En la Iglesia católica la tradición del Jubileo se remonta al 22 de febrero de 1300, fecha en la que el papa Bonifacio VIII publicó la bula Antiquorum habet fida relatio, con la que promovió la peregrinación a Roma como signo de penitencia[1]. Desde entonces se ha venido celebrando periódicamente un año jubilar, actualmente cada veinticinco años, si bien existen también jubileos extraordinarios, como el de 1983, convocado por Juan Pablo II, a 1950 años de la muerte y resurrección de Cristo, y el de 2015, «El Jubileo de la Misericordia», proclamado por el papa Francisco.
Con la bula Spes non confundit,, el papa Francisco convocó el jubileo ordinario del año 2025[2]. En ella nos invitaba a construir la paz y a abrirnos a la vida. Además, instaba a las naciones más ricas a condonar las deudas de los países pobres y reconocer su propia deuda ecológica con estos. Nos proponía llevar a cabo todo un proceso de conversión y de renovación social. Para ello, conviene caer en la cuenta de qué implicaba la celebración del Jubileo en Israel, qué proponía y qué grado de realización puede y debe tener hoy. Lo que sigue pretende abordar estas cuestiones.
De la experiencia del éxodo surgió un proyecto social
La confesión del pueblo judío: «el Señor nos sacó de Egipto» (Dt 6,21) atraviesa todo el Antiguo Testamento. Es el núcleo de la fe de Israel, que reconoce la existencia de un Dios liberador, que le sacó de la esclavitud, y le constituyó como el pueblo de su propiedad, compuesto de personas iguales entre sí y ante él.
A partir de este designio divino, los israelitas introdujeron cambios notables en la sociedad tradicional cananea, para permitir que todas las familias y clanes tuvieran un acceso equitativo a los recursos básicos y a los medios de subsistencia (cf. Josué 13-21). Para garantizar esta situación, pronto se sintió la necesidad de contar con instituciones que permitieran corregir los errores, restablecer la igualdad y conservar la unidad resultante de la experiencia del Éxodo. Nacieron así el año sabático y el año jubilar[3].
El año sabático constituye una institución propia de Israel. Según los antiguos códigos legales, debía celebrarse cada siete años[4]. Este septenario se inspiraba en la semana: así como había un día de reposo, el sábado, cada siete días, así también había un año de descanso, el año sabático, cada siete años. En esta celebración se prescribía el reposo de la tierra, la liberación de los esclavos y la condonación de las deudas. Un excelente programa y una magnífica utopía: la oportunidad de revivir como pueblo, un año de cada siete, la experiencia de justicia, libertad e igualdad nacida del recuerdo liberador del Éxodo.
El año jubilar debía celebrarse cada cincuenta años, al expirar las siete semanas de años (cf. Lv 25,8-55). Era tiempo de liberación para todos los habitantes de Israel: «Declararéis santo este año cincuenta y proclamaréis la liberación para todos los habitantes del país» (Lv 25, 10). Las normas del año jubilar, redactadas después del destierro (587-538 a. C.), radicalizaron las exigencias del año sabático. Entre estas destacan las leyes respecto a la posesión de la tierra y la prohibición de préstamos con interés.
La experiencia del Éxodo manifiesta al Señor como Dios liberador. Creer en el Señor comporta aceptar que Él es el único propietario de la tierra y es, además, el garante de una justa distribución de la misma. La tierra pertenecía al Señor antes de que Israel entrara en ella (Ex 15,13.17); fue Él quien se la prometió y entregó a Israel en el transcurso de la historia de salvación. Ésta fue su heredad. Del mismo modo que el Señor es celoso y prohíbe otros dioses, así también veta otros modelos sociales dentro de la organización tribal.
La lucha del Señor – y de sus enviados, los profetas – contra la idolatría se explica como defensa de la fe en el único Dios, y del modelo social de convivencia que deriva de esta fe. Se debe tomar en consideración que estamos ante la ineludible especificidad del Dios revelado: Dios es así, es un Dios generoso, misericordioso, pura gratuidad. Un Dios que también es justo, pero en el sentido fuerte de la palabra, ya que no hay mayor injusticia que tratar a todos de la misma manera. Las mismas clausuras de la Alianza, lo muestran así (cf. Ex 20–24; Lv 19; Dt 24).
