Biblia

Erasmo y Lutero: la libertad del cristiano

Erasmo de Róterdam y Martín Lutero

Hace cinco siglos, en 1524-1525, Erasmo de Róterdam y Martín Lutero, en medio del torbellino de los acontecimientos de la Reforma, sostuvieron un acalorado debate sobre «la libertad del cristiano». Sus obras Discusión sobre el libre albedrío y El siervo albedrío[1] causaron gran revuelo y marcaron la ruptura entre el humanismo cristiano y el espíritu de la Reforma: en efecto, trataban el problema de la salvación, y si esta podía atribuirse también a una libre decisión del ser humano[2].

En 1520, Lutero había publicado una de las tres obras fundamentales de la Reforma, La libertad del cristiano, que es el preludio de El siervo albedrío. Ya al inicio del libro, realiza una observación fundamental: no se puede disertar sobre la fe si esta no se pone a prueba mediante las tribulaciones, es decir, no se puede comprender la virtud si no se practica[3]. Solo se puede hablar de ella desde la experiencia personal, no por lo que se ha oído decir. Lo mismo vale para la libertad del cristiano. Para definirla, Lutero establece dos proposiciones: «1) El cristiano es señor de todas las cosas, absolutamente libre, no sometido a nadie. 2) El cristiano es siervo diligente en todas las cosas, sometido a todos»[4]. Es el Evangelio el que lo hace libre; puesto que Jesús, «Señor de todos […] es libre y al mismo tiempo siervo»[5], su servicio al prójimo está cualificado por el amor, en total gratuidad, sin ningún interés. Estas afirmaciones también son confirmadas por el apóstol Pablo: «Siendo libre, me hice esclavo de todos»[6].

Una estima mutua

Erasmo y Lutero nunca se conocieron personalmente, pero se respetaban mutuamente. Al menos hasta las publicaciones de Lutero de 1520, Erasmo lo consideraba un buen predicador y un excelente teólogo, aunque su postura hacia él no era clara: por un lado negaba ser su precursor, pero por otro parecía complacerse de que lo que proclamaba el reformador, él ya lo había dicho antes; sin embargo, no compartía la forma en que se expresaba, calificándola de una «obstinación dogmática»[7]. Cuando desde varios frentes se le pidió que escribiera contra Lutero, siempre se negó.

Por su parte, el reformador tenía gran aprecio por el Nuevo Testamento de Erasmo, que puede considerarse como la primera edición crítica —avant la lettre— del texto griego: lo había utilizado en 1516 para comentar en Wittenberg la Carta a los Romanos y luego, en 1521, para traducir al vernáculo el Nuevo Testamento, que desempeñó un papel importante en la formación de la lengua alemana.

En 1516, a través de Spalatino, capellán y secretario del príncipe elector Federico el Sabio, Lutero había hecho llegar al humanista algunas notas sobre la interpretación poco clara del pecado original en el capítulo 5 de la Carta a los Romanos[8].

El reformador habría querido tener a Erasmo de su parte por su competencia filológica. Pero ya desde hacía tiempo había comprendido su talante: «Para él, las cosas de los hombres son más importantes que las de Dios»[9]. Al compararlo con Agustín, observaba cuánto valor daba el doctor de Hipona a la libertad de la voluntad: ese es el punto central de la disputa sobre el libre albedrío.

También existía una segunda carta, del 28 de marzo de 1519, quizá escrita para invitar a Erasmo a tomar posición a favor del nuevo movimiento: Lutero sabía de su aprecio por las Tesis de Wittenberg y, en el prólogo del Enchiridion militis christiani, encontraba sus propias ideas en la crítica a los abusos eclesiásticos y a la escolástica. El humanista respondió confirmando su dedicación a las buenas letras e invitando más a la moderación que a la rebelión[10]. Erasmo intervino incluso ante Federico el Sabio para defender a Lutero, pues era «completamente inmune a la sospecha de avaricia o ambición, por la pureza de sus costumbres»[11]. Y si la protesta de Lutero se consideraba un mal, era necesario buscar sus causas: «El mundo está oprimido por las instituciones humanas; está oprimido por los dogmas escolásticos. […] Estas cosas movieron el espíritu de Lutero a atreverse a oponerse a la intolerable desfachatez de algunos. […] Hoy todo lo que no gusta, todo lo que no se entiende, es herejía. Saber griego es herejía. Hablar con elegancia es herejía. Todo lo que ellos mismos [los hombres de Iglesia] no hacen, es herejía»[12].

La chispa

Parecería que Erasmo y Lutero compartían las mismas ideas, aunque el humanista no ocultaba su preocupación por las posiciones violentas que Lutero había adoptado. La publicación de la bula Exsurge Domine de León X, el 15 de junio de 1520, que amenazaba con la excomunión, convirtió en certeza esos temores.

