«Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado». Este es el «primer gran deseo» que el Papa León XIV ha confiado a los participantes de la Celebración Eucarística con motivo del inicio del Ministerio Petrino, el pasado 18 de mayo, en la Plaza de San Pedro. Durante su homilía, el Papa León XIV volvió a hablar de su elección, subrayando dos palabras clave: amor y unidad. «Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia. Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro». En un tiempo marcado por «demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres», ha dicho León XIV, «nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad».
Desde las primeras homilías y sus primeras intervenciones, emerge con fuerza el camino trazado por el nuevo Pontífice. En más de una ocasión, León XIV ha vuelto a hablar no solo de los desafíos para la Iglesia, sino también para toda la humanidad, partiendo de los fuertes llamados al diálogo y la paz, hasta la necesidad de un nuevo discernimiento sobre la cuestión social, enfrentada hoy a retos nuevos e inéditos. Como recordó el pasado 17 de mayo a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice: «Ya el Papa León XIII, que vivió un período histórico de transformaciones trascendentales y disruptivas, se propuso contribuir a la paz estimulando el diálogo social, entre el capital y el trabajo, entre las tecnologías y la inteligencia humana, entre las diferentes culturas políticas, entre las naciones. El Papa Francisco ha utilizado el término «policrisis» para evocar la dramaticidad de la coyuntura histórica que estamos viviendo, en la que convergen guerras, cambios climáticos, crecientes desigualdades, migraciones forzadas y conflictivas, pobreza estigmatizada, innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad del trabajo y de los derechos. Sobre cuestiones de tanto relieve, la Doctrina Social de la Iglesia está llamada a proporcionar claves interpretativas que pongan en diálogo la ciencia y la conciencia, dando así una contribución fundamental al conocimiento, a la esperanza y a la paz».
El Papa León XIV recordó además cómo, en el contexto de la revolución digital en curso, «la misión de educar en el sentido crítico debe redescubrirse, explicitarse y cultivarse, enfrentando las tentaciones opuestas, que pueden atravesar incluso el cuerpo eclesial —añadió—. Hay poco diálogo a nuestro alrededor, y predominan las palabras vociferantes, no pocas veces las noticias falsas y las tesis irracionales de unos pocos prepotentes. Por eso son fundamentales el estudio y el análisis profundo, y también el encuentro y la escucha de los pobres, tesoro de la Iglesia y de la humanidad, portadores de puntos de vista descartados, pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios. Quienes nacen y crecen lejos de los centros de poder no deben ser simplemente instruidos en la Doctrina Social de la Iglesia, sino reconocidos como sus continuadores y actualizadores: los testigos del compromiso social, los movimientos populares y las diversas organizaciones católicas de trabajadores son expresión de las periferias existenciales donde resiste y siempre germina la esperanza. Les recomiendo dar la palabra a los pobres».
Durante la audiencia al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado 16 de mayo, el papa León XIV subrayó otras tres palabras clave, que para el Pontífice «constituyen los pilares de la acción misionera de la Iglesia y de la labor de la diplomacia de la Santa Sede». La primera palabra es paz. «Muchas veces la consideramos una palabra “negativa”, o sea, como mera ausencia de guerra o de conflicto, porque la contraposición es parte de la naturaleza humana y nos acompaña siempre, impulsándonos en demasiadas ocasiones a vivir en un constante “estado de conflicto”; en casa, en el trabajo, en la sociedad. La paz entonces pareciera una simple tregua, una pausa de descanso entre una discordia y otra, porque, aunque uno se esfuerce, las tensiones están siempre presentes, un poco como las brasas que arden bajo las cenizas, prontas a reavivarse en cualquier momento».
La segunda palabra es justicia. «Procurar la paz – subrayó León XIV – exige practicar la justicia. Como ya he tenido modo de señalar, he elegido mi nombre pensando principalmente en León XIII, el Papa de la primera gran encíclica social, la Rerum novarum. En el cambio de época que estamos viviendo, la Santa Sede no puede eximirse de hacer sentir su propia voz ante los numerosos desequilibrios y las injusticias que conducen, entre otras cosas, a condiciones indignas de trabajo y a sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas. Es necesario, además, esforzarse por remediar las desigualdades globales, que trazan surcos profundos de opulencia e indigencia entre continentes, países e, incluso, dentro de las mismas sociedades». Además, añadió el Santo Padre, «nadie puede eximirse de favorecer contextos en los que se tutele la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas más frágiles e indefensas, desde el niño por nacer hasta el anciano, desde el enfermo al desocupado, sean estos ciudadanos o inmigrantes».
La tercera palabra clave subrayada por el papa León XIV es verdad. «No se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas, incluso dentro de la comunidad internacional, sin verdad – añadió León XIV-. Allí donde las palabras asumen connotaciones ambiguas y ambivalentes, y el mundo virtual, con su percepción distorsionada de la realidad, prevalece sin control; es difícil construir relaciones auténticas, porque decaen las premisas objetivas y reales de la comunicación. Por su parte, la Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, recurriendo a lo que sea necesario, incluso a un lenguaje franco, que inicialmente puede suscitar alguna incomprensión. La verdad, sin embargo, no se separa nunca de la caridad, que siempre tiene radicada la preocupación por la vida y el bien de cada hombre y mujer. Por otra parte, en la perspectiva cristiana, la verdad no es la afirmación de principios abstractos y desencarnados, sino el encuentro con la persona misma de Cristo, que vive en la comunidad de los creyentes. De ese modo, la verdad no nos aleja; por el contrario, nos permite afrontar con mayor vigor los desafíos de nuestro tiempo, como las migraciones, el uso ético de la inteligencia artificial y la protección de nuestra amada tierra. Son desafíos que requieren el compromiso y la colaboración de todos, porque nadie puede pensar en afrontarlos solo».
En su discurso a los representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales del 19 de mayo, el Papa León XIV volvió a hablar de puentes, una imagen que ya había evocado en su primera intervención como Pontífice, inmediatamente después de su elección. «Nuestro camino común puede y debe entenderse también en un sentido amplio, que involucra a todos, según el espíritu de fraternidad humana al que me refería antes. Hoy es tiempo de dialogar y de construir puentes – dijo León XIV –. Y por eso me alegra y agradezco la presencia de los representantes de otras tradiciones religiosas, que comparten la búsqueda de Dios y de su voluntad, que es siempre y únicamente voluntad de amor y de vida para los hombres y mujeres y para todas las criaturas».
Una sugerencia adicional de carácter programático proviene del discurso del Santo Padre a los participantes del Jubileo de las Iglesias Orientales, donde invita a «mirarse a los ojos» para superar las divisiones y construir una paz duradera. «La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después del conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don que mira a las personas y reactiva sus vidas», subrayó el Papa León XIV. «Para que esta paz se difunda, yo emplearé todos mis esfuerzos. La Santa Sede está a disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les restituya la dignidad que merecen, la dignidad de la paz. Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los responsables de los pueblos: ¡encontrémonos, dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasarán a la historia quienes siembran la paz, no quienes cosechan víctimas; porque los demás no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no son malos a quienes odiar, sino personas con quienes hablar». Por último, León XIV reiteró el inagotable llamado a la paz, como ya había hecho durante el encuentro con los representantes de los medios de comunicación y periodistas en el Aula Pablo VI, el pasado 12 de mayo: «La Iglesia no se cansará de repetir: callen las armas».