento de la familia, sino también para desarrollar un enfoque equilibrado, desde el punto de vista pastoral y doctrinal, respecto a las situaciones problemáticas desde la perspectiva canónica, hoy cada vez más difundidas. Se trataba de afrontar el creciente, evidente y embarazoso desfase entre la realidad de hecho de numerosísimas familias y la enseñanza moral católica tradicional. Francisco ha tenido el coraje de hacerlo, planteando la cuestión en sede sinodal, para encontrar un enfoque compartido. Naturalmente, no todo se ha resuelto, pero se ha dado un buen paso adelante, en el cual ha encontrado su lugar un tema fundamental en la visión pastoral del papa Francisco: el del «discernimiento» pastoral y espiritual, es decir, la búsqueda de la voluntad de Dios en las situaciones concretas de la vida, sin quedarse paralizados en el nivel de las normas y reglas generales, aunque se comprenda su sentido.
Otro gran tema pastoral vivido y propuesto en primera persona por Francisco ha sido el de los jóvenes. No solo en las Jornadas Mundiales de la Juventud, que con el tiempo no han perdido su atractivo ni su eficacia, y en las cuales Francisco —en Lisboa en 2023, como antes en Río de Janeiro, Cracovia, Panamá— ha demostrado su carisma excepcional como comunicador de alegría y entusiasmo cristiano, sino también en un sínodo específico, organizado con una metodología propia para escuchar e involucrar a los jóvenes —incluidos los millennials y los nativos digitales—, con sus nuevos horizontes y sus dramáticas dificultades[1], y que encontró expresión en la hermosa exhortación apostólica Christus vivit (2019). ¿Cómo afrontar, a la luz de la fe y animados por la esperanza cristiana, los desafíos del profundo cambio antropológico de la posición del hombre en el mundo y en sus relaciones con los demás?
Siguiendo las huellas de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco ha retomado con gran decisión los caminos del mundo con nada menos que 47 viajes internacionales a 66 países distintos: viajes pastorales de confirmación de la fe de la Iglesia, de evangelización, de diálogo y de paz. En todos los continentes, con una distribución geográfica sustancialmente equilibrada en todo el planeta. Pero quisiéramos destacar que Francisco ha vuelto varias veces al Asia oriental, donde su predecesor no había viajado. Incluso pudo, al menos, sobrevolar China, país a cuya Iglesia ha dedicado tanta atención, logrando devolver a todo el episcopado del país la plena comunión con Roma, sin detenerse ante dudas, dificultades y críticas. Como a sus predecesores, tampoco a él le fue posible ir a Rusia, pero logró encontrarse al menos una vez con el Patriarca ortodoxo ruso, aunque fuera en Cuba y de paso…
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La suya ha sido una presencia misionera global, abierta al diálogo ecuménico y con las demás religiones, al encuentro con todos los pueblos y sus diversas culturas. El Evangelio de Jesucristo no es solo para los cristianos, sino para todos, como aparece evidente en los grandes mensajes más característicos de Francisco para el mundo de hoy.
La creación, los pobres, la fraternidad por la paz
La más importante entre las encíclicas de Francisco es sin duda Laudato si’ (2015), «sobre el cuidado de la casa común»[2]. El tema de los problemas ambientales y de la responsabilidad del ser humano no era ciertamente nuevo, pero Francisco logró tratarlo con una gran amplitud de perspectivas —teológicas y espirituales, científicas, sociales, económicas y políticas—, interpretando de manera eficaz las preguntas más urgentes, dramáticas y cruciales de la humanidad sobre su futuro y sus responsabilidades hacia todas las criaturas, hacia todos sus miembros —en particular los más débiles— y hacia las generaciones futuras. El Papa, que ya se había destacado por muchos pronunciamientos valientes sobre cuestiones dramáticas como los refugiados, los migrantes, las injusticias económicas y sociales y la «cultura del descarte», con esta encíclica —dirigida no solo a la Iglesia, sino a todo el mundo— se presentó decididamente en la escena global como un líder moral de autoridad, capaz de reconocer la gravedad objetiva de los riesgos, de leer sus causas e interconexiones, y de contribuir a orientar los compromisos positivos necesarios para superarlos en la perspectiva del bien común.
Si bien esta encíclica ha sido su intervención más importante, es justo señalar que, después de ella, Francisco ha seguido retomando el tema en múltiples ocasiones a lo largo de todo su pontificado, no solo con otros documentos, discursos y llamados enérgicos y preocupados, sino también participando personalmente en encuentros internacionales, exponiéndose para solicitar el compromiso de los responsables políticos, siempre demasiado débil e insuficiente frente a los problemas[3].