En Basilea, donde se había refugiado, Erasmo recibió múltiples presiones para tomar partido. Tanto León X como Adriano VI —su compatriota y amigo— lo exhortaron a intervenir. Sin embargo, fue decisiva una carta de Lutero de abril de 1524, quien, habiendo oído rumores de un posible pronunciamiento suyo, le rogaba que permaneciera como simple espectador y, sobre todo, que no escribiera en su contra: «Porque es muy diferente ser atacado por Erasmo que ser asaltado por todos los Papas juntos»[13]. En resumen, le pedía una rendición intelectual: la carta era «dura, humanamente casi inaceptable»[14].

La libertad del cristiano

Erasmo no respondió de inmediato, quizá porque todavía esperaba «que fuera posible salvar la paz con moderación, sabiduría y benevolencia»[15]. Pero a principios de septiembre de 1524 apareció en Basilea Discusión sobre el libre albedrío[16]. El papa Clemente VII respiró aliviado. Recibió felicitaciones de Enrique VIII y de Jorge de Sajonia; lo elogiaron el canciller del emperador, Mercurino Gattinara, así como filósofos y teólogos. Muchos, sin embargo, se sorprendieron por el tema escogido.

El humanista había elegido como tema de discusión un asunto en el que la distancia con Lutero era enorme: el libre albedrío. El ensayo partía de una proposición con la que el reformador había respondido a la bula de excomunión: «El libre albedrío, después del pecado original, es un mero nombre, y cuando hace lo que está en su poder, peca mortalmente»[17]. Para Erasmo esto era absurdo, y lo expresa en los términos del debate: «El libre albedrío es como una facultad de la voluntad humana en virtud de la cual el hombre puede tanto aplicarse a todo aquello que lo conduce a la salvación eterna, como, por el contrario, apartarse de ello»[18].

Con esto atacaba el fundamento de la teología de Lutero, es decir, el principio del sola gratia, según el cual la salvación ocurre únicamente por gracia, y todo lo que el hombre puede hacer por sus propias fuerzas para salvarse es pecado. En La libertad del cristiano, Lutero había escrito que los méritos que justifican son «solo de Cristo»[19]. Según Erasmo, esta afirmación —aunque hecha de paso— es uno de los paradojas de la vida espiritual cristiana: los méritos —los mismos méritos— son a la vez de Cristo y del creyente; provienen de él y son suyos, pero también son verdaderamente realizados por mí y son míos. Aquí, la paradoja se convierte en contradicción, si la vida del Espíritu, en vez de abrirse hacia la trascendencia —pues en el diálogo humano entra un interlocutor divino—, se reduce a las intransigencias de Lutero, donde la posesión es del uno o del otro, de manera indivisible.

El tema no era sencillo: «En la Sagradas Escrituras, apenas existe un laberinto más inexplicable que aquel que trata del libre albedrío»[20]. Desde el principio, Erasmo confiesa no ser teólogo y por tanto tener poca competencia: «Y, por otro lado, tengo tan poca inclinación a lanzar afirmaciones dogmáticamente categóricas que con mayor facilidad me inclinaría por posturas escépticas siempre que me lo permitiera la autoridad de la Sagrada Escritura o las decisiones de la Iglesia, a las que siempre someto gustosamente mi parecer, entienda o no lo que ellas me ordenan»[21]. Esta afirmación constituye un respeto absoluto por la palabra de Dios y una declaración de fidelidad a la Iglesia, pero será considerada escandalosa por Lutero[22].

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

La argumentación de Erasmo

El desarrollo se estructura en dos partes: primero se analizan los textos bíblicos que afirman la libertad del hombre y luego aquellos que parecen negarla. Entre los primeros se citan algunos pasajes sapienciales: «[Dios] en el principio creó al hombre y lo dejó en manos de su propio albedrío» (Eclo 15,14-15). Luego añadió los mandamientos y los preceptos: «Si tú quieres, guardarás los mandamientos; el ser fiel depende de tu voluntad»[23]. Estos textos reflejan la Philosophia Christi, donde Erasmo distingue entre las verdades reveladas y aquellas que la mente humana no puede comprender (por ejemplo, la Trinidad). Las primeras son «aquellas que se refieren a las normas destinadas a regir nuestra vida. Como ese pasaje que dice: “Esta es la palabra de Dios: no es necesario buscarla en lo alto de los cielos, ni traerla de tierras lejanas de ultramar, porque está presente en nuestra boca y en nuestro corazón”»[24]. Lo que Dios pide no está lejos, está cerca de mí, es más, está dentro de mí. Así se resalta el valor de la razón humana, que incluso puede relativizar algunas consecuencias del pecado original: «Esa fuerza del alma, mediante la cual nosotros juzgamos, […] el pecado la ha oscurecido, ciertamente, pero no la ha apagado»[25]. La gracia auxilia a la voluntad, pero no la sustituye.

