Biblia

El señor elogió al administrador injusto

Parábola del mayordomo astuto, Marinus van Reymerswaele (hacia 1540)

Jesús les decía a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado de dilapidar sus bienes. Entonces lo mandó llamar y le dijo: “¿Qué es esto que oigo hablar de ti? ¡Ríndeme cuenta de tu trabajo, porque ya no te ocuparás más de mis bienes!” El hombre se puso a pensar: “¿Qué haré ahora que mi señor me deja sin trabajo? No tengo fuerzas para ponerme a trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que haré para que algunos me reciban en sus casas cuando me quede sin trabajo” Entonces llamó a todos los deudores de su señor y le preguntó al primero: “¿Cuánto le debes a mi señor?” Él le respondió: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate y escribe que le debes cincuenta” Después le preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” El respondió: “Cien medidas de trigo”. Entonces le dijo: “Toma tu recibo y escribe que le debes solamente ochenta” Entonces el señor elogió a este administrador injusto por haber obrado con astucia. Los que se ocupan de los negocios de este mundo son más astutos en el manejo de sus asuntos con sus contemporáneos que los que pertenecen al mundo de la luz. Yo les digo: traten de conseguir amigos utilizando el dinero injusto, para que, cuando este les falte, haya quienes los reciban en las moradas eternas» (Lc 16,1-10).

Se trata de una parábola difícil, en la que se elogia un comportamiento claramente injusto: «El señor elogió al administrador injusto, por haber obrado con astucia» (Lc 16,8). El administrador debe actuar según la voluntad del amo, pero tiene plena libertad para gestionar lo que se le ha confiado, obviamente para aumentar el patrimonio, no para dilapidarlo. Aquí se ha apropiado de lo que no es suyo y lo utiliza sin escrúpulos. Pero también está clara la razón del elogio: si los hijos de este mundo saben actuar con tanta astucia en beneficio de sus intereses, ¿por qué los hijos de la luz no hacen lo mismo por su bien?

Pero, ¿cuál es el verdadero bien? El contexto de la parábola nos ayuda a comprenderlo. El Evangelio que la precede (Lc 15) narra la parábola del Padre misericordioso: la oveja perdida es encontrada por el pastor; la moneda perdida es buscada con cuidado y encontrada por la mujer; el hijo pródigo, que, a pesar de haber dilapidado la herencia y deshonrado a la familia, es perdonado y acogido con alegría por el padre; y, por último, el hijo mayor, que, a pesar de haber sido siempre un chico modelo, no sabe alegrarse con la alegría del padre: no es capaz de perdonar como perdona el padre. La parábola del Padre misericordioso es, por tanto, una invitación a tener un corazón tan grande como el corazón del Padre que está en los cielos. Inmediatamente después sigue la parábola del administrador con recomendaciones precisas sobre la forma de administrar los propios bienes.

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El contexto nos lleva a interpretar la parábola del administrador. Existe la sospecha de que el tesorero malgasta los bienes que se le han confiado. El amo le pide cuentas. Son tiempos difíciles para el administrador, que debe ingeniárselas para el futuro. He aquí una idea: ser generoso con los deudores del amo, hacer descuentos a todos. Cuando mañana necesite ayuda, sus amigos se acordarán de él. Ciertamente, el administrador es incorrecto, porque condona lo que no le pertenece, es generoso con lo que no es suyo, hace descuentos malgastando los bienes del amo. Sin embargo, ese comportamiento es elogiado por el Señor: el administrador es excepcionalmente astuto. Es la prudencia de quien, en momentos de tragedia, no se ahoga, sino que vive la solidaridad, aunque sea de manera interesada…

En el mundo, todos somos como ese administrador fracasado que se enfrenta al despido. El Señor está a punto de llamarnos para que rindamos cuentas de nuestra vida. ¿Quién puede decir que tiene la conciencia tranquila? Entonces, en el tiempo que nos queda, ¿por qué no volvernos astutos, generosos, ya que «el amor cubre una gran cantidad de pecados» (1 P 4,8)? Con la esperanza de alcanzar la meta a la que Dios nos llama: la generosidad gratuita, el corazón grande, cuya medida es no tener medidas, como es precisamente la del Padre que está en los cielos.

La parábola sirve para construir una situación en la que lo que importa no es la conciencia del administrador, sobre la que no hay dudas, sino la economía del Reino de Dios, donde lo que cuenta es la misericordia y lo que se nos pide es ser justos, pero sobre todo misericordiosos. Hay que acallar esa voz interior por la que sigo comparándome con los demás y sigo ejerciendo el oficio del hombre no misericordioso. Es decir, sigo cultivando esa situación de pecado, que está bien expresada en la parábola del fariseo y del publicano. Estamos dentro de la paradoja de la misericordia de Dios, una paradoja que nos reservará muchas sorpresas en la otra vida.

León XIV: «Grave situación en Oriente. Debemos rezar mucho y seguir trabajando e insistiendo en la paz».

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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