El año jubilar expresa una de las utopías sociales y humanas más impresionantes de la historia. No tenemos ningún indicio, ni en la Biblia ni en documentos extrabíblicos, de que sus prescripciones fueran puestas en práctica alguna vez, pero su utopía encaminó al pueblo de Israel hacia la construcción de un mundo mejor y contribuyó a mantener viva la esperanza del pueblo[5].
La realidad económica y social de Israel
Palestina era una región pequeña y pobre. La tierra, bien repartida y trabajada, proporcionaba todo lo necesario para cubrir las exigencias de cada día en una economía fundamentalmente familiar y de subsistencia. «Israel y Judá vivieron tranquilos cada uno bajo su parra y su higuera, desde Dan hasta Bersebá» (1 Re 5,5). Lamentablemente, en el siglo VIII a. C, el contraste entre pobres y ricos era ya escandaloso. Los profetas que condenaban el lujo, la acumulación de tierras y la apropiación de casas defendían a los pobres[6].
En caso de pérdidas de cosechas o infortunios familiares, las personas se empobrecían y se endeudaban. Para pagar las deudas, se veían forzados a vender sus campos. Caían así en la miseria y, en muchos casos, a tener que venderse como esclavos. Los preceptos del año sabático y del jubilar pretendían recuperar la igualdad perdida. Lo nuclear es que «no haya pobres entre los tuyos (Dt 15,4). El ideal es que la sociedad en Israel sea igualitaria, que cada familia sea propietaria de la tierra de manera que todas puedan vivir libres, con autonomía, con suficiencia y en comunión con los demás. Ése es el proyecto del Señor para su pueblo.
En el libro del Levítico se pide a los israelitas que presten a sus hermanos sin interés (cf. Lv 25,35-38). La ley que rige el préstamo entre israelitas refleja una solidaridad extraordinaria, comparada con la dureza del mundo antiguo. El tipo de interés anual en Babilonia llegaba a ser el 25% en los préstamos monetarios. En Asiria, un 50% para los cereales. Estos tipos de interés conducían frecuentemente a la bancarrota y a la esclavitud. Los códigos de leyes protegían poco a los deudores pobres. En cambio, la ley israelita prohibía prestar dinero a interés, exigía acoger al hermano empobrecido y obligaba a perdonar las deudas[7]. Como proyecto humano es extraordinario, pero la práctica tiende a ser mediocre. Prestar a los pobres es una obra buena, pero muchos se niegan a hacerlo[8]. El deudor insolvente, a falta de prenda personal, entra al servicio del acreedor o se vende como esclavo[9].
La imposibilidad de saldar deudas era la causa principal de la reducción de los israelitas a la esclavitud. Cancelarlas suponía volver a ser libres. Los dos asuntos se tratan en la misma ley (Dt 15,1-18). Los dos remiten a los siete años. La norma sabática y jubilar favorecían la búsqueda de la igualdad social y permitían reiniciar la vida a quien lo había perdido todo. La historia del pueblo de Israel está atravesada por una llamada a la liberación. El Señor no soporta el clamor de su pueblo esclavizado en Egipto (Ex 3,7), y se hace garante del pobre, voz de los sin voz. La injusticia social, en el lenguaje bíblico, es considerada como idolatría. La idolatría no se reduce a adorar imágenes de madera. La auténtica práctica idolátrica radica en excluir del centro de la vida al Señor, el Dios liberador y, en su lugar, colocar a los ídolos de muerte: el afán de tener y el ansia de poder.
El año de gracia del Señor
El pasaje en que aparece más claramente la relación entre el proyecto de Jesús y el jubileo es la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret de sí mismo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,16-30).