En el Nuevo Testamento, muchos textos presentan preceptos que se pueden cumplir: «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres» (Mt 19,21); «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá» (Lc 9,23-24)[26]. Estas serían exhortaciones inútiles si propusieran algo que ocurre necesariamente y si la voluntad humana estuviera anulada.

También el apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, los exhorta a la perfección moral y recuerda que a quienes luchan se les da como premio una corona corruptible, mientras que a nosotros se nos da una incorruptible (cf. 1 Cor 9,25)[27]. Los pasajes difíciles del epistolario paulino «no buscan suprimir el libre albedrío, sino alejarnos del orgullo que el Señor detesta»[28].

Si fuera cierto que todo lo que hacemos se debe a un determinismo absoluto y no al libre albedrío, la moral se derrumbaría: «¿Qué pecador podría sostener, en tales condiciones, una lucha constante y fatigosa contra su carne? ¿Qué malvado se esforzaría en corregir su vida?»[29]. De este modo, Erasmo reafirmaba la doctrina de la Iglesia: defendía los derechos de la libertad —sin la cual no hay vida moral— pero también los derechos de la gracia —sin la cual no hay vida cristiana.

Sin embargo, la gracia, al ayudar a la libertad de la voluntad, no la suprime.

Por eso Erasmo no acepta lo que afirman los pelagianos, que conceden demasiado al libre albedrío[30]; y rechaza la opinión contraria de Agustín y de sus discípulos, que «tienden a exagerar la acción de la gracia, acción que Pablo subraya en todos sus escritos»[31]. Para el humanista, es fundamental la siguiente conclusión: «Existen, en efecto, obras buenas, aunque imperfectas, y de las cuales el hombre no puede servirse sin convertirlas en un título para su soberbia; existe también algún mérito, pero hay que reconocer que, si se ha alcanzado, se debe a Dios. […] Pero no llegaremos al punto de decir que el hombre, incluso cuando ha sido justificado, no es otra cosa que un cúmulo de pecado, cuando el mismo Cristo nos habla de un nuevo nacimiento, y Pablo de una nueva criatura»[32].

Se podrían aportar en apoyo filósofos y doctores, pero, dado que Lutero reconoce como única autoridad la Escritura, la argumentación se basa exclusivamente en la palabra de Dios. Sin embargo, al contrario de lo que él afirma, la Biblia no es en sí misma completamente clara. Para el humanista, además del Espíritu, se necesita competencia para comprenderla[33].

En cuanto a las afirmaciones que parecen contrarias al libre albedrío, deben ser interpretadas, ya que, siendo la Escritura obra de un único Espíritu, no puede haber contradicciones[34]. Particular es la afirmación de Jn 15,5: «Sin mí no podéis hacer nada». El «nada», para Erasmo, significa «poco», es decir, nada perfecto. ¡Una interpretación que enfurecerá a Lutero, porque para él el «nada» no puede significar «poco»[35], sino solo «nada»!

Sin embargo, para Erasmo, cuando Lutero afirma que «nuestra voluntad no puede hacer más de lo que puede el barro en manos del alfarero; que todo lo que hacemos y queremos proviene de una necesidad absoluta», su espíritu se ve asaltado por numerosas inquietudes: «¿cómo se podría hablar tan a menudo de recompensa si ya no hay mérito?»[36]. En otras palabras, ¿por qué debería la Escritura instruir y amonestar, recomendar la oración y la conversión, si todo ocurre según una necesidad inevitable? Además: «si el hombre no hace nada […], entonces ya no hay ni castigo ni recompensa»[37]. Para condenar a alguien, es necesario que sea responsable de lo que hace, y por tanto que tenga la libertad de elegir entre el bien y el mal. La libertad de la voluntad es el valor del ser humano, es su dignidad. Los paradojas del reformador —concluye Erasmo— habrían llevado «al mundo cristiano al caos»[38]. En cuanto a él, si no hubiera comprendido estos problemas, aceptaría gustosamente ser instruido en la verdad evangélica incluso por un joven.

Las críticas al «De libero arbitrio»

También hubo críticas y duros silencios: si bien Enrique VIII había celebrado a Erasmo, sus amigos ingleses, Tomás Moro y John Fisher, guardaron silencio; también Jorge de Sajonia, más tarde, instó al humanista a escribir de nuevo contra Lutero: le reprochaba haber tenido demasiadas consideraciones hacia un «hereje» y no haber dejado suficientemente claros sus errores[39].

Quien en cambio comprendió bien el valor de Discusión sobre el libre albedrío fue Lutero. Al concluir su tratado, expresará un singular agradecimiento a Erasmo: «En una cosa te alabo, […] en que, solo entre todos, has abordado la verdadera cuestión, el punto crucial, sin molestarme con otros problemas fuera de lugar, como el papado, el purgatorio, las indulgencias y cosas por el estilo. […] Por eso te agradezco de todo corazón»[40].