Al ritmo de los tiempos y abierto a los nuevos desafíos, en los últimos años el papa Francisco ha dedicado también creciente atención al tema de la inteligencia artificial y sus efectos sobre el futuro de la humanidad[4].
Todos saben que Francisco nos ha enseñado a mirar la realidad y los problemas no tanto desde el centro, sino desde las periferias. Los problemas reales y urgentes, las situaciones de injusticia y sufrimiento no solo se ven, sino que sobre todo se comprenden y se sienten mejor, de manera más comprometida y apremiante, no permaneciendo en los lugares protegidos del poder político, económico y también cultural, sino compartiendo la vida en las regiones y situaciones marginales, tanto geográficas como sociales… La realidad aparece distinta «si se ve desde Madrid o desde el Estrecho de Magallanes». En efecto, esta línea se expresó con gran claridad también en la sucesión de los viajes europeos del Papa, que en los primeros años dio cierta prioridad a países menos centrales, como Albania, Bosnia-Herzegovina, Malta, Grecia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Hungría…
La insistencia y la vehemencia de las intervenciones papales sobre los temas ya mencionados de los migrantes, refugiados y marginados de todo tipo se volvieron características desde el inicio y nunca se han atenuado a lo largo de los años[5]. Son inolvidables las visitas a Lampedusa y a Lesbos, o al Sudán del Sur, o el encuentro con los rohinyás perseguidos…, pero también las celebraciones junto al muro de separación en Belén, o las barreras en la frontera entre México y Estados Unidos… Se podría seguir hablando de ello largo rato. En muchos países del mundo, la Iglesia católica se ha sentido fuertemente animada y respaldada por el Papa para asumir posturas e iniciativas en favor de los migrantes y refugiados, a pesar de tratarse en todas partes de un tema delicado y controvertido.
La inspiración de san Francisco reaparece de forma explícita y evidente en el énfasis que el Papa pone en la fraternidad entre todos los seres humanos, que no por casualidad da título a la otra gran encíclica del pontificado: Fratelli tutti, «sobre la fraternidad y la amistad social» (2020), dirigida también, como la anterior, no solo a los fieles, sino a todos los seres humanos. El discurso es al mismo tiempo profundamente evangélico, partiendo de la parábola del Samaritano, pero absolutamente abierto al mundo entero: un mundo terriblemente dividido, que hay que reconstruir en el diálogo y —justamente— en la fraternidad.
Francisco ha tenido realmente un carisma especial para el encuentro con las personas. Con el tiempo, hemos comprendido cada vez mejor qué quería decir cuando hablaba de la «cultura del encuentro». Se refería a una actitud sincera y total de escucha, disponibilidad, apertura, empatía, comprensión, diálogo confiado, que fuera más allá de los contenidos conceptuales de una discusión, por profunda que fuera, para llegar a una sintonía de mente y corazón que, respetando las diferencias, constituyera la base para un camino común, de amistad y de pasos concretos en una misma dirección, hacia la reconciliación y la construcción de la paz.
Esta búsqueda del encuentro —no solo una disponibilidad «pasiva» al encuentro, sino también una búsqueda «activa» del mismo— ha tenido muchas aplicaciones concretas durante el pontificado de Francisco, tanto a nivel personal como en el plano más amplio, diplomático, ecuménico e interreligioso, y también ha dado frutos, a veces muy importantes y más allá de lo esperado. Tal vez el ejemplo más evidente sea el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado en Abu Dabi en 2019 por el papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, una de las figuras más importantes del islam suní. Un evento que anteriormente se consideraba mayoritariamente impensable, pero que no fue un caso aislado dentro de este pontificado: basta pensar también en el viaje del papa Francisco a Irak (2021) y su encuentro en Nayaf con la máxima autoridad religiosa del islam chií, el Gran Ayatolá Ali al-Sistani.
Pero la construcción de la paz sigue siendo una tarea nunca concluida en esta tierra. Con realismo y profunda agudeza, el papa Francisco habló, desde el principio, de la «tercera guerra mundial en pedazos». Se comprometió, en la medida de sus fuerzas, a superar los conflictos. Basta pensar en su disponibilidad declarada para mediar en Venezuela o en la reconciliación en Sudán del Sur; en el valiente viaje a la República Centroafricana… Pero, a lo largo del pontificado, otros horribles fragmentos de esta guerra mundial se han acercado a Roma y lo han afectado dolorosamente. Pensemos ante todo en la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 y luego en el conflicto entre Israel, Hamas y Hezbollah tras el terrible y feroz ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 y las consiguientes destrucciones en Gaza y en el Líbano.