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Esta profecía se hace realidad con Jesús y su alcance es universal. No es un jubileo más de Israel, sino un jubileo particular, es el jubileo perfecto de la gracia: acoger al enviado del Padre, Jesús. Él es la realización plena del año de gracia del Señor, que es buena noticia para los pobres y trae la liberación y el perdón para todos[10]. Ha llegado el Reino de Dios. Un reino que pedimos que venga, como le pedimos a su Padre que perdone nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (cf. Mt 6,12). El Señor nos entrega su misericordia y nos pide a la vez que perdonemos siempre y sin condiciones (cf. Mt 18,21-22). Jesús lleva hasta el culmen el principio sabático del perdón de las deudas[11]. Además, vela por el pobre. Lo que hagamos por uno de ellos, por Él lo habremos hecho (cf. Mt 25,40).
El talante y el pensamiento cristiano
En las primeras comunidades «nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas» (Hch 4,32). Cada cual daba según su posibilidad, cada cual recibía según su necesidad. Los primeros cristianos quisieron vivir la utopía del Jubileo: «No había entre ellos necesitados» (Hch 4,34).
Éste talante nuevo de los primeros cristianos, tan admirado por Diogneto, que se preguntaba por la naturaleza del afecto que se tenían[12], se fue elaborando doctrinalmente y aplicando según las circunstancias sociales de cada época. Los Padres de la Iglesia, en su carácter de intérpretes excepcionales de las Sagradas Escrituras y de testigos privilegiados de la tradición, tienen una importancia fundamental en cuanto acreditan el sentido social de las Sagradas Escrituras y prueban que el espíritu social es algo esencial en el cristianismo. Ellos iniciaron la formulación doctrinal de la enseñanza social de la Iglesia, acuñando algunos de sus conceptos fundamentales.
Las ideas de los Padres de la Iglesia sobre las riquezas suponen el sometimiento de la vida económica a las exigencias de la justicia y de la comunicación; la primacía en la economía de los valores humanos y el dominio y señorío del hombre sobre las riquezas. Este, libre de las trabas de la avaricia y el afán de lucro, debe disponer de ellas, de acuerdo con su destino común y las obligaciones morales y sociales de la persona humana. En fin, se exalta la utilidad común y no el interés particular como móvil de la acción económica individual, utilidad común cuya búsqueda significa el logro también del interés individual[13].
Los Padres denunciaron en sus predicaciones a los ricos que cerraban su corazón a las necesidades de los pobres. Destacó entre ellos, por su valor incomparable como hombre de doctrina y acción, San Basilio, obispo de Cesarea. Este rico aristócrata[14], se desprendió de todos sus bienes en favor de los pobres y desarrolló una grandiosa labor social; y no solo con su palabra, sino también en la práctica, con la fundación de numerosas instituciones asistenciales que llegaron a formar una ciudad completa, a la que se dio el nombre de «Basiliades».
Situada en las afueras de Cesarea, esta ciudadela era un gran complejo que incluía instalaciones médicas para enfermos, enfermeras y médicos, viviendas para ancianos y enfermos, un albergue para viajeros, un hospicio para leprosos que habían sido expulsados de la ciudad a causa de su desfiguración, talleres para la formación de los trabajadores, una iglesia y un monasterio. Para mantener a los que trabajaban en el complejo había cocinas, refectorios, baños, almacenes y establos. Tan numerosos eran los edificios que Gregorio Nacianceno la llamó una «“nueva ciudad”, en la que la “enfermedad” es tratada por monjes, la “desgracia” es una bendición y la “compasión” es honrada»[15]. Era la casa madre de las instituciones parecidas erigidas en otras diócesis y era un constante recordatorio a los ricos de gastar su riqueza en un modo cristiano.
Para defender el apoyo gubernamental a su nueva fundación, Basilio escribió al gobernador provincial Elías, para recordarle lo que su nueva institución aportaba a la sociedad y la magnitud de sus actividades: «Todo esto supone un progreso para la localidad y un motivo de orgullo para nuestro gobernador, ya que los elogios recaen sobre él»[16]. Las modernas instituciones hospitalarias de recuperación y cura de los enfermos tienen su origen en Capadocia, hacia el año 370, en este hospital fundado por el obispo Basilio[17].
Merecen una mención especial cuatro homilías suyas: Contra los usureros (PG 29, 265-80; Basilio fue el primer Padre de la Iglesia que dedicó un documento completo a este problema social); Sobre el pasaje del Evangelio: «Destruiré mis graneros y construiré otros más grandes» (PG 31, 261-77); Contra los ricos (PG 31, 277-304); y En tiempo de hambre y sequía (PG 31, 305 y ss). Basilio desentrañó como ninguno el carácter social y comunitario de las riquezas, la limitación y función social de la propiedad y la comunicación de bienes con una crítica enérgica a los ricos y a su falta de conciencia social. Celebérrimas son su nítida condena de la usura y su descripción del hambre.
A su hermano menor, San Gregorio de Nisa, se debe la condena más plena y enérgica de la esclavitud, no superada por ningún otro escritor eclesiástico o profano[18].
La usura, una condena mantenida
Contra una mentalidad mundana que consideraba el lucro como objetivo de la vida, acompañada de un fuerte individualismo, la Iglesia seguía enseñando una doctrina basada en la Escritura y en los Padres[19]. Se oponía especialmente a la acumulación de las riquezas que se llevaba a cabo en detrimento de los pobres. La condenación de la usura en sentido amplio – es decir, de toda especie de préstamo a interés – se justificaba por el propósito de proteger a los pobres de la codicia de los ricos. Los préstamos a interés no hacían más que explotar la desgracia de los menos favorecidos. Los usureros son los que venden más caro cuando no les pagan al contado, los que se aprovechan de la pobreza de los demás para comprar barato, antes de la cosecha, el trigo, el vino o el aceite.
La Iglesia siguió negando el camino abierto por la legislación civil, inspirada en el humanismo. No percibía que su doctrina se apoyaba en una época en la que el préstamo era esencialmente un préstamo de consumo, del rico al pobre, mientras que los tiempos modernos hablan de un préstamo comercial y productivo para el que lo pide. A la par, en el seno de la Iglesia tomaba forma la descripción de una sociedad ideal conforme a los principios revelados por el Señor y desarrollados por los Padres.
El mundo idealizado por Tomás Moro
Santo Tomás Moro, Lord canciller inglés de Enrique VIII, humanista jurista, amigo de Erasmo, quedó impresionado durante su estancia en Amberes, en 1515, por el brutal contraste entre la opulencia de las ciudades flamencas y la miseria de los trabajadores de Londres. Al mismo tiempo, quedó cautivado al descubrir que en el Nuevo Mundo sus habitantes no atribuían ningún valor a los metales preciosos. Este doble hecho le llevó a describir la «distopía», o mundo pervertido, y la «utopía», un «mundo distinto» en donde es posible la felicidad.
En una página vibrante, Moro afirma que en la «distopía» – el país de la desgracia – las ovejas devoran a los hombres; condena el egoísmo de los grandes propietarios, que expulsan a las familias rurales de sus hogares condenándolas a la vida vagabunda[20]. Un verdadero éxodo de familias que desemboca en la formación de un subproletariado reducido a vivir como puede. Su situación les obliga a robar. Su destino es la cárcel o la horca. Más de doce mil ladrones y vagabundos fueron colgados en el reinado de Enrique VIII.
Tomás Moro no ve más remedio para la miseria que el establecimiento de la comunidad de bienes. Sólo esto podrá suprimir la injusticia social e impedir tratar a los obreros como bestias de carga que llevan una existencia más miserable que la de los esclavos. En su Utopía – el país más allá del tiempo, isla de felicidad, ciudad de la inocencia – el mandato del dinero ha sido desterrado, ya que sus habitantes no utilizan la moneda. Sus habitantes consideran el oro y la plata como señales de infamia. Los extranjeros que ignoran sus costumbres pasan por bufones. Se exige la puesta en común de los bienes y la codicia que organiza el desorden social queda abolida. Cuando se les anuncia a Cristo, los habitantes de Utopía juzgan su doctrina muy parecida a su creencia fundamental, y muchos de ellos abrazan el cristianismo.
A Moro, considerado como precursor del socialismo utópico, Erasmo de Rotterdam le dedicó su Elogio de la locura: «la idea [de escribir el Elogio de la locura] me la inspiró tu apellido, tan parecido a la palabra moria (en griego, locura), como tu persona se diferencia de la cosa, pues, según pública opinión, tú estás del todo ajeno a ella»[21]. En vísperas de los tiempos modernos, la Utopía de Tomás Moro no recoge solamente el grito de los pobres oprimidos y la denuncia de la actitud anticristiana de los Estados oficialmente cristianos, sino que expresa la sed de justicia que se abre a la esperanza de un mundo mejor. ¿Es posible realizarlo?
La utopía realizada
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En las posesiones españolas del Nuevo Mundo, la defensa de los pobres se reveló muchas veces más difícil que en la vieja Europa, ya que el sistema de la encomienda había organizado la explotación de los pueblos de América. En contra de este sistema, la Compañía de Jesús emprende, a partir de 1610, la realización de un modelo de sociedad cristiana.
En efecto, los jesuitas comprueban que es difícil predicar a un Dios de bondad a unos desgraciados condenados a la esclavitud por los cristianos. Apoyados por el gobierno de Madrid, los jesuitas consiguen reagrupar a las tribus dispersas, después de haber penetrado en el funcionamiento de las sociedades de los indios guaraníes. Saben mantener la paz y protegen a los guaraníes de la esclavitud. Garantizan la igualdad organizando las «reducciones» como repúblicas comunitarias cristianas.
Cada reducción constituye una república independiente, y se vive según la fórmula: «A cada uno según sus necesidades». Las reducciones operaban una economía de trueque y, con muchas posesiones en común, eran comunidades autónomas y autosuficientes[22]. Existía la propiedad privada, que eran parcelas de propiedad de los indígenas y les proporcionaban su sustento familiar, y también la tierra de Dios, que era comunal, en la que todos trabajaban por turnos y cuyos beneficios se invertían en gastos, mejoras o el fomento de la economía de la reducción. Los instrumentos agrícolas y los talleres eran propiedad común. A través de métodos de cultivo eficientes, la variedad y el volumen de productos cultivados en una reducción, incluida la yerba mate, y la cantidad de ganado y caballos criados en ellas, a menudo excedían las propias necesidades.
Cаda familia recibía todo lo que necesitaba. Los jóvenes casados obtenían una casa para toda su vida, los campos de labor, las plantaciones. Las misiones jesuíticas guaraníes aventajaron en casi trescientos años al derecho del trabajo contemporáneo. Fijaron la jornada laboral en seis horas diarias, la mitad que en las encomiendas, pero mucho más productivas, lo que permitía que los indios contaran con tiempo suficiente para obras religiosas y artísticas. El domingo y el jueves se descansaba. Alrededor de la plaza mayor estaban situados los edificios públicos de la reducción: la iglesia, la escuela, la casa de los padres, así como los edificios destinados a los enfermos, a las viudas y a los forasteros.
En efecto, los jesuitas no quisieron crear una simple asociación a base de renuncia, sino una sociedad completa, organizada para producir y capaz de durar. Era una economía planificada desde un paternalismo teocrático. En el apogeo del sistema, entre 1660 y 1720, había 150.000 indígenas en más de 38 reducciones, que formaban una confederación con instituciones comunes: defensa, comercio exterior, legislaciones civil y penal. La sanción más dura era la expulsión. Todo el sistema penal, que no consideraba la pena de muerte, era mucho más avanzado que el de cualquier país europeo de la época. Las reducciones cubrían entonces un territorio tan grande como Italia, en el sur de Brasil, el Paraguay actual y el norte Argentina.
Las reducciones representan un interesante ensayo de supresión de la pobreza, una especie de utopía realizada. «Se ha encontrado la manera de desterrar la indigencia en esta cristiandad; no hay aquí ni pobres ni mendigos y todos tienen la misma abundancia de las cosas necesarias»[23]. Ilustrados como Montesquieu y Rousseau, elogiaron las reducciones jesuíticas desde la perspectiva de la utopía platónica. Voltaire las describió como un triunfo de la humanidad. Sin duda, las reducciones guaraníes han sido las comunidades utópicas más perfectas y duraderas de la historia.
El 12 de julio de 1949, Pío XII afirmó ante el embajador de Paraguay, Julián Augusto Saldívar, que estas realizaciones sociales «han quedado ahí para admiración del mundo, honor de su país y gloria de la ínclita Orden que las realizó no menos que de la Iglesia católica, en cuyo regazo maternal surgían»[24]. El biblista e historiador de la religiones Alfred Loisy afirmó que se esperaba el Reino de Dios y vino la Iglesia. Aquí se dio una especie de Reino de Dios en la tierra implantado por la Iglesia, que puso el mundo del revés.
Seguimos sin aplicar las prescripciones del jubileo bíblico
Como hemos visto, la ley del Jubileo prescribe el descanso de la tierra, la recuperación de propiedades y la prohibición de la usura. Apunta a unas metas de justicia y de ecología muy elevadas, ya que el ser humano no es alguien aislado de la tierra y de la creación, sino que el destino de ambos marcha unido. Lamentablemente, todo esto o no se conoce o se considera utópico.
La Tierra necesita recuperarse y descansar de tanta explotación egoísta. La Tierra es fundamental para nosotros: es el planeta donde habitamos, el que nos sustenta, el soporte de nuestra vida. Pero actualmente es un planeta cansado de ser sobreexplotado, contaminado, agredido y esquilmado[25]. La tierra nos alimenta y nos provee de materias primas para vestirnos y cobijarnos. Sin embargo, hasta el 40% de las tierras del mundo están degradadas[26], lo que pone en peligro nuestra capacidad para sostener a una población mundial creciente, mientras el planeta sigue calentándose[27]. La temperatura media en 2024 superó en 1,6°C los niveles preindustriales, agravando el fenómeno meteorológico extremo y causando miseria a millones de personas. La Tierra ofrece suficientes recursos para alimentar a todo el mundo, pero el hambre de muchos – 733 millones de personas lo sufren[28] – convive con una minoría que vive en el lujo y el despilfarro. Estas diferencias ponen en cuestión la justicia de nuestro sistema económico.
La esclavitud fue abolida oficialmente en casi todos los países del mundo hace ya más de cien años. La Declaración General de los Derechos Humanos, proclamada por la ONU en 1948, reza en su artículo cuarto: «Nadie debe estar sometido a esclavitud o apropiación corporal. Toda clase de esclavitud y de trata de esclavos está prohibida». Pero este mismo organismo internacional se vio obligado en 1975 a establecer una comisión sobre nuevas formas de esclavitud, con el objeto de investigar las infracciones que pudieran producirse en los diferentes Estados contra los acuerdos internacionales sobre esta materia. Según las últimas estimaciones, en 2016 más de 40,3 millones de personas estaban en una situación de esclavitud moderna: trabajo forzoso, explotación sexual y matrimonios forzados[29].
Cuando hablamos de deuda externa solemos referirnos al dinero que los países del Sur deben a entidades y países del Norte a consecuencia de préstamos recibidos por sus gobiernos desde los años setenta. Los países pobres acogieron ese dinero para mejorar las condiciones de vida de sus pueblos. Los bancos hicieron préstamos a países en vías de desarrollo sin valorar debidamente las peticiones y sin vigilar el modo en el que se utilizaban esos préstamos. Debido a la irresponsabilidad tanto de los acreedores como de los deudores, la mayor parte del dinero prestado se gastó en programas que no beneficiaron a los pobres, sino que fue destinado a enriquecer a un pequeño grupo de personas. El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), en su asamblea conjunta, celebrada en Washington del 26 de septiembre al 2 de octubre de 1999, llegaron a un acuerdo para aliviar la deuda externa de los países más pobres.
San Juan Pablo II escribió: «En el espíritu del Levítico (25,8-17), los cristianos deberán ser la voz de todos los pobres del mundo, proponiendo que el Jubileo sea un momento favorable para pensar, entre otras cosas, en una reducción importante, si no en una eliminación total, de la deuda internacional que pesa sobre el destino de numerosas naciones»[30]. La situación sigue sin resolverse. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, urge poner en acción una iniciativa sistémica de alivio de la deuda, para ayudar a los países más pobres a romper el círculo vicioso de la insuficiente inversión en desarrollo[31].
Además, hay que considerar la deuda ecológica. Lo refrenda la reciente nota del Dicasterio para el desarrollo humano integral, sobre la «condonación de la deuda ecológica». En ella, se reafirma que las economías más industrializadas son las principales artífices de la crisis climática causada por la sobreexplotación de los recursos naturales del planeta. Los países más pobres, carecen de los recursos necesarios para adaptarse o reaccionar. Esto significa que sufren a la vez una crisis económica y ambiental, de la que no son responsables, con inevitables consecuencias para el desarrollo humano de la población. Desde esta perspectiva, la condonación de la deuda financiera que pesa sobre los países más pobres no debería verse como un gesto de solidaridad y generosidad, sino como un gesto de justicia restaurativa[32].
Consideraciones finales
Si el móvil de la actividad económica es únicamente obtener beneficios, sin mirar por el bien común, las repercusiones sociales y ambientales no tardan en manifestarse en toda su crudeza: se genera la distopia. Un sistema así es el que se ha ido imponiendo y sustentando, provocando la situación en la que nos encontramos: un mundo convulso en profunda crisis en el que no hay ni solidaridad ni espíritu de colaboración.
Cumplidos diez años de los Acuerdos de París y de la encíclica del papa Francisco Laudato sí’, nuestra situación no parece mejorar. Antes, en el 2008, la avaricia en los mercados financieros provocó una crisis que causó desempleo y sufrimiento en el mundo. Hoy, en el sistema financiero, las criptomonedas representan una papel más que dudoso.
Se hace apremiante iniciar reformas. Es la primera consecuencia de una conversión auténtica, tanto a nivel personal como social. Se echa en falta hoy una autoridad mundial que logre vertebrar la cooperación y la solidaridad. Son muchos los pobres, y entre ellos muchos sufren de hambre. En esta situación, la ayuda exterior les ha quedado reducida. A la par, sufren la situación de tener que pagar intereses por una deuda de la cual nunca se beneficiaron. La deuda es material y moralmente impagable. Se hace eterna y obliga a vivir bajo el yugo de pagar pesados intereses. El desarrollo de muchos queda comprometido, y no se puede menos que recordar la historia de la usura. Todos debemos recordar la voluntad del Señor: que no haya pobres entre nosotros. A nivel personal, la limosna es una obligación.
Una conversión personal auténtica exige reconocer el poder del dinero, que puede ser diabólico. A este respecto, la naturaleza demoníaca del oro está bien descrita por el escritor Bruno Traven (seudónimo), quien, en su novela El tesoro de Sierra Madre (1927), observa cómo la posesión transforma radicalmente el carácter humano, e incluso deforma el alma, que queda atrapada en un círculo vicioso: cuanto más se posee, más se desea. Queda así comprometida la misma capacidad de discernir y juzgar: se vive en el olvido de la diferencia entre lo que es honesto y lo que no lo es, entre el bien y el mal[33]. Recordemos lo que dice la Escritura: «La avidez de dinero […] es la raíz de todos los males» (1 Tim 6,10).
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Cf. M. Milvia Morciano, «Bonifacio VIII e l’idea del primo Giubileo», in Vatican News (www.vaticannews.va/it/vaticano/news/2024-04/bonifacio-viii-e-l-idea-del-primo-giubileo.html), 23 de abril de 2024. ↑
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Cf. Francisco, Bula de convocación del Jubileo 2025 Spes non confundit (https://tinyurl.com/mwbettaj), 9 de mayo de 2024. ↑
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Cf. R. de Vaux, Le istituzioni dell’Antico Testamento, Turín, Marietti, 1964, 180-184. ↑
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Cf. Ex 20,22-33; Ex 23,10-11; Lv 25,1-7; Dt 15,2. ↑
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Cf. J.-F. Lefebvre, «Le jubilé biblique», en Cahiers Évangile, n. 211 (París, Cerf, 2025), 51. La referencia al año jubilar se encuentra en Lv 25 como ley general, y en dos leyes menores (Lv 27,16-25; Nm 36,4) que matizan aspectos legales de la ley principal. Pero ninguna narración refiere el cumplimiento de estas prescripciones. ↑
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Cf. Am 3,15; Is 5,8; Mi 2,2; Is 3,14-15 e Am 4,1, respectivamente. ↑
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Cf. Lv 25,36; Lv 25,35 y Dt 15,1, respectivamente. ↑
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Cf. Sal 112,5; Eclo 29,4-5. ↑
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Cf. Dt 15,12; Lv 25,39.47. ↑
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Cf. G. Ravasi, Il significato del Giubileo, Bolonia, EDB, 2015, 60 s. ↑
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Cf. F. Ramis et Al., Año de gracia. Año de liberación. Una Semana Bíblica sobre el Jubileo, Estella, Verbo Divino, 2000, 100-106. ↑
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Cf. Carta a Diogneto, (https://www.primeroscristianos.com/carta-a-diogneto-anonimo-158-d-c/). ↑
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Cf. R. Sierra Bravo, El mensaje social de los Padres de la Iglesia, Madrid, Ciudad Nueva, 1989, 19. ↑
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Cf. J. Gribomont, «Un aristocrate révolutionnaire, évêque et moine: S. Basile», en Augustinianum 17 (1977) 179-191. ↑
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R. L. Wilken, «The Sick, the Aged, and the Poor: The Birth of Hospitals», en Id., The First Thousand Years: A Global History of Christianity, New Haven, Yale University Press, 2012, 159 s. ↑
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Basilio de Cesarea, s., Epístola 94, en PG 32, 488 bc. ↑
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Los detalles de su organización y gestión en: R. L. Wilken, «The Sick, the Aged, and the Poor…», cit., 161 s. ↑
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Cf. Gregorio Niseno, s., Homilía del Qoèlet, IV, en PG 44, 664-668. ↑
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Cf. J. Delumeau, Naissance et affirmation de la Réforme, París, PUF, 1973, 301 s. ↑
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Cf. Tomás Moro, s., Utopía, Madrid, Tecnos, 1971, 18-20. ↑
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Erasmo de Róterdam, Elogio della follia. Corrispondenza Dorp – Erasmo – Moro, Milán, Paoline, 2004, 139 s. ↑
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Sobre el sistema monetario cf. G. Romanato, Le riduzioni gesuite del Paraguay. Missione, politica, conflitti, Brescia, Morcelliana, 2021, 140 s. ↑
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P. Christophe, I poveri e la povertà nella storia della Chiesa, Padua, Messaggero, 1995, 239. ↑
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Pío XII, «Discorso a S. E. Julián Augusto Saldívar, ambasciatore della Repubblica del Paraguay presso la Santa Sede», 12 de julio de 1949, en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, XI año de pontificado (2 de marzo de 1949 – 1° de marzo de 1950), Città del Vaticano, Tipografia Poliglotta Vaticana, 301. ↑
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Cf. «COP16 on biodiversity: In Cali, countries will have to turn promises to halt nature’s destruction into action», en Le Monde (https://tinyurl.com/4v9wunb5), 21 de octubre de 2024. ↑
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Cf. UNCCD, Global Threat of Drying Lands: Regional and global aridity trends and future projections, informe 2024 (https://tinyurl.com/mvv4p6dh). ↑
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Cf. Copernicus Climate Change Service, Global Climate Highlights 2024 (www.climate.copernicus.eu/global-climate-highlights-2024). ↑
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Cf. UNHCR, «733 millones de personas pasan hambre en el mundo», 7 de noviembre de 2024 (https://tinyurl.com/bd9c89x3). ↑
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Cf. ONU, A/HRC/42/44: Formas actuales y nuevas de esclavitud. Informe de la Relatora Especial sobre las formas contemporáneas de la esclavitud, incluidas sus causas y consecuencias, 25 de julio de 2019. ↑
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Juan Pablo, s., Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 10 de noviembre de 1994, n. 51 (https://tinyurl.com/3adebf3s). ↑
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Cf. UNDP, «El creciente aumento del pago del servicio de la deuda de los países más pobres alcanza niveles alarmantes», en UNDP Noticias (https://tinyurl.com/5wa7zajx), 25 de febrero de 2025. ↑
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Cf. Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Jubileo 2025: Condonación de la deuda ecológica, https://www.humandevelopment.va/it/news/2025/giubileo-2025-remissione-del-debito-ecologico.html ↑
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Cf. B. Traven, El tesoro de Sierra Madre, Biblioteca Libre y Virtual Omegalfa, 2018, 56. ↑
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