El siervo albedrío

Contrariamente a lo que podría pensarse, Lutero no respondió de inmediato a Erasmo: estaba implicado en la revuelta de los campesinos, en la polémica contra los «Profetas celestiales», en la peste de Wittenberg; además, se cerraban los conventos, y frailes y monjas abandonaban la vida monástica y se casaban. Fue una sorpresa el matrimonio de Lutero: hasta poco tiempo antes, él estaba firmemente en contra de casarse. Sin embargo, el 13 de junio de 1525, se casó con Katharina von Bora, una exmonja.

La respuesta apareció finalmente, después de más de un año, el 31 de diciembre de 1525: El siervo albedrío[41]. Fue un rayo contra el humanista: mientras Erasmo había sido equilibrado, mesurado, sereno, Lutero respondía de forma violenta, furiosa, extensa, pero también con destellos de genialidad. El reformador estaba molesto: «Es increíble cuánto me fastidia el librito sobre el libre albedrío. […] Un libro tan poco erudito de un hombre tan erudito»[42].

El comienzo: «En una cuestión tan importante, no dices nada que no se haya dicho ya; es más, dices aún menos y atribuyes más al libre albedrío de lo que dijeron […] los sofistas»[43]. En la diferencia entre el «menos» y el «más», Lutero encuentra espacio para refutarlo: invoca la distinción paulina de 2 Cor 11,6 entre la elocuencia —de la que el humanista es maestro— y su propia teología. No queriendo afirmar nada y al mismo tiempo queriendo parecer alguien que afirma algo sobre el libre albedrío, Erasmo ignora de qué está hablando. Siempre escurridizo y equívoco, más cauteloso que Ulises, parece navegar entre Escila y Caribdis[44], pero no ha dicho absolutamente nada; es más, ha empeorado la causa del libre albedrío y así ha ofrecido «una prueba evidente de que el libre albedrío es una pura mentira»[45]. Sigue una acusación durísima: Erasmo es «un ateo»[46]; piensa «en Dios de un modo demasiado humano»[47]; no logra captar la enseñanza fundamental de la Escritura, a saber, que Dios es Dios, el absoluto, y que el hombre es hombre, es decir, depende de Dios: por eso, «es su voluntad la que constituye la regla de todo»[48].

Lutero opone de inmediato a Erasmo la claridad de la Sagrada Escritura, precisamente porque es Palabra divina: la exégesis bíblica es, por tanto, escucha fiel de la Palabra que proviene de la omnipotencia de Dios y contradice la sabiduría humana y el pecado del mundo. Si algunos pasajes parecen oscuros, esto se debe a «nuestra ignorancia de los vocablos y de la gramática, lo cual no impide su comprensión»[49]. Cristo es el centro y el principio interpretativo de la Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento: «Quita a Cristo de la Escritura, ¿y qué queda?»[50]. Él es la Palabra de Dios hecha carne, que manifiesta el contraste irreductible entre carne y espíritu, entre el pecado del mundo y la misericordia divina. Por lo tanto, el maestro de sabiduría a seguir no es en absoluto el Jesús tan humano de Erasmo, sino Aquel que, por la fe, salva al hombre pecador mediante la cruz. Además, Erasmo en la Escritura «no ve más que leyes y mandamientos con los que los hombres deberían ser educados en las buenas costumbres. No ve en absoluto, en cambio, el renacimiento, el cambio, la regeneración y toda la obra del Espíritu»[51].

Lutero rebate los argumentos uno por uno. Comienza con el primero (Eclesiástico 15,14): «Y lo dejó en manos de su propio albedrío… Si quieres, puedes observar los mandamientos». Aquí se dice que el hombre está dividido en dos reinos: en su propio reino «es guiado por su libre albedrío y por su voluntad, fuera de las órdenes y mandamientos de Dios, […] mientras que en el reino de Dios es guiado por órdenes ajenas, independientemente de su propio albedrío. […] Deducimos que este pasaje habla no a favor, sino en contra del libre albedrío, puesto que, en su opinión, el hombre está sometido a las órdenes y a la voluntad de Dios. […] “Si quieres” tiene en efecto un sentido condicional, que justamente no afirma nada. […] Si hubiera querido afirmar el libre albedrío, habría debido decir: “El hombre tiene la fuerza de observar los mandamientos”»[52]. Aquí es necesario captar la dialéctica entre Ley y Evangelio: la Ley ordena lo que el hombre debe hacer, pero no le da la fuerza para cumplirlo. Por eso le hace reconocer la impotencia de la voluntad humana y, de ese modo, lo ayuda a comprender la necesidad absoluta de Cristo.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Lutero había vislumbrado que la disputa sobre el libre albedrío ponía en juego la potencia absoluta de Dios: por eso trata «el libre albedrío no desde el plano psicológico y moral, sino desde el plano teológico»[53], y así refuerza la distancia infinita entre Dios y el hombre. La omnipotencia divina y su omnisciencia son la base de la teología, porque el Señor «lo conoce todo y tiene presciencia de todo, y no puede ni equivocarse ni engañarse»[54]. Aquí se plantea el problema de cuáles son las capacidades de la voluntad humana, la cual puede hacer, sí, muchas cosas inferiores, pero no puede hacer nada para su salvación fuera de la gracia, porque su voluntad está poseída o por el Espíritu de Dios o por el demonio. Si está poseída por Dios, actúa necesariamente —lo que no implica violencia—, pero no es en modo alguno libre. Esta «está situada en medio, como una bestia de carga. Si la monta Dios, quiere y va donde Dios quiere, como dice el libro de los Salmos: “Estaba ante ti como una bestia” (Sal 73,22). […] Si, en cambio, la monta Satanás, quiere y va donde Satanás quiere. Y no está en su poder elegir ni buscar uno de los dos jinetes, sino que son los jinetes los que luchan entre sí para obtenerla y poseerla»[55].

A Erasmo, que considera la fuerza del libre albedrío débil e insignificante, pero sin la gracia totalmente ineficaz, Lutero le responde que «lo que no es realizado por la gracia de Dios no puede ser bueno. Por tanto, el libre albedrío, privado de la gracia de Dios, no es en absoluto libre, sino constantemente prisionero y esclavo del mal, ya que no puede volverse por sí mismo hacia el bien»[56].

¿Cuál es el poder del hombre?

Contra los argumentos de Erasmo, Lutero opone dos textos capitales: «El Señor endureció el corazón del faraón» (Éxodo 9,12) y «Amé a Jacob y aborrecí a Esaú» (Malaquías 1,2). Estos indican que el libre albedrío pertenece solo a Dios. Sin embargo, no se puede atribuir a Dios el pecado del faraón: «Dios no puede hacer el mal, aunque lo haga por medio de los malvados. […] Se sirve, sin embargo, de instrumentos malos, que no pueden sustraerse al impulso de Dios. Del mismo modo, un carpintero corta mal con un hacha mellada. Se sigue de ello que el impío no puede sino errar y pecar siempre»[57]. Por tanto, entre la presciencia divina y la libertad humana no es posible ningún acuerdo.

De este modo, toda la Escritura está del lado de Lutero, quien lo reafirma al final de su escrito apelando a san Pablo. En la Carta a los Romanos, «fuera de la fe en Cristo, no hay más que pecado y condenación»[58]. Por eso, el libre albedrío no es otra cosa que esclavitud del pecado. Es más, la gracia se da a quienes no tienen méritos y son indignos de ella, y no se obtiene mediante ningún esfuerzo humano. Finalmente, Romanos 7 y Gálatas 5 también dicen «que en los hombres santos y piadosos hay una lucha entre el Espíritu y la carne tan fuerte que no pueden hacer lo que quisieran»[59]: el apóstol no habla aquí solo de afectos vulgares, sino de herejía, idolatría, divisiones, disputas, todas cosas que reprimen las mejores fuerzas del hombre.

Juan es, por último, el azote más «elocuente y eficaz» del libre albedrío: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió» (Jn 6,44)[60]. Para Lutero, aquí no solo se afirma que las obras y esfuerzos del libre albedrío son vanos, sino que la palabra de Cristo es escuchada en vano si el Padre no atrae al creyente hacia sí.

El libre albedrío es esclavo del pecado

«El libre albedrío es igualmente impotente en todos los hombres, […] y en cuanto uno no puede querer nada bueno, no es más que barro y tierra inculta»[61]. Lutero no parece en absoluto desanimado por esta verdad; al contrario, encuentra en ella una razón de confianza y de alegría, e incluso un motivo de consuelo, ya que la salvación no depende de él: «Confieso francamente que, aunque fuera posible, no querría que se me concediera el libre albedrío. […] Estaría obligado a luchar siempre en la incertidumbre y a dar golpes al aire, porque mi conciencia nunca tendría la certeza absoluta de estar haciendo lo necesario para agradar a Dios»[62].

También reprocha a Erasmo el hecho de preferir la paz a la verdad: «La verdad y la doctrina deben ser predicadas siempre, públicamente y constantemente, […] ya que en ellas no se oculta ningún escándalo»[63]. Por eso, la doctrina de la sola fide (solo por la fe) y de la sola gratia (solo por la gracia) son las únicas fuentes de salvación: «Dios ha prometido ciertamente su gracia a los humildes, es decir, a aquellos que se consideran perdidos y desesperados (1 Pe 5,5). Por su parte, el hombre no puede humillarse completamente mientras no sepa que su salvación está totalmente fuera de sus fuerzas, de sus intenciones y de su esfuerzo, de su voluntad, así como de sus obras, y que depende enteramente del arbitrio, de la decisión, de la voluntad y de la obra de otro, y precisamente solo de Dios»[64].