Francisco movilizó la diplomacia vaticana, multiplicó las iniciativas humanitarias, mantuvo una postura previsora y elevada con sus llamados y oraciones, pero tuvo que presenciar una vez más el avance del odio, la locura destructiva de las armas, las «masacres inútiles», la devastación de las relaciones humanas, la frustración de tantos esfuerzos ecuménicos y de las relaciones con el judaísmo y con el islam. En este contexto oscuro y de sufrimiento, Francisco no se desanimó y propuso de nuevo al mundo, como tema del nuevo Año jubilar, precisamente el de la esperanza, para mantenerla viva en la lucha fundamental entre el odio y el amor. Debemos seguir evocando los mensajes de paz del viaje a Tierra Santa (2014), el abrazo del Papa con el rabino Skorka y con el líder musulmán Abboud frente al Muro de los Lamentos.
Aspectos de la «reforma»
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Como ya se ha mencionado, en el plazo de un mes desde su elección, el papa Francisco creó el nuevo «Consejo de cardenales» (entonces llamado «el C7») y puso en la agenda —ante todo, aunque no exclusivamente— el tema de la reforma de la Curia romana, a la que añadió desde el principio reflexiones sobre el Sínodo de los Obispos. Su predecesor, aunque consciente de su importancia, no la había abordado sino con pequeños retoques marginales. Las Congregaciones generales previas al cónclave habían afirmado, por tanto, su urgencia. Francisco comenzó valientemente esta tarea, iniciando un «proceso», sin pretender tener de antemano un diseño articulado, en coherencia con su modo de proceder: con confianza en un camino guiado por el discernimiento.
El proceso no fue fácil —ni siquiera faltó un nuevo Vatileaks— y se desarrolló a través de la realización de numerosas reformas parciales de lo que eran las Congregaciones y los Consejos Pontificios, la Secretaría de Estado, las instituciones vinculadas a la comunicación social; además, con la creación de nuevos organismos económicos, a los que se les otorgó un papel mucho mayor que en el pasado, y con otras medidas. La reforma de la Curia romana tomó así forma gradualmente a lo largo de nueve años, hasta la publicación de la constitución apostólica Praedicate Evangelium en marzo de 2022. Desde el mismo título se comprende inmediatamente su inspiración, que en realidad era clara para Francisco desde el principio: la Curia romana es un instrumento del Papa para el servicio a la Iglesia en el mundo, es decir, para el anuncio del Evangelio. El Dicasterio para la Evangelización ocupa por ello simbólicamente el primer lugar entre los 16 Dicasterios, y el propio Papa lo preside directamente. Una operación tan ardua y compleja conlleva naturalmente dificultades y limitaciones, por lo que ciertamente siempre será perfectible. Pero hay que reconocer que el papa Francisco la llevó a término a pesar de dudas, objeciones —no todas infundadas— y fuertes resistencias, gracias a una voluntad muy firme, que no tuvo miedo de pedir incluso sacrificios por el bien superior de la misión.
La reforma de las instituciones no lo es todo para renovar evangélicamente la Iglesia. Por eso Francisco la acompañó con un constante llamado al espíritu de servicio, que debe animar todas sus estructuras y el ejercicio de toda forma de autoridad y poder. La crítica al «carrerismo» o a la «burocratización de los servicios» acompañó sin cesar sus discursos, intentando también traducirse en reglas sobre la duración temporal de mandatos y encargos, para evitar riesgos en este campo. En ello, Francisco no intentó «congraciarse» con los ambientes curiales, procediendo a veces con rigor, pero también con la conciencia de poder contar con el espíritu de obediencia y de amor a la Iglesia y al Papa por parte de la mayoría de sus colaboradores.
Además de la Curia romana, Francisco pensó también de inmediato en el Sínodo de los Obispos. Este también ha experimentado una profunda transformación durante el pontificado, y puede decirse con razón que lo necesitaba para recuperar vitalidad y dinamismo en su servicio al camino de la Iglesia. Con el tiempo, los sínodos se habían convertido en una larga sucesión de intervenciones apreciables por parte de muchos padres sinodales, pero con una dinámica interna de diálogo y profundización bastante reducida, al punto de entrar casi en contradicción con lo que expresa su propio nombre: «caminar juntos».
Por nuestra parte, hemos considerado el esfuerzo de renovación de la metodología y del papel del Sínodo como no menos importante que el dedicado por Francisco a la Curia, e incluso quizás más[6]. Evidentemente, todavía no estamos en condiciones de evaluar los resultados duraderos de los dos «Sínodos sobre la sinodalidad» en cuanto a la difusión, entre las comunidades de la Iglesia en el mundo, de la dinámica y el estilo de esta sinodalidad, pero ciertamente hemos comprendido que el papa Francisco nos ha señalado este camino y ha hecho todo lo posible por orientar hacia él nuestra forma de ser Iglesia en el mundo de hoy, caminando continuamente juntos, preguntando y escuchando al Espíritu Santo que nos acompaña.
En la Curia romana, como en el Sínodo, en los últimos años ha crecido sensiblemente el espacio de responsabilidad para las mujeres, religiosas y laicas, incluso en puestos elevados. Francisco no ha cambiado en nada la posición de la Iglesia respecto al sacerdocio para las mujeres, ni ha dado pasos comprometidos a favor del diaconado femenino, aparte de la creación de una comisión de estudio; pero no puede negarse que ha habido un verdadero progreso al alentar la participación activa y responsable de las mujeres en la vida y la misión de la Iglesia. Se trata de un progreso absolutamente necesario y urgente en nuestro tiempo, no solo por razones sociales, sino por coherencia con la correcta visión de la dignidad y la vocación de toda persona bautizada, afirmadas con tanta fuerza por el Concilio Vaticano II.
El papa Francisco fue elegido en un momento en que la crisis por los abusos sexuales en la Iglesia, en particular por parte de miembros del clero, era muy grave. El papa Benedicto la había afrontado con honestidad y valentía, con el enfoque correcto y un amplio abanico de respuestas y medidas: desde la escucha personal a las víctimas, hasta una mejor selección de los candidatos al sacerdocio, mayor rigor en los procedimientos disciplinarios y penales, entre otras. Pero el camino seguía siendo largo y difícil, y Francisco tuvo que comprometerse profundamente y sufrir mucho para continuar, profundizar y ampliar la senda abierta por su predecesor, combatiendo los crímenes, sus raíces y su ocultamiento.
Deben recordarse, por tanto, la convocatoria de un gran Encuentro en Roma con representantes de todas las conferencias episcopales y otras autoridades (febrero de 2019), numerosos nuevos decretos normativos y pastorales[7], sus múltiples encuentros personales con víctimas de abusos, su implicación en los hechos de Chile y la aceptación de la renuncia colectiva de los obispos del país, la creación de una Comisión Pontificia… Es característico de este compromiso de Francisco el haber ampliado la perspectiva desde los abusos sexuales a menores hacia un ámbito más amplio que incluye los abusos de conciencia y de poder, la crítica al «clericalismo» como componente del problema, y la insistencia en el involucramiento de todo el Pueblo de Dios en un proceso de conversión y sanación frente a la plaga de los abusos.
En continuidad con estas problemáticas deben interpretarse también las numerosas medidas de «intervención» (commissariamento) de varias congregaciones o comunidades religiosas o movimientos eclesiales, a menudo de reciente creación, donde el ejercicio de la autoridad había degenerado o corría el riesgo de hacerlo en diversas formas de abuso. Incluso figuras de notable fama y carisma han sido descubiertas —muchas veces tras años— gravemente culpables. La presencia del mal y del pecado continuará siempre acechando a la Iglesia, pero debe ser combatida con firmeza, y en ello la transparencia, la solidez y la profundidad de la formación espiritual y humana desempeñan un papel esencial. El papa Francisco ha cumplido su parte.
«Evangelizadores con Espíritu»
La exhortación apostólica programática del papa Francisco, Evangelii gaudium (EG), concluía con un capítulo titulado «Evangelizadores con Espíritu»: es decir, debemos ser servidores del Evangelio abiertos a la acción del Espíritu Santo, que oran y que trabajan. «Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón» (EG 262).
Además de las continuas e innumerables ocasiones de intervenciones dedicadas a la vida cristiana y a la espiritualidad —en discursos, homilías, audiencias, celebraciones— de un papa muy activo y muy deseoso de vivir su vocación pastoral, queremos recordar algunos documentos característicos de su experiencia y propuesta espiritual.
El principal sigue siendo, probablemente, la espléndida exhortación apostólica Gaudete et exsultate («Alégrense y regocíjense»), «sobre el llamado a la santidad en el mundo contemporáneo» (2018). Para quienes se habían formado una imagen muy limitada del papa Francisco, centrada esencialmente en los temas sociales, este escrito fue una bellísima sorpresa, que reveló a todos la profundidad espiritual de su perspectiva y su capacidad para iluminar la vida cotidiana, actualizando ese «llamado universal a la santidad» con la que el Concilio Vaticano II culminaba su gran discurso sobre la Iglesia y su misión. Los «santos de la puerta de al lado», «la clase media de la santidad» —no solo los santos canonizados, sino los padres que aman a sus hijos, los obreros que llevan a casa el pan del trabajo honrado, los ancianos y enfermos que sonríen, los voluntarios que cuidan con serenidad…— caminan en el pueblo de Dios, y nosotros nos sentimos acompañados y alentados por ellos. Pero en realidad, estos santos son los que escuchan y siguen al Espíritu Santo, que los acompaña y los ayuda a «discernir», a buscar y encntrar con alegría y fervor el camino de un amor cada vez más generoso, olvidado de sí mismo y semejante al de Jesús[8].
Francisco también nos ha hecho partícipes de sus devociones más queridas, que lo han acompañado siempre en su vida, mucho antes incluso de ser papa. Pensemos en la carta apostólica dedicada a san José, Patris corde («Con corazón de padre»), de 2020. Precisamente el día de la solemnidad de san José, Francisco celebró la inauguración de su pontificado. O en la exhortación apostólica dedicada a santa Teresa de Lisieux, C’est la confiance («Es la confianza»), de 2023. Y finalmente, Francisco volvió a sorprendernos al dedicar su última encíclica, la cuarta, al Sagrado Corazón de Jesús: Dilexit nos («Nos amó»), de 2024.
Este gran himno final al amor de Dios por nosotros en Jesucristo nos remite naturalmente a los discursos sobre la misericordia de Dios que caracterizaron los primeros años del pontificado. Toda la gran aventura de este pontificado, que en muchos aspectos nunca ha dejado de sorprendernos, encuentra su sentido global en la evangelización, es decir, en el anuncio a todos —«todos, todos, todos»— del amor de Dios, de su misericordia, que se manifiesta de la forma más creíble y profunda en el Corazón de Cristo abierto para nosotros.
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La canonización de Carlo Acutis dentro de breve tiempo se comprende en este contexto, así como la de Pier Giorgio Frassati. ↑
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La bella encíclica Lumen fidei (2013), en realidad la primera firmada por Francisco, ha quedado en la práctica en la sombra, porque había sido preparada en su mayor parte durante el pontificado anterior, y luego rápidamente superada con vistas al nuevo documento programático de Francisco, Evangelii gaudium. ↑
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Por ejemplo, se puede recordar la exhortación apostólica Laudate Deum (4 de octubre de 2023) sobre la gravedad de las consecuencias del cambio climático y el hecho de que al Papa le hubiera gustado asistir en persona a la COP28 de Dubai unas semanas más tarde sobre el mismo tema. Cabe recordar que, en cuestiones de responsabilidad medioambiental, Francisco ha subrayado a menudo su plena coincidencia con el patriarca ecuménico ortodoxo Bartolomé de Constantinopla, incluso con mensajes comunes. ↑
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Precisamente sobre el tema de los efectos del desarrollo de la inteligencia artificial quiso participar el Papa Francisco en la reunión del G7 celebrada en Borgo Egnazia, Apulia, el 14 de junio de 2024, con un gran discurso. ↑
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Permítannos un pequeño recuerdo personal. El día en que Francisco iba a recibir por primera vez en la Santa Sede a un grupo de nuevos embajadores, me telefoneó personalmente a primera hora de la mañana, mientras yo desayunaba, para recomendarme que me hiciera eco del breve discurso que iba a pronunciar, dedicado precisamente a estas cuestiones. ↑
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Al repasar el pontificado de Francisco, no se puede olvidar el Sínodo Especial para la Amazonia (2019), tras el cual Francisco publicó la exhortación Querida Amazonia. Fue un sínodo dedicado a una región específica, en el que las dimensiones social, cultural, ecológica y eclesial/pastoral se entrelazaron significativamente. Justicia, inculturación, conversión ecológica, evangelización: todo junto, en una dinámica viva de diálogo y de búsqueda espiritual, que ciertamente no debe reducirse a las tan cacareadas discusiones sobre el celibato sacerdotal. Un «experimento» de «sinodalidad» de gran alcance en una gran región, crucial para el futuro de nuestro Planeta. ↑
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Por ejemplo, la Carta al Pueblo de Dios que Peregrina en Chile (31 de mayo de 2018), la Carta al Pueblo de Dios (20 de agosto de 2018), el motu proprio Vos estis lux mundi (2019), la supresión del «secreto pontificio» en materia de abusos (2019), etc. ↑
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Este es probablemente el punto más «jesuítico» de la personalidad de Francisco. Porque se inspira en la dinámica «ignaciana» de apertura a un amor cada vez mayor y se guía por el discernimiento. No es algo particularista, sino un modo de acercarse al corazón de la vida cristiana. ↑
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