Biblia

«Mi vida no depende de los bienes que poseo…»

La parábola del rico insensato, Rembrandt (1627)

Uno de la multitud le pidió a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me nombró juez o árbitro entre ustedes?».

Entonces le dijo a la gente: «¡Estén atentos! Cuídense de toda codicia, porque la vida de una persona, por más bienes que tenga, no depende de lo que posee».

Después agregó esta parábola: «Había un hombre rico cuyo campo produjo una gran cosecha. Entonces reflexionó: “¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde acumular mi cosecha”. Y dijo: “Haré esto: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, para guardar allí todo el trigo y los demás bienes. Después me diré: ‘Alma mía, ya tienes bienes acumulados para muchos años. ¡Ahora descansa, come, bebe y disfruta!’” Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche tendrás que entregar tu vida. ¿Para quién será todo lo que acumulaste?” Así sucede con el que junta tesoros para sí mismo, pero no es rico respecto a Dios» (Lc 12,13-21).

Un pleito común entre hermanos por la división de una herencia. Uno de ellos aprecia a Jesús y lo considera la persona más adecuada para resolver la disputa; por eso le pide que actúe como juez. Pero el Señor se niega: aunque tiene una misión importante que cumplir, no es ni juez ni mediador. Su respuesta revela la discreción de Jesús y su humildad: sabe mantenerse en su lugar y nos ofrece una enseñanza valiosa. Nadie es tan sabio como para ser capaz de resolver cualquier problema, especialmente uno tan delicado como una cuestión de herencia.

Sin embargo, el Señor aprovecha la ocasión para exhortarnos a no buscar los bienes materiales, sino los bienes que realmente valen: «Cuídense de toda codicia, porque la vida de una persona, por más bienes que tenga, no depende de lo que posee», sino del Padre que está en los cielos y que nos da la vida, su don más grande, y con ella también nos concede los bienes necesarios para cuidarla y vivirla con alegría.

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Una parábola ilustra este mensaje. Un hombre rico, tras una cosecha abundante, planea su futuro: construiré graneros más grandes y allí almacenaré todos mis bienes. Luego me diré a mí mismo: «Descansa, come, bebe y disfruta. ¡Vive tu vida!». Pero esa misma noche le será pedida la vida… ¿Y lo que ha acumulado, de quién será?

Mi existencia no depende de lo que poseo: incluso si vivo en la abundancia, la vida no proviene de esos bienes. Fijémonos en el razonamiento de aquel hombre: «mis cosechas», «mis graneros», «mis bienes», «mi alma». ¿Y los demás? Yo no existo para mí mismo, sino para cumplir una misión en el mundo, para los hermanos. Por lo tanto, no es importante acumular bienes terrenales, sino enriquecerse ante Dios.

¿Qué significa entonces «enriquecerse ante Dios»? El contraste ayuda a entenderlo: «atesorar para sí mismo» y «enriquecerse ante Dios». Los bienes del mundo dan una sensación de seguridad, de poder, de éxito. Pero en realidad nunca son suficientes: generan ansiedad por acumular más, preocupación por defenderlos y conservarlos. En cambio, si usamos los bienes para donarlos, compartirlos, hacerlos fructificar en beneficio de los hermanos, se convierten en un tesoro precioso: nos enriquecen ante Dios. Esa es la verdadera riqueza, que los ladrones no pueden robar (Mt 6,20) y que da alegría, según la enseñanza del Señor: «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20,35).

El Eclesiastés nos enseña a mirar bien la vida: «Un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. Esto es vanidad» (Ecl 2,21). Y Pablo, a los colosenses: «Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo […] no las de la tierra. Hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador» (Col 3,1.5.9-11).

León XIV: reitera el llamado a un «alto el fuego inmediato en la Franja» y expresa la profunda esperanza de una «paz duradera».

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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