Lutero concluye con la exaltación de la gracia, para reafirmar que todos son esclavos del pecado. Esto no es solo una señal del hombre pecador, sino de la humanidad como tal. El pecado ha afectado la raíz misma del ser humano, que es incluso prisionero de sí mismo y, en su pretensión de liberarse por sus propias fuerzas, se vuelve cada vez más esclavo. Conviene recordar que cuando Lutero habla de pecado no se refiere únicamente al acto pecaminoso, sino a la concupiscencia, al vicio originario, al amor desordenado de sí mismo, a la desconfianza en Dios[65]. Por tanto, cuando se dice que el hombre es esclavo del pecado, se debe entender que no puede hacer absolutamente nada para salvarse: este es «el punto crucial, la verdadera cuestión»[66].

Gerhard Ebeling considera que al De servo arbitrio se le podría dar el nombre de tratado De Deo, en el sentido de que es inútil hablar de libertad de la voluntad, porque «una libertad perdida ya no es una libertad, […] es un término carente de sentido»[67]; no se tiene una idea verdadera de Dios si no se es consciente de que no se puede hacer nada para salvarse. Si se pudiera hacer algo, la obra de Cristo sería vana: no habría ninguna necesidad de la gracia. En este sentido, no solo el hombre no tiene libre albedrío, sino que tampoco tiene ningún mérito, porque todo depende de Dios y de su presciencia.

Ebeling continúa: pero precisamente porque se trata de Dios, debe tratarse también de lo que el hombre puede o no puede hacer. El De servo arbitrio es entonces también un tratado De homine, es decir, sobre la vida cotidiana, donde el ser humano puede hacer todo aquello que la razón exige: construir casas, cultivar la tierra, criar gallinas, actuar en el ámbito político y económico[68].

¿Lutero ha derrotado al libre albedrío?

Podría concluirse que Lutero ha derrotado finalmente a Erasmo y a su libre albedrío. Pues bien, esa sería una conclusión errónea, porque sus soluciones tienen raíces comunes precisamente en el humanismo: no solo en aquel pacifista y basado en el valor y la dignidad de la persona, sino también en el que está trágicamente marcado por la inseguridad, la fragilidad, la pobreza humana, la miseria del pecado. No por casualidad, para Lutero, Erasmo había tocado un punto capital de la Reforma, que tendría resonancias futuras en la Ilustración y en el mundo moderno.

Lutero, en cambio, había captado y radicalizado las contradicciones del creyente: el hombre es un terreno de lucha entre Dios y el demonio[69], y vive el conflicto entre pecado y salvación, entre carne y espíritu. Este conflicto también forma parte de la modernidad, pero corre el riesgo de hacer olvidar la importancia del individuo. Desgraciadamente, en la burocracia espiritual —este es el límite que Erasmo reprocha a Lutero—, donde la posesión o es mía o es de Dios, no puede existir un «mío» que sea también de Dios y que sea todo un don suyo.

La teología de Lutero se resume en su formulación final: «Hay que recurrir a posiciones extremas, para poder negar completamente el libre albedrío y atribuirlo todo a Dios; así, las Escrituras dejan de contradecirse y las dificultades, aunque no desaparezcan, al menos pueden ser soportadas»[70].

Y sin embargo, la libertad de la que hablan Erasmo y Lutero no es un concepto abstracto, sino el don de Dios mediante Cristo: un don que hace al hombre cristiano y atañe a su propia identidad. Por otro lado, quien recibe ese don debe ser capaz de acogerlo, es decir, ser libre y responsable. Lutero, en cambio, subraya la omnipotencia de Dios y la gracia que hace libre al hombre, pero lo vuelve incapaz de hacer algo por su propia salvación. En cualquier caso, El siervo albedrío es una de las mayores obras del reformador[71].

No puede silenciarse la consideración que Erasmo tiene de Lutero: no lo considera en absoluto un «hereje», sino que lo estima como un «teólogo». Por desgracia, el recuerdo de esta controversia se hundió rápidamente en las arenas de la historia. En el Concilio de Trento pareció olvidado, y ningún teólogo se habría atrevido a sacar del olvido los argumentos de un Erasmo, entonces considerado un autor sospechoso.

  1. Otras versiones en español han traducido el título como La voluntad esclava. Aquí mantendremos el título El siervo albedrío, para dejar más clara su relación con la obra de Erasmo (Nota del traductor).

  2. Desde los primeros siglos de la historia del cristianismo, ha habido memorables disputas sobre el tema, en primer lugar entre Pelagio y Agustín.

  3. Cf. M. Lutero, La libertà del cristiano (1520). Lettera a Leone X, al cuidado de P. Ricca, Turín, Claudiana, 2005, 76-80.

  4. Ibid., 80.

  5. Ibid., 82. Cf. Fil 2,6-7.

  6. Ibid., 80: 1 Cor 9,19; a los que siguen Rm 13,8 y Gal 4,4.

  7. Carta de Lutero fechada el 1 de octubre de 1523, en la que informa de la reprimenda de Erasmo: pervicacia asserendi. Las obras de Lutero se citan según la edición crítica de Weimar: D. Martin Luthers Werke, Weimar, H. Böhlau, 1883 en adelante, seguido del número de volumen, página y línea. La abreviatura WA indica los escritos, mientras que WABr[iefe], los epistolarios: aquí WABr 3.160.24. Erasmo estaría lejos ab intellectu christianarum rerum y WA 18.603.3 (ibíd.). La edición de Weimar está disponible en línea: www.lutherdansk.dk/WA/D.%20Martin%20Luthers%20Werke,%20Weimarer%20Ausgabe%20-%20WA.htm

  8. Cf. WABr 1,70,5-10.

  9. «Estoy leyendo a nuestro Erasmo y mi simpatía por él disminuye día a día. Me gusta porque denuncia a los monjes tanto como a los sacerdotes […] y condena su inveterada y obtusa ignorancia. Temo, sin embargo, que no haga suficiente hincapié en Cristo y en la gracia de Dios». Y concluye: «Humana praevalent in eo plus quam divina» (WABr 1.90,19 s.). Luego, contra Erasmo, señala: «[Augustinus]arbitrio hominis nonnihil tribuit» (ibid., 90.25).

  10. Cf. ibid., 413,36.

  11. P. S. Allen, Opus Epistolarum Des. Erasmi Roterodami, III, Oxford, Clarendon, 1913, 530. Carta del 14 de abril de 1519.

  12. Id., Opus Epistolarum…, cit., IV, ibid., 1922, 103; 106. Carta a Alberto de Brandeburgo del 19 de octubre de 1519.

  13. WABr 3,271,56 s. del 15 de abril de 1524.

  14. Cf. el historiador luterano: M. Brecht, Martin Luther, II, Stuttgart, Calwer Verlag, 1986, 216.

  15. J. Huizinga, Erasmo, Turín, Einaudi, 2002, 177.

  16. De libero arbitrio diatribé sive collatio per Desiderium Erasmum Roterodamum, Basilea, Froben, 1524.

  17. Assertio omnium articulorum M. Lutheri per Bullam Leonis X novissimam damnatorum, 36: «Liberum arbitrium post peccatum res est de solo titulo» (WA 7,142,23). La propuesta había sido condenada desde la Sorbona. Lutero la fundaba sobre el Evangelio de Juan, el De spiritu et littera y De correptione et gratia de Agustín.

  18. Erasmo de Róterdam – M. Lutero, Libero arbitrio. Servo arbitrio, al cuidado de F. De Michelis Pintacuda, Turín, Claudiana, 2009, 57.

  19. Christi solius: M. Lutero, La libertà del cristiano…, cit., 94.

  20. Erasmo de Róterdam – M. Lutero, Libero arbitrio. Servo arbitrio, cit., 45.

  21. Ibid., 46.

  22. Lutero objetará: «¿No basta con haber sometido tu intelecto a las Escrituras? ¿Te sometes también a los decretos de la Iglesia? ¿Qué puede decidir ésta que no esté ya establecido por las Escrituras? […] En resumen, sus palabras parecen significar que no le importa si esto o aquello es creído por alguien, dondequiera que ocurra, mientras reine la paz del mundo» (WA 18:604,36 ss.).

  23. Erasmo de Róterdam – M. Lutero, Libero arbitrio. Servo arbitrio, cit., 59, donde se cita Eclo 15, 14-15. El Vaticano II retoma el texto del Eclesiástico para definir la libertad del hombre: «La verdadera libertad es en el hombre un signo privilegiado de la imagen divina. Dios quiso, en efecto, dejar al hombre “en manos de su propio consejo” (Eclo 15, 14), para que buscara espontáneamente a su Creador» (Gaudium et spes, n. 17).

  24. Erasmo de Róterdam – M. Lutero, Libero arbitrio. Servo arbitrio, cit., 49. La cita une Dt 30,11-14 con Rm 10,6-8.

  25. Ibid., 60.

  26. Cf. ibid., 71.

  27. Cf. ibid., 74.

  28. Ibid., 100.

  29. Ibid., 50.

  30. Cf. ibid., 63.

  31. Ibid., 63; cf. 113.

  32. Ibid., 113 s. Cf. 2 Cor 5,17.

  33. Cf. ibid., 53.

  34. Cf. ibid., 88.

  35. Cf. WA 18.751.37-40 (349): «El libre albedrío no es nada, es decir, es en sí mismo inútil ante Dios; y es de este tipo de realidad de la que hablamos, aunque sabemos que la voluntad impía es algo y no pura nada». El número entre paréntesis, después del número de la edición crítica, indica la página de la versión italiana: M. Lutero, Il servo arbitrio (1525), editado por F. De Michelis Pintacuda, Turín, Claudiana, 1993.

  36. Erasmo de Róterdam – M. Lutero, Libero arbitrio. Servo arbitrio, cit., 104.

  37. Ibid., 88.

  38. Ibid., 114.

  39. Cf. M. Venard, «Salvare l’unità cristiana?», en Id., Dalla riforma della Chiesa alla riforma protestante (1450-1530), Roma, Borla – Città Nuova, 2000, 785.

  40. WA 18,786,26-31 (415).

  41. De servo arbitrio Martini Lutheri ad D. Erasmum Roterodamum, Wittembergae, I. Luft, 1525. El título recuerda el Contra Iulianum de Agustín, en el cual la voluntad había sido definitda como potius servum quam liberum arbitrium (12,8,23).

  42. WABr 3,368,30 s.

  43. WA 18,600,21-601,3 (72).

  44. Cf. ibid., 34 (75). Cf. G. Chantraine, Érasme et Luther. Libre et serf arbitre, París – Namur, Lethielleux – Presses Universitaires de Namur, 1981, 160 s.

  45. WA 18,602,26 (76).

  46. Eres «en el fondo un Luciano, o cualquier otro cerdo del rebaño de Epicuro, que, creyendo que Dios no existe, se ríe secretamente de todos los que creen en él y lo confiesan» (WA 18,605,28-30 [82])

  47. WA 18,622,15s (104). Más adelante insiste: «Me sorprende mucho que un hombre que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo al estudio de las Sagradas Escrituras no sepa casi nada de ellas» (WA 18,693,9-11 [240]).

  48. WA 18,712,32 (278).

  49. WA 18,606,22-24 (84); cf. también 639,8-12 (130).

  50. WA 18,606,29 (84).

  51. WA 18,693,5-8 (240).

  52. WA 18,672,8-37 (202 s).

  53. G. Chantraine, «Erasmo e Lutero: libero e servo arbitrio», en AA.VV., Martin Lutero, Milán, Vita e Pensiero, 1984, 40.

  54. WA 18,719,26 (289 s).

  55. WA 18,635,17-22 (125). Lutero toma esta metáfora de fuentes patrísticas y escolásticas. Un estudioso moderno define esta imagen como «inquietante»: cf. M. Lodone, «Erasmo e Lutero: libero e servo arbitrio», en A. Melloni (ed.), Lutero. Un cristiano e la sua eredità. 1517-2017, vol. I, Bolonia, il Mulino, 2017, 230.

  56. WA 18,636,5-6 (125).

  57. WA 18,709,28-34 (272).

  58. WA 18,774,12 (389); cf. Rm 3,21. 28; 14,23: «Todo lo que no viene de la fe es pecado».

  59. WA 18, 783,4-6 (405).

  60. WA 18,781,29 s (403).

  61. WA 18,706,4-6 (266).

  62. WA 18,783,17-26 (406). Es la experiencia de los iustitiarii, que se vuelven justos con las propias obras (ibid., 28).

  63. WA 18,628,27-29 (113).

  64. WA 18,632,29-32 (120).

  65. Cf. WA 56,353,5-354,13. La concupiscencia en sí no es pecado, sino tentación del mal; se vuelve pecado cuando recibe el asentimiento de la voluntad. Jesús, en el Evangelio, es tentando, pero rechaza la tentación (cf. Mt 4,1-11; Lc 4,1-13).

  66. Cardinem rerum et ipsum iugulum: WA 18,786,30 (415).

  67. WA 18,670,36 (199). Cf. G. Ebeling, Lutero. Un volto nuovo, Roma – Brescia, Herder – Morcelliana, 1970, 239.

  68. Lutero piensa, probablemente, en su mujer Katharina, que cría pollos en el patio del convento de Wittenberg, que es su casa. Cf. S. Nitti, Lutero, Roma, Salerno editrice, 2017, 269, en el que se cita un pasaje interesante del comentario a Gal 2,20.

  69. Cf. H. A. Oberman, Martin Lutero. Un uomo tra Dio e il diavolo, Roma – Bari, Laterza, 1987. Oberman define el De servo arbitrio como el libro del cual «se puede deducir todo el alcance del pensamiento de Lutero, si de todos sus escritos solo hubieran sobrevivido estas páginas» (ibid., 209).

  70. WA 18,755,35-37 (356).

  71. Cf. WABr 8,99,7-8.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

    Comments are